aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 024 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Apego, trauma y violencia: comprendiendo las tendencias destructivas desde la perspectiva de la teoría del apego [Renn, P., 2006]

Autor: San Miguel, Mª Teresa

Palabras clave

Paul renn, Agresion fisica, Apego desorganizado, Regulacion emocional, Teoria del apego, trauma.


Reseña: “Apego, trauma y violencia: comprendiendo las tendencias destructivas desde la perspectiva de la teoría del apego”. Paul Renn. En: Harding, C. (ed.) Aggression and Destructiveness: Pyschoanalytic Perspectives. New York: Routledge (2006)



En la introducción del capítulo, Renn nos dice que para muchas personas la violencia en las sociedades modernas ha tomado proporciones de “epidemia”. El autor extrae de su práctica como forense el caso de un hombre, Michael, que tras 20 años de matrimonio golpeó con un martillo hasta causar la muerte a su esposa, Anna, a pesar de alegar que él la amaba.

La propuesta de Renn es presentar en primer lugar las premisas y hallazgos de la teoría del apego que nos permitan comprender la violencia masculina que se manifiesta en los vínculos afectivos y, al final, volver sobre el caso de Michael.  

Renn invoca las teorías pioneras de Bowlby para quien el apego es un tipo de comportamiento por el que una persona busca activamente mantener proximidad con otra claramente diferenciada (esto quiere decir que el contacto buscado no es con cualquiera sino con alguien significativo para esa persona). Renn propone que la cualidad principal del cuidador como figura que brinda amor y seguridad permite al niño regular el conflicto básico entre amor y odio. De forma complementaria, la agresión sería la consecuencia de una perturbación traumática del vínculo de apego. En consecuencia, Renn propone que el significado de las agresiones que se producen en el marco de relaciones afectivas adultas ha de buscarse en la matriz particular de las relaciones del sujeto en la infancia. Cuando dichas relaciones no han sido adecuadas, la persona tiende a reaccionar con agresividad cuando percibe amenazas o se siente en peligro. Estas reacciones se caracterizan para Renn por ser “desorganizadas” y por carecer de capacidad para encontrar formas adecuadas de adaptación (maladaptive).

Renn considera que la comunidad psicoanalítica se distanció al principio de lo sostenido por Bowlby debido a que éste enfatizaba el papel de las experiencias traumáticas de la vida real en la génesis de la psicopatología. Pero este primer desencuentro entre teoría del apego y psicoanálisis ha ido evolucionando hacia un mayor acercamiento entre ambas disciplinas, habiendo contribuido a ello tanto los hallazgos de la investigación neurocientífica como otros estudios realizados sobre los efectos del trauma, la regulación de los afectos, la disociación y los tipos de memoria implícita-procedimental. Los hallazgos de estas investigaciones apuntan en una doble dirección: subrayan el papel central que tiene la relación entre cuidador y niño para la transmisión afectiva y la regulación emocional; y, en segundo lugar, destacan la importancia de la intersubjetividad en el desarrollo del cerebro y en el dominio cognitivo de la experiencia.


Teoría del apego y agresión

En este apartado, Renn nos recuerda que para Bowlby la aflicción y duelo patológicos están en la base de los sentimientos agresivos y destructivos, pues estos últimos serían precisamente la reacción que aparece frente a separaciones y pérdidas que el niño vive en sus relaciones familiares. Bowlby consideraba que cuando los niños no pueden expresar sus sentimientos frente a la pérdida de una figura de apego (sentimientos que son ambivalentes e incluyen tanto el anhelo de contacto como el enfado y la rabia) esta vivencia de “división” en los afectos hacia la figura de apego tiene su correlato en un sistema disociado de la personalidad del niño-a. En suma, para Bowlby, en el duelo patológico se reniega (disavow) la pérdida.

Renn alude a la diferencia, ya conocida, entre patrones de apego seguros, inseguros o desorganizados. Estos modelos no son sólo “relacionales” sino que pasan a formar parte de mundo interno en la infancia y tienen su continuidad en las relaciones afectivas de la edad adulta. Estos “modelos internos de apego” sirven para interpretar y predecir tanto el comportamiento como los sentimientos de los otros relativos al apego. Según Renn, estos modelos internos de apego pueden equipararse a las relaciones de objeto (en el sentido kleiniano de objeto interno).

Las ideas de Bowlby sobre la agresión descansan sobre lo que -para el autor- es la función evolutiva del enfado. La protesta airada es una respuesta biológica de carácter instintivo frente a la ansiedad y el miedo que se experimenta cuando la figura de apego se aleja o se pierde. La función adaptativa de la ira sería, pues, aumentar la intensidad de la comunicación con la figura de apego para restablecer el contacto con ella y evitar que el niño se quede sólo.

En los casos en que los padres no se muestran suficientemente disponibles y no existe una figura de apego sustituta, los niños pueden verse empujados a adoptar un distanciamiento emocional a través del cual se niega cualquier necesidad de contacto. Bowlby pensaba que esta exclusión defensiva se convierte en el núcleo de la psicopatología, ya que el alejamiento impide experimentar lo traumático y, por tanto, el niño carece de medios para procesar su experiencia. En la adultez, estos traumatismos pueden activarse en el contexto de vínculos afectivos y desencadenarían todos los afectos de ira y hostilidad contenidos.

A diferencia de esta situación, si los vínculos de apego han sido seguros en la infancia, la persona encuentra formas de sentir y expresar el enfado de forma apropiada, sin que la agresividad se desborde y destruya las relaciones con los otros cuando en dichas relaciones surjan conflictos que desencadenen miedo o pena en el sujeto.   

Para Renn, en resumen, las formas de cuidado y apego introducen al niño y la niña en potenciales sendas de desarrollo que conducen a niveles diferentes de adaptación. Los trastornos en las relaciones de apego terminan por constituir “modelos internos de funcionamiento del apego”, que son como las plantillas de la psicopatología de la vida posterior y entre ellas se pueden incluir las formas de comportamiento agresivo y destructivo de la vida adulta.    

 

Perspectivas contemporáneas sobre la reacción entre trauma y regulación afectiva

El trauma psicológico implica tener sentimientos intensos de miedo, desprotección y sensación de aniquilación, los cuales desorganizan el funcionamiento mental y privan a las personas de una serie de sensaciones tranquilizadoras como serían las de tener control sobre lo que les acontece, sentirse en contacto emocional con los otros, así como sentir que las relaciones tienen un sentido.

Renn cita a varios autores (DeZulueta, Tyson and Tyson, además del ya mencionado Bowlby) para quienes los afectos traumáticos son un factor de primer orden a la hora de entender las motivaciones agresivas y destructivas.

También Renn subraya lo sostenido por otros (Rutter) en el sentido de que cuando en la infancia se produce una pérdida (padre o madre) no sólo hay que ver los efectos sobre el hijo o la hija, sino contemplar también los efectos de desorganización que dicha pérdida tiene sobre el conjunto de la familia. El autor mencionado por Renn (Rutter, 1997) considera que en estos casos pueden desarrollarse formas de apego enfermizas sin que se haya alterado la estabilidad de la relación.   

En cualquier caso, parece haber coincidencia en que no es el trauma aislado sino el efecto de éste sobre los vínculos, o el hecho de que el trauma aparezca en el interior de vínculos deficitarios, lo que señalaría la dirección en la que se va a desarrollar la personalidad. Asimismo, se considera que es la desorganización  en los vínculos de apego, y no tanto determinados grados de inseguridad en dichos vínculos, lo que sería un factor central en la aparición de agresión y violencia en la vida adulta.

Renn considera que se cuenta con suficientes trabajos para dar por evidente que la regulación emocional es una parte sustancial de la relación entre apego y psicopatología. Renn se apoya en autores como Bradley y Schore quienes han trabajado sobre la importancia de las figuras de apego en regular emociones negativas como el miedo, la vergüenza y la rabia. Shore (1991, 1994) puntualiza que el desarrollo del sistema de  regulación emocional en el hemisferio derecho del cerebro atraviesa una fase crítica durante el segundo año de la vida; de manera que un temprano fallo en la regulación de una emoción como la vergüenza puede traer aparejados desórdenes asociados con la regulación de la agresión.

En cualquier caso, según el autor, el problema es que el “trauma relacional” se encuentra típicamente en familias donde las deficiencias son acumulativas. En ellas, el adulto responsable de cuidar al niño-a provoca fallas en la regulación afectiva de éste-a y, lo que es más  importante, o es incapaz de dar cariño o cuando lo da es de forma inconsistente. Como resultado de este fallo de “entonamiento” afectivo, el niño queda en un estado psicobiológico profundamente desorganizado. La respuesta del niño a un ambiente que le produce mucho miedo es desarrollar una hipervigilancia y una reacción extremada, ya sea ésta la de expresar emociones intensas ante cualquier pequeño cambio en el contacto con los otros o, por el contrario, evitar dicho contacto, disociando una afectividad que aparece muy restringida y mostrando un alto grado de obediencia y conformidad. En cualquier caso, estos formatos de interacción van a terminar por formar parte del psiquismo y uno de sus efectos sería el de dañar la capacidad para procesar la información emocional en el seno de las relaciones con los otros     

Podría decirse, en suma, que los efectos de un traumatismo temprano en la relación del niño con figuras de apego pueden conducir tanto a una deficiente capacidad para procesar la información emocional que nos transmiten los otros, como a tener dificultades en grado variable para regular los  estados corporales (p. 63). Si las figuras parentales son incapaces de ayudar a sus hijos cuando estos se sienten atemorizados, se va desarrollando durante la infancia una excesiva sensibilidad frente a cualquier estrés que se expresará en la vida adulta como incapacidad de hacer frente a cualquier situación conflictiva.      

Los estudios de neurociencia afirman que el trauma induce una deficiencia en el sistema orbito-frontal del cerebro derecho; como resultado de esta deficiencia, no se produce una adecuada transmisión de la información afectiva al lateral izquierdo del cerebro donde se procesaría semánticamente. Esto quiere decir que bloques de la experiencia pueden quedar sin significado y, en general, la persona carece de un relato integrado y coherente de su experiencia emocional y de sí-misma.   


La teoría del apego y la transmisión de afectos.

Renn (p. 64) considera que la teoría del apego puede considerarse como una teoría de la regulación emocional, ya que la calidad del cuidado transmite una determinada organización del apego en la que se puede incluir un estilo característico de regulación de las emociones. Renn invoca los trabajos de Stern, Beebe y Lachmann, Lyons-Ruth y otros en los que se nos muestra la forma sutil en que se transmiten de una generación a otra las emociones; serán las inflexiones de la voz, las miradas, las posturas corporales o las expresiones del rostro las que nos permitan ir adquiriendo un conocimiento sobre lo emocional que es conocimiento implícito y que se produce siempre en el marco de una relación.

Renn también recoge las aportaciones de Main, Kaplan y Cassidy que han permitido ver que los padres transmiten a sus hijos sus modelos internos de apego y que esta influencia se dejará ver, sobre todo, en el tipo de relaciones íntimas que ellos establecerán en el futuro con sus parejas.

Como han mostrado numerosos estudios, los niños que han disfrutado de una relación de apego seguro tienden, en su vida adulta, a buscar formas de reparar los efectos de  las rupturas en las relaciones y eso hace que sus vínculos tengan una relativa consistencia. Cuando el apego ha sido inseguro y los niños no han recibido atención de los padres frente a diversas formas de estrés sufridas, la tendencia que aparece es una reducción en la expresión tanto de sus necesidades de recibir ayuda, como de sus sentimientos de vulnerabilidad. Esta deficiencia en la expresión de afectos empuja al niño-a a una desconexión de sus propios estados emocionales.

En cuanto a los niños y niñas criados en vínculos de apego desorganizado, éste puede provenir tanto de padres que atemorizan a sus hijos-as (donde se dan formas francas de maltrato), como de padres que alternan entre proveer de cuidados adecuados y retirar bruscamente cualquier tipo de disponibilidad y vínculo afectivo con los hijos-as.

En aquellos casos en que ambos padres son responsables de provocar miedo e intranquilidad en sus hijos, los niños y las niñas se ven abocados-as a un callejón sin salida ya que son las propias figuras protectoras las que producen temor. Como escapar físicamente del traumatismo es imposible, los niños alternan entre estados de hiper-vigilancia y protesta airada y estados en los que predomina la disociación y un bajo tono emocional.                 

Renn concluye que cuando nos encontramos con traumas acumulativos en las relaciones, éstos van a terminar por producir un impacto en la maduración del sistema orbito-frontal y generar una permanente falta de regulación en los estados de miedo.

Por último, los trabajos de Lyons-Ruth y Jacobvitz relacionan el apego desorganizado con una predisposición a la violencia en las relaciones personales, a padecer estados disociativos y trastornos de conducta en niños y adolescentes, así como a desarrollar un en la vida adulta el denominado trastorno borderline  de la personalidad.      


Separación y proceso de diferenciación psicológica

La seguridad que pueda proporcionar la figura de apego es fundamental para que se desarrolle en la infancia un deseo de explorar y de separarse. Bowlby presentó en términos de “ambivalencia” lo que los niños experimentan entre su tendencia a buscar conexión emocional y su tendencia a la autonomía. Teóricos de la escuela de las “relaciones objetales”, como Balint, Khan o Winnicott; y otros autores pertenecientes a la “psicología del yo”, como Mahler y Furere, han puesto de relevancia la importancia de que los niños tengan un cierto grado de agresividad y de capacidad de desafío como medio para conseguir un sentimiento óptimo de diferenciación de las figuras parentales. Esta diferenciación permite tanto un desarrollo de la capacidad de exploración autónoma como la emergencia del sentimiento de agentic self  (vivencia de ser sujeto y dueño de los propios actos).

Renn cita asimismo a autores como Benjamin y Ogden para quienes es necesario un proceso de diferenciación entre el niño y su cuidador como vía para tener una perspectiva subjetiva. Los abusos de los padres, su narcisismo o negligencia hacia los hijos-as generan tales grados de ansiedad e inseguridad en ellos-as que tornan muy problemático el proceso de separación y discriminación. Renn añade la perspectiva de autores para quienes el padre tiene un rol importante en impulsar a que el hijo-a salga del vínculo diádico que establece con la madre, así como ser ese “tercero” que puede dar una segunda oportunidad al niño o la niña para desarrollar un sí-mismo seguro (Fonagy, Target). Fonagy es el autor que más ha incidido en que la relación de apego es fundamental para el desarrollo de la capacidad de “mentalización”.

Renn señala que, muy a menudo, la figura paterna ha estado ausente o inaccesible emocionalmente. Esta situación resulta exacerbada, según el autor, por las interminables jornadas laborables de muchos hombres, así como por los altos índices de separación y divorcio en nuestras sociedades contemporáneas. En los casos en que ambos padres resultan incapaces para cumplir las funciones de su rol como figuras de apego, es importante la existencia de una figura de apego en el entorno familiar (como el abuelo o la abuela) que pueda permitir el desarrollo de la capacidad de mentalización (Fonagy).  

 

Teoría del apego y violencia

Antes de introducirse en el tema de las relaciones entre apego y violencia en los vínculos interpersonales, Renn sigue a De Zulueta (1993) al proponer la diferencia entre violencia y agresión. La agresión es definida como un estilo de relación con los otros caracterizado por la ira, la envidia, el odio y la hostilidad. Los sentimientos agresivos pueden ser expresados verbalmente o transmitidos de forma no-verbal, pero nunca a través de actos físicos. Contrariamente, el acto violento consiste en un ataque dirigido contra el cuerpo del otro con la intención de causar daño físico e injuriar psicológicamente.

En la violencia pueden distinguirse dos tipos. El primero es la violencia depredadora o psicopática, la cual es planificada de antemano y cuya ejecución se realiza exenta de emociones. El segundo tipo sería la denominada violencia defensiva o afectiva, la cual  surge como reacción a una amenaza que es percibida como un peligro para la seguridad personal. Este tipo de violencia viene precedida por altos niveles emocionales. Renn cita a Cartwright (2002) -autor para quien la característica común de ambos tipos de violencia  es la falta de simbolización (siguiendo el concepto de “mentalización” de Fonagy)- pero precisa que él se va a centrar en la violencia llamada “defensiva”.

Renn desgrana una serie de datos sobre la violencia criminal. El primero de ellos es que de un total de 1048 homicidios contabilizados en el período 2002/2003 en Inglaterra y Gales, la mayoría fueron cometidos en el seno de la familia, siendo las víctimas las mujeres y los niños. También se cuentan por millones (más de seis) el número de incidentes violentos en el ámbito doméstico. Como es bien conocido por los profesionales que trabajan con temas de maltrato, la mayoría absoluta de las agresiones físicas entre adultos se dan entre personas que están ligadas afectivamente.

Renn (p. 68) cita a Bowlby (1973, 1988) para quien la violencia ha de comprenderse como una exageración y distorsión de las reacciones de ira a través de las cuales el niño retiene a la figura de apego; esta ira es, por tanto, una conducta potencialmente funcional para mantener el vínculo de apego. Bowlby entiende el asesinato como la incapacidad de quien perpetra dicho crimen para tolerar el alejamiento de la figura de apego. Renn añade que esta idea se ve confirmado por estudios que muestran que la mayoría de los asesinatos de las esposas son llevados a cabo por sus maridos tras la separación física entre ambos.

Renn cita a Fonagy y Target quienes mantienen que, en el caso de individuos violentos, el  tipo de daño que han sufrido en su infancia suele ser un tipo de violación del self más sutil y encubierto que otras formas de traumatismo y abuso más franco.

Renn se apoya en su experiencia clínica para concluir que el aspecto central de la estructura defensiva del asesino consiste en un falso-self, siendo reforzados el comportamiento y las actitudes “pseudos-independientes” por el distanciamiento emocional, la idealización y la “defensa moral”.

Renn presenta un diagrama en el que se detalla su modelo teórico sobre la violencia afectiva masculina y otro para describir su modelo de trabajo terapéutico con estos pacientes. Respecto al primer diagrama, el autor parte de un trauma infantil que sería: separación, abandono, abuso y/o negligencia que se producen el contexto de un sistema de apego-cuidado desorganizado. La conexión de este tipo de apego desorganizado con  traumatismos sobre los que no se ha hecho nada y un sistema de representación caracterizado por la disociación va a dar lugar a duelos patológicos, distancia emocional e incapacidad para regular los estados afectivos.

El efecto de todo lo anterior es una percepción distorsionada de la pareja y una conducta controladora substancialmente indebida. Ante un abandono percibido o real, se activaría el miedo y el sistema de apego desorganizado, lo que trae aparejado desregulación afectiva, retraumatización y conducta violenta.   

En cuanto a si existen diferencias de género respecto a la conducta violenta, Renn cita un trabajo (Mirrless-Black, 1999) realizado en Gran Bretaña en el que se afirma que se han encontrado niveles similares de violencia doméstica en hombres y mujeres, aunque se matiza que las injurias que los hombres infligen a las mujeres suelen ser más graves, reflejando la mayor fuerza física de los varones. Al tiempo, se registra un incremento de la violencia de las mujeres en los espacios públicos. En otro estudio citado por Renn (Roberts y Soller, 1998) se compara a hombres y mujeres violentos y se concluye que  las mujeres violentas no lo son fuera de las relaciones de pareja.  


Una viñeta clínica de la práctica forense    

Desde la teoría del apego, los síntomas destructivos del paciente se comprenden como expresión de una experiencia traumática que no ha sido procesada y que queda registrada en la memoria implícita-procedimental y representada en los modelos internos self-otro. Tanto la memoria afectiva como los modelos de interacción emergen en el sistema de relación o intersubjetivo

 

Caso Michael

Michael mató a su ex-mujer, Anna, golpeándola con un martillo en el curso de una acalorada discusión en la que la acusaba de hablar mal de él a los hijos. Habían estado casados 20 años y tenían cuatro hijos de edades comprendidas entre los 10 y los 18 años.

Renn nos cuenta que los padres de Michael se separaron cuando él tenía cuatro años y perdió el contacto con su padre cuando su madre volvió a casarse. M. sentía que se había convertido en un extraño para su madre y su nuevo marido pues ellos estaban ocupados en montar un negocio, de manera que M. se vuelve hacia la abuela materna con la que desarrolla un vínculo de apego sustitutivo. 

En la juventud, Michael conoce y comienza una relación con Clare. Ella rompe el compromiso de forma precipitada. Posteriormente, Michael se encontró casualmente con Clare y la apuñala en el pecho. Estuvo cuatro años en prisión. Después volvió a ser condenado por robo, posesión de armas de fuego y lesiones.  

La actividad delictiva de Michael cesa cuando comienza una relación con Anna. En los cuatro años previos al asesinato, la tensión crece entre la pareja: él trabaja muchas horas fuera de casa y ella comienza una relación extramarital. La distancia afectiva y sexual entre ellos crece sin parar. La situación se complica todavía más porque Anna empieza a beber en exceso y él se torna progresivamente controlador. Fallecen la madre y la abuela de Michael.

La pareja no consigue arreglar sus diferencias, Michael intenta suicidarse y es hospitalizado por depresión. De vuelta a la casa, Anna acusa a Michael de golpearla y él es arrestado, además de que se le retira la custodia de los hijos por tres meses. Durante ese tiempo, ella pide el divorcio. A los pocos días, Michael va a verla. Cuando Anna se niega a hablar con él y amenaza con avisar a la policía, Michael la asesina.

Renn cita lo que parecen ser palabras textuales de Michael: “toda mi ira y mi frustración estallaron de repente”. La policía encontró  a Michael sentado en su coche, delante de la casa familiar. Fue condenado a siete años de prisión. Michael hablaba de su amor por Anna y de que nunca hubiera podido imaginar que ella lo abandonara. Michael creía que ella lo había provocado al alegar que la había pegado cuando lo único que ella pretendía era tener una causa para divorciarse de él.

Renn comenta la incapacidad de Michael para experimentar sentimientos de empatía hacia Anna, pero subraya lo profundamente conmovido que se sentía porque había arruinado la posibilidad de que sus hijos gozaran de una “perfecta” infancia que él nunca tuvo.

Para el autor nos encontramos en presencia de un trauma acumulativo con efectos sobre el desarrollo neurológico. Sin haber podido contado con ayuda, Michael nunca pudo procesar sus experiencias de haber sufrido abuso sexual y abandonos por parte de las figuras de apego. Renn afirma que mientras Anna fue emocionalmente accesible, Michael pudo, con sus defensas, mantener su miedo y su angustia dentro de proporciones manejables. Cuando Michael percibe que ella se aleja, se dispara el miedo, su conducta se vuelve progresivamente desorganizada y sus defensas fracasan en regular los afectos negativos, lo cual culmina en una explosión de ira asesina. Renn continúa interpretando que el primer ataque de Michael contra Clare (su primera relación) también puede ser visto como indicador de que la pérdida dispara en Michael modelos internos de relación que son poco adecuados, fruto de sus vínculos infantiles de apego desorganizado. 

Renn no deja de reconocer como probable que cualquier mujer con la que Michael desarrolle una relación íntima se encuentra en peligro de ser dañada si la relación se rompe. Según el autor, un trabajo psicodinámico con base en la perspectiva del apego podría aminorar la catastrófica experiencia de Michael con los abandonos y los rechazos, lo que reduciría el riesgo de las mujeres con las que se relacionara. Este encomiable deseo de Renn, al parecer no pudo cumplirse y el autor concluye con una comunicación escalofriante: Michael entabló una nueva relación con una mujer a la que golpeó hasta la muerte cuando ella quiso romper la relación. Después de matarla, Michael se fue a correr, no sin antes dejar una nota a la policía admitiendo su crimen e indicando el lugar en el que encontrarían el cuerpo de ella.         

 

Comentarios críticos

Renn realiza un recorrido por las teorías del apego con la pretensión de que dichas teorías nos van a permitir entender la “violencia masculina en el interior de vínculos afectivos”. Es con estas palabras con las que el autor designa lo que muchas autoras feministas, entre las que me encuentro, preferiríamos denominar violencia de género o violencia ejercida contra las mujeres. No es que Renn desconozca quiénes son mayoritariamente las víctimas (él mismo aporta datos sobre el nº de homicidios de mujeres y niños en Inglaterra durante el período 2002/3) pero al hablar de dicha violencia la denomina  “incidentes de violencia doméstica” (incidents of domestic physical assaults), incidentes que pasan a ser descritos en términos de “asaltos violentos entre adultos que ocurren cuando existen vínculos de apego entre ellos”. Parece un circunloquio que evita plantear en términos más claros los golpes y el asesinato de que son objeto las mujeres a manos de sus parejas del género masculino.

Con respecto a la tesis central de Renn, la causalidad que el establece entre relaciones tempranas de apego desorganizado y violencia física en la etapa adulta, nos parece francamente insostenible. Como también resulta discutible la continuidad que existe para el autor (p. 73) entre las reacciones de la infancia y las de la edad adulta:

En la infancia, él expresaba su tensión y su enfado corriendo alrededor de la casa y haciéndose pis en la cama, mientras que en su edad adulta esto fue actuado como un crimen violento.[1]

Resulta indudable el nivel de déficit en la regulación emocional que ocasionan las relaciones traumáticas (se trate de abuso sexual, maltrato físico o deficiencias psíquicas graves) pues existe abundante material clínico al respecto. Ahora bien, como mucho se puede coincidir con el autor en que dichos traumatismos son condición necesaria, pero no suficiente, para explicar estallidos de violencia que -en el caso que Renn nos trae- llevan a Michael matar a golpes a dos mujeres a quienes afirma amar (p. 59).

Como ya indicó el filósofo Schopenhauer en su ameno tratado “El arte de tener razón”[2], no delimitar claramente la causalidad da lugar a argumentos falaces. Así, en este artículo, se hace pasar por causa del comportamiento violento de Michael sus traumas de apego en la infancia, lo cual podríamos calificar, con Schopenhauer, como fallacia non causae ut causae, (falacia de hacer pasar por causa lo que no es), dado que existen numerosos casos de sujetos que han padecido tales traumas y que, sin embargo, no han desembocado en actitudes violentas. Con el agravante, en este caso, de que la orientación del tratamiento recomendado se fundamenta en la causa supuesta.    

La teoría del apego nos resulta muy válida para entender reacciones emocionales frente a carencias en la figura de apego como puede ser la ira, pero no termina de dar cuenta de cuáles serían las condiciones para que esos patrones de irascibilidad y déficit de regulación emocional terminen en una violencia contra la persona “querida”. Este sería precisamente el elemento fundamental para una reflexión sobre la génesis de la violencia. Pero en el artículo reseñado se hace un continuum entre las reacciones de ira infantiles (que aparecen como reacción al alejamiento de la figura de apego) y el ejercicio de la violencia que busca dañar al otro (y no sólo impedir que se aleje). Así como el enfado y la protesta infantil pueden considerarse reacciones “primarias” y que tienen una finalidad biológica, no vemos ninguna relación entre esto y las explosiones de cólera que culminan en un ataque contra la integridad de otra persona.

Una vez que apuntamos esta insuficiencia es dable reconocer que precisamos de mayores estudios sobre la patología de los hombres que maltratan y para los que Dutton (1995), que figura en la bibliografía de Renn, nos propone una clasificación de los tipos de “golpeador” en el que retrata un tipo de trastorno de personalidad que podría corresponder con el caso de Renn, pero se nos da poca información específica sobre su génesis.

Tampoco nos resulta particularmente afortunada la definición de violencia “defensiva” o “afectiva” que el autor toma de Fonagy (1999), pues se supone que en estos casos la violencia se desencadena automáticamente si una persona se siente en peligro al ser abandonada por figuras de apego. De nuevo, bastaría contemplar el vasto mundo de angustias persecutorias, de atentados a la supervivencia y de injurias narcisistas que sufren muchos pacientes (varones y, sobre todo, mujeres) para que resulte insostenible esa especie de silogismo que liga de forma causal vivencias de estar en peligro, rabia y… golpear a alguien hasta matarlo. Si la característica de esta violencia es que aparece en el terreno “relacional” no creemos que  pueda ser etiquetada ni de “defensiva” ni de “afectiva”, pues contemplada desde el vínculo parece más oportuna tildarla de   “ofensiva” y “cargada de odio”.

El trabajo terapéutico con hombres que maltratan a sus parejas podría ser una oportunidad para elaborar una psicopatología del dominio y la agresión que siempre se echa en falta en los manuales clásicos del psicoanálisis, tan abultados, sin embargo, de patologías de sumisión y masoquismo. Sorprende un tanto que no se encuentren “compensaciones” psíquicas que el ejercicio de la violencia pueda deparar para el agresor, hasta el punto de que éste se nos presenta sólo en su vertiente de víctima. Como bien ha puesto de manifiesto Bleichmar (1997), la agresividad es un recurso muy socorrido porque permite cambiar de forma instantánea el sentimiento de fragilidad o inferioridad por el de fortaleza y superioridad. Este cambio, en el campo de intersubjetividad implica que se proyecten (y se le hagan experimentar al otro) los sentimientos de vergüenza y/o temor, de manera que el agresor pueda retener los sentimientos de dominio y el poder de intimidar al otro. Si esto sucede con cualquier expresión –verbal o no verbal- de agresividad ¿qué no sucederá cuando la violencia le da al agresor el poder de dañar físicamente e incluso de decidir si le quita la vida al otro? Aunque Renn insista en que las agresiones suceden en medio de explosiones emocionales ¿en qué se convierte la otra para quien la golpea?, ¿qué sucede en la mente de alguien para que el dolor, el terror, la sangre e incluso el cuerpo destrozado no logren detenerlo?

Renn termina su artículo lamentando que el hecho de que Michael no hubiera podido trabajar sus traumas costó la vida a otra mujer. Pero tanta empatía para el sufrimiento de Michael y tan poca para sus víctimas no parece muy justo. Sobre todo porque no creemos que sea aquel niño que efectivamente sufrió abandono (parcialmente de la madre, total por parte del padre) y abuso sexual (perpetrado por un amigo del abuelo), aquel niño, decimos, no creemos que sea el mismo que golpea con un martillo a Anna. Michael es un adulto que no tolera que “su” mujer le prive de aquello que él desea y necesita; un adulto que se siente con el derecho a someter con golpes a una mujer que se niega a hablar con él y que él convertirá en víctima indefensa, a su merced, incapaz de cualquier rebelión y que pagará con su vida haberlo ofendido y haberlo abandonado.

  

 

 


 

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