aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 021 2005 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Teoría de la formación de compromiso. Una dimensión intersubjetiva

Autor: Rothstein, Arnold

Palabras clave

Conflicto intrapsiquico, contratransferencia, Perspectiva intersubjetiva, Teoria de la formacion de compromiso, transferencia.


Rothstein A. (2005). Compromise formation theory. An intersubjetive dimension. Fue publicado originariamente en Psychoanalytic Dialogues, vol. 15, No. 3, pp. 415-431. Copyright 2005 de The Analytic Press, Inc. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc.

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató de Neme

Este artículo tiene dos propósitos. El primero es elaborar la teoría de la formación de compromiso desde una perspectiva intersubjetiva. El segundo es explorar las implicaciones que este punto de vista tiene para nuestra comprensión de los modos de acción terapéutica del psicoanálisis.

Persigo los objetivos de este artículo esbozando los fundamentos de la teoría de formación de compromiso y elaborando lo que yo denomino su dimensión intersubjetiva. Luego presento y discuto datos analíticos para demostrar el valor de la teoría para comprender aspectos del modo de acción terapéutica. Finalmente, comparo esta perspectiva con puntos de vista teóricos enfrentados a ella.

Un terapeuta debe ser capaz de amar tanto a un psicótico como a un delincuente y de interesarse al menos (tibiamente) con simpatía por el paciente fronterizo o limítrofe (“borderline”). Las tendencias personales del terapeuta pueden influir profundamente en las indicaciones y el pronóstico. Leo Stone: “The widening scope of indications for psychoanalysis”.

El deseo de un paciente... tiene una historia personal, una forma personal y un contenido personal únicos... Los derivados pulsionales están sustancialmente influidos por la experiencia... Existe, en otras palabras, una relación más importante entre las pulsiones y el desarrollo del yo de lo que generalmente se aprecia. Charles Brenner: “La mente en conflicto”.

Este artículo tiene dos propósitos: el primero es elaborar la teoría de formación de compromiso desde una perspectiva intersubjetiva. El segundo es explorar las implicaciones que este punto de vista tiene para nuestra comprensión de los modos de acción terapéutica del psicoanálisis. En relación con el primer objetivo del artículo, es importante enfatizar que la perspectiva intersubjetiva no es consistente con la teoría de formación de compromiso. Es más, yo destaco la ventaja de incorporarla explícitamente en el paradigma evolutivo de la teoría de formación de compromiso.

Persigo los objetivos de este artículo esbozando los fundamentos de la teoría de formación de compromiso y elaborando lo que yo denomino su dimensión intersubjetiva. Luego presento y discuto datos analíticos para demostrar el valor de la teoría para comprender aspectos del modo de acción terapéutica. Finalmente, comparo esta perspectiva con puntos de vista teóricos enfrentados a ella.

Boesky (1991) apuntaba que “la noción de formación de compromiso es una un constructo teórico que pretende ofrecer una explicación legítima de la conducta humana... Uno sólo será capaz de ver una formación de compromiso pensando en estos términos y decidiendo luego por sí mismo sobre la base de la experiencia si éste [es] un modo útil de pensar en el paciente” (p. 77-78, las cursivas son mías). La teoría de la formación de compromiso se refiere a la elaboración del modelo final de Freud (1923, 1926) por parte de Charles Brenner (1982, 1994) y otros.

Brenner (1991) resaltaba “la idea de conflicto dentro de la mente, de conflicto intrapsíquico” (p. 45, las cursivas son mías). Continuaba diciendo:

Lo que resulta del conflicto psíquico son fenómenos mentales complejamente determinados a los que uno se puede referir convenientemente como formación de compromiso... Cada formación de compromiso es un compuesto de derivados pulsionales, angustia, afecto depresivo, defensa y funcionamiento del superyó. Cada síntoma neurótico, cada rasgo de carácter permite cierta gratificación pulsional, muestra ciertos indicios de displacer, funciona de modo defensivo y expresa ciertos mandatos morales [p. 55].

Brenner (1982) elaboró el concepto de transferencia y contratransferencia desde la perspectiva de la teoría de formación de compromiso, y afirmaba:

La transferencia... es... como toda relación objetal... una formación de compromiso. Lo excepcional de la transferencia en el psicoanálisis no es su presencia. Es el hecho de que se analice... Como la transferencia, la contratransferencia es una formación de compromiso. El valor práctico de la transferencia reside en que es analizada. El valor práctico de la contratransferencia es que facilita el análisis fomentando la capacidad de un analista para analizar [p. 211-212].

Finalmente, en 1994, Brenner propuso que “ha llegado el momento de renunciar a la idea de que la mente se entiende mejor como consistiendo en estructuras diferenciadas de ello, yo y superyó” (p. 474). Y continuaba:

Los hallazgos responsables de mis dudas sobre la validez de la teoría estructural, sin embargo, tienen que ver con el rol del conflicto en el funcionamiento mental normal. Todo aspecto emocionalmente significativo de la vida mental, sea normal o patológico, ha mostrado ser una formación de compromiso. El aspecto del funcionamiento mental que la teoría estructural denomina yo, parece que es dinámicamente igual que un síntoma neurótico. Todo pensamiento, fantasía, deseo, acción, humor y rasgo de carácter, normales o patológicos, resultan de la interacción de los deseos agresivos libidinales de la infancia; las ideas altamente displacenteras sobre la pérdida de objeto, la pérdida de amor y la castración asociados con los deseos en cuestión; y las defensas y restricciones morales que sirven a la función de eliminar el displacer, o si no se puede eliminar, por lo menos reducirlo lo más posible. Los deseos atribuidos por la teoría estructural a una estructura especial, el ello, el displacer y las defensas atribuidas a otra estructura, el superyó, están en constante y ubicua interacción (= conflicto). No existe una parte racional de la mente específica que tenga en cuenta la realidad externa sin estar motivada por los deseos agresivos y libidinales de la infancia y el displacer asociado a esos deseos. No hay parte alguna que sea madura, integrada y libre de conflicto, como supone la teoría estructural [p. 477-478].

Elaborando la contribución de Arlow (1969), Brenner comentaba que “todo pensamiento, incluso toda percepción, gratifica uno o más derivados pulsionales, aunque sea de modo disfrazado” (p. 478, las cursivas son mías).

Desde el mismo punto de vista, yo apuntaba (1994 a):

El concepto de formación de compromiso genera una actitud particular hacia los datos clínicos y una concepción relacionada de la neutralidad analítica. Puesto que todos los fenómenos mentales son concebidos como derivados de complejos de formaciones de compromiso, todos los componentes del compromiso requieren atención. Es una decisión táctica que determina qué aspectos de una formación de compromiso elige un analista para interpretar en una sesión o serie de sesiones determinada. La actitud analítica requiere una vigilancia continua hacia la tarea de comprender e interpretar los componentes de las formaciones de compromiso que subyacen a los fenómenos clínicos que se están considerando [p. 336].

Además de la literatura ya citada, la amplia mayoría de la literatura sobre la teoría de formación de compromiso (Abend, Porder y Willick, 1983; Avenid, 1989; Boesky, 1991; Rothstein, 1991, 1994 b) emplea el modelo desde el punto de vista implícito del analista como un observador objetivo que puede usar su “instrumento de análisis” (Isakower, 1992) para interpretar autoritariamente elementos de los conflictos intrapsíquicos de sus pacientes y suyos propios. Hay que mencionar, sin embargo, que el punto de vista intersubjetivo está implícito en las contribuciones de Arlow (1969) y Brenner (1982, 1994).

El énfasis en la ubicuidad y en lo interminable del conflicto pone de manifiesto que no existe el pensamiento o la percepción puramente racional, madura e integrada. Todos los pensamientos y percepciones son subjetivos. El concepto de neutralidad es algo mítico en la medida que implica la objetividad del analista. El esbozo de Arlow (1969) de la naturaleza conflictiva del pensamiento y la percepción, y la descripción de Brenner (1982) de la irracionalidad interminable del analista y el analizando como algo manifiesto en parte en la transferencia y la contratransferencia, enfatizan una perspectiva subjetiva ubicua.

En este artículo, señalo la dimensión intersubjetiva (1) de la teoría de formación de compromiso, que enfatiza explícitamente que los conflictos intrapsíquicos del analista y el analizando son vividos continua y recíprocamente. Estos conflictos ejercen una influencia continua sobre sus respectivas subjetividades. Los cuatro componentes del conflicto se ven continua y recíprocamente influenciados y, en cierto modo, modelados y remodelados por la experiencia del otro en la relación analítica. Lo que hace excepcional la colaboración analítica no es su naturaleza intersubjetiva, sino su intento de comprender e interpretar su contribución a las mentes de los respectivos participantes en el conflicto. En un sentido, la perspectiva intersubjetiva no es más que una elaboración significativa del concepto de transferencia-contratransferencia.

El concepto de intersubjetividad acentúa lo interminable de la influencia de la fantasía y el conflicto inconscientes. Ayuda al analista a resistirse a la seductora idea de que puede comprender y sentir objetivamente una experiencia. En su lugar, sugiere que lo mejor que se puede hacer es ser más o menos capaz de reflejar subjetivamente su propia experiencia, al tiempo que es más o menos influenciado por la subjetividad del analizando colaborador.

Es interesante e inevitable que las palabras y conceptos adquieran significados subjetivos. Algunos de esos significados son un aspecto de la tendencia aparentemente interminable hacia la competición de paradigmas revolucionarios. En los llamados círculos clásicos o freudianos, el término intersubjetivo se asocia con los términos relacional o interpersonal. Así, se considera que refleja un trabajo psicoterapéutico o de apoyo más que psicoanalítico. Además, el término intersubjetivo puede asociarse con conceptos de modos de acción terapéutica que se considera que reflejan fantasías de cura reparadora mediante amor.

En un artículo importante, Abend (1989) exploraba los efectos beneficiosos que sobre la teoría de formación de compromiso tenía la asimilación de ciertas elaboraciones kleinianas del concepto de contratransferencia. La exploración del concepto intersubjetivo en mi trabajo pretende un objetivo similar. Con tal fin, presentaré y discutiré datos sobre un (segundo) re-análisis (2).

El Sr. X, abogado, acudió a consulta cuatro meses después de la terminación de un análisis de siete años. Una vez que hube escuchado su historia, mi impresión era que su análisis se interrumpió prematuramente, una interrupción que yo supuse debida en parte a una respuesta contratransferencial al afecto depresivo y la hostilidad intransigente del Sr. X. Sentí que sería muy bueno que el Sr. X pudiera elaborar estas cuestiones con su primer analista.

El primer analista del Sr. X, el Dr. N, era una persona cuyo trabajo yo sabía que había sido muy influenciado por las contribuciones de Kernberg. Pensé ingenuamente que yo podría ayudarlo a reanudar su trabajo con el Sr. X. Con el permiso del Sr. X llamé a su primer analista y compartí mi impresión con él. El analista respondió que el Sr. X era un “borderline” severo.

Aunque el Sr. X estaba deprimido y furioso, su capacidad para trabajar y mantener relaciones era impresionante. Era un abogado exitoso que practicaba una subespecialidad en la cual había obtenido numerosos éxitos. Estaba casado y tenía amistades que habían comenzado en la infancia y se habían profundizado en los años siguientes. Se había casado impulsivamente durante la interrupción de verano de su cuarto año de análisis. Aunque supongo que el Dr. N vio esta impulsividad como otra señal de su “severa organización borderline de la personalidad”, el Sr. X y yo llegamos a comprender esto como una puesta en acto motivada por su deseo de disminuir su displacer y su conciencia de su deseo homosexual hacia el Dr. N. Estos deseos se intensificaron por la huella que le dejó al Sr. X el rechazo que el Dr. N mostraba hacia él.

Un incidente que tuvo lugar durante el quinto año de su primer análisis muestra con claridad esta influencia del rechazo real del Dr. N hacia el Sr. X en el desarrollo de la transferencia de éste y su resonancia con la influencia primaria de la experiencia que el Sr. X tuvo de la relación con su padre. El Sr. X anunció su intención de cambiar de profesión: ir a la facultad de medicina y convertirse en psiquiatra. Imaginaba que esto le permitiría obtener un trabajo en la institución del Dr. N y trabajar con él. En lugar de comprender e interpretar que la intención del Sr. X actuaba como una fantasía, una manifestación de la transferencia edípica negativa que implicaba complejos de deseos de idealizar al Dr. N, identificarse con él y amarlo, éste respondió diciéndole al Sr. X que en caso de que llegase a ser psiquiatra era bastante improbable que fuese su colega.

Me pareció claro que el Dr. N estaba saturado de los deseos deprimidos y rabiosos del Sr. X y se alegró de librarse de él. Lo que quiero resaltar es que la experiencia subjetiva del Dr. N sobre el Sr. X influyó no sólo sobre la experiencia que éste tenía de sí mismo, sino también en las expresiones de su personalidad en el análisis.

Algún tiempo después, el Sr. X me dijo que había intentado sin éxito retomar su análisis y de nuevo pidió un segundo análisis conmigo. A pesar de su deseo de comenzar un análisis conmigo, sentí que aún estaba implicado con su primer analista de un modo demasiado preocupante como para que esa fuera una empresa acertada. Le dije que debido a su estado de perturbación, sería mejor que esperase un año antes de tomar la decisión de emprender un segundo análisis. En retrospectiva, supongo que mi respuesta perturbada influyó en mi juicio. En todo caso, 15 meses después comenzó un segundo intento de análisis conmigo.

El Sr. X comenzó la primera sesión de su re- análisis afirmado “Durante los dos últimos años, sentí que el Dr. N me abofeteaba en la cara, y yo estaba enfadado. Durante las últimas dos semanas, me sentí feliz y había pensado en arrodillarme frente a, acariciarte la barbilla y suplicarte. Tuve un sueño: estaba acostado con un hombre y le acariciaba el pene hasta que eyaculaba, y luego estaba dándole por culo a un hombre. En el sueño, tenía el sentimiento “Ahora me toca a mí”, como si hubiera estado acariciando al Dr. N y ahora fuera mi turno”. Un poco más tarde en esa sesión, el Sr. X señaló: “Me queda claro que estropeé el análisis con el Dr. N estableciendo pautas rígidas y estables con él que controlaran lo que sentía hacia él”. Más adelante, le sugerí que él estaba preocupado porque yo lo rechazara como lo había hecho el Dr. N, pensando que estuviera demasiado enfermo como para un análisis. Añadí que le preocupaba que yo me asustara de su enfado y de sus deseos sexuales hacia mí.

Comenzó la segunda sesión afirmando: “Tengo un profundo sentimiento de que Vd. está realmente disgustado conmigo porque no puedo ser analizado”. Comenzó la cuarta sesión con 10 minutos de silencio y luego dijo “Me gustaría que Vd. dijera algo”. Tras una pausa, continuó: “Tengo el sentimiento de estar bloqueado”. Le sugerí que (sólo) estaba asustado de que su enfado me hiriese de verdad. Respondió: “Sólo el que Vd. diga eso supone un gran alivio. Pensé que me gustaría escupir en su suelo”. Ante mi respuesta “¿Sólo en mi suelo?” el Sr. X afirmó: “En su cara; me gustaría golpearlo y llenarlo de basura. Me gustaría tener una pistola, apuntarle a la cara, apretar el gatillo y desparramar sus sesos por el suelo”. Suspiré y pensé “Y esto en la primera semana de análisis”. Un momento después, recordé un trabajo anterior con un chico en periodo de latencia que me había disparado a la cabeza con un dardo de goma, y le comenté al Sr. X sobre su deseo de dispararme: “Suena muy divertido”. El Sr. X estalló en una sonora carcajada y me dijo que no recordaba haberse reído con el Dr. N. Más adelante en la sesión, recordó que su madre lo había abofeteado en la cara como respuesta a su queja de que sus padres no hacían mucho por él ni con él. Señaló: “Mi enfado parece tan virulento y sin fondo. Tengo un sentimiento real de placer cuando me enfado”.

Esta experiencia de compartir su enfado conmigo caracterizó buena parte del trabajo analítico del principio. Además de estas experiencias interpretativas que enfatizaban el aspecto placentero de su enfado, una interpretación central de este periodo del análisis tuvo que ver con la función defensiva de esta rabia: “Es más fácil estar furioso que estar triste”.

El significado de esta interpretación disminuyó el aspecto defensivo de su rabia y facilitó su experiencia de tristeza. En una fase posterior de este trabajo, el Sr. X apuntó: “Una razón por la que me resulta tan difícil permitirme sentir tristeza es que eso enfadaba a mi madre. Nadie era comprensivo, me iba a caminar a las (marismas) para tener privacidad y sentirme triste”. Yo interpreté: “Tiene miedo de que si se entristece conmigo, yo me enfade y trate de humillarlo”. EL Sr. X respondió: “Si me sintiera triste aquí, querría que Vd. me consolara, y sé que esa no es la naturaleza de la relación. Me resulta muy duro tener esa idea. No había nadie comprensivo en cuyo hombro pudiera llorar. Tengo el recuerdo específico de mi madre enfureciéndose cuando yo me entristecía con ella. No estoy seguro de a dónde va eso”. Yo comenté: “Va al dolor de la tristeza”. El Sr. X respondió: “Es un sentimiento de melancolía que tenía cuando caminaba por las marismas. El único recuerdo que tengo de estar claramente triste es evocar el enfado de mi madre y su humillación hacia mí”.

Algunos meses después, el Sr. X comenzó un lunes la sesión diciendo: “He estado triste todo el fin de semana”. Continuó: “Supongo que no son los mejores padres”. Yo interpreté: “Está luchando contra la aceptación más definitiva de su sentimiento de que son unos padres pésimos”. Él replicó: “La tristeza es como una prenda de ropa de la que quisiera despojarme. Al hacerme mayor, eso es lo que hice. Paseaba por las marismas para ser yo mismo”. Tras una pausa, añadió: “¿Y qué? Ser enviado al mejor colegio privado es como comer con Mary en la vieja cocina. Es el mismo tipo de destierro”. Sus pensamientos cambiaron. “Estoy pensando en jugar a baloncesto con mis amigos. Podían ser muy amables con mis amigos. Eran más cálidos con los extraños que con sus propios hijos. Quiero decir ‘Dios mío, nada de esto es posible. Esto no es posible’. Hay una parte de mí que quiere decir: ‘Quiero a mi madre. Quiero a mi madre’. La respuesta es que ella era quien era, y luego me digo que eso no es justo. No es justo que mi amor no fuera correspondido. Cuando llegué a casa anoche, Olivia [su hija de un año] vino a la puerta contenta de verme, esperando ser abrazada y tomada en brazos. Pero ¿quién no querría hacer esto? Luego me pensé diciendo: ‘No puedes herirme’.”

Hizo una pausa y luego finalizó: “Esa percepción que tengo de ella es algo que quiero eliminar físicamente. Como adulto puedo lamentar esto, pero ese recuerdo de sentarme a la mesa de la cocina es muy vívido. Esa cicatriz en mis emociones es tan real como una cicatriz física”.

Más o menos un mes después, el Sr. X comenzó una sesión diciendo: “A lo que estoy dando vueltas y de lo que quiero alejarme es el sufrimiento de la idea de su desinterés y su rechazo. Mi primera reacción es decir: ‘No puedes hacerme daño porque yo soy el mejor’.” Hizo una pausa: “Tenía la imagen de estar en una madriguera y de agacharme cuando me venía una ráfaga de balas. Luego pensé en mi despacho del trabajo y en cómo quedará la nueva oficina. La línea de fondo es, no me gusta sufrir. Cuando digo eso, sigo pensando: ‘No puedes hacerme daño. No me duele’.” Comenzar mi propia profesión es abandonar las reivindicaciones de mis padres. Pienso en el abogado egipcio que me dijo que cuando se marchó de Egipto lloró durante todo el viaje”.

Según se reorganizaban las formaciones de compromiso que caracterizaban la personalidad del Sr. X (Arlow y Brenner, 1990, p. 680), disminuía la función defensiva de la rabia, se sentía el afecto depresivo por la pérdida de amor y se asimilaba en cierto modo. Como resultado, se intensificó la ansiedad relativa a los conflictos edípicos competitivos. Este cambio se aprecia en los datos referidos. Tras unos minutos de silencio, el Sr. X apuntó “Estoy pensando en el final de una canción ‘Igual que vivo por la pistola, muero por la pistola’”. Yo interpreté: “Al dedicarse a su propia profesión se siente como si matara a su padre”. En respuesta a la interpretación, el Sr. X asoció el mito familiar de que su padre quería ser abogado y luego juez, pero el abuelo del Sr. X lo había obligado a entrar en el negocio familiar. Además, asoció recuerdos de la admiración de su madre por los jueces y cómo denigraba a los hombres de negocios.

Este trabajo se centró en la influencia de la actitud del padre del Sr. X hacia la angustia de castigo del Sr. X. Éste comenzó una sesión hablado sobre su aversión a encargarse de un caso sin cobrar honorarios que le había asignado uno de los miembros más veteranos del bufete. Él se preguntó “¿Por qué me molesta tanto?” y yo le respondí “Porque no es algo en lo que Vd. esté interesado. Refleja el interés de su superior”. A su pregunta “¿Por qué no puedo ser un jugador del equipo?”, interpreté “Porque Vd. quiere ser el hombre”. El Sr. X permaneció en silencio durante unos cinco minutos y luego respondió con enojo: “No me importa lo que Vd. piense” y volvió a quedarse en silencio. Tras un rato, yo interpreté: “Está reaccionando conmigo como si yo me riera de su deseo de ser el hombre”. Las asociaciones del Sr. X cambiaron a la relación amorosa y de apoyo que tenía con su hijo y con los esfuerzos de éste en tenis y fútbol. Comparó esto con los recuerdos de la hostilidad y el desinterés de su padre, y concluyó: “Nunca me apoyaba”. Yo le interpreté: “Quiere ser el hombre, pero le da miedo ser castigado si lo intenta. Siente que necesita el apoyo de su padre para perseguir verdaderamente sus ambiciones”. El Sr. X respondió: “Me siento como si dijera ‘soy el mejor’, me siento como si fuera a ser atacado por las balas si creo mi propia empresa. Pienso en un sueño en el que estoy en un despacho húmedo y maloliente. Cuando pienso en fundar mi propia empresa, pienso en decorarlo todo con hermosas macetas de flores”.

El Sr. X comenzó la siguiente sesión apuntando felizmente que llevaba todo el día “de un humor razonablemente bueno”. Luego se preguntó: “¿Por qué mi humor es tan distinto del de ayer?”. Y continuó: “según venía, me dio por escupir. Era como si quisiera escupir algún juicio negativo. En cierto modo lo hice”. Luego se quedó en silencio antes de añadir: “El modo en que creo un juicio negativo es pensando que Vd. debe ser crítico. Sé que es algo que yo creo más que algo que Vd. hace realmente. ¿Por qué lo hago de esa forma?”. Yo interpreté: “Eso perpetua la ilusión de la presencia de él en su vida. Siente que es mejor obtener una atención negativa que no obtener ninguna en absoluto”. EL Sr. X respondió señalando su creencia de que si creaba su propia empresa, estaría aterrorizado. Apuntó que su padre nunca lo golpeó ni le pegó, pero recordaba la furia del padre hacia su hermano mayor por arrojar una bomba de achique barata sobre el costado de su barco. Recordaba su furia por la implicación de su padre. Apuntó: “Mi temor es que me gustaría decirle que está lleno de mierda por rebajarse por una estúpida bomba. Cuando pienso así, pienso en lo diferente que fue mi respuesta a Jack [su propio hijo] cuando perdió su raqueta de tenis. Simplemente aproveché la ocasión para comprarle otra mejor”. Luego se preguntó: “¿Cómo habría respondido mi padre a mi éxito?” Yo interpreté: “Probablemente se hubiera mostrado desinteresado o sarcástico. Lo realmente importante es que Vd. imagina que él habría reaccionado con violencia”. El Sr. X: “¿Cómo consigo desintoxicarme de esa fantasía? Supongo que tengo que aceptar lo enfadado que estoy con él y lo competitivo que soy respecto a él. Crear mi propia empresa lo siento como una cuestión de vida o muerte.”

Discusión

Las experiencias analíticas del Sr. X no demuestran ciertamente que su segundo analista fuera más inteligente o tuviera más talento que el primero. En un artículo anterior (2002) apunté que, desde mi punto de vista teórico inevitablemente intersubjetivo, sus experiencias sugieren que su primer analista solía disminuir el displacer que sentía al trabajar con el Sr. X usando el término borderline severo para expresar su frustración.

Aquí enfatizo que desde mi punto de vista, inevitablemente subjetivo, el primer analista del Sr. X no apreció suficientemente la influencia de su personalidad en el desarrollo y la expresión de la transferencia del Sr. X dentro de la relación analítica. La teoría de formación de compromiso puede hacer justamente eso. Su énfasis en la ubicuidad y en lo interminable del conflicto resalta lo interminable de la contratransferencia. Hacer explícita la dimensión intersubjetiva de la teoría facilita la conciencia del analista de la contribución de su personalidad al trabajo.

El analista es un mensajero. El mensaje es una interpretación. El mensaje que se recibe está envuelto en una percepción de la subjetividad del analista. El mensaje es portado por esa subjetividad. Está internalizado y asociado interminablemente con una representación de esa subjetividad. La representación o facilita o interfiere con la asimilación de la situación por parte del analizando. Ese es uno de los modos en los que la subjetividad del analista contribuye al fortalecimiento de la capacidad de integración y síntesis de un analizando.

Mi lectura del primer análisis del Sr. X sugiere que su analista estaba incómodo trabajando con derivados de la transferencia edípica negativa. El padre del Sr. X era distante, egocéntrico, sarcástico y crítico. El Sr. X anhelaba el interés y la afirmación de su padre. Deseaba que su padre le mostrara interés por algo de lo que a él le interesaba. Deseaba que su padre lo eligiera como sucesor en el negocio familiar.

El Sr. X esperaba que al llevar el nombre de su padre le diera una ventaja sobre sus hermanos en la competición por la sucesión. El padre del Sr. X, sin embargo, frustró los deseos de todos sus hijos a este respecto, eligiendo como sucesor a un primo lejano a pesar del hecho de que todos sus hijos suspiraban por el trabajo.

La reacción del Dr. N y el tratamiento del Sr. X resonaron con la experiencia del Sr. X de frustración de sus anhelos edípicos negativos y la intensificaron. Yo supongo que la consideración que el Dr. N tenía del Sr. X como un borderline severo fue comunicada y sentida por éste como una repetición de la crítica de su padre hacia él. La comprensión que el Dr. N tenía del matrimonio del Sr. X como la expresión de un defecto de carácter más que como la puesta en acto de un anhelo del amor del Dr. N en respuesta a la experiencia displacentera no analizada de la interrupción por vacaciones es notable. Más concretamente, la reacción del Dr. N a la fantasía del Sr. X de cambiar de profesión resonó con la frustración del deseo de éste de suceder a su padre en el negocio familiar. Finalmente, la terminación del primer análisis fue sentida por el Sr. X como una repetición devastadora del desinterés de su padre por él.

Mi actitud analítica subjetiva con el Sr. X fue juguetona y afirmativa. Mi respuesta a su deseo de volarme los sesos durante la primera semana de análisis es notable a este respecto. Aunque mi respuesta inicial fue la exasperación, a ésta le siguieron rápidamente los recuerdos de una terapia de juego que dirigí. Este recuerdo facilitó mi comentario espontáneo “Suena muy divertido”. Inevitablemente, ese comentario estaba complejamente sobredeterminado. Yo resalto que proporcionó un elemento modelador para que el Sr. X comenzara a sentirse a sí mismo en general, y a su rabia y anhelos sádicos en particular, como la expresión de fantasías tanto serias como juguetonas. El análisis era un lugar seguro para sentirlas, comprenderlas y transmutarlas.

Me gustaba el Sr. X y, aunque pueda parecer algo trillado, generalmente acabo vinculándome con todos mis pacientes. Parafraseando a Will Rogers, “Nunca traté a un paciente que no me gustara”. La teoría de formación de compromiso me ayuda a que me gusten mis pacientes ayudándome a analizar atentamente las influencias tanto de las contratransferencias positivas como de las negativas. No estoy sugiriendo que mi vinculación con un analizando sea el elemento terapéutico determinante en un análisis. No obstante, la personalidad del analista y las actitudes derivadas de ella proporcionan un elemento modelador a la expresión de la transferencia. Me parece que sólo estoy diciendo algo que es obvio. Cuando un analista elige a un colega para tratar a un miembro de su familia, la elección está fuertemente influenciada por una evaluación de la posible personalidad del analista, su capacitación y su orientación teórica. Los elementos moldeadores proporcionados por la personalidad del analista no son suficientes para reparar las influencias de las personalidades parentales. Sin embargo, se internalizan, resuenan y se comparan con las internalizaciones primarias y resuenan con ellas.

¿Cómo se compara la perspectiva ofrecida en este artículo con las contribuciones anteriores en esta materia? Strachey (1934) exploró las cuestiones “¿Qué es una interpretación?” y “¿Qué efecto tiene sobre nuestros pacientes?” (p. 142). Strachey utilizó las dinámicas kleinianas de introyección y proyección para explicar los cambios estructurales en el superyó dentro del análisis. Es notable que aunque la teoría kleiniana del desarrollo enfatiza únicamente el papel de la agresión del infante en la génesis del superyó, Strachey resaltó la influencia moldeadora de la personalidad del analista a la hora de reestructurar el superyó del analizando. La personalidad del analista facilitaba la asimilación del insight. Ello permitía que las interpretaciones fueran “mutativas” (p. 142).

Strachey (1934) afirmaba “Ahora, debido a las peculiaridades de las circunstancias analíticas y a la conducta del analizando, la imago del analista introyectada tiende en parte a separarse definitivamente del resto del superyó del paciente (p. 140). Añadía que él llama a esta “nueva porción” del superyó el “superyó auxiliar” (p. 140). Continuaba: “La característica más importante del superyó auxiliar es que su asesoramiento al yo se basa consistentemente en consideraciones reales y contemporáneas y esto sirve en sí mismo para diferenciarlo de la mayor parte del superyó original” (p. 140). Aunque las dinámicas de introspección-proyección implican a la intersubjetividad, el efecto recíproco de estas dinámicas no se había descrito. De hecho, el énfasis de Strachey en la derivación del “superyó auxiliar” de las percepciones “reales y contemporáneas” implica potencial para la objetividad.

Loewald no reconocía deberle nada a Strachey. Esto puede deberse, en parte, al hecho de que Strachey escribía desde una perspectiva kleiniana, mientras que Loewald trabajaba en América y escribía bajo la influencia de la psicología del yo. Loewald (1960) definió el “proceso psicoanalítico [como] las interacciones significativas entre paciente y analista que dan lugar finalmente a cambios estructurales en la personalidad del paciente” (p. 16). Para Loewald, estos cambios eran fundamentalmente “contingentes a la relación con un nuevo objeto, el analista” (p. 16).

Loewald parece haber estado traduciendo las dinámicas kleinianas de Strachey en un marco referencial evolutivo de la psicología del yo. Loewald (1960) afirmaba:

La transferencia... se pone en marcha no sólo por la habilidad técnica del analista, sino por el hecho de que el analista se hace disponible para el desarrollo de una nueva “relación de objeto” entre el paciente y el analista. El paciente tiende a convertir esta relación objetal potencialmente nueva en otra vieja. Por otra parte, en la medida en que el paciente desarrolla una “transferencia positiva” (no en el sentido de la transferencia como resistencia, sino en el sentido de que la “transferencia” porta todo el proceso de un análisis) él sostiene esta potencialidad de una nueva relación de objeto viva a lo largo de todos los varios estados de la resistencia. El paciente puede animarse a correr el riesgo de sumergirse en la crisis regresiva de la transferencia... si puede aferrarse a la potencialidad de una nueva relación de objeto, representada por el analista... La objetividad del analista tiene relación con las distorsiones transferenciales del paciente. Cada vez más, mediante el análisis objetivo de las mismas, el analista se hace disponible como nuevo objeto no sólo potencialmente sino en la realidad, eliminando paso a paso los impedimentos, representados por estas transferencias, para una nueva relación objetal [p. 17-18].

Entiendo que Loewald se está distanciando de la influencia de la interpretación y el insight para aproximarse a un concepto de reparación evolutiva basado en una repetición hipotética de la más temprana relación del sujeto con su madre. Loewald (1960) afirmó, “La madre reconoce y satisface las necesidades del infante. Al principio, tanto el reconocimiento como la satisfacción de una necesidad escapan a las capacidades del infante,... Estoy hablando de lo que antes he llamado experiencias integradoras en el análisis. Son experiencias de interacción, comparables en estructura y trascendencia a los primeros encuentros de entendimiento entre madre e hijo” (p. 24).

Bion (1962), un contemporáneo de Loewald, elaboró dinámicas kleinianas implícitamente desde una perspectiva intersubjetiva. Contribuyó al desarrollo de las ideas de Melanie Klein mediante la propuesta de una teoría que explicaba la influencia que un maternaje óptimo ejerce en el desarrollo de la vida(s) de fantasía y forma de pensar del infante así como en el desarrollo de su personalidad. Bion concebía a la madre “conteniendo” las identificaciones proyectivas del infante. Lo importante de nuestra discusión no es sólo que se trata de la primera forma de comunicación del infante, sino que las madres se ven afectadas por el sufrimiento de sus infantes y sus respuestas son fundamentales para el desarrollo de los infantes. El elaboró estas ideas para desarrollar una teoría del pensamiento e, implícitamente, una teoría de la terapia. Madres y analistas contienen las identificaciones proyectivas de infantes y analizandos, facilitando así la transformación de fantasías primitivas (elementos beta) en fantasías más creativas y menos inquietantes (elementos alfa).

Kohut (1971, 1977, 1984) describió la transferencia característica y los fenómenos de la contratransferencia que él creía derivar de un interrumpido desarrollo del self. El énfasis de sus formulaciones está puesto en (falta de energía) los fracasos en la empatía de las madres en los primeros años de vida de los infantes. Más específicamente, la implicación técnica es que una comprensión empática (semejante al “containing” de Bion y al “holding” de Modell) facilitaría la aparición y desarrollo de fantasías grandiosas y primitivas (como los elementos beta de Bion) y también el desarrollo del self. Por otra parte, la atención interpretativa se centraría en las experiencias perturbadoras de los pacientes por los fracasos inevitables de los analistas como objetos del self óptimos y empáticos. El énfasis que puso Kohut (1984) para comprender la acción terapéutica del psicoanálisis se encontraba en la influencia que tiene la comprensión empática no verbal del analista en la mejoría del paciente. Interpretar, o como él prefiere decir, “explicar”, quedaba en un segundo plano en importancia. Justificaba este énfasis por el hecho de que analistas de prestigio de todo tipo de concepciones teóricas obtienen buenos resultados.

Modell, recurriendo a las ideas de Winnicott (1965, 1969) de una forma similar a la de Kohut, propuso el concepto de “holding” (Modell, 1976, p. 228) para ayudar a los analistas a tratar de resolver sus problemas en respuesta a la (auto-enrevesada) intrincada inaccesibilidad de los analizandos, que a menudo el analista la vive con aburrimiento. Él concebía esta respuesta de sostén (apropiada) para pacientes con alteraciones del desarrollo del yo, con la impresión de que facilitaría la reparación de la interrupción temprana en su desarrollo.

Mientras que todas las contribuciones hacen hincapié en la (determinante) modeladora influencia del analista, todos ellos, con la posible excepción de Bion, consideran que el analista es potencialmente capaz de ser objetivo. Para ser justos con ellos, esto lo escribieron cuando todavía era incipiente el concepto de intersubjetividad y sólo implícito en el concepto de transferencia-contratransferencia. Todos estos colegas enfatizan más la influencia al comienzo del desarrollo que yo. Loewald, Kohut y Modell creen que el modelo de acción terapéutica del psicoanálisis se basa fundamentalmente en una relación reparadora, sugiriendo implícitamente que el análisis cura por medio del amor. Sin embargo, a pesar de estas diferencias, pienso que sus contribuciones me han ayudado a entender y trabajar acerca de la modeladora e interminable influencia de mi contratransferencia sobre el desarrollo y experiencia de mis colaboradores analíticos respecto a sus transferencias dentro de nuestras relaciones.

En este artículo, he procurado elaborar una teoría de la formación compromiso desde la perspectiva de las contribuciones postmodernas que han enriquecido nuestra comprensión general de la situación analítica, y de la transferencia-contratransferencia en particular. La teoría de formación de compromiso, con su énfasis en lo interminable del conflicto, siempre ha subrayado la subjetividad del pensamiento y de la percepción en general y de la transferencia-contratransferencia en particular. Al elaborar un aspecto intersubjetivo de la teoría, subrayo el valor que tiene a la hora de comprender la continua y recíproca influencia modeladora y remodeladora del analista y los analizandos en sus respectivas transferencias. Esta perspectiva subraya tanto la importancia como los límites de la personalidad del analista contribuyendo a modelar elementos de la acción terapéutica del psicoanálisis.

(1) Excede el alcance de este artículo explorar la amplia literatura sobre la intersubjetividad. Deseo reconocer, no obstante, que mis ideas han sido muy influenciadas por Hoffman (1998), Renik, Stolorow, Levinson, Gil, Jacobs y Aron.

(2) Dos observaciones aparentemente casuales en respuesta a mi artículo (2003) “Reflexiones sobre aspectos creativos del diagnóstico psicoanalítico” me motivaron a escribir este artículo. Un colega dijo “Puedes ajustar cualquier teoría para explicar cualquier cosa”. Otro colega dijo “creía que la teoría de formación de compromiso se refería a lo intrapsíquico. Vd. Suena como interpersonal”. Yo respondí: “No me importa ser etiquetado como ‘interpersonal’, pero existe una dimensión intersubjetiva para la teoría de formación de compromiso”.

 

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