aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 011 2002 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Lo inconsciente psicoanalítico y la psicología cognitiva: una revisión interdisciplinar

Autor: Díaz-Benjumea, Lola J.

Palabras clave

Conexionismo, Memoria declarativa, Memoria no declarativa, Neurociencia, Proceso primario, Psicologia cognitiva.


Nos proponemos en este artículo hacer una nueva revisión de la relación de las teorías psicoanalíticas del funcionamiento mental con la psicología cognitiva y la neurociencia. El trabajo se enmarca en la línea de otros que ya han ido apareciendo dentro del psicoanálisis, empezando por Clyman (1991) hace diez años, y continuando con otros autores más recientemente (Westen (1999; Fonagy, 1999; Davis, 2001; Bleichmar, 2001). Aquí mostramos nuevos aspectos que en anteriormente no han sido resaltados, a la vez que asimilamos las aportaciones de estos autores.
 
Procederemos del siguiente modo: primero mostraremos que la diferenciación que hizo Freud de proceso primario y proceso secundario está hoy avalada por lo que la psicología cognitiva está demostrando experimentalmente. El hecho de que hoy se sepa que lo inconsciente es mucho más amplio de lo que Freud consideró no resta validez a su descubrimiento. Nos detendremos en la explicación del modelo conexionista de la mente porque refleja muy bien la conceptualización de Freud sobre el proceso primario y el modo en que podemos representarnos hoy día muchos procesos inconscientes.
 
En segundo lugar, analizaremos la relación entre los distintos tipos de memoria que hoy día describe la psicología cognitiva y los pondremos en relación con los tipos de inconsciente con que se trabaja dentro del psicoanálisis.
 
Por último, analizaremos algunas consecuencias que esta conexión de paradigmas tiene para la teoría psicoanalítica, tanto en su forma de entender el psiquismo como directamente en la práctica del trabajo clínico.
 
 
ACTUALIDAD DEL CONCEPTO DE PROCESO PRIMARIO FREUDIANO
 
Algunos autores han sostenido que lo que Freud llamó “El inconsciente” no debe seguir llamándose así (Petocz, 1999; Westen, 1999), porque para Freud lo que unificaba al inconsciente sistémico era su cualidad de dinámico, es decir, que el inconsciente lo era debido a la motivación de evitar el displacer. En principio esto encierra una verdad, hoy no podemos identificar esas dos antinomias: proceso primario e inconsciente versus proceso secundario y consciente, por un lado, y deseos reprimidos/primarios versus deseos aceptados/civilizados, por otro. Estos dos pares no se solapan porque lo inconsciente está resultando ser un campo mucho más amplio que lo dinámicamente inconsciente. Sin embargo, esto no es óbice para resaltar que la descripción que hizo Freud del proceso primario es equivalente a lo que hoy día la psicología cognitiva describe como característico de procesamiento inconsciente.
 
 
Diferencias cualitativas entre la percepción consciente e inconsciente en psicología cognitiva y su coincidencia con el proceso primario
 
El trabajo de Froufe El Inconsciente Cognitivo (1997) ofrece una recapitulación de la investigación sobre el procesamiento inconsciente dentro de la psicología experimental, y en él nos vamos a basar fundamentalmente para establecer la comparación con el proceso primario.
 
En psicología cognitiva se da hoy por supuesto que existe procesamiento inconsciente pero, además, los procesos inconscientes no se ven ya sólo como una simple versión débil de los conscientes sino que existen diferencias cualitativas ya que la conciencia cumple un papel activo, constructivo y controlador.
 
A pesar de que la investigación experimental suele trabajar con situaciones que no son significativas emocionalmente, las características del procesamiento inconsciente en el laboratorio coinciden con las que Freud señaló para el proceso primario en sus escritos de metapsicología. Veamos cuáles son estas características:
 
-          Carácter exhaustivo de la percepción inconsciente frente a la consciente (Marcel (1980, citado por Froufe, 1997). La percepción consciente tiene una naturaleza selectiva, por la cual cuando se percibe conscientemente un estímulo, como una palabra, sólo se activa uno de sus significados posibles. Esto se debe a que la conciencia tiene una capacidad limitada por su modo selectivo y lineal de operar. Sin embargo, si la percepción de la palabra se produce inconscientemente al generarse por debajo del umbral necesario, son activados todos los significados posibles de esa palabra, lo que se constata en una tarea posterior diseñada a tal fin. Esto está estrechamente relacionado con el mecanismo de condensación que Freud describió como característico del proceso primario, mostrado en los sueños y en los síntomas, así como en el lenguaje psicótico (Castilla del Pino, 1980).
 
-          Inconsistencia mutua. Otro rasgo manifiesto relacionado con el anterior es que al activarse todos los posibles significados del estímulo no se da la consistencia interna que se presenta en el procesamiento de los estímulos percibidos bajo conciencia. Esta es la característica que fue señalada por Freud cuando habló de la ausencia de contradicción propia del proceso primario.
 
-          Familiaridad de los estímulos. Para que se dé procesamiento inconsciente de estímulos percibidos es necesario que estos sean familiares (Froufe, 1997, p. 314). Esto es consistente con el aprés-coup o posterioridad descrito por primera vez en el “Proyecto”, por el cual impresiones y trazos de recuerdo son modificados ulteriormente en función de experiencias nuevas, adquiriendo un nuevo sentido y una nueva eficacia psíquica.
 
-          Codificación diferente de las palabras inconscientemente percibidas. Groeger (1984, citado por Froufe, 1997) muestra en un experimento que la percepción inconsciente no sólo es de la parte estructural del estímulo sino que, por el contrario, parece especializada en significados, lo que se ve en el hecho que los sujetos eligen palabras semánticamente relacionadas con otras que han sido percibidas anteriormente por debajo del umbral de la conciencia, frente a la semejanza estructural de las que eligen si el estímulo lo habían percibido con conciencia. Esto es consistente con la primacía que en la obra freudiana se da a los significados inconscientes.
 
 
-          Inevitabilidad de los efectos del procesamiento automático de estímulos frente a lo que ocurre en la percepción consciente. A través de sofisticados experimentos ingeniosamente diseñados, Debner y Jacoby (1994, citados por Froufe, 1997, p. 149) han mostrado que cuando la percepción de los estímulos se produce de forma inconsciente, los sujetos son incapaces de evitar los efectos del procesamiento automático, y su influencia en las tareas en que tendrían que inhibirlos, cosa que sí pueden hacer cuando el procesamiento incluye conciencia. Lo mismo ocurre cuando se estudió la memoria: los episodios del pasado influyen automáticamente sobre las tareas posteriores, y los sujetos no pueden suprimir esa influencia por no recordar conscientemente los episodios. Algo que nos muestra que el papel de la cura analítica clásica -hacer consciente lo inconsciente- sigue teniendo vigencia desde la perspectiva de la psicología experimental actual.
 
 
El procesamiento en el modelo conexionista y el proceso primario
 
Hemos visto que la investigación experimental muestra un paralelismo entre el funcionamiento del inconsciente psicoanalítico y el cognitivo. La cuestión que surge ahora es qué modelo de mente está implicado en esta descripción.
 
El cognitivismo no es unitario en sus propuestas; por el contrario, existen distintos modelos de funcionamiento mental. El modelo cognitivo que nació en los 50 y ha perdurado hasta los 80 veía la mente como un ordenador que almacena representaciones, que son computadas unas por otras en procesos seriales guiados por reglas. Puede decirse que la metáfora del ordenador representaba el tipo de procesamiento propio del sistema secundario.
 
A finales de los 80 surge el modelo conexionista o de procesamiento distribuido en paralelo, que presenta la ventaja de que refleja bien el modo de funcionar de lo inconsciente, por lo cual vamos a describirlo brevemente.
 
Para empezar, lo más significativo del conexionismo es que no se parte de la existencia de representaciones en el sentido que se suponía en la línea cognitiva clásica, es decir, representaciones discretas almacenadas en la memoria que serían recuperadas cuando llegara el momento oportuno, de un modo serial, con una vía de entrada y otra de salida. El modelo conexionista representa a la mente como un sistema con una serie de unidades de procesamiento o nódulos que pueden similar neuronas, que están relacionadas entre sí por conexiones múltiples de modo que forman redes. La información entra por un lado, sale por otro, pero hay en medio una serie de capas ocultas a través de las cuales esta información se propaga hasta dar lugar al resultado en la unidades de salida.
 
En el modelo conexionista, a diferencia de la concepción de representaciones como elementos discretos[1], la información se representa como un patrón global de activación de una red neural, que existe sólo cuando esta activado y de no estarlo sólo existe como posibilidad. En este modelo mental no existen representaciones clasificadas y memorizadas, ni reglas formales para ponerlas en relación, porque lo único que diferencia una representación de otra es el grado de activación o inhibición que se propaga en la red para dar lugar a un patrón determinado.
 
Los nódulos o unidades de las redes están conectados de forma unidireccional y las conexiones pueden ser excitadoras o inhibidoras, y tienen un valor asignado, que es la fuerza de conexión. El aprendizaje se produce cuando dos unidades de una red neural se excitan simultáneamente, con lo cual se incrementa la fuerza de conexión entre ellas. Por otro lado, este modelo aprende por los errores. Cuando un patrón determinado llega a la capa de salida, allí hay un sistema que se ocupa de comparar la salida ideal con la real, y eso refuerza retrospectivamente el camino que ha seguido el patrón de activación que más se parece a la salida ideal. Tras repetir muchas veces este sistema de ensayo/error, se produce el aprendizaje.
 
Un modelo así presenta ventajas con respecto al modelo cognitivo clásico que suponía que la mente funcionaba como un ordenador. Una primera ventaja es que es mucho más parecido a la organización del sistema cerebral real porque tiene en cuenta las propiedades del sistema nervioso; en este sentido acorta el hiato entre lo físico y lo mental. Además el modelo conexionista es consistente con la estructura modular del cerebro que se sostiene hoy desde la neurociencia, por la cual la información se procesa en paralelo y no serialmente.
 
La segunda ventaja es que a través de este modelo puede explicarse que podamos realizar tareas de las que nunca era capaz el ordenador clásico. Da respuesta a la enorme rapidez con que procesamos la información; a cómo podemos diferenciar con rapidez información que, tal como se nos presenta, no está categorizada y se muestra degradada, con distorsiones, solapamientos y recortes; a que podamos procesar adecuadamente la información incluso cuando nuestra propia mente está en malas condiciones por sueño, cansancio, lesiones, etc. El modelo, además, permite afrontar las demandas múltiples y simultáneas, y posibilita completar patrones conceptuales y perceptivos sin contar con toda la información que lógicamente necesitaríamos para hacerlo. Como ejemplo de una tarea que requiere todas estas habilidades está la percepción y codificación del lenguaje.
 
En los sistemas conexionistas se da la redundancia: el mismo contenido representacional puede estar presente en el sistema como actividad de diferentes nodos o unidades. Las “representaciones” distribuidas tienen una tendencia a completarse a sí mismas una vez que algunos de sus nodos están activos, lo que posibilita la memoria direccionable al contenido. Como la información que no está efectivamente activa, que no está en uso, sólo está de manera potencial, no hay una distinción interna al sistema entre recrear viejas representaciones y crear representaciones nuevas en respuesta a una situación (Johnson-Laird, 1988). Por otra parte, estos sistemas son capaces de autoorganización, lo que quiere decir que automáticamente se adaptan a los requerimientos del ambiente, y lo que en principio es un funcionamiento aleatorio va cambiando las conexiones existentes a partir de su relación con el medio, sin necesidad de que un controlador supervise el trabajo -es decir sin necesidad de la conciencia ni de procesos secundarios. Otra característica del modelo es que los cómputos no consisten en cambios de unas representaciones por otras siguiendo unas leyes formales, como podemos imaginar que haría una persona que está aprendiendo un lenguaje nuevo a través de aprender de forma explícita sus reglas gramaticales. Por el contrario, el tipo de cómputo conexionista se basa en cambios cuantitativos, lo que cambia con el aprendizaje son los estados de activación, los patrones de conectividad de las redes.
 
Un problema es que no hay consenso entre los psicólogos cognitivos sobre qué ocurre con las funciones que parecen implicar representaciones y reglas formales. Algunos autores abogan por la necesidad de un doble nivel para explicar por una parte los procesos subsimbólicos característicos de los sistemas conexionistas, y otro nivel de funcionamiento que explique el pensamiento lógico y racional, lo que no deja de plantear dificultades. Parece evidente que la mente no sólo funciona del modo descrito con los sistemas conexionistas, no consta sólo de memoria procedimental. Como dice Johnson Laird (1988) podemos jugar al rugby por un simple conglomerado de experiencias, pero también podemos y es necesario, por ejemplo para el árbitro, saber explicitar, haciendo uso de la memoria declarativa, las reglas del rugby. La cuestión para muchos autores cognitivistas es, incluso dando por hecho que existan los dos tipos de procesamiento, cuál emerge de cuál (Smolensky, 1987).
 
Pero lo que aquí nos interesa resaltar es la equivalencia del conexionismo con el proceso primario freudiano. La descripción de Freud de los procesos que siguen las representaciones en los sueños implica un modo de funcionamiento muy parecido al que hemos visto aquí:
 
-          En los sueños, al estar suspendida parte de la actividad consciente, la diferencia entre recuerdo, reconstrucción y fantasía se pierde definitivamente, y vivimos nuestras propias creaciones mentales como si de hechos actuales se tratara. 
-          La técnica de la asociación libre, por la cual a partir de cualquier resto diurno o punto de comienzo se llega a puntos que tienen especial significado para nosotros, es una manifestación de la memoria dirigida por el contenido.
-          La necesidad de elaboración que surge después de un duelo, o bien el necesario trabajo repetido y continuo de un mismo contenido partiendo de diversas asociaciones, además de deberse a factores emocionales, es coherente con la redundancia de la representación de la información.
-          La condensación propia del sueño y de los síntomas, en la que varias ideas latentes reúnen sus elementos comunes para ser expresadas en un único elemento, creándose formaciones mixtas, uniendo imagen, situación y nombre de diversas personas, o bien neologismos o utilización de palabras de doble sentido, es compatible con el funcionamiento en paralelo. Por otra parte, también cada idea latente tiene su representante en más de un elemento manifiesto, lo que es compatible con la redundancia.
 
Otra semejanza de ambos modelos está relacionada con la filosofía subyacente a la visión económica del proceso primario. Freud en el “Proyecto” intentaba representar cuantitativamente, materialmente, cualidades psíquicas, de ahí que desarrollara su visión económica, que le permitía explicar, en términos extensionales o físicos, cualidades intencionales o psíquicas: en el proceso primario las cargas circulaban libremente, lo que hacía que se produjera por una parte desplazamiento de la intensidad o fuerza de una representación a otra y por otra condensación, al centrarse en un único elemento la intensidad de toda una serie de procesos mentales. Pues bien, también en este caso el modelo conexionista representa un intento de describir la mente volviendo a un vocabulario extensional, creando cierta ilusión de que hablar de la mente y hablar del cerebro es la misma cosa. Lo intencional sería un emergente. Esto en el cognitivismo no es una novedad, ya que es lo que ha caracterizado al modelo siempre, algo heredado del conductismo: la búsqueda de una psicología objetiva, evitando la introspección y los conceptos mentalistas, aunque en el modelo cognitivo clásico hubiera una aparente apertura (Rivière, 1991). En el caso de Freud ambos polos estuvieron presentes, pues siempre mantuvo una dualidad entre, por una parte su intento de reducción fisicalista, buscando describir lo psicológico o intencional traduciéndolo a términos extensionales, y por otra parte la importancia que dio siempre a las características puramente psíquicas, representadas hasta entonces en la conciencia, y que él desplazó hasta el psiquismo inconsciente.
 
En resumen, el sistema conexionista describe un tipo de procesamiento que es consistente con el procesamiento inconsciente (Johnson-Laird,1988), y que coincide con el modelo de psiquismo que Freud tenía en mente cuando describió el proceso primario.
 
 
LOS MÚLTIPLES SISTEMAS DE MEMORIA Y EL INCONSCIENTE PSICOANALÍTICO
 
Ya ha sido resaltado en la literatura psicoanalítica que hoy día la memoria se concibe como sistemas múltiples y heterogéneos. Se entiende por sistema “una interacción entre mecanismos de adquisición, retención y recuperación que se caracteriza por ciertas reglas de funcionamiento”(Sherry y Schacter, citados por Ruiz Vargas, 1994, p. 145). Los distintos sistemas de memoria dependen además de diferentes estructuras cerebrales, como se pone en evidencia en los casos de amnesias orgánicas.
 
No existe una clasificación unitaria de la memoria, ya que es un campo de continua investigación donde queda mucho por aclarar. Aquí vamos a presentar un modelo que es aceptado como el más completo dado en estos momentos por especialistas españoles en el tema (Froufe, 1997, Ruiz Vargas, 1994).
 
Hasta ahora desde el psicoanálisis se ha hecho hincapié en la memoria no declarativa –procedimental y asociativa- por ser lo que más venía a mover los cimientos de la nuestra teoría. Efectivamente, hay mucho menos de fantasía y de vida mental representacional de lo que pensábamos, y mucho más de memoria de reacciones y de acciones. Pero aquí empezaremos por inclinar de nuevo la balanza hacia el otro lado, deteniéndonos en los distintos tipos de memoria declarativa.
 
 
La memorias declarativas: episódica y semántica
 
Cuando decimos memoria declarativa hablamos de información que es codificada de un modo determinado que la hace susceptible de ser recordada o traída a la conciencia. El término “declarativa” se refiere, por tanto, a la estructura de la representación. Posteriormente, esa información podrá hacerse explícita o consciente, o no, dependiendo de la atención que se le dirija, y por supuesto de las motivaciones y emociones implicadas, ya que esta información es susceptible de ser reprimida.
 
El sistema de memoria declarativa no es unitario, sino que en distintas clasificaciones (Squire, 1992; Tulving, 1991 y 1993, citados por Ruiz Vargas, 1994) se lo describe compuesto de memoria episódica, por un lado y memoria semántica, por otro. La memoria episódica es la que usamos para rememorar eventos y vivencias personales puntuales; sus contenidos se organizan de modo espacio temporal. La memoria semántica se refiere a hechos de carácter general; con ella nos representamos el mundo de forma organizada, estructurada, con relaciones jerárquicas de inclusión, pertenencia, causalidad, etc. es decir, sus contenidos se organizan conceptualmente. Por poner un ejemplo, por la memoria semántica sabemos que tenemos una casa en la playa, que la casa está pintada con una pintura que por sus características químicas resiste la corrosión, etc.; por la memoria episódica recordamos momentos concretos en que hemos estado allí.
 
La memoria semántica, dice Ruiz Vargas (1991) puede generar y manejar información que nunca se ha aprendido explícitamente, pero que está implícita en sus contenidos. O sea, posee capacidad inferencial. Como ejemplo del mismo autor: uno seguramente nunca ha aprendido de forma explícita que su mejor amigo tiene páncreas, y sin embargo lo sabe, debido simplemente a que puede haber aprendido en el colegio que todos los hombres tienen páncreas y que su amigo es un hombre. De ahí se concluye que la memoria semántica es un instrumente extraordinariamente poderoso en el ser humano. Estos dos tipos de memorias están avalados por la experiencia con pacientes amnésicos en los que han perdido el recuerdo episódico pero no el semántico, y por la visualización del cerebro en funcionamiento, que muestra que es distinto el flujo sanguíneo cuando se está usando la memoria episódica o la semántica.
 
Vemos que la memoria semántica es equiparable con el tipo de inconsciente que propone Bleichmar (1986) con el nombre de matrices inconscientes que generan por sí mismas información. En esta obra el autor propone un tipo de inconsciente que es descriptivo, que maneja representaciones que operan con la lógica del sistema secundario y puede hacerse consciente si se activa, simplemente dirigiendo la atención, aunque también puede haber resistencia a este paso. Este inconsciente consta de creencias generales, abstractas, que son autogenerativas, porque bajo su significado van generando nuevas creencias. Esto por otro lado no se produce guiado por el principio del placer, sino por el propio automatismo del funcionamiento de las representaciones. Efectivamente, cuando Bleichmar habla de las matrices generadoras de creencias trata sobre un inconsciente con capacidad de hacer inferencias; inconsciente pero declarativo, es decir, que puede verbalizarse si se dirige la atención siempre que no haya resistencias motivacionales.
 
Continuemos con la descripción de la memoria semántica y sus diferencias frente a la episódica. El tipo de conocimiento que nos viene a través de la memoria semántica, dice Ruiz Vargas (1994), es impersonal, un conocimiento de la propia vida desde el punto de vista del observador, muy distinto del obtenido por la memoria episódica o autobiográfica. Para Tulving (1989, 1991, Tulving et al., 1988, 1991, citado por Ruiz Vargas, 1994) la información no entra en el sistema semántico, como antes se suponía, a través de la memoria episódica, sino a través de los sistemas perceptuales, o sea a través de la memoria no declarativa.
 
Todo esto nos lleva a especular qué puede estar poniéndose en marcha en el trabajo psicoterapéutico. En principio, ha de haber una diferencia entre el sistema semántico y el episódico en cuanto a capacidad de activar emociones. Freud sostuvo que no sólo era necesario que el paciente supiera algo sobre sí mismo, sino que era necesario conectarlo con la reviviscencia afectiva, para lo que se necesitaba del recuerdo episódico. La cuestión es qué papel tiene en este momento el recuerdo episódico.
 
Nos detendremos en esto porque ha sido objeto de opiniones contrarias últimamente. Es evidente que el recordar episodios de la niñez no tiene ya el valor que se daba en las primeras épocas del psicoanálisis. Pero tanto se ha hablado de que el recuerdo episódico no tiene ningún valor terapéutico en sí mismo (Spence, 1982; Fonagy, 1999) que quizá el péndulo haya ido demasiado al otro lado. Un recuerdo episódico puede, al traer una experiencia emocional conectada con una experiencia vivida, abrir el campo necesario para el cambio terapéutico (Bleichmar, 2001). Otra cuestión es que los recuerdos episódicos sean fieles copias de lo que sucedió –algo que supone un realismo ingenuo por otra parte largo tiempo superado en el psicoanálisis, desde que la teoría de la seducción se abrió paso frente a la teoría del trauma.
 
El recuerdo episódico puede ser un ejemplo de cómo interpretó o vivenció la realidad el sujeto, lo que nos aporta información sobre la historia que ha construido sobre sí mismo y el mundo (Strenger, 1991). No es una muestra de lo que ocurrió en términos objetivos y, precisamente por eso, nos aporta algo insustituible, abre el camino para que se muestre cómo interpreta el sujeto las situaciones y a la vez nos trae la vivencia afectiva indispensable para el cambio, a través tanto de la interpretación como de la experiencia correctiva de nuestra relación terapéutica.
 
Pongamos un ejemplo de todo esto. La paciente es una mujer de 30 años de la que vemos por su relato que tiene una excesiva exigencia consigo misma, a nivel tanto moral como de logro profesional –lo que llamaríamos un superyó inflexible, exigente y tiránico. Se le señala esto, que es devolver un conocimiento declarativo al que hemos llegado por su exposición de hechos presentes o de pasado reciente. Le preguntamos de dónde puede haber surgido esa forma de relacionarse consigo misma. Aunque al principio no se le ocurre nada, porque no vive a sus padres así, luego empieza a hablar de su abuela, que murió cuando ella tenía 8 años. Era un personaje agresivo, que además le tenía a ella especial antipatía, que vivió en su hogar sólo algunas temporadas. Recuerda haberla escuchado decir sobre ella siempre cosas negativas, y aconsejar a sus padres que debían pegarle para “meterla en cintura”, etc. Recuerda también escenas de enfrentamiento entre su madre y su abuela, en las que la madre se iba llorando. Y ella, cuando estaba con la abuela, intentaba en todo momento portarse bien para ganarse su aprobación y reconocimiento, lo que nunca consiguió. Recuerda que su abuela murió tenido ella 8 años, y que ella no lo sintió, se daba cuenta de que no lo sentía ni lloraba y que eso no era lo apropiado. En este momento del relato, la paciente llora.
 
Nosotros podemos preguntarnos si realmente su relación con su abuela es la causa de su exigencia tiránica para consigo misma, si su sentimiento de culpa influyó en su posterior identificación con la abuela, o si ya en esta época lo vivió así porque estaba presente con anterioridad la abrumadora autoexigencia. No sabemos si la relación con la abuela ha sido una entre otras causas, ni si de ser así es la fundamental. Puede que no. Puede que esa forma de tratar consigo misma sea un conocimiento procedimental aprendido en la relación con sus padres no mediada por palabras y no consciente (Clyman, 1991). Sin embargo, se haya producido el recuerdo antes o después de su creencia de que ella no es suficientemente buena ni eficaz y su autoexigencia implacable, el recuerdo nos sirve. Primero, porque nos proporciona una metáfora útil de cómo ella se trata así misma, una metáfora creada por ella misma. Segundo, porque despierta la sensibilidad emocional de la paciente con lo cual la dispone para un nuevo aprendizaje significativo en la relación terapéutica (Bleichmar, 2001).
 
Esto muestra que nosotros no trabajamos nunca con sistemas de memoria simples, separados unos de otros, porque esto no existe. Nos enfrentamos con formaciones complejas en las que están implicados múltiples sistemas relacionados, y a partir de aquí sólo podemos hacer dos cosas: por un lado ver qué es lo eficaz para el cambio terapéutico y, por otro, elaborar hipótesis sobre las causas de por qué lo es.
 
 
La memoria no declarativa
 
La memoria no declarativa tampoco es unitaria. Pese a que el descubrimiento de la memoria procedimental ha supuesto para el psicoanálisis algo rompedor, no deberíamos reducir a algo unitario y homogéneo lo que en realidad es heterogéneo y múltiple. Repasaremos los sistemas diferentes hoy reconocidos en psicología cognitiva:
 
La Memoria Procedimental. Esta memoria no es representacional, no es cognitiva (Ruiz Vargas, 1991). Nos la representamos bien a través del modelo conexionista antes descrito. Lo que se almacena es la facilidad para que se produzca un determinado circuito de activación una vez que éste se ha empezado a poner en marcha debido a algún estímulo inicial.
 
La memoria procedimental en principio se describe en psicología cognitiva como memoria de acción, saber cómo y no saber qué, da lugar a tareas como montar en bicicleta, escribir a máquina, etc. O sea, en principio está descrita para referirse a habilidades o tareas psicomotrices. Su descubrimiento se realizó cuando se vio que los pacientes amnésicos podían aprender tareas como escribir al revés, etc. con la misma facilidad que una persona sana, pero sin recordar nunca los episodios en los que habían aprendido. De ahí su nombre, como “procedimiento”.
 
Ahora bien, desde el psicoanálisis hemos ampliado esta concepción para describir toda una serie de procesos que no son ya habilidades psicomotrices, sino habilidades en la relación con los otros (Stern y otros, 1998, Davis, 2001) y habilidades en relación con uno mismo (Clyman, 1991).
 
Esto significa que el concepto abarca más cosas. Evidentemente sigue explicándose bien desde el modelo conexionista. Lo que tiene en común con el concepto original es que no media contenido representacional –no hay imágenes mentales o contenido ideativo-, y que sigue siendo una memoria para la reacción, no para la acción, en cuanto que la acción puede ser planificada o intencional. Pero desde el enfoque más amplio que le damos a la memoria procedimental, entran en juego distintas situaciones. Un estímulo, sea externo o interno, nos lleva a hacer cómputos mentales mental en una determinada forma o, en otras palabras, activa determinadas redes. De manera que lo que se almacena en el psiquismo es un modo de procesar las representaciones, de manera que una lleve directamente a otra, o una representación lleve a una acción, o una acción lleve a otra, o un estado emocional lleve a una acción, o bien a otro estado emocional. Es una memoria del proceso específico que se pone en marcha. Veamos las distintas posibilidades:
 
1)               Una representación y/o una emoción puede hacer que pasemos a la acción. Como cuando escribimos a máquina, y la representación mental de las letras hace que se muevan los dedos automáticamente, sin que nos representemos dónde vamos a ponerlos. Esto podemos traducirlo al área de las relaciones interpersonales, y vemos toda la serie de habilidades con que contamos al tratar con los otros de las que no somos conscientes, el conocimiento implícito procedimental desarrollado desde la primera relación madre-bebé (Stern, 1985, 1995).
2)               Una emoción puede hacer que se despierte un deseo y la acción que lo implementa. Sería el pasaje al acto descrito en psicoanálisis, el acto compulsivo como comer, comprar o jugar, ante un estado emocional de frustración, como expresión de la defensa compensatoria.
3)               El estímulo puede ser una emoción que automáticamente provoque otra emoción: la tristeza en determinadas personas provoca ira, de manera que lo que se presta a la toma de conciencia es directamente la agresividad; tan rápido ha sido el movimiento psíquico que el sujeto no se ha percatado de lo anterior.
4)               Una representación puede acabar en otra representación. De modo que mi representación de mí como incapaz, o como agresivo, al momento pasa a ser convertida en la representación del otro como incapaz o como agresivo. Es lo que ocurre en la proyección.
5)               Un estado emocional puede desencadenar toda una serie de representaciones. Como pasa en pacientes en los que una vez vivido un estado de temor, o de frustración, o de pena, reaccionan imaginando todo un mundo ideativo de interpretaciones de ese mismo estado emocional que acaba reforzando su estado y les lleva a sentirse cada vez peor.
 
De lo que hemos visto aquí se concluye que los mecanismos de defensa en general son modos de procesamiento que quedarían almacenados en la memoria bajo la forma que queda reflejada en los modelos conexionistas. Los podemos incluir en las habilidades procedimentales –en un sentido amplio del término-, pero esta vez guiadas por la motivación de evitación del displacer. No están representadas cognitivamente, no hay contenido representacional del proceso en sí mismo, sino sólo reacciones no mediadas a emociones de las que puede no haberse tenido conciencia tampoco. Son procesos que se adaptan bien a la descripción conexionista de la mente.
 
Pero además está la cuestión de si este modo de procesar es siempre un mecanismo defensivo, es decir, guiado por la motivación a evitar el displacer aunque acabe siendo maladaptativo, osi pueden ser simplemente modos de procesamiento aprendidos a lo largo de la historia del sujeto, posiblemente por identificación, que se ponen en funcionamiento por su propio automatismo. Al ser el procesamiento de tipo conexionista una capacidad general de la mente, es evidente que la segunda posición tiene gran posibilidad de ser la correcta. Con lo cual en cada caso concreto será diferente la respuesta a la pregunta de si lo que ocurre es una defensa o sólo un modo de funcionar automatizado.
 
Otros fenómenos psicoanalíticos pueden ser vistos como almacenados procedimentalmente, como la compulsión a la repetición. Este fenómeno ha sido muy bien descrito por Clyman (1991) como la búsqueda de submetas maladaptativas para alcanzar objetivos últimos adaptativos. Un sujeto puede buscar una y otra vez sus calcetines en un cajón donde los ha guardado durante años antes de darse cuenta de que ya los ha cambiado de sitio. El objetivo último de buscar los calcetines es adaptativo, lo que no lo es buscar en ese cajón, del mismo modo que el objetivo último y adaptativo de una persona puede ser restaurar su narcisismo herido, aunque su camino sea el equivocado, por ejemplo uniéndose a sujetos que comparten con su padre el rasgo de ser desvalorizadores. Aquí lo novedoso para el psicoanálisis es que este funcionamiento deja de ser visto como guiado motivacionalmente, no se cataloga ya como resistencia ni como pulsión de muerte, sino como vestigio de memoria automática, procedimental.
 
Clyman (1999) ve también que funciones psíquicas como la constancia de objeto y del self en ausencia del otro significativo pueden ser explicadas por la memoria procedimental. Plantea que son habilidades procedimentales las que nos hacen capaces de tratar con determinados sentimientos, como la soledad o el desvalimiento, con una actitud interna de autocuidado, tal como mil veces hicieron los padres en la infancia, de modo que estas funciones yoicas no serían producto de que se haya creado una representación propiamente dicha, es decir, ideativa, de los padres. Sin embargo, aquí podríamos encontrarnos con fenómenos en los que están implicadas más de un tipo de memoria.
 
La memoria emocional o asociativa. Otro tipo de memoria no declarativa es la memoria asociativa o emocional, con la que LeDoux (1996) ha trabajado mostrando las bases neurológicas que sustentan la reacción emocional de miedo. Esta memoria es diferente de la anterior, aunque evidentemente actúa en paralelo conectada a todos los demás sistemas, pero lo importante es que es susceptible de ir por separado.
 
Una primera cuestión importante sobre la memoria emocional o asociativa, resaltada Davis (2001), es que está basada en el aprendizaje asociativo clásico. Como señala este autor, el condicionamiento clásico no se limita a simples respuestas reflejas y pasivas de bajo nivel, como la respuesta salivar, sino que tiene un papel importante en las expectativas del individuo sobre las consecuencias probables de sus acciones instrumentales. Pero hay otros condicionamientos asociativos de interés, como el llamado “condicionamiento evaluativo” (Huertas, 1992, citado por Froufe, 1997), en el que se asocia el valor afectivo de un estímulo con otro que en principio es neutro. Este aprendizaje se produce sin conciencia y es especialmente resistente a la extinción, y es distinto al sistema de aprendizaje de expectativas. Si este último aporta información sobre las contingencias del medio, el primero se manifiesta en el sistema de preferencias que el sujeto va desarrollando. Este tipo de aprendizaje de reacciones afectivas produce respuestas básicas e inmediatas que no necesitan mediación cognitiva consciente “Las preferencias no necesitan inferencias” (Zajonc, 1980, citado por Froufe, 1997). Con esto tenemos que el particular desarrollo de los sistemas motivacionales de un sujeto está también desarrollado por condicionamiento clásico.
 
LeDoux (1996) ha aportado la explicación neurológica de cómo se produce el aprendizaje emocional a través del condicionamiento asociativo, concretamente en cuanto a la emoción de miedo. Ha mostrado que la asociación emocional puede deslindarse del recuerdo declarativo del evento, ya que no son la misma cosa, y ya que no es lo segundo lo que provoca lo primero. El procesamiento del aspecto emocional de un evento sigue una vía neurológica diferente del procesamiento ideativo, una vía que es más rápida. Con este descubrimiento, el obstáculo lógico que se oponía a la concepción de la represión -¿cómo puede uno defenderse de algo que no ha percibido?- ya está superado: la percepción emocional es previa a la ideativa, y no implica toma de conciencia, de modo que puede ponerse en marcha mecanismos defensivos para evitar esa emoción antes de tener conciencia de la misma.
 
El hecho de que los dos tipos de procesamiento de un evento, emocional y declarativo, sean distintos, también lleva a la consideración (Bleichmar, 1999) de que la representación declarativa puede no ya haberse reprimido, sino no existir. Nos encontraríamos aquí con los casos clínicos en que lo que se necesita es aportar esa simbolización. Por tanto, terreno no ya de la represión sino de la falta de inscripción simbólica de eventos que, sin embargo, están inscritos en su aspecto meramente emocional por la vía de la amígdala cerebral.
 
Por el trabajo de LeDoux sabemos, además, que la base de la terapia analítica clásica -hacer consciente lo inconsciente- tiene un valor terapéutico hoy demostrado neurológicamente. Hoy día esta fórmula tiene dos sentidos: recuperación de representaciones reprimidas por un lado y aportaciones de representaciones simbólicas para que haya constancia en la conciencia donde antes sólo había significado afectivo. Hacer consciente lo inconsciente significa neurológicamente, según LeDoux, reforzar las vías sinápticas entre la corteza y el núcleo amigdalino, de manera que el conocimiento sobre nosotros mismos, sobre lo que nos afecta y sobre nuestras reacciones, abra la posibilidad de regular los procesos emocionales y así su desencadenamiento, los cuales si bien no se eliminan por completo, sí se reducen en intensidad y duración
 
Pero, por otro lado, la constatación de que aunque el mecanismo de memoria explícita es olvidadizo, el de memoria emocional es todo lo contrario, es decir, la constatación de la huella indeleble que se deja en el núcleo amigdalino muestra también los límites de esta técnica. Explica la larga duración necesaria de la terapia, y pone límite a los éxitos esperados: si algo queda grabado emocionalmente en la amígdala cerebral podemos regular el desencadenamiento de la emoción mediante el control por parte del córtex, pero quizá nunca podamos eliminar del todo la primera respuesta automática, puesto que ese recuerdo es imborrable.
 
Por su parte, Damasio (1994, 1999) ha mostrado la implicación que tiene la vida emocional y motivacional en el surgimiento de la conciencia. El autor plantea la hipótesis del “marcador somático” por el cual, cuando hemos de tomar una decisión experimentamos un sentimiento a la vez que la representación de la probable solución que pensemos. Los marcadores somáticos se generan a través de aprendizaje asociativo, conectando emociones y sentimientos a resultados futuros predecibles. Este sentimiento “marca” la imagen representada con una tonalidad de la emoción correspondiente, y lo llama somático porque el sentimiento se produce en el cuerpo, es la reacción de éste lo que marca a la representación. El marcador fuerza la atención sobre el resultado negativo al que puede conducir una acción determinada y funciona como una señal de alarma automática que dice: presta atención al peligro que se avecina si eliges la opción que conduce a ese resultado. La señal automática, que no ha de ser consciente, nos protege de pérdidas futuras sin más discusión, y nos permite elegir a partir de un número menor de alternativas.
 
El marcador somático presenta un paralelismo con la angustia señal freudiana. Freud propuso en “Inhibición síntoma y angustia” (1926) que el desencadenamiento de la angustia no está subordinado a factores económicos sino que la señal de angustia puede funcionar como un “símbolo mnésico o “símbolo afectivo” de una situación que todavía no está presente y que se trata de evitar. La diferencia entre el marcador somático y la angustia-señal es que el concepto de Damasio es aplicable no sólo al afecto negativo sino que genera una tonalidad afectiva que marca una representación evocada, con afectos de cualquier índole. Los marcadores somáticos son “como un sistema de calificación automática de predicciones que actúa, lo queramos o no, para evaluar los supuestos extremadamente diversos del futuro anticipado ante nosotros” (Damasio, 1994, p. 166). Damasio explica con este supuesto muchos fenómenos, como la elección de acciones cuyas consecuencias inmediatas son negativas pero que generan resultados futuros positivos: la fuerza de voluntad o el comportamiento altruista. También la hipótesis del marcador somático explica la intuición, y está en la base de las habilidades para las relaciones interpersonales hoy englobadas en psicología evolutiva como Teoría de la Mente. La represión puede explicarse también bajo este concepto, ya que sería una reacción automática producida por la angustia señal, el tipo de marcador somático, sólo que lo que se evita no es el mundo externo, sino el interno.
 
Por otra parte, los trabajos de Damasio con sujetos que tienen dañado el lóbulo prefrontal muestran que estos pacientes evocan el conocimiento relacionado con contenidos de imágenes que se les muestra pero no dan se da en ellos respuesta emocional -medida por la conductancia de la piel, es decir, no funciona su marcador somático cuando evocan. Esto les conduce a un extraño síndrome, ya que aparentemente muestran normalidad, pero cuando se les trata o se sabe más sobre sus vidas se ve que no funcionan bien, ya que han perdido algo significativo y necesario para tomar decisiones, lo que hacen que acaben fracasando personal y profesionalmente. Como dice Damasio, saber no significa necesariamente sentir.
 
Cuando nos encontramos con una función y con su deterioro orgánico, podemos imaginar la posibilidad de que exista una alteración meramente funcional. El marcador somático podría presentar en este caso un daño funcional, no orgánico, como parece ocurrir en los casos de disociación, en los que separamos una serie de representaciones de la parte emocional correspondiente.
 
La hipótesis del marcador somático, el dispositivo especializado que puede generar un conocimiento afectivo instantáneo de las situaciones evocadas, que posibilita para tomar decisiones para el futuro sin conocimiento consciente de todas las posibilidades y consecuencias, explica el conocimiento intuitivo con el que nos movemos en el complejo juego de las relaciones interpersonales, y como tal, explica la transferencia, y también explica las habilidades del terapeuta, al actuar en la sesión guiados no por un balance racional de la información que tenemos para ver como intervenir, sino basándonos en la intuición y la empatía o conocimiento afectivo que nos hace predecir lo que puede ser bueno o malo para el paciente en ese momento. Esto no significa que no llevemos una línea coherente, que muchas intervenciones no sean premeditadas tras estudiar el caso, o incluso que para el caso de las intervenciones intuitivas, después debamos analizarlas y cuestionarlas. Pero es un hecho que gran parte del trabajo del terapeuta es similar a una habilidad artística, más que a un trabajo racional.
 
El Sistema de Representación Perceptual (SRP). Este sistema de memoria se muestra experimentalmente a través del llamado “efecto priming” (priming: imprimación, preparación previa), que consiste en la presentación de una palabra enmascarada que ejerce algún efecto sobre el procesamiento ulterior de otro material presentado a continuación (priming directo, que se usa como estrategia experimental para investigar la percepción inconsciente) o sobre el procesamiento posterior del mismo material (priming indirecto, que se usa para investigar la memoria implícita).
 
Tulving y Schacter (1999, citado por Ruiz Vargas, 1994, p. 158) propusieron la existencia de un Sistema de Representación Perceptual, cuya función es representar la información de modalidad específica (visual, auditiva, etc.) sobre la forma y la estructura de las palabras y objetos, pero no sobre el significado. Hay evidencia clínica que proviene de estudios de pacientes disléxicos y agnósicos que muestran un acceso relativamente intacto al conocimiento perceptual-estructural de las palabras, pero está alterado gravemente el acceso al conocimiento semántico de las mismas. Por otra parte, en las neuroimágenes se evidencia la existencia de sistemas cerebrales separados para la información de la forma de las palabras y la información semántica de éstas. Se ha identificado un sistema para la forma visual de las palabras que representa la información ortográfica de estas, un sistema para la descripción estructural, que computa las relaciones entre partes de objetos, y un sistema de la forma auditiva de las palabras, que computa información fonológica-acústica. El SRP es un sistema de memoria que funciona independientemente de la memoria procedimental, semántica y episódica y su función es mejorar la identificación de los objetos perceptuales, incluyendo las palabras. Utilizamos diferentes sistemas para retener la información de la forma de las palabras oídas, la forma escrita, y el significado, y estos sistemas en determinadas patologías se encuentra desconectado. La función del SRP es codificar, retener y recuperar la forma y estructura de los estímulos de diferentes modalidades. Las representaciones de este sistema son resistentes al desvanecimiento por el paso del tiempo, inmune a los efectos de drogas y lesiones que deterioran otros sistemas de memoria. Se desarrolla en fases muy tempranas de la vida y se mantiene casi intacto durante la vejez. Sus operaciones se pueden disociar de los efectos de la memoria explícita, por lo que la influencia de sus contenidos no depende de que se recupere conscientemente el episodio que la provoca (Froufe, 1997).
 
Los efectos priming tienen en común con la memoria procedimental que facilitan las habilidades de percepción sin que ello implique recuerdo consciente, y tiene en común con las memorias semántica y episódica que es una memoria cognitiva, ideativa; y además, como la memoria episódica, tiene que ver con un evento puntual (Froufe, op. cit.)
Pues bien, también hemos descrito este tipo de memoria en el psicoanálisis. Se relaciona con el tipo de representaciones que describimos como huellas concretas,representaciones no verbales. Son representaciones, pero no simbólicas, porque no hacen referencia a ningún significado. Son los trazos inconscientes que operan según el proceso primario, descritos en el análisis de los sueños, cuando una palabra o un objeto tiene una función en el sueño sólo por su estructura o forma, no por el contenido.
 
Memoria de Patrones. Esta memoria resulta de asimilar las regularidades y organizaciones estructuradas de los efectos del medio. Por ejemplo, la adquisición de cadenas secuenciales en un material, habilidades que muestran los niños de 4 y 5 años, que a nivel consciente no comprenden conceptos complejos como relaciones condicionales o transitividad pero, implícitamente, adquieren algoritmos que implican relaciones condicionales entre las variables.
 
Estas habilidades, presentes no sólo en los humanos sino en animales como las ratas pueden realizarse por los modelos conexionistas. Esta memoria explica el aprendizaje del lenguaje, que se produce de manera implícita: aplicamos reglas que no conocemos y antes de ser capaces de verbalizarlas. Rever (1967, citado por Froufe, 1997, p. 272) ideó un sistema de gramática artificial para experimentar con el aprendizaje de las reglas subyacentes. Primero les pide a los sujetos que memoricen cadenas de letras que tienen estas reglas subyacentes, aunque ellos no lo saben. Luego se les dice que las series de letras se habían generado mediante un sistema de reglas, pero no se les especifica cuáles. Se les pasan pruebas de aplicación, por un lado, pidiéndoles que decidan si nuevas series de letras son gramaticales o no. Y después pruebas de conocimiento explícito de las reglas de esa gramática, pidiéndoles que informen sobre las reglas de esa gramática.
 
Los resultados fueron que la capacidad discriminativa era notablemente superior a la capacidad para informar de las reglas. Los autores opinan que los contenidos mentales implícitamente adquiridos son siempre más ricos y sofisticados que lo que puede ser expresado. Es más, cuando se les advierte a los sujetos en la fase de adquisición de que las series tienen reglas estructurales, su rendimiento es más pobre. La eficacia está escasamente relacionada con la inteligencia y otros factores que sí tienen alto grado de correlación con el aprendizaje explícito.
 
Reber concluyó (op.cit., p. 274) que existe un “sistema no consciente de abstracción” que nos permite inferir las reglas estructurales de las situaciones complejas, que usamos para aprender no sólo el lenguaje, sino también las reglas sociales. O sea, Rever explicó este aprendizaje como representación abstracta representada en la memoria. Pero esta explicación no es compartida por otros psicólogos cognitivos, como el mismo Froufe. El hecho es que los pacientes amnésicos mantienen intacta la capacidad para aprender implícitamente las gramáticas, aunque no son capaces de decidir la gramaticalidad de las oraciones cuando tienen que recordar los estímulos de las situaciones de aprendizaje. Ahora bien, esto puede explicarse a través del modelo conexionista, en cuyo caso, consideraríamos que las reglas abstractas las ponemos después al describir el proceso desde la conciencia pero no es lo que está en la base del aprendizaje de estas regularidades, que es automático e inconsciente.
 
Esta discusión dentro de la psicología cognitiva tiene su equivalencia en la discusión mantenida en psicoanálisis sobre hasta qué punto la interpretación es creadora de significado, ya que efectivamente, entonces podría pensarse que se atribuye motivación, sentido e incluso intención a lo que son meros automatismos (Spence, 1982). En cualquier caso, este tipo de aprendizaje muestra el alcance del psiquismo inconsciente para asimilar reglas complejas presentes en el entorno, que pueden ser tanto lingüísticas o pueden referirse a estructuras complejas como son las reglas sociales.
 
Resumiendo, vemos que lo que estamos llamando en psicoanálisis memoria procedimental, (Clyman, 1991) siguiendo la primera terminología de Squire (1986, 1987, citado por Ruiz Vargas, 1991), o memoria de habilidades y hábitos (Davis 2001) engloba a un conjunto de sistemas de memoria no declarativos: procedimental, asociativo y de patrones, seguramente implicados conjuntamente en los fenómenos que describimos, y que parecen en conjunto ser bien representados en los modelos cognitivos conexionistas.
 
 
IMPLICACIONES PARA LA TEORÍA PSICOANALÍTICA
 
La historia ha dado la razón a Freud al ir descubriendo que la vida inconsciente es poderosa, causante de estados afectivos, acciones y pensamientos conscientes, que se origina en la niñez bajo la influencia de eventos, sobre todo de carácter interpersonal, que nos marcan para toda la vida. Pero además, su descripción del tipo de procesamiento propio del psiquismo inconsciente, en una época en que no contaba con los conocimientos actuales, fue extraordinariamente precisa y está siendo hoy día corroborada. De modo que lo primero a concluir es que, tal como ha resaltado Westen (1999), las tesis freudianas no están muertas sino todo lo contrario.
 
Pero también es evidente que hay cuestiones que deben ser vistas de otro modo. En primer lugar algo que también Westen señaló: el funcionamiento del proceso primario no describe un inconsciente dinámico, no se procesa de este modo porque haya resistencia, ni defensa alguna, sino que es en sí un modo de procesar de una amplísima parte de nuestra mente, en la que la conciencia, siguiendo la metáfora de Freud sólo es la punta del iceberg. Lo inconsciente es previo a toda represión y abarca un campo de fenómenos más amplio.
 
Ahora bien, la cuestión es qué ocurre cuando introducimos las emociones y la motivación, que son el campo del psicoanálisis.
Empecemos por el caso de la represión. Clyman (1991) propuso que lo que ocurre en la represión es que la parte declarativa de la representación permanece inconsciente, pero la parte procedimental sigue viva, entendiendo este autor dentro de la parte procedimental tanto el procesamiento de los afectos como de las reacciones de conducta. Por otro lado, Davis (2001) hace otra propuesta que nos parece más clara; sostiene que en primer lugar, por condicionamiento clásico, una idea adquiere su valor afectivo negativo al ser asociada con respuestas emocionales fuertes. En segundo lugar, ocurre la represión cuando la idea o fantasía en sí misma, al tener un valor negativo, es evitada, y la evitación consiste en mantenerla fuera de la conciencia, con lo cual pasaría a procesarse de otra forma. Tenemos entonces que procesos no declarativos son aplicados a contenidos declarativos (Davis, 2001). Repetimos: una representación se vuelve dolorosa por condicionamiento clásico emocional, y luego se evita, con lo cual es procesada por el tipo de procesamiento conexionista que se ha aprendido a ejecutar.
Como hemos ido viendo, los mecanismos de defensa, en general son procesos de tipo conexionista, producciones de la memoria procedimental en este caso guiadas por la motivación de evitar el displacer. Aunque están guiados por la motivación, lo que los hace inconscientes no es que busquen evitar el displacer, sino el hecho de que son modos de procesamiento, no representaciones en sí (Bleichmar, 1997). Los mecanismos de defensa en general son fenómenos grabados en la memoria procedimental que se desencadenan ante conatos de displacer específicos.
 
La resistencia, así como la compulsión a la repetición, no siempre son desencadenadas por la motivación, sino muestras del automatismo de la memoria procedimental. Como señala Clyman, son procedimientos automáticos dirigidos a submetas maladaptativas para alcanzar objetivos si adaptativos.
 
Funciones del yo como la constancia de objeto de Malher es vista por Clyman como recuerdo procedimental de regulación emocional. Sin embargo, tendríamos que estar alertas al pensamiento simplificador que nos hace pensar que hay un solo sistema de memoria implicado en una función determinada, ya que la realidad deber ser la contraria. Davis (2001) señala la advertencia de Schater y Tulving sobre tener precaución al trabajar con el planteamiento de los distintos sistemas de memoria, ya que lo más probable es que haya más de un sistema contribuyendo al desarrollo de una habilidad particular. Tanto en la transferencia, como en las funciones del yo no sólo están implicada las memorias no declarativas sino que también está todo el sistema de creencias sosteniéndolas.
 
 
Algunas implicaciones técnicas
 
A partir de Clyman (1991) se considera que hay dos tipos de cambio en el psicoanálisis: uno mediado por el insight y el conocimiento declarativo, y otro no mediado por éstos, a través directamente de la experiencia afectiva correctiva producida por la genuina relación con el analista en la que éste no responde con el rol que en la transferencia se le asigna y da por tanto al paciente la oportunidad de grabar otras experiencias directamente en su memoria procedimental.
 
Pero Westen (1999) por su parte ha resaltado el hecho de que pensar el inconsciente como memoria procedimental debe dar lugar a la introducción deliberada en la técnica de intervenciones en las que se produzca nuevas asociaciones. Él pone el ejemplo de instar a un paciente a hablar de sus éxitos para así condicionar estas ideas con otra experiencia emocional opuesta a la aprendida anteriormente, que consistía en sentirse amenazado con la desvalorización y el rechazo. Se trata de facilitar nuevas asociaciones afectivas desde la relación terapéutica.
 
Un tema que podemos plantearnos es qué vigencia tiene la asociación libre como técnica. Y la respuesta es que precisamente mediante ella se descubren los nexos asociativos propios de la memoria procedimental, conexionista. Por otra parte, tanto LeDoux (1996), como las investigaciones de laboratorio de la psicología cognitiva (Froufe, 1997), han mostrado las bases neurológicas de la función terapéutica de hacer consciente lo inconsciente, así como la aportación de símbolos donde no los hay. De modo que aquí rompemos una lanza a favor de la vigencia de la técnica clásica puesto que en estos momentos ha caído en cierto descrédito por la insistencia en que el cambio se produce por vía directa a través de la nueva experiencia que modifica las estructuras procedimentales (Fonagy, 1999).
 
Sobre la cuestión de hasta qué punto es necesario el recuerdo del episodio para producir la cura, hemos señalado que el recuerdo de episodios concretos no se ve ya como recuperación de recuerdos reprimidos de la niñez que provoca directamente, al hacerse conscientes, la superación de síntomas (Strenger, 1999). Sin embargo, la memoria episódica consiste precisamente en traer a la conciencia recuerdos cargados de afecto, y sabemos que es en estas situaciones (Bleichmar, 2001) cuando el psiquismo es más susceptible de experimentar un nuevo aprendizaje emocional, precisamente porque en el momento de recordar la antigua memoria se reestructura y se abre a la posibilidad de ser transformada por nuevas experiencias. De manera que más que ver como una oposición entre el cambio terapéutico a través del recuerdo y a través de la experiencia directa de la relación terapéutica, los consideramos fenómenos que ocurren al mismo tiempo: en el recuerdo se revive de nuevo la experiencia pero de otro modo por la aportación en el marco clínico.
 
Por otra parte también es parte de la técnica el análisis de la memoria semántica del sujeto, sus creencias matrices –declarativas- sobre el mundo y sobre él mismo. Este conocimiento ha podido surgir en gran parte de la memoria no declarativa, pero una vez desarrollada una visión de las cosas, un sistema de creencias, éste tiene poder causal en el psiquismo, por lo cual ocupa un lugar importante en el trabajo terapéutico.
 
 
CONCLUSIONES
 
El pensamiento freudiano permanece vivo y listo para entrar en diálogo con los últimos planteamientos de la psicología. La continua comparación entre los resultados de las investigaciones sobre la memoria y los procesos mentales entre la psicología cognitiva y el psicoanálisis está resultando de lo más fructífera, y nos da la oportunidad de actualizar los términos y los conceptos freudianos, pero también de volver a pensar en nuestro modelo.
 
De lo que aquí hemos visto se concluyen dos grandes temas a revisar en la teoría psicoanalítica. El primero de ellos se refiere a la tendencia reduccionista a explicar por la motivación todo movimiento psíquico. El psicoanálisis se ha caracterizado siempre por su funcionalismo, entendiendo éste como la tendencia a explicar absolutamente todo lo psíquico sobre la base de la motivación subyacente. Este modelo aportado por Freud es extraordinariamente productivo, pero no puede usarse sin límites. Precisamente fue el abuso de la explicación funcionalista lo que llevó a concebir la pulsión de muerte. Había que explicar los fenómenos que estaban más allá del principio del placer, fenómenos como las pesadillas o la compulsión a la repetición, y la respuesta consistió en buscar una motivación que estuviera más allá de la motivación, lo que lleva a un callejón sin salida. (Bleichmar, 1986). Hoy vemos que hay toda una parcela de funcionamiento psíquico que funciona por el propio automatismo de la memoria, y no está causada por motivación alguna.
 
Sin embargo, señalaremos aquí hay una motivación implícita: cuando se apoya desmesuradamente una propuesta, sospechamos que ésta tiene un valor psíquico, supone una defensa frente a ansiedades de alguna clase. La insistencia en la explicación motivacional viene a liberarnos del camino bloqueado, de la impotencia que sentimos cuando no se produce el cambio que esperamos en los pacientes: es mucho más fácil pensar que una parte del paciente no quiere cambiar que aceptar las dificultades y límites de nuestra técnica.
 
El segundo tema se refiere a la necesidad de atribuir a los procesos inconscientes el nivel psicológico que les corresponde. El psicoanálisis se ha caracterizado por el estudio de lo inconsciente, pero el inconsciente más desarrollado en la obra de Freud y más valorado después en la historia del psicoanálisis durante el pasado siglo, era un inconsciente que tenía muchas de las características de la conciencia. Como resaltó en su crítica Voloshinov (1927), los mismos supuestos que la psicología de la introspección atribuía a la mente consciente –deseos, emociones, cogniciones- fueron ampliados al terreno de lo inconsciente.
 
En su trabajo de 1970, Lorenzer destacaba la importancia del paso que se produjo en la teoría freudiana sobre el símbolo desde la concepción en los primeros escritos sobre la histeria (Freud, 1895). Desde entonces se manejaban dos conceptos: 1) Por un lado, hablaba de símbolo mnémico para referirse a algo que en realidad no era simbólico, porque no había contenido representado, sino una mera relación de contingencia entre una vivencia y una circunstancia colateral. Se producía una asociación que llevaba posteriormente a que este estímulo colateral se convirtiera en representante, sustituto, de la vivencia. Lo esencial era la asociación por simultaneidad. 2) Pero paralelamente a esta concepción se iba desarrollando otra que llegó a ser la más fuerte; en ésta hay una auténtica relación simbólica entre la ocasión y el fenómeno patológico, en la que el símbolo manifiesto encubre un significado que se expresa simbólicamente, es la concepción que está en la base de los síntomas conversivos propiamente dichos. Lorenzer señalaba que el movimiento acabó por imponerse y si el primer concepto pertenecía a una psicología que se situaba dentro de las ciencias naturales, el nuevo concepto se encuentra dentro de las ciencias sociales.
 
Actualmente encontramos que gran parte de la función simbólica de que dotábamos al psiquismo inconsciente no existe en éste, gran parte de las fantasías, intenciones y deseos son una proyección nuestra, un producto de nuestra explicación que atribuíamos a la mente del paciente, como nos hace ver ahora la conceptualización bajo el modelo conexionista, y las memorias no declarativas. Sin embargo, sigue habiendo mente declarativa, creencias no conscientes, que influyen en el psiquismo, aunque aun no sepamos muy bien cómo explicar la conjunción entre ambos tipos de procesos.
 
Hablando de la historia de la psicología cognitiva, Rivière (1991) señaló que el modelo conexionista supone una vuelta a la visión asociacionista ligada a la contingencia, propia de la época conductista, para explicar la mente. Nosotros tenemos que reconocer que esto es lo que estamos haciendo también en psicoanálisis cuando fenómenos a los que antes atribuíamos mayor nivel de simbolización nos los explicamos ahora por memoria procedimental, no simbólica, y por aprendizaje asociativo. El Freud asociacionista, al fin y al cabo, es el que se está recuperando tras haber sido desvalorizado desde dentro del psicoanálisis durante el pasado siglo.
En resumen, menos motivación y menos simbolización en el inconsciente de la que creíamos. ¿Significa esto que tenemos que abandonar lo que hasta ahora ha sido lo más característico del tipo de explicaciones causales que hace el psicoanálisis? No lo creemos así, ya que es un modelo extraordinariamente fructífero. Simplemente necesitamos ser conscientes de los límites que tiene. La cuestión está en mantener un equilibrio entre, por un lado, lo que la evidencia nos hace ver en nuestro trabajo clínico, no perdiendo nunca el contacto con lo que sentimos que ocurre y, por otro lado, la rigurosidad a la hora de intentar convertir nuestras propuestas en algo explicable racionalmente y externamente coherente (Strenger, 1991).
 
 
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[1] Si bien la palabra conexionismo pudiera evocar en la mente a la de asociacionismo, en realidad se trata de dos concepciones totalmente diferentes del psiquismo. La teoría asociacionista, surgida en el siglo pasado, describía cómo ciertas representaciones discretas –individuales- se relacionaban con otras por cierto tipo de relación –semejanza, contigüidad témporo/espacial, etc.
 

 

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