aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 012 2002 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

De la psicología del yo al psicoanálisis del año 2000. La trayectoria de una analista

Autor: Hutson, Peggy B.

Palabras clave

Autoestima, contratransferencia, Psicologia del yo, vergüenza.


“From ego psychology to psychoanalysis in the year 2000: One analyst’s journey” fue publicado originariamente en Psychoanalytic Inquiry, vol. 22, No. 1, p. 106-123. Copyright 2002 de Analytic Press, Inc. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc.

Traducción: Ariel Perea Jerez
Revisión: Marta González Baz

Cuestionados por los hallazgos clínicos y por la necesidad, los psicoanalistas realizan un viaje profesional a lo largo de toda su vida explorando, descartando, añadiendo e integrando a partir de diversos paradigmas teóricos y técnicos. Este artículo describe brevemente el viaje de una analista desde la psicología del yo de comienzos de los 70 hasta el año 2000. Se pone el énfasis en conservar principios valiosos de los inicios y agregar nuevos conceptos teóricos y técnicos. Como ejemplo, se señalan conflictos referidos a problemas del self y de ideal del yo, traídos a la luz mediante el trabajo con pacientes con dificultades significativas de autoestima, vergüenza y envidia. Estos conflictos se encuentran en casos como los de anorexia, distorsión de la imagen corporal, problemas de identidad de género y de mensaje negativo de género, y en casos con ambientes denigrantes tempranos. Se señalan las dinámicas de la vergüenza. Las formas que adoptan los problemas que implican vergüenza son generalmente formaciones de compromiso impulsadas por señales de vergüenza. Se presenta un caso para describir el uso de la teoría moderna del conflicto en el análisis de estos problemas.

Freud nos legó una visión del psicoanálisis como una teoría siempre en desarrollo con espacio disponible para la expansión. El enfoque actual del psicoanálisis es mucho más complejo y multifacético que en épocas anteriores, evolucionado a partir del estudio e integración de perspectivas psicológicas de varios paradigmas teóricos y técnicos. Los movimientos sociales hicieron sus contribuciones, al igual que los hallazgos neurológicos y biológicos. Con estos cambios se ha operado una ampliación del rango de utilización de este método de comprensión y tratamiento. La vitalidad del psicoanálisis debe ser encontrada en su habilidad para madurar con el nuevo conocimiento. Los nuevos y vehementes paradigmas teóricos y técnicos son trabajos en progreso, que en unas ocasiones se integran y en otras permanecen separados.

Este artículo describe una visión del camino desde la psicología del yo hasta el psicoanálisis actual tal como ha sido recorrido por una analista. Mi perspectiva, al igual que la de cualquier analista, está muy individualizada. Es una combinación de posturas teóricas, técnicas y perceptuales encontradas a lo largo de los años, desde múltiples fuentes. Ningún analista supervisor, analista didáctico, profesor universitario, escritor o miembro de algún grupo de estudio donde yo haya estado encontrará en mi perspectiva una exacta semejanza con la suya. Pero todos verán que han contribuido en algún sentido a mi comprensión. Por necesidad clínica, he llegado a basarme en múltiples paradigmas teóricos y he trabajado hacia una coherencia técnica mediante una síntesis de todos ellos. Generalmente puedo conceptualizar cuestiones preedípicas y edípicas dentro de un modelo de conflicto, pero presto cuidadosa atención a múltiples líneas de desarrollo, tal como fueron elaboradas por A. Freud (1965) y Tyson y Tyson (1990).

En los primeros momentos de la psicología del yo, el foco estaba dirigido a la teoría pulsional y a cuestiones de nivel triádico, las problemáticas edípicas. Freud amplió las etapas de desarrollo de las pulsiones. Se consideraba que las condiciones narcisistas y limítrofes sobrepasaban el ámbito del psicoanálisis. Ambas pulsiones se consideraban juntas. En los años 60, la comprensión psicoanalítica de la mujer había hecho pocos progresos desde los primeros escritos de Freud y las primeras mujeres psicoanalistas. El enfoque del analista como una persona “pantalla en blanco” era el oficial. Muchos veían la contratransferencia como un error del analista.

A pesar de que encontraba los principios de la psicología del yo, tal como se enseñaban a primeros de los 70, muy útiles para trabajar con muchos pacientes, me parecían insuficientes para tratar a aquellos con problemas del self y de imagen corporal. Algunos de estos pacientes presentaban anorexia y problemas de identidad de género; otros estaban incapacitados por una grave timidez. Se ponía poco énfasis en la importancia de las relaciones objetales tempranas en el desarrollo del self y de las representaciones de objeto. Mi entrenamiento profesional inicial no me habilitó adecuadamente para tratar pacientes que tuviesen problemas preedípicos de envidia, miedo al éxito o problemas de agresividad diferenciada de la pulsión sexual. Mucha de mi dificultad se debía a una teoría incompleta o imprecisa. Me resultaron de ayuda las correcciones e integraciones de la teoría, los cambios en la técnica y una mayor facilidad para moverme entre modelos teóricos.

Mi desarrollo inicial como psicoanalista se vio beneficiado por mi analista didáctico y por mi trabajo con mis seis supervisores. El Dr. William Picus, retirado del Western New England Institute, fue un adelantado respecto a su tiempo en resaltar la importancia de la contratransferencia en todo psicoanalista. La disciplina de la atención detallada del proceso terapéutico y el análisis de la defensa, tal como fue enseñada por Paul Gray, sacó a la luz el principio de Freud del determinismo psíquico y el funcionamiento del conflicto. Estas enseñanzas han resultado impagables en la conducción del microanálisis y del macroanálisis. Más tarde, animada por Stanley Coen, me pareció útil la atención detallada del proceso terapéutico para considerar el impacto de las intervenciones del psicoanalista sobre el paciente, tal como se ve en las respuestas del paciente. El análisis de la defensa ha sido crucial para la comprensión de la actividad de la defensa masiva en problemas con el sentimiento del self y la envidia. El valor de la evaluación de un amplio rango de líneas evolutivas más allá de las pulsiones me fue transmitido por Gabriel Casuso, quien recibió formación por parte de Anna Freud. Las relaciones objetales y la consideración del self y del objeto devinieron importantes en mi trabajo. John Francis, también un analista de niños, me ayudó a dirigir mi atención sobre el cambio de afecto. Leon Ferber y Elizabeth Kaplan me ayudaron a centrarme en cuestiones de transferencia a todos los niveles de origen.

La necesidad clínica estimula la búsqueda del psicoanalista y su replanteamiento. Y así empezó mi viaje psicoanalítico de postgraduada. A pesar de la ampliación de mi foco, muchos de los principios básicos de las enseñanzas iniciales de Freud y de la psicología del yo siguieron resultándome cruciales en mi trabajo psicoanalítico. Estos incluían los conceptos de determinismo psíquico, el aparato estructural, el afecto como señal, la defensa, la formación de compromiso y el conflicto. Para mi uso continuado del modelo de conflicto es esencial permanecer consciente de las funciones del yo, incluida la memoria, el afecto, la defensa y las funciones sintéticas que desembocan en formaciones de compromiso. Mis experiencias clínicas con las representaciones del self y las representaciones de objeto de los pacientes, tan insistentemente repetidas en la transferencia, me han hecho tomar en consideración muchas líneas de desarrollo. He encontrado que trazar distinciones claras entre teorías tiende a tergiversar el trabajo psicoanalítico, de manera que he trabajado diligentemente para captar el lenguaje de varias teorías que pudieran ayudarme en mis esfuerzos integradores.

Mientras continuaba mi viaje psicoanalítico de postgraduada, los investigadores psicoanalíticos cuestionaban y corregían cada vez más errores en el ámbito teórico y técnico. Uno sólo necesita mirar la mayor comprensión que tenemos de la psicología de la mujer (suplemento JAPA, 1996), la observación detallada del proceso terapéutico (Gray, 1994; Busch, 1995), y de la agresividad (Rochlin, 1973, Kohut, 1972; Glick and Roose, 1993) para ver el progreso que se ha hecho. Las cuestiones relativas al narcisismo se han vuelto más accesibles a través de los trabajos de psicoanalistas como Kernberg (1975) y Kohut (1971). La contratransferencia del psicoanalista ha sido examinada en detalle, se han estudiado las puestas en acto (enactment) y se han puesto de relieve las cuestiones relativas a la intersubjetividad.

Desafiados por su experiencia clínica, muchos psicoanalistas se desplazan de una cuestión a otra en busca de soluciones. Las mismas soluciones pueden llevarnos a otras preguntas. Cuando las cuestiones preedípicas me resultaron ajenas por el mayor énfasis de mi formación en las edípicas, me dirigí a los trabajos de Edgecumbe y Burgner (1975) y Kubie (1974) para desentrañarlas. Los trabajos de Stoller (1968) y Tyson (1980) me plantearon las cuestiones de género. Para ayudarme en mi comprensión de pacientes con problemas de imagen corporal consulté a cada autor que pude encontrar sobre el tema. Hice lo mismo con cuestiones relacionados con el sentido del self, la vergüenza, el miedo al éxito y la envidia. Aprendí a diferenciar entre la rabia debida a ofensa y otras expresiones de rabia.

A pesar de que recorrí muchas áreas nuevas en busca de una ampliación del rango de cuestiones a investigar, a través de comprensiones adicionales teóricas, técnicas y comprensión de mí mismo, sólo desarrollaré una de ellas. Este área cubre problemas relativos al self y al ideal del yo, traídos a la luz en el trabajo con pacientes con dificultades significativas de autoestima, vergüenza y envidia. Éstos incluyen casos como la anorexia, la distorsión de la imagen corporal, los problemas de identidad de género y de mensaje negativo de género y los casos de ambientes denigrantes tempranos.

Ya que con tanta frecuencia es necesario entender el sentido del self de un paciente, voy a resumir brevemente qué busco en los pacientes. También voy a resumir brevemente lo que yo he entendido por este concepto hasta el momento. Cuando evalúo el sentido del self de un paciente busco la inestabilidad en la autoestima o la vulnerabilidad a la vergüenza (la propensión y sensibilidad a experimentar vergüenza -Morrison, 1989-), y la inclinación a comparaciones demasiado frecuentes que preceden la caída en la autoestima). A menudo, las personas con una pobre autoestima tienen una capacidad disminuida para la empatía. Estos casos con problemas con el sentido del self pueden presentar formaciones de compromiso como resultado de la actividad inconsciente de defensa, puesta en marcha por señales de vergüenza y señalada por envidia conflictiva. En estos casos se encuentra con frecuencia el temor al fracaso o al éxito. Mi comprensión del sentido del self puede ampliarse a medida que sigo leyendo trabajos de aquellos psicoanalistas que están estudiando este tema.

El sentido del self, que se refiere tanto a lo consciente como a lo inconsciente, incluye y se solapa con las construcciones más técnicas de concepto del self, imagen del self y esquema del self. A pesar de que Freud utilizó el concepto de yo para significar self, antes de que elaborara la teoría estructural, fue Hartmann (1950) quien diferenció self de yo, al que se refirió como un conjunto de funciones. En ese momento el narcisismo se entendía como una catexis libidinal del self más que del yo. Kohut (1971), Kernberg (1982), Jacobson (1964), Stern (1985), Sopor (1997), Meissner (1981, 1986) y muchos otros trabajaron en la comprensión del concepto de self. Hay una falta de acuerdo respecto al self y dónde reside en estos momentos. Es interesante que los conceptos de self y vergüenza, un afecto resultante de la caída en la autoestima, tensan los límites de la psicología estructural.

El sentido del self, dondequiera que resida en un modelo de la mente, surge a partir de la vida con objetos tempranos, especialmente con los cuidadores, pero también deriva de la propia comunidad y del lenguaje, la cultura popular y las costumbres. Las sensaciones corporales influyen en el desarrollo del self corporal. A pesar de que muchas representaciones del self proceden originalmente de los cuidadores del niño luego devienen una base temprana y firme del sentido del self en la mente del niño. Estas representaciones del self pueden ser erróneas en comparación con la realidad (lo mismo puede decirse del ideal del yo). También, como resultado de las relaciones objetales tempranas del individuo, existen las representaciones de objeto, que se convierten después en la sombra del pasado, vividas frente al terapeuta y los otros como transferencias. Estas son ampliadas y modificadas hasta cierto punto por la vida, pero las impresiones básicas se mantienen.

No debería subestimarse la influencia del sentido inconsciente del self, incluido el self ideal, en cualquier psicoanálisis que implique problemas de autoestima. El psicoanálisis de un individuo con vulnerabilidad a la vergüenza requiere la mayor recuperación posible del sentido del self inconsciente y del ideal del yo, así como de las fantasías y deseos asociados. El sentido del self comienza tempranamente como yo corporal, es influido por mensajes de género e incluye otras etiquetas inconscientes para el self.

La vergüenza es un afecto importante al que anteriormente se ha prestado poca atención. Tal como se señaló previamente, es resultado de una caída en la autoestima y puede implicar envidia. Morrison (1989) escribió que para que florezca la envidia al objeto poderoso el objeto debe ser comparado con el self incompetente y dominado por la vergüenza. Las comparaciones pueden hacerse con algo externo (el self comparado con otros), con algo interno (el self comparado con el ideal del yo) o puede incluir ambos tipos de comparación. La vergüenza involucra relaciones diádicas comparadas con relaciones triádicas en problemáticas edípicas de celos.

La vergüenza, un afecto extremadamente doloroso, no se ve tan fácilmente como la culpa. Se presenta a menudo no como vergüenza en sí, sino como una formación de compromiso resultado de una actividad defensiva puesta en marcha por señales de vergüenza (Morrison, 1989). La envidia es una posible formación de compromiso resultado de la actividad defensiva señalada por la vergüenza.

Los conceptos de sentido del self y vergüenza me ayudaron a comprender la envidia en aquellos pacientes atrapados en comparaciones constantes y dolorosas. Inherente a la envidia es una fantasía codiciosa incitada por energías agresivas. A menudo éstas no están sublimadas. La envidia conflictiva, concretamente, la fantasía codiciosa productora de ansiedad que es conflictiva, demanda una actividad defensiva, lo cual puede resultar en formaciones de compromiso inhibitorias. Ejemplos de esto son el miedo al éxito o a sentirse empujado al éxito sin respiro. Estoy agradecida a Klein (1957) por diferenciar envidia y celos pero ahora veo la envidia como un problema posterior a la fase de separación-individuación. Para mí, la envidia es un sentimiento complejo y ubicuo y un estado de actitud del yo. Sus componentes incluyen comparaciones que pueden ser internas, o internas comparadas con externas, o ambas, y una caída en la autoestima que conduce a la vergüenza. La vergüenza generalmente indica actividad defensiva. Una posible formación de compromiso puede ser un deseo codicioso. Esto puede tomar la forma de una fantasía agresiva reparadora. Si el deseo codicioso es conflictivo, se señala la actividad defensiva del yo y todo el complejo de la envidia se puede presentar como una formación de compromiso (Hutson, 1996). Esto se relaciona en cierto modo con lo que Morrison y Lansky también presentaron en un artículo presentado en el encuentro de verano de la IPA en Santiago en 1999.

A pesar de que existe una controversia sobre la ubicación del self en la mente, los problemas con el self requieren de las funciones del yo para su resolución. Estas incluyen el uso de afecto señal, la actividad defensiva y la formación de compromiso. De esta manera, los problemas del self, incluyendo la vergüenza y la envidia, pueden trabajarse desde un modelo del conflicto.

Presentación de un caso. Ataques de pánico de origen múltiple

La Sra. C era una mujer de 40 años, judía y nacida en Europa, madre de cinco hijos y casada, con una persona que tenía un master en empresas. A raíz de un accidente sin importancia causado por ella, desarrolló ataques de pánico severos. Un año después comenzó una terapia con el Dr. Y, durante la cual quedó embarazada. El embarazo y la maternidad fueron sus áreas de funcionamiento menos bloqueadas psicológicamente. El Dr. Y no apoyó el embarazo. A pesar de que la Sra. C se mostraba a menudo dominada por la angustia y era poco clara en su pensamiento crítico, empezó a pensar que faltaba algo en el tratamiento, el cual incluía comer con el Dr. Y, facilitarle información y ayudarle a él con las habilidades profesionales que ella poseía. Las consultas con un psicólogo y con su rabino desembocaron en una derivación hacia mí. Supe que la Sra. C había tenido dos episodios de ataques de pánico sin tratar en sus años de adolescencia: uno cuando se separó de su familia y otro más adelante cuando se separó de un novio.

Después de la guerra, los padres de la Sra. C, supervivientes del Holocausto, vivieron en un pequeño apartamento en Europa. Compartieron el dormitorio con ella durante cuatro años. La madre hacía trabajos de costura y el padre hacía las labores de casa. Cuando la Sra. C tenía tres años, nació su hermano. Sentía que al hermano se le consideraba lindo y a ella fea. Un año después, la familia se trasladó a los Estados Unidos.

La madre, sostén económico de la familia, dudaba de su valía y veía al padre como cabeza de familia. Mujer temerosa, estaba preocupada por lo que pudiese ir mal y tenía dificultades en satisfacer las necesidades de su hija. A la madre se le notaba que prefería niños varones. Si los niños lloraban, ella lloraba. Cuando trabajaba, dejaba a su hija pequeña sola en el dormitorio. Sin preocuparse de cómo se sentaba, la madre exponía sus genitales a los niños debido a que no usaba bragas.

A menudo el padre de la Sra. C era su principal cuidador. Oscilaba entre ser muy tranquilizador (podía sentarse con su hija en su gran silla) y amenazante (la hacía comer a la fuerza -tenía un “problema de alimentación”- en el sótano). El padre tenía rabietas frecuentes. A menudo la Sra. C lo veía en la bañera, y él se cubría rápidamente los genitales. Las discusiones entre los padres durante la adolescencia de la Sra. C terminaban con el padre durmiendo en la cama de su hija. La Sra. C acompañaba a su padre a la sinagoga y a cenas con el consentimiento de la madre, ya que a ésta no le gustaba salir. Ambos padres viven actualmente cerca de la Sra. C. Ella se siente incómoda cerca de su padre cuando lleva ropa de deporte. La Sra. C no se siente cercana a su hermano, un profesional.

La Sra. C anticipó con precisión los eventos de la pubertad y empezó a salir en el instituto con un chico cada vez. No se sentía particularmente cercana a las chicas. Relató que su actividad sexual fue discutida “naturalmente” con su madre a petición de la madre. Ya de adulta, es incapaz de iniciar una actividad sexual, pero puede alcanzar el orgasmo.

La Sra. C admitió que “siempre” se sentía incómoda con la rabia, tanto la propia como la ajena. Un comentario crítico podía mermar su confianza y causarle ansiedad, a veces severa. Estas respuestas estaban relacionadas con la vulnerabilidad en la autoestima y el temor al abandono. La mínima rabia por parte de ella hacia otro podía desembocar automáticamente en una pérdida de la claridad de su pensamiento y finalmente en la aceptación de la forma de pensar del otro.

Los buenos sentimientos de la Sra. C hacia sí misma dependían de eventos externos (“si a alguien le gusto, entonces valgo más”). Las críticas podían causar un descenso en su autoestima. A pesar de que siempre tenía elevadas calificaciones jamás se sintió bien consigo misma. Aunque hacía un excelente trabajo con su familia no podía disfrutar este éxito. Sus pensamientos siempre volvían a sus problemas.

La Sra. C amaba a su marido y creía que él podía tomar todas las decisiones. Cuando él se enojaba, ella entraba en pánico. Siempre sintió la certeza de que él la dejaría (la madre le había enseñado que perdería al ser que amase). Sin embargo, él era muy responsable respecto a la familia. Su hija mayor era tímida y estaba en tratamiento. Los otros cuatro niños se veían seguros de sí mismos, tenían amigos y les iba bien en la escuela. El ser madre le proporcionaba a la Sra. C cierta implicación en la comunidad, como lo estaba en su trabajo anterior en el campo de los negocios

El análisis de seis años reveló cuatro áreas básicas de problemas, las cuales pueden ser entendidas utilizando la teoría del conflicto: (1) La paciente tenía una grave ansiedad de separación a raíz de abandonos intermitentes tempranos. (2) Tenía problemas significativos con el temor a estar en desacuerdo con otros y a cualquier tipo de agresividad interna o externa, lo que implicaba también cuestiones relativas al abandono. (3) Tenía vulnerabilidad en la autoestima (o vulnerabilidad a la vergüenza), con raíces en problemas con su sentido del self, implicando comparaciones, vergüenza, defensas, fantasías codiciosas y temor tanto al fracaso como al éxito. (4) Había significativos conflictos edípicos negativos y positivos que llevaban a inhibición sexual.

Las dificultades de la Sra. C para dejar al Dr. Y trajeron a la luz, en su tratamiento conmigo, los temores frente a la separación y viejas cuestiones relativas al abandono. Sufrió ataques de pánico con la pérdida de su anterior terapeuta, la rabia de su marido o de su padre, la percepción de que su madre o padre se estaban sintiendo tristes, desorientados o deprimidos, e incluso al escuchar a un amigo relatar sobre la muerte de los padres de alguien. Su temor inconsciente era que ella no podría arreglárselas sola, un temor acorde al momento inicial del trauma. Ella me refirió que, para sentirse bien, llamaba con frecuencia al contestador del Dr. Y para escuchar su voz. Se recordó oliendo con alivio la ropa de su padre cuando él no estaba en casa y tenía cuatro años. Fue medicada con éxito por sus ataques de pánico por un psicofarmacólogo.

Las cuestiones relativas a la transferencia temprana incluían los temores de separación de la Sra. C. Experimentaba una grave ansiedad cuando no nos veíamos en las sesiones, imaginando que no podría aguantar hasta su próxima hora de análisis. Llamaba a mi contestador telefónico para escuchar mi voz. Si imaginaba que yo estaba menos “con” ella durante una sesión se ponía ansiosa. A medida que observaba esto en el tratamiento conmigo sus asociaciones la llevaron a recuerdos donde la madre pasaba por períodos intermitentes de quejas y depresión o a recuerdos de los ataques de rabia del padre, que le hacían sentirse sola.

También trajo a la transferencia sus temores a la rabia. Juntas podíamos observar los resultados de las actividades de su defensa inconsciente incluso cuando expresaba un ligero enfado conmigo. A veces, sus pensamientos de rabia llenos de temor, junto con sus preocupaciones inconscientes provocaban una retirada hacia el silencio. En ocasiones imaginaba que yo estaba irritada o era vulnerable frente a sus expresiones de cualquier ligero desacuerdo conmigo y que por ello no estaba disponible para ella. Esto tenía como resultado la anulación y la retracción hacia el self, así como la actividad de otras defensas inconscientes activadas por la ansiedad frente a sentimientos de enojo. En esos momentos, el análisis de la defensa resaltaba el sentimiento de peligro y en ocasiones el porqué de dicho sentimiento. El conflicto se observaba claramente. Sentí que era crucial detectar los pequeños cambios en su afecto para guiarme en las intervenciones. A lo largo de nueve meses el trabajo analítico se focalizó en estos patrones de relaciones de objeto y en los conflictos observables. El fortalecimiento y ensanchamiento gradual del yo observador permitió una elaboración substancial de las cuestiones implicadas en esta conexión temprana entre la agresividad y su miedo ante la separación o a la soledad. Cuando esto se hizo consciente, se le abrieron otras posibilidades ante la agresividad. Gradualmente fue siendo más libre para albergar un pensamiento crítico o agresivo consciente hacia un amigo, hacia un miembro de familia o hacia mí. Esto fue esencial para la elaboración de la agresividad en sus fantasías de codicia de la etapa genital temprana y del lado agresivo de sus fantasías edípicas.

Con bastante rapidez, la Sra. C mostró un sentido defectuoso de ella misma. A menudo decía “¿quién querría hablar conmigo?”. Esta actitud afectaba a la transferencia: trabajaba trayéndome todo tipo de información “interesante” para mantener mi atención. Ella creía que si sólo hubiese traído sus propios pensamientos yo no le hubiese prestado atención. Emergió su creencia de que le faltaba lo “adecuado”. A veces fantaseaba con que su cara era anormal y masculina. Esto fue finalmente entendido no sólo como una condensación y un desplazamiento de múltiples contribuciones a un sentido del self defectuoso debido a su género sino, también, al deseo inconsciente de un atributo masculino. La Sra. C creía que mis otros pacientes tenían algo que ella no tenía, algo que les hacía más interesantes y valiosos que ella, que era defectuosa. Ese “algo” cambiaba, desde la educación al género, pasando por otras “cosas”.

La paciente creía que me sentía superior a ella y que me había decepcionado. Sus asociaciones llenaron algo de su historia temprana. Los cuidadores sientan las bases del sentido del self de un paciente, un proceso que se vuelve a poner en juego en la transferencia. El padre de la Sra. C le decía a menudo “puedo hacer cualquier cosa mejor que tú”. Su madre, por otro lado, quería que fuera mejor de lo que ella era. Este modelo femenino, la madre, hizo que asumiera una posición vital de servicio hacia otros y de infravaloración de su buen trabajo. Con el tiempo, el sentido del self defectuoso de la Sra. C llegó a estar relacionado con el género. Imaginaba que mis pacientes masculinos acudían a terapia para agregar algo a sus vidas, ya de por sí buenas, mientras que las pacientes femeninas venían “a ser reparadas”. Las visitas masculinas que llegaban a su casa eran escuchadas atentamente, pero admitía que las visitas femeninas no. Su rol dentro del matrimonio era el de la obediencia. En la comparación constante con los otros, siempre salía perdiendo. Esto dio lugar a una autoestima disminuida y a la vergüenza. La vergüenza indicaba una actividad defensiva con formaciones de compromiso observables.

La Sra. C era empujada al éxito (una formación de compromiso) e invertía en ello todo tipo de esfuerzos. Sin embargo, cuando se acercaba al éxito, traspasaba la empresa a un varón. No sólo temía el fracaso y creía que no era suficientemente buena, sino que inconscientemente temía al éxito.

Cuando analizamos suficientemente el miedo a la agresividad, ligado a sus miedos a la separación, se hicieron frecuentes en el análisis sus comparaciones conmigo y los desplazamientos de mí. Siempre era menos de alguna manera. Los niños fantasean frecuentemente soluciones para este desdichado estado inferior. Y estas soluciones primitivas son generalmente fantasías reparadoras bastante agresivas. La Sra. C no era una excepción. La casualidad le presentó la oportunidad de observar de cerca a un niño en la etapa genital temprana. Emmie, su hija más pequeña, estaba en esa etapa. Una vez que yo pude superar mi necesidad de obtener el enésimo grado de fantasía reparadora agresiva dentro de la transferencia, me fue posible utilizar este vehículo facilitador. Las fantasías sádicas reparadoras de la Sra. C llegaron a ser suficientemente conscientes, a través de sus relatos sobre Emmie y a través de su trabajo con la transferencia, como para permitirle avanzar.

La Sra. C se dio cuenta que ella y las otras madres eran más críticas si una niña pequeña se caía durante una práctica de gimnasia que si lo hacía un niño. Se conmocionó cuando se dio cuenta de que había sido mucho más crítica con sus bebés niñas que con sus bebés niños. Recordó que habiendo leído "The Sneetches" del Dr. Seuss, una historia sobre la envidia frente a aquellos que tenían algo más en el cuerpo, ella había asumido que el "Sneetch" especial, uno con una estrella en el pecho, era por supuesto masculino.

A la Sra. C. se le hizo obvia su vulnerabilidad en la autoestima. Cuando creía que me gustaba, su autoestima subía; cuando fantaseaba lo contrario, caía. El análisis de esta vulnerabilidad trajo consigo la comprensión de su sentido del self y de cómo se había sentido alguien inaceptable desde el principio. Llegó a comprender en parte por qué ninguna experiencia de éxito la había ayudado a superar su vulnerabilidad. Desde el principio de su vida había tenido ideas negativas sobre sí misma y un ideal del yo diferente a lo que ella era.

Emmie se enfrentaba a la cuestión del género. Un día preguntaba ¿soy un niño?, y al día siguiente decía “cuando yo era un niño…”. Comparaba apenada sus pequeñas “braguitas” con las de la madre, más elegantes. A medida que la Sra. C ayudaba a su hija con la consolidación de su autoconcepto como niña, en esta etapa genital temprana, también trabajaba en la consolidación de su propio sentido del self como mujer. Durante una sesión analítica, comparó sus pantorrillas con las mías, que le parecían más grandes que las suyas, y recordaba que a los nueve años deseaba tener unas pantorrillas más grandes, porque pensaba que le harían sentirse mejor. Estas comparaciones desembocaban frecuentemente en una disminución de su autoestima, resultando en una defensa de señal de vergüenza (inconsciente) y en una formación de compromiso observable, como una fantasía codiciosa por acumular todo aquello que consideraba necesario para ser más valiosa. A menudo la fantasía codiciosa la llevaba a una ansiedad que señalaba nuevas formaciones de compromiso. Aquí se daba el complejo de envidia, tan prevalente en pacientes con vulnerabilidad en la autoestima. Otra formación de compromiso era el impulso al éxito de la Sra. C (aquí una sublimación podría ser la ambición con menos urgencia). La pérdida del miedo a su propia agresividad y al abandono subsecuente que anticipaba, alcanzada mediante el análisis, facilitó el proceso de traer la fantasía codiciosa agresiva a la transferencia.

Cuando durante una sesión la Sra. C se refirió a la envidia hacia una mujer médico, se imaginó inmediatamente a sí misma con una banda de Doctora en Medicina colgando de su cuello. De este modo concreto lograba lo que envidiaba. Esta condensación de varias ideas en un símbolo está de acuerdo con el pensamiento del proceso primario, y las cuestiones de género se representan a menudo mediante un símbolo de parte del cuerpo.

A medida que la Sra. C se comparaba conmigo, analizábamos cada maniobra defensiva y la nueva formación de compromiso causada por su mermada autoestima y la señal de vergüenza. Se fue haciendo consciente del sentido del self devaluado que había creado su vulnerabilidad a la vergüenza. Recuperó muchos de sus mensajes de género inconscientes y negativos. Una vez conscientes, podían ser reelaborados. La Sra. C fue capaz de esbozar las aterradoras fantasías codiciosas primitivas que habían sido sus intentos de solución (sus deseos) para su sentimiento de defectuosa, y finalmente llegó a apreciar sus ideas, su trabajo y su valía.

Durante una sesión, después de revelar que envidiaba todo lo mío, la Sra. C relató un pensamiento carnívoro, en cierto modo, de Emmie, un desplazamiento. Emmie le había contado a su madre que Darby, el perro, la comería si cruzaba la calle; además, reveló una fantasía de metamorfosis al preguntar a su madre si ella se transformaría en una galleta salada y crujiente si se comía una. De esta forma desplazada, la Sra. C presentó la idea del cambio corporal a través de la incorporación.

En este punto del análisis, cuando la Sra. C me consideró en un momento dado más adinerada que ella, negó rápidamente su observación. Otro desplazamiento hizo revivir de nuevo la fantasía reparatoria: “A menudo me he sentido inferior al Dr. Y. Cuando le he pedido prestado su paraguas, me he sentido tan bien con él, como si pudiese ir a cualquier parte.”

Cuando esta paciente adquirió la libertad para fantasear sobre el tener más mediante el conseguir algo para estar en mejor situación económica, su miedo al éxito, una severa formación de compromiso inhibitoria que incluía el sentimiento de ser más rica que otros, se pudo observar. La Sra. C recordó el uso frecuente que hacía su madre de la expresión yiddish "kinahora", utilizada en los buenos tiempos para mantenerlos seguros. Llegó a ser obvio que cuando ella estaba atormentada por sentimientos de inferioridad tras compararse negativamente conmigo, la Sra. C se permitía una fantasía codiciosa para alcanzar un estado más rico. A este estado de mayor riqueza le seguía una fantasía de falta de seguridad. El miedo al fracaso y miedo al éxito surgían a menudo juntos. El miedo al éxito de la Sra. C se debía no sólo a una proyección defensiva de sus temidas fantasías de llevarse algo, sino también a la internalización de los mensajes de su madre de que si uno tiene más (si los tiempos son buenos), eso le será arrebatado (vendrán malos tiempos).

Cuando la Sra. C ahora hablaba de cosas buenas en sus sesiones, hacía a menudo un movimiento ritual con el pulgar de su mano derecha. Le llamé la atención sobre esta secuencia de pensamiento y acto. Tanto se incrementó su curiosidad que le preguntó a su madre sobre este gesto. Para su madre esta acción era un modo común de mantener lo bueno a salvo, de ahuyentar el malvado ojo de la envidia. Los rituales para ahuyentar el mal eran comunes en la casa y cultura de la madre, acentuándose la necesidad de ellos por una realidad de pérdida horrible. La paciente empezó ahora a hablar sobre restricciones masivas en su vida diaria, restricciones que nunca antes le habían parecido tales. Por ejemplo, para esta mujer que valoraba el cuidado del hogar, el éxito podía definirse como una casa llevada eficientemente, sin embargo no era capaz de planificar hoy el menú de mañana. Temía que si hacía más, su familia podría no estar ahí mañana. Por el mismo tipo de razonamiento, no podía comprar en grandes cantidades para su amplia familia. Más aún, si un profesor hacía un comentario positivo sobre uno de sus hijos, ella desarrollaba una ansiedad severa y un presentimiento amenazador. Esto también alimentaba sus ataques de pánico. Dos años y ocho meses después de iniciado este análisis recordó que inmediatamente antes del accidente había estado pensando que por fin marchaba bien su vida y era tal como ella quería. No solía tener ese tipo de pensamientos, debido a sus miedos inconscientes de que pasara algo terrible. Y finalmente pasó. Finalmente, también se desveló esta importante interpretación errónea de su accidente.

La Sra. C había tenido poca libertad para hablar acerca de sus impulsos sexuales antes de la considerable recuperación de las ideas falsas sobre sí misma y sus fantasías codiciosas agresivas que las acompañaban. Ahora empezó a señalar sus dificultades sexuales. Se preocupaba de que yo estuviese demasiado cerca de ella cuando entraba en mi consulta. Se ponía muy ansiosa cuando un hombre o una mujer se acercaban a ella, y se alejaba para prevenir cualquier contacto. La cercanía contribuía a sus ataques de pánico. Se prometió a sí misma que no tendría pensamientos sexuales sobre mí. Le preocupaba que yo quisiese tener una relación amorosa con ella y me contó que su marido pensaba que yo era lesbiana. Comunicó que se sentía atraída por muchos hombres (esto era un desplazamiento). Le excitaban las historias sádicas de hombres mayores violando a niñas. Sus ataques de pánico se incrementaron nuevamente y a veces se despertaba debido a uno de ellos. Desarrolló un síntoma que consistía en sentir que su cama temblaba. ¿Se estaba masturbando su marido? ¡No! Más tarde tuvo estas sensaciones en un aula, en mi sala de espera y finalmente en mi consulta. Gradualmente, se fue haciendo consciente de que estaba excitada cuando sentía el temblor. Se preguntó sobre su masturbación temprana y sobre las actividades sexuales de sus padres. Había dormido en el dormitorio de ellos hasta los cuatro años y siempre se arrastraba hasta la cama de papá cuando sentía miedo. Más tarde él se deslizaba hasta la cama de ella después de haber peleado con su madre (sus peleas eran frecuentes). Una vez cuando su padre se quedó cuidando a su hijo, notó que limpiaba el culito del niño muy bruscamente con agua de colonia después de una evacuación. Jamás volvió a dejar a sus niños con él a solas. Se preguntaba si había sido igual de brusco con ella. Empezó a darse cuenta de que disfrutaba con la estimulación anal.

La Sra. C recuperó recuerdos de una frecuente estimulación excesiva en su ambiente temprano debido a la exposición al desnudo parcial o completo de sus padres. ¿Era así también cuando su padre se metía en su cama después de pelear con su madre? La pelea y la estimulación parecían ocurrir juntas. Recordó haber estado sentada en el regazo de su padre y sentir como él le abría su sujetador. Soñó con un oso excitado yaciendo en su cama; una mano sin cuerpo venía y lo masturbaba. Ella sintió que el oso era su padre. ¿Pero era la mano de ella? Vacilando entre pensar que estaría bien no volver a tener sexo y preocupándose de que no lo disfrutaba suficientemente, la Sra. C me comunicó de forma rutinaria que nunca tendría sentimientos sexuales hacia mí. A menudo se defendía de las fantasías sexuales con una regresión a la tendencia a compararse con otros y a la ubicua envidia de la primera parte de su análisis. Éstas se manejaban como regresiones defensivas.

Finalmente, la excitación sexual acompañaba la sensación de temblor de la Sra. C. Gradualmente, desapareció el síntoma de esta sensación, pero la excitación se mantuvo. Si estaba sola, la paciente empezaba a masturbarse sin una fantasía. Cuando finalmente aparecieron las fantasías, fueron de un hombre atraído por una niña, un hombre que quería penetrar o ser masturbado “sin orgasmo”. La Sra. C recordó haberse masturbado a los nueve años pensando en la desnudez y las peleas de sus padres. Se preguntó si se había sentido excitada mirando sus cuerpos. Estaba muy preocupada de que yo pudiese hacerle algo inapropiado y sexual mientras hablaba.

Emmie era ahora una niña edípica, y la Sra. C empezó a hablar a continuación de las preguntas diarias que Emmie hacía sobre el sexo, y de las muestras que daba de confusión y de una excitación incontrolada. Durante la noche, Emmie cubría el cuerpo de su madre con el suyo. La Sra. C se sentía muy bien proveyendo un ambiente controlado para Emmie, donde se sintiera segura en su desarrollo sexual. A medida que se daba cuenta de que un adulto podía controlarse, anticipaba en las sesiones sus propias fantasías. Le preocupaba que si se excitaba durante una sesión no pudiese andar o tuviese un ataque de pánico. Me habló de su entrada en una habitación donde un hijo adolescente se estaba masturbando a través de la ropa. Ella le gritó que parase o perdería ambas piernas. Conmocionada por sus propias palabras se preguntó si ella habría sido castigada o amenazada por masturbarse. Cuando tuvo relaciones sexuales por primera vez, en la última etapa de su adolescencia, la madre le preguntó detalles y luego le dijo que no debía hacerlo de nuevo ahora que ya había aprendido cómo era.

Aparecieron sueños sexuales con la analista como parte activa y la paciente como víctima de la manipulación sexual. Con más análisis, la Sra. C se convirtió en la parte activa de sus sueños conmigo. Aparecieron más recuerdos de una madre desinhibida y seductora. La paciente me encontró entonces atractiva. Sintió que si yo hubiese sido su primer terapeuta, ella hubiese percibido mi agradable forma de vestir como prueba de que yo estaba seduciéndola, fuera de control. Recordó sentirse ingenuamente excitada en su último tratamiento y temerosa de que su excitación sexual no tuviese fin ni control. Aquí también se preocupó de que sus sentimientos sexuales no tuviesen fin. Con algo de pena dijo que no se sacaría nada de eso. ¿Por qué debía sentirse excitada entonces?

Fuera del tratamiento, la Sra. C pasó a sentirse más cómoda cuando estaba cerca de hombres y mujeres. Se sentía más activa, tranquila y receptiva en sus relaciones sexuales matrimoniales. En sus sesiones analíticas seguía temiendo “perder el control” de su excitación. Recordó que cuando ella era joven sus padres eran seductores y sentía que a ella no se le habría permitido excitación alguna. La libertad para experimentar con seguridad sentimientos y pensamientos sexuales en la transferencia permitió la pérdida de síntomas como el temblor y el pánico al acercarse a otros. A veces pensaba en mi pareja sexual y se ponía celosa. En ocasiones también se preocupaba de que yo me pusiese celosa de su vida sexual con su marido. A veces la madre y el padre habían mostrado cada uno fastidio por la implicación de ella con el otro padre. Sus fantasías de masturbación cambiaron a un hombre y una mujer adultos teniendo sexo. La transferencia estaba llena de cuestiones edípicas negativas y positivas, las cuales fueron analizadas. La Sra. C obtuvo cada vez más bienestar con sus pensamientos y sentimientos sexuales, y confianza en el control de éstos. Se dio cuenta de que los otros se podían controlar. Si no podían, ella podía ponerles límite.

Al final la Sra. C fue capaz de enfrentar la separación y la rabia, se sentía bien consigo misma, se sentía cómoda con sus éxitos, tenía buenas amistades y era capaz de tener una relación matrimonial plena.

Conclusión

El psicoanálisis continúa siendo una teoría en permanente evolución con espacio para la expansión. Los hallazgos y la necesidad clínica capturan la mente del científico/psicoanalista según progresa para ensanchar el rango de utilización de este método de tratamiento. El viaje profesional del psicoanalista es de exploración, descarte, adición e integración a partir de varios paradigmas teóricos y técnicos. En este artículo, la analista describe su viaje desde comienzos de los setenta hasta el año 2000, un viaje que enfatiza la conservación de valiosos principios iniciales a medida que se trabaja en comprender e integrar, en la medida de lo posible, variados avances teóricos y técnicos.

Se aborda un área de avance teórico y técnico, la de los conflictos que implican al self y al ideal del yo. Se revisa la dinámica de la vergüenza y el conflicto. Las dinámicas incluyen las comparaciones, la vulnerabilidad en la autoestima, la señal de vergüenza, los resultados de la resolución del conflicto, la envidia como un complejo y la resolución de fantasías codiciosas conflictivas. De esta manera, se señala la utilización de la teoría del conflicto en el trabajo con problemas de self e ideal del yo. Un caso clínico describe el análisis de una paciente con reacciones de pánico debidas a ansiedad de separación, inhibición del impulso agresivo, un sentido del self enfermizo (con conflictos que implican vergüenza y envidia y requieren la actividad defensiva inconsciente para su resolución) e inhibición del impulso sexual.

La mayor parte de los analistas mantienen un estado permanente de cambio. Con el paso de los años, algunos me han considerado una psicóloga del yo, una psicóloga del self, una seguidora de las relaciones objetales, una defensora de la atención detallada del proceso terapéutico, como una analista demasiado ortodoxa y también no suficientemente ortodoxa. La mayor parte del tiempo mis colegas y yo hemos tenido estimulantes intercambios de los cuales estoy agradecida. Y como la mayoría de los psicoanalistas en el año 2000, soy un poco de todo lo arriba mencionado. Esta integración de teoría y técnica, además de las idas y venidas entre diferentes paradigmas teóricos, funcionan bien conmigo y mis pacientes. Mañana se modificará de nuevo mi forma de pensar y de conducir un psicoanálisis.
 

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