aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 034 2010 Revista de Psicoanálisis en Internet

Las mujeres en el contexto y el texto freudianos

Autor: Glocer Fiorini, Leticia

Palabras clave

Historia, Sigmund freud, mujeres, Objeto, Sujeto, Diferencia de los sexos, Femineidad.


Trabajo publicado en Rev. de Psicoanálisis, LXIII, 2, 2006: 311-323. Publicado en Aperturas Psicoanalíticas con autorización.
La autora propone un recorrido por los escritos freudianos tomando como eje las conceptualizaciones sobre las mujeres y lo femenino, y las relaciona con las experiencias de Freud en la Viena finisecular. En este análisis destaca la necesidad de una deconstrucción del discurso freudiano al respecto.
Se enfocan la oposición sujeto/objeto y su conexión con la polaridad masculino/femenino, así como las teorías sexuales infantiles y los diferentes caminos del desarrollo psicosexual en la niña. Se trazan conexiones con el concepto de otredad vinculado a lo femenino. En este contexto se analizan los supuestos epistémicos y las influencias epocales, ideológicas, a la vez que se destaca que los descubrimientos freudianos responden en parte a esos supuestos e influencias y en parte los exceden en su condición de creación original.
Introducción
Hablar de las mujeres en la experiencia y en la obra de Freud plantea problemáticas e interrogantes de gran alcance, tanto desde el punto de vista teórico como desde la práctica clínica. Incita a reflexionar sobre la relación entre el creador y su obra, entre sus experiencias y sus elaboraciones teóricas. Podemos afirmar que se trata de una relación sumamente compleja donde están en juego las teorías sobre la diferencia sexual.
En primer lugar, pensar en la Viena de Freud es pensar en las ideas imperantes, en los discursos vigentes, en el contexto sociocultural en el que su obra es gestada, y sabemos que esto induce inevitablemente a determinadas construcciones teóricas y determinadas prácticas. Pero la relación entre el contexto sociocultural (creencias, ideologías, costumbres) y una obra como la de Freud no es directa ni esquemática; no hay, a mi juicio, una relación causa-efecto directa entre ambos.
En segundo lugar, el contexto sociocultural e ideológico es sólo un aspecto de las influencias posibles. No hay que olvidar el marco epistémico en el que una obra se desarrolla, marco que induce a determinadas formas de pensar las problemáticas, que acepta ciertas lógicas y excluye otras.
Estos dos planos son el punto de partida de este trabajo. Es decir, que las propuestas freudianas responden en parte a una influencia de los códigos culturales y epocales vigentes, pero que también tienen un sustento epistémico, un modo de pensamiento basado en los códigos de la Modernidad. Ambas están en relación.
Sin embargo, quisiera remarcar un tercer punto y es que, al mismo tiempo, se trata de una obra que excede en demasía esas determinaciones. El inconsciente freudiano, las oscuras fuerzas pulsionales descriptas por Freud, van más allá del pensar y de las lógicas de la Razón Ilustrada. Los románticos alemanes, en los que Freud abrevó, habían mostrado esta vertiente de la condición humana. Sin embargo, las obras que marcan giros fundamentales en la historia del pensamiento producen algo nuevo, que no está incluido en lo que las precede.
Entonces, hay varios aspectos a discutir en relación con el tema a desarrollar: a) ideológicos, descriptivos, epocales; b) fundamentos epistémicos y lógicas en juego, y c) qué propuestas en los escritos freudianos van más allá de esas determinaciones en carácter de descubrimientos originales.
Es mi intención construir un diálogo crítico con las ideas freudianas, ya que lo considero el mejor homenaje en el aniversario de su natalicio. Es la única manera, a mi juicio, de reconocer a un creador como Freud.
La Viena finisecular
Hablar de las mujeres en el contexto de la vida y la obra de Freud implica referirse a la Viena finisecular. Pero ¿qué fue la Viena de Freud? Frecuentemente se habla de las ideas burguesas patriarcales que imperaban (Moscone, 2006). Es verdad que se trataba de la Viena imperial, con un fuerte influjo de ideas tradicionales sobre la familia y la mujer. En ese contexto, la categoría mujer era, al menos, motivo de desconfianza y de alarma. Pero también el principio del siglo XX fue en Viena cuna de movimientos que revolucionaron tanto la pintura (recordemos a Klimt y el movimiento de Secesión, como así también al movimiento expresionista), como las artes en general, la literatura y la crítica de costumbres (Musil, von Hoffmanstal, Kart Krauss) y, por supuesto, el psicoanálisis. Freud mismo fue revolucionario en sus propuestas sobre el inconsciente, sobre la sexualidad. También hay que recordar que el lugar clásico de la mujer estaba siendo cuestionado por mujeres de ideas liberales, incluso algunas feministas, que Freud también conoció muy bien. Incluso discutió abiertamente con las feministas en su artículo “La feminidad” (1933). La cuestión sobre el lugar de la mujer estaba instalada. Stuart Mill ya había escrito sobre este tema cuestionando el lugar secundario adjudicado a las mujeres en la sociedad, y Martha Bernays se lo había mencionado a Freud en el intercambio epistolar que sostuvieron durante su noviazgo (Freud, 1963). Sin embargo, Freud estaba muy imbuido de ideas patriarcales como se puede constatar en su respuesta. Sostenía que las mujeres tienen una función ineludible en el cuidado de la casa y los niños, que esto hace que no puedan ni deban tener ninguna profesión, y agrega en su carta que, frente a la posibilidad de que desaparezca “nuestro ideal femenino”, “prefiero ser anacrónico y atesorar mi anhelo de Martha tal como es ahora y no creo que ella quiera ser diferente” (pág. 33).
Hay que destacar que estas ideas se trasladaron en parte a su producción teórica, como se mostrará más adelante. Pero también es necesario señalar que las experiencias y los contactos de Freud con las mujeres fueron muy diversos. Es muy conocido que las mujeres con las que Freud convivió o se relacionó no respondían a un patrón homogéneo. No era lo mismo su modo de relación con Martha, su esposa y pilar del hogar, que con Minna, la cuñada, con quien (como lo indican algunos biógrafos), compartía confidencias, comentarios sobre su trabajo, juegos de mesa y viajes (Appignanesi-Forrester, 1992). En cuanto a sus discípulas y colegas, todas ejercían una profesión. Y aquí habría que diferenciar, como lo desarrolla Chasseguet-Smirguel (1964), entre aquellas que concordaban con sus posturas (Hélène Deutsch, Marie Bonaparte, J. Lampl-De-Groot, Ruth Mack Brunswick) y aquellas que diferían en sus concepciones, por ejemplo, sobre la envidia del pene, la pasividad de la mujer, el masoquismo femenino, etcétera (Karen Horney, Josine Muller). Todo esto nos muestra que la experiencia de Freud, sus contactos y experiencias en sus relaciones con mujeres, iban más allá del contexto de la Viena imperial y de las costumbres burguesas y patriarcales.
En este sentido quisiera acentuar los desvíos a los que puede conducir la tentación de trasladar mecánicamente la historia y la experiencia de una vida a una obra determinada. No olvidemos que Freud aporta a lo que se podría llamar una “Historia de las mujeres”, una escucha que no existió hasta entonces. La histérica habla a través de sus síntomas, dice Freud, y por este camino avanza hacia una comprensión del psiquismo donde la represión y el inconsciente pasan a ser elementos fundamentales. Pero también es cierto que algunas de sus pacientes se rebelan contra sus “destinos de mujer” bajo la forma del síntoma.
Mi hipótesis es que en Freud convivieron distintas corrientes de pensamiento –el clasicismo con la modernidad en ebullición, la razón ilustrada con las fuerzas irracionales del ello– y que éstas corrientes coexistieron junto con sus propias y diversas experiencias, y que se manifestaron en parte en sus propuestas teóricas sobre las mujeres y la diferencia sexual, con todas sus contradicciones. Esto hace que no haya, a mi modo de ver, una homogeneidad total en sus propuestas sobre la feminidad. Significa también que se pueden deslindar líneas teóricas diferentes a partir de esa no homogeneidad.
Lo femenino, el objeto, lo otro en el discurso freudiano
Es mi intención desarrollar este trabajo a través del análisis y la deconstrucción del discurso freudiano sobre lo femenino y las mujeres, con el objeto de bucear en sus genealogías y en sus significaciones, y, por ende, en sus eventuales efectos en la clínica. Me centro especialmente en la obra freudiana, ya que de ella provienen las diferentes teorías sobre lo femenino en psicoanálisis.
En este recorrido me propongo desplegar algunos aspectos de la obra de Freud vinculados a la polaridad masculino/femenino y al lugar de sujeto y objeto, tanto de conocimiento como de deseo, en esa polaridad. Y ubicar estos aspectos de la obra freudiana en relación con otros desarrollos que la complejizan y que tienen un efecto multiplicador.
a) La cuestión sujeto-objeto
En la obra freudiana está en juego la polaridad sujeto-objeto, en relación con la diferencia sexual. En Tres ensayos de teoría sexual (1905) y en “La organización genital infantil” (1923a), Freud establece una tajante división entre masculino, sujeto, activo y posesión del pene, por un lado, y femenino, objeto, pasivo, no posesión del pene, por el otro. Hay en esto una definición de lo femenino por la negativa. En Tótem y tabú (1913b), las mujeres son posesión del Padre de la horda y objeto de intercambio (lugar de objeto). La posición de objeto es señalada también por Freud en “El tabú de la virginidad” (1918 [1917]) cuando nos dice que una de las causas del tabú es que la mujer es, para el hombre, extraña, hostil, extranjera. Este breve recorrido indica que hay un inevitable punto de vista: el del sujeto de conocimiento frente a un objeto a conocer. Esto se traslada al campo del deseo: la relación del sujeto deseante, masculino, frente al objeto de deseo, femenino. Freud reconoce esta posición de sujeto en las conferencias sobre “La feminidad” (1933) cuando le dice al público, refiriéndose al enigma femenino: “Por supuesto que para las damas presentes no hay ningún enigma con respecto a sí mismas” (pág.105). Hay aquí una referencia clara a la posición del sujeto cognoscente definiendo su objeto, y también a que ese sujeto parte de un punto de vista determinado. Ese punto de vista es el del investigador, el teórico, que intenta conocer a su objeto, sujeto de conocimiento versus objeto a conocer. A esto se agrega en psicoanálisis: sujeto de deseo versus objeto de deseo. Aunque Freud reconoce que no se pueden homologar las categorías de activo-masculino y pasivo-femenino, sin embargo, las polaridades descriptas están soldadas al campo de lo masculino y de lo femenino respectivamente, en el marco de un orden binario. Tampoco se pueden obviar en estas reflexiones las relaciones de poder que son inherentes a las propuestas binarias (Foucault, 1979).
En el recorrido que hemos efectuado hay que puntualizar que la posición de objeto de conocimiento para la mujer está íntimamente conectada al lugar del enigma, del continente negro y, por lo tanto, de la otredad. Y aquí se traza una conexión fuerte de la experiencia freudiana con las pacientes histéricas.
La histeria fue modelo y prototipo de los desarrollos freudianos en varios sentidos, especialmente aquel vinculado al descubrimiento del inconsciente y los mecanismos de represión. Pero también fue fuente de consideraciones con respecto al deseo, y los juegos de seducción de la histérica quedaron conectados al concepto de feminidad y al llamado continente negro. Recordemos la pregunta freudiana: ¿qué quiere una mujer? Se trata del enigma, que el mismo Freud lo dice, es enigma para el sujeto masculino, aunque podemos agregar que esta fantasmática puede ser compartida por ambos sexos.
b) Las teorías sexuales infantiles
En el historial clínico de Juanito (1909), Freud instala la cuestión de la diferencia de los sexos a partir de las teorías sexuales infantiles (1923a). Recordemos que son teorías descriptas por dos adultos, el padre de Juanito y Freud. El niño es un pequeño investigador y sus descubrimientos son teorizados por los adultos. En esa investigación surge la temática de la castración: el pequeño sujeto investigador descubre la diferencia sexual y adjudica a la niña una falta. Esto implica un marco previo, una teoría interpretativa que permite que esa diferencia sea interpretada como carencia. Estas teorías establecen en la niña al otro castrado, pero también la establecen como objeto de deseo frente a un sujeto deseante. Esto plantea una paradoja interesante porque lo más deseado sería aquello que, por otro lado, provoca “horror”…
En psicoanálisis, la relación sujeto-objeto se delinea en el campo de la sexualidad y del deseo. Pero, como ya hemos señalado, se da concomitantemente en el campo del conocimiento. En este sentido, Laplanche (1980) destaca que las teorías sexuales adultas hacen eco a las teorías infantiles.
Sin embargo, estas cuestiones son sólo un aspecto de las propuestas freudianas. Hay que remarcar que la obra de Freud, como señalamos, es abierta y multicéntrica. De ella surgen distintos asertos que nos muestran diferentes vertientes teóricas; de esta manera, vemos que el tema de la bisexualidad así como el de las identificaciones y deseos cruzados del complejo de Edipo complejiza la cuestión.1 Podemos entonces constatar que el lugar de sujeto o de objeto es intercambiable en este juego de identificaciones y deseos (Freud, 1923b). Esto significa que se agregan otras variables, aunque Freud nunca renuncia a la equivalencia entre las polaridades sujeto/objeto y masculino/femenino tanto en el plano del conocimiento como en el del deseo.
Ahora bien, desde el punto de la niña, Freud abre, a mi juicio, dos instancias: por un lado, sus desarrollos sobre el complejo de Edipo-castración que, entre otras significaciones, acentúa el hecho de que la posición femenina se adquiere y que no vendría dada por naturaleza. De esta manera, toma posición en el conocido debate naturaleza versus cultura. Asimismo, introduce la fase pre-edípica (Freud, 1925, 1931, 1933), con lo que acentúa cada vez más el eje en la diferencia de los sexos. Pero, por el otro lado, y con respecto a la diferencia, la niña adopta el punto de vista de Juanito: el de la carencia. Es decir, la niña es diferente, pero el punto de vista es el mismo. Y cierra el círculo al volver a colocar el enigma en sí misma.
c) La anatomía es el destino versus el complejo de Edipo
La afirmación de que “la anatomía es el destino” (1924), parafraseando una sentencia de Napoleón, se opone a otra propuesta freudiana: la idea de que la mujer no nace sino que se hace, tal como surge de sus desarrollos acerca del tránsito edípico. Justamente, Freud (1933) plantea que la niña es primero un varoncito (al sostener una masculinidad inicial de la niña) y que debe hacer un pasaje desde esa masculinidad inicial hacia la feminidad a través de sucesivas sustituciones guiadas por la envidia del pene.
La idea de una masculinidad inicial de la niña tiene dos vertientes de significaciones divergentes. Por un lado, esto apunta a concebir a la niña como un otro similar al sujeto masculino, del que luego deberá diferenciarse. Esta propuesta fue discutida por Jones (1927) y Klein (1945), quienes suscribieron fuertemente la noción de una feminidad primaria, desarrollada luego por otros autores.
Sin embargo, por el otro lado, esa propuesta freudiana contradice las teorías naturalistas acerca de la diferencia sexual. Como ya señalé indica que, más allá de la anatomía hay determinaciones propias de un marco intersubjetivo: la trama edípica como una red de lugares, de deseos e identificaciones donde se plasma la identidad sexual, el curso de la sexualidad y la elección de objeto. Entonces tenemos: el concepto de mujer en proceso, en devenir, por un lado, versus la anatomía es el destino, por la otra. Aquí ya vemos dos líneas diferentes en el discurso freudiano que pueden dar lugar a divergencias excluyentes o bien pueden trabajarse en sus oposiciones y concordancias.2 Sin embargo, en ambas, el enigma de la diferencia está localizado en la mujer.
d) Los caminos del desarrollo psicosexual en la niña
Freud (1924, 1931) propone para el desarrollo psicosexual de la niña tres caminos: la inhibición o frigidez, el complejo de masculinidad y la maternidad, esta última es considerada la meta ideal para la feminidad y la sexualidad femenina. Está aquí resaltado un énfasis fundamental en la maternidad como culminación de la sexualidad femenina. Pero sabemos que para Freud se trata de una meta de orden fálico que estará guiada por la envidia del pene. En caso contrario, quedarán los caminos de la histeria, la frigidez o el complejo de masculinidad, como destinos femeninos. Y aquí queda un vacío: el lugar de la sexualidad femenina. La cuestión es si queda espacio en la teoría para la sexualidad femenina, más allá de la maternidad o de la histeria. La pregunta sería: ¿ss el deseo de hijo la vía prínceps para la realización de la sexualidad y el goce en las mujeres?
Justamente, la vía de la maternidad como meta ideal acentúa dos desvíos posibles: uno es la idealización y el otro, la desmentida de una sexualidad femenina autónoma de la maternidad y de la histeria. Así, la idealización reafirma el lugar de otredad. El otro idealizado es la madre por excelencia.3 Pero es también el lugar en el que lo más familiar provoca un efecto ominoso (Freud, 1919). A mi juicio, éste es un punto fundamental: el otro materno es el lugar de lo desconocido, de lo no pensable, de lo misterioso, de lo primordial. Y es esto lo que constituye el enigma de lo otro desde un punto de vista psicoanalítico. Y ese enigma, lo materno primordial, es trasladado a la mujer en un malentendido fundamental (Glocer Fiorini, 1996).
Autores posfreudianos se han ocupado de las aporías y paradojas inherentes a estas cuestiones. Como señalamos anteriormente, Jones y otros autores sostuvieron la hipótesis de una feminidad primaria tanto para niñas como varones y, en consecuencia, que la envidia del pene sería secundaria. Winnicott (1966) planteó la diferencia entre el ser vinculado a la feminidad y sostenido en identificaciones primarias, y el tener relacionado con la masculinidad. Lacan (1958), por su parte, propuso descentrar la diferencia sexual de la anatomía y del registro imaginario con sus significados, al considerar al falo como un significante fundamental, como un tercer término frente al que se posicionarían ambos sexos de manera diferente. Desarticula el falo simbólico del pene real y del falo imaginario. Señalemos que este concepto no es equivalente a la propuesta freudiana y que, por otro lado, mantiene el problema de las inevitables connotaciones y resonancias con lo imaginario y con la realidad del pene, imposibles de deslindar aun en ese nivel de abstracción.
Monique David-Ménard (1997) destaca que hay siempre una fantasmática en juego, inevitable en el sujeto que elabora la teoría. No hay sujeto neutro en el campo del conocimiento y la angustia de castración es una marca de la posición masculina que define conceptualizaciones y teorías.
En consecuencia, vemos que el enigma de la diferencia es localizado en la niña, cuando en realidad el enigma es la diferencia de los sexos en sí, y en este desplazamiento la mujer es ubicada como encarnación de la otredad.
Deconstrucción del otro femenino. Supuestos epistémicos y epocales
Tal como lo desarrollé con anterioridad (Glocer Fiorini,1998, 2001), a mi juicio es necesario hacer una deconstrucción del discurso freudiano sobre las mujeres y lo femenino, reconocer los obstáculos y puntos ciegos en la teoría y sus efectos en la práctica clínica. Y reconocer qué propuestas tienen relación directa o indirecta con los discursos ideológicos, epocales, sobre la mujer; qué propuestas responden a las lógicas epistémicas imperantes y cuáles exceden estas condiciones constituyendo desarrollos teóricos que van más allá de sus condicionamientos ideológicos o epistémicos.
Hay que tener en cuenta que cada época, cada sociedad, cada tiempo, está sujeto a un régimen de enunciación y de visibilidad, tal como lo planteaba Foucault (1984), y que hay límites implícitos que marcan lo que se puede o no enunciar.
Foucault propuso pensar el siglo XIX desde un modelo de encierro y el siglo XX bajo un modelo de control. Si aplicamos esto a las concepciones sobre la mujer, podremos pensar que Freud estaba inmerso en el pasaje entre estos dos modelos. Ya no es más el encierro liso y llano, sino el modelo de control, es decir, cómo deben ser las mujeres. En este sentido, Freud también trabajó sobre un régimen de enunciación posible, que a mi modo de ver se manifestó más claramente en sus propuestas sobre la diferencia sexual. Sin embargo, hay que enfatizar también que fue más allá de ese régimen de enunciación al superar la noción de sujeto de la conciencia, de sujeto trascendental, e introducir el concepto de inconsciente.
Entonces, avanzando en los ejes propuestos, se pueden analizar en las propuestas freudianas:
a) Las ideas imperantes que se reflejan en sus asertos acerca de la rigidez psíquica de las mujeres, un superyó deficitario, escaso sentido de justicia, intereses sociales más endebles, menor aptitud para la sublimación, así como sus afirmaciones sobre la poca capacidad de cambio “como si el difícil desarrollo hacia la feminidad hubiera agotado las posibilidades de la persona” (Freud, 1933). Y aquí Freud reclama que las feministas no lo acusen de discriminación, y concluye que las mujeres intelectuales, profesionales, existen, pero es porque han desarrollado sus partes masculinas: una verdadera tautología como señala S. Kofman (1980).
Por otra parte, Freud reconoce (1930 [1929], 1933) la influencia de los factores socioculturales en la represión de la sexualidad cuando plantea para la mujer la necesidad de un pasaje de lo activo a lo pasivo, junto con el cambio de zona del clítoris a la vagina y el cambio de objeto de la madre al padre. Pero indica que hay un factor pulsional que rige este pasaje y que es indispensable para acceder a la feminidad. Agrega que ciertamente no hay un destino pasivo, la meta de la pulsión siempre es activa por definición. Aquí reafirma la complejidad e interpenetración de las determinaciones socioculturales y pulsionales. Es decir que si bien, por un lado, reconoce la fuerza de las determinaciones de las culturas vigentes, por el otro acentúa la fuerza del factor pulsional y de las fantasmáticas respectivas.
b) La episteme vigente. Quisiera remarcar nuevamente que hablar de las mujeres en la Viena de Freud no es sólo hablar de las mujeres con las que se relacionó, ni tampoco de los prejuicios imperantes, sino fundamentalmente de los modos de pensamiento y lógicas involucrados en las concepciones sobre la diferencia sexual.
Recordemos las nociones de continente negro (1926), el enigma, lo misterioso, la mujer como tabú. Esto responde a lo que Foucault (1966) denominó la episteme de la Modernidad, basada en la oposición entre el Sí Mismo y el Otro. El otro es lo extraño, lo desconocido, lo que ataca las certezas del yo. Lo que debe ser desconocido o eliminado o bien integrado al yo. En esta dualidad (Sí Mismo/Otro) no hay un reconocimiento del otro como otro, es decir, como sujeto, radicalmente heterogéneo al yo (Levinas, 1947). Como señalé, en esta lógica la posición masculina queda identificada con la de sujeto del conocimiento y sujeto del deseo, y desde esa posición se localiza otro lugar: el del enigma; enigma porque no entra en las coordenadas del sujeto de conocimiento. Es otra realidad: la otredad. Y así queda desmentida la subjetividad y la sexualidad femenina. Pero, como destaqué anteriormente: ¿el enigma es lo femenino, o es la diferencia sexual? ¿El enigma es lo femenino, o es lo materno? Estos interrogantes no anulan la noción de enigma en el campo de la sexualidad. En este sentido se hace necesario reafirmar que re-localizar el enigma no significa anularlo como tal. El enigma circula, no se clausura: por el contrario, se sostiene sin homologaciones esquemáticas. Se corre el enigma a la diferencia de los sexos, al misterio de los orígenes, a la sexualidad.
Ciertamente, el concepto de otredad tiene otra cara, el lugar del otro también puede ser subversivo, es un lugar desde el que se plantean interrogantes, se abren preguntas, que pueden cuestionar una posición confortable en cuanto a los saberes vinculados, en este caso, a los ideales de la cultura sobre la feminidad. El otro está en el límite en relación con un centro, el sujeto. Y el límite también es un lugar de interrogantes y cuestionamientos del centro.
Desde este punto de vista es interesante recuperar interrogantes sobre la diferencia sexual y lo femenino. En este sentido, es importante recuperar la afirmación freudiana sobre las dificultades en llegar a delinear y otorgar significados precisos a las categorías de masculino y femenino (Freud, 1933).
Para terminar, considero que el discurso freudiano sobre la diferencia sexual es también un discurso sobre los géneros, discurso sobre hombres y mujeres que se sostiene, aunque no totalmente, en la episteme de la Modernidad. Discurso en el que las mujeres son los otros. Pero, a la vez, aporta una conceptualización básicamente centrada en la sexualidad y en la diferencia. Rescata, ilumina y enfatiza el papel de la sexualidad, de la pulsión, del deseo, enmarcados en una legislación metaforizada en el complejo de Edipo-castración.
Se trata de una teoría que tiene una vertiente logofalocéntrica, como puntualiza Derrida (1987), y que encuentra sus puntos débiles y contradicciones en algunas conceptualizaciones sobre las mujeres y la sexualidad femenina. Para algunos autores es incluso una descripción aguda de la realidad de las sociedades vigentes y, en este sentido, del lugar de la mujer en ellas.
A mi juicio, hay sobre esta cuestión una multiplicidad de puntos de vista en el interior de la obra freudiana y esto explica la diversidad de teorías posfreudianas. De la misma manera que, como señalaba anteriormente, la vida y la experiencia de Freud en su Viena y con sus mujeres estuvo plena de diversidades. Sin embargo, los escritos freudianos aportan conceptos fundamentales, de los cuales destacaría:
a) Que las teorías freudianas operan en el registro de lo humano, de la cultura, más allá de una causalidad naturalista, y eso es lo que el concepto de devenir, como movimiento, en proceso, nos indica para cada mujer.
b) No habría una verdad esencial sobre la feminidad y esto se expresa en las paradojas que obstaculizan cualquier intento de sostener un universal sobre la mujer.
Bibliografía
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(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 8 de agosto de 2006, y ha sido seleccionado para su publicación el 14 de noviembre de 2006.)