aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 009 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

III Simposium SAP - Sociedad Argentina de Psicoanálisis (IPA). Diciembre 2000

Autor: Bleichmar, Silvia; Paz, Rafael; WInograd, Bruno

Palabras clave

Endogenista, Fenomenologia del espiritu, Fragmentacion de los mundos de vida, Modularidad, Neurociencia, Normatividad regresiva.


 "Aperturas Psicoanalíticas" agradece a la SAP -Sociedad Argentina de Psicoanálisis- (IPA) y a la "Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis" (No. 4, 2001) el poder hacer llegar a sus lectores el caso clínico y la discusión realizada en el marco de su III SIMPOSIUM "ACTUALIZACIONES EN PSICOPATOLOGIA PSICOANALITICA" -1 Y 2 DE DICIEMBRE DE 2000-, sección "Conceptualizaciones".


Antonio Barrutia: Es la primera vez que la Dra. Silvia Bleichmar viene a esta casa. No es la primera vez, ni mucho menos, que tiene contacto con nosotros y con nuestra institución, ya que el contacto científico de todos nosotros es amplio y generoso. Es una personalidad destacada del medio, con un pensamiento propio, con una línea muy interesante en relación con toda su formación y los pensadores de los cuales ella se ha nutrido y con un desarrollo personal que la hace una de las figuras destacadas de nuestra generación (aunque ella es más joven que nosotros). Las mujeres, además, siempre son más jóvenes. En ese sentido lo que quiero destacar es su importancia en el medio, tanto en cuanto a la clínica como a la enseñanza del psicoanálisis; su rico valor polémico. Además acaba de publicar un libro que ha tenido muy buena crítica: “Clínica psicoanalítica y neogénesis”, de Editorial Amorrortu.

 El Dr. Rafael Paz, que es una personalidad muy conocida en nuestro medio y es uno de los miembros más distinguidos de nuestra institución. Ya todos lo conocen y es particularmente conocido su interés por la clínica, pero desde una muy buena integración teórica en donde, de alguna manera, la teoría nutre y reivindica la realidad de la clínica.

 Y el Dr. Bruno Winograd, otro de los trabajadores de SAP, uno de los emblemas que tenemos, no el único ni mucho menos. De alguna manera, una de sus preocupaciones principales ha sido siempre tratar de ver desde lo babélico que nos resultaron algunos de los primeros congresos internacionales, la posibilidad de encontrar esquemas teóricos, modelos de contención, modelos ordenadores que permitan una discusión donde no se eliminen ni se disminuyan las diferencias pero que se trate de restar al máximo los malos entendidos. En ese orden de cosas, quizás, es uno de los leit motiv de la reunión de hoy: no coincidir realmente en lo que se disiente pero sí tratar de ver si existe la posibilidad de entenderse dentro de la diferencia o la pluralidad. Vamos a empezar, respetando el clásico orden alfabético, con la Dra. Silvia Bleichmar.

Silvia Bleichmar

 Tengo un enorme placer en estar hoy acá con todos Uds. Más allá de que ya empezó el verano y es un día lindo y todos tenemos ganas de tomar solcito, siento placer realmente por varias razones. En primer lugar porque tengo mucha simpatía por la Institución y por la gente que la ha formado y realmente me siento parte, digamos, respecto al “ideario” de la propuesta. Por otra parte, porque después de mucho tiempo voy a compartir un panel con Rafael Paz, con quien hace mucho que no trabajamos juntos, y esto me resulta muy estimulante. Me divierte mucho la idea de que retomemos viejas polémicas, como los viejos matrimonios que siguen discutiendo acerca de cuándo fue la última vez que se cortó el pasto. Nosotros volvemos a discutir algunos puntos y reconozco también muchas coincidencias. Y con Bruno Winograd, bueno... él es casi de la familia, como ustedes habrán notado al leer su trabajo, de manera que me es muy grato el trabajo hoy acá. Yo no escribí un texto. Traigo algunas ideas ya que ustedes saben, los que me conocen bien, que mi estilo consiste más en exponer cosas que vengo pensando. Por suerte tenemos una mañana entera para trabajar, de modo que no es necesario que, en los veinte minutos dispuestos, agote todo lo que quiero decir, sino que simplemente exponga algunos ejes sobre los cuales vamos a poder seguir trabajando a lo largo de la mañana. Y además, como he leído los textos de los colegas, algunas cosas inevitablemente me convocaron, digamos, a tomar ciertos puntos de lo que ellos plantean.

 Por supuesto que la primera cuestión que emerge es la siguiente: ¿hasta dónde los cambios en la sociedad actual plantean cambios en la psicopatología? Vale decir, ¿hasta qué punto ha cambiado el modelo no sólo de la consulta sino, en general, del funcionamiento psíquico o de la sintomatología? Que podría transformarse en algo así como ¿de qué orden son los padecimientos que sufre la sociedad actual, los seres humanos de la sociedad actual? y ¿hasta dónde el psicoanálisis ha podido contribuir al alivio, en el siglo pasado, de este sufrimiento y cuáles son sus posibilidades de hacerlo en éste que empieza ahora?
 Se abre acá una cuestión de método expositivo que consiste en lo siguiente: si uno piensa que la sintomatología o la psicopatología es el resultado de un encuentro, o algo que tiene carácter universal y está ya fijado al inconciente. O, desde una posición algo diferente, que la psicopatología es un ordenamiento para dar cuenta de los modos patológicos de organización del sufrimiento psíquico, que es el resultado de un tipo de ordenamiento de las transacciones entre deseos y modos de pautación regidas por las instancias instituidas en el interior del aparato psíquico. En este segundo caso, indudablemente, tiene que cambiar la psicopatología porque cambian las relaciones entre el deseo y la defensa: los modos históricos que constituyen formas sociales con las cuales la cultura da cauce o intercepta los destinos pulsionales ofrece un destino a la vida pulsional, y ello acarrea formas que encuentran su estatuto clasificatorio en la psicopatología. Esto para aclarar, respecto al debate acerca de si ha cambiado o no la psicopatología, que desde esta perspectiva que propongo indudablemente han cambiado una serie de aspectos de la modalidad sintomática.

 Por otra parte, yo sería muy cautelosa en plantear esto como globalizado y universal, en la medida en que me parece que hay una tendencia a considerar que la psicopatología es la psicopatología del sector social y cultural que atendemos y no de la totalidad. Con el agravante de que, en muchos casos, los modelos que aplicamos son los modelos de sectores del primer mundo, donde todo lo que se dice de “la era del vacío” y demás tiene poco que ver con el tipo de sufrimiento que padece el resto de la humanidad –y en ese resto estamos incluidos– más atravesados por la desesperanza que por ese vacío. De manera que tengo mis reservas respecto del concepto de globalización en este punto; e inclusive, en mi experiencia, y para sostener la diversidad de una psicopatología que corresponde a la coexistencia de formas culturales de ordenamiento distinto de la sexualidad en diversas culturas, no quisiera dejar de mencionar que veo todavía cuando voy a supervisar a Brasil, al sur de Brasil, histerias con características charcotianas. Porque en una cultura en la cual todavía existe la prohibición sexual para la mujer, en la medida en que el protestantismo hoy ocupa un lugar muy importante, y al mismo tiempo hay una impregnación importante de los modos de ejercicio de la sexualidad desde la cultura negra, unido a un exceso de circulación de representaciones sexuales a partir de los mass media, es inevitable que se incrementen las modalidades sintomáticas más similares a las de fin de siglo XIX.

 Por otra parte, no sólo razones de respeto por la diversidad me llevan a ser muy cautelosa respecto a los cambios generales en la psicopatología y al intento de globalizar. También rechazaría de plano las propuestas que tienden a considerar los enunciados básicos del psicoanálisis como perimidos a partir de proponer que ha cambiado, de manera general, el psiquismo humano. Apoyándome para ello en la validez general de la metapsicología freudiana, a partir de sostener la diferencia entre condiciones de producción de subjetividad y modos de constitución del psiquismo. La producción de subjetividad siendo histórica, política, es resultante del modelo con el cual se proponen las formas ideológico-ideativas de inserción del sujeto en el mundo. Frente a eso tenemos variables que, por supuesto, se van alterando y que tienen que ver con todo lo que venimos hablando hace ya tiempo, la aparición de nuevas formas del goce, o a la imposibilidad de constituir ciertos articuladores del Superyo, o a la variación de sus emblemas. Pero al mismo tiempo es indudable que los universales del funcionamiento psíquico siguen teniendo vigencia: la existencia de la tópica tripartita, lo insoslayable del conflicto como motor del progreso psíquico y la imposibilidad de su superación en ningún tipo de síntesis superadora y, respecto al tema que nos ocupa, como cuestión fundamental respecto a la posibilidad de una clínica, la motivación libidinal de la psicopatología. Esta es una cuestión central a rescatar frente a las nuevas formas que se plantean como modos clasificatorios.
 Los modos clasificatorios –ustedes lo saben tan bien como yo– son la forma de ejercicio de un tipo de recorte del mundo, en este caso, de un modo de agrupamiento sintomático que incluye en la clasificación misma una presunta causalidad. Por eso me rehúso absolutamente a hablar de trastornos en la alimentación porque es como si en la época de Freud se hubiera llamado a la parálisis histérica “trastornos de la marcha”. Quiero decir con esto que tengo un profundo rechazo a ser capturada por modelos que aparecen como de avanzada cuando en realidad su episteme es absolutamente anacrónica. Del mismo modo me rehúso a hablar, en niños, en este momento, del fenotipo TOC –como se dice habitualmente– del trastorno obsesivo compulsivo como fenotipo, porque daría cuenta de que hay un genotipo que estaría definiéndolo. Ustedes saben que la discusión está atravesada, hoy, por este tipo de cosas y que nosotros tenemos que ser muy cuidadosos para diferenciar una cosa de la otra.

 A partir de lo cual deberíamos retomar estas cuestiones capitales del descubrimiento psicoanalítico, fundamental para pensar una psicopatología radical, que podemos ordenar en dos ejes: por un lado el funcionamiento tópico y por otra parte la motivación libidinal y su relación con la defensa. Creo que es a partir de estos dos ejes centrales que se propone la posibilidad de ordenamiento de una psicopatología psicoanalítica. Motivación libidinal y ordenamiento tópico. Esto implica una forma de funcionamiento psíquico y un tipo de organización con la cual se ordenan las mociones pulsionales. Por eso me interesa mucho retomar los enunciados que tienen permanencia y que trascienden las mutaciones en la subjetividad, enunciados definidos, básicamente, de manera metapsicológica, de aquellos otros producto de las modificaciones históricas y políticas puestas en marcha. Inevitablemente esto me plantea que hay algunas cuestiones que se notan en el cambio de la consulta y que tienen que ser tomadas; por ejemplo las transformaciones que remiten a los modos de ordenamiento de la sexualidad. Quiero decir que en la sexualidad hay cambios profundos, importantes, y algunos de ellos ponen en tela de juicio nuestros enunciados de toda la vida, inclusive los sistemas representacionales con los cuales se alude, en este momento en la infancia, a la diferencia anatómica; eso ha variado. Hace poco tiempo una paciente de siete años me dijo que ella sabía por qué los varones tenían pene. No “por qué las mujeres no tenían” sino “por qué los varones tenían”. Y “tienen porque el espermatozoide es largo y finito y necesitan un conducto por el cual evacuar adecuadamente y poder llegar al óvulo”, es una teoría sexual infantil como cualquier otra. Sí, es brillantísima. ¿Cómo? Por supuesto que es un prejuicio que es largo y finito, pero yo no quería por ahora generarle expectativas. Y el papá no es psicoanalista, Rafael, con lo cual ella ¡pobre! (irónicamente) no conoce la potencia de nuestros hombres... (risas). No, pero lo que me interesa de esto es que eso es una teoría sexual infantil del mismo calibre que las teorías sexuales infantiles de la época de Freud, nada más que atravesada por el conocimiento, por la forma metabólica con la cual la mente infantil fantasmatiza la información que le llega. Esto es absolutamente extraordinario.

Es indudable que hay una serie de transformaciones de las teorías sexuales infantiles, pero eso no implica que no haya teorías sexuales infantiles, y ello más allá de la cantidad de información que se recibe, o acorde a esta cantidad de información, porque hay un elemento sobre el que se sostiene, indudablemente, esta producción, y es la necesidad de teorizar acerca de la diferencia anatómica, para lo cual la realidad del conocimiento de los órganos no sólo no basta sino que ingresa como un elemento más a ser fantasmatizado. Lo que queda en discusión es si la forma de teorización ha variado o no ha variado, porque esta forma de teorización es lo que, en términos estrictos, podemos llamar “fantasma”. Y en ese sentido creo que esto es una cuestión central porque rara vez encontramos hoy en las niñas, al menos, la teoría de la castración como teoría explicativa de la diferencia anatómica. No es que no encontremos niñas que piensan que les va a crecer un pene; lo encontramos en las muy pequeñas pero indudablemente ha desaparecido, prácticamente, a partir de las formas con las cuales la cultura re-trabaja los enigmas infantiles, la teoría respecto a la castración femenina en las niñas. Y esto me parece que es interesante. He encontrado distintas teorías, por ejemplo una niña que cree que se lo gasta masturbándose. Son teorías sexuales infantiles. Ella piensa que no tiene pene porque se masturba, entonces el clítoris se le gasta, la cosita larga que tiene se le hace más chiquita. Pero esto no quiere decir que se lo cortaron o que... en fin...; todo lo que aprendimos desde chicos en las aulas psicoanalíticas.

 Y quiero indicar, también, y esto como para abrir la discusión, que en la mayoría de los varones que encuentro hay en este momento una ansiedad muchos más intensa de violación que de castración. Lo cual me parece que es muy importante. Uno podría decir que la ansiedad de violación es una ansiedad de castración pero me parece que es excesivamente reduccionista. Pienso que sí tiene que ver con el problema de la constitución de la masculinidad, y con los déficit que arrastramos en nuestra teoría al respecto. No tenemos tiempo ahora, tal vez después sí, para trabajar algunas cuestiones que pienso respecto a nuestros déficit en la constitución de una teoría sobre la sexualidad masculina. Creo que el psicoanálisis arrastra un punto débil importante que tiene que ver con una teoría de la masculinidad en la medida en que la presencia real del órgano obturó la pregunta sobre la constitución de la masculinidad en el varón. No lo voy a desarrollar ahora, después si quieren en el debate lo retomamos.

 Sin embargo, hay algo que sí creo que es muy importante de retomar en relación a los paradigmas, que es esta cuestión planteada por Freud de la sexualidad en dos tiempos y que tiene una enorme importancia para la organización de todas las problemáticas sobre la sexualidad. Teniendo en cuenta, fundamentalmente, los destinos de la sexualidad en la vida psíquica. Es indudable que la idea de dos tiempos canónicos determinados biológicamente es hoy difícil de sostener. Creo que, básicamente, el descubrimiento de “Tres ensayos...” es el descubrimiento de la sexualidad en sentido amplio y, por supuesto, la relación existente entre la sexualidad y las formas que Freud llamó pregenitales y que a mí, siguiendo a Laplanche, me gusta denominar “paragenitales” porque nunca se terminan de absorber en la vida genital, porque tienen su lugar, digamos, en el psiquismo a lo largo de toda la vida. Esta idea de “paragenital” va a servir para trabajar otra idea que voy a proponer después que tiene que ver con el concepto de “parasubjetivo”.

 Entonces, sólo como disparador, quisiera plantear una formulación que quede para la discusión: “La sexualidad no es un camino lineal que va de la pulsión parcial a la asunción de la identidad pasando por el estadío fálico y el edípico como mojones de su recorrido, sino que se constituye como un complejo movimiento de ensamblajes y resignificaciones de articulaciones provenientes de diversos estratos de la vida psíquica y de la cultura, de las incidencias de la ideología y de las mociones deseantes y es necesario darle a cada elemento su peso específico". Con esto quiero decir que hay que hacer una separación entre el concepto de sexualidad en términos freudianos, que incluye tanto la sexuación como la sexualidad ampliada, y el concepto de género en términos de modalidades con las cuales se organiza la identidad, que no subsume a la sexualidad, como se pretende hoy desde algunas propuestas, digamos, de género. Sexualidad ampliada, sexuación y género, como tres elementos que intervienen, se combinan y complejizan.

 El segundo punto que desde mi perspectiva se abre al debate es la problemática de la perversión en relación al polimorfismo perverso. Sólo lo dejo enunciado para plantear que sería muy difícil que hoy sostengamos la categoría de perversión en el sentido de trastrocamiento de las zonas preformadas del placer sexual –no sólo genital, sino oral y anal–. Porque si hay algo que caracteriza el texto de “Tres ensayos...”, junto a su enorme apertura, es al mismo tiempo una cierta teleología reproductiva que se plantea también en la obra de Freud, fundamentalmente en la reabsorción que aparece en el texto de “Más allá del principio del placer” con la expulsión del concepto de sexualidad ampliada y la reinscripción de la sexualidad como pulsión de vida a partir de su subordinación a la genitalidad. Desde esta perspectiva creo que es muy importante mantener la tensión entre el polimorfismo perverso y la perversión como dos cuestiones distintas. Pero plantear a la vez que el polimorfismo perverso es un estatuto del psiquismo antes de que se constituyan los órdenes morales. Vale decir que es una forma de ejercicio del autoerotismo anterior a la constitución de los paradigmas intrapsíquicos que tienen que ver con la pautación. A partir de eso es posible que podamos hablar de perversión en la infancia, y no como equivalente del polimorfismo perverso, sino como modo de constitución de la relación del placer con su objeto una vez que se ha estructurado la tópica.

 Cómo podríamos hoy seguir sosteniendo ciertas ideas en la cuales, inevitablemente, el freudismo se ve impregnado, a partir de que trabajó con las representaciones de su tiempo. Ideas en las cuales quedaban ensamblados elementos de descubrimiento con formas representacionales ideológicas de la época. Por mi parte jamás podría seguir planteando que la transgresión de las zonas anatómicas en sí mismas es del orden de la perversión. Como tampoco estaría de acuerdo, y acá creo que tengo una diferencia de hace muchos años con Rafael, sobre el tema de la homosexualidad, de considerarla como perversión, en la medida en que la homosexualidad no es una categoría que aluda a la perversión sino un modo de elección de objeto amoroso. Y si se me dice que hay perversión en los homosexuales, diré que también la hay en los heterosexuales, y que en ambos está la posibilidad de una elección amoroso-sexual o de la desligazón de lo sexual respecto a la ligazón del amor. Lo cual nos obliga, en mi opinión, a la redefinición no de la homosexualidad sino a la categoría de perversión.

 Y voy a intentar una redefinición somera que podría girar alrededor de considerarla como proceso en el cual el goce está implicado a partir de la des-subjetivización del otro. La perversión se caracteriza, no ya por la transgresión de la zona, ni por el modo de ejercicio de la genitalidad, sino por la imposibilidad de articular en la escena sexual el encuentro con el otro, en el reconocimiento de la subjetividad que sostiene el encuentro. De allí su fijeza, la inmutabilidad del goce propuesto; es el límite mismo del autoerotismo ejercido sobre el cuerpo del otro –otro desubjetivizado, anulado en su existencia humana–. En ese sentido fue muy fecunda la diferenciación hecha por el kleinismo entre genitalidad que remite al objeto total y lo pre-genital planteado, no en relación a la forma de acoplamiento entre dos individuos, sino al fantasma implicado. Creo que lo que importa del concepto de perversión es el hecho de que, tomando la definición de Freud respecto del ejercicio de la pulsión parcial, la perversión se plantea como parando mientes en el objeto para usar la antigua traducción de López Ballesteros: “La pulsión para mientes en el objeto”. Y en la perversión no hay, entonces, miramiento por la subjetividad del otro. Por eso pienso que lo que caracteriza, fundamentalmente, la perversión es la des-subjetivización del partenaire, y es a partir de ello que el sadismo es intrínseco a su modo de funcionamiento. Cuestión que deberemos redefinir en términos metapsicológicos y fantasmáticos para no quedar del lado de un moralismo que hoy ya tiene muy poco para decir. A partir de esto, sería imposible para mí plantear la homosexualidad como del orden de la perversión. Hay perversión en parejas homosexuales como la hay en parejas heterosexuales; la hay digamos en muchos modos. Es indudable que ciertas formas son perversas en su ejercicio.

 Esto me lleva a discutir el eje de la castración como ordenador de toda psicopatología. Más todavía, creo que el eje de la castración como ordenador de toda psicopatología es un momento de cierre de la teoría psicoanalítica. Y una re-genitalización, en mi opinión, de la problemática de la sexualidad ampliada. A partir de esto creo que es un eje para tomar en cuenta pero no para absolutizar, del mismo modo que no absolutizamos aquellos otros elementos que desde el yo operan intentando ligar de algún modo el deseo inconciente y su prohibición. Yo no ponderaría nunca un ordenamiento de la psicopatología a partir del eje de la castración. Sí lo plantearía a partir de los modos del funcionamiento psíquico y de los destinos pulsionales. Por eso el último punto que tomo es el tema de la parasubjetividad.

 Hay un punto central sobre el que estoy trabajando. Yo siempre bromeo diciendo que la gente que produce es mononeuronal: uno tiene sólo una idea en la vida y la va desarrollando o desplegando; bueno, yo tengo la impresión de que tuve dos ideas, y como ahora estoy con la segunda, estoy feliz. La primera fue la cuestión de la represión originaria, y en este momento es la idea de lo para-subjetivo, que consiste en lo siguiente: lo fundamental del descubrimiento analítico –que trastoca la historia del pensamiento humano– es el haber formulado (para decirlo en términos muy simples), que existe un pensamiento sin sujeto. Vale decir que existen sistemas representacionales que no fueron pensados por nadie y que operan más allá del sujeto pensante y que la vida humana es un esfuerzo enorme por apropiarse de esos pensamientos no pensados que uno tiene en la cabeza. “Tengo una idea loca”..., “se me ocurrió algo”; la asociación libre es eso, esa apertura hacia los elementos no pensados de los representacionales, no pensados en términos de no pensados por el sujeto. Esto intenta plantear dos cuestiones: por un lado la radical erradicación de todo lo que tiene que ver con la posibilidad de un sujeto del inconciente. Vale decir de la reintroducción del sujeto del inconciente y, en última instancia, de hipostasiar la pulsión de muerte como un otro trascendental, si ustedes quieren.

 Con una consecuencia fundamental en los términos siguientes: se trata de un eje definitivo de la clínica: trabajar en los bordes mismos de la desligazón, concebida esta desligazón no sólo en términos de cantidad sino de fracaso de los sistemas representacionales lenguajeros. Se trata de concebir los orígenes del psiquismo como del orden de lo pre-subjetivo, lo cual deviene luego para-subjetivo –lo originariamente reprimido, por ejemplo. Pero esta des-subjetivización también opera en los momentos traumáticos, en los cuales se inscriben elementos vivenciales que luego hay que resimbolizar, transformar de vivencia en experiencia, lo cual constituye el eje central de la simbolización analítica. Esto tiene una consecuencia mayor, que consiste en la imposibilidad de reducir el análisis a una narrativa, ya que el análisis no es una narrativa sino un método que trabaja en los bordes de toda narración. La narrativa siempre es cierre del relato, novela familiar y organización segunda; mientras que los fragmentos de simbolización del análisis trabajan sobre aquellos elementos que no han sido transcriptos a lo lenguajero –en términos semióticos– para darles un estatuto que permita su dominio sin por ello abrochar una significación a un relato definitivo. Se trata de una clínica más cercana a lo real, tratando de ir cercando aquellos aspectos que, como decía Freud, tienen sentido, pero no significación. Estoy pensando en el sentido como lo que es capaz de producir efectos. Como me enseñó Rafael Paz cuando yo era chiquita “El inconciente es una estructura productora de efectos”. “Iba yo penando” escribió en el pizarrón, para mostrar un lapsus de “iba yo pensando”. Ahora que soy grande pienso, ¡pobre, iba penando! Pero de chiquita a mí lo que me importó era lo que él puso: “Es una estructura productora de efectos”. No me importa, hoy, si es una estructura en el sentido estricto, me interesa que hay algo del sentido (en términos de Freud), capaz de producir efectos pero irreductible a la significación y que el problema del análisis es cercarlo porque en ello es radical el efecto destructivo de la pulsión de muerte. Es esta desligazón –o no ligazón– lo que insiste en la compulsión de repetición, lo que insiste es aquello que puede producir la desestructuración del sujeto o cortocircuitar sus posibilidades de estructuración.

Antonio Barrutia: Muchas gracias, Silvia. Ahora tiene la palabra el Dr. Rafael Paz, quien leerá el texto que ustedes tienen en la carpeta, «Psicoanalizando, aquí y ahora».

Rafael Paz

1. La convivencia habitual supone un juego constante entre el repertorio de conductas esperadas y las consumadas por el otro, con expectativas de reciprocidad fundadas en códigos compartidos que dan cabida de modo variable a lo idiosincrático, según tiempos, culturas y circunstancias. Por su parte, las psicopatologías pueden considerarse como variantes del pensamiento común, que se abren a configuraciones conductuales, de ser y de sentido que no hallan cabida en aquél y usando, en primera instancia, criterios de diferenciación basados en poner a prueba la extensión de los límites de la empatía.

 Así, la fenomenología psiquiátrica ha llegado a elaborar hipótesis de fondo según la posibilidad o no de participación del observador –comprensión–, en el encadenamiento de razones del paciente, señalando el salto cualitativo con lo que cae más allá del mismo.

 Se marca así la cesura entre motivacionalidad psíquica y causalidad orgánica, siendo la primera comprensible, pues, al decir de Jaspers, se asiste en ella a “como lo psíquico surge de lo psíquico...”, mientras que la segunda plantea cortes irreductibles a la reconstrucción inteligible de motivos. Sólo sería entonces explicable, connotando así la ruptura de lazos de sentido que remiten a un orden otro, biológico, de determinaciones. La cosa adquirió enorme complejidad al ampliarse los criterios culturales y etarios, creando dificultades a las nosografías, que de hecho son un subtipo de las tipologías culturales explícitas o espontáneas, hallándose estas últimas cercanas a la esfera de los prejuicios.

 Para superarlos, se ha sostenido la importancia del ejercicio del describir, tomando en cuenta los diferentes contextos de aprehensión, para luego, siguiendo el movimiento natural de las ciencias, penetrar hacia niveles explicativos en busca de abstracciones más simples.

 Pero tratándose siempre de construcciones surgidas ante lo distinto, imprevisible y doloroso, intentando recuperar criterios para entenderlo y de ser posible predecir las condiciones de emergencia y facilitación.

 De ahí que cuando sedimentan, como sistemática de síntomas, rasgos o explicativamente, tengan renuencia a los cambios, las transiciones y ambigüedades arduas de clasificar.

 El punto de partida psicoanalítico es el mismo: una suerte de sentido común ampliado, que supone juicios de realidad como niveles de flotación de los que no abdicamos aunque sepamos lo relativo de su consistencia. Y que relativizamos cuando la clínica psicoanalítica despliega sus posibilidades de contención y de pensar de otro modo los síntomas, angustias y diferentes formas de padecer, para intervenir sosteniendo lo incifrable del punto de fuga de toda singularidad como tal. Que es hacia donde vamos, psicoanalíticamente hablando, poniéndole el nombre que sea: inconciente reprimido, neurosis infantil, bebé sepultado, verdadero self…

 Penetrar los hermetismos de las estereotipias neuróticas o psicóticas, sin negar su existencia, es heurístico en nuestro modo de conocimiento, renovando la apuesta de intelección al dar cabida a espacios plurales de realización situándolos en la grilla de pertinencia psicoanalítica y aceptando el resto enigmático como circulante dinamizador del campo. Puesto que la singularidad no es aquello que refrenda una presunción diagnóstica sino lo que se alcanza a mostrar y sostener, sea como eje o como margen, vislumbrándolo cuando detectamos su pérdida en lo estructurante de una formación clínica o también cuando lo desborda.

 Es claro que definir un repertorio de anormalidades configuradas supone un alivio para la extrema ambigüedad con que nos enfrentan las diversas formas de ser y de padecer. Pero en el proceso analítico no buscamos la consistencia de estructuras, sino que nos topamos con ellas.

Descansar en el remanso de estereotipias legibles es natural en aprendices, pero en otros se trata lisa y llanamente de una inversión anulatoria del sentido mismo de lo que pretendemos, que tiende al hallazgo de lo singular impedido en las tramas transferenciales, desprendiéndolos de sus coerciones.

Se entiende así el lugar crucial de la narrativa psicoanalítica, pues allí, cuando es lograda, se muestra con claridad el peculiar status teórico de nuestro saber: generalizaciones de distinto grado atravesadas por lo singular hallado al abrir los nudos sintomáticos y levantar las inhibiciones. Y que convoca entonces resonancias en otros clínicos por analogía: “Yo también tengo un paciente que…”.

 Es verdad que los cambios de época nos enfrentan a relativismos extremos y a una oscilación entre rechazo de la sistematicidad y búsqueda veloz de claridades por el horror ante lo imprevisible. De ahí que debamos responder con instrumentos conceptuales adecuados tanto al operacionalismo elemental cuanto a las huidas hacia las alturas, y la importancia de retomar el gesto epistémico freudiano que cabe definir como relativización productiva.

 Freud, en efecto, no anuló las diferencias entre las distintas maneras de enfermar y las vivencias y conductas consideradas normales, con una suerte de gesto antipsiquiátrico avant la lettre, sino que estableció sus semejanzas estructurales –elaborando el concepto de formaciones de compromiso–, para redefinir luego sus rasgos diferenciales a partir de parámetros propios. Y es bueno tener presente que incluso más allá de la posibilidad concreta de realización de un análisis el concepto de neurosis de transferencia, definido en oposición dialéctica al de neurosis narcisista, sirve para modelizar configuraciones y grados de resistencia inveterada a las transformaciones que trascienden las fronteras del método. De este modo se realiza uno de los aspectos del psicoanálisis como valor social, en tanto espacio de descubrimiento y hallazgos exportables a otros campos y prácticas.

2.  Se trata, en efecto, el psicoanalítico, de un contexto consistente, útil para quienes tienen el privilegio de acceder a él y fecundo como instigador de ideas que lo trascienden. Pero siendo a la vez frágil, cosa que conviene señalar cuando cunden regímenes de prestación en salud mental en su inmensa mayoría contradictorios con los valores de verdad, método y privacidad que el psicoanálisis sustenta, sin que esto nada tenga que ver con la buena o mala voluntad de sus agentes, sino con la naturaleza de las cosas. Y a propósito, es un grave error pensar que las exigencias a que los psicoanalistas se ven sometidos en este tipo de tratamientos conllevan un algo de crítica fecunda en tanto forzarían el ponerse a tono con los tiempos que corren. Pues por supuesto que adquieren influencia determinante, pero como reflejo del modo darwiniano de los procesos de socialización en la sociedad en que vivimos.

 Cuando tantas experiencias socialistas aprendieron de manera traumática el error de permear a menudo implacablemente las fronteras entre los ámbitos sociales, personales e íntimos de vida, es llamativo comprobar que sociedades autoproclamadas “de la libertad” los liquidan. De allí un cierto asombro cuando desde posiciones progresistas se escucha que el psicoanálisis estaría recibiendo algo así como una lección definitiva por su insanable anacronismo. Es claro que impregnando sus saberes, herencias de artesanía y ceremonias se transporta mucho de mundos perimidos, sus ritmos, horizontes de vida y convenciones; pero, ¿puede acaso ser de otro modo?

 ¿Y se trata entonces de tirar el niño junto con el agua de la bañera, y también el recipiente?; y, en todo caso, ¿es un sumarse entusiastamente al signo de los tiempos, o participar por dolor no asumido en una inmolación de medios de pensamiento y acción fieles en su complejidad y sutileza a dimensiones humanas esenciales?

 La entrega de herramentales de ideas y recursos de cura arduamente acumulados volcándolos alegremente al sumidero de la historia tiene un costado patético, como se ha mostrado hasta el cansancio en otros sacrificios propiciatorios, puesto que no garantiza inmunidad alguna a los que queden del lado de las novedades, salvo alguna sobrevida circunstancial en el mercado de las prestaciones o la enseñanza.

 Se impone entonces una sagaz estrategia de resistencia, renovando el cuidado imprudente que caracterizó las primeras épocas del psicoanálisis. El secreto es simple de enunciar: cultivar al límite la artesanía de la clínica y los requisitos para su trasmisión, a la par de hacer jugar nuestras ideas en las zonas del debate contemporáneo donde las contradicciones principales se difractan y donde las transformaciones necesarias conserven su pertinencia.

3.  Volviendo ahora al hilo de nuestro desarrollo: el campo analítico se instaura como contexto de descubrimiento y fuente de teorización y la psicopatología como teoría de los modos del padecer, expandidos en proceso para su exploración y transformación.

 Cabe aquí una digresión: el nombre mismo de psicoanálisis, induce a pensar en una secuencia de simplificaciones reductivas en busca de los elementos últimos. Se trata del camino señalado por Freud en los comienzos con la metáfora del análisis químico, que constituye un costado de la verdad, pues lo descompositivo es momento en una deriva que vuelve a situar lo hallado en planos más vastos de totalización y en un proceso de ascenso a lo concreto. De allí que el transcurrir del análisis vaya desde lo complejo a lo complejo, siendo lo simple momento procesual que corresponde a la claridad transformadora del insight, en el cual múltiples materiales adquieren sentido a la luz de las representaciones reprimidas y emociones apartadas que liberan a la situación de la ambigüedad inherente a la angustia.

 El operar sobre lo complejo ha podido llamarse así sobreinterpretación, acentuando la imposibilidad lineal de asignación de sentido esclarecedor: este brota como un emergente nuevo, buscado pero aleatorio, del trabajo de contención, observación, señalamiento, construcción e interpretación.

4.  La arquitectónica de una neurosis obedece a la intrincación de lógicas fantasmáticas y fijaciones a modos de ser, defenderse y gozar que las determinan e incluyen, generando síntomas desde fuentes surgidas en lugares psíquicos diferentes. Es aquí donde se entiende la necesidad de pensar en totalidades determinadas, es decir, no metafísicas, abstractas o insondables. En tal sentido definimos como formación clínica a la imbricación de diversas corrientes de la vida psíquica en la constitución de una neurosis, las que al mostrarse sucesivamente como dominantes en el curso de un análisis permiten desgajar el bloque más o menos consolidado que la sintomatología muestra en las exploraciones primeras.

 Los historiales de Freud son una muestra cabal de este concepto, aunque no haya sido enunciado por él explícitamente, pues en ellos se hace clara la convergencia de relato, sistema e historia para dar cuenta de las versiones cambiantes de presentación de la singularidad, en virtud de tratarse de totalizaciones inacabadas aunque articuladas. Él nos cuenta que el hombrecito de los lobos, ya en su primera infancia, estuvo dominado por  “...una grave perturbación neurótica...” que iniciándose como una histeria de angustia (zoofobia) se “...traspuso en una neurosis obsesiva de contenido religioso, y sus ramificaciones llegaron hasta el décimo año.”2

 Pasó así de una fobia llena de maldades a una neurosis obsesiva, por lo que según la descripción freudiana fue de neurosis a neurosis, con un éxito mayor en la segunda en mantener a raya los impulsos agresivos que en la primera fracasaban en virtud de la dominancia del miedo y del placer.

 Temor –y completamos así la estructuración que pone de manifiesto la neurosis traumática “plurinodular”–, vinculado estrechamente a actividades de sus mujeres que mediante seducción y terror completaban de manera superlativa su “pasivización” como ser de cultura, modelando los recovecos perversoides que hallarán refugio privado en la religión compartida. Con lo cual tenemos enunciado el esquema de formación neurótica, y, además, de su constitución en la infancia, con el enunciado preciso de un articulador conceptual donde se aloja la cuestión del pasaje de una modalidad neurótica a otra: “transposición”. Agreguemos a esto el desencadenamiento posterior de su “episodio psicótico”, como dimensión otra sustancial a la imbricación de corrientes prevalecientes en momentos diversos de la vida del “Hombre de los lobos”, siendo éste todas y cada una de ellas, así como sus modos de vinculación.

 Formación clínica, puntualicemos, no es sinónimo de subjetividad, pues se trata de esta en tanto capturada en la neurosis, es decir, en los determinismos traumáticos y fantasmáticos de la neurosis infantil, sus impasses y transformaciones, sosteniendo las ideas de complejidad, sobredeterminación y disociación, y considerando al proceso analítico como el dispositivo que permite mostrar en plenitud su estructura, al dislocar las compactaciones defensivas más o menos logradas.

 Yendo a otro ejemplo ilustre: la tensión entre lo que conocemos como “El caso Dora” y la vida de Berta Papenheim, nos indica la distancia entre la totalización lograda en un trabajo analítico, cuya muestra explícita son las recapitulaciones y comentarios finales de los historiales freudianos, y la totalidad de una vida. Por supuesto que existe un anhelo –se lo disimule o no–, de aprehender al analizando en su totalidad, que converge con solicitaciones primarias del paciente de ser entendido/contenido en plenitud, con las posibilidades que esto brinda de trabajar en regresión y también todo el cortejo resistencial que desencadena, constituyendo uno de los ejes principales de la transferencia.

 Pero la interminabilidad es definitoria, y obedece a razones estructurales que podemos sintetizar vinculándolas con lo que decíamos de la subjetividad como excedencia, que trastoca el recorte producido por precipitaciones de sentido y pautas de identificación. Más aún, el arte analítico tal vez más arduo de llevar a la práctica resida en el dar cabida, no por condescendencia, sino sosteniendo la interpelación, de lo que surge como expresión de autonomía en cada momento significativo del proceso.

5.  Las corrientes de la vida psíquica tienen vocación hegemónica, en el sentido que tienden a representar el todo y ofrecen sus estereotipias para que los otros ratifiquen esa parcialidad. Lo cual obedece a que el miedo a la desagregación es más profundo que los inconvenientes o dolores que surgen de andar por el mundo con versiones mutiladas de sí.

 La fecundidad del concepto winnicottiano de “falso self” –más allá de su teorización específica–, obedece a haber captado esa tendencia a aplanar la heterogeneidad, generando el espejismo de unicidad recortada.

 Observemos que para nada se trata –necesariamente–, de exaltaciones narcisistas en el sentido más obvio de la expresión, pues puede tratarse de modos de ser penosos y mortificantes. Pero en ellos, además del goce masoquista a que pueden dar lugar, sí se muestra el trazo narcisista que circunscribe un espacio, un límite y una clausura.

 En un análisis que efectivamente anda tienen lugar dominancias sucesivas de las distintas corrientes, con centramientos que al forzar ciertas premisas fantasmáticas escinden otras. El saber más, junto al atreverse a dar plena cabida a la expansión transferencial ha hecho que varíen las magnitudes de las unidades con las que laboramos, o, sería más adecuado decir, nos hemos acostumbrado a considerar unidades de diferente rango. No sólo entonces componentes desglosados de un síntoma, sino sistemas defensivos frente a los mismos o virajes globales de existencia reflejados en la transferencia. Cosa que buenas clínicas, intuitivamente, toman en consideración, pero sin que se haya visto por lo común parejamente reflejado en la intelección teórica. Lo cual debilita la ubicación ante las inflexiones imprevistas en los procesos analíticos, así como el detectar indicios de consolidaciones caracteriales (transferenciales) que obedecen a la clausura de una o varias dimensiones psíquicas para soslayar interrogantes referidos a equilibrios considerados esenciales. Y esto puede darse tanto frente a replanteos fundamentales de posición sexual o de transición vocacional cuanto de actitudes ante modificaciones corporales fruto de un régimen dietético exitoso, pues si algo reaprendemos cotidianamente es la imposibilidad de definir a priori los órdenes de importancia en lo profundo de las valoraciones singulares.

6.  Una periodización de la historia de la clínica psicoanalítica puede trazarse partiendo desde las neurosis de transferencia como territorio de origen, para extenderse luego a las neurosis del carácter, lo cual se imbrica con la introducción plena del narcisismo y sus múltiples efectos clínico-teóricos.

 La inclusión paulatina del vasto territorio de lo excluido bajo la rúbrica de patologías narcisistas, especialmente de las psicosis, y también del psicoanálisis de niños, que trastocó –Melanie Klein mediante–, muchos sueños dogmáticos basados en infancias sólo reconstruidas o evocadas, consumó el descentramiento iniciado con el tratamiento de las patologías del carácter.

 No sólo lo que retorna de lo reprimido bajo la forma canónica del síntoma, sino también lo disociado y fragmentado y las consolidaciones paradójicas en equilibrios precarios, abrieron nuestra clínica a los modos de ser, entendiendo por tales los entrelazamientos caracteriales con los requerimientos y valores portados por las nuevas formas históricas de la individualidad.
 Desde esta secuencia, que reformula sin liquidar los esquemas de orientación psicoanalíticos, la actual puede definirse como una clínica que parte de las superficies convivenciales y las exposiciones de identidad, asumiendo todas las implicaciones del concepto ampliado de escisión. Lo cual se hace evidente examinando la imbricación de las patologías con las matrices de formas de individualidad surgidas desde las relaciones sociales derivas de las relaciones de producción, tal como en el campo analítico se muestran de manera privilegiada. Es decir, el conjunto flotante de rasgos más o menos integrados que materializan la necesidad de congruencia de las singularidades con las reglas de juego históricamente dominantes y embragan con niveles profundos del psiquismo a través de las formaciones ideal-yoicas y las constelaciones objetales a ellas ligadas.

 De cualquier forma, es necesario examinar con prudencia los efectos de cambios sociales en las subjetividades, teniendo en cuenta la inercia histórica de las “estructuras profundas” como se las ha denominado en antropología, en las que el psicoanálisis asienta sus hallazgos.

 No para sostener la identidad de una práctica en crisis (¿cuándo no lo estuvo?), sino para asumir la dialéctica de lo nuevo y de lo viejo en las distintas capas y segmentos de la organización psíquica.

Los estructuralismos cumplen en este punto un papel contradictorio: útil, al recordarnos que más allá de los nuevos movimientos, impostaciones y figuras, circulan sombras eficaces y persistentes; estéril, cegando la percepción de modificaciones embrionarias de largo alcance.

Nuestras explicaciones se basan en una verosimilitud peculiar, que corresponde a aquello que logramos reconstruir y que nos satisfacen explicativamente en tanto relacionan: repetición/creación en el campo analítico – neurosis infantil – trama originaria de constitución del psiquismo. En tal oficio de paciencia constatamos no sólo las viscosidades de los investimientos propios de lo singular de cada analizando, sino el trasfondo de coordenadas imaginario-simbólicas que insisten como universales relativos, marcas de lo genérico y de lo mismo en el seno de cada destino irrepetible.3

El campo analítico es un dispositivo específico de verosimilización, siendo el pasaje de materia prima a material el producto de ese movimiento, lo que permitirá –eventualmente–, el surgimiento de verdades disociadas o reprimidas.

Las asociaciones del analizando vendrán o no a corroborar lo interpretado y construido, y aunque en el momento operen como resistencias, su elaboración tiende a elevarlas a la cualidad de material, revelando su costado productivo.

Sobre este proceso, metanarrativo en tanto metapsicológicamente concebido (o sea, siendo más que una cuestión de lenguaje), tendrán lugar los eventuales insights, definibles por la aparición y sostén de una verdad que implica nuevo sentido, dolor no masoquista y experiencia estética de la buena forma.

 La interpretación recorta sentido en el seno de ese material y opera espontáneamente aquella jerarquización. Es al mismo tiempo el recurso que saca al juego psicoanalítico de las verdades del territorio de lo inefable por el camino del mito; más estrictamente, del enlace fantasía-fantasmática-mito, haciéndolo transmisible, no sólo en la privacidad del análisis sino en el discurso público del conocimiento y, sin borrar su cualidad estética, permitiendo su ubicación en un horizonte de cientificidad.

La cual no depende de lo elevado de su abstracción formal, sino de una perspectiva que recoja las complejidades del universal concreto, de ese que es en el aquí y ahora, en virtud de dar cabida a la dominancia de una determinada versión del Self implicado en ciertas tramas objetales.

A través del psicoanálisis caigo en la cuenta de que precisamente, cuando logro ser, lo es en tanto me libero de alguna forma genérica y abstracta del niño, niña, hijo, hija, padre, madre, mujer, hombre, a través de las cuales se coagularon modos forzados de singularización. Y de esto se trata lo que podemos elaborar a partir de la noción freudiana de elección de neurosis; en ella, en efecto, se concentra la dialéctica entre libertad y determinismo psicoanalíticamente pensada: no puedo ser fuera de los trazos marcados por los otros; sólo puedo ser más allá de esas marcas. De allí que no cabe definir a las intervenciones psicoanalíticas como desmitificantes sin más, pues eso supondría una pretensión ingenuamente iluminista: se trata de situar el padecimiento personal en el interior de mitos repotenciados merced a la transferencia y especialmente a la neurosis de transferencia, para que el hilván de las fantasías atado a las repeticiones que aquellos determinan puedan dar lugar, en el alivio depresivo del sufrimiento común, a pensamientos propios.

 De este modo las virtualidades anuladas, escindidas y desechadas, teorizadas por Freud exclusivamente bajo la forma del polimorfismo erógeno –pues se trata de eso pero también de mucho más, en tanto incluye modos larvados de realización–, pueden recogerse a través del punteado de microverdades que requieren de un trabajo minucioso.

 - Las intervenciones logradas operan ciertamente una verdadera desbanalización, al situar a la existencia habitual en la perspectiva de alguna versión y algún lugar en los mitos constitutivos.

 La épica de las tramas inconcientes ubican al analizando en la dignidad peculiar de víctima, victimario, testigo privilegiado, excluido traicionado, maravillosamente elegido, que se dan en los cruces de aquellas redes vinculares fundadas en los imaginarios cultural y familiar.

 Edipo deja de ser reliquia o lugar común y recupera para el asombro renovado de los protagonistas una condición viva, eficaz y concentrable en un espacio-tiempo que posibilita transformaciones a través de un trabajo que incluye el descompletamiento de su propio entramado –al fin de cuentas punto de llegada y de estabilización subjetiva–, hacia las experiencias primordiales de la indefensión, las fragmentaciones, el pautado arcaico y las construcciones narcisistas.

Ocurre aquí algo similar a lo de las figuras expuestas por Hegel en la “Fenomenología del espíritu”: Se trata de configuraciones antropológicas y antropogénicas que no suponen secuencia temporal sino ser consideradas como momentos necesarios en el ir deviniendo humano.

Podemos recuperar de este modo la funcionalidad explicativa y operativa en la clínica de cuestiones como el asesinato del padre, la culpa primordial y el pacto entre hermanos, así como los supuestos básicos de lucha y fuga, apareamiento y redención (Bion).

 Se trata, en efecto, del registro desde la experiencia en regresión transferencial, de engramas complejos, transmitidos a través del imaginario social diversificado por culturas y subculturas, estirpes y familias, que constituyen la forma específica en que esas dimensiones colectivas heterogéneas y cruzadas se inscriben en un sujeto singular y lo constituyen. No son capas superpuestas, sino ejes de sentido que convergen y divergen dando lugar a gestaciones enunciativas que engarzan los movimientos pulsionales en fantasmáticas relativamente estables, y a transformaciones producto del miedo o el odio, pero también del amor reparatorio y la ternura elemental.

Esto requiere la superación de tópicas intuitivas, como Freud ya lo apuntara en el hermoso pasaje en que analoga el paisaje psicoanalítico de lo psíquico al de Roma y la superposición desordenada/ordenada de restos y ruinas: límite de una alegoría y requerimiento de modelísticas.

 La familiaridad creciente del psicoanálisis con lo escindido y apartado –clínica de la (o las) Spaltung que incluye y supera la de la Verdrängung–, y el hacerse cargo de su contención transferencial, enfrentada a marcos sociales trastocados por la caducidad de instituciones y referencias con los que tácitamente se contaba, pone a prueba las modelísticas ingenuas superficial/profundo y requiere una topología de la cotidianidad que supere cualquier estratigrafía elemental, mostrándonos las torsiones y entrelazamientos en la superficie de todos los días, que es donde se alberga lo profundo.4

7.  Dicho esto, paso ahora a describir manifestaciones en el campo analítico y por ende en transferencia, intuitivamente correlacionables con rasgos empíricamente detectados en los modos de vida actuales:

Normatividad regresiva: rebeliones sin proyecto.
Facilidad para anonadarse defensivamente en una suerte de estupefacción al abrirse la densidad de su propio espacio interior.
Comunicaciones efímeras.
Extroversión con identificaciones proyectivas multiplicadas.
Tendencia a la banalización de la experiencia analítica.
Dificultad para confiar en instalaciones regresivas y adecuarse a las temporalidades transferenciales, así como en responder a la producción lúdico-simbólica.
Rasgos detectables en la vida social:
Fragmentación de los mundos de vida; asunción gozosa o dolida de esa condición: hipomanía de contacto con horizontes y consumos múltiples, o aplastamiento por pasivización radical.
Persecución errática de sentidos.
Diluciones ideal-normativas, que dan lugar a tensiones arcaicas, no trabajadas por simbólicas jerarquizadas.
Sensación de pertenencia ubicua y omnipotente al mundo.
Mutipercepciones a la mano; engullimiento informacional.
Permeabilidad extrema de los recintos familiares y privados.
Elecciones diversificadas en el ser, el ser-con y el tener.
Exasperación de diferencias y consiguientemente de particularismos.
Embolización del futuro (se introduce y presiona).
Frenesí del instante.
Historización formal.
Reposo en la atemporalización de un presente continuo vacío.
Seguridad a futuro desesperada en virtud de la polaridad ganadores o fracasados.

 Es comprensible que si la crisis de la familia tradicional y la visibilidad de las líneas de fractura de la subjetividad constituyeron condiciones de posibilidad para la empresa freudiana, así el proceso de tracción consumística y mediática y el debilitamiento de fronteras culturales y personales, hace que lo atinente a la identidad se haga actualmente ostensible.
La señalada tendencia a la fragmentación inconsistente ha sido pensada como una modalidad históricamente determinada de manifestaciones esquizoides e histeroesquizoides, o de “borderlines” por descarte, sin delirio sólido, vinculados con procesos y disprocesos simbólicos adjudicados clásicamente a los adolescentes.5
Constituye un buen ejemplo de la necesidad de sostener, a la vez, la complejidad y lo heterogéneo, por la escisión marcada de aspectos del Self y de sus espacios de contención y realización. Son estas temáticas típicas bisagras entre los modos clásicos de pensar la estructura de las neurosis y las actuales de padecer. Los criterios de totalización, heterogeneidad y síntesis forzadas conservan toda su vigencia, aunque se muestran bajo modalidades diferentes.

Veamos: las organizaciones obsesivas ocupaban –y lo siguen haciendo en muchos casos–, un lugar privilegiado como punto de llegada de estabilizaciones patológicas, en virtud de que por su propia índole constriñen la sintomatología dentro de límites y rituales que tienen congruencia con el pautado normativo social en su más amplio sentido.

Así ocurre con las rigidificaciones restitutivas a forma obsesiva que siguen a desagregaciones psicóticas, o en las oscuras relaciones que poseen con los intervalos libres de depresiones mayores.

Pero puede ahora observarse que tal coherentización caracterial o caracteropática, para circunscribir la producción sintomática disfuncional y egodistónica, puede sustituirse por estabilizaciones volátiles eventualmente reforzadas con alguna adicción que clausura las contradicciones internas y ofrece un rostro ostensible a la coerción jurídico-policial o –en el mejor de los casos–, a tratamientos.

El enfermar actual se halla así fuertemente determinado desde un eje adictivo apropiatorio de la economía del goce cruzándose con una relativa neutralización obsesiva, en virtud de su anacronismo para contener-disciplinar-equilibrar.

Como señalábamos, las exigencias laicizadas de puntillosidad, escrúpulos y disponibilidad sadomasoquista para la obediencia son ahora contradictoriamente funcionales con las relaciones sociales dominantes.
La entereza no es acorde con las elasticidades éticas requeridas para sobrevivir y ascender socialmente, y la lealtad disfuncional con los vínculos laborales, en virtud de la tendencia prevista a que, en el mejor de los casos (ocupados), el pasaje por distintos lugares de trabajo en el curso de la vida sea la regla.
Una inconsistencia afincada en los miedos primarios al desamparo (des-empleo, des-ocupación, des-esperación) es más adecuada, a la par que un esteticismo consumista en las relaciones personales con los otros.
Todo lo cual abre el camino no sólo a una legitimación de hecho de las adicciones sino a neurosis de angustia y fobias de bajo nivel, con sus crisis de corporalidad y mentalización desamparadas presurosamente codificadas y recortadas como ataques de pánico.
Huérfanas de anclajes simbólicos a calles vienesas, animalidad circunscripta a caballos díscolos, padres atentos y doctores Freud a la mano. Se comprende entonces el retorno a las fuentes analíticas asentadas en dar contención y legitimidad a las regresiones, por oposición a las restricciones de los sistemas habituales de prestación y también las razones para que en estos últimos nos hallemos con modelizaciones teórico-técnicas que obedecen a saltos ultraadaptativos: legitimación de actitudes de distancia emocional, pragmatismo, implacabilidad, que requieren a menudo el aplastamiento de convicciones o adaptaciones cínicas.

Es claro que nuestra crítica no puede basarse en nostalgias o arcaísmos, sino en el examen de la penetración de tales modos de pensar en la intimidad de la simbólica personal, transformando a muchísimos, que los padecen, en sus difusores.
Recordemos entonces algo que hace a la geografía del propio esquema corporal, pues atravesado el narcisismo y la megalomanía infantil enraizados en el ser-uno-con-el-mundo característico de las fusiones primordiales, tiene que resignarse a sus límites de piel, sexo y condición.

Por lo que en aquellas remanencias primarias la mundialización puede resonar como fascinante, promesa de una territorialización inconmensurable siempre que uno logre engarzarse –aún en el furgón de cola–, en la circulación de intercambios, y se aparte u oponga a las fuerzas, calificadas arteramente de retrógradas, que se resistan.6

El encajonamiento entre un consumo potencial de objetos constantemente renovados y atractivos o genuinamente bellos, y la creciente pauperización relativa y absoluta que hunden sucesivamente a capas sociales enteras constituye un dispositivo lisa y llanamente adictivo.

De ahí que las adicciones que tanto preocupan, con sus especificidades psicobiológicas, sociales y culturales –e incluyo aquí naturalmente a bulimias y anorexias–, son el trasunto de una propuesta histórica de modos de vincularse y ser congruente con la cualidad aporética del mercado tal como se despliega: adhesión a series inagotables de entes cautivantes que a medida que la frustración se incrementa ligan más y más al poder anónimo que los suministra.

Anónimo, pues el pulular de nombres de marcas no crea identidad al usarlas o adosarse, dado que no se trata de simbólicas emergentes de un proceso que eslabona cuerpos y sentido en matrices culturales persistentes, sino de una captura circunstancial que se sabe tal y conlleva un ritmo acorde con la desesperación que la acosa.

Es sabido que una de las características fundamentales de las sustancias que producen adicción, es el acceso directo a las estructuras neurobiológicas que constituyen el centro del placer. La acción consumatriz queda así obviada en su complejidad, de manera que los pasos motores, simbólicos y relacionales para lograr lo anhelado en el juego de alternativas y en el trabajo que para lograrlo constituyen la vida, son salteados.

Esta conexión neuroquímica que elude la riqueza experiencial y el aprendizaje en la frustración de acciones exploratorias, al obrar en cortocircuito, evoca con facilidad los esfuerzos de la propaganda para acceder con sus ofertas a la intimidad de la demanda ya determinada.

 El acceso sutil y penetrante de la oferta de bienes en la intimidad de los goces, cincelando apetencias y generando un cúmulo de necesidades sólo guiadas por la maximización del beneficio, se torna un formidable dispositivo de modelación de seres.
 Y en la generación de consenso –zanahoria y terror–, juega un papel clave la percepción del destino de los derrotados, testimonio crudo de que hay que acoplarse al tren de la historia en la dirección correcta para así evitar el abismo de los perdedores, condición que de darse se intuye como irreversible.

7.  Es claro que si aceptamos sin crítica y como condena la noción atractiva de subjetividad “débil”, se hace difícil encontrar el lugar para asentar las palancas de intervención psicoanalítica. Por añadidura, en otras épocas podíamos analizar con el trasfondo de una red (familia, trabajo, escuela), que sostenía los ejes de equilibrio identificatorio en una realimentación positiva, mientras construíamos nuestra peculiar institución, transferencial y supletoria y nos podíamos dar el lujo de interpelar a aquellas implacablemente.

 Pero eso cambia cuando la anomia y la caída de referencias clave en la vida social se vuelven dominantes y los espacios singulares y familiares adquieren extrema permeabilidad.

 Como ejemplo ostensible vale lo ocurrido con el lugar del padre: al desprenderse lo que antes eran rasgos connaturales de las identidades vigentes se genera una suerte de incertidumbre “estructural”, a medida que el poder se desplaza hacia las fuerzas monopólicas que rigen la vida social, y la cualidad imperativa del déspota, desencarnada relativamente en el Estado pero perdurable en las representaciones propias del padre, se relativiza. Es por ello que Lacan puede examinar el Nombre del padre cuando la época destrona su figura, “salvándolo” por abstracción atemporal, pero al tiempo que Ingleby7 lo definía hace ya tiempo implacablemente como “déspota residual”.

 Es lógico, dadas las circunstancias, que ante todo esto nos interroguemos por las garantías de perdurar como proyecto terapéutico y cultural. La clave –en cada caso a ser probada, pues no contamos con un a priori de certeza–, consiste en sostener para cualquiera, sea cual fuere su ubicación social o nosográfica, la búsqueda de los niveles más ricos de complejidad simbólica. Por lo que una buena clínica psicoanalítica se define por las posibilidades que da para la explicitación abierta y sistemática de las “corrientes” de la vida psíquica en sus peculiaridades sociohistóricas de entrelazamiento, y la generación de espacios personales a partir de la activación de lo propio y de los vínculos con objetos primordiales consistentes. Siendo preciso para registrar adecuadamente los órdenes de complejidad que de esta manera se abren, poner en correspondencia al concepto de formaciones con el de campo y el de proceso analítico. De este modo se configura el trípode que al conjugar clínica y teoría constituye el nivel más desarrollado del método y por lo tanto el dispositivo de gestación y convalidación de las certidumbres que alcanzamos, permitiendo modelizaciones exportables para interrogar otras clínicas y otras prácticas.

8.  S. tiene años de experiencia clínica y viene sosteniendo de manera adecuada el análisis de Y. Pero paulatinamente, la ampliación de libertad que ésta trasunta en su actitud general, disposición asociativa y narraciones –aunque sin reconocerla explícitamente como fruto de su tratamiento–, se vuelve inquietante por el vértigo erótico en el que ingresa. Está casada y tiene un hijito al cual quiere y del que se ocupa; con su marido hay una creciente separación de caminos que se traducen en dejar abiertas posibilidades para que cada uno busque lo suyo como bien le plazca.

Y. sospecha de inclinaciones homosexuales en aquél, luego confirmadas; a su vez, su propia cercanía emocional con una amiga se transforma pronto en un vínculo amoroso. Se entera entonces de que ésta mantiene una relación de pareja con otra mujer, y luego de turbulencias celosas la cosa se resuelve con su inclusión para constituir un trío sexual gozoso y activo. Hay peripecias diversas y choques con el marido: seguimientos, peleas y también específicas disputas en virtud de que los arrastres pasionales de ambos hacen que –según recíproca opinión–, el otro descuide cosas de la casa y especialmente al hijito. Con él, precisamente, las amigas de Y. son muy cariñosas, le hacen regalos y salen a pasear.

 Todo es contradictorio pero vital, “actual” y prácticamente inimputable desde cualquier perspectiva políticamente correcta. Y. no las tiene todas consigo, pero defiende la plenitud sensual y emocional en que transcurre su vida. No parece haber víctimas evidentes por ahora, salvo una analista azorada que intenta asirse de algún indicador consistente de problematicidad oculta para rehacer un lugar de intervención que la saque de la complicidad tácita con lo que no termina de entender, sin instalarse en un marco valorativo desde el que subrepticiamente renormatice la cuestión. Es claro que ella y su supervisor saben de compensaciones hipomaníacas ante recomposiciones de identidad, así como de grados y tipos de “acting out”; también de las escisiones expulsivas en concurrencias eróticas que excluyan radicalmente la “diferencia anatómica entre los sexos”.

 Por añadidura recuerdan a Racker, cuando decía que Eros no se circunscribe al consultorio, queriendo señalar con esto la imposibilidad de desentenderse de las consecuencias sobre terceros de lo que allí se procese. Pero, tomando esto último: ¿es lícito para un psicoanalista afincar su lugar primordialmente en la natural empatía contraidentificatoria y preocupación por el hijo de Y., por ejemplo?

Sin duda se trata agudamente de la neutralidad, como tantas otras cosas del instrumental psicoanalítico puestas en cuestión en los últimos tiempos. Pues, ¿Cómo administrar la equidistancia? ¿Y entre qué y qué?

 Todo esto toca puntos álgidos en la actualidad, y que suelen ser soslayados o provoca huidas hacia delante.

 Ocurre que el universo virtual de valores sobre los que se asentaron las elaboraciones freudianas respecto de las perversiones implicaban una doble certeza: la creencia genérica –Comte dixit–, en lo ascensional progresivo, y la nitidez organizativa del territorio sexual de las diferencias entre mujer y varón.

 Más de una vez he señalado la preferencia –aunque sea sólo enunciativa–, por aceptar los “aspectos psicóticos” como componentes variablemente universales de la organización psíquica, en contraposición a lo perverso, lo erótica y atravesadamente maligno que se insinúa o impregna los pliegues de la neurosis de transferencia y por ende las repuestas coyunturales o sistemáticas de contratransferencia.

 La psicosis tiene la coartada de algo “limpio y mental”, aunque terrible, mientras la perversión nos recuerda el “entre heces y orina” y los retorcimientos del amor de un modo mucho más cercano a la experiencia de todos los días de cada uno de nosotros, y por ende a las eventuales contraactuaciones.8

 La genitalidad como punto de plenitud y reformulación unitiva de las turbulencias previas y el pene y su ausencia por mutilación mítica como claves de la simbólica identificatoria en el pasaje del tener al ser, han constituIdo por largo tiempo un ordenador fundamental del horizonte antropogénico del psicoanálisis.

 De ahí el efecto de verosimilitud de las elaboraciones al respecto del primer Lacan, pues sitúa negro sobre blanco este sistema, y en su juego de abstracciones refuerza el anhelo de universalidad diferencial tradicional que las épocas comenzaban a poner seriamente en cuestión, otorgándole caución formal y universitaria.

 Pero ahora este recurso ya no nos sirve, pues la interpelación surgida desde las “nuevas opciones de género” y el debilitamiento incluso de las convicciones nocturnas de los psicoanalistas respecto de anomalías y normalidades que sostuvieron a generaciones enteras en ciertos marcos mínimos de ordenamiento de sentido –por más ejercicios de neutralidad y apartamientos del furor curandis en que nos esmeráramos–, relativiza al extremo aquellos paradigmas. Más aún, pienso que una serie de razones racionalizantes respecto de la necesidad de adecuar el psicoanálisis, su método y técnica a los tiempos que corren, obedece a que la aceptación acrítica de modificaciones esenciales posterga al infinito el encuentro con las dificultades que el examen de las estructuras desplegadas en transferencia produce, en un contexto de elevada incertidumbre respecto de los parámetros para trabajar.

 El homosexual constituía un ejemplo típico de perversión para el psicoanálisis y no sólo en la mencionada privacidad de las opiniones esenciales sino en la transparencia de enunciados teóricos, puesto que si se llegó a hacer girar alrededor de la castración el ordenamiento del campo de las así llamadas “estructuras clínicas”, la renegación de aquella en sus efectos fundamentales remite a un lugar distinto al del eje neurosis/normalidad.

 La cosa se complica pues en el mundo psicoanalítico lo “políticamente correcto” es un valor cuidadosamente preservado; más aún, es lugar de generación de ideas de tal índole.

Por ende resulta mortificante asumir la descolocación respecto nada menos que de las identidades sexuales, sobre lo que se ha tenido mucho para decir y de lo cual se suponía depositario de saberes y experticia.

 Son ahora los sexólogos, los homosexuales asumidos y sus compañeros de ruta los que profieren un discurso público, en tanto dicen saber y consecuentemente opinan, mientras que en tales contextos el lugar actual de los analistas suele ser de comprensión elusiva.

 Se hace necesario entonces un silencio elaborativo, o asumir que la teoría choca contra las aperturas ideológicas y las intenciones progresistas y hacerse fuerte antipáticamente en ellas, o intentar disimular la dificultad con rellenos discursivos más o menos filosofantes, o, finalmente, tomar otros ejes que el de la castración/ instauración de diferencias para dar cuenta de lo perverso. Es claro que esto último puede ser un recurso oportunista, en tanto quede sin replantear la problemática freudiana de la castración. Pero también ocasión para explorar la riqueza alternativa de líneas conceptuales que parten de otras premisas, sin esperar interrogaciones extrínsecas sino basándose en los propios criterios de congruencia clínico teórica.

 El retorno a cuestiones largo tiempo confinadas a la teoría traumática y museológicamente consideradas, junto a la revaloración de los trabajos referidos a la constitución del psiquismo de Balint, Bowlby, Winnicott, así como naturalmente de Melanie Klein y los post-kleinianos argentinos, muestran la necesidad de superar problemáticas planteadas en términos tradicionales, a las que resulta difícil ir más allá de las sexualidades canónicamente diferenciadas. Es decir, debemos atravesar el espejo para ir más allá del espacio de superficies perceptuales en el que el pequeño Hans tramitaba sus miedos y enunciaba sus teorías falocéntricas.

 Aunque sin caer en la fascinación en espejo con la de los niños teorizantes fascinados fascinantes en el interior de analizandos iconoclastas al estilo de nuestra paciente S., que en su deriva ponen en cuestión hasta la raíz el habitual equilibrio de sillón y encuadres, sobre todo si trabajamos con criterios de elevada implicación transferencial… (¿hay otros psicoanalíticamente válidos?).

 El camino que parece adecuado es el replanteo de la cuestión del polimorfismo considerándola no reducible a una diversidad de zonas, objetos y modalidades a la espera de normatizarse, sino como potencialidad de lo heterogéneo que escapa a la pregnancia estructurada/estructurante de los sistemas narcisista y edípico.

 Se trata del cuerpo pulsional, fluente, con una economía de bordes y descargas y una plena inclusión en la economía “femenina” del goce, es decir, aquello que Freud con vacilaciones audaces atisbaba en las postrimerías de su obra situándolo del lado de la mujer. Es claro que no se limita a ella aun cuando tiene que ver en tanto continente matricial de las lógicas de fluencia, trayectorias y representaciones primordiales, desde donde se desprenderán los caminos discretos tematizados en “Trasmutación de las pulsiones y especialmente del erotismo anal”. Plantear la cuestión de las perversiones en estos espacios primordiales y en la dialéctica integridad/destrucción del cuerpo (propio y/o del otro), juego en el límite, libertad y enajenación radicales en secuencias topológicamente intuibles del dar / darse / ofrecerse / apropiarse / entregarse / violar y por lo tanto en el eje del sadomasoquismo, descentra, sin que se pierda, de la referencia fálica como único ordenador del “universo”.

9.  La admisión de lo fragmentado y lo múltiple como pauta fundamental de nuestro modo actual de existir y de ser se trasunta en la aceptación paulatina de estilos plurales para encarar la vida, más allá de la posibilidad de conciencia teórica y enunciación explícita que por supuesto está restringida a los menos. Pero la añoranza de esencias consistentes retorna de modo intempestivo, eventualmente brutal, a través de fundamenta-lismos ostensibles y colectivos, o de pequeños fundamentalismos cotidianos, que se trasuntan no sólo cuando la transmisión de valores se halla en juego, por ejemplo en la crianza de los hijos, sino en la privada o inconciente clasificación –eslabonamos con el comienzo–, que de continuo hacemos de la conducta de los otros.

 Hay que tener en claro que la interminabilidad de un análisis no obedece sólo a la pertinacia repetitiva de las inercias traumáticas afincadas, el masoquismo y la adhesión a los síntomas, sino del esfuerzo para labrar un recinto propio y más allá un territorio práctico-simbólico en el mundo, apartándose de la permeación constante que el análisis produce en la intimidad personal.

 No se trata por ello exclusivamente de revalorizar un yo disociado que se mantuvo al margen de las penurias psíquicas, o de restos sobrevivientes de la capacidad de pensar, amar y creer, aspectos que sin duda existen y son cruciales en los desarrollos metapsicológicos y clínicos actuales, sino también de la productividad que surge desde la misma fuente que los síntomas. Siendo este precisamente el terreno –transferencial en sentido profundo–, en el cual al análisis ha de ir a disputar energías latentes con los complejos infantiles. De hecho las patologías más complejas y perniciosas son tales porque se apropian de la excedencia autoafirmativa y erótica que rompe con las coerciones superyoicas, pero la reincluyen, como psicopatía, desagregación o delirio, en sistemas de coerción y sometimiento, por lo común siguiendo las facilitaciones de núcleos megalomaníacos.

10.  La diversidad de modos de realización, como manifestación transaccional en el campo analítico con las heteronomías que confluyen en la trabajosa gestación de lo genuino, es una experiencia clínicamente crucial que tiene lugar cuando se expande el universo hasta entonces cerrado en la fantasmática y el régimen pulsional y deseante de una cierta corriente. Se llega entonces, como segundo nivel de insight, a relativizar sus absolutos y desde allí a poner en entredicho las premisas de todas las corrientes en tanto cada una tiende al cierre y la completud, escindiendo a las otras.

 Se trata de un salto cualitativo en el sinceramiento, que libera hojas del mito de la neurosis infantil y vence la angustia ante la intemperie de aspectos primarios del Self , acostumbrado a reconocer su hábitat en el atrapamiento en alguna de sus versiones.

 La centración forzada en una versión de sí, obedece no sólo a razones de autopreservación narcisista, esto es, de unicidad omnipotente en tanto desesperada, sino al sometimiento a seres e instituciones del mundo externo e imagos superyoicas que exigen ser de un modo y de una pieza.

 La tentación nosográfica consiste en ratificar esa propuesta pregnante de identidad desde un discurso científico; si en cambio la atravesamos, podremos rescatar la existencia de estructuras y subestructuras parangonables entre diferentes sujetos, pero también sus condiciones de relativización. Las que se muestran, en efecto, en dimensiones del campo analítico y en tramos del proceso que exceden los círculos viciosos o virtuosos previsibles.

 La regresión transferencial admitida y soportada por analista y analizando releva del esfuerzo continuo de equilibrio y adecuación al principío de rendimiento (Marcuse), genera espacios de verosimilitud lúdica e imaginante y desde allí la apertura a dimensiones disociadas de la verdad. Verdad acerca de sí y de los objetos primordiales, sus versiones y convenciones relatantes. Esta inmersión/excentración respecto de la propia fantasmática constituye un espacio original de pensamiento, base para un Selbsgefühl9 no narcisista, derivado de la recuperación de fragmentos de contención, digestión, asimilación de la madre y el padre pensantes, que a su vez provienen de la pareja-que-juntos-conciben-al-hijo, y recogen de este modo las fusiones gozosas y vitalizantes primordiales. Todo lo cual supone resituar el universo moral de la culpa y de la persecución, y por lo tanto también de lo legítimo en “la ambición de curar”.
 

NOTAS

 1 En esta presentación se retoman ideas de un trabajo más extenso en curso, expresadas en parte en el Encuentro de Barcelona organizado en febrero de 2000 por el I.S.I.P. de aquella ciudad y el Foro Psicoanalítico de Buenos Aires, y elaboradas también durante el año 2000 en el seminario a mi cargo de Psicopatología II en nuestro Instituto.
 2 En “El historial de ‘El Hombre de los Lobos’; O. C., T.XVII, págs. 9 y 10. Amorrortu. Bs. As. 1979.
 3 Recordemos todo lo que guarda la noción de Triebshicksale, en el contexto en que Freud la utiliza: “Pulsión y destinos de pulsión”.
 4 En continuidad con el proyecto teórico de la “Psicopatología de la vida cotidiana” y también de “La interpretación de los sueños”, diferenciadas sus formaciones de la rareza del síntoma, el cual no obstante es integrado con aquellas en otro nivel de abstracción.
 5 Es muy interesante reflexionar no sólo sobre la problemática que plantea en sectores medios y acomodados la prolongación de la adolescencia como tal, sino la conveniencia para la estructura productiva y de consumo de contar con mentalidades estructuralmente adolescentes en quienes son formalmente adultos, para que se le adecuen. De allí el choque con instituciones –la familia, en primer lugar– que, por su propia índole: crianza, trasmisión de valores, recreación de amparo, requieren estabilidad y continuidad.
 6 Los que se oponen críticamente al modelo pasan así a ser reaccionarios. Es una perla para la teoría de las ideologías, como mostración de la apropiación de vocablos e inversión de sentidos por el pensamiento dominante, que tiende a erigirse en “único”.
 7 En “Psiquiatría crítica”. Gedisa, Barcelona, 1984.
 8 No me refiero exclusivamente a actings groseros del analista, sino a impregnaciones más sutiles; por ejemplo, crueldad en señalamientos referidos a modalidades caracteriales.
 9 “Sentimiento de sí”, al que hacía referencia Freud en “Introducción del narcisismo”.
 

Antonio Barrutia: Gracias, Rafael; ahora tiene la palabra el Dr. Winograd, quien leerá su texto, «Actualizaciones en psicopatología psicoanalítica».

Benzión Winograd

 A lo reflexionado acerca del panorama actual de cuestiones psicopatológicas en el campo del psicoanálisis, caben ciertas reflexiones previas, a modo de contextualización:

1.  El ámbito de lo que se llama psicoanálisis se ha complejizado, variando términos y conceptos básicos a través de los esquemas referenciales postfreudianos con léxicos diferentes, a veces muy difíciles de discriminar. Es decir que, desde esta perspectiva, hablar de “psicoanalítica” cual unidad o singularidad disciplinaria resulta un artificio discursivo válido tan sólo en algunos consensos básicos.

2.  En cuanto a los problemas clínicos-psicopatológicos abordados por el psicoanálisis, han sufrido una notoria extensión en relación a las problemáticas dominantes en los historiales clínicos y escritos técnicos de Freud, o sea las neurosis de transferencia o psiconeurosis. Sin entrar a considerar la existencia de cambios en las patologías por distintos motivos, tema desde ya polémico, no podemos dejar de advertir en las comunicaciones clínicas de diferentes posturas, aún las más ubicadas en la nosografía tradicional, alusiones a problemáticas de narcisismo patológico, de déficits estructurales, de las llamadas problemáticas psicosomáticas, de las impulsiones o el polisémico grupo denominado “fronterizos”. En todos estos casos se trata de variantes que suponen diferencias estructurales y de funcionamiento, cuya articulación con los distintos esquemas referenciales necesita también ser objeto de discriminación, tarea nada sencilla. Otro tanto podría señalarse en cuanto al impacto de las variantes estructurales en los parámetros del campo clínico, surgido inicialmente de las articulaciones con el marco clínico nosográfico de las neurosis.

3.  Un tercer factor de complejización, aunque no tan directamente registrable, puede ubicarse en los cambios socioculturales contemporáneos y su influencia en las variantes de las nociones de lo que se considera alienación y en la producción de sufrimientos variables ejemplificables en la crisis de los valores, a la manera de lo que ocurre con las familias y parejas por una parte, o de los impactos de las formas de violencias sociales contemporáneos en el psiquismo de los seres y la temática de la salud mental.

 Aclarados estos factores que dificultan esquemas consensuados, me referiré a un sector de cuestiones que pueden ser recortadas de tan vasto panorama para no correr un riesgo de dispersión conceptual consecuente a dicha inconmensurabilidad de problemáticas.

 En primer lugar podemos diseñar algunos consensos mínimos en las perspectivas actuales de los aportes psicopatológicos desde el psicoanálisis: Mencionaré algunas breves alternativas.

 1º.- Observamos en forma creciente, tanto en los informes clínicos como en nuestra tarea cotidiana, una tendencia a disminuir la superposición entre sujetos o personas, por un lado,  y estructura psicopatológica, por el otro. Dicha modalidad, que pudo haber permitido cierta utilidad ordenadora adjudicándole a los sujetos identidad a partir de los términos psicopatológicos, es cuestionada por distintos aportes, particularmente de psicoanalistas rioplatenses. Tanto Pichón-Rivière al considerar la enfermedad mental como una combinatoria de funcionamientos y estructuras, como  otros colegas inspirados en sus ideas como Bleger y Liberman, se propusieron maneras diferentes de considerar el diagnóstico y la estructura psíquica de las personas. Bleger a través de su propuesta de una nosografía basada en organizaciones patográficas, estructuras e indicios, y Liberman, quien articula modelos provenientes de la teoría de la comunicación ubicando distintas personas con sus peculiaridades comunicativas y reemplazando así la identidad entre personas y cuadros, aportan modelos alejados de la identidad entre sujeto y estructura psicopatológica.

En una perspectiva similar podemos ubicar el cuestionamiento al modelo diagnóstico médico psiquiátrico (tipo D.S.M.) como eje del pronóstico terapéutico y su reemplazo por el valor de las combinatorias de estructuras, funcionamientos y circunstancias vitales relacionales del sujeto. Cabe señalar que tal modalidad que podíamos incluir en cuestiones de psicopatología general, y que resulta clara en las problemáticas así llamadas “no neuróticas”, alcanza también algunos aspectos de las neurosis. En este campo también puede detectarse un énfasis en ciertos funcionamientos globales (mediatización simbólica, posibilidades lúdicas, posibilidad de funcionamiento en el plano imaginario, producción onírica) más que en la necesidad de ubicación precisa de los cuadros. Es decir que podemos concluir globalmente que se acentúa la formulación de problemáticas y sus combinatorias distintas, cuestión diferente a la modalidad que definía la identidad del sujeto a través de adjudicarle una caracterización psicopatológica “fija”.

 2º.- En este mismo orden de cuestiones, puede sostenerse que el pronóstico psicopatológico ya no dependerá del comportamiento de tal o cual estructura, sino de cómo se combinan éstas en cada sujeto; es decir que podemos conjeturar que ha habido una especie de desplazamiento del valor determinístico de la estructura en sí a lo que podría ser el valor de las combinatorias de las problemáticas, lo cual nos parece importante para lo que se pretende en psicoanálisis, que es una indagación del sujeto íntimo, de lo que es propio del mismo. Entiendo que este énfasis de lo propio de cada sujeto está apareciendo en esquemas muy diversos del psicoanálisis contemporáneo. También deben cuidarse ciertos malos entendidos consecuentes de la postura sostenida, en el sentido de que el psicoanálisis, enfatizando lo singular y lo propio de cada sujeto, necesita tener su impronta en una psicopatología que debe presentar generalidades con laxitud suficiente como para adecuarse genéricamente a las necesidades taxonómicas de una disciplina pero presentando, al mismo tiempo, todas las variantes que mencionamos que respete lo singular o lo propio en cuanto a lo específico de lo que las categorías genéricas puedan permitir como dirección.

 Es decir que parece un riesgo oponer indagación de lo individual a taxonomías y criterios; lo que puede sostenerse es que, como ya lo planteaba el propio Freud, las categorías necesitan laxitud y no eliminación, y esto pareciera ser particularmente sostenible en el campo psicopatológico.

Los esquemas referenciales y convergencias posibles en la psicopatología

 En realidad el título supone un interrogante difícil: ¿Es posible formular algunas convergencias entre distintos aportes de los esquemas referenciales posfreudianos para la explicación y abordaje de las problemáticas psicopatológicas?, pensando ya en los aspectos mas específicos, más especiales, o sea las distintas estructuras psicopatológicas que el psicoanálisis aborda en su práctica clínica. Debemos ser categóricos en cuanto a la imposibilidad de pretender una convergencia global o total que caería en una especie de a-priori ecléctico, señalando que cada escuela o cada grupo de aportes en el psicoanálisis posfreudiano tiene una identidad propia no intercambiable ni articulable con otros campos. En ese sentido, excluyendo ambas situaciones polares por motivos operativos y no por presupuestos ideológicos, trataré de mostrar la posibilidad de convergencias parciales en algunos de los territorios de  nuestras problemáticas clínico-nosográficas actuales. Elegiré para lo mismo, para ejemplificar, tres campos problemáticos: a) el del narcisismo patológico; b) lo que se llama “problemática psicosomática” o compromiso del cuerpo en los conflictos emocionales; c) un aspecto muy general de la problemática de las “impulsiones”.

 En el primer caso, el del narcisismo patológico, mencionaré dos posturas que, en general, funcionan como fuertemente polémicas y con cierto nivel de incompatibilidad en sus discusiones. Me refiero al aporte de Kohut (de la psicología del self), y a algunos de los desarrollos de Otto Kernberg y sus discípulos. Muy esquemáticamente, podría plantearse que mientras en el primero está absolutamente enfatizada la necesidad de considerar el narcisismo como productivo estructuralmente y plantear que su déficit genera compensaciones en el campo clínico y necesita un cierto abordaje comprensivo técnico,  la postura de Kernberg es poner el énfasis en una distinción radical entre lo que llama “narcisismo patológico” y “narcisismo saludable”, como dos campos sustancialmente diferentes, posición contrastante en una forma global con la de Kohut.

 Podríamos decir que al cuestionar la universalidad explicativa de ambas posturas, surge la posibilidad de que alguno de sus desarrollos resulten complementarios para corregir insuficiencias de la otra; subrayándose siempre el alcance parcial de dicha posibilidad, pues existen sectores de ambas que no resultan confrontables por partir de conceptualizaciones diferentes de términos similares (“objeto”, “internalización”, “relación objetal”, etc.).

 Podemos así plantear que en un plano clínico nosográfico podría darse la posibilidad de que existan pacientes para los que un abordaje resultaría más operativo que el otro. Por ejemplo, podrían haber personas en las que predomina la agresión y los choques interpersonales que enfatiza Kernberg, mientras que en otras pueden ser más relevantes la vulnerabilidad y las heridas de la autoestima, tal como privilegia Kohut en sus modelos.

 Pero podría sostenerse, también, que en cada paciente pueden haber “momentos” en que es necesario trabajar la transferencia negativa y la agresión, mientras que en otros se trata de resaltar el sufrimiento causado por sus vínculos con los objetos familiares o su reedición transferencial.

Surgiría así que tanto las posturas de la psicología del “self” al universalizar una comprensión de la agresión que no siempre es operativa en el campo clínico, como también las de Kernberg en sus aspectos absolutizantes, pueden resultar más laxas si se las completa con una modalidad sostenida por la posición diferente.

Es decir, queremos señalar que de ningún modo se pretende que estas posturas sean complementarias en su totalidad. Lo que sí sostenemos es que ninguna da cuenta total de la complejidad del campo clínico del narcisismo y que cada una puede ofrecer aportes que necesitan complementarse entre sí y con otros desarrollos del psicoanálisis contemporáneo desde la perspectiva no de un eclecticismo radical sino de los operadores del campo clínico y de los estudios psicopatológicos, los que necesitan a veces de ciertas convergencias.

 En cuanto a la segunda cuestión de lo que se llama conflictos o “problemáticas psicosomáticas”, podríamos también muy esquemáticamente sostener que entre posiciones diferentes como las que proponen el modelo del “pensamiento operatorio” (de la escuela de Pierre Marty), o el grupo que enfatiza las problemáticas en el campo afectivo o de la “alexitimia” (Joyce Mc. Dougall), o los colegas argentinos (a partir del trabajo con David Liberman y muchos de sus continuadores) que han estudiado la “sobre adaptación”, existen convergencias posibles.A nivel psicopatológico puede formularse como el déficit de la “actividad fantasmática”, el déficit de los “espacios imaginarios”, el déficit en la “codificación afectiva” frente a la hipertrofia de las necesidades fácticas y su dificultad para todo lo que puedan representar modelos de mediatización en la comprensión psicoanalítica, a pesar de los lenguajes distintos, presentan cierta analogía conceptual.

 Finalmente, en lo que podría llamarse “el campo general del análisis psicoanalítico de las impulsiones”, también observamos algunas posibilidades de convergencias generales y más parciales entre distintos esquemas psicoanalíticos. Primero: a nivel explicativo, una serie de autores psicoanalíticos como Rosenfeld y la escuela kleiniana, Winnicott; autores argentinos como Liberman y los Baranger, y en algunas cuestiones los modelos básicos de Freud, coinciden en que la organización psicopatológica de estas problemáticas es intermedia entre la neurosis y la psicosis. Segundo: todos aparecen utilizando en distintas proporciones la teoría freudiana del narcisismo. Tercero: en la mayoría aparecen enfatizados los déficits parentales en los espacios relacionales primitivos del sujeto.

Una segunda cuestión es la que se refiere a las configuraciones familiares en la problemática de la psicopatía, en la cual Liberman señalaba las dificultades parentales para captar los mensajes del niño, obligándolo al aceleramiento de la acción, que podemos conectar con el modelo explicativo de Piera Aulagnier cuando menciona la imposibilidad del sujeto en postergar el placer.

 Una tercera cuestión es que tanto en el modelo explicativo de Rosenfeld como en el de Winnicott y Mc. Dougall, la dialéctica ausencia-presencia en relación a los objetos maternos primarios, juega un papel relevante en algunas de estas problemáticas.

Podemos entonces observar un interesante movimiento en cuanto al énfasis que las exploraciones psicoanalíticas han ubicado en las consideraciones familiares. Mientras en épocas pasadas se mencionaban atributos fijos como “débil”o “fuerte”, con resultados cada vez más inespecíficos, el acento en la propuesta de autores actuales como Liberman y Susana Dupetit en la problemática de las adicciones, está más ubicado en los códigos relacionales en el ámbito familiar y las estructuraciones inconscientes.

Un aporte para la psicopatología psicoanalítica: el modelo modular

 Tras haber sostenido algunas convergencias posibles en la comprensión y abordaje psicoanalítico de distintas estructuras psicopatológicas, intentando conectar aportes de esquemas referenciales distintos, se sostiene que son compatibles y complementarios entre sí para armar modelos más adecuados en la comprensión y el abordaje de la psicopatología psicoanalítica actual. Intentaré ahora proponer lo que encuentro como uno de los aportes más interesantes para nuevas aperturas y desarrollos en el campo psicopatológico del psicoanálisis. Me refiero al modelo modular-transformacional introducido por Hugo Bleichmar que, coincidiendo en el diagnóstico de los distintos reduccionismos que la psicopatología puede implicar (ya mencionados en la introducción de esta comunicación), particularmente la identidad entre estructura y sujetos, la poca correspondencia entre los modelos conceptuales y las descripciones clínicas minuciosas, propone una línea de trabajo que consiste en introducir en la comprensión del funcionamiento psíquico el concepto de modularidad, el cual supone que no existe un sistema motivacional único en los aportes psicoanalíticos a la explicación y comprensión de los sufrimientos psíquicos sino que distintos desarrollos, teniendo como base la obra freudiana e importantes aportes ulteriores, marcarían la existencia de ciertos núcleos motivacionales de los cuales lo que importaría no es establecer un predominio o supremacía desde uno de ellos, sino captar cómo se articulan en el desarrollo psíquico y conflictos y sufrimientos de cada sujeto en particular. Lo que nos importa no es tanto destacar cuáles son esos núcleos motivacionales (que en Bleichmar aluden a temáticas como la de la sensualidad-sexualidad, la del narcisismo, la de la hetero y autoconservación o la del apego), sino señalar que para un desarrollo psicopatológico que pretenda, por un lado, permitir aportes de distintos grupos posfreudianos y, por otro, articular los modelos con la complejidad de la clínica actual, este sistema polimotivacional llamado modular presenta un interés sumamente notorio.

 Los argumentos para fundamentar esta evaluación solamente serán citados, breve y sinópticamente, por las necesidades de síntesis y de limitación espacial, y lo que pretendo es que constituyan un aporte a la reflexión, discusión y procesamiento grupal.
Mencionaré por lo tanto:

 1.  Una cita de Bleichmar, quien señala que en el estudio del psiquismo lo que se conoce como modularidad “Es una concepción que establece que el funcionamiento del mismo no depende de unos principios uniformes que trascenderían a todas las partes, sino de la articulación compleja de sistemas de componentes cada uno con su propia estructura, contenido y leyes de funcionamiento. En cuanto a las motivaciones, tendrán que ser reconceptualizadas en término de diferentes sistemas motivacionales interrelacionados entre sí”.

 2.  Se trata más que describir principios organizadores definidos como punto de partida, postular la sincronización de subsistemas que al no derivar unos de otros, y teniendo origen propio, se van encontrando en el proceso de articulación.

 3.  El sistema modular y la multiplicidad de núcleos motivacionales, que tienen una cierta identidad propia se conectan y articulan a lo largo del desarrollo psíquico del sujeto, se pueden relacionar con otra línea que propone este sistema conceptual, a saber, la de la ampliación y complejización del inconsciente, tema en mi criterio central en las discusiones sobre actualización y avances en las concepciones psicopatológicas del psicoanálisis.

 Volviendo a citar a Bleichmar, éste señala que “El pensamiento reduccionista en psicoanálisis se acompaña frecuentemente del uso de definiciones estipulativas, del tipo de ‘el inconsciente es [...]’ llenándose el espacio vacío con la propiedad que cada autor encuentra como suficiente, en lugar de intentarse describir un existente mediante formulaciones del tipo ‘La forma en que funcionan los procesos inconscientes en los que centro mi interés, se caracterizaría por [...]’ lo que abriría la posibilidad de describir varias modalidades de funcionamiento con las respectivas articulaciones que entre ellas se producen”.

 Esta última perspectiva, o sea la reconceptualización de la noción de inconsciente, proponiendo que se trata de un sistema complejo, heterogéneo y con diferentes funcionamientos según experiencias históricas distintas también, entiendo que es uno de los caminos más interesantes en el presente y futuro de la reformulación de las categorías psicopatológicas en psicoanálisis; cito de nuevo a Bleichmar quien señala en un párrafo que me resulta fuertemente convincente: “Si debe reducir al inconsciente a una de sus modalidades, debe hacer lo mismo con el psiquismo, mientras que si se considera a éste como una estructura modular en que se articulan múltiples dimensiones y sistemas motivacionales, ello permitirá pensar una psicopatología que no esté basada en la sintomatología de la psiquiatría descriptiva, sino en término de las variadas configuraciones que resultan de la combinación de estas dimensiones”. Entiendo que este modo de plantear el problema de la complejización del inconsciente se articula y se conecta con las propuestas anteriores, en el sentido de evitar la superposición entre  identidades del sujeto con estructuras psicopatológicas, de evitar tanto el aislamiento de los distintos aportes posfreudianos como una pretensión de sumatoria acrítica. En ese sentido articular distintos aportes, como intenté ejemplificarlo en varios campos problemáticos dentro del marco de un modelo motivacional, tal como lo propone el sistema modular por un lado y, por otro, el articular dichos módulos, dichos funcionamientos con una noción del inconsciente complejizado con distintos tipos de funcionamientos, creo que van a permitir una articulación con las complejidades de la clínica actual, tanto en las problemáticas así llamadas graves no neuróticas, como en aquellas que reciben denominativos como problemáticas del narcisismo patológico o de las impulsiones o de las neurosis mismas en sus distintas configuraciones. Es decir que un modelo abierto –que signifique articulación claramente discriminada y no sumatoria acrítica–, una complejización de la noción del inconsciente, una permanente articulación entre la comprensión psicopatológica y las variantes en el campo clínico, entiendo que nos van a permitir dimensionar los niveles psicopatológicos y las combinatorias singulares con una consecuencia inevitable, que es encontrar nuevos recursos en el abordaje clínico del ámbito terapéutico del psicoanálisis.

DISCUSIÓN

Antonio Barrutia: Gracias, Bruno. Bueno, ahora van a pasar a dialogar, a discutir, a confrontar los panelistas entre ellos y yo prefiero que pida la palabra el que prefiera hablar primero. Si Silvia quiere, la dejamos a ella porque habló primero. Le han hecho una pregunta muy interesante.

Silvia Bleichmar: La pregunta dice si yo podría desarrollar más el tema de la ansiedad de violación en el varón, su diferencia con la ansiedad de castración y su relación con la constitución de la masculinidad. La otra cuestión es: “Si bien queda claro por qué no considera a la homosexualidad dentro de la perversión, quisiera saber si al decir que es una variante de la elección de objeto, de todos modos la considera patológica”.

 Antes de eso les quiero dar dos referencias en relación a lo que dijo recién Antonio de dos textos que yo misma he citado en ocasiones sobre la cuestión de la masculinidad, uno es el de Francis Mondimore que se llama "Una historia natural de la homosexualidad" editado por Paidós y otro es el de David Gilmore que se llama "Hacerse hombre", también de Paidós, que es un texto extraordinario sobre el problema de la constitución de la masculinidad, en la medida que lo que plantea Gilmore es que, mientras que la mujer está como definida de inicio, la masculinidad es algo que se constituye y a lo cual se accede. Y ha trabajado muchísimas experiencias antropológicas de cómo se constituye la masculinidad.

 Otro elemento que me parece fundamental en lo que estamos hablando –angustia de castración o de violación–, es el hecho de que las lesiones que sufre la mujer cambian su cualidad como mujer pero las lesiones que sufre el varón lo destituyen de su lugar de varón. Vale decir, una mujer violada puede ser considerada una mujer violada, un hombre violado pasa a perder a veces su cualidad de masculinidad. Creo que este es un problema muy importante de la constitución de la masculinidad y hemos trabajado poco. Esto se relaciona con la pregunta sobre la ansiedad de violación. ¿A qué me refiero con esto? Yo he trabajado bastante la idea de que la masculinidad se constituye como una paradoja sobre la fantasía de la apropiación del pene paterno por parte del varón. De manera que lo que vemos nosotros en ciertos fantasmas homosexuales, son en muchos casos modos de la fantasmática constitutiva de la sexualidad masculina que aparece bajo ciertas formas patológicas. De manera que pienso que la masculinidad también se constituye por un rodeo y una paradoja. Vale decir que no se constituye directamente, sino que se constituye por un rodeo. Esta es toda una cuestión para trabajar sobre la masculinidad.
 Pero lo que me parece importante es la cuestión de si es homologable angustia de castración y angustia de violación. Y creo que no son homologables. Creo que la angustia de castración es la forma con la cual se teoriza la diferencia anatómica, y creo que la angustia violatoria o de intromisión podría ser considerada como un fantasma originario en la medida en que responde a una fantasmática de lo originario y lo estructurante respecto a los agujeros del cuerpo en el niño a partir de la dominancia de saber y de poder, o de la asimetría de saber y poder del adulto sobre el cuerpo infantil y el cuerpo del niño como objeto sexual.

 Yo vengo trabajando una redefinición de la idea del Edipo en términos de forma con la cual la cultura acota la apropiación del cuerpo del niño como un lugar de goce del adulto. Y esto me saca del problema de si es la mamá, el papá o quien sea, lo que me interesa es la interceptación del goce y, por supuesto, en esto tomo la idea de Lacan de carácter terciario de la prohibición y al mismo tiempo trato de desabrocharla de la idea del Nombre del Padre que corresponde a las formas históricas de la sociedad patriarcal francesa del 50’. De manera que creo que hay mucho para trabajar y es muy entusiasmante todo lo que hay.

 Respecto a la homosexualidad, no, yo no considero que la homosexualidad sea una patología en absoluto, creo que es una forma de organización y regulación de la vida genital. Creo que hay que diferenciar entre los fantasmas compulsivos y los modos con los que se articulan las estructuras de la identidad a partir de las formas deseantes. Creo que los fantasmas deseantes se constituyen antes de que se estructure la identidad. El niño varón desea el pene del padre antes de saber que eso atenta contra su carácter de varón. Y esto creo que marca precisamente el carácter de lo des-subjetivizado sobre lo que vengo hablando. El hecho de que estos fantasmas no implican que hay un deseo homosexual.

 Creo que hay que rediscutir la fórmula de Freud respecto a la homosexualidad inconciente. Freud tuvo un gran acierto al universalizar la homosexualidad y tuvo un gran desacierto al reintroducir al sujeto en el inconciente. Porque no hay alguien homosexual en el inconciente, hay deseos por penes o por pechos o por objetos que para el yo son homosexuales pero para el inconciente no son ni homo ni hétero sino sólo objetos de deseo. Y en esa medida no creo que la homosexualidad pueda ser inconciente, creo que puede haber homosexualidad preconciente, formas desestimatorias del deseo sexual (y esto uno lo ha visto) pero no considero que todo el mundo tenga en el fondo un homosexual. Creo que lo homosexual o la heterosexualidad es una categoría de la identidad y como tal es una categoría del yo, no es del inconciente, como todo lo que tiene que ver con la identidad.

 Me importa mucho que Bruno trajo acá el problema del DSM IV porque creo que, si bien comparto con Rafael la preocupación con relación a sostener la heterogeneidad de la vida psíquica y la cuestión (Rafael usa una expresión que me gusta mucho) del carácter ‘hegemónico’ que toman las corrientes de la vida psíquica e inclusive la forma con la cual refractan la heterogeneidad que creo que es fundamental –es la vieja discusión si el hombre de los lobos era un neurótico o no era un neurótico, si la forclusión de la castración aparecía en el corte del dedo que aparecía en el pie, “Ah, entonces no era un neurótico”–, todo esto que hemos discutido, digo, si bien comparto la idea de la no homogeneidad estructural, soy sin embargo partidaria de seguir sosteniendo cierta tensión estructural en relación a la tópica, no a la psicopatología, y a los modos de dominancia. Precisamente frente a la transformación de la Psicopatología en un muestrario de trastornos con el cual el DSM IV desarticula toda posibilidad predictiva.

Creo que el problema es el abandono del determinismo a ultranza pero la conservación de cierta posibilidad de un abanico predictivo a partir del estudio de los funcionamientos estructurales. En ese sentido creo que estamos de acuerdo. ¿Cómo? Dándole un estatuto especial a la neurosis infantil, por supuesto, y a los modos de regulación con los cuales el psiquismo se va estabilizando en sus distintos movimientos, pero sobre todo como posibilidad de aplicación del método. Me refiero básicamente a las dominancias neuróticas o psicóticas o al problema de la perversión en tanto instauración de la transferencia.
 Yo creo que el tema central de la problemática de la perversión es indudablemente el problema de la estructuración de la transferencia en análisis. En la medida que el otro no se constituye en un lugar desde el cual su palabra pueda importar o salga, digamos, de la doxa, de la opinión. Y una sola cosa más respecto a lo de Bruno [Benzión Winograd], me parece que es importante; él trae un pequeño ordenamiento respecto al narcisismo patológico, las psicosomáticas y las impulsiones. Creo que, precisamente, uno de los problemas más serios que hay con las impulsiones es que de no tener claro el carácter des-subjetivizado de la pulsión, el carácter des-subjetivo del inconciente, se corre el riesgo de que uno tome la compulsión como deseo del sujeto, a partir de lo cual no le queda más remedio que ponerse en el lugar del que reprime o pauta. Mientras que, en muchos casos, lo que trae el sujeto es que tiene una compulsión frente a la cual está inerme. Y en la medida en que está inerme uno puede perfectamente plantear la necesidad de una abstinencia y un refuerzo para la abstinencia, dado que el sujeto está arrasado y no es dueño de su propio deseo. Creo que el concepto de ‘para-subjetividad’ tiene que ver con esto, con no pensar que desea una cosa en la conciencia y otra en el inconciente, sino que aquello que lo arrasa no le permite ser dueño de su propio deseo.

Rafael Paz: Ayer conversábamos con Janine en el grupo que me tocó en suerte que, por supuesto, en la situación analítica hacemos una puesta entre paréntesis de lo sabido, pero el campo analítico se redefine por el modo en que lo sabido que desalojamos retorna. Si expulsamos, agresivamente, todos nuestros saberes se produce un vaciamiento, una especie de holocausto personal en donde estaríamos en una especie de natividad absoluta, no sabemos nada y entonces ¿para qué estamos ahí?  La cuestión es entonces una dialéctica muy sutil, que yo la re-defino en este trabajo, en los modos de retorno de nuestros saberes que pueden hacerse bajo la forma resistencial o bajo la forma de una dimensión lúdica de juego, que esté allí acompañándonos. Otra pequeña observación, les quiero leer un párrafo de mi cosecha: «yo creo que, desde un punto de vista teórico, –algo lo empezamos a trabajar en el seminario de Teoría de las Neurosis–, es importantísimo quitar radicalmente la connotación implícita de imperfección o patología a lo de perversión polimorfa y rescatar de Freud, en plenitud, el carácter de polimorfismo como heterogeneidad polipotencial.
 Si al polimorfismo lo definimos como heterogeneidad, ahí nos encontramos con una intuición de Freud en donde está carnalmente señalando una polipotencialidad, una de cuyas formas de organización es la centro-fálica. Si cruzamos el eje de la polipotencialidad, es decir polimorfismo con polipotencialidad, con el eje del splitting fragmentante como fragmentación patológica, entonces sí nos encontramos con que la polipotencialidad se puede transformar en una cantidad de islotes defensivos en donde el sujeto alternativamente se arrincona para poder ser. Si, al contrario, no se produce la situación de fragmentación disruptiva y dañina, la polipoten-cialidad conserva una posibilidad a cuyo rescate van denominados, verdadero self.... (o el nombre que fuere) distintas corrientes que han intuido con profundidad esta cuestión. Termino con esto, que quería decirlo como una especie de compulsión infantil a decir algo que es como la poesía infantil de “en el cielo las estrellas” pero hay una cosa que yo quiero decir porque creo que es verdad, digamos, y es lo siguiente (en eso que suele llamarse cambio de paradigma o lo que fuere): me leo para ser breve “Las organizaciones obsesivas ocupaban –y lo siguen haciendo en muchos casos– un lugar privilegiado como punto de llegada de estabilizaciones patológicas”, eso todavía sigue siendo así: desagregaciones de distinto tipo, desórdenes, angustia fóbica, estructuración obsesiva. Digo para ir a la microscopía psicoanalítica de los cambios epocales. “Pero puede observarse que tal coherentización caracterial o caracteropática para circunscribir la producción sintomática disfuncional y egodistónica, puede sustituirse, actualmente, por estabilizaciones que yo llamaría paradojales. Volátiles. Eventualmente reforzadas con alguna adicción que clausure las contradicciones internas y ofrezca un rostro ostensible a la coerción jurídico-policial o –en el mejor de los casos– a tratamientos.” Es decir que lo enchufen al DSM IV.

 Es decir, la paradoja es una coherentización en una situación adictiva y volátil pero que es absolutamente congruente con el capitalismo monopolista de estado. Es decir con consumidores activos y con ejecutivos que no estén toda la vida ni anhelen estar en la misma compañía sino que ofrezcan una identidad maleable. Esto es muy importante porque entonces, la forma histórica de la individualidad requerida idealmente no es el circunspecto señor... ¿no es cierto? “El enfermar actual –termino– se halla así fuertemente determinado desde un eje adictivo apropiatorio de la economía del goce, cruzándose con una neutralización obsesiva menos funcional, en virtud de su relativo anacronismo para contener-disciplinar-equilibrar”. Y yo creo que, en ese contexto, en ese cruce, nuevo históricamente hablando, es donde hay que pensar la aparición (para no clasificarlas) esquemáticamente: “De las neurosis de angustia y fobias de bajo nivel, con sus crisis de corporalidad y mentalización desamparadas, presurosamente codificadas y recortadas como ‘ataques de pánico’ –y termino–: huérfanas de anclajes simbólicos, en la actualidad, a calles vienesas, animalidad circunscripta a caballos díscolos, padres atentos y doctores Freud a la mano.” Como le aconteció, tuvo la fortuna, a nuestro amigo Juanito.

Marcelo Viñar: Mucha gratitud al panel inteligente. Es difícil estar a la altura. Este tema de la caída de los relatos congruentes y sistemáticos, de pérdidas de categorías nítidas, esta sustracción a la certidumbre y un aumento de la complejidad, lo que Rafael ha llamado el acceso a lo concreto desde Marx, me parece un asunto a celebrar. Antes teníamos categorías simples que eran un poco bobas. Ahora, esa movida de piso y su relieve de logro también lleva a ciertos movimientos cínicos de descreencia, algo así como de ‘todo da igual’. Es bobo decirle a una hija que tiene que casarse para acceder al sexo pero ¿Tenemos acaso criterios claros de cuándo es oportuna la desfloración? ¿El modo cualitativo de la ruptura de la virginidad? Estamos atravesados por una época, me parece, donde el dudar y el admitir la diversidad es la cosa de elogio, lo del antisectario. Eso puede llevar a un aflojamiento o una especie de vale todo, y me pregunto ¿cómo reposicionarnos? Yo, a veces, con los pacientes, cuando no sé muy bien qué hacer, juego a una especie de ping pong oposicional para ver si entre los dos batimos la leche y buscamos ahí inventar categorías que los tiempos actuales tienden a diluir. Sabemos que el criterio, ese eje que marcó nuestro quehacer entre normal y patológico, es un eje muy simplista y simplificado, pero anular las categorías de bien y mal en forma total, tampoco nos lleva a un lugar de mayor gloria. Quería sobre esto relanzar a la mesa que nos diga lo que pueda.

Benzión Winograd: Me voy a tomar un recreo interno para desdoblarme en mi calidad de Comisión Organizadora porque antes que pase el tiempo quisiera agradecerle a Antonio -espero no ser acusado de amiguista, como a veces corre por acá, porque ya vieron cómo me marcó el tiempo y tuve que correr-  porque realmente ha realizado lo que la Comisión ha pedido a los coordinadores, que no sean sólo dadores de palabra sino que van a hacer una síntesis con el enorme esfuerzo que eso ha significado y que espero que en los grupos funcione como disparador para discutir. Ahora en relación a esta pregunta... creo que tiene que ver con lo de Marcelo, “Si el relativizar tanto las creencias y las diferencias nos puede llevar a un nihilismo cínico” y demás, yo ahí sí apelaría a lo que he criticado tanto, que es tomar el texto de Sigmundito y tratar de protegerme un poco con lo que dice. En el sentido de que en “El múltiple interés del Psicoanálisis” Freud planteaba una cosa vigente, en el sentido de que los psicoanalistas somos trabajadores de un campo –Galli diría de la Salud mental– y no tenemos porqué definir ‘Weltanschaung’ en todos los niveles. Que no significa no compromiso con lo social. En ese sentido me parece que no sé si nuestra tarea es definir qué va a suceder si empiezan a moverse las categorías de lo absoluto. Me parece, más bien, lo que sí podemos en nuestro propio campo es no confundir esa absolutización con nihilismo.

 En mi criterio, cuando Silvia plantea... –y realmente, tanto por la exposición de ella como por la de Rafael, la verdad es que he asistido a un panel sumamente placentero, como oyente–, cuando ella plantea una posición clara frente al tema de la homosexualidad, una posición conceptual, una posición donde ella no define la conducta homosexual como perversa sino una estructura interna donde lo perverso tiene que ver con lo vincular, podemos estar o no de acuerdo, pero está claramente discriminado el plano conceptual del empírico. Muy diferente a cuando en Barcelona, en el Congreso, uno de los expositores (yo no estuve en la reunión) se presentó como gay y André Green le criticaba el material clínico, donde no se sabía, en nombre de la sutileza de Green, si lo que se criticaba era el approach clínico o criticaba la situación de fondo. Ahí ya las cosas se ponen más complicadas. Pero me parece que lo que Silvia hace no es relativizar las categorías, lo que hace es redefinirlas. Podemos estar de acuerdo con esa redefinición o no, a mí me parece muy interesante para pensarlo.

Silvia Bleichmar: Yo quería decir algo. A mí me parece muy importante lo que trae Marcelo. Creo que toda nuestra preocupación hoy es ¿Cómo conservamos un corpus teórico que nos permita seguir operando y al mismo tiempo nos vamos desprendiendo de lo que opera como un lastre? ¿o de lo que deviene dogma? Y creo que es indudable que ahí está la diferencia entre rigor y dogmatismo que son absolutamente opuestos. Yo hace años tomé como aforismo el de Bacon que guía un poco mi trabajo, que es: “Es más fácil que la verdad salga del error que de la confusión”.

Quiero decir, uno tiene que sostener ciertas verdades dispuesto a destituirlas. Para mí hay conceptos de la Metapsicología freudiana que son, hasta ahora, inconmovibles; no por creencia, sino por racionalidad crítica. Y conceptos que hay que volver a trabajar, pero que, indudablemente, no pueden ser reemplazados porque no hay con qué, ni razones para hacerlo. De manera que, me parece, que la preocupación es no entrar en una suerte de posmodernidad donde se cuestione todo. Me parece que ninguno de nosotros está en esa posición. Más, hace años, me acuerdo que hablamos con Rafael de que uno de los problemas que iba a haber con Lacan era que los no lacanianos íbamos a tener que salvarlo de la debacle, porque el dogmatismo siempre termina con las estatuas arrastradas por la calle e, indudablemente, el mundo psicoanalítico está cansado de afirmaciones como la que escuchamos hace un rato respecto a las adicciones como ‘a-dicciones’.  Realmente creo que son cosas de una banalidad insostenible a esta altura de la historia. O, por ejemplo, cuando yo escuché a un importante exponente del lacanismo decir que ‘Las dislexias son un aspecto de la falla en el nombre del padre”. Pero, ¿de qué estamos hablando? Son todas pavadas, porque, en última instancia, todo tiene que ver con todo en el cosmos. Pero por eso estamos haciendo esto y no somos hare-krishnas. Entonces, me parece que estamos buscando racionalidad a nuestro pensamiento. Y en eso estoy totalmente de acuerdo con cómo cada uno de nosotros va dándole giro sobre lo que va pensando.

Antonio Barrutia: Gracias Dra. Bleichmar. Quedan veinticinco minutos. Me parece interesante, quizás, si hay alguien del público que quisiera discutirle algo, o quizás alguno de los panelistas. Yo quisiera, de todas maneras, confirmar que –me parece–, la intervención y la pregunta del Dr. Viñar, tan pertinente, lo que hizo fue fortalecer la convicción de casi todos nosotros, que hemos afirmado hoy que el relativismo productivo no significa no tomar partido, o un agnosticismo estéril; al contrario. Justamente, la característica de las personas que están aquí es productiva, la característica de las personas aquí es que, en general, solemos tomar partido. Así nos va a veces, pero solemos tomar partido. Bueno, veamos quién quiere hablar del público.

Martín Barrutia: Les quería hacer una pregunta en relación a lo que la Dra. Bleichmar dijo del pensamiento sin pensador, porque ese es uno de los centros que toma Bion para desarrollar su teoría del pensamiento. Y ¿cómo lo correlaciona en lo que ella piensa? Que viene de Kant, creo.

Silvia Bleichmar: Sí que viene de Kant en la diferencia, precisamente, entre vivencia y experiencia, respecto a que la experiencia se produce cuando hay un sujeto instalado y la vivencia no. Y que a mí me importa mucho para trabajar teoría del traumatismo y todo lo que tiene que ver con lo real. Pero lo de Bion es fundamental. Yo hace poco tiempo he vuelto a tomar esta pregunta que insiste en psicoanálisis, que es la pregunta de Bion que cuando la leí no la entendí, hace muchos años, cuando él preguntaba ¿cómo se piensan los pensamientos?, ¿qué quiere decir un aparato de pensar? Que tiene que ver con esto precisamente. El hecho de que el pensamiento antes era del sujeto que piensa, y tiene cierta independencia del sujeto pensante. Estoy totalmente de acuerdo. Tal vez el punto es que yo parto de que la representación es de origen exógeno metabólico. Tal, por ejemplo, parto de la idea de que el concepto que utiliza Bion de ‘indigestión psíquica’ es un concepto extraordinario, siempre y cuando uno piense que la función del otro no es sólo ejercer la rêverie, o no, sino además inscribir... en fin, todo lo que sabemos. Pero lo de Bion me parece una de las ideas más importantes que se produjo para sostener esta tensión con la ‘des-subjetivización del inconciente’. Es más, creo que tiene una diferencia importantísima con la propuesta kleiniana respecto a la "phantasy" en tanto intencionalidad hacia el objeto. Creo que la propuesta de Bion es muy interesante también desde esa perspectiva. Y una des-intencionalización en la relación con el objeto en la medida en que no hay sujeto deseante en ese momento.

Mirta Zelcer: Yo, si el panel no se ofende, le quiero preguntar a Marcelo. Porque me interesó mucho lo que dijiste de cómo trabajás, Marcelo, cómo hacés ese juego oposicionista con tu paciente para crear categorías en el consultorio. Digamos, cómo el consultorio puede devenir una situación para crear condiciones para el trabajo psicoanalítico. Porque sino, como se decía, por la impulsión y por todo lo que está sucediendo en la subjetividad que se produce, queda profanada y no tenemos condiciones de trabajo. Digamos, antes estábamos cómodos porque nuestras condiciones eran continuidad de lo que estaba creado desde la escuela, desde la familia, desde el estado, desde el trabajo. En este momento no, y me gustaría muchísimo que nos cuentes cómo hacés.

Miguel Spivacow: Quería hacerles una pregunta un poco a los tres. No la tengo muy clara, pero la voy a formular así: Ustedes están todos tratando de pensar la psicopatología psicoanalítica y todos han señalado la importancia de considerar los cambios en lo social, los cambios en algo así como en la exterioridad al aparato psíquico para repensar la psicopatología psicoanalítica. Hay una frase de Winnicot que dice: “El bebé sólo, eso no existe”, me parece que uno podría seguir diciendo: “Un sujeto sólo, eso no existe”. Ahora en el asunto de pensar la psicopatología se puede ser más o menos radical, en cuanto a pensar la inclusión de lo ambiental y de lo exterior en la construcción del modelo, no sé si soy claro. Por ejemplo, en cierto momento Bruno habló de un psiquismo abierto. Yo volví a leer, después me encontré con que era un ‘modelo abierto’. Yo no sé bien qué es lo que piensa Bruno, no sé qué es lo que piensan ustedes, pero mi pregunta sería: si ustedes preveen que en esta construcción de una nueva psicopatología que retome lo valioso de la anterior pero vayan generando nuevos modos de pensar las cosas, el exterior, lo social al psiquismo va a tener que ser incluido de maneras diferentes a como lo incluía Freud, por ejemplo, en su último modelo del Yo y el Ello, con un huevo más o menos cerrado, aunque en conexión al exterior.

Carlos Nemirowsky: Quería contarles algo breve que me pasó la semana pasada. Entrevisto una pareja de cuarenta, muy “progre”, podríamos decir, para esta época, gente que consulta por un chico de catorce, tímido, que tiene, digámoslo así, dificultades escolares, que no le gusta el fútbol, entonces la mamá dice: “Doctor, ¿no será que patea para el otro lado? ¿no será homosexual este chico?” Y el padre dice: “Bueno, pero después de todo la homosexualidad hay que considerarla de una manera distinta (no son psicólogos ni están en el medio), después de todo, si fuera homosexual ¿cuál sería el problema? Así que, Doctor, ¿a usted qué le parece? ¿Cuál es el problema? ¿Es un problema o no es un problema?” Bueno, les pido que me ayuden a sacarme de la perplejidad...

Antonio Barrutia: Habíamos hablado de tomar partido, pero bueno... Al Dr. Viñar fue a quien primero le preguntaron. Contesta Viñar, luego Rafael Paz.

Marcelo Viñar: Yo también soy tímido. (Risas). ¡Qué interesante! ¿Cómo se construye eso en pregunta a trabajar? Es muy sugerente el caso. Me siento usurpador de la palabra pero para decir qué quiero decir con ‘construir juegos oposicionales’ pensaba en el caso que vimos ayer, que es un contraste con este. Aquél tiene una sexualidad, una genitalidad carnavalesca, profusa, exuberante. Esa cosa de lujuria tiene un valor muy exaltante para quien ha trabajado tanto para conquistar una “gurisa” a los veinticinco años (risas). Y el modo de construir cosas oposicionales es cuando él se pone malo y dice: “Usted sáqueme el cuadro de esa mujer” pero a la vez dice: “Se me armó lío porque tenía tres chicas y además me masturbaba mucho”, ahí me parece una puerta de entrada de un espacio conversacional donde las posiciones antinómicas de lo que puede creer, las creencias sobre la sexualidad por las que está atravesado el analista y el analizando puede entrar en un batir la leche –ya termino–; es decir, ir conversando juntos cuáles son los aspectos sintónicos y distónicos de esa relación al placer que por último, sabiendo que uno nunca llega, pero está más lejos o más cerca de una fórmula de convivir con su propia sexualidad.

Rafael Paz: En la medida en que dentro de las posibilidades, por el número, estamos haciendo una reelaboración de detalle desde este contexto, voy a responderle a Miguel Spivacow. En realidad, el problema que él plantea está trabajado desde hace décadas por el psicoanálisis, hay que decidirse a asumir lo que ya está planteado y lo que ya está sistematizado. No es que ahora, por una especie de insight curioso de los aquí presentes nos demos cuenta de que existe lo social en la entraña de la subjetividad. Nos dimos cuenta hace ya un tiempo, y lo venimos diciendo y planteando pero en el campo de pertinencia analítica, no como un factor de exterioridad. Yo creo que la pregunta tuya es sofística en su formulación en la medida en que supone, en la medida en que asentás una premisa donde ya, apriorísticamente, lo social aparece como exterioridad. Hace veinticinco años que basándome en los trabajos de Marx vengo señalando a la esencia humana como estrictamente relacional, y en el campo específico del psicoanálisis, apoyándome en la Escuela de Frankfurt; en los psicoanalistas de la Escuela de Frankfurt y muchísimos otros desarrollos que existen en Bleger entre nosotros y otros. Leo mi trabajo simplemente: (pág. 6 un fragmento) “...luego de las neurosis de transferencia, neurosis del carácter en la evolución de la nosografía psicoanalítica tradicional, vinieron las patologías narcisistas, las psicosis, el psicoanálisis de niños... y digo: no sólo lo que retorna de lo reprimido bajo la forma canónica del síntoma sino también lo disociado y fragmentado, y las consolidaciones paradójicas en equilibrios precarios, abrieron nuestra clínica a los modos de ser.”

 La clínica de los modos de ser que, creo, es la clínica actual, en su forma dominante, lo cual nos plantea por eso, inmediatamente y no después, el caso de Cachi Nemirowsky, la cuestión de los valores. Porque en análisis tradicionales, recuerdo un caso de Garma donde él decía, muy paladinamente..., (Revista de Psicoanálisis del año 50’ y pico). Bueno se analizó conmigo y un día nos cruzamos en la calle, ella iba con su confesor (era una persona muy católica) y luego vino diciendo: ¡Qué casualidad, nos hemos cruzado en la calle! Y Garma, con su espíritu amplio, dentro de lo posible le dijo: “Bueno, él es su confesor, yo soy su psicoanalista”. Una división de tareas, era una respuesta ingenua pero no podemos hacer leña de un anacronismo, porque no es un anacronismo, es una pertinencia de respuesta allá y entonces. Ahora ya requete-sabemos que no es así. La cuestión entonces es asumir los modos de ser que se nos plantean como cuestiones y no al modo existencial donde alguien se cuestiona acerca de sí, sino que en su modo de ser está implicado el que si consigue o no trabajo al día siguiente. O que lo echaron por su modo de ser o porque no ha sido el empleado del mes.

 Entonces el modo de ser tiene esa concreción práctica, digo, aportado “Por las nuevas formas históricas de la individualidad. Desde esta secuencia que reformula sin liquidar los esquemas de la educación psicoanalítica, el actuar puede definirse como una clínica que parte de las superficies convivenciales y las exposiciones de identidad. Asumiendo todas las implicaciones del concepto ampliado de escisión. Lo cual se hace evidente examinando la imbricación de las patologías con las matrices de formas de la individualidad”; el concepto de formas históricas de la individualidad está en Marx. Él definía de esa manera los modos de ser que surgen de las relaciones de producción y que son congruentes, con las exigencias, diríamos ahora muy sintéticamente, del mercado; es decir cómo hay que hacer para no morirse de hambre.

 Esas matrices están porque cuando los padres consultan por el chiquito, cuando los padres lo llevan, porque pegó dos raquetazos bien, a un profesor de tenis para que sea tenista es para salvarse toda la familia. Modelo Maradona. De ahí el grado de estupefacción, de ahí el grado de altísima practicidad, donde lo social, como no tenemos que descubrirlo traumáticamente cuando se nos viene sino porque está en la entraña, hay que pensarlo teóricamente, que es nuestra tarea porque otros no lo van a hacer. El modo que yo elegí, pueden haber otras estrategias, es la articulación, desde hace veinte años entre el concepto de matrices de forma histórica de individualidad con los conceptos analíticos. ¿Se puede hacer eso en bloque? ¡No! Como lo han marcado muchísimas veces Silvia Bleichmar y Bruno en contextos distintos, hay que hacerlo a través de la minuciosidad teórica. Por ejemplo: estudiar las formas del ideal del yo y las vicisitudes del ideal de yo y las congruencias narcisistas en las situaciones actuales. ¿Cuál es la congruencia narcisista de ese padre comparado con mi papá si mi mamá me llevaba y decía que a ese chico le gustan los chiquitos? Yo imagino que habría una discongruencia ideal yoica. ¿Esa incongruencia ideal yoica es meramente narcisista? ¿Está expresando una matriz distinta? Bueno, en esa entraña pero donde lo instrumental tiene que ser, esta es la paradoja, a medida que progresa la cohetería espacial, los físicos no se vuelven más superficiales y triviales, tienen que refinar sus instrumentos. El error es, a medida que las problemáticas analíticas surgen a la superficie de la cotidianeidad, tenemos que refinar los instrumentos, no hacerlos más toscos.

Héctor Ferrari: Quería retomar un poco la pregunta, la inquietud de Marcelo de hace un rato en el sentido de que por este camino nos quedemos, de alguna manera, o caigamos en una especie de nihilismo sin valores, o cuestionando todo de hecho y sin poder orientarnos. A veces esto sucede, de alguna manera, porque pensamos que en el psicoanálisis cuestionamos tanto que funcionamos sin valores, cosa que me parece que no es así. Lo que está en cuestión al psicoanálisis respecto a la sexualidad es una especie de moralina o la moral de las cuestiones. Nuestra teoría es una moral que está en cuestionamiento. Pero, por ejemplo, cuando Silvia habla de que para ella la perversión es un violentar al objeto autoeróticamente, me parece que hay expuesta una situación de valor importante que nos puede orientar respecto a cuestiones fundamentales. En el caso de Rafael, de la pareja ésta... –¡qué lástima que no se pudo tratar un poco más!–, está presente la idea de qué pasará con el chico, con el hijo de ellos. Me parece que ahí los analistas tenemos posturas importantes para... inclusive para defender ¿por qué no? Lo que hace a ciertos valores que, a menudo, bueno, es como si renegáramos que tenemos valores, pero nosotros tenemos fuertes posiciones y las podemos defender. De manera que la idea de que podamos ser arrastrados por un nihilismo que nos pueda dejar sin ningún tipo de valor es un temor que me parece podemos despejar fácilmente.

Silvia Bleichmar: Primero respecto a lo que planteaba Nemirowsky, yo jamás escucharía el discurso del padre como un discurso puramente ideológico. Tendría que entender qué determina, y jamás daría una respuesta de si es buena o mala la sexualidad, ni sé qué es para ese chico. De manera que jamás podría responder en qué términos, porque no estoy ahí para definir socialmente, como open mind, qué pienso de la homosexualidad, sino qué implica en este chico los modos deseantes de los padres.

 De modo que creo que Rafael tiene razón cuando dice: no es solamente una cuestión que tiene que ver con los ideales. Habría que ver todas las rivalidades edípicas, la sexualidad paterna, en fin hay muchas cosas que se juegan ahí. Lo que sí es interesante es el tipo de consulta y la confrontación a la que nos obliga eso. Respecto al planteo de lo social, creo que Rafael marca muy bien, no es una exterioridad, el modelo del huevo freudiano es, por supuesto un modelo totalmente endogenista donde lo exterior o lo histórico vuelve sólo a través de la filogénesis de los fantasmas originarios, con lo cuál para mí, no es el problema de la inclusión de la exterioridad, para mí el problema es la re-discusión de los modelos en los cuales el psiquismo está estatuido de una vez y para siempre en la historia filogenética de la especie.

 Con lo cual no es que intento ahora aggiornar la teoría psicoanalítica, sino que los cambios que se han producido en los modelos gozosos de los seres humanos, marcan las limitaciones de los modelos internos a la obra. Y en ese sentido uno puede tomar partido, como lo venimos haciendo hace años respecto de algunos modelos freudianos. Yo tomo un partido por algunos modelos contra otros. Quiero decir por el modelo del “Moisés y el monoteísmo” por ejemplo, contra el modelo del huevo del Yo y el Ello; contra, o por, el modelo del “Proyecto....” contra el modelo de “Los dos principios del suceder psíquico”.

 Quiero decir con esto que es muy correcto que plantees que el problema no es un retorno al culturalismo. Acá la cuestión no es un retorno al culturalismo, es un re-trabajo de los paradigmas freudianos respecto a los modos con los cuales el psiquismo se constituye en una exterioridad que se instaura como interioridad, y cuya forma de atravesamiento no es el de los modos ideológico-sociales sino las formas de transmisión libidinal con las cuales estos operan. Creo que de eso se trata en la redefinición de nuestras interioridades. Yo, quiero, antes de terminar, agradecerle enormemente a Antonio la puntuación que hizo de los temas. Y... me he sentido muy bien interpretada, lo cual para mí como para vos que sos analista es mucho.

Benzión Winograd: Dos cosas: Miguel Spivacow hizo una pregunta interesante porque refiriéndose a mi trabajo se refería a modelos abiertos y a  psiquismos abiertos que, efectivamente, son dos cosas diferentes. Es decir, lo que yo entendí por modelo abierto tiene algo que ver; es un psicoanálisis o un modo, no tiendo a pontificar como tantos que el psicoanálisis tiene que ser tal o cual cosa, pero como estrategia por lo menos que he tratado de desarrollar acá, es un psicoanálisis muy instalado en su experiencia clínica, que es esa indagación de la intimidad, que creo que es lo propio del psicoanálisis, con toda una serie de otros argumentos, pero abierto significa en contacto con distintos campos del conocimiento. Eso es lo que yo llamo modelo abierto.

Voy a ejemplificar: campos del conocimiento extra-analíticos, llámese Neurociencia, llámese Historia, llámese otra disciplina de la que el psicoanálisis se pueda nutrir, y dentro del campo analítico. En ese sentido quiero decir una variante de matiz con respecto al ejemplo que yo daba citando a Néstor Braunstein cuando hablaba de la adicción. Yo no lo tomé como Silvia, lo tomé como una persona que se planteaba una variante en los ejes psicopatológicos tan caracterizados en el tema lacaniano. Me parece que, en ese sentido, he notado en algunos de mis interlocutores y amigos del campo lacaniano que también hay en algunos  –por eso digo que también depende de la persona y de cómo instrumenta la teoría–, una preocupación por reformular la teoría en relación a las complejidades clínicas actuales. Está Mabel Fuentes entre nosotros, le agradezco que va a coordinar uno de los grupos, hace muchos años que intercambiamos con Mabel y, a pesar de los códigos distintos, con Leonardo Peskin y con otros colegas del campo lacaniano que han venido acá. Eso yo lo llamo modelo abierto. No abandonar la teoría pero sí reformularla. En Mabel encuentro: “A Lacan hay que entenderlo así desde la psicosomática y demás. A eso lo llamo modelo abierto metodológicamente. Psiquismo abierto, ya... me parece captar a dónde apunta Miguel. Creo que ahí hay una coincidencia , en el sentido de lo que, me parece, algunos colegas que han trabajado acá del campo que llaman ‘lo vincular’ (Hector Cracoff, Isidoro Berenstein), plantean cierto cuestionamiento a la lectura freudiana o a la lectura psicoanalítica, porque es lectura basada solamente en el psiquismo individual y plantean la necesidad de considerar permanentemente lo relacional, y a mí me parece que es un aporte interesante, si lo entendí bien.

 Por lo menos es una de las zonas donde coincido, donde creo que, además, hay un cuestionamiento a cierta lectura del modelo freudiano que hizo Liberman y quedó por ahí en el olvido y que tiene una enorme actualidad que es cuando señala, David Liberman, que en el modelo teórico, la experiencia de satisfacción, para tomar un ejemplo, es un modelo entre un sujeto inerme y un objeto asistente donde se analiza o se examina una inscripción tanto en la versión del Proyecto como la del Capítulo VII, una inscripción de un momento de la relación.

 En cambio la Clínica psicoanalítica, decía David Liberman, es un proceso de permanente intercambio y que habría que encontrar alguna teorización de los procesos de intercambio. De los procesos de intercambio permanente que no son un intercambio-momento sino un intercambio-proceso. Yo creo que ahí la relación con los vincularistas podría establecer algún diálogo, si yo los entiendo bien, que es lo que tantas veces hemos planteado.

 

Sponsored Links : Freshco Flyer, Giant Tiger Flyer, Loblaws Flyer, Kaufland Prospekt, Netto Marken-Discount Angebote