aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 016 2004 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Consecuencias técnicas de los modelos topográfico y estructural

Autor: Paniagua, Cecilio

Palabras clave

defensa, interpretación, Primera y segunda topica, Resistencia, Teoria estructural, Teoria topografica.


Agradezco mucho la invitación que me ha hecho el Dr. Hugo Bleichmar de reseñar para Aperturas Psicoanalíticas el artículo de Fred Busch (2000) ‘¿Qué es una interpretación profunda?’, junto con mis dos trabajos ‘La atracción de la técnica topográfica’ (2001) y ‘Problemas con el concepto “interpretación”’ (2003). Al Dr. Busch y a mí nos une, aparte de una larga amistad, el interés –quizás debía decir la pasión- por actualizar la técnica psicoanalítica según las consecuencias que deberían derivarse de una aplicación a la práctica clínica de la segunda tópica o teoría estructural de Sigmund Freud. Con esto no hacemos sino seguir los pasos del recientemente fallecido Paul Gray, preconizador e innovador de la técnica de la moderna Psicología del Yo (Contemporary Ego Psychology) y profesor/supervisor mío en Washington.

Busch (2000) señala que la teoría de la técnica psicoanalítica no ha abordado aún con el suficiente rigor la comprensión de las diferencias “entre aquellos analistas que creen que su tarea consiste en traer a la superficie los elementos más distónicos y alejados de la consciencia, y aquellos que opinan que las interpretaciones con mayor significado son las que se hallan más próximas a lo consciente” (p.237), subrayando la crucial diferencia conceptual entre “la profundidad de interpretación y la profundidad de comprensión” (p.241). En síntesis, Busch mantiene que esta distinción se encuentra radicada en la disyuntiva de si existen o no estructuras psíquicas. A la hora de la interpretación esto se traduce en el posicionamiento de si bastan para su formulación la exploración/conjeturas/desvelamiento de las fantasías inconscientes de que la mente está poblada, o si hay que atender a los patrones de organización psíquica descritos por Freud (1923) en su segunda tópica.

Respecto a la conceptuación de qué es una interpretación profunda, en el terreno transferencial, Busch hace la siguiente reflexión: “Lo que yo entiendo por un proceso analítico es que cuando uno hace una interpretación ‘profunda’, no debería parecer profunda para nada. Si estamos interpretando correctamente la furia asesina de un paciente contra su analista, dicha comunicación tendría que haber estado precedida de una labor suficientemente preparatoria como para que la interpretación no le pareciese ‘profunda’ al paciente [...] Su furia debería poder examinarse como una reacción perfectamente comprensible” (p.241).

Aunque todos los analistas compartimos la convicción de que la producción mental y la conducta de los pacientes se halla guiada por motivaciones inconscientes, diferimos mucho en la metodología analítica que encontramos más recomendable para el examen de dichas motivaciones en la clínica (cf. Paniagua, 1995). Busch escribe que la técnica de la “posición estructuralista”, i.e., la de aquellos analistas adscritos a una técnica derivada de la teoría estructural freudiana, consiste básicamente, en (1) un análisis de la resistencia de acuerdo a lo que Gray (1994) describió como “atención cercana al proceso”, y (2) interpretaciones fundamentadas sobre todo en la receptividad del Yo para comprenderlas e integrarlas. Estos dos puntos, como tantos otros conceptos en psicoanálisis, pueden entenderse de modo muy flexible. Busch (1992) observó que lo que en muchas conferencias y artículos se describe como elaboración, los “estructuralistas” lo consideraríamos a menudo como un proceso que implica un análisis insuficiente de los fenómenos resistenciales.

Busch dedica una sección de su artículo a la discusión del concepto técnico de “superficie de trabajo” (vs. “superficie del paciente” y “superficie del analista”) expuesto por el autor de estas líneas (Paniagua, 1991), dando el siguiente ejemplo: “Un paciente habla de sentirse abandonado por un amigo justo antes de una vacación larga del analista. La superficie del paciente sería la de estar apenado por el abandono de su amigo. El analista puede estar pensando que dicha reacción es debida a su vacación próxima y esta es la superficie del analista. La superficie de trabajo es la parte de las anteriores superficies en interacción que puede resultarle al paciente [clínicamente] utilizable” (p.240). La interpretación basada en la “superficie trabajable” requiere una evaluación de múltiples factores centrados en la empatía y el juicio del analista respecto a la capacidad yoica del analizado para “digerir” las intervenciones analíticas con suficiente significado emocional y cognitivo. Considerando este ejemplo, concluye Busch que el analista debe abandonar la cómoda suposición de que lo que el paciente relata es evidente y necesariamente transferencial. Antes que nada, debe preguntarse sobre la relevancia para el paciente, en su estado dinámico del momento, de una interpretación de esa naturaleza –aun suponiendo que fuese correcta. 

La Psicología del Yo contemporánea denuncia el llamado por Busch (1997) “método semiótico”: la técnica de suponer que las asociaciones del paciente constituyen el contenido manifiesto en el que se halla escondido un contenido latente que ha de ser el auténtico objetivo de nuestras interpretaciones, confundiendo las ideas del analista respecto a las asociaciones del analizado con los significados implícitos en el material que pueden ser completamente inconscientes para el paciente y que han de ser objeto de exploración conjunta, no de interpretaciones declarativas. Busch considera que la técnica encaminada a hacer al paciente consciente de forma progresiva del poder de su propia mente constituye “un nuevo paradigma de interpretación” (p.241).

Busch presenta un ejemplo clínico (‘Michael’) para ilustrar la conveniencia de ofrecer al paciente interpretaciones atendiendo a lo que puede éste absorber e integrar dentro de su regresión yoica, y no a lo que, supuestamente, ha de aceptar basado en la autoridad del analista. Señala Busch el riesgo de desaprovechar la autenticidad de las experiencias del paciente si no se trata con suficiente respeto el fluctuante estado de su Yo en las sesiones, intentando ampliar la dimensión observadora de esta instancia psíquica. Esto último implica una participación creciente del analizado en el proceso analítico. Busch enfatiza la necesidad de comprender y privilegiar la vivencia del paciente de sus propios pensamientos y sentimientos. Sobre este punto, seguramente, ha sido Schwaber quien ha escrito de manera más elocuente (cf. Schwaber, 1996).

Por último, Busch hace un interesante comentario sobre la utilización técnica de los sentimientos contratransferenciales. Dice, “En mi opinión, las reacciones subjetivas del analista tendrán tanto más significado cuanto más puedan objetivarse” (p.253). Con esto quiere decir que nuestras respuestas subjetivas verbales y no verbales pueden ser utilizadas de modo óptimo cuando somos capaces de conectarlas para el paciente con alguna secuencia que pueda constatar en sus asociaciones con sólo dirigir a ellas su atención consciente.

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En El Yo y el Ello (1923) alcanzó Freud la revolucionaria conclusión de que el Inconsciente no coincidía con lo reprimido porque una parte del Yo era inconsciente. Esta conclusión estaba basada en el hecho evidente de que la resistencia a la libre asociación, las maniobras defensivas y las actitudes autopunitivas podían ser completamente inconscientes. La observación de que tanto los impulsos reprimidos como las fuerzas represoras podían ser inconscientes hizo que no se pudiese seguir manteniendo la teoría de la primera tópica o teoría topográfica, llevando a Freud a proponer un nuevo modelo explicativo del funcionamiento psíquico: el paradigma estructural de la segunda tópica.

Aunque todos los analistas estamos familiarizados con la lógica de esta evolución en la metapsicología freudiana, los conceptos topográficos y estructurales continúan siendo utilizados indiscriminadamente, siguiendo una tradición que tiene su origen en el mismo Freud (cf. 1940). Es generalmente reconocido el hecho de que ni Sigmund Freud ni su hija Anna remplazaron nunca totalmente en la clínica su modo de pensar pre-estructural por conceptos estructurales. Teóricamente, después de 1923 el sentido descriptivo debería haber sido el único que permaneciese válido en el concepto de ‘lo inconsciente’, pero no fue eso lo que sucedió, y las antiguas nociones sistémicas continuaron siendo usadas junto con los nuevos términos estructurales (Ello, Yo y Superyó) de un modo casi universal.

Una de las razones de esta confusión es la errónea idea de que la técnica derivada de la teoría topográfica es la que se ocupa del “auténtico inconsciente”, lo que revela el prejuicio aún bastante vigente de que las pulsiones constituyen el material genuinamente inconsciente, mientras que las actividades inconscientes del Yo no son verdaderamente inconscientes... Los problemas a la hora de conceptuar los mecanismos de defensa y el fenómeno de la resistencia como parte integrante del ‘inconsciente real’ fueron expuestos de modo claro y convincente por Gray en cuestiones de técnica. Existe una peculiar tendencia a no tomar suficientemente en cuenta las implicaciones técnicas del modelo freudiano de la segunda tópica. En mi artículo de 2001 repaso algunos de los motivos que pueden darnos explicación de lo que Gray (1982) denominó acertadamente el “retraso en el desarrollo de la evolución de la técnica”.

Es característico de la técnica basada en la primera tópica freudiana la revelación al paciente de su inconsciente reprimido por medio de interpretaciones. Para la formulación de éstas todo lo que necesitaba el analista era “orientar hacia lo inconsciente emisor del sujeto su propio inconsciente, como órgano receptor” (Freud, 1912, p.1657), dando por sentado que, a través de sus análisis personales, los analistas se habían desembarazado suficientemente de puntos ciegos que interfiriesen con su apercepción del material clínico. Durante décadas, muchos analistas han considerado como vía regia de la técnica, i.e., como método necesario y suficiente para explorar las complejidades de la mente humana, la capacidad del analista de utilizar su propio psiquismo inconsciente con el fin de reconstruir fidedignamente el inconsciente del analizado según se manifestaba en su libre asociación. La exigua consideración por las distorsiones contratransferenciales y el escaso respeto por las funciones yoicas implícitas en este enfoque son paradigmáticos de la técnica de la primera tópica o técnica topográfica.

El analista que usaba esta técnica “traducía” para el analizado el simbolismo inconsciente que suponía existía escondido en el material. El paciente era relegado al papel pasivo de “proveedor de información, mientras que el analista era quien proporcionaba el insight” (Busch, 1997, p.44). En esta técnica, la transferencia positiva constituyó el vehículo de influencia para asegurar la participación del analizado. Esta técnica que hacía uso de la transferencia de autoridad inanalizada era, en realidad, heredera de técnicas anteriores basadas en la sugestión. En efecto, la técnica topográfica se halla más cercana a los métodos de la hipnosis de lo que los que la practican estarían dispuestos a admitir. Sin embargo, hay que señalar que, al igual que esta técnica retuvo características de la época del hipnotismo, la técnica de la segunda tópica o estructural de los primeros psicólogos del Yo retuvo algo de la carga sugestiva de la técnica propia de la primera tópica.

La técnica derivada de la segunda tópica freudiana hizo posible que empezásemos a considerar la resistencia no como un mero obstáculo a la libre asociación, sino como un fenómeno que proporcionaba información acerca de los mecanismos inconscientes de defensa. La mayoría de los analistas consideraron esto como ventajoso desde un punto de vista técnico. El análisis de la resistencia evolucionó a partir del análisis interpretativo de los comienzos. Sin embargo, la transición de la técnica de la primera tópica a la propia de la tópica posterior ha sido lenta e incompleta. La introducción de la segunda tópica supuso una innovación conceptual que debió haber revolucionado la técnica. La época en que la finalidad de la técnica psicoanalítica era primordialmente la eliminación de la represión y la recuperación/elaboración de los traumas de la infancia debió haberse dejado atrás. La repercusión de la segunda tópica sobre la técnica debería haber sido inmediata y muy notable, puesto que permitía comprender las producciones mentales desde una perspectiva tridimensional nueva y más completa: sueños, fantasías, síntomas pudieron entonces ser conceptuados como resultado de transacciones inconscientes entre el Ello, el Yo y el Superyó. El análisis sistemático de las defensas inconscientes debería haberse convertido en práctica estándar, sustituyendo el método anterior; sin embargo, muchos analistas continuaron usando la técnica primitiva aun empleando terminología de la segunda tópica.

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Una de las falacias más extendidas en cuestiones de técnica analítica es la de que el control progresivo del Ello por parte del Yo como parte esencial del proceso psicoanalítico implica un precepto distinto de hacer consciente lo inconsciente, cuando, en realidad, constituye un método más fiable y completo para alcanzar este mismo objetivo. Con el cambio de la teoría topográfica a la estructural el psicoanálisis no dejó de estar interesado en lo inconsciente. Precisamente la constatación de que todas las partes implicadas en el conflicto intrapsíquico podían encontrarse dinámicamente más allá de la consciencia permitió conceptuar ‘el inconsciente’ de modo más global y exacto.

Las características de la técnica de la segunda tópica podrían resumirse de la siguiente manera: (1) el analizado es considerado como copartícipe en una alianza racional que tiene en cuenta su Yo observador y otras funciones yoicas autónomas; (2) se analizan tanto los porqués como los cómos de la resistencia, poniendo atención especial en lo que el paciente puede entender en su estado de regresión yoica y formulando interpretaciones más de acuerdo con este criterio que atendiendo al conocimiento real –o supuesto- del analista de la dinámica subyacente del paciente; (3) las intervenciones se asemejan más a clarificaciones que a las interpretaciones “reveladoras” de la técnica topográfica; (4) se presta una atención más microanalítica a puntos nodales de la superficie clínica (Paniagua, 1985), como los cambios en el tono afectivo, las pausas, las omisiones, la comunicación paraverbal, etc.; (5) las reacciones subjetivas del analista en la sesión, posible fuente de información respecto al analizado, pueden ser utilizadas provechosamente cuando son el resultado de una interacción observable en el material y demostrable al paciente. Las interpretaciones basadas en impresiones subjetivas adquiridas supuestamente a través de la identificación proyectiva del analizado se hallan muy alejadas de la técnica capaz de mostrar cómo las reacciones del analista responden a manifestaciones objetivables del paciente que pueden ser percibidas dirigiendo la atención a la secuencia de acontecimientos intraclínicos.

La técnica estructural permite un análisis más completo del conflicto psíquico, mientras que el enfoque topográfico tiende a superar o vencer –no a analizar- la resistencia, desviando la atención del analizado de una exploración detallada de sus transacciones inconscientes. ¿Entonces, por qué estuvo y está tan generalizada aún en la actualidad esta técnica propia de la primera tópica? Puede discernirse varios motivos.

Primero, la técnica topográfica posee la aparente (y engañosa) elegancia de la simplicidad. En efecto, es más fácil conceptuar la noción de una personalidad consciente opuesta a unos impulsos ocultos, o la de una moralidad enfrentada a las pasiones, que entender el concepto tripartito de unos mecanismos de defensa inconscientes (Yo y Superyó) consiguiendo distintos niveles de transacción más o menos adaptativa con las pulsiones sexuales y agresivas en un intento simultáneo por alcanzar una homeostasis narcisista.

Segundo, resulta atractiva la idea de poseer capacidades interpretativas para adivinar ecuaciones mentales como “envenenarse = quedar embarazada” o “arrojarse de una altura = parir” (Freud, 1920, p.2555). Lo mismo podría decirse de fórmulas como “vómito histérico equivale a fantasías reprimidas de felación” o “la avaricia representa retención anal inconsciente”. Esta clase de tesis falaces resulta atractiva porque proporciona la ilusión de un conocimiento causal, disminuyendo la ansiedad inherente a nuestra incertidumbre. Además, este tipo de interpretaciones ambiciosas nos acerca a una motivación grandiosa: la arrogación narcisista de omnisciencia. El uso de una técnica topográfica permitirá al analista un acceso más directo a esta forma de gratificación, lo que tendrá su contrapartida en el deseo regresivo del analizado de hallarse en manos de una figura omnipotente. Este enfoque técnico es también mucho más congruente con la relación tradicional médico-paciente, lo que le hace parecer culturalmente más sintónico.

La interpretación analítica por medio de la técnica de la primera tópica implica un grado menor de sublimación de nuestras pulsiones epistemológicas que la exploración que se lleva a cabo siguiendo la técnica correspondiente a la teoría estructural. Por otra parte, las técnicas interpretativas fundamentadas en el modelo topográfico, con una base menor en el material observable, constituyen un terreno más favorable para los intentos inconscientes del analista de encontrar soluciones proyectivas a sus conflictos internos. La “revelación” al paciente de contenidos putativos profundamente inconscientes puede proporcionar al analista, adicionalmente, gratificación de unos deseos de drama y trauma, y de agresión semisublimada.

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Hace ya siete décadas, Kaiser (1934) expuso las razones por las que las “interpretaciones de contenido”, i.e., “el método de comunicar al paciente aquellos deseos inconscientes escondidos tras la defensa” (p.401) eran potencialmente perniciosos. Kaiser explicó cómo esta clase de interpretaciones, típica de la primera tópica, acababan consiguiendo un fin paradójico: “el paciente no experimenta el impulso en sí, sino sólo una réplica de laboratorio creada por el analista” (p.403). En el decir de Busch (1999), el analista en su antiguo papel de descifrador de equivalencias inconscientes se asemeja al “místico medieval experto en el arte de traducir lenguajes secretos” (p.113). Las interpretaciones de sueños del Freud de la primera tópica son las más clásicas al respecto. Ejemplos: “Cuando un hombre salva en sueños a una mujer de las aguas, quiere ello decir que la hace su madre” (1910a, p.1630), o “ en el simbolismo del sueño los insectos y los parásitos representan a los hermanos” (1921, p.2605). Este tipo de desciframiento topográfico, ciertamente, no se aplicó sólo a la interpretación de sueños. La Psicopatología de la vida cotidiana de Freud (1901) está repleta de ejemplos interpretativos como éstos de material no onírico.

En la técnica topográfica, el analista se instaura en el papel de experto en sentimientos inconscientes y juez de dinámicas ocultas. Las interpretaciones consiguientes implican una modalidad de puesta en escena (enactment) contratransferencial que acaba fundida con el intento de entender con objetividad el material clínico. La respuesta del analizado a esta clase de enfoque técnico puede resultar difícil o imposible de analizar porque su transferencia original termina mezclada con las asociaciones “interpretativas” del propio analista (Paniagua, 1998). Cuanto menos abstinente sea el analista a este respecto, más contaminado resultará el material y más alejado se verá el analizado del examen de sus verdaderas dinámicas. Cuanto más “interpretativa” sea la técnica, más tendrá que apoyarse el paciente en su transferencia positiva para creer acertadas las intervenciones del analista. A través del acto interpretativo podemos, como dijo Spence (1982), “trocar la incertidumbre y el misterio de lo que sucede clínicamente por una explicación plausible y persuasiva, y ¿quién preferirá lo primero a lo segundo?” (p.143). Esto da cuenta tanto de la atracción como del peligro de la interpretación, porque explica la tentación constante de proporcionar insights en vez de promoverlos, de recurrir a la creatividad en vez de al rigor de la observación en nuestra búsqueda de realidades psíquicas.

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Para ejemplificar y clarificar los dilemas a que los analistas podemos enfrentarnos en nuestras intervenciones siguiendo la técnica estructural en vez de la aparentemente más atractiva técnica topográfica, he usado en mis artículos varias viñetas clínicas (2000, 2001, 2003). Reseñaré aquí sólo una de ellas que, creo, ilustrará algunos de los puntos discutidos.

Un hombre de 25 años, en su segundo mes de análisis de cuatro sesiones por semana, se quejaba de que estaba comenzando a sentirse muy abatido en el tratamiento al tener que reconocer sus errores si quería que el analista le ayudase. A este paciente le parecía que todas las relaciones humanas eran primariamente hostiles y experimentaba el análisis como una contienda. Recordó entonces cómo, de niño, era tan competitivo en los deportes que prefería no participar en ninguno en que hubiese alguna posibilidad de ser derrotado. En ese momento pensé yo en sus intensos celos de su brillante hermana. Simultáneamente, consideré extraño el evocar la rivalidad con una niña en actividades deportivas, dándome cuenta de que mi asociación estaba relacionada con mi propia rivalidad fraterna de la infancia. Una intervención por mi parte conectando su actitud de evitación con la problemática fraterna habría supuesto un intento por resolver asuntos contratransferenciales. Así, en vez de esto, indagué sobre qué implicaba para él el hecho de perder en una actividad deportiva. Con ello me estaba alejando de mis propias elucubraciones y pidiéndole que centrase la atención en sus asociaciones. Ya tendría yo tiempo después de explorar mis propios conflictos. Al paciente le llevaron sus asociaciones a pensar en que siempre se había sentido críticamente examinado y rechazado por otros, lo que había hecho que el trato social le resultase insoportable. “Haga lo que haga, nunca puedo ser el mejor”, dijo. Recordé entonces su competitividad con un padre exitoso y exigente, sintiéndome tentado de formularle una interpretación sobre su rivalidad edípica. Era un marco de referencia que me proporcionaba una sensación inmediata de comprensión. Pensé por unos momentos que comunicarle este tipo de formulación podía ayudarle a dar sentido a su malestar, pero decidí abstenerme de una interpretación tal. Aunque el paciente había aludido anteriormente a alguna colisión edípica, juzgué que dicha interpretación habría estado insuficientemente basada en material fresco y explícito. Sabía que habría llevado un peso sugestivo notable y que le habría familiarizado innecesariamente con una hipótesis psicogenética tradicional. Esto habría interferido con una exploración más naturalista de sus propias fantasías, así como con el despliegue mnémico de los pormenores biográficos, consideración que me pareció especialmente importante en esta fase temprana del análisis. Estimé que resultaría más productivo preguntarle simplemente, “¿de dónde cree Vd. que le vienen estas exigencias?”. El analizado rompió a llorar, diciendo, “creía que decepcionaría a mis padres. Seguramente tenía miedo de que me abandonasen y tenía que demostrarles que yo les valía la pena”. No esperaba este sesgo pre-edípico en su respuesta y me alegré de no haberme dejado guiar por un prejuicio teórico que bien podía haber sido usado por el paciente como tema para una intelectualización. La interpretación edípica que tenía en mente podía haberle hecho sentirse incomprendido en ese momento, menoscabando la necesaria alianza terapéutica, pero también podía haber sucedido que le pareciese sugerente y persuasiva, a expensas del examen de sus propias fantasías y en detrimento del funcionamiento óptimamente autónomo de su Yo, que es lo que intentamos promover con una técnica acorde al modelo estructural.

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Las dinámicas que el analista discierne en el material clínico pueden ser interpretadas al paciente de maneras muy diversas. Las diferencias en la técnica parecen de tal magnitud que se ha llegado a dudar si los analistas compartimos suficientes principios teóricos como para pertenecer a una misma disciplina (Tuckett, 1998). ¿Por qué hay técnicas que recurren a formulaciones interpretativas que eluden o sortean al Yo y otras que optan por respetar a éste con interpretaciones de las defensas e intervenciones de tipo clarificador? ¿Por qué algunas técnicas prescriben que el analista presente sus propias asociaciones a modo de interpretación, mientras que otras recomiendan un análisis textual del material clínico? ¿Por qué algunas técnicas se inclinan por “la comunicación de aquello que el enfermo ignora, por haberlo reprimido” (Freud, 1910b, p.1573), mientras que otras procuran facilitar al paciente la propia exploración de aquello que “ignora” y de cómo llegó a reprimirlo en la infancia? El primer estilo interpretativo es característico de la técnica topográfica, excesivamente coloreada por las influencias asociativas del analista y sus teorías psicogenéticas preformadas. El examen de los motivos y los medios por los que el Yo del paciente fue incapaz de captar las dinámicas inconscientes en primer lugar, es congruente con el análisis del carácter y la teoría estructural.

Todas las técnicas psicoanalíticas tienen como objetivo hacer conscientes los contenidos y funciones inconscientes del analizado. Repitamos que lo que resulta consustancial a la teoría estructural es el reconocimiento de que son inconscientes no sólo las pulsiones, sino también los mecanismos de defensa, las prohibiciones del Superyó y los ideales del self. Naturalmente, esto hubo de exigir un cambio de paradigma en la técnica. Sin embargo este cambio se ha llevado a cabo sólo parcialmente. En muchos casos, los conceptos de la primera tópica han sido traducidos de modo simplista a los de la segunda (Inconsciente = Ello; Preconsciente/Consciente = Yo). Después de medio siglo desde la introducción de la segunda tópica por Freud (1923), Gray (1973) ideó y enseñó un método sistemático de practicar el análisis basado en los conceptos freudianos más completos del funcionamiento mental y en la obra de pioneros de la técnica como Anna Freud, Otto Fenichel, el Wilhelm Reich de los comienzos, Richard Sterba y otros. Desde entonces, Gray y otros autores de la Psicología del Yo contemporánea (cf. Goldberger, 1996) han estado ampliando y refinando aspectos de la técnica de acuerdo a la teoría estructural. Sin embargo, estos progresos técnicos no parecen haber tenido la repercusión general que habría cabido esperar, dada su importancia práctica.

Existen inercias históricas y otras motivaciones poderosas –en gran parte irracionales- que dan cuenta de la adhesividad de la técnica pre-estructural. Resumiendo, en primer lugar, fue la técnica primordialmente utilizada en su práctica clínica por Freud –tan frecuentemente idealizado como padre de nuestra profesión. Segundo, gratifica el narcisismo del analista más directamente, en el sentido de dotarle (supuestamente) con un instrumento para la traducción de contenidos inconscientes. Herrmann (2001) se preguntaba, “¿por qué los analistas dicen una y otra vez que el inconsciente es lo desconocido [...] cuando luego actúan como si se tratase de un viejo conocido?” (p.63). Creo que la respuesta a esta pregunta gira en torno a la satisfacción de nuestra epistemofilia, a nuestros anhelos de omnisciencia, a nuestros deseos de despertar admiración y a otras motivaciones relacionadas con el narcisismo. Comprensiblemente, la técnica interpretativa topográfica también gratifica más los deseos de dependencia filial del analizado.

Adicionalmente, la técnica propia de la primera tópica promueve a veces en el analista la fantasía omnipotente de poder anular el pasado por medio de su reconstrucción interpretativa. Esta tendencia se verá menos fomentada por aquellas técnicas enfocadas hacia el análisis de las evoluciones defensivas en el “aquí y ahora” transferencial. Como antes se señaló, la idea de interpretar impulsos inconscientes reprimidos por una personalidad consciente es más sencilla de entender que la de la interpretación secuencial de elementos en transacción. Además, la técnica dirigida a interpretar unos contenidos no visibles en el material proporcionará, naturalmente, una pantalla de proyección más propicia para contratransferencias no resueltas. Por último, hay que recordar que la técnica topográfica no está desprovista de efectos terapéuticos. Tampoco lo está el análisis silvestre, que proporciona explicaciones capaces de aliviar la sintomatología del paciente desviándole de la ansiógena exploración de sus auténticos conflictos inconscientes. Las interpretaciones características de la primera tópica, a pesar de su elementalidad, siempre pueden fomentar el insight y ser portadoras de benéficas sugestiones, lo que también contribuye a explicar su persistencia frente a desarrollos técnicos posteriores.

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