aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 037 2011 Revista Internacional Psicoanálisis on-line

Algunos aspectos psicodinámicos de los personajes de la novela "El Lector"

Autor: Fumaz Zaragoza, Ana Teresa

Palabras clave

Schlink b., Bondad, Maldad, Psicologia social, apego, defensa.


Introducción

El autor alemán Bernhard Schlink, juez y profesor de derecho, nace en 1944. Su interés por la ética deriva de su historia familiar: el padre era teólogo protestante y su madre calvinista. Estudió derecho porque le pareció que era algo concreto y no se prestaba a divagaciones.

Su novela, “El lector” publicada  en 1995,  parece ser autobiográfica y muestra,  por una parte el despertar de la sexualidad  de un adolescente de 15 años, Michael,  con una mujer de 36, Hanna,  y por otra su enamoramiento. El joven acaba de pasar una enfermedad y ella le ayuda cuando él se siente mal y vomita en su portal.  Así empieza a establecerse una relación amorosa. Antes de hacer el amor, Hanna siempre le pide a Michael que le lea en voz alta fragmentos de obras clásicas.

En un momento determinado ella desaparece. Años más tarde, Michael, estudiante de derecho, asiste como parte de un seminario al juicio a personas implicadas en el holocausto y descubre que Hanna era una de las acusadas: dejó morir a muchas mujeres a las que podía haber salvado. Michael  se da cuenta también entonces de que Hanna no sabía leer y de cómo la vergüenza que le produce el ser analfabeta derivará en la condena, pues preferirá morir a reconocer su carencia.

Desde el punto de vista de la Ética plantea temas ya muy tratados, por ejemplo ¿es culpable la sociedad alemana de los crímenes de guerra?  ¿Hanna hizo lo que tenía que hacer? ¿Podía negarse acaso? ¿Dónde está el límite entre la obligación laboral, derivada del puesto que se ocupa y la ética personal, el límite entre el bien y el mal? ¿Es tan fácil condenar? ¿Se puede perdonar por amor? ¿Hasta qué punto el sentimiento de vergüenza puede pesar tanto en la vida de una persona?

Es un libro de una gran calidad humana. Me centraré en unas cuantas ideas relacionadas con las teorías psicoanalíticas y en concreto con el modelo Modular Transformacional de Hugo Bleichmar.

Voy a intentar destacar las distintas motivaciones que hacen que estos personajes se comporten de la manera en que lo hacen, desentrañar las diferentes tendencias que se manifiestan en su psiquismo, qué mecanismos de defensa entran en juego, qué sistemas motivacionales y qué sentimientos aparecen (culpa, vergüenza, amor, aceptación, narcisismo, agresividad, etc.)

Bondad versus maldad

En relación a la agresividad, quiero resaltar cómo personas buenas pueden acabar adoptando comportamientos malvados: torturas, maltrato, muerte, etc.

En el caso de Hanna, entra como funcionaria en las SS y es una fiel cumplidora de su trabajo. Todo ello a pesar de ser una mujer buena y solidaria,  lo demuestra  cuando Michael, enfermo,  vomita en el portal de su casa y ella se acerca para ayudarle. 

Una mujer acudió en mi ayuda, casi con rudeza. Me cogió del brazo y me condujo hasta un patio, a través de un oscuro pasillo. Arriba había tendederos colgados de ventana a ventana, con ropa tendida. En el patio había madera almacenada; en un taller con la puerta abierta chirriaba una sierra y volaban virutas. Junto a la puerta del patio había un grifo. La mujer lo abrió, me lavó la mano sucia y luego ahuecó las manos, recogió agua y me la echó en la cara. Me sequé con un pañuelo.

—¡Coge el otro!

Junto al grifo había dos cubos; ella cogió uno y lo llenó. Yo cogí y llené el otro y la seguí por el pasillo. La mujer tomó impulso, y el agua cayó sobre la acera y arrastró el vómito por encima del bordillo. Luego me quitó el cubo de las manos y arrojó otra oleada de agua sobre la acera.

Al incorporarse me vio llorar. «Ay, chiquillo, chiquillo», dijo sorprendida. Me abrazó. Yo era apenas un poco más alto que ella, sentí sus pechos contra mi pecho, olí en la estrechez del abrazo mi aliento fétido y su sudor fresco y no supe qué hacer con los brazos. Dejé de llorar.

Pero ¿por qué Hanna, siendo una buena persona, en su trabajo de  guardiana fue capaz por omisión de dejar morir a todas aquellas mujeres?

El primer punto principal de la acusación hacía referencia a las selecciones que se llevaban a cabo en el campo. Cada mes llegaban de Auschwitz unas sesenta mujeres, y debían enviarse de vuelta otras tantas, descontando las que hubieran muerto. Todos sabían perfectamente que las mujeres que volvían a Auschwitz eran asesinadas nada más llegar; se enviaba de vuelta a las que ya no servían para trabajar en la fábrica. Era una fábrica de munición, que en sí no era un trabajo demasiado duro, pero las mujeres no fabricaban munición, sino que se dedicaban a la reconstrucción de la nave, que había quedado muy dañada en la explosión de la primavera anterior.

El otro punto principal de la acusación estaba relacionado con el bombardeo nocturno que acabó con todo. Aquella noche, al llegar a un pueblo medio abandonado, los soldados y las guardianas encerraron en la iglesia a las prisioneras, varios centenares de mujeres. Cayeron sólo unas pocas bombas, quizá dirigidas en principio a la línea de ferrocarril cercana, o lanzadas simplemente porque habían sobrado del ataque a una ciudad más grande. Una de las bombas cayó en la casa del párroco, en la que dormían los soldados y las guardianas. Otra acertó en el campanario. Primero ardió el campanario, luego el tejado, y después el armazón del tejado se vino abajo en llamas sobre el interior de la iglesia y el fuego se extendió a la sillería. Las gruesas puertas no cedieron. Las acusadas pudieron haberlas abierto. Pero no lo hicieron, y las mujeres encerradas en la iglesia murieron quemadas.

La respuesta de Hanna al juez en esa situación de desesperanza  e impotencia, soledad y abandono en que se encontraba en el juicio  fué: “Cumplía órdenes, era mi trabajo, ¿qué habría hecho usted  en mi lugar?”

Explicaciones de la conducta de Hanna desde el punto de vista de la Psicología Social

El psicólogo social, Philip Zimbardo, en su libro El efecto Lucifer: el poder de la maldad, explica muy bien cómo los límites entre el bien y el mal no son tan claros como parece ni están  delimitados de forma rotunda; personas buenas sometidas a un entorno social violento, con unas normas rígidas, en grupo y con una ideología basada en la seguridad nacional, con uniforme y en disposición de sentirse superiores a los demás funcionarios, es decir con poder suficiente,  pueden llegar a convertirse en verdaderos sádicos. Si además son personas autoritarias y están obligadas a cumplir órdenes,  tenemos todos los ingredientes para que se ponga en marcha el dispositivo de la maldad.

Zimbardo cita la siguiente frase en su libro: “Cuando contemples la larga y sombría historia del hombre, verás que se han cometido muchos más crímenes horrendos en nombre de la obediencia que en nombre de la rebelión.”

La definición de Zimbardo sobre la maldad es clarificadora:

Maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humilla, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre.

Según esto, la maldad de Hanna podría cuestionarse. La definición es significativa porque a la definición tradicional de maldad, que atribuye esta cualidad negativa a la persona -y según la cual Hanna no sería mala pues no tiene la intención de matar-, añade una segunda parte que desvía la atención hacia el contexto. De ese modo una persona puede ser buena y actuar con maldad al verse influida por determinados factores situacionales. Como demuestra el experimento de la prisión de Stanford (www.prisonexp.org) no sólo es posible sino que desgraciadamente resulta probable en determinados contextos. En este caso, el dominio vertical que ejerce el sistema de poder nazi crea el cesto podrido que contamina la manzana sana, dando la vuelta a la explicación tradicional que encierra el dicho de la manzana podrida.

Las preguntas que se hace Zimbardo  respecto a la psicología del encarcelamiento son las siguientes:

¿Cómo se adapta la gente normal a esta clase de entorno institucional? ¿Cómo se plasman las diferencias de poder entre carceleros y reclusos en sus interacciones cotidianas? Si colocamos a gente buena en un lugar malo, ¿la persona triunfa o acaba siendo corrompida por el lugar? La violencia endémica de la mayoría de las prisiones reales, ¿surgiría en una prisión llena de buenos chicos de clase media?

Esta reflexión puede servir para entender por qué  Hanna  actúa de la forma en que lo hace. A continuación resumo brevemente el experimento que llevó a cabo Zimbardo para encontrar respuesta a sus interrogantes: en agosto de 1971 el investigador acondiciona los sótanos de la Universidad de Stanford para darles la apariencia de una cárcel, simulando celdas y otras dependencias carcelarias, además de poblar el recinto con cámaras y micrófonos para registrar documentalmente los hechos que se produjeran. Después, de entre varios voluntarios sin ninguna patología (previamente se evaluó esto), se seleccionan aleatoriamente unos a los que se les adjudica el papel de reclusos y otros a los que se les hace representar el de guardianes, dejando que interactúen entre ellos a su albedrío. Prácticamente la única intervención del investigador consiste en dar a cada uno un uniforme acorde a su rol: batas para los reclusos, uniformes, porras y gafas de espejo para los carceleros. Resulta muy interesante ver cómo a partir de asumir las implicaciones que conllevaría vestir de esta determinada forma asumen el comportamiento estándar que se esperaría de los que portan estos atributos (dinámica de agresión-sumisión). 

Lo llamativo del experimento es que a pesar de que los participantes sabían que era una situación experimental y que podían abandonarla cuando quisieran, nadie abandona sino que por el contrario, los falsos  guardianes se convierten en guardianes reales y los reclusos virtuales asumen de tal manera el papel de sumisión a la autoridad que a Zimbardo se le va de las manos el experimento y lo da por terminado. Respecto a este estudio, destaca:

Cuando empezamos el experimento teníamos una muestra de personas representativas de la población normal de jóvenes con estudios que no destacaban en ninguna de las dimensiones medidas. Los que fueron asignados al azar al grupo de los “reclusos” eran indistinguibles de los que fueron asignados al grupo de “carceleros”. Ninguno presentaba antecedentes delictivos, problemas emocionales o físicos o carencias intelectuales o sociales que permitieran distinguir a los reclusos de los carceleros o del resto de la sociedad.

Esta asignación aleatoria y los tests comparativos previos que realizamos me permiten afirmar que esos jóvenes no trajeron a nuestra prisión ninguna de las patologías que aparecieron después, cuando desempeñaron sus papeles de reclusos o carceleros. Al principio del estudio no había diferencias entre los dos grupos; menos de una semana más tarde, entre ellos no había ninguna similitud. En consecuencia, es razonable llegar a la conclusión de que esas patologías fueron causadas por el conjunto de fuerzas situacionales que actuaban constantemente sobre ellos en aquel entorno carcelario simulado. Además, aquella Situación estaba sancionada y mantenida por un Sistema de base que yo mismo ayudé a crear.

Volviendo a cómo el entorno influye en las conductas agresivas, (Aronson, E. 2010) cita un estudio realizado por Robert  Baron y Richard Kepner que comprueban como en una situación ambigua  se observa lo que hacen los otros para hacer lo mismo, no hay cuestionamiento, hay conformidad con lo que hace el entorno.

Los participantes en el experimento  vieron que en el grupo  experimental se insultaba a los sujetos por alguien y luego éste recibía descargas eléctricas intensas y leves de un tercero. En el grupo control los sujetos  no veían a quienes  administraban las descargas. Cuando se les dio la oportunidad de dar descargas al agresor, los que habían estado presentes en la aplicación de las descargas, aplicaban descargas más intensas que los del grupo control;  y los que presenciaron descargas más leves impartían descargas más leves que los del grupo experimental, lo  que demuestra que en un entorno social violento se favorece la violencia y en un contexto pacífico y empático es más difícil que surja. En palabras de Elliot “El indicador más efectivo es social, esto es, la presencia de otra gente que está en la misma situación y a la que se la ve contenida y relativamente no agresiva”.

Tanto Zimbardo como Aronson, incluyen en sus respectivas publicaciones sobre sumisión a la autoridad el experimento que Stanley Milgram hace para demostrar el grado de obediencia a la autoridad. A los voluntarios que participan  les hace creer que se trata de un experimento   sobre aprendizaje y memoria. Se les explica que están trabajando sobre los efectos del castigo en el aprendizaje. Uno adopta el papel de alumno y otro el de profesor. El estudiante tiene que memorizar una lista de palabras de  las que posteriormente,  el profesor le examinará. Al alumno se le cuenta que no le va a ocurrir nada malo y que es un cómplice del investigador,  pero al profesor se le hace creer que el alumno está conectado a un generador de descargas que él va a manejar. A cada error en la respuesta del alumno, el profesor debe administrar una descarga de 75 voltios;  el alumno empieza a quejarse y al llegar las descargas a los 150 voltios quiere abandonar el experimento. Aunque al subir el voltaje, cada vez más, el presunto profesor oye quejarse y dar golpes en la pared al alumno, sigue activando el pulsador de las descargas porque el investigador le manda que lo haga.

Millgram encontró que más del 65% de los sujetos seguía administrando descargas hasta el final aún a pesar de las quejas y gritos del alumno.

Como opina Aronson, aunque es cierto que esto era una situación de laboratorio y tiene sus sesgos, sí parece quedar claro que no hay cuestionamiento ante las instrucciones de la autoridad.

Millgram, en otro estudio encontró que el porcentaje de obediencia se reducía si la figura de autoridad  no estaba presente en el cuarto y sí las instrucciones se daban por teléfono y también que variaba en función del estatus que ocupaba en la sociedad la persona que daba la orden. A más statu mayor obediencia.

Mecanismos de defensa en Hanna y en Michael

Entraré de lleno en el desarrollo del trabajo empezando por los  mecanismos de defensa, ese conjunto de procesos psíquicos dirigidos a contrarrestar estados emocionales displacenteros, -angustia, miedo, vergüenza, tristeza, culpa, etc - Estos mecanismos de defensa inconscientes, desempeñan una función adaptativa, aunque pueden derivar en patología grave, forman parte del psiquismo normal y del patológico.

Podemos distinguir dos grupos  (Bleichmar, H. 1997)

-       Mecanismos de defensa en sentido estricto. Son  procesos de ocultación a la conciencia de representaciones y afectos que no son satisfactorios (regresión, negación, proyección, etc).

-       Defensas que van más allá del ocultamiento a la conciencia y que implican una profunda reestructuración de las representaciones del individuo, transformando su mundo inconsciente.

En cuanto a Michael, quiero enfatizar el papel que en él desempeña la regresión. Constituye una propiedad básica del psiquismo como retroceso a formas anteriores de funcionamiento, (Freud, 1915), (citado a partir de Laplanche, J. Pontalis J.B. 1987) regresión que se ve claramente cuando él se deja lavar por Hanna: hay una regresión  a su infancia, a la época en que su madre le lavaba y él lo vivía como un premio, una gratificación que no se le daba a sus hermanos.

En el ulterior encuentro con Hanna, Michael tiene miedo, miedo a  reencontrarse con esa mujer que ha despertado su apetito sexual, miedo a una situación desconocida para él (hay que tener también en cuenta que ella era una mujer mayor, había una relación de desigualdad). Hanna no era alguien de su mundo relacional, de su clase, de su barrio, no compartían nada,  hasta ese momento era una desconocida para él. El  mecanismo de defensa de regresión, frente al miedo transforma la situación en placentera, dejándose bañar.

Tenía cuatro años. La habitación en la que dormía por entonces no tenía calefacción, y solía hacer mucho frío por la noche y a primera hora de la mañana. Me acuerdo de la calidez de la cocina y de la ardiente cocina de carbón, un macizo armatoste metálico con una pileta siempre llena de agua caliente, y en cuyo interior veía quemarse el carbón cuando mi madre, con ayuda de un garfio, levantaba las placas y los aros de los fogones. Mi madre acercó una silla a la cocina de carbón, me puso de pie sobre ella y empezó a lavarme y a vestirme. Me acuerdo de la deliciosa sensación de calidez y del placer que me producía que mi madre me lavara y me vistiera en medio de aquella calidez. Cada vez que me acordaba de aquella escena, me preguntaba por qué mi madre me había mimado de tal modo aquel día. ¿Quizá estaba enfermo? ¿Les habían dado a mis hermanos algo que no me habían dado a mí? ¿Me esperaba aquel día algún trance desagradable o difícil?

Michael percibe el lavado como un premio, como algo para compensar otras atenciones  o regalos ofrecidos a sus hermanos y como una forma de contrarrestar distintos tipos de malestar.

La regresión le permite no enfrentar lo temido y refugiarse en algo seguro, Michael se deja hacer, ocurre cuando va a visitar a Hanna y siempre sucede el ritual del baño, está asustado y no tiene ninguna iniciativa, es ella la que decide qué hacer.

Pero ¿qué pasa en Hanna?, ¿por qué esa obsesión por lavarse y por lavar al otro? Quizás se siente culpable o inadecuada y ese sentimiento de culpa intenta ser contrarrestado a través de la neurosis obsesiva de la limpieza. Es una hipótesis que se apoya en el sentimiento de inferioridad que Schlink ubica como central en Hanna.

Otro mecanismo de defensa que aparece es la identificación proyectiva. “Pobrecito, levantarse a las cuatro y media y encima en vacaciones”. De esa manera Hanna coloca en el joven su propio sufrimiento, además humilla a Michael porque se siente inferior por la vergüenza que le produce el no saber leer (ella es analfabeta, y ese será su secreto).

El papel del  apego en Michael

El término “apego” deriva de la teoría de la impronta de Conrad Lorenz (1993), quien en una serie de estudios con gansos en los años 50, encuentra que las aves podían desarrollar un fuerte vínculo con la madre sin que mediara ningún tipo de recompensa. Para este autor “la impronta es sólo un sistema de comportamiento exactamente localizado que es improntado por un determinado tipo de objeto”.

Para Bowlby (1976)  la conducta de apego basada en la autoconservación,  impulsa la tendencia a establecer lazos emocionales íntimos con otras personas, normalmente con la madre o figura sustitutiva.

Tal vez la relación, aparte de la atracción física que Hanna ejerce en él,  se establezca como consecuencia de la soledad y la debilidad que deja en Michael la enfermedad de la que acaba de salir y tal vez también de su historia familiar.  “El objeto del apego puede ser el que contribuye a la regulación psíquica del sujeto, a disminuir su angustia, a organizar su mente, a contrarrestar la angustia de fragmentación, de carencia, a proveer un sentimiento de vitalidad, de entusiasmo ante los sentimientos de vacío o de falta de control de los propios actos. El sentimiento de desvitalización, de vacío, de aburrimiento ante la ausencia del objeto de apego hace que se busque compulsivamente”. (Bleichmar, 1999)

“Existe la necesidad constitucional de tocar y aferrarse a un ser humano y esto es tan importante como la necesidad de alimentarse y de calor”. (Marrone, M. 2001)

 “El objeto del apego puede ser, también y de manera prevalente,  el que sostenga la autoestima del sujeto, aquél con el cual fusionarse para adquirir un sentimiento de valía. Objeto narcisizante en las múltiples dimensiones que hemos descrito (objeto de la actividad narcisista, posesión narcisista, a las que se agregan las funciones que Kohut denominó de especularización e imago parental idealizada”.  (Bleichmar, 1999)

A veces me daba la sensación de que nosotros, su familia, éramos para él como animales domésticos. El perro que se saca a pasear, el gato con el que se juega, y también el gato que se acurruca en el regazo y ronronea y se deja acariciar, pueden despertar afecto, en cierto modo pueden hacerse hasta necesarios, y sin embargo puede ser un engorro comprarles la comida, limpiar lo que ensucian y llevarlos al veterinario.

Hay un fallo también en el vínculo, en la “imago parental idealizada”. Los padres deben dar pie a que el niño se identifique con esa imagen  valorizada, deben ser el principal referente para sus hijos, objeto especular como dice Kohut. Él era intersubjetivista, no estudia al individuo por separado sino en su relación con los demás, de ahí la intersubjetividad.

En Michael falla la Imago parental idealizada, (imagen fantaseada), no se le permite esa identificación con el padre, no puede entusiasmarse, se le cierra todo tipo de vínculo afectivo con él. La busca desesperadamente en Hanna y cuando se produce el desencuentro queda paralizado.

La única discusión la tuvimos en Amorbach. Yo me desperté temprano, me vestí sin hacer ruido y salí sigilosamente de la habitación. Pensaba subirle el desayuno a Hanna y también quería ver si encontraba una floristería abierta para comprarle una rosa. Le dejé una nota en la mesilla de noche. «¡Buenos días! Voy a buscar el desayuno, vuelvo enseguida», o algo por el estilo. Cuando volví, estaba de pie en medio de la habitación, medio vestida, temblando de rabia, con la cara blanca como el papel.

“¡Cómo se te ocurre largarte así, sin decir nada!

Dejé encima de la cama la bandeja con el desayuno y la rosa e intenté abrazar a Hanna.

—Hanna...

—¡No me toques!

Tenía en la mano el fino cinturón de cuero con el que se sujetaba el vestido. Dio un paso atrás y me cruzó la cara con él. Se me reventó un labio y sentí el sabor de la sangre. No me dolía. Estaba aterrorizado. Ella volvió a levantar la mano.

Pero no volvió a pegarme. Dejó caer la mano y el cinturón y se echó a llorar. Nunca la había visto llorar. Su cara se deformó por completo. Los ojos y la boca abiertos de par en par, los párpados hinchados tras las primeras lágrimas, manchas rojas en las mejillas y en el cuello. De su boca brotaban graznidos guturales, parecidos al grito sordo que emitía cuando hacíamos el amor. Estaba allí de pie, mirándome a través de las lágrimas.

Debería haberla abrazado. Pero no podía. No sabía qué hacer. En mi casa no se lloraba así. Ni se pegaba, ni con la mano ni, por supuesto, con un cinturón. Si había algún problema, se hablaba. Pero ¿qué podía decir yo en aquel momento?

Del texto se desprende una identificación con su agresora, en el sentido de Fairbairn.  Michael pasa a tomar como identidad propia la de la mujer que le ha agredido, se ha situado en un nivel inferior respecto a ella, está sometido.

Sentimiento de culpa y vergüenza

Puede haber en Michael una sumisión por heteroconservación, por un superyó que le hace sentirse  culpable si se produce el menor sufrimiento en el otro o también por el placer sexual que ella le ofrece; puede que en este caso sea lo más relevante. Para él es su primera relación, su descubrimiento de la sexualidad.

En cuanto al sentimiento de culpa, recordemos a Fairbairn,  autoinculpación para convencerse de que el otro es bueno y que uno es el malo, es algo que el niño y el adulto hace precisamente en momentos en que está asustado; por ejemplo en casos de secuestros aparece el síndrome de Estocolmo ante situaciones de tortura y maltrato. Prefieren convencerse de que están equivocados y se ponen de parte del maltratador, pensando que si se portan bien el maltratador dejará de serlo.

Más tarde, cuando ya la relación está rota, cuando  Michael ya ha dejado atrás la adolescencia y es una persona adulta, hace esta reflexión:

Cuando profundizo un poco más con el pensamiento, empiezo a recordar bastantes episodios teñidos de vergüenza y dolor. Y también es cierto que había conseguido desterrar el recuerdo de Hanna, pero no borrarlo. Nunca más me dejaría humillar ni humillaría a nadie; nunca más haría sentirse culpable a nadie ni cargaría yo con las culpas; nunca más amaría tanto a una persona como para que me hiciera daño perderla: todas esas cosas no las pensaba claramente por entonces, pero las sentía con toda certeza.

Recordando a Bleichmar, H. (1997) “La culpa produce depresión en el que la siente y no por lo que significa de desvalorización para el que la sufre  o porque no satisfaga una imagen ideal de bondad con la que se siente identificado, o porque le genere dolor, sino, también, porque puede activar conductas masoquistas de sometimiento a objetos patológicos, de autoprivaciones, de autocastigos, que terminan por hacer sentir impotente al sujeto para la realización de su deseo”.

En lo que respecta a la actitud de Hanna, se siente inferior a  Michael. La vergüenza es siempre por comparación. La opinión  que tiene de sí misma la proyecta sobre el otro, atribuye al otro el juicio que ella hace sobre sí misma.

Continuando con Bleichmar, en la vergüenza hay una representación del self como defectuoso, es uno el que se ve como inadecuado, hay una autoobservación y una autocrítica, el self mirado desde el superyó comparándose con un ideal, pero también la vergüenza está relacionada con la existencia “real o fantaseada” de una figura externa por la que nos sentimos mirados o evaluados. “La vergüenza es angustia narcisista en la intersubjetividad, y no mero sentimiento de inferioridad por la tensión entre el ideal del yo y una cierta representación del sujeto”.

Es lo que le pasa a Hanna, se siente inferior porque no sabe leer, se ve distinta al resto de la sociedad. La vergüenza por no saber leer es tal que la llevará a declararse culpable en el juicio, a admitir que fue ella la que escribió el informe, y todo para que no saliera a la luz que era una mujer analfabeta, una mujer defectuosa. Esta inadecuación la proyecta en Michael cuando le humilla. Aparece un sentimiento de agresividad, le reprocha que no le ha dejado ninguna nota, y llega hasta la agresión física.

En cuanto al sentimiento de culpa, el sufrimiento se produce porque el sujeto piensa qué podría no haber hecho o hecho de otra manera al otro o por el otro. Bleichmar, lo expresa así: “El sujeto se representa como infractor de ciertos mandatos yoicos, no dañarás, no harás sufrir, etc”.

En el caso de Michael se trata de lo que podría haber hecho por Hanna, comprender todo lo que estaba sufriendo por no poder hacer público su secreto de no saber leer.

Aquí se ve muy claro cómo entran en juego los distintos sistemas motivacionales. La agresividad, activada por angustias de autoconservación y persecutorias, sentimientos de culpa por el ataque a Michael, rabia narcisista porque Michael ejercía la función especularizante. Constituía el puntal de su autoestima. Hay que tener en cuenta que en sus primeros encuentros en casa de Hanna, ella siempre le pedía a él que le leyera libros, ocultándole que era analfabeta.

Con su agresividad Hanna convierte a Michael en inadecuado y le acusa de ser la causa de su conducta, él le había dejado la nota pero ella le hace quedar por mentiroso, cuando es ella la que miente para esconder su vergüenza y la impotencia que le produce no haber podido leerla.

Su gran secreto, su incapacidad para leer,  ha estado a punto de ser descubierta. Aparecen en ella angustias de tipo narcisista, con su rabia intenta destituir al otro de la posición de superioridad en que ella le ha colocado. Él tiene una cultura, sabe leer,  pero si descubre el déficit de ella hará que se sienta inferior y avergonzada. Se activa la rabia narcisista al no poder ser el yo ideal que desearía ser. Está asustada, aparece una angustia persecutoria, peligra su imagen, la imagen que ella quiere dar a los demás, peligra su integridad psíquica. La activación de esa agresividad la hace verse a sí misma con más poder, se convierte de perseguida en perseguidora, respondiendo con agresividad como defensa ante esa situación de peligro en que su self se siente amenazado.

En el caso de Hanna,  la agresividad que proyecta en Michael está también dirigida a toda una sociedad que le ha negado el acceso a la lectura, al propio conocimiento;  no hay más que ver cómo se emociona cuando va a la casa de él y entra en el despacho del padre del chico y acaricia las estanterías repletas de libros,  o cómo al final de su vida aprende a leer a través de las cintas grabadas por  Michael, que él le envía a la prisión.

La reacción de Michael al recibir una nota de Hanna:

Leí el saludo y me sentí inundado de alegría y júbilo. «¡Ha aprendido, ha aprendido!» Durante aquellos años, yo había leído todo lo que había encontrado sobre analfabetismo. Sabía de la impotencia ante situaciones totalmente cotidianas, a la hora de encontrar el camino para ir a un lugar determinado o de escoger un plato en un restaurante; sabía de la angustia con que el analfabeto se atiene a esquemas invariables y rutinas mil veces probadas, de la energía que cuesta ocultar la condición de analfabeto, un esfuerzo que acaba marginando a la persona del discurrir común de la vida. El analfabetismo es una especie de minoría de edad eterna. Al tener el coraje de aprender a leer y escribir, Hanna había dado el paso que llevaba de la minoría a la mayoría de edad, un paso hacia la conciencia.

Luego estudié a fondo la letra de Hanna y vi cuánta fuerza y cuánta lucha le había costado escribir. Estaba orgulloso de ella. Y al mismo tiempo me daba pena, me daba pena su vida retrasada y fracasada, y pensé con tristeza en los retrasos y los fracasos de la vida en general. Pensé que cuando se ha dejado pasar el momento justo, cuando alguien se ha negado demasiado tiempo a algo, o se lo han negado, ese algo por fuerza llega demasiado tarde, por más que uno lo acometa con todas sus fuerzas y lo reciba con gozo. ¿O quizá no existe «demasiado tarde», sólo «tarde», y «tarde» es mejor que «nunca»? No lo sé.Por eso yo podía comprender que se avergonzase de no saber leer ni escribir, y que hubiera preferido comportarse de una manera inexplicable conmigo antes que permitir que la desenmascarase. Al fin y al cabo, yo sabía por propia experiencia que la vergüenza puede forzarlo a uno a mostrarse esquivo, a ponerse a la defensiva, a ocultar y desfigurar las cosas, incluso a herir a los demás. Pero ¿era posible que la vergüenza explicara también el comportamiento de Hanna durante el juicio y en el campo de concentración? ¿Que prefiriera ser acusada de un crimen a pasar por analfabeta? ¿Cometer un crimen por miedo a pasar por analfabeta?

Debía de estar completamente agotada. No sólo luchaba en el juicio. Luchaba siempre, y había luchado siempre, no para mostrar a los demás de lo que era capaz, sino para ocultarles de qué no era capaz. Una vida cuyos avances eran enérgicas retiradas y cuyas victorias eran derrotas encubiertas.

(Zimbardo, 2008), como he comentado antes, muestra cómo el contexto modela a las personas. Seguramente si Hanna no se hubiera encontrado con Michael no hubiera experimentado ese sentimiento de vergüenza, o quizás sí porque no podía vivir en una burbuja y tarde o temprano se hubiera hecho patente su déficit.  

En lo que se refiere a la autoinculpación de Michael, se culpa porque quiere deshacerse del peso que le produce el no haber ayudado a Hanna durante el juicio. Surge el miedo por autoconservación:

Me asusté. Me di cuenta de que me parecía natural y justo que le aplicaran a Hanna la prisión incondicional. No por la naturaleza de la acusación, por la gravedad del delito o por la verosimilitud de la sospecha, cosas de las que yo no estaba informado con exactitud, sino porque, mientras estuviera encerrada, Hanna estaría fuera de mi mundo, fuera de mi vida. Quería tenerla lejos, inalcanzable, para que siguiera siendo sólo el recuerdo en que se había convertido durante los últimos años. Si el abogado se salía con la suya, tendría que hacerme a la idea de encontrarme cara a cara con ella, y tendría que plantearme cómo quería, cómo debía actuar en tal caso.

Durante la semana que duró el juicio no sentí nada, tenía los sentimientos embotados.

Lo que describe Michael son los efectos del mecanismo de la disociación.

Quería comprender y al mismo tiempo condenar el crimen de Hanna. Pero su crimen era demasiado terrible. Cuando intentaba comprenderlo, tenía la sensación de no estar condenándolo como se merecía. Cuando lo condenaba como se merecía, no quedaba espacio para la comprensión. Pero al mismo tiempo quería comprender a Hanna; no comprenderla significaba volver a traicionarla. No conseguí resolver el dilema. Quería tener sitio en mi interior para ambas cosas: la comprensión y la condena. Pero las dos cosas al mismo tiempo no podían ser.

Michael siente que traicionó  a Hanna cuando no habló a nadie de su existencia, de la relación amorosa que mantenía  con ella.

Fue entonces cuando empecé a traicionarla.

No es que fuera por ahí contando sus secretos o poniéndola en evidencia. No revelé nada que hubiera que mantener oculto. Al contrario: mantuve oculto lo que debería haber revelado. Me negué a admitir su existencia. Sé que negar a alguien es un tipo más bien inofensivo de traición. Desde fuera no se aprecia si uno está negando a alguien o simplemente pretende ser discreto o considerado o sólo intenta evitar situaciones delicadas o molestas. Pero el que niega a otro sabe muy bien lo que hace. Y negar una relación es una manera de socavarla tan grave como otras formas de traición más espectaculares.

En esa negación interviene un componente de vergüenza, vergüenza de Hanna con la que existe gran diferencia de edad, quizás también miedo a decepcionar a sus amigos. Como dicen Ciccone, N. y Molet, L. (2005), “la vergüenza es la expresión del miedo a decepcionar que obstaculiza el emerger de la autenticidad”.

Todos los supervivientes que han narrado por escrito sus experiencias hablan de ese embrutecimiento, en el que las funciones de la vida quedan reducidas a su mínima expresión, el comportamiento se vuelve indiferente y desaparecen los escrúpulos, y el gaseo y la cremación se convierten en hechos cotidianos. También los criminales, en sus escasos relatos, presentan las cámaras de gas y los hornos crematorios como su entorno de cada día, y ellos mismos se pintan reducidos a unas pocas funciones, como embrutecidos o embriagados en su falta de escrúpulos y su indiferencia, en su embotamiento. Las acusadas me parecían presas todavía, y para siempre, de ese embrutecimiento, como petrificadas en él.

El texto anterior me recuerda el paso de Primo Levi por Auschwitz y como  él dice, “escribe para aportar datos para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana”. (Levi, P. 2008).

Michael está tan confundido y con tantas dudas que busca la ayuda de su padre, pero no de él como figura parental sino del profesor de filosofía.

Decidí hablar con mi padre. No porque tuviéramos mucha confianza, desde luego. Mi padre era un hombre reservado, tan incapaz de mostrarles sus sentimientos a sus hijos como de aceptar los que ellos tenían hacia él. Durante muchos años sospeché que detrás de tanto hermetismo debía de haber un tesoro escondido. Pero con el tiempo empecé a preguntarme si de verdad había algo allí detrás. Quizá había tenido sentimientos en su niñez y su juventud, y a lo largo de los años, al no expresarlos, los había dejado agostarse y morir.

Pero fue precisamente esa distancia lo que me hizo buscar el diálogo con él. No fui a hablar con mi padre, sino con el filósofo que había escrito libros sobre Kant y Hegel, autores que, por lo que yo sabía, habían reflexionado sobre asuntos morales. Creía que mi padre sería capaz de contemplar abstractamente el problema, en lugar de dejarse distraer, como mis amigos, por las deficiencias de mis ejemplos.

Cuando, de pequeños, queríamos hablar con él, nos citaba a una hora determinada, como a sus alumnos. Trabajaba en casa y sólo iba a la universidad para dar sus clases. Los alumnos que querían hablar con él venían a verlo a casa. Me acuerdo de aquellas filas de estudiantes apoyados en la pared del pasillo, esperando que les tocara el turno, algunos leyendo, otros contemplando las vistas de la ciudad que colgaban de la pared, otros con la mirada perdida en el vacío, todos mudos, a excepción de los tímidos saludos con que replicaban a los nuestros cuando pasábamos por el pasillo. Nosotros, cuando habíamos quedado para hablar con mi padre, no teníamos que hacer cola en el pasillo, pero, igual que los estudiantes, no llamábamos a la puerta de su despacho hasta la hora acordada, y no entrábamos hasta que él nos daba permiso.

Del  párrafo anterior, (el subrayado es mío), se desprende la falta de confianza y de cercanía con los suyos. ¿Cómo un padre puede hacer que llamen a la puerta sus hijos a una hora establecida antes de entrar? Eso genera inseguridad y  pasividad que hacen que soporte el maltrato y las vejaciones de la persona que ama, y que ni siquiera con el paso del tiempo consiga rehacer su vida y desprenderse del vínculo con Hanna. Se casa y se separa, luego tiene otras mujeres pero nunca podrá olvidar a Hanna.

Años más tarde soñé muchas veces con aquella casa. Los sueños siempre eran parecidos, variaciones de un mismo sueño y un mismo tema. Andando por una ciudad extraña, veo la casa. Está en una calle de un barrio que no conozco. Sigo caminando, desconcertado, porque conozco la casa pero no el barrio. Luego me doy cuenta de que ya he visto esa casa alguna vez. Pero no pienso en la Bahnhofstrasse de mi ciudad, sino en otra ciudad u otro país. En el sueño estoy, por ejemplo, en Roma, veo la casa allí y me acuerdo de haberla visto antes en Berna. Ese recuerdo soñado me tranquiliza; volver a ver la casa en otro entorno no me parece más extraño que el encuentro casual con un viejo amigo en un lugar ajeno. Doy media vuelta, regreso a la casa y subo los escalones. Voy a entrar. Acciono el tirador de la puerta.

A veces veo la casa en el campo; entonces el sueño es más largo, o quizá lo que pasa es que luego me acuerdo mejor de los detalles. Voy en coche. Veo la casa a mano derecha y sigo conduciendo, al principio desconcertado sólo por el hecho de ver en medio del campo una casa cuyo lugar evidentemente está en una calle en plena ciudad. Luego me doy cuenta de que ya la he visto alguna vez, y mi desconcierto se redobla. Cuando recuerdo el lugar en que la vi por primera vez, doy la vuelta y regreso a ella. En el sueño, la carretera está siempre vacía, puedo dar la vuelta derrapando y desandar el camino a toda velocidad. Temo llegar tarde y acelero. Entonces la veo. Está rodeada de campos: nabos o trigo, viñas si es en la zona del Rin, o espliego si es en Provenza. El terreno es plano, o como mucho suavemente ondulado. No hay árboles. El día es claro, brilla el sol, el aire reverbera, y la carretera reluce por efecto del calor. Las paredes medianeras al desnudo hacen que la casa parezca cortada, incompleta. Podrían ser las paredes de una casa cualquiera. No parece más sombría que en la Bahnhofstrasse. Pero las ventanas están cubiertas de una capa de polvo que no deja ver el interior de las habitaciones, ni siquiera los visillos. La casa es ciega.

Me detengo en el arcén y cruzo la carretera en dirección a la puerta. No se ve a nadie, no se oye nada, ni siquiera el ruido lejano de un motor, ni el viento, ni un pájaro. El mundo está muerto. Subo los escalones de la planta baja y cojo el tirador de la puerta.

Pero no la abro. Me despierto y sólo sé que he cogido el tirador y he tirado de él. Y a continuación me acuerdo de todo el sueño, y también de que ya lo he tenido otras veces.

(Freud, 1992)  entiende los sueños como realización de deseos inconscientes, deseos insatisfechos, reprimidos o no. “Los sueños de angustia y los displicentes son también como los sueños de satisfacción, realización de deseos”. Ferenczi (1981) confirma la teoría sobre la interpretación de los sueños de Freud: “Todos los sueños, incluso los indiferentes o desagradables pueden reducirse a este tipo fundamental y, tras el análisis, aparecer como la satisfacción camuflada de un deseo”. También habla de la función traumatolítica del sueño para entender lo sueños de repetición. Función traumatolítica considerada como “retorno de impresiones traumáticas, no resueltas que aspiran a la resolución”.

El texto anterior es muy representativo. Refleja la angustia que perdurará durante muchos años en él,  angustia que se traduce en ese sueño en el que a través de las ventanas no se ve nada. Cuando dice “la casa es ciega, el mundo está muerto” parece que Michael por una parte no puede desprenderse del amor que siente por Hanna pero por otra, ella ha muerto, el pasado y el presente se entremezclan.

¿Por qué? ¿Por qué lo que fue hermoso, cuando miramos atrás, se nos vuelve quebradizo al saber que ocultaba verdades amargas? ¿Por qué se oscurece el recuerdo de unos años felices de matrimonio cuando nos enteramos de que el otro tuvo un amante durante todo ese tiempo? ¿Acaso porque en semejante situación no se puede ser feliz? Y, sin embargo, ¡éramos felices! A veces un final doloroso hace que el recuerdo traicione la felicidad pasada. A lo mejor es que la única felicidad verdadera es la que dura siempre. Porque sólo puede tener un final doloroso lo que ya era doloroso de por sí, aunque no fuéramos conscientes de ello, aunque lo ignorásemos. Pero un dolor inconsciente e ignorado ¿es dolor?

Pero cuando me siento herido vuelven a asomar las antiguas heridas, cuando me siento culpable vuelve la culpabilidad de entonces, y en los deseos y las añoranzas de hoy se ocultan el deseo y la añoranza de lo que fue. Los estratos de nuestra vida reposan tan juntos los unos sobre los otros que en lo actual siempre advertimos la presencia de lo antiguo, y no como algo desechado y acabado, sino presente y vívido.

 

BIBLIOGRAFÍA

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