aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 036 2010

La psicología del yo en la actualidad. Ejemplificación a través de un caso clínico de uno de sus representantes, E. Weinshel

Autor: San Miguel, Mª Teresa

Palabras clave

Psicologia del yo, Weinshel e., Estructura psiquica, cambio psíquico.


Introducción

Este artículo consta de tres apartados. En el primero, se realiza un recorrido por las posiciones -tanto en el plano de la teoría, como de la clínica- de la “psicología del yo” en la actualidad. Lo que se quiere especificar con la palabra actualidad es que no se trata tanto de presentar los fundamentos de esta corriente desde su constitución (Hartman sería una de sus figuras señeras) sino de tomar como punto de partida la revisión que realiza Paul Gray (1996) en los años setenta y que va a ser punto de referencia para muchos autores que llegan hasta nuestros días. El recorrido teórico-técnico será breve, no tiene pretensiones de ser exhaustivo sino el de permitirnos insertar en dicho contexto el material clínico de un autor, Weinshel, a quien se considera un fiel representante de la psicología del yo.

La descripción del caso clínico y de algunas sesiones llevadas a cabo por Weinhel constituye la segunda parte de este trabajo. El caso fue publicado en  el año 1993 formando parte de un libro que lleva por título “Cambio estructural y cambio psíquico”. Es este el apartado más extenso pues en él se exponen de forma exhaustiva las descripciones e intervenciones de Weinshel  sobre el material clínico. A estas últimas se han añadido algunas reflexiones de quien firma este trabajo.  

La tercera parte se ha reservado para señalar algunas críticas hacia lo que se consideran fundamentos filosóficos de esta corriente psicoanalítica, así como de determinadas  posiciones de los autores tomados como referencia para la elaboración de este artículo.  

1. Teoría y clínica de la psicología del yo

A Paul Gray se le considera como el auténtico padre de la psicología del yo contemporánea y sus trabajos sobre la técnica (desde mediados de los años 70) son una referencia para los autores de esta corriente.

Para el Gray son conceptos fundamentales los siguientes: yo, pulsión, conflicto, defensa y resistencia. Pero veamos un resumen ordenado de las posiciones teórico-técnicas de esta corriente

1.1  Fundamentos teóricos

Gray (1996) considera que de los dos modelos del psiquismo presentes en la obra de Freud (denominados modelo de la primera tópica y modelo estructural) es necesario basarse en este último, esto es, pensar  el aparato psíquico como formado por tres instancias: ello, yo y súper-yo.

Con respecto al ello, se sigue la teoría clásica freudiana sobre las pulsiones: sexuales y agresivas. El súper-yo tiene –según Gray- una función básicamente defensiva. Pero es en relación al yo donde se va a poner todo el énfasis, un énfasis que se considera heredero de las teorías de Anna Freud sobre los mecanismos de defensa que -a juicio de Gray- deberían ser el auténtico foco del trabajo analítico.  

1.2  Principios de la técnica

Para los teóricos de la psicología del yo, la libre asociación se considera una técnica esencial. Weinshel (1993) considera que la mejor manera de conducir un psicoanálisis es con cuatro o cinco sesiones por semana. Es este un planteamiento en el que coinciden autores como Gray y Paniagua

El proceso analítico se encamina a que el paciente acceda al insight, pero éste se considera que es el efecto del trabajo sobre las defensas y sus resistencias a la labor analítica. Con respecto al insight, Weinshel se hace la pregunta de si es un medio para el trabajo analítico o un fin, o ambos. Concluye que, para él, el insight es en sí mismo la muestra inequívoca del éxito psicoanalítico (o.c., p. 33).

Otra afirmación de Gray (1996), ampliamente compartida, es que “toda” la vida psíquica y los conflictos del paciente van a aflorar en el vínculo analítico, siempre que se promueva una verdadera asociación libre y un trabajo con la realidad interna. Algunas escuelas de psicoanálisis han planteado que resulta ingenuo (podría añadirse que también omnipotente) la pretensión de que en el vínculo analista-paciente se pueda reflejar todos los conflictos y defensas de éste último.

Con respecto al trabajo con el sueño, Gray no lo considera como una “vía regia” de acceso al inconsciente. Más bien, trata el relato de los sueños como cualquier otro material aportado por los  pacientes y propone atenderlo como si fueran “síntomas”. Para Gray,  es importante el  momento de la sesión en el que aparece el relato del sueño, a qué material del paciente se encuentra ligado y –en su opinión- habría que explorarlo siempre como defensa o resistencia, exactamente igual que cualquier otro material psíquico. Insiste en que lo que el paciente aporta es “relato” del sueño y habrá que escuchar en dicho relato como en otros del paciente. Para este autor (o.c., p. 154) el sueño es “la repuesta del Yo que frustra un intento del Ello por gratificar un deseo en conflicto”. Weinshel no especifica cuál es su posición al respecto.

Vamos a ver una serie de precisiones sobre la tarea de interpretación del analista donde la psicología del yo se muestra muy crítica tanto con el fundador del psicoanálisis sino también con muchas de las escuelas.

Gray critica el recurso de Freud a la sugestión, también el concepto de “interpretación mutativa” (Strachey) e incluso el tipo de interpretaciones propuestas por Kohut porque todas ellas implican procesos de “internalización”.

Gray, por el contrario, aboga por un proceso que estaría más cercano al “aprendizaje”.Interpretaciones que han de estar fundamentadas sobre todo en la receptividad del Yo para comprenderlas e integrarlas. En otras palabras, no se promueven las denominadas “interpretaciones profundas”. En terminología de Busch (1999) se trataría de situarse en la “superficie de trabajo”.

Gray detalla minuciosamente el permanente recurso de Freud a la sugestión, incluso cuando éste abandonó la hipnosis. El autor critica la actitud “benignamente autoritaria” de algunos analistas que impiden que sea el yo-observador del propio paciente el que capte lo que está sucediendo en la mente del paciente. Considera que el hecho de que sea dicho  con suavidad no anula en efecto autoritario. Aunque Gray (p. 65) puntualiza que

La actitud benignamente autoritaria que juzgo contraria al análisis efectivo de las defensas puede, desde luego, tener una función útil, incluso esencial, en el tratamiento intensivo de muchos pacientes para quienes un análisis consistente de las defensas resultaría abrumador (por ejemplo,  muchos de los pacientes con trastornos narcisistas, estado borderline, algunas neurosis muy graves, la mayoría de los niños y muchos adolescentes).

El autor  considera que la técnica encaminada a hacer al paciente consciente de forma progresiva del poder de su propia mente constituye “un nuevo paradigma de interpretación” (o.c., p.241).

1.4 Objetivos del análisis

De forma consecuente con lo expuesto hasta ahora, el objetivo último del análisis es el desarrollo de la capacidad de auto-observación del paciente. Gray lo denomina de “alianza observadora racional”. No se trata tanto de una reconstrucción histórica de los avatares pulsionales, sino que se trata, más bien, de  investigar qué le llevó al paciente a  elegir determinadas formas de defensa.

No olvidemos que para esta escuela las interpretaciones “genéticas” del material que aparece en la relación analítica han de ser evitadas pues ha de ser el paciente el que sea capaz de tomar conciencia a medida que vence sus resistencias. Las interpretaciones prematuras no harían sino aumentar las resistencias.

Este proceso sólo es accesible para pacientes neuróticos algunas de cuyas fantasías agresivas o libidinales les produzcan angustia. De hecho, Gray distingue entre “psicoanálisis esencial” y “psicoanálisis de amplio espectro”

El déficit en la capacidad de auto-observación de algunos pacientes, Gray (p. 42) no sabe si relacionarlo con lo “cognoscitivo”, o con algún grado de deficiencia del yo, o una combinación de ambas. También apunta la posibilidad de que sea defensivo, o sea, se trate de una defensa frente a lo que se experimenta como impulso escoptofílico

El concepto de estructura es muy abstracto (solipsista) y el autor no concibe cómo tenerlo presente en el trabajo clínico. Por otra parte, dado que es difícil demostrar los cambios y hallar una manera de validarlos, Weinshel (1993, p. 30) propone hablar en términos de “cambio psicoanalítico”. Él denomina “proceso psicoanalítico” a un proceso en el que la detección, exploración y comprensión de las resistencias y de otros obstáculos es el corazón de dicho proceso

1.5 Transferencia y contratransferencia 

Para los autores de la psicología del yo los procesos transferenciales y contratransferenciales revisten una gran importancia para el trabajo analítico pero Gray introduce un par de puntualizaciones

     1. la contratransferencia se debe entender también como la resistencia inconsciente del analista frente a la manifestación plena de impulsos y afectos del paciente

     2. Existen las distorsiones contratransferenciales

Gray da más importancia a la “trasferencia de la defensa” que  a la “trasferencia del ello”. En realidad, el autor combate basarse en lo que “sentimos” como analista y le importa sólo lo que “observamos”; esto se aprecia bien cuando expone sus recomendaciones en la supervisión. De manera que su concepto de trasferencia es muy poco afectivo y muy intelectual (de hecho es lo que muchos analistas le critican)  

Gray no considera, al igual que Brenner, que se pueda empujar al paciente ni animarlo a determinadas actividades, como en el caso de que sufra una fobia

Aunque la transferencia-contratransferencia es fundamental, el autor considera que el vínculo analítico tiene un papel importante en el cambio.

Gray es taxativo a la hora de negar que la contra-transferencia pueda tener  efectos terapéuticos.

2. Estructura psíquica y cambio psíquico: un caso clínico caracterizado por la vivencia de desconsuelo.

Edward M. Weinsheld

2. 1. Una nota sobre el autor y su obra.

Este caso fue publicado originalmente en 1989 y expuesto en un congreso internacional en 1990. El texto sobre el que se basa esta reseña es un capítulo que forma parte del libro que se publicó en el año 1993 como homenaje a R. Wallerstein. Su edición corrió a cargo de tres autores: O. Kernberg, M. Horowitz y E. Weinshel.

En el año de esta publicación,  Weinshel tiene 70 años y una larga trayectoria como psicoanalista, habiendo ocupado cargos de dirección en el hospital Mont Sinaí y en la Asociación Psicoanalítica de Estados Unidos. Sus publicaciones se extienden desde la década de los 70 hasta los 90; en esas fechas, comienza a sufrir Alzheimer y en 2003 se edita un libro con una recopilación de sus artículos más importantes y una cálida dedicatoria de su mujer e hijas. El libro lleva por título “Compromiso y compasión en psicoanálisis”. Weinshel murió en el año 2007.

2.2. Un caso de desconsuelo: la señora D.

La señora D consulta a mediados de su treintena y pide explícitamente análisis. Conoce al analista por un amigo psiquiatra que se había analizado, a su vez, con Weinshel. La paciente confesará -años más tarde- que fue una interpretación de Weinshel que le contó su amigo lo que la empujó a buscarle.

La descripción del analista (Weinshel, 1993, p. 34) sobre el aspecto de la paciente es la siguiente:

“Su apariencia era impactante. Aunque no guapa, según los estándares convencionales, ella exhibía lo que se ha denominado “presencia contundente”. Su ropa era impecable, de estilo informal, pero con un tipo de informalidad que debe haber necesitado mucha planificación. Era alta, delgada (…)”

En las primeras entrevistas cara a cara la paciente afirma que lleva años pensando en analizarse porque han fracasado sus dos breves matrimonios y empiezan a aparecer muchas dificultades en la relación con su actual pareja, Tom, hombre con el que ha vivido los últimos tres años. Ella se siente mal con su hijo de 13 años pero parece incapaz de explicar la naturaleza de sus dificultades. La paciente cuenta que comenzó una carrera profesional como actriz pero la interrumpió súbitamente porque temía cada vez más que el guión previamente aprendido pudiera desaparecer de su mente. Ella hizo un viraje profesional y terminó siendo profesora de ciencias sociales en un instituto, una profesión que la hace sentir razonablemente satisfecha.

La paciente habla de periodos de depresión que son transitorios y de estados en los que no está bien con nadie y sólo desearía quedarse sola para intentar sentirse auténticamente ella. 

El resumen de vida que la paciente hace es vívido pero superficial, según Weinshel. Proviene de una familia de la Costa Este y ella era la pequeña de tres hermanas. Su padre era un médico de reconocido prestigio, atractivo y seductor, que muere de forma inesperada cuando la paciente tiene 14 años (accidente cardiovascular). La madre es descrita como guapa, vanidosa, de familia acaudalada y que sólo se interesa por cuestiones banales. La señora D considera que nunca se ocupó mucho de su marido ni de sus hijas a las cuales dejaba a cargo de cuidadoras. La madre es descrita como alguien muy formal y estricta con el protocolo. La señora D usa a menudo la expresión de que su madre y ella “nunca hablaron” a pesar de que la madre a veces le prometía una prolongada charla entre las dos.

Algo que la señora D describe como terrible era que cuando le parecía que iba a darse una conversación con su madre, ella tenía grandes dificultades para comprender lo que su madre le decía. Dudaba si lo que iba a decir era adecuado o equivocado y justo lo que temía sucedía en muchas ocasiones. De hecho, la madre le decía a su hija que era estúpida, tozuda e incapaz de entender lo que le decían. La paciente dice que estos episodios (que se repitieron entre los 7 y 17 años) le producían un estado de tristeza y “desconexión”. Se encerraba en su habitación y lloraba. Su sensación de  desconsuelo fue también el sentimiento que se repitió en los tres primeros años de análisis.

La paciente tuvo buenas calificaciones en el colegio, tenía amigos y reconocía que había sido mucho más feliz fuera de su casa que con su propia familia. Desde los seis años, la paciente siente una gran inclinación por llegar a ser una gran actriz y a los 7 años participa en una función del colegio. El analista habla de que D parecía tener talento, que se licenció en una universidad femenina con altas calificaciones lo cual le permitía dar clases. D inicia sus primeras relaciones sexuales en el instituto, dice que disfrutaba del sexo pero las relaciones con sus parejas nunca tenían continuidad

D se casa al poco tiempo de terminar los estudios con un exitoso abogado, pero el matrimonio es tormentoso y se separan después del nacimiento del hijo. La señora D tiene entonces poco más de veinte años. Vuelve a casarse. Nuevo divorcio. Ella tiene una relación relativamente buena con su segundo ex marido, pero se queja de la escasa disposición de su primer marido a apoyarla económicamente, tanto a ella como a su hijo. Esta situación la llevó a recurrir a los tribunales para exigir que él cumpliera con sus compromisos Tres años antes del análisis, D inicia una relación con un hombre (Tom) que está separado y tiene tres hijos. Comienzan a vivir juntos sin que D planee casarse de nuevo. Ella dice que se siente feliz y enamorada.

Para D, la muerte de su padre fue un acontecimiento traumático y tiene dificultades para recordarlo con claridad. Su familia mantenía en secreto muchas cosas pero, tras la muerte del padre, ella va enterándose que su padre había despilfarrado el dinero en amantes y en apuestas, más que en inversiones imprudentes –que era lo que sostenía el relato oficial-. La familia apoya a su madre y esto permite que tanto ella como sus hijas puedan mantener su nivel de vida. Cuatro años más tarde del fallecimiento del padre, su madre se casa con un hombre excéntrico, pero rico y soltero, con el que D mantendrá una pelea hasta la muerte de él, que acontece cuando ella tiene 23 años. Su madre se queda en una desahogada posición económica que le permitirá dar a sus hijas considerables sumas de dinero cada año. La paciente se siente humillada por la dependencia del dinero que su madre le da pero, al mismo tiempo, se da cuenta de que codicia este dinero, cómo compite con sus hermanas para ver quién se queda con la suma más alta, así como lo aprensiva que se siente ante la posibilidad de que su madre se vuelva a casar y el nuevo padrastro pudiera disipar su futura herencia, dejándola en el mismo estado en el que la dejó su padre al morir.

Weinshel nos aclara que este material en parte lo presentó la paciente al comienzo del análisis, pero en su mayor parte fue apareciendo a lo largo del tratamiento.

El autor trae una viñeta de los primeros meses del análisis en los que D. habla de una serie de fracasos “ostensiblemente desconectados”: su matrimonio, su deseo de ser actriz, la frialdad que experimenta en la relación con Tom, las dificultades que experimenta en su profesión docente o su incapacidad de mantener un régimen de adelgazamiento muy poco realista. De esta enumeración de decepciones extra-analíticas, la paciente pasa a sus malestares en la situación analítica: su temor a hablar demasiado sobre cosas sin importancia, su sensación de que otros pacientes sean más eficientes e interesantes que ella y su preocupación de que no ser capaz de expresarse con suficiente claridad.

El analista comenta a D que justo en el momento en el que ella habla de los variados fracasos de su vida le aparece su fracaso en la situación analítica. La paciente responde -con ira- que quiere que le explique cómo ha llegado a esta conclusión e insiste en que el analista no la ha comprendido y que su  “juego con las palabras” es confuso e injusto. La paciente añade, con ira creciente, que no va a aceptar dócilmente que el analista le cuele sus ideas. No va a aceptar, prosigue, que se la coloque en una posición donde al final la confusión sea sólo culpa de ella.

El analista confiesa que no se sintió bien después de escuchar todo esto pero consideró que el silencio no iba a facilitar –al menos en este momento- el trabajo analítico. Le dijo entonces a la paciente que no comprendía todas las cosas que estaban pasando y que no tenía claro de dónde había surgido ese malentendido; él sugería que quizás ella estaba decepcionada por lo que él le había dicho y tenía miedo de que ella ya no pudiera depender de él  para ayudarla a comprender lo que pasaba.

La paciente no responde y pasa el resto de la sesión llorando quedamente y en posición fetal. El analista comenta que, aparentemente, ella permanecía ajena a su presencia. Esta sesión trascurre un viernes y la siguiente sesión es el lunes. La paciente permanece en un tenso silencio. El analista sugiere que la tensión y el silencio pueden estar relacionados con la última sesión. Ella responde que no hace falta haber ido a la universidad de medicina para llegar a esa conclusión.

El analista le dice que ella quizás prefiere estar enfadada para así permanecer vigilante y no decir algo que él no podría entender o algo por lo que él la culparía.

Para sorpresa del analista la paciente dice que, efectivamente, ella está muy vigilante, que lo sucedido la última sesión la ha hecho sentir miserable y que, indirectamente, le llevó a tener una discusión con Tom. Ella seguía enfadada a  pesar de que él intentó arreglarlo; no podía hacer las paces porque le parecía imposible y además le daba miedo. La paciente añade que hace tiempo que intenta consolarse a sí misma con pensamientos agradables pero estos se evaporan antes de que puedan tener un efecto en su estado de ánimo.  

Weinsheld concluye que su paciente quiere “ser especial” y que su objetivo es recibir atención por parte de los otros. Según él, la vivencia de estar inconsolable no es sólo un afecto ni el producto de un conflicto; esta vivencia se encuentra en la génesis de la estructura psíquica y -en otras ocasiones- expresa un complejo estado de ánimo o un lamento. El analista lo ve como una “formación de compromiso” en la que no siempre está claro cuáles serían sus componentes. Subraya –y esto parece esencial- que la señora D no siempre disponía de recursos del yo para enfrentar sus estados afectivos negativos.

En el primer año, el trabajo analítico se centra en saber cuáles son los factores o los episodios que desencadenan el que la paciente se sienta inconsolable y este conocimiento hace que disminuyan los episodios (aunque nunca desaparecieron).

Weinsheld pone el foco en lo que fueron las tres grandes promesas que le hicieron cuando era pequeña y que nunca fueron cumplidas: las promesas de su madre de que tendría con ella una larga conversación; las de su tata de que alcanzaría todo lo que se propusiera, si se portaba bien y era un niña limpia; y las de su padre, que suponían que se casaría con ella cuando fuera mayor.

Para el analista, la imposibilidad de que se cumplieran tales promesas fue experimentado como una traumática traición  y, como tal, fue internalizada en el psiquismo de la señora D.

Según el analista, un aspecto muy destacable del trabajo terapéutico fue la importancia que tenían para la paciente las palabras y el discurso. La génesis de esta búsqueda de expresión exacta se remonta a la creencia de la paciente acerca de que encontrar la palabra precisa, la expresión mágica, era lo que le daría acceso a hablar con su madre.

Weinshel remite al trauma y a las experiencias de la “fase anal” esta preocupación por la exactitud. La paciente idealizaba  a las personas capaces de hablar con soltura y utilizando las palabras correctas en todo momento. Ella envidiaba y competía con dichas personas. De hecho, Weinshel subraya que fue el escuchar una interpretación de él  a un antiguo paciente lo que motivo que D le eligiera como analista. La decepción de la paciente cuando el analista no alcanzaba los estándares que ella esperaba explicaría la aparición de angustia y rabia. Weinshel considera que para su paciente las palabras tienen “poder fálico” por su potencial impacto y porque son el vehículo para expresar deseos exhibicionistas. Considera que esta  “sexualización” de las palabras explicaría la inhibición y los sentimientos de humillación y de castigo dirigidos contra sí misma.

2.  3. Material clínico de varias sesiones

Este material corresponde a sesiones que tuvieron lugar en el principio del quinto año. La duración total del análisis fue de siete años. La primera sesión es del mes de julio, tres semanas antes de la interrupción por vacaciones y que es más o menos el mismo tiempo que ha transcurrido desde que la señora D volvió de visitar a su madre. El motivo de esta visita fue la celebración del 70 cumpleaños de la madre y también el acompañarla cuando le hicieran una serie de pruebas médicas. En esta ocasión no se detectó ningún problema pero en el otoño se descubrió un carcinoma que no se había encontrado en el mes de junio y que provocaría la muerte de la madre antes de un año.

La paciente se encuentra angustiada porque se le mezclan sentimientos de preocupación por la salud de la madre con sentimientos relativos a la posibilidad de que muera. La señora D comenta que admira una serie de cosas en su madre, como serían su belleza, su aplomo en situaciones de mucha presión, así como su habilidad para controlar a la familia y la mayoría de las situaciones sociales.

Al mismo tiempo, la paciente reconoce que ella no querría ser como su madre y preferiría ser como su analista, aunque siente que él nunca aprobaría estas aspiraciones. El analista comenta que estos sentimientos de D están relacionados con lo satisfecha que ella se ha sentido por haber sido fuerte en la visita a casa de su madre. Uno de los miedos que D expresa en relación con ser como su madre era el de ser engullida. Recordó un fragmento de sueño en el que su madre tenía garras.

Esta comunicación de la paciente (de que le gustaría ser como su analista) es una complicación para Weinshel ya que su escuela psicoanalítica explícitamente rehúye recurrir a mecanismos comos la identificación o la “incorporación” de alguna representación del analista. Como se ha dicho en la primera parte de esta presentación, Gray (1996) considera tales dinámicas como herederas de la corriente de la sugestión en el psicoanálisis y denomina “parentales” a aquellas técnicas que responden a las necesidades de los pacientes. De hecho, Weinshel no hace ningún comentario al respecto (ni a la paciente, ni como reflexión sobre la comunicación de ella).

En esta sesión, previa al 14 de julio, la paciente habla de que su madre es poco realista y niega a veces la realidad. Este había sido un tema redundante a lo largo del análisis –nos aclara el analista-, auque en esta ocasión la paciente expresaba preocupación hacia que ella tuviera esos mismos rasgos. Cerca del final de la sesión, el analista comenta que la forma en la que ella describe lo que tiene en común con su madre suena como si fuera una “negación por contagio”. No hay ningún comentario por parte de la paciente. Después del largo fin de semana del 14 de julio, la paciente habla como si no se encontrara a gusto y de forma vaga. Comenta que ha hecho un viaje, alude a una gratificante experiencia sexual con Tom. Finalmente, la paciente relata que en las últimas semanas ha estado ocultando algo y es que en la última visita a casa de su madre le quitó dinero. D dice que se sentía nerviosa y muy sola, con sentimiento de vacío, preguntándose qué haría ella si su analista desapareciera.

D. continúa diciendo que tanto su madre como sus hermanas, especialmente Grace, una de ellas, tienen mucho más dinero del que necesitan. Y por eso su madre ni se ha dado cuenta del dinero que le falta. El analista le dice que ella parece estar mucho más preocupada por lo que él podría pensar si le hubiera robado a él mismo.

D dice que él seguro que interpretará que ella racionaliza y que lo que intenta es echarle la culpa a la madre por tener mucho dinero (el analista comenta que la paciente estaba enfadada y que era difícil saber si el enfado que atravesaba la comunicación de la paciente era genuino, más bien defensivo o ambas cosas). Ella prosigue diciendo que se enfadó con su comentario de “listillo” acerca de ser “negadora por contagio”. Ella cree que eso era para lucirse, le parece que es fácil para el analista hablar así, hacer ostentación de un saber al que ella no puede acceder y que la hace sentir inferior.

El analista cree que ella tiene razón pero no le dice nada. Ella prosigue diciendo que se siente como cuando su padre se murió y se pregunta cómo se sentirá cuando su madre muera. Se pregunta también cómo se va a sentir en el mes de vacaciones, cree que mal, y da por supuesto que él se sentirá bien y le pregunta si se va de vacaciones con sus niños.

El analista le dice que ella se siente mal porque él no puede darle a ella lo que comparte con sus hijos; ella asiente y añade que no entiende porqué el no comprende lo injusto que es todo esto para ella, no conseguir lo que él se niega a darle mientras insiste en eso que “en sus libros usted llama la neutralidad”. Y Winshel (p. 48-49) nos comenta que la paciente dice en tono sarcástico: “Mi padre prometió todo y me dio mierda, mi madre no se molestó ni siquiera en prometer y ella !tenía tanto!” (el analista le señala que ella está hablando como  si la madre ya estuviera muerta) la paciente dice que así es porque es indiferente si está viva o muerta y que lo más terrible es que “ni siquiera estoy segura de lo que quiero de ella”.

El analista le comenta que ella parece haber llegado a la conclusión de que sólo robando o de alguna forma clandestina puede obtener lo que espera de los otros. La paciente llora, hay un silencio expectante y W teme que se produzca un ataque. Ella dice que se le vienen dos comentarios inteligentes a la cabeza pero que no los va a decir; continúa afirmando que él se parece más a su padre que a su madre y no por el hecho de que los dos tengan pene. La paciente (Weinshel, p. 49) especifica que “Se supone que tengo que querer uno, sí, aunque no sé porqué estoy haciendo un problema, sé que quiero uno, pero es más fácil pensar que es usted quien está  introduciendo esa idea en mi cabeza”.

El analista le dice que ella está atrapada en una especie de dilema, querría ser capaz de expresar  su rabia y su frustración pero no puede hacerlo porque teme que él la abandone y entonces ella se muestra razonable y buena.

(El analista sin embargo se pregunta si no es más bien él mismo el que se muestra razonable por haberle hecho daño sin querer a su paciente. Ambas líneas pueden ser correctas).La sesión se acaba en este punto aunque ella añade (o.c., p. 49):  

“No lo sé. Me gustaría pensar que he superado ese miedo; de lo que tenía más miedo era del enfado por su intento de impresionarme con su interpretación; siempre me impacta lo inteligente, aunque me dé envidia, me gusta que intente impresionarme es como si estuviera de vacaciones contigo”.

Weinshel le dice que tienen que parar porque es la hora de finalizar la sesión. Piensa que su interpretación ha sido recibida como exhibicionista y fálica aunque él no la pensó como tal. Se siente expectante e intrigado ante la sesión siguiente. La paciente dice al comienzo de dicha sesión que ha tenido un sueño muy “interesante” y que está relacionado con la sesión anterior.

Dice que la parte más dramática del sueño tiene colores muy vivos, rojos, naranjas, verdes y amarillos. Son tan intensos que siente lo mismo que si mirara al sol sin gafas. Ella dice que le recuerda a un cuadro de Matisse y paciente y analista acuerdan denominarlo “el sueño de Matisse” (Weinhel, p. 50)

Ella está en una habitación muy grande, como la del apartamento en el que vive su madre ahora –dice-. El analista está en el armario pero éste parece más grande de lo que es en realidad; no hay puerta entre el dormitorio y el armario pero hay cuerdas con abalorios de colores que son los que tienen tanta intensidad cromática en el sueño. Y la paciente prosigue (Weinshel, p. cit.)

“El armario está lleno de distintas clases de cosas apiladas. La mayoría de estas cosas son perfumes caros, zapatos de mujer, joyas y otros objetos femeninos. Yo no reconozco ningún objeto en particular pero tengo la sensación que son todas cosas de mi madre…Ella realmente tiene montones de cosas valiosas esparcidas por toda la casa. Y usted estaba allí, pero más alto, más delgado y atractivo, pero era usted, realmente era usted.”

“Yo intento entrar en el armario y coger algún objeto de mi madre pero cada vez que intento acercarme al armario los abalorios se convierten en culebras y lagartos. Lo extraño es que no tenía mucho miedo y estaba mirando más a usted que a las serpientes. Su expresión apenas cambió, como si no le importara si entraba en el armario, o no. Era terriblemente frustrante, usted no se movió ni cambió de expresión, yo siento que necesito cada vez más ayuda y cada vez me siento más furiosa de que usted no me ayude. A usted no le interesaba. El sueño no parecía tener fin. Me desperté con un sentimiento de desgaste pero no tenía miedo”  

La señora D dice (Weinshel, p. 51) que nunca ha hablado mucho sobre su  miedo a las serpientes. Nunca ha sido un gran problema pero seguramente eso se debe a que vive en una ciudad.

“Ya sé que se supone que las serpientes tienen que ver con los penes pero no creo que los penes me hayan molestado mucho en mi vida” (el analista aclara que esto es efectivamente así en vida sexual actual). Ella prosigue que ya le ha contado que ella disfruta con el sexo y que él también sabe que Tom tiene un pene muy grande y lo sabe usar muy hábilmente… (pasan dos segundos) la paciente dice que tiene dos pensamientos al mismo tiempo: uno, que tener sexo con él le haría sentir mal, muy incómoda y avergonzada; el otro pensamiento es que el sueño de la noche anterior tiene relación con el que tuvo de adolescente sobre un hombre que entra en su habitación y juega con su pecho.

El analista le dice que quizá el segundo pensamiento canceló algo que para ella era incómodo del primer pensamiento, dado –sigue Weinshel- que el sueño que ella tuvo con 15 años estaba limitado a una actividad sexual “por encima de la cintura”.

(El analista comenta que no se siente bien con su interpretación, a pesar de que puede ser correcta, pues cree que está demasiado focalizada en la resistencia)

La señora D se queda en silencio durante un breve tiempo y después dice (o.c., p. 52):

“no sé porqué pero no confío en usted en este momento, no creo que usted me esté diciendo todo lo que sabe y todo lo que piensa. Sé que no tiene porqué pero me pone nerviosa, como en esas ocasiones en que yo salía con algún  hombre que se comportaba como un caballero, pero que nunca me hacía sentir que deseaba conquistarme; siempre me han gustado los hombres que son más directos sobre el sexo. Me recuerda a la preocupación de mi madre con mi padre, ella creía que él no era de fiar ni siquiera con sus hijas… A él le gustaba el flirteo, era un hombre sexy; y cuando bebía demasiado era difícil adivinar lo que sería capaz de hacer; ya  hemos hablado de esto antes  y creo que una de las cosas en las que usted no ha sido sincero conmigo es que cree que él no se comportó bien conmigo o con mis hermanas. Es algo sobre lo que mi madre y yo hemos hablado y algo sobre lo que también he hablado con mis hermanas; y todas estamos de acuerdo en que “nada” de ese tipo de cosa ha sucedido, entonces ¿porqué sigo estando preocupada?”

(El analista confiesa que en ese punto se sintió en un dilema acerca de las posibles aproximaciones al tema que se podrían hacer. Razonablemente convencido de que una de las cosas que precipitó las asociaciones de la paciente fue la percepción de que él estaba siendo seductor; cree que esto está influido por los propios deseos de la paciente pero también que ella escuchó sus comentarios exactamente así. Esto es lo que hace que de las múltiples intervenciones opte por una  trasferencial-contratrasferencial)

El analista (o.c., p. 52) dice

“Pienso que usted está preocupada porque lo que yo digo y cómo lo digo  podría ser una especie de intento de impresionarla sexualmente y, por lo tanto,  usted lo sentiría como algo demasiado íntimo”.

La paciente no necesita mucho tiempo para responder (p.cit.)

“estoy segura de que esto es correcto, pero no veo todavía claro porqué me debería asustar tanto; los dos sabemos que me quejo mucho más de su distancia que de ponerse demasiado íntimo y tampoco sé porqué disfruto tanto cuando usted dice “negación por contagio”, porqué casi me llega a excitar. Porque en realidad no tiene nada sexy, me recuerda a lo excitada que estaba de pequeña cuando jugaba y lo que le molestaba a mi madre; tiene que ver con hacer algo que no debería, algo malo...”

(Weinhel considera tentador ordenar las cosas que la paciente ha ido diciendo, dado que ella había hablado en otras ocasiones de lo excitada que se sentía cuando jugaba con su padre, pero al mismo tiempo la sesión casi había  terminado y el analista piensa que ella había trabajado ya mucho por lo que decide esperar la siguiente sesión, pero ella continua (p. 53)            

 “Es interesante que las cosas que yo buscaba eran cosas tan femeninas y yo siempre he envidiado cuán femenina me parecía que era mi madre”.      

El analista concluye que estas sesiones son muy importantes pues sirven sobre todo para entrar en material pregenital relativo a la relación con la madre y que permiten que aparezcan sentimientos como la vergüenza y la rabia que hasta el momento habían aparecido de forma muy limitada en el trabajo analítico.

Esta comunicación de Weinshel resulta sorprendente. En la viñeta que él aporta de los primeros meses de análisis ya aparece un comentario desdeñosos de la paciente acerca de que no hace falta ir a la universidad para decirle lo que él le ha dicho. Respecto a la vergüenza, parece difícil no entender los sucesivos reproches de la madre acerca de que D fuera incapaz de entender lo que se le decía; el sentimiento de desconsuelo parece un precipitado de vergüenza y rabia, precisamente. No parece tanto miedo de perder el amor como vergüenza por haberlo deseado y necesitado tanto, rabia por el despecho ante la frustración de este deseo.  

De hecho, el mismo Weinshel afirma al comienzo de su trabajo que el sentimiento de desconsuelo se encuentra tanto en la génesis de la estructura psíquica como -en otras ocasiones- expresa un complejo humor o un lamento. El analista lo ve como una “formación de compromiso” en la que no siempre está claro cuáles serían sus componentes. Subraya –y esto parece esencial- que la señora D no siempre disponía de recursos del yo para enfrentar sus afectos.

Hay que hacer aquí un inciso porque Weinsheld se debe a una escuela y una teoría que hace del yo el garante de la vida emocional y el foco del análisis exige un yo capaz de trabajar en la auto-observación sin que los afectos impidan esta actividad. Se considera, por tanto, que el yo no tiene suficiente madurez aunque el analista evita pronunciarse qué lugar le dio en su técnica a este déficit de recursos.

Varios meses después del sueño de Matisse, la paciente va siendo consciente –nos comunica su analista- de cómo iban creciendo sus sentimientos eróticos y  lo que le angustiaba esto.

Dice que aparecen deseos de ser cuidada, abrazada y su insistencia en ser la favorita, por no decir la única paciente. Ella ve un paralelismo entre estos sentimientos y los que tenía a la edad de 3 o 4 años cuando era extraordinariamente competitiva con sus hermanas y cómo se ponía furiosa contra su madre cuando ésta no le dedicaba toda su atención. Cuando trataban sobre estos recuerdos y sentimientos, la señora D se desvió para considerar que ella había sido muy competitiva con muchas de sus amigas y vergonzosamente ingrata hacia ellas.

Algo importante en este punto es la ausencia de una teoría sobre el narcisismo, de la que carece la psicología del yo. Los deseos de D y parte de su “excitación” parecen surgir del deseo narcisista de que el analista la deslumbre, de construir un excitante juego, como cuando era pequeña. Pero el problema es que en la deseada mirada de admiración se cuela lo sexual. Weinhel nos dice que él no quería exhibirse y posiblemente sea verdad, el punto es que en la experiencia de D la admiración está “sexualizada” y esa experiencia remite a la relación con su padre. Cuando la teoría pulsional se concibe de forma biologicista y no como el efecto de una “implantación” (Laplanche, 1996) de las figuras parentales, lo libidinal se presenta como algo endógeno  y no remitiendo a lo que ha sido experiencia intersubjetiva (pero en la desigualdad originaria adulto-niña).  

De hecho, se puede escuchar la insistencia de la paciente en preguntarse el porqué de que sea para ella tan deseable captar la atención del analista, escuchar sus brillantes palabras y, al mismo tiempo, que experimente tanto miedo. Weinshel (ver cita del propio autor, p. 52) no le dice nada a su paciente, ni tampoco nos apunta alguna respuesta a  sus  lectores. Podría pensarse en lo que Laplanche (1989, 1990) ha denominado la seducción originaria, esa suerte de mensajes con contenidos de índole sexual que las figuras parentales envían a hijos e hijas en la infancia a través de los cuidados, las miradas, las actitudes ante el cuerpo y el sexo infantil; mensajes que resultan indescifrables para niños y niñas pues suponen unas vivencias y un simbolismo sexual del que carecemos hasta el desarrollo sexual. Ahora bien, en el caso de D dichos mensajes traspasan unos ciertos límites. Se podría considerar que un padre seductor (y no sólo con “mensajes enigmáticos”, sino explícitos) es apasionante para una niña pequeña, pero también terriblemente peligroso (Dio Bleichmar, 1994, 1997). ¿Qué no podría hacer un hombre con una niña, e incluso con una adolescente?

Al carecer de una teoría sobre la “seducción” experimentada en la infancia, el autor sólo puede concebir el abuso sexual grave (incesto) como origen de los contenidos sexuales que aparecen en los sueños y en el vínculo transferencial. Sin embargo, como en tantos casos que vemos en nuestras consultas, podemos tener una problemática edípica “perversa” sin que haya actos claramente incestuosos. Las actitudes excesivamente seductoras del padre de la señora D (que incluían, como el propio analista nos relata, la promesa de casarse con ella cuando fuera mayor) podrían ser consideradas con el poder de trastornar los avatares de los deseos narcisistas y sexuales. Podrían dar cuenta de esa convicción que la paciente parece albergar acerca de que determinados hombres (los admirados, siempre en el límite de la trasgresión, como su propio padre) pueden saltarse las barreras (eso los torna fascinantes) pero, al tiempo, si ellos son tan poderosos, ¿quién podría poner límite a ese poder?, ¿acaso el ejercicio del poder no linda con el abuso?    

Weinshel concluye que en el siguiente año la paciente fue capaz de tener un razonable cuadro de sus conflictos, tanto edípicos como preedípicos, así como de su tremenda frustración durante esa época de su vida. Es en esta parte del trabajo en la que se determinó finalizar el análisis.

Según Weinshel, la paciente había alcanzado una razonable capacidad de auto-observación que no requería la participación del analista. Ella se sentía a gusto por una serie de cambios que se habían dado durante el análisis: se sentía más feliz  y había aumentado la confianza en sí misma en su trabajo; la relación con su hijo había mejorado en múltiples aspectos; su vida con Tom era más satisfactoria y pensaba que quizás en el futuro se casarían. Ella y sus hermanas están ahora más unidas y se quieren más. El sentimiento de estar inconsolable no ha desaparecido pero esto no ocupa un lugar importante en su vida. El analista añade que él cree, aunque no tiene certeza, que el cambio de la paciente se extiende a un mayor control y capacidad de modular sus afectos.

Aquí tenemos también una posición de esta corriente que no toma la regulación afectiva como problemática específica a ser trabajada en el análisis. Por supuesto que a Weinshel no se le escapa que la señora D tiene problemas en esta área pero tiene que “creer” que los avances logrados se extiendan a este déficit.  

El analista dice que parte de la capacidad de la paciente para la auto-observación proviene de la identificación con el analista pero también asume que esa parte será internalizada como un proceso psicoanalítico permanente, lo que permitirá a D sostener el proceso sin la presencia del analista.

Este es un guiño a su escuela  ya que en ella se da una cierta polémica en torno a en qué medida los procesos de internalización e identificación son parte de procesos ligados a la sugestión. Gray es, a este respecto, bastante intransigente. De hecho, él distingue entre psicoanálisis “esencial” y “de amplio espectro” (o psicoterapia dinámica) para distinguir entre un análisis (dirigido a conseguir que el paciente aprenda sobre el funcionamiento de su yo) y otras terapias en las que no es posible el “trabajo sistemático de las resistencias”.

Weinshel reconoce que el juego de la trasferencia-contratrasferencia ha sido turbulento tanto para el analista como para la paciente. Respecto a las intensas reacciones contratrasferenciales, él no sabe qué impacto tuvieron en el psiquismo de la paciente cuando dichas reacciones eran inconscientes, pero sí que las trabajó a partir de darse cuenta de las reacciones que provoca en su paciente.

Tengo la impresión de que ese turbulento vínculo al que alude Weinshel, en el que el analista no comete ninguna trasgresión (es decir, se distancia en ese punto de la representación paterna que la paciente ha construido a partir de un padre efectivamente trasgresor) ha debido de tener un efecto terapéutico. Unido al hecho de que, a diferencia de lo experimentado en sus vínculos tempranos (tanto con la figura materna como paterna), Weinshel persiste en dar valoración a la capacidad de D para pensar y hablar, considera su vida importante y no sólo lo que “brilla” sino también aquello por lo que ella se esfuerza. También es cierto, quizás no pueda ser de otra manera, que el vínculo repite esa mirada de admiración que vuelve a recalar sobre los “encantos” de la señora D. En cualquier caso, esta mirada sobre el desarrollo de un análisis corresponde a otra teoría, a otra clínica. 

3. Algunas reflexiones, a modo de cierre

3. 1. Bases filosóficas de la psicología del yo

Puede ser interesante referirnos a una serie de presupuestos que sostienen  -a nuestro entender- el desarrollo teórico y técnico de esta corriente. Explicitarlos quizás pueda servir también para pensar los motivos por los que –en opinión de Cecilio Paniagua (1999)- se haya producido una falta de interés en Europa, sobre todo la Europa meridional, hacia los desarrollos de la psicología del yo; corriente  que, sin embargo, ha tenido hondo arraigo en Estados Unidos. No puede olvidarse que hay una cierta mutualidad en esto ya que -como afirma el propio Busch (2005)- la corriente mayoritaria dentro del psicoanálisis estadounidense también ha permanecido de espaldas a muchos trabajos y autores que sí han contado con una mayor receptividad en otros países.

Se percibe en la psicología del yo una serie de fundamentos filosóficos que se podrían encuadrar en ese iluminismo de la modernidad que aspira a que la linterna del saber llegue a todos los rincones. Es frente a esta ilusión que se alzarán las denominadas filosofías de la sospecha (entre las cuales se encuadra Freud). Pues bien, en el interjuego entre un saber omnisciente y la sospecha, la psicología del yo parece escorarse hacia la primera. Si bien es cierto que autores como Gray, Busch o Paniagua no han dejado de criticar  esa forma de interpretación “semiótica” –la ha llamado Busch- que supone que el analista es capaz de conocer el significado inconsciente de todas las producciones psíquicas del paciente, no es menos cierto que el poder que ellos atribuyen al saber, como toma de conciencia, es muy ilustrativo. Parece ser la solución a todos los males, como una suerte de sueño de la razón pura, que ya sabemos que puede producir monstruos. Muchas de sus expresiones como “investigación científica” (Hartman), o “alianza observadora racional” (Gray) en el trabajo analítico insisten en la misma línea.

El mismo Paniagua (2008) afirma  que “(…) en un buen análisis, las síntesis del paciente resultarán cada vez menos patológicas y su comprensión del funcionamiento mental se aproximará gradualmente a la objetividad”.

El poder que se otorga al conocimiento y la conciencia nos parece desmesurado; poder para controlar y, casi nos atreveríamos a decir, poder para dominar. 

En un autor como Gray (o.c., p. 70) esto se aprecia cuando afirma que el psicoanálisis es un procedimiento “(…) dedicado principalmente a lograr el control voluntario sobre los impulsos instintuales previamente obliterados”. Y concluye que (p. 103) “(…) donde estuvo el yo inconsciente devendrá también el yo consciente”.

De manera que parece que podemos, y debemos, aspirar a desterrar lo irracional, lo pulsional, pero ¿es ello posible?     

Una tradición más crítica con los principios de lo que se ha denominado “modernidad” no ha dejado de alertarnos de que no existe nada (tampoco la ciencia) que escape a un cierto conflicto, que nada es unilateral. ¿Cómo pensar que la investigación científica es buena “en sí” cuando sabemos que lo mismo ha producido la bomba atómica que ha permitido y permite salvar vidas humanas con  las vacunas o los trasplantes de órganos? También sabemos que cualquier saber implica una constricción, una limitación, que toda mirada sobre lo que somos muestra y al mismo tiempo, vela; ¿se puede creer que la teoría psicoanalítica está por fuera de estos mecanismos propios del proceso de conocimiento?

No se puede ignorar que todas las concepciones del cambio psíquico se sostienen en creencias y modelos acerca de qué es lo humano, qué es lo social, o qué significado se otorga a la diferencia entre los sexos, y que dichos modelos son presentados como objetivos. Aquí nos referimos a la psicología del yo pero lo mismo podría decirse de teorías-creencias de las distintas escuelas psicoanalíticas.

El otro punto “ciego” de la psicología del yo es que trata las instancias psíquicas de una forma casi “naturalista”, como existentes materiales y no representaciones de fenómenos que interpretamos también en un determinado contexto histórico. ¿O se puede creer realmente que lo que hoy denominamos “yo” es transhistórico y transcultural”?

Desconocer el contexto histórico tanto del psicoanálisis como de su creador, Sigmund Freud, lleva a Gray (p.73) a afirmar:

“(…)podemos decir que la capacidad yoica de Freud para algunas percepciones nuevas dio lugar a una “mutación metabiológica” (concepto que toma del libro de Salk, la supervivencia del más sabio) que aceleró el cambio evolutivo del hombre en aspectos que, para bien o para mal, ha trascendido los cambios producidos durante el curso de las mutaciones biológicas”. 

Para terminar esta digresión, la visión de lo consciente cual súper-poder que todo lo maneja no sólo nos parece “intelectualista” (que es una crítica que ha recibido frecuentemente esta corriente) sino que nos propone un modelo binario consciente-inconsciente, razón-afecto que hunde sus raíces en una filosofía muy criticada ya y que ha sido cuestionada por los propios avances científicos de las neurociencias. En las mencionadas dicotomías se encierra también una propuesta de ordenación jerárquica,  que se nos antoja mera reproducción de una ideología sobre lo humano que concibe al “Hombre” con mayúsculas, desconoce la diversidad, piensa la identidad como unidad o unitaria y tiende a ignorar los efectos negativos o restrictivos que toda teoría encierra. En otras palabras, cuestiones todas ellas sobre las que la denominada pos-modernidad lleva algunas décadas insistiendo y que no se pueden ser ignoradas, aunque no siempre las respuestas que vayamos articulando vayan a ser las mismas.

Hasta este momento se ha obviado en los comentarios y críticas sobre los fundamentos de la psicología del yo, aquellos referidos a las posiciones  teóricas de muchos de sus autores sobre el tema del género. No es que los considere carentes de importancia, sino que quizás acuse un cierto hastío ante la repetición de enunciados androcénticos y que avalan la superioridad de lo masculino de forma naturalista.

Así, denominar “fálica” a la agresividad cuando esta agresividad la expresa una mujer o hacer una descripción de una paciente donde se mezclan los logros académicos con el número de ligues (como Weinshel hace con su paciente D), me lleva a considerar que tenemos enfrente una teoría (psicoanalítica) que no ha hecho crítica de lo que Graciela Abelin (2010) denomina las “meta-teorías del  psicoanalista acerca de la diferencia sexual y lo femenino”.

Para finalizar esta presentación, me gustaría subrayar un rasgo de identidad de la escuela de la “psicología del yo”, que considero muy positivo. Me refiero a su énfasis en el análisis de la defensa y en que las comunicaciones del analista sean en “la superficie”, esto es, cercanas a lo que la paciente puede escuchar; teniendo en cuenta que este “poder escuchar” se refiere tanto al nivel de conciencia que tenga la paciente sobre lo que le está sucediendo, como  a que exista un clima afectivo favorable, esto es, que las intervenciones no se produzcan cuando haya una alta intensidad emocional. 

La “psicología del yo” ha criticado el famoso concepto de Strachey de la “interpretación mutativa” y coincido que es ésta una concepción que ha hecho daño al psicoanálisis y siempre amenaza con convertirnos en una máquina de interpretar con la creencia (mágica y omnipotente) de que esto es el motor del cambio psíquico en nuestros pacientes. Si hemos subrayado el excesivo poder que algunos teóricos han otorgado a la toma de conciencia, no es menos cierto que convendría repasar el poder mágico que podemos atribuir a la interpretación “profunda” sobre el material que aportan nuestra-os pacientes.

A este respecto, parece digno de mención lo que apunta un autor, Busch (2005b), que también se encuadra en la psicología del yo. Es cierto que él se siente deudor de otros aportes (se declara “freudiano contemporáneo, consciente contratransferencialmente, psicólogo del self, con intereses relacionales, de inspiración kleiniana, psicólogo del yo”). Pues bien, Busch plantea que los analistas que se inspiran en corrientes más centradas en los efectos de lo traumático suelen “fugarse” para no trabajar el aspecto conflictivo que siempre trae aparejado cualquier trauma. Aunque tendríamos que discutir los tiempos y las formas de intervención, la opinión de Busch (2005 b) es que  “(…) buscar la causa de un sentimiento antes de explorar el conflicto del paciente en torno a apropiarse del mismo será, con frecuencia, infructuoso”.

Creo que este tipo de señalamiento merecería un lugar en nuestra escucha y en nuestras intervenciones con nuestros pacientes.

Bibliografía

Abelin, G. (2010) “Las metateorías del psicoanalista acerca de la diferencia sexual y lo femenino”. Aperturas Psicoanalíticas, www, aperturas.org. N 34

Busch, F. (2005ª) “Contar historias”     Aperturas Psicoanalíticas, www, aperturas.org. nº 19

(2005b) “Teoría del conflicto / Teoría del trauma”.   Aperturas Psicoanalíticas, www, aperturas.org. N 20

Dio Bleichmar, E. (1994) “La femme provocatrice: Une thêorie sexuelle infantile (Les effects du regard sexuel de l’adulte sur la subjectivité de la petite fille” en Colloque International de Psychanalyse, Paris, P. U. F (131-43).

___ (1997) La sexualidad femenina, de la niña a la mujer. Barcelona, Paidós Ibérica.

Gray, P. ( 1996) El yo y el análisis de la defensa. Ed. Biblioteca Nueva,

Laplanche, J. (1989) Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria. Buenos Aires, Amorrortu Editores. [1987: Nouveaux fondements pour la psychanalyse. La séduction originaire. Paris, Presses Universitaires de France]

___ (1996) “Implantación, intromisión”, en Laplanche, J.: La prioridad del otro en psicoanálisis. Buenos Aires, Amorrortu Editores (103-6).

Paniagua, C. (1999) Reseña: “Rethinking clinical technique”, F. Busch. Aperturas Psicoanalíticas, www, aperturas.org. N. 3.

___ (2004) “Consecuencias técnicas de los modelos topográfico y estructural”. Aperturas Psicoanalíticas, www, aperturas.org. N. 16

___ (2008) “Abordajes técnicos al análisis del ello”. Aperturas Psicoanalíticas, www, aperturas.org nº 30.

Weinshel, E. M., (1993) “Psychic Structure and psychic change: a case of inconsolability”, Psychic Structure and psychic change, ed. Horowitz, M., Kernberg, O., Weinshel, E. International Universities Press, Inc, Connecticut.