aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 067 2021

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Vulnerabilidad adolescente: desafíos metapsicológicos y teóricos

Adolescent vulnerability: Metapsychological and theoretical challenges

Autor: Klein, Alejandro

Para citar este artículo

Klein, A. (2021). Vulnerabilidad adolescente: desafíos metapsicológicos y teóricos. Aperturas Psicoanalíticas (67). http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001153

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Resumen

Este trabajo plantea una aproximación teórica a la dinámica del adolescente vulnerable, con el objetivo de hacer una revisión de la teoría clásica, así como de introducir avances teóricos contemporáneos, referidos especialmente a aspectos sociales relacionados a la vulnerabilidad adolescente. En ambos casos el artículo busca presentar hipótesis dinámicas explicativas de la vulnerabilidad adolescente. Se revisan de esta manera conceptos clásicos, que provienen de diferentes corrientes psicodinámicas, así como otros avances teóricos, especialmente de autores latinoamericanos, desde los cuales se busca integrar aspectos sociales y culturales, que no siempre son tenidos en cuenta por la literatura clásica. Se busca de esta manera, indicar un panorama de la cuestión, que sin escotomizar la complejidad de la misma, señale los desafíos metapsicológicos y teóricos que surgen de los mismos. Finalmente se hacen algunas muy breves indicaciones acerca del abordaje terapéutico, con cambios en torno al encuadre, ya alejado de la interpretación libre del psicoanálisis clásico. Como se indica, se trata apenas de indicaciones que requerirán un desarrollo más amplio.

Abstract

This paper proposes a theoretical approach to the dynamics of the vulnerable adolescent, with the aim of reviewing classical theory, as well as introducing contemporary theoretical advances, referring especially to social aspects intrinsic to adolescent vulnerability. In this way, classical concepts from different psychodynamic currents are reviewed, as well as other theoretical advances, especially from Latin American authors, which seek to integrate social and cultural aspects that are not always taken into account in the classical literature. In this way, the aim is to provide an overview of the issue, which, without scotomising its complexity, points out the metapsychological and theoretical challenges that arise from it. Finally, some very brief indications are made about the therapeutic approach, with changes around the setting, already far from the free interpretation from classical psychoanalysis. As indicated, these are only approaches, that will require further development.


Palabras clave

adolescencia, desafíos teóricos, vulnerabilidad.

Keywords

adolescence, vulnerability, theoretical challenges.


Hugo Bleichmar (1997) señala que los sistemas conceptuales simples  permiten alcanzar sentimientos de pertenencia, legitimización y consenso, obteniendo, por ende, amplia preferencia. Indica así cómo se siente el poder y la omnipotencia de una práctica por la que se busca controlar la realidad, aportando la ilusión narcisista de dominarla. En definitiva, el campo problemático (rectificador) de la práctica se disuelve, pues se borra la distancia entre pensamiento y realidad, anulándose el enriquecimiento entre el ida y vuelta de la teoría y la práctica.

Como analiza Laplanche, realizando una crítica a un pensamiento kleiniano simplificado:

Uno tiene la impresión de encontrarse frente a una suerte de juego de construcción en el cual, con un pequeño número de piezas apareadas, tuercas y pernos y la ayuda de un pequeño número de oposiciones binarias, se reconstruyera el mundo entero. (Laplanche, 1981, p. 245)

Desde otra óptica, Bordieu et al. (1986) señalan igualmente cómo la mayoría de los autores ignoran las situaciones más álgidas de la práctica científica, presentando la obsesión de pensarlo todo.

En este trabajo querríamos ofrecer de esta manera algunas contribuciones teóricas y metapsicológicas en torno al difícil y doloroso problema de la vulnerabilidad en los adolescentes. De acuerdo a los párrafos precedentes, las mismas se intentan presentar no como modelos cerrados, sino como hipótesis a desarrollar. Como se observará, intentamos también sugerir que, para avanzar en la psicopatología del adolescente, habría que hacer primero una revisión epistemológica rigurosa de los modelos con los que pensamos la adolescencia, evitando simplificaciones y dogmatismos netamente empobrecedores (Klein, 2002, 2006).

Acerca de una primera aproximación sobre la vulnerabilidad adolescente

A lo largo de este trabajo se intentará definir lo vulnerable adolescente en torno a dos ejes principalmente. Uno refiere a variables dinámicas muy bien descriptas en la literatura clásica (Jeammet, 1989, 1992; Gutton, 1993). Otro refiere a la incidencia de variables sociales y culturales que se van imponiendo cada vez más (Wainsztein y  Millán, 2000; Viñar, 2009; Waserman, 2014).

Desde el primer eje reseñado se indica que uno de los analizadores que diferencian la vulnerabilidad del adolescente con la del adulto, es que difícilmente un  adolescente vaya a reconocer su depresión (Marcelli, 1992), lo que implicaría  reconocer una necesidad del objeto, que por sus necesidades de autonomía, no puede explicitar como tal. Sin embargo, esta situación puede sí detectarse en otros rasgos y conductas, denominadas de esta manera como depresiones enmascaradas (Marcelli y Braconnier, 1986).

Se observa desde este ángulo de análisis, una espinosa dialéctica entre el objeto y el narcisismo y la necesidad de autonomía versus la tentación de aspectos incestuosos, situaciones de difícil resolución que, sin embargo, de una u otra manera, todo adolescente cursa. En el mejor de los casos, la progresiva complejización del objeto -el que pasa a ser finalmente requerido sin que se tema su capacidad de captura fantasmática- enriquece la capacidad de manejar el conflicto por parte del aparato psíquico, con la definitiva instauración de la diferencia entre el objeto y la economía narcisista, vivida como oportunidad de cambio y crecimiento mental, con lo que el objeto cede como amenaza intrusiva, para erigirse como oportunidad de resignificación identificatoria, paso fundamental en la transformación adulta del adolescente.

En el caso del adolescente vulnerable, en cambio, la posible formación de compromiso va siendo substituida por una irresolubilidad, por la cual lo arcaico termina por fragilizar procesos secundarios. Esta irresolubilidad no implica tanto, desde nuestra perspectiva, un predominio del funcionamiento mental en torno a lo tanático, sino que más bien se manifiesta en el predominio de un vaivén interminable entre lo progresivo y lo regresivo, lo que termina por agotar la capacidad de mentalizar y tramitar el conflicto psíquico por parte del adolescente, así como la capacidad ligadora-desligadora del inconsciente y el disfrute del pleno apuntalamiento del aparato psíquico.

Esta aproximación a la vulnerabilidad adolescente que aquí se plantea vertebra en lo sucesivo la estructura de este artículo, alrededor de los criterios clásicos usualmente destacados para describir el mismo en torno a: conflicto dependencia-independencia, fantasmática intrusiva, enfrentamiento objeto-narcisismo, situación del preconsciente, incidencia del narcisismo negativo, incapacidad de confrontación y desapuntalamiento del aparato psíquico.

Asimismo, el segundo eje de aproximación a la vulnerabilidad adolescente, que se presenta en la parte final de este trabajo, introduce otra dimensión teórica, que los cambios sociales y culturales por los que venimos atravesando hace difícil no tener en cuenta. La misma refiere a situaciones de vulnerabilidad social por las cuales cada vez se hace más arduo que un adolescente pueda recorrer libidinalmente su adolescencia y transformarse en adulto, dentro de una estructura de adolescentes sin adolescencia, donde la adolescencia deja de estar apuntalada como espacio social legitimado en tanto espacio para experimentar  cambios, tanteos y crecimientos personales (Klein, 2006).

Por el contrario, desde una sociedad cada vez más escasa (simbólica, económica y culturalmente) en sus oportunidades y proyectos, se verifican cada vez más procesos en torno a la hiperadaptación, la instauración de reglas no modificables e instituciones de cuño metonímico (Kaës, 1993), que fragilizan los procesos adolescentes, dificultando y profundizando aún más procesos de vulnerabilidad que el mismo pueda acarrear.

Como ya se indicó en la introducción, la riqueza del análisis proviene de la confrontación de modelos complejos, no del alivio de fórmulas simplificadoras, que si bien pueden ser juzgadas como adecuadas, no dejan de ser dogmáticas y unidireccionales en sus planteamientos. De allí el planteamiento de estos dos ejes (psíquico y social) en este trabajo.

Lo arcaico versus lo discriminado en la adolescencia

Jeammet (1992) indica que el momento de constitución de la adolescencia implica el comienzo del conflicto entre los intereses pulsionales y las necesidades narcisistas. Mientras que, por un lado, la problemática de la dependencia o necesidad ante el objeto (lo pulsional) se revela claramente, por otro y contradictoriamente, se asiste a la instauración de un mundo interno (lo narcisista) con sus reclamos de autonomía y distanciamiento frente a lo objetal.

Esta doble situación implica un conflicto de difícil trámite, pues en definitiva el mundo interno no puede renunciar a esos objetos -buenos o suficientemente buenos (Winnicott, 1972, 1981)-, que le permiten consolidar su autonomía, aunque la búsqueda de los mismos implica el dolor de dejar patente un estado de dependencia. Por ende: se recurrirá al objeto, pero a condición de que el mismo no aparezca en su carácter omnipotente y grandioso.

Hay que tener en cuenta que estos objetos son necesarios, en definitiva, para poder tomar distancia de una escena incestuosa (Blos, 1978), con connotaciones parricidas (Green, 1994) y matricidas (Braconnier, 1993). En la medida que los objetos se van introyectando adecuadamente (es decir: sin capacidad amenazante), la posibilidad de lo incestuoso se va contraponiendo a una nueva configuración de  crecimiento y catectización del cambio (Urribarri, 1990). Modalidades configuracionales que recrean lo edípico (Laplanche, 1987), tanto como inauguran un status dinámico más amplio, en relación a organizaciones mentales que pasan por un vaivén que va de lo más desorganizado a lo más organizado y viceversa.

Lo mentalmente más desorganizado y menos complejo remite a lo que Green (1994) denomina lo arcaico, forma de funcionamiento psíquico que se rige por una indiferenciación o indiscriminación entre la pulsión, el yo y el objeto, con ribetes de proceso endogámico que se opone a procesos de crecimiento y cambio.

Por el contrario, lo complejo o más organizado alude a la diferencia entre pulsión, yo, objeto, con posibilidad de consolidación de una estructura mental, a través de la cual el adolescente se reconozca a si mismo desde un self  integrado (Kohut, 1977).

Lo arcaico presentado por Green se puede también entender como el predominio de un registro genital que alude a la posibilidad (inconsciente) de que el incesto se puede concretar. Mientras que lo mental más complejo y diferenciado alude al predominio de una dimensión sexual que remite a la consolidación de un objeto por el cual se comienza a abrir el campo de las operatorias vinculares no edípicas volviendo inviable o desactivado al Edipo (Freud, 1924/1976; Braconnier, 1993; Klein, 2004).

Se logra de esta manera una identificación armoniosa (Jeammet, 1989) por la cual se evitan vínculos de aferramiento, discriminación, manteniendo capacidad de pensamiento (Bion, 1962). Jeammet señala que es inseparable de una actividad mínima de la representación del intercambio entre los protagonistas, donde el objeto no va a poner en duda los basamentos narcisistas del sujeto y permite el placer (Jeammet, 1989), desde la autonomía. Agreguemos que además de este placer por la autonomía, hay que indicar el placer de la constatación del logro del funcionamiento del aparato psíquico.

Este énfasis analítico en lo psíquico, lo sexual y la capacidad de organización mental, como abordaje estructural que acentúa la capacidad de negociación y transacción con el objeto, implica una distancia teórica crítica del acento puesto tradicionalmente en un supuesto protagonismo de la re-activación del Edipo en la adolescencia. Esta perspectiva merece ser profundizada. Nos impone la imagen del adolescente como un ser  incapaz de pensar en otra cosa que en el incesto, mortificado por fantasías matricidas o parricidas (Klein, 2002). Si tomamos, por ejemplo, la experiencia confrontacional como fundamental en la adolescencia (Winnicott, 1972; Kancyper, 1997), la misma parece remitir, en definitiva, más que a una experiencia de acercamiento incestuoso, a una necesidad –por el contrario- de autonomía y alejamiento crítico frente a lo familiar. De esta manera, para los adolescentes difícilmente los padres aparecen como excitantes o seductores, los que son descriptos en cambio como decepcionantes, avergonzantes o sencillamente  irrelevantes (Klein, 2004).

La inclusión del abordaje familiar nos permite asimismo constatar que no pocas veces, más que un adolescente atrapado en la maraña edípica, se verifica una estructura familiar que indiscrimina regulación emocional y ternura con fusión narcisista y tentación incestuosa (Berenstein, 1987; Pichon-Rivière, 1971).

Los comienzos de la problemática adolescente

En tanto la dependencia no se explicita como tal y en tanto se mantenga el logro de una capacidad de autonomía, el adolescente logrará cursar su adolescencia en términos de confrontación, construcción de biografía y catectización de su mundo interno como espacio anhelado de cambio (Klein, 2004). Por el contrario, cuando la situación de ambigüedad entre sujeto-objeto se explicita como irresoluble, pasa a primer plano la configuración de la dependencia en términos de fusión objetal, mesianismo familiar y alianzas de indiscriminación con el grupo de pares (Klein, 2006).

La organización mental adolescente se cristaliza como escena congelada, des-investimento del cambio como capacidad anticipatoria e incentivo de creación de un falso self que anula la capacidad de exigencia psíquica discriminante (Klein, 2006; Aulagnier, 1991; Winnicott, 1981).

El contexto mental y cotidiano del adolescente se puebla de rumiación, culpa, vergüenza, autorreproches, complicidades perversas con figuras familiares igualmente confusas y objetos que pasan a demostrar la irreversibilidad de lo destructivo y desesperante (Klein, 1928/1971; Berenstein, 1981; Jeammet, 1992; Klein, 2006; Bion, 1962).

Entre otras cosas se podría decir que se pierde la oportunidad de que el objeto sea necesitado, sin que la demanda aparezca en calidad de necesidad. Colapsa así la posibilidad de que el objeto reparador y el narcisismo de vida entren en el circuito complejizante de los intercambios mentales, sociales y libidinales.

Patologización de los espacios transicionales. Colapso del preconsciente

Cuando el objeto, lo vincular y lo mental no pueden entrar en este circuito, lo que pasan a predominar son vivencias de aferramiento y de indiferenciación. Se necesita al objeto de tal manera que toda relación de objeto pasa a ser confusa e indiscriminante. Sea porque los basamentos narcisistas son insuficientes, o porque la niñez del adolescente no ha sido suficientemente bien libidinizada, o porque el entorno familiar y social pone en juego procesos de seducción fusionantes (Ottino, 1995), se abre para el adolescente el campo de la vulnerabilidad.

Se instala la doble problemática de lo invasivo y lo ausente, revelando una franca patologización de los espacios transicionales (Klein, 2006). O el objeto está demasiado presente o el objeto está demasiado ausente. No hay solución de compromiso, con lo que la actividad reguladora del psiquismo comienza a colapsar. Lo que falla es una posibilidad intermedia o terciaria, con lo que las posibilidades de negociación con el objeto, el entorno y el espacio mental, se vuelven improbables (Green, 1994). Punto relacionable con uno de los rasgos predominantes de la constelación del adolescente problemático: el preconsciente se paraliza o desactiva o ya no liga ni desliga. Las ligazones y las desligazones no se hacen por proceso asociativo-elaborativo, sino por efectos de movimientos bruscos y traumatógenos (Green, 1993).

Atimormia, tedio y rencor

La vulnerabilidad adolescente implica la cristalización de ciertas formas de presentación. Por momentos hace recordar un cuadro de atimormia, con predominio de retracción, desatención y aparente indiferencia (Ey et al, 1975), que puede llevar casi imperceptiblemente a la reticencia y de allí al aislamiento. En otros, aparecería una línea francamente paranoide, asociada a cuadros de tedio y de aburrimiento.

Como bien señala Gutton (1993), es la paranoia del tedio: acusación, desconfianza, temor de persecución, como especie de pasaje pseudo-reparatorio del temor por la enorme necesidad del objeto, a un no sentir deseo del mismo. Es un desprecio hacia el otro, el mundo, lo vincular, que trasunta una desconfianza que intenta ocultar lo perseguido que se siente el adolescente.

Desconfía de las cosas de las que sin embargo no puede en absoluto prescindir, haciendo creer que está deprimido cuando en realidad está paranoico, revelando un fuerte odio en términos de resentimiento (Kancyper,1992).

Este pseudo-hastío tiene en definitiva necesidad de objetos exteriores para poder atacarlos, creyendo que en este ataque disminuye su extrema necesidad de los mismos (Gutton, 1993).

Tal como señalan Laufer y Laufer (1984), el adolescente cuanto más cerca está de lo patológico, más organiza su adolescencia como si se tratara de una escena paranoica. Existe un ataque activo al cuerpo sexualizado, suplantando el proceso de adolescencia por una especie de escena implacable frente a la cual el  adolescente se siente pasivizado, severamente juzgado y endeble. Se genera, de esta manera, un vínculo perseguidor-perseguido que anula las posibilidades transformacionales del aparato psíquico (Klein, 2004).

Desde este punto, lo que se podría denominar el júbilo por la transformación y el cambio (Urribarri, 1990) se desploma. La escena de cambio se substituye por un objeto psíquico inmóvil, hacia el cual el adolescente se siente fascinado (Alleon et al, 1985), lugar fascinante de narcisismo negativo (Green, 1993), que permite la desmentida de la tiranía del objeto y la predominancia de un yo ideal atormentador (Bleichmar, 1981).

Son adolescentes que no toleran las transformaciones, imposibilitados de salir de una escena congelada. En tal sentido, el movimiento vulnerable del adolescente, es un intento de religazón con un objeto que a cambio de una promesa de paz y tranquilidad, insta sin embargo a la desligazón (Laufer, 1998).

Lo paradojal apunta a que se coloca el crecimiento al servicio de lo atormentador. Se trata de la operación inversa de la agresividad como acto de crecimiento: se anula toda capacidad de cambio (Winnicott, 1972,1981). Puede decirse así que se ha sustituido la experiencia jubilosa, el cambio, la negociación con el objeto, por la experiencia del tormento y lo atormentante.

Si, siguiendo a Aulagnier (1991), sostenemos que el adolescente es un conquistador, que vence y arrasa con su infancia, el adolescente vulnerable es aquel que es colonizado por un objeto invasor y una infancia encriptada (Klein, 2004)

La pertinaz presencia de la psicofobia

El objeto pasa a ser atormentante por dos hechos: o está demasiado presente y por tanto el peligro es que se acerque a lo delirante, o está demasiado ausente y por tanto se acerca a lo irrepresentable. En cualquiera de los dos extremos nos encontramos con una verdadera implosión del aparato psíquico.

El aparato psíquico no puede sino, en el límite, des-libidinizarse a sí mismo, descatectizarse para no registrar el dolor, la imposibilidad del pensamiento, las paradojas irresolubles de una economía del objeto y el deseo que se han vuelto incomprensibles y no elaborables.

En estos casos extremos parece surgir un cuadro característico, la psicofobia del adolescente: el adolescente renuncia a pensar (Valdré, 1998), revelando la incapacidad de elaborar el dolor mental. No hay ya capacidad de autoapaciguamiento. Ni hay ya capacidad de encontrar los límites psíquicos al dolor.

El fantasma intrusivo

Pero si hay una tendencia a la actividad des-catectizante, esta no implica, como lo describe la escuela de Marty (1991), un cuadro de vacío y sin organización fantasmática. No es posible afirmar que haya nulificación de la vida mental con inexistencia fantasmática Por el contrario, se percibe una actividad excitante y traumática a partir de una presencia fantasmática intrusiva (Jeammet y Birot, 1996).

De esta manera, la vida mental no apacigua, sino que desborda y atormenta. Tener una mente duele. Pensar se transforma en un calvario. La actividad mental se pone al servicio de un narcisismo desligante como forma extrema de no poder ofrecer un continente adecuado a una actividad representacional en peligro de desborde permanente (Bion, 1962).

Se constatan fallas en el preconsciente, que lo inhabilitan como garante de procesos de transformación psíquica. Ya no se puede hacer reconocible lo irreconocible ni hacer representable lo irrepresentable. Ni -punto fundamental-, ya no se puede despsicotizar la angustia, la que predomina en su faz invasiva esquizoparanoide, con fallas en la experiencia mental de calma y bienestar (Bollas, 1991).

La marca irreductible de lo innegociable

La presencia pertinaz e imbatible de la culpa y la vergüenza en estos adolescentes no puede sino alertarnos acerca de un superyo arcaico y una configuración regresiva del ideal (Bleichmar, 1981).

Este yo ideal explica lo innegociable de atributos, por los cuales el adolescente se reprocha de forma maligna, se culpa y desvaloriza. La vulnerabilidad psíquica de estos adolescentes refiere que no toleran la frustración, a la que vivencian como una injuria narcisista. En tal sentido Lebovici (1989) señala que la tentativa de suicidio surge desde la lucidez con que el adolescente vulnerable indica su incapacidad de satisfacer a un Yo ideal sádico e inamovible, lo que genera vergüenza, desesperación e impotencia.

Un yo ideal atormentador

En este punto en que la negociación entre el narcisismo y el objeto se va volviendo cada vez más imposible, y la tentación de la comparación desvalorizante a través de un ideal imposible, se vuelve cada vez más recurrente.

El adolescente compara al mundo y sus padres, con imagos idealizadas pregenitales regresivas, frente a las cuales lo adulto siempre queda inevitablemente en un lugar de falla y desvalorización, con lo que termina por atacar a los mismos denigrándolos y ensuciándolos (Kestemberg, 1968).

A su vez, desde fantasías de autoengendramiento, arma un doble de sí mesiánico con rasgos de fortaleza omnipotente, desde el cual termina por desvalorizarse y atacarse a sí mismo, como débil e incapaz (Kancyper, 1997).

En ambos casos lo que predomina es la decepción hacia uno mismo, el otro y el mundo.

Se pasa así de la desvalorización del otro a la propia, de forma compulsiva y cíclica, instaurando un vaivén agotador (Klein, 2004).

Lo anterior permite retomar la polémica sobre si es la culpa (como tradicionalmente se ha señalado) o la vergüenza (como indican contemporáneamente algunos autores), el agente o el causante de la vulnerabilidad adolescente en términos de denigración y humillación (Freud, 1985; Aberastury y Knobel, 1980; Blos, 1978; Aulagnier, 1991). Sin embargo, si como parece observarse se postula una formación indiscriminada superyo-Yo ideal, parecería más indicado señalar que ambas, vergüenza y culpa, se retroalimentan, se co-apuntalan o están, en el peor de los casos, francamente indiferenciadas.

Como culminación del proceso de vulnerabilidad se pasa a una desilusión masiva, con respecto a un narcisismo que se torna omnipotente, tanto como desfalleciente y una realidad que se muestra hiriente y decepcionante. Por ende, se pierde la capacidad psíquica de negociar. El narcisismo ya no es regulador ni protector del psiquismo, y lo que puede otorgar: protección, regulación, apoyo, se sustituye por un narcisismo negativo, en tanto desinvestimento radical de los objetos y del yo y de la capacidad de generar un proyecto de vida (Green, 1994).

En este punto se opera un cambio a nivel de la economía del aparato psíquico, pasándose del principio de constancia, de regulación homeostática, al principio de nirvana, principio de la descarga absoluta, tendiendo al cero absoluto, con lo que se dan plenas condiciones a la instauración del narcisismo negativo dentro de una oscilación nunca resuelta entre lo progresivo y lo regresivo (Green, 1994).

Resituando la vulnerabilidad adolescente terapéuticamente

A partir de este punto, los factores que parecen ser más agravantes estriban en que la vulnerabilidad actúa como una fuerza anti-representacional. Se aprecia de esta manera una combinación de lucidez junto a la ausencia de formación de compromiso, ante la notoria falla ligadora del preconsciente, y la constitución de un fantasma que toma características de excitante e invasor interno.

Son adolescentes que sienten que los cambios van demasiado rápido. Por eso el cuerpo sexualizado es atacado drásticamente: se lo siente culpable de todo lo que pasa. En definitiva, se podría decir que estos adolescentes no toleran su adolescencia. Probablemente, entonces, la vulnerabilidad adolescente cuanto más patológica se vuelve, más anti-adolescente se torna.

Junto a lo anterior aparece una extrema sensibilidad al medio ambiente, con casi nula capacidad de negociación, especialmente en lo que hace a situaciones de crítica, desilusión o decepción.

El pedido de ayuda que puedan presentar, es por ende una oportunidad única que no debe ser desestimada y escuchada además a tiempo. Para Jeammet (2001) implica el poder reconocer que se está deprimido. Se debería agregar que, no pocas veces, es la única oportunidad de poder sostener un cambio, que además de imprescindible, se vuelve urgente.

Sin poder desarrollar en este trabajo el tema, hacemos notar que el grupo terapéutico de adolescentes, mediado con herramientas psicodramáticas, se ha mostrado una eficaz ayuda para trabajar la vulnerabilidad adolescente (Ladame, 1995; Weisz et al, 1987). Asimismo parece positivo introducir una operatoria de grupo abierto, respetando en cada caso el tiempo individual de asistencia al grupo. Aquellos que deseen faltar o retornar, pueden hacerlo cuando así lo deseen, no perdiendo de ninguna manera su lugar (garantizado) en el grupo (Klein, 2004).

Esta consideración básica de grupo abierto nos permite, por un lado, alejarnos de un modelo médico, por el que se dan altas al verificarse ciertos parámetros de cura y, por otro lado, de un modelo pedagógico, por el cual se sancionan las faltas obligándose la presencia del adolescente. De esta manera se van regulando las alternancias entre ausencia y presencia, elaborando el investimento de la ausencia, restableciendo procesos transicionales y de ligazón-desligazón desde un preconsciente que isomórficamente se va constituyendo en el aparato psíquico grupal (Green, 1994; Kaës, 1977).

Breve comentarios teóricos acerca del abordaje clínico

Como ya se indicó al comienzo de este trabajo la tarea de reflexionar sobre la clínica per se del adolescente vulnerable excede los límites del mismo. Sin embargo querríamos hacer algunas puntualizaciones que parece imperativo no dejar pasar, teniendo en cuenta la teoría de la clínica con adolescentes, así como especialmente la teoría de la clínica con adolescentes especialmente vulnerables.

Varios autores (Freire de Garbarino y Maggi, 1987; Freire de Garbarino et al., 1988; Cahn, 1998; Ladame, 1992) han señalado de esta manera que el dispositivo psicoanalítico clásico de asociación libre, no se puede ya implementar rígidamente a la clínica de adolescentes. Desde aquí se apunta a una necesidad de adecuar la clínica a estas problemáticas y sufrimientos, más que intentar adaptar al paciente a la misma, evitando un síndrome de lecho de Procusto que obtura la capacidad psicoanalítica para ofrecer alivio a sufrimiento y malestares.

Esta observación se redobla en el caso de la adolescencia especialmente vulnerable (Blos, 1978; Laufer, 1989; Gutton, 1993; Jeammet y Brechon, 1991; Brusset, 1992), y además refuerza una importante corriente del psicoanálisis actual que busca complejizar los tipos de encuadre, procedimientos terapéuticos y resignificaciones clínicas para poder abordar con mayor creatividad y flexibilidad los enormes desafíos de la clínica actual (Ortíz Chinchilla, 2003; Bleichmar, 2001; Fonagy, 2000).

Esta teorización sobre alternativas clínicas parece relacionarse a que no pocas veces estos adolescentes vienen a buscar algún tipo de pasaje que garantice el cambio desde un malestar vago e innombrable, a una representación más nítida y pensable del mundo, de su dolor y de sí mismos. En este sentido, la intervención terapéutica se orienta a generar condiciones de espesor psíquico al espacio interno, habilitando la posibilidad de nombramiento y de comprensión mental y emocional en términos de instauración de función reflexiva. Aspectos que no son menores, si se tiene en cuenta la recurrente experiencia de tormento amenazante que experimentan estos adolescentes (Fonagy, 2000; Klein, 2006; Bollas, 1989, 1991; Bion, 1962).

Cabe preguntarse desde aquí si es posible teorizar acerca de una experiencia terapéutica que funcione como una especie de cónclave fortificado para estos adolescentes, en tanto se le proporcionen herramientas terapéuticas desde las cuales sostenerse fuertemente para prepararse a indagar el mundo interno y el mundo externo. Este sostén transferencial y empático implica ayudarlo a incrustarse en la sesión como forma de abotonar subjetividades que sufren, de otra manera, un devenir permanente (Klein, 2006).

Por último, parece necesario rescatar la reflexión de Winnicott (1981) por la cual indica que es fundamental que la sesión se transforme en un objeto que sobrevive al uso que se hace de ella, lo que se relaciona a subjetividades donde los procesos de anticipación y biografía se precarizan, tanto como se acentúan los procesos de sadismo, rabia y resentimiento (Aulagnier, 1991).

Diferentes avances teóricos: hacia una complejización de la vulnerabilidad en la adolescencia

En las últimas décadas el tema de la vulnerabilidad adolescente ha recibido nuevas lecturas y resignificaciones. Desarrollos existentes especialmente desde el psicoanálisis latinoamericano han puesto énfasis en análisis que toman en cuenta lo social y lo cultural, indicando cómo el contexto histórico social se articula en la construcción de subjetividad adolescente, con lo que dicho contexto, que incluye además a lo familiar e institucional, ya no puede ser considerado parte de una especie de fondo neutro, sino que debe ser tenido en cuenta en sus particularidades y especificidades.

Wasserman indica de esta manera (reformulando ideas de Gutton) como el mensaje y la actitud de los padres puede favorecer o entorpecer la sexualidad del adolescente (Wasserman, 2014). Lerner (2015) plantea específicamente el tema de la construcción de subjetividad en la adolescencia, refiriéndolas como turbulentas, indicando así la alta fase de reorganización y convulsión por la que están pasando las familias y las instituciones, lo que implica desatención y falta de respuestas ante los adolescentes.  

Se indica de esta manera la necesidad de incluir en el estudio de la vulnerabilidad adolescente aquellos contextos culturales y económicos que facilitan la misma. En este sentido vivimos un contexto social donde la falta de oportunidades educativas y laborales para los jóvenes es cada vez más pronunciado. Asimismo asistimos a dificultades para erigir ideales sociales compartidos, lo que se relaciona además al deterioro de ideales adultos creíbles y legitimados (Caffarelli, 2008). Son situaciones que incentivan experiencias de paranoia, tedio y desconcierto (Viñar, 2009), con lo que se le hace cada vez más difícil al adolescente complejizar su aparato psíquico y apuntalar procesos de transformación y cambio.

Estas experiencias de desamparo y vulnerabilidad en términos de falta de oportunidades, déficits y marginaciones varias, incentivando o impulsando procesos psíquicos de vulnerabilidad, se relacionan a la categorización de jóvenes de vidas grises (Rother Hornstein, 2018; Fernández, 2003).

Esta vulnerabilidad se relaciona además a situaciones dramáticas familiares en torno al desempleo, endeudamiento y pauperización (Roudinesco, 2003), condiciones sociales donde se fortalece el desempleo, se pierden condiciones dignas de vida y correlativamente, se asiste a situaciones de baja autoestima junto a la anulación de esperanza en el futuro (Hornstein, 2013).

De esta manera no es posible ignorar que cada vez son más los adolescentes que están desposeídos y ajenos a la herencia social y cultural (Rodulfo, 2008), desprovistos del porvenir y la promesa como dispositivos de integración al lazo social (Klein, 2006). Pasan así a prevalecer situaciones de incertidumbre, que más que facilitar crecimiento, imponen vulnerabilidad y desconcierto, volviendo al futuro un interrogante amenazador y peligroso (Rojas, 2018).

El campo de la patología se complejiza con este entrelazamiento entre lo psíquico y lo social, donde el desapuntalamiento de la capacidad de pensar se entrelaza a un incentivo social de lo difuso, actuaciones, vivencias de vacío y desestabilización emocional crónica (Grassi, 2010; Córdova, 2010; Wainsztein y Millán, 2000).

Todo lo anterior plantea la necesidad de revisar exhaustivamente que se entiende por adolescencia y adolescente vulnerable (Laufer, 1989; Gutton, 1993). La aproximación que se sugiere acerca de la vulnerabilidad adolescente alerta además tanto sobre una tentación endogenista, que olvida situaciones sociales, culturales y hasta familiares, como de otra sociologista donde, a su vez, se corre el peligro de que la relevancia del aparato psíquico sea dejada de lado por el predominio de una perspectiva atenta a las macroestructuras.

Conclusiones

Probablemente el problema central de la vulnerabilidad adolescente pueda situarse en el fracaso de una series de instancias que terminan por producir una situación preocupante de desamparo: empobrecimiento del preconsciente, predominio de narcisismo tanático, vínculos violentos, patologización de los espacios tradicionales, derrumbe de la capacidad de tolerancia y frustración, agotamiento social en la capacidad de gestión para generar y garantizar futuro, promesa, lazo social y porvenir en sus adolescentes.

Separados, cada uno de estos factores pueden quizás ser compensados por actividades libidinales, pero en su conjunto desbordan la capacidad de reparación psíquica.

Nos interesa destacar especialmente como la adolescencia en estos casos ya no se experimenta como júbilo y descubrimiento, predominando el tormento y lo atormentador. La violencia de la vulnerabilidad se completa además bajo los signos de la amenaza y lo amenazante (sea psíquico, objetal, social o cultural).

Por ende, sugerimos que logro de espacio transicional, consolidación de self integrado y calmo y exigencia de actividad psíquica, son al menos tres de los ejes desde los cuales el adolescente podría ser capaz de ir elaborando dilemas objetales y narcisistas preocupantes. Lo anterior no desmerece la capacidad de gestión del lazo social, la transmisión generacional y las garantías sociales que todo conjunto social ha de ofrecer a sus jóvenes. Los mismos se han descripto en lo que antecede.

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