aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 042 2012

Los sueños y la teoría de la mentalización. Algunas reflexiones acerca de la obra de Peter Fonagy

Autor: Lanza Castelli, Gustavo

Palabras clave

sueños, Contenido manifiesto, mentalización, trauma, simbolización, Fonagy.


El constructo mentalización se refiere a una serie variada de operaciones psicológicas que tienen como elemento común focalizar en los estados mentales. Estas operaciones incluyen una serie de capacidades representacionales y de habilidades inferenciales, las cuales forman un mecanismo interpretativo especializado, dedicado a la tarea de explicar y predecir el comportamiento propio y ajeno mediante el expediente de inferir y atribuir al sujeto de la acción determinados estados mentales intencionales que den cuenta de su conducta (Gergely, 2003). Por esta razón, no toda actividad mental puede considerarse como mentalizadora, sino sólo aquélla que se refiere a dichos estados.

En esta actividad se pone en juego una captación de nosotros mismos y de los demás como poseedores de una mente, para lo cual se requiere contar con un sistema simbólico representacional para los estados mentales.

Este constructo fue propuesto hace aproximadamente veinte años, por Peter Fonagy y colaboradores, para dar cuenta de los aspectos centrales de la patología borderline y para diseñar un abordaje terapéutico eficaz (la terapia basada en la mentalización) a los efectos de trabajar con estos pacientes (Fonagy, 1991; Bateman, Fonagy, 2004, 2006).

Posteriormente, el ámbito de aplicación del mismo se fue ampliando hasta considerárselo el factor común a los más diversos enfoques psicoterapéuticos (Allen, Fonagy, Bateman, 2008).

En el plano teórico también tuvieron lugar variaciones en la forma de entender este constructo, de modo tal que podríamos diferenciar tres momentos importantes en la conceptualización del mismo: el primero de ellos queda expresado en el Manual de 1998 (Fonagy et al., 1998) que retoma y amplía la teoría de Main (1991) sobre el monitoreo metacognitivo.

El segundo momento se encuentra en los libros de Fonagy et al. de 2002 y de Bateman y Fonagy de 2004, en los que la mentalización es considerada como parte de la Función Interpretativa Interpersonal (que incluye también el control atencional y la regulación de los afectos). En estos textos la FII es considerada el producto de un sistema neural dominante, implicado en el procesamiento de todas las experiencias nuevas. Se la caracteriza como idéntica al modelo básico del pensamiento de Bion.

Finalmente, a partir de 2009, tomando en cuenta los avances en las neurociencias, como así también los resultados de las investigaciones sobre el desarrollo social y cognitivo, junto a la experiencia clínica acumulada, Peter Fonagy y colaboradores proponen trazar un cuadro diferenciado de la Mentalización basado en cuatro polaridades, que deben estar balanceadas adecuadamente en cada situación para que el mentalizar funcione eficazmente (Fonagy, Luyten, 2009; Fonagy, Luyten, 2010; Fonagy, Bateman, 2012).

Conceptualizan así a la Mentalización como un constructo multidimensional, cuyas dimensiones o componentes dependen de distintos sistemas neuronales.

Este constructo incluye cuatro polaridades: Procesos automáticos y controlados; cognitivos y afectivos; basados en lo externo o en lo interno; focalizados en sí mismo o en los demás.

En lo que hace al primer polo de esta última polaridad, cabe decir que la percepción del propio funcionamiento mental (self reflexivo) requiere una actitud autoinquisitiva, que implica una genuina curiosidad acerca de los propios pensamientos y sentimientos. También conlleva un escepticismo realista, esto es, el reconocimiento de que los propios sentimientos pueden ser confusos y que no siempre es posible tener claridad sobre lo que uno piensa o siente (Bateman, Fonagy, 2006).

Esta percepción incluye una serie variada de procesos, entre otros el monitoreo y registro de los propios estados mentales, que tienen lugar según grados diversos de complejidad (desde un pensamiento, hasta un conjunto estratificado y complejo de sentimientos, pasando por la secuencia de diversos estados mentales y de las razones interpersonales que los activan, el modo en que trabaja la propia mente, etc.).

De igual forma, la percepción del propio funcionamiento mental supone también la aprehensión de que los sentimientos concernientes a una situación pueden no estar relacionados con los aspectos observables de la misma, sino que pueden provenir de otras fuentes. Asimismo, implica la detección de la presencia de conflictos entre ideas y sentimientos incompatibles, así como el registro de la acción de defensas en el interior de uno mismo, etc. (Bateman, Fonagy, 2006; Allen, Fonagy, Bateman, 2008).

En este polo cabe incluir también las denominadas actividades metacognitivas (Main, 1991), que toman como objeto a los propios procesos y contenidos mentales, permitiendo con ello una distancia psicológica respecto de los mismos y propiciando el discernimiento de la diferencia entre el pensamiento y la realidad efectiva (discernimiento que implica la posibilidad de relativizar el propio punto de vista y considerar puntos de vista alternativos). La posición metacognitiva favorece la comprensión del funcionamiento de la propia mente, la reevaluación de los automatismos interpretativos y atribucionales que recaen sobre el otro y sobre el propio self, y la regulación emocional (Allen, Fonagy, Bateman, 2008).

Si caracterizo sólo este polo de la polaridad mencionada en último término es porque -al decir de Fonagy- es él el que se encuentra presente en el transcurso del soñar.

Los sueños desde el punto de vista de la teoría de la mentalización:

Cabe decir que en la vasta obra de Peter Fonagy encontramos pocos trabajos que tengan relación con el tema de los sueños. Uno de ellos consiste en la introducción (en colaboración con Marianne Leuzinger-Bohleber) al libro editado por él y otros colegas sobre este asunto (Fonagy, Kächele, Leuzinger-Bohleber, Taylor, 2012) y otro en la discusión de dos trabajos que figuran en los capítulos siete y ocho del citado libro.

Pero es sólo en un trabajo anterior en donde lleva a cabo una conceptualización de los sueños desde el punto de vista de la teoría de la mentalización, de un modo pormenorizado e ilustrado clínicamente (Fonagy, 2000).

Dada la importancia teórica y clínica del fenómeno onírico (Greenson, 1993), resulta del mayor interés tomar conocimiento de cómo lo enfoca este autor, desde el punto de vista del mentalizar.

Por lo demás, un análisis detenido de su enfoque, me permitirá realizar algunas consideraciones en relación a ciertos aspectos de la teoría de la mentalización, sobre los cuales considero que vale la pena reflexionar.

En lo que sigue reseño parte del trabajo del año 2000 al que he hecho referencia, tras lo cual llevo a cabo las reflexiones mencionadas. La cita que realizo de este trabajo posee considerable extensión, pero considero que es la única forma en que resalte con claridad su enfoque, de modo tal que sea posible entenderlo cabalmente, como así también evaluar los comentarios que realizaré con posterioridad en relación el mismo.

Comienzo transcribiendo de modo textual partes del comienzo de dicho trabajo:  

“Mi tesis en este escrito es que los  sueños son residuos de una capacidad primitiva para reflexionar acerca de los estados mentales, en la que los pensamientos, ideas y sentimientos, el estado de cosas de la mente en determinado momento son representados en imágenes concretas, más que en ideas en tanto ideas. Estoy sugiriendo que los sueños tal vez son residuos de un proceso primitivo e infantil de auto-reflexión, que antecede en el desarrollo a la plena autoconciencia. La narración del sueño es una descripción de la constelación intrapsíquica que la mente primitiva registra, en el modo más adaptativo posible, dentro de sus limitadas capacidades (…) algunos sueños son intentos honestos de parte del paciente para adaptarse a la situación analítica, en la que la reflexión es la demanda primordial. Como parte del aspecto “sano” de la transferencia, o de lo que tradicionalmente se denomina alianza terapéutica, los pacientes producen, y entonces observan, sus sueños, en los que representan tan efectivamente como son capaces el estado de cosas que experimentan como actualmente pertenecientes a su mente. Creo que esto es válido para todos nosotros en análisis. Sin embargo, en este nivel hay una diferencia crítica entre los pacientes que son capaces de un funcionamiento reflexivo, como los pacientes neuróticos tradicionales, y pacientes en los que esta capacidad está parcial o completamente ausente.

Con el paciente neurótico, los sueños prontamente devienen un aspecto del despliegue de su narrativa. Cuando la capacidad reflexiva es accesible al soñante podemos anticipar que aún si el sueño mismo es rudimentario en términos del grado de mentalización puesto en juego, a través de la elaboración secundaria el soñante agregará significado a la acción del protagonista y entonces la secuencia del sueño será imposible de diferenciar, en esencia, de las fantasías diurnas.

(…) La situación es muy distinta para los pacientes cuya capacidad reflexiva se encuentra comprometida. Sus sueños tienden a estar mucho más cerca de la primitiva raíz reflexiva y no se benefician de la elaboración secundaria mentalizadora.

Los pacientes con desórdenes de la personalidad severos no tienen un acceso confiable a una representación precisa de su propia experiencia mental, de su mundo representacional (…) Diversos autores han notado que los sueños de los pacientes borderline se caracterizan por una serie de diferencias cualitativamente importantes. La frecuente representación de objetos no humanos, no intencionales. La figuración de animales (por ej. reptiles, invertebrados como gusanos, etc.) a los que tendríamos dificultades en atribuirles estados mentales, lo bizarro de sus sueños, todo esto apunta a la ausencia de una elaboración mentalizadora, como consecuencia de un fallo parcial de la simbolización.

Sin embargo, estos sueños deben ser considerados como reflexiones, si bien de una categoría primitiva. El paciente intenta representar la experiencia de sus pensamientos y sentimientos, aún si no es capaz de enriquecer elaborativamente esta reflexión. De hecho, en ausencia de una reflexión genuina como parte del discurso en análisis, los sueños pueden ser la única vía, en sentido clínico, a través de la cual el analista puede ganar acceso al mundo interior del paciente (…) En el trabajo clínico con este tipo de pacientes el enfoque que estoy proponiendo tiene varias implicaciones críticas.

Primero y más importante: el paciente, al proveer al analista con su sueño, no está transmitiendo un impulso inaceptable repudiado. Si tuviese los recursos mentales para rechazar impulsos, reprimirlos y re-presentarlos en una forma desfigurada, su patología sería mucho menos severa (…) Un segundo punto, relacionado con éste, es que el relato del sueño por parte del paciente se encuentra muy próximo a ser su mejor intento de una autorreflexión. Si su capacidad reflexiva se halla disminuida por el conflicto habitualmente enraizado en múltiples y severos traumas, todo lo que puede ser accesible para él es esta capacidad reflexiva infantil. Es por esta razón que digo que el sueño consiste en un “honesto intento de reflexión”. Es parte del intento del paciente por colaborar con su comprensión del objetivo analítico y debe ser siempre interpretado de esa manera.

Un tercer punto -en parte discutible- es que los sueños de tales pacientes a menudo existen principalmente en el “nivel manifiesto”. Con los pacientes neuróticos estamos forzados a “excavar en las profundidades”, a “encontrar el verdadero sentido” detrás de la imaginería visual de los pacientes. Con los pacientes borderline los elementos del sueño se encuentran frecuentemente mucho más cerca de la superficie y son mucho más simples en estructura, representando aspectos de la mente del paciente (pensamientos, sentimientos, ideas) en formas que para los individuos neuróticos no sería necesaria interpretación onírica alguna a los efectos de poder acceder a ellos. De hecho, pueden -y lo hacen- alcanzarlos automáticamente y con mucha verosimilitud, sin la ayuda analítica.

Cuarto: como consecuencia de la ausencia de una elaboración secundaria, los sueños de los pacientes tienden a estar más cerca de su experiencia subjetiva y a poseer intensa valencia emocional. Los pacientes borderline son mucho más propensos a experimentar tanto un intenso placer, como una intensa ansiedad, asociadas con la experiencia de soñar. Esto se entiende fácilmente en virtud de la naturaleza primitiva del proceso reflexivo que reemerge como parte de la actividad mental nocturna” [negritas y cursivas agregadas].

Fonagy prosigue su trabajo con un ejemplo, el paciente S, de 27 años, borderline violento que tenía ataques de furia en sesión, había tenido accesos psicóticos pasajeros y experimentaba una intensa ansiedad y una profunda depresión.

Había sido severamente maltratado de chico por un padre alcohólico.

A los dos meses de análisis llevó su primer sueño.

El sueño era acerca de un escritorio con muchos cajones. Tardaba un largo rato para encontrar la llave. Sabía que los cajones deberían estar llenos, pero cuando los abría uno por uno, estaban todos vacíos.

Lo nuclear de la interpretación de Fonagy consiste en lo siguiente:

“Mr. S estaba representando su desesperación respecto del vacío que experimentaba en su mente. Sentía que los cajones deberían haber estado llenos. Sentía presión de mi parte para traer ideas, representada en la presión de la gente emergiendo de la estación [fragmento de la sesión no incluido aquí]. Pero era incapaz de encontrarlas, de hacerlas salir de su mente. Le faltaba la llave para la comprensión. El paciente estaba impresionado con todas las ideas que yo le ofrecía, pero impresionado meramente por el número o por su apariencia, no por su contenido. Mis afirmaciones le sonaban vacías. Yo me refería a sentimientos y pensamientos que eran contenedores vacíos que hacía tiempo habían perdido sus contenidos. Él estaba consciente que era él quien había encerrado sus ideas, pero estaba todavía más agudamente consciente de mi incompetencia para encontrarlas”

A la sesión siguiente -que había sido precedida por una ausencia de Fonagy-  el paciente llevó el siguiente sueño:  

Estaba en una galería de arte. Pensó de un modo vago en que yo estaba también ahí.

Lo llamativo para él acerca del sueño era que la gente que él conocía estaba colgando como fotografías exhibidas.

Lo central de la interpretación de Fonagy consiste en que le dice al paciente que sus representaciones mentales de los demás eran como fotos incapaces de reaccionar, y que esto, aunque perturbaba al paciente, no podía ser de otra forma, ya que se aterrorizaba cuando su analista actuaba de una forma que no esperaba [refiriéndose a la ausencia mencionada, en la que el paciente temió que Fonagy pudiera morir]. “Ese sueño fue útil para mostrar lo árido de la representación que el paciente tenía de la gente, su bidimensionalidad y su carácter inmodificable”.

Según Fonagy, los dos últimos sueños que va a referir (sobre los cuales me detendré con cierto detalle) ilustran el progreso que puede lograrse aún con alguien tan severamente perturbado como Mr. S En el curso del análisis, el paciente redescubrió el impacto traumático que tuvo para él el intento de suicidio de su madre, como así también el impacto devastador del abuso físico que le infligió su padre.

En una sesión Mr. S habló de sus padres que lo miraban desde el pasado y relacionó esto con una imagen de dos pares de ojos rojos observándolo en la oscuridad como perros. Al final de esa sesión Fonagy le pidió un par de pequeños cambios en los horarios de las sesiones a tener lugar dos semanas después.

Si bien el paciente aparentemente accedió a este pedido, en la sesión siguiente rehusó acostarse en el diván. Su descontento apareció prontamente a través de quejas acerca de gente que vivía en la negación, prefiriendo no saber. Por el contrario, él era incapaz de vivir en la mala fe. La gente miraba al costado y vivía en una mentira.

Mr. S le dijo a Fonagy que iba a poner un diván para un amigo que iba a llegar para quedarse un par de semanas. Fonagy le respondió: “Parece que usted no sabe cuánta fe puede tener en mí. De momento parece más seguro construir su propio diván, más que confiar en mí sostén”

Fonagy agrega que tras un breve silencio, el paciente recordó dos fragmentos oníricos:

Uno era acerca de un león que, para su sorpresa, tenía en su casa.

El otro, más perturbador, era acerca de un hombre que era aparentemente ejecutado por alguien que había sacado dos balas rojas de su bolsillo, como si fuera a darle cambio a alguien. Y las había clavado en la cabeza del otro.

No pudo mirar, pero supo sin embargo que esto habría matado al hombre.

Fonagy prosigue diciendo que el paciente comentó que quien hacía la ejecución le recordó a su padre; asimismo, el león le recordaba a un león de juguete que había tenido en su infancia y al que había sometido a un “terrible abuso”. Recordaba que la melena del león había desaparecido completamente. Fonagy le dijo al paciente que éste deseaba que él supiera que los cambios que su analista llamaba pequeños, eran vividos por aquél como devastadores, y que si Fonagy, como el león, sufría un terrible abuso, entendería entonces cómo se sentía (Mr. S), lo que le ayudaría a lidiar con su sentimiento de no ser importante. El paciente estuvo de acuerdo con lo que dijo su analista, pero continuó con la mirada fija en los pies del diván. Fonagy percibía la vergüenza y la rabia del paciente. Mr. S dijo que el león había sido un regalo de su padre, que sus ojos eran rojos, pero faltaban en su sueño.

En relación a los ojos rojos mencionados en la sesión anterior, Fonagy preguntó si el paciente sentía que uno de los dos sería asesinado si era forzado a ver las cosas desde el punto de vista del otro. El paciente miró a Fonagy por primera vez en la sesión, y se notaba que estaba llorando.

A través de sus lágrimas relató que su padre, al volver después de haber estado afuera, vio que el león que le había regalado estaba sucio y dañado, por lo que lo golpeó severamente (Mr S. tenía 6 años de edad). Mr. S recordó los gritos de su padre “Golpearé algún sentido dentro de tu cabeza. Ahora puedes ver cómo se siente”

A esto, Fonagy dijo: “Pienso que le aterroriza que yo clave mis locas ideas en su interior. Si usted trata de ver las cosas desde mi punto de vista, se volverá loco” El paciente se incorporó súbitamente y se acostó en el diván. Hubo un silencio, pero también una mutua experiencia de comunicación. El paciente dijo que no imaginaba que ir a análisis podría hacerlo sentir feliz. Pero sí sentía que tenía más espacio.

Comentarios al enfoque de Fonagy

En este interesante escrito encontramos varias líneas para trabajar: la historia y la patología del paciente, sus cambios a través del trabajo analítico, la modalidad de trabajo de Fonagy, sus interpretaciones, el modo en que jerarquiza la transferencia, etc.

Pero dado que el objetivo de este trabajo es reflexionar sobre el modo de entender los sueños desde el punto de vista de la teoría de la mentalización, me ceñiré exclusivamente a este tema, tomando en cuenta distintos aspectos del enfoque de Fonagy y del material clínico con el que ilustra sus afirmaciones.

En primer término, cabe señalar que cuando Fonagy dice que los sueños de los pacientes borderline existen principalmente en el nivel manifiesto y son más simples en estructura que los de los pacientes neuróticos, podríamos pensar que ello se debe a la ausencia de un trabajo de elaboración onírica (trabajo del sueño), que es el que determina la diferenciación entre lo manifiesto y lo latente (Freud, 1900).

Pero en relación a los sueños que vemos en la neurosis Fonagy sólo habla del incremento en ellos de la elaboración secundaria, sin hacer referencia a los otros procesos que forman parte del trabajo del sueño: desplazamiento, condensación, miramiento por la figurabilidad, que son los que más directa relación tienen con el trabajo del sistema Inconsciente, mientras que la elaboración secundaria posee relación con el Preconsciente.

En efecto, de ella dice Freud: “Esta función psíquica que emprende la llamada elaboración secundaria del contenido onírico parece idéntica al pensamiento de vigilia (…) preconsciente” (1900, p. 495). Busca configurar, con el material de los pensamientos oníricos, algo semejante a un sueño diurno. “Resultado de su empeño es que el sueño pierde su aspecto de absurdo y de incoherencia y se aproxima al modelo de una vivencia inteligible” (Ibid, p. 487).

La elaboración secundaria busca construirle al sueño una fachada inteligible y constituye una primera interpretación de los pensamientos oníricos. “No es, por tanto, otra instancia psíquica, sino nuestro pensamiento normal el que aborda el contenido onírico con la exigencia de que sea inteligible, lo somete a una primera interpretación y por esa vía origina el total malentendido del mismo” [cursivas agregadas] (Ibid, p. 496).

Es llamativo que Fonagy ponga el acento, al diferenciar los sueños de los neuróticos de aquellos de los pacientes borderline, en el hecho de que en los primeros actúa una elaboración secundaria que “agregará significación a la acción del protagonista”. En cuanto a los segundos dice que “…no se benefician de la elaboración secundaria mentalizadora” [cursivas agregadas].

La equiparación entre elaboración secundaria y mentalización tiene sentido en tanto ambas son funciones preconscientes, que llevan a cabo una interpretación. La diferencia estriba, sin embargo, en que la primera origina “el total malentendido” del contenido onírico, siendo que la mentalización lograda ayuda al paciente a conectarse con sus deseos, creencias, emociones, etc. de una manera lo más adecuada posible. Estos deseos, creencias y emociones están representados en los pensamientos oníricos, algunos de los cuales se abren paso hasta el contenido manifiesto, por lo que si son malentendidos por la elaboración secundaria que les crea una fachada lógica y coherente, a expensas de la adecuada aprehensión de los mismos, el resultado que obtengamos será lo opuesto de la mentalización.

A partir de estas y de otras citas del trabajo de Fonagy en que aparece mencionada la elaboración secundaria, parecería que por momentos este autor confunde dicha elaboración con el trabajo del sueño.

Por otro lado, no deja de tener su importancia que ponga el acento sólo en este aspecto preconsciente del trabajo del sueño, desconsiderando los procesos que pertenecen al sistema Inconsciente (desplazamiento, condensación), con lo cual mantiene su análisis en un plano más superficial.

Continuando con estas reflexiones acerca del trabajo de Fonagy, podemos reparar en su tesis principal, según la cual el núcleo de todo sueño consiste en la representación de la “constelación intrapsíquica” del soñante.

Cabe señalar que ya otros autores postularon una idea similar. Por ejemplo Ronald Fairbain (1944), se expresa de la siguiente manera: “Hace muchos años tuve oportunidad de analizar a una mujer muy poco común, quien, retrospectivamente, reconozco como una personalidad esquizoide y que era una soñadora de lo más fecunda. Entre sus sueños, muchos desafiaron todos los esfuerzos tendientes a hacerlos estar de acuerdo con la teoría de la “realización de deseos”, y ella misma los describió espontáneamente como sueños de “estado de cosas”, intentando significar con ello que representaban realmente situaciones endopsíquicas presentes (…) los sueños no son realizaciones de deseos, sino esencialmente shorts (en la acepción cinematográfica) de situaciones existentes en la realidad interior” (p. 105).

También en la obra de Freud encontramos referencias en igual sentido. En su estudio sobre Gradiva, analizando el sueño del protagonista en el que éste ve a Gradiva cubierta por una lluvia de cenizas, la cual “…sepultó toda la figura bajo un manto uniforme, como una tormenta de nieve en el invierno nórdico” (Jensen, 1903, p. 54), Freud dice: “Si alguna vez [Norberto Hanold], como tan fácil le resultaba, había comparado su propia infancia con el pasado clásico, el entierro de Pompeya, ese desaparecer con conservación del pasado, le proporcionaba una certera semejanza con la represión, de la que él, por así decir, tenía noticia por una percepción “endopsíquica”. En esto trabaja en él un simbolismo idéntico al que el poeta pone en boca de la muchacha al avanzar el relato” [cursivas en el original] (Freud, 1907, p. 43). “En las pláticas con Hanold, el doble sentido se establece las más de las veces por el hecho de que Zoe se vale del simbolismo al que, según hallamos, obedecía el primer sueño de Hanold: la equiparación entre entierro y represión, entre Pompeya e infancia” (Ibid, p. 70).

En otros pasajes de su estudio, Freud reitera esta aseveración: la represión de los recuerdos infantiles queda simbolizada en el sueño mediante la imagen del enterramiento de Pompeya.

Vemos entonces que esta idea, consistente en que el sueño puede representar el propio funcionamiento mental de manera simbólica, no era ajena a los planteos freudianos.

De todos modos, la diferencia está en que en la propuesta de Fonagy esta capacidad simbolizante es postulada como núcleo del sueño, de todo sueño. En los desarrollos de Freud esta simbolización que he mencionado y que relaciona con la capacidad de autoobservación es, en todo caso, un aspecto más en un conjunto de otros, pero no el nuclear. De ella no se postula -como sí hace Fonagy- que ha de encontrársela presente en todos los sueños.

Ahora bien, si comparamos la tesis de Fonagy con el contenido de los dos últimos sueños, vemos que el primer fragmento onírico no consiste en una representación de la constelación intrapsíquica del soñante, sino en la representación de un elemento (el león) perteneciente a una escena efectivamente ocurrida en la infancia del paciente.

Este tercer sueño (o fragmento onírico), a diferencia de los dos primeros, parece construido a la manera del sueño de un neurótico, ya que vemos en él los resultados de la actividad del trabajo del sueño (Freud, 1900). En este fragmento onírico se ha abierto paso hasta el contenido manifiesto sólo uno de los muchos elementos contenidos en los recuerdos del paciente, en los pensamientos oníricos (el león). Al decir de Freud: “Un modo de la desfiguración en que consiste el trabajo del sueño es, pues, la sustitución por un fragmento o por una alusión” (1915-1916, p. 110).

En efecto, el elemento “león” remite (y sustituye) a una compleja historia infantil, relacionada con el abuso y la actitud violenta e intrusiva de su padre (y es ésta la parte emocionalmente sustantiva, que no aparece en el contenido manifiesto sino representada por el elemento “león”, que se encuentra entrelazado con ella en los hechos) y no representa -como postula Fonagy- la constelación intrapsíquica del soñante.

Por lo demás, en este caso, debido al trabajo del sueño se establece una clara diferenciación entre el contenido manifiesto y el latente, y sólo es posible acceder al significado del primero mediante el despliegue asociativo que realiza el paciente.

En cuanto al segundo sueño figura una relación entre dos personas (el soñante y su padre), en una escena compleja, pero tampoco simboliza ni representa “la experiencia de sus pensamientos y sentimientos”.

Por esta razón, creo que la afirmación de Fonagy no puede pretender un alcance general, si bien ha de ser cierta (y útil) en una serie de casos.

En la medida en que estos dos últimos sueños no son “reflexiones primitivas acerca de los estados mentales”, considero que será útil intentar ahondar en ellos para entender mejor la interpretación que de los mismos llevó a cabo Fonagy, como así también para intentar extraer otras conclusiones que podrían obtenerse del análisis de dichos sueños.

El primer fragmento onírico parece expresar, de un modo más abreviado, el círculo de representaciones que se despliega con mayor claridad en el segundo sueño, como es habitual que suceda con los sueños de una misma noche (Freud, 1900, pp. 338-340).

En cuanto a este último, podemos ver que su contenido manifiesto está construido en base al recuerdo infantil en el que el padre le dijo al paciente cuando era un niño de 6 años: “Golpearé algún sentido dentro de tu cabeza” (“I’ll beat some sense into your head”), en la escena que el paciente recuerda entre lágrimas.

Pero en la escena que aparece en el sueño  advertimos la presencia de otros elementos, que no estaban presentes en esa situación de su infancia: las dos balas rojas y el que el sujeto de la acción (el padre) fuera a “clavarlas” (hammer into) en la cabeza del otro (que representa al paciente) (“…hammered them into the other’s head”).

El agregado de las balas y la sustitución de “golpear” (beat) por “clavar” (hammer into) nos da pie para conjeturar que esta escena infantil que el paciente recuerda se ha condensado con otra escena, que no recuerda en ese momento pero de la que Fonagy nos informa: el paciente había sido penetrado analmente por su padre. Y es el fruto de esta condensación y de la desfiguración de los participantes de ambos sucesos, el que se abre paso hasta el contenido manifiesto del sueño, al modo de una formación mixta que posee componentes de ambas escenas.

Conjeturo, entonces, que estas balas que su padre le “clava” en el sueño simbolizan el abuso físico (penetración anal) del que el paciente fue objeto. Como sabemos por los desarrollos de Freud sobre el simbolismo onírico, las armas de fuego y las balas que se clavan, suelen ser símbolos del genital masculino (1900, 1916-1917).

También supongo que ese abuso tuvo lugar dos veces (es notable la reiteración del número dos en esta sesión y en la anterior: los dos pares de ojos, el par de semanas que se quedará su amigo, los dos sueños y, particularmente, las dos balas), siguiendo la idea de Freud, según la cual “La repetición temporal de un acto se convierte en el sueño, por lo general, en la multiplicación del número de un objeto” [cursivas en el original] (1900, p. 377).

En esta misma línea de pensamientos, supongo que el “terrible abuso” que el paciente ejerció de niño sobre el león regalado por su padre, fue una transformación pasivo-activa del abuso que sufriera a manos de aquél.

El hecho de haber rehusado acostarse inicialmente en el diván, puede entenderse -desde la hipótesis que estoy proponiendo- como una defensa respecto a la fantasía que el paciente tenía (construida en base al recuerdo -no consciente en ese momento- del abuso), consistente en que sería atacado sexualmente y penetrado por Fonagy, tal como lo fue por su padre.

No es fácil llegar a una inferencia cierta acerca de la fuerza impulsora de esta fantasía, ni saber si formaba ya parte del contenido manifiesto del sueño. Si respondemos afirmativamente a esta segunda alternativa (pues todo parece indicar que ése era el caso) podríamos decir que contribuyó a brindar figurabilidad a las situaciones traumáticas mencionadas.

Sin embargo, este tema de las situaciones traumáticas no carece de complejidad, ya que muchas veces cuando se habla de “trauma” se alude exclusivamente al impacto que el hecho exterior ha tenido en quien lo padece. Se deja de lado, entonces, que todo lo externo que llega al sujeto se inscribe en la serie de variables ya presentes en el aparato psíquico del mismo (activación anterior de la zona erógena anal, en este caso, y eventuales fantasías previas relacionadas con dicha zona, otros aspectos del vínculo con el padre, riqueza representacional del niño, organización defensiva, grado en que cuenta con otro familiar con quien compartir lo que le ocurre, etc., etc.).

A la vez, el aparato psíquico reacciona siempre de un modo activo ante el trauma (en particular si este último tiene lugar cuando ya está constituido el Yo), y lo procesa y metaboliza de acuerdo a los recursos con los que cuenta (Bleichmar, 1999).

Por otro lado, es necesario tomar también en consideración los efectos que un trauma como el mencionado tiene en la economía pulsional del sujeto.  

En relación a este punto cabe citar nuevamente a Freud, quien refiere el sueño de una paciente tras el cual se ocultaba una fantasía transferencial en la que él la abordaba con una actitud exhibicionista y sexualmente provocativa, de la que ella se defendía.

Tras referir y analizar el sueño, agrega “Con este sueño se inició la paciente en el tratamiento analítico. Sólo más tarde advertí que con él se repetía el trauma inicial del que arrancó su neurosis, y desde entonces he hallado la misma conducta en otras personas que en su infancia sufrieron atentados sexuales y ahora, por así decir, anhelan en el sueño su repetición” [cursivas agregadas] (1900, p. 200. Nota agregada en 1909) (cf. también Calvi, 2005).

Siguiendo estas ideas de Freud, cabe conjeturar que tal vez la fantasía de Mr. S que estamos comentando conjuga tanto la reedición de los traumas y el intento de simbolización y elaboración de los mismos (en el transcurso del sueño), como el deseo de que dicha penetración tenga lugar nuevamente (por vía de una transferencia del padre hacia el analista), como expresión de la activación hipertrófica de la erogeneidad anal en el momento del trauma.

Si esto fuera así, cabría pensar que es de la eventual (imaginada y anhelada) realización de este deseo que el paciente se defiende con la actitud mencionada (no acostarse en el diván).

Continuando con esta conjetura, podríamos señalar que el paciente sólo accedió a acostarse en el diván una vez que Fonagy lo tranquilizó, diciéndole que lo único que clavaría en él serían “ideas” [A esto, Fonagy dijo: “Pienso que le aterroriza que yo clave mis locas ideas en su interior. Si usted trata de ver las cosas desde mi punto de vista, se volverá loco” El paciente se incorporó súbitamente y se acostó en el diván].

Los ojos que le faltan al león en el sueño es posible que tengan más de un significado. Por un lado, pueden referirse a la actitud del paciente de no querer ver sus propias fantasías transferenciales, y en este sentido cabría entender el texto del sueño en el que dice “no podía ver bien”, así como las referencias iniciales a la gente que prefiere no saber y mira para un costado.

Pero el color rojo de los mismos, igual al color rojo de las balas (que simbolizan el falo paterno) parece aludir a una relación más cercana con la escena de la penetración anal, para cuya elucidación tal vez sean necesarios más elementos.

En todo caso, las conjeturas que acá propongo (y más allá de la eventual exactitud que puedan, o no, poseer) permiten atribuir un significado al enactment del paciente, consistente en no acostarse inicialmente en el diván, así como inferir cuál pueda ser el núcleo del contenido latente del sueño (y su eventual función simbolizadora del trauma), mientras que la propuesta de Fonagy no permite hacerlo, y es éste el punto central de mi argumentación.

A partir de ello, lo que sostengo básicamente en este trabajo es que la teoría de la mentalización deja de lado aspectos muy importantes de la teoría psicoanalítica -según se patentiza en el análisis que Fonagy hace de los sueños- y de ahí que su valor explicativo sea limitado.

Los elementos que deja de lado son: lo Inconsciente y los procesos primarios presentes en el trabajo del sueño, la fantasía, la pulsión sexual, la capacidad simbolizadora y procesadora de los traumas que poseen los sueños (Freud, 1920; Ferenczi, 1931).

La no inclusión de estos conceptos limita, a mi entender, el valor explicativo de esta teoría, así como el ámbito de fenómenos que puede abarcar. De este modo, no resulta llamativo que Fonagy casi no se haya ocupado ni de la vida de fantasía ni de los sueños, y que no haya prácticamente referencias en su obra a las fantasías de los pacientes borderline (a los que se ha dedicado de manera preferencial) y al modo de trabajar con ellas.

La pregunta acerca de una articulación posible de la teoría de la mentalización con determinados aspectos de la teoría psicoanalítica, como los mencionados (Inconsciente, proceso primario, trabajo y función del sueño, fantasía, pulsión sexual), es una pregunta que prefiero dejar abierta, cuya respuesta requeriría de nuevas y más complejas elucidaciones, que exceden lo que deseo consignar en este escrito.

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