aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 006 2000

Una propuesta intersubjetiva sobre el "entitlement"

Autor: Billow, Richard

Palabras clave

Entitlement, Justa indignacion, Sentirse con derecho..


 

"BILLOW, R.M. An Intersubjective Approach to Entitlement" fue publicado originalmente en inglés en The Psychoanalytic Quarterly, volumen LXVIII, número 3, páginas 441-461. Copyrigh The Psychoanalytic Quarterly . Traducido y publicado con el permiso de The Psychoanalytic Quarterly.

Traducción de Berta Wainstein y Eugenia Díez

Entitlement, o sentirse con derecho, es un modo de experienciar la realidad psíquica, de  forma básicamente emocional pero no necesariamente patológica. Se le puede adjudicar tanto al paciente como al analista que participan en la matriz intersubjetiva.
Me utilizaré a mí mismo como ejemplo de un analista que inicialmente creía estar analizando constructivamente situaciones de “sentirse con derecho” como parte de resistencias al tratamiento. El curso del trabajo incluyó identificar formas  de “sentirse con derecho” en mí, así como en el paciente o el supervisado. He comprendido que distinciones como normal o patológico, sentirse con derecho o lo contrario, a menudo se vuelven irrelevantes. El foco en el trabajo cambia hacia la puesta al descubierto de la bidireccionalidad de las experiencias de “sentirse con derecho”, descubriendo sus varios elementos y cómo funcionan en la relación terapéutica.

En este trabajo, consideraré un aspecto emocional particular de la experiencia analítica: la sensación de “sentirse con derecho” o  sentimiento de ser especial. Concibo ese “sentirse con derecho” como un modo irracional pero no necesariamente patológico de experienciar la realidad psíquica, algo que pertenece tanto al paciente como al analista que participan en esta matriz intersubjetiva (Billow 1997, 1998, 1999).
Los analistas frecuentemente califican a los pacientes insistentes y demandantes como que se “sienten con derecho”. Parecería ser una interpretación forzada, exagerada, curiosa e imaginativa poner al empáticamente dedicado psicoanalista en los dominios clínicos de caracteres  como el villano de Shakespeare, Ricardo III, que Freud (1916) consideraba como la encarnación del “sentirse con derecho” maligno.Sostengo que los pacientes frecuentemente realizan esta asociación, experienciando a sus analistas como codiciosos de poder, insistentes en sus modos y vengativos cuando se sienten impedidos o frustrados.
Esta evaluación de las motivaciones del analista podrá presionar en la conciencia del paciente precisamente, cuando el analista se aproxima a lo  percibe al paciente como  “sintiéndose con derecho”. Es un hecho, que cada uno de ellos, analista y paciente, tendrán una visión diferente de lo que constituye un “sentirse con derecho” legítimo o ilegítimo. Pero ninguna de las dos visiones es necesariamente inválida o, incluso, dominada por la transferencia. De esta manera, la reacción del paciente, aunque tenga un aspecto defensivo, podrá ser también una crítica sensata de la técnica del analista así como de la contribución personal de éste a la interacción.
Esta forma de ver las cosas difiere de las conceptualizaciones tradicionales sobre el concepto patológico de “sentirse con derecho” que enfatiza la configuración relacional narcisista del paciente mientras que niega las dinámicas y las contribuciones del analista a la interacción (Como en 1998; Freud 1916; Grey 1987; Jacobson 1959; Kris 1976; Ladan 1992; 1995; Levin 1970; Michels 1988; Morrison 1986; Murray 1964; Rothstein 1977; Volkan & Rodgers 1988). La premisa básica de la propuesta intersubjetiva es que los datos psicoanalíticos se generan mutuamente y están co-determinados por las actividades organizadas por ambos participantes en los mundos subjetivos recíprocamente interactuados del paciente y del analista (Stolorow 1997). Por lo tanto es importante considerar la contribución de factores subjetivos del analista tales como sus tendencias autoritarias o regresivas, la tendenciosidad del diagnóstico analítico y la orientación técnica, así como también la contratransferencia, en lo que es percibido como “sentirse con derecho” patológico, y el nivel de tolerancia del analista en su percepción de conductas de “sentirse con derecho” en otros.
Freud (1916) mismo aplicaba una simetría entre el paciente y el analista cuando reconocía la universalidad de la creencia de “sentirse con derecho”: “Todos demandamos reparación por heridas tempranas a nuestro narcisismo, nuestro amor propio”. Entonces, en este ensayo sobre las “excepciones”, Freud  considera brevemente el “sentirse con derecho” del analista un aspecto particular de lo que generalmente se define como contratransferencia.
Quiero también  ilustrar cómo en algunas oportunidades podrá haber un conflicto entre los valores del analista y del paciente en lo concerniente a “sentirse con derecho”, muy diferente de la transferencia y la contratransferencia en sí. Lo que  un individuo podrá considerarse especial, como por ejemplo el deseo del analista de analizar, o el deseo del paciente de ser acogido, puede ser sentido por el otro como antagónico para su sentimiento de seguridad y bienestar. Aclarar esta diferencia en cuanto a valores podrá algunas veces aliviar desavenencias y dificultades que surjan en el tratamiento.
Aunque en un primer momento se haya podido considerar en psicoanálisis la situación de “sentirse con derecho” como una manifestación de una insistencia patológica de “ser una excepción” respecto a la realidad (Freud 1916, Jacobson 1959), el psicoanálisis contemporáneo reconoce que el sentido de “sentirse con derecho” representa una necesidad humana básica de sentir amor y ser reconocido como especial(Dorn 1988, Kriegman 1988). El mantener ese sentimiento de auto-afirmacion y de “sentirse con derecho” sano se acrecienta cuando el individuo siente la receptividad empática de los otros. Sin embargo, cuando el individuo se siente frustrado en poder satisfacer estas necesidades empáticas básicas, las actitudes patológicas de “sentirse con derecho” excesivas o restringidas podrán surgir, interfiriendo con los impulsos sanos (Levin 1970). Estas exageraciones o inhibiciones de “sentirse con derecho” existen o se desarrollan en la situación analítica y tanto el analista como el paciente son vulnerables a exhibir variantes de estas actitudes no realistas y conductas inapropiadas.

La vulnerabilidad del analista a “sentirse con derecho” irracional.

Muchos aspectos de la relación analítica sugieren la vulnerabilidad del analista a “sentirse con derecho” irracional. Tradicionalmente, el analista es el especial, con los poderes excepcionales y la autoridad moral (por ej. ver Psychoanalytic Quarterly, 1966, 65, Nº 1). Como Michels (1988) ha enfatizado, la naturaleza asimétrica de la relación terapéutica tiende a promulgar los “derechos” del analista por encima de los del paciente: “Tanto metafórica como verdaderamente el terapeuta se sienta en la silla más confortable, controla el tiempo y el lugar de reunión, recibe el pago y está protegido del displacer” (pag55).
Michels toma como un hecho que el analista se siente en la silla del experto y esté legítimamente en su derecho a hallarse protegido del displacer. Muchos teóricos están en desacuerdo con esto e incluso sugieren lo opuesto (Billow en prensa). La visión de la realidad, tanto del analista como del paciente, es afectada por un “compromiso emocional irracional”, ansiedad e ignorancia inconfortables, todo lo que contribuye y al mismo tiempo interfiere con un psicoanálisis exitoso (Renik 1996, p. 392;Bird 1972; Boesky 1990; Racher 1968; Renik 1995; Searles 1965; Skolnikoff 1996).
Bion (1973) alertó de que “en cada consulta existen dos personas bastante atemorizadas: el paciente y el analista. Si no lo están, tendremos que preguntarnos porqué están ahí esforzándose en encontrar lo que todos saben”.
Por momentos, el analista no querrá o será  incapaz de tolerar no ser “especial”, sintiendo que su experiencia es inefectiva o es rechazada. Se puede desarrollar una situación de ansiedad en la que el analista  experimentará primariamente al paciente como maligno, alguien que no toma en cuenta o no entiende sus servicios y bloquea perversamente los esfuerzos de analista de amar y ser amado. Esta era en realidad la situación descripta por Freud. La “excepción” era la falta de respuesta del individuo a los insights del analista, “uno de los componentes del amor” (pag. 312).
Freud no consideraba que el analista, sintiéndose injustamente falto de amor y herido narcisisticamente, pudiera responder a la percepción del paciente de  “sentirse con derecho” mediante actitudes de “sentirse con derecho” que vienen de él mismo. En lugar de procesar mentalmente el dolor subjetivo y su confusión ansiosa, el analista puede apelar  a una forma de pensar rígida e ilusoria, transformando los pensamientos y sentimientos del analizando en ideas preconcebidas  de transferencia, defensas o resistencias.
En esta situación, la teoría y la técnica tienen un componente muy fuerte de alucinación (Grossman 1995). La teoría de la técnica del psicoanalista en cuanto al tratamiento de “sentirse en derecho” podrá convertirse en un camino ilusorio hacia una verdad omnipotente. Cuando la “verdad” se convierte en “especial”, “empleada con V mayúscula... esto hace que la gente entre en un marco mental en el que les resulta imposible pensar” (Russell 1927, pag 265,  citado por Schwaber 1996 pag. 10).
Tenemos entonces, que las ideas psicoanalíticas, puestas en acción terapéutica, podrán potenciar sensaciones de rebeldía y de “sentirse con derecho” por parte del paciente pues éste podrá sentir, y con razón, que no es entendido o cuidado lo suficiente. La literatura en cuanto a “sentirse con derecho” no ha sabido apreciar adecuadamente cómo el analista, creyendo estar utilizando correctamente la teoría y la técnica, podrá actuar como si él fuera alguen excepcional, y esto contribuirá a los a menudo  dramas crecientes y reacciones terapéuticas negativas que caracterizan el tratamiento. El paciente al que se vive como patológico en cuanto a “sentirse con derecho” podrá llevar al analista  a una posición vulnerable de no pensar y de alguna manera reaccionar también “sintiéndose con derecho”. Coen (1988) caracterizó a las personas  que “se sienten con derecho” como los que utilizan demandas sádicas  e identificación proyectivas para promover lazos sadomasoquistas. Ellos “exigen” empatía, experienciando al terapeuta como un objeto del self que debe ser omnipotentemente coercionado a dar y no como un individuo que da por genuino amor y deseo de cuidar (Shabad 1993b). Ladan (1992) ha descrito el analizando que “se siente con derecho” como seduciendo al analista a satisfacer las fantasías secretas del paciente de hacer otra cosa y de no estar en análisis. Eigen (1995) presenta un caso en el que la demanda posesiva del paciente tenía como objetivo prohibir al analista el tener “su propia mente o historia o inconsciente”.
Los intentos de controlar la mente del otro y a resistir o contrarrestar el control del otro, pueden ser entonces, aspectos importantes de una interacción que incluye el “sentirse con derecho”. Uno de los gozosos triunfos de Ricardo III, fue su éxito en seducir la mente de Ana y no a Ana en sí, a la cual él repetidamente desechó. Un analista sobrecargado mentalmente de actuaciones irracionales del paciente,  de “sentirse con derecho”, o de las suyas propias, podrá caer en la infortunada experiencia de seducción y abandono.
En cada uno de los casos que se ejemplifican a continuación traté de analizar mi experiencia con la excesiva o inhibida actitud de “sentirse con derecho” de pacientes o supervisados. También tengo la motivación de  analizar voluntariamente mis propias actitudes de “sentirme con derecho”, positivas y negativas, excesivas o inhibidas, a medida que fui entendiendo sus posibles roles en la interacción. Traté de no suponer con los pacientes una actitud de conocimiento superior, juicio o de percepciones que por ser mías fueran necesariamente correctas, o más correctas que las del paciente. En cada situación, encontré que la interacción  arroja una fresca e inesperada luz sobre la experiencia psicoanalítica.

Caso 1: Explorando la justa indignación

“No puedo trabajar ahora”, decía regularmente una persona en nuestros primeros meses de terapia psicoanalítica. “Estoy tan enojado que necesito desahogarme”. Podía estar que echaba chispas pero en silencio, volverse muy enrojecido y malhumoradamente no cumplir con mis estímulos tendentes a que hablase. Pronto, yo dejé de necesitar o de querer estimularle. Él ocupó varias sesiones denunciando de un modo enojoso a sus clientes, supervisores y novia, todos los que le trataban injustamente. Mis esfuerzos por explorar sentimientos, transferencia, carácter o patrones evolutivos, eran impaciente y más bien rudamente rechazados. Mis intentos de llamar su atención a sus respuestas sólo parecían irritarle aún más.
Cuando emergía lo que yo percibía como una justa indignación, yo adoptaba un respetuoso silencio interesado. Pero esto me era sentido como seducción, manipulación  y poco auténtico, lo que me llevaba a desarrollar sentimientos de indignación.
Lo sentía a él esclavizándome en sus fantasías narcisistas (Kohut 1971, Kernberg 1975), inhibiendo mi sana posición de “sentirme con derecho” a pensar, sentir y responder como yo quería. Yo racionalizaba mi inactividad como una acomodación empática, respetando sus frágiles defensas yoicas al servicio de construir una alianza positiva en la que él pudiera sentirse cuidado y comprendido. Pero me preguntaba si mi preocupación no sería por mis propias defensas yoicas más que por las de él (Billow y Mendelsohn 1990), mi miedo a traicionar mis sentimientos ambivalentes y mi deseo de terminar la sesión, en la cual me sentía particularmente inefectivo e imposibilitado de ayudar.
A menudo me sentía tentado de identificar y explorar su no cuestionado derecho al enojo explosivo y ocasionalmente me aventuraba a preguntar porqué hablar calmadamente y tratar de entender su enojo no era suficiente para airear sus sentimientos. Sistemáticamente esto provocaba indignación, desagrado y comentarios como “¡No puedo entender por que Ud. dice esto! ¡Se supone que debería ser un profesional compasivo!”.
Gedo (1977) ha descrito cómo el terapeuta, en respuesta a los “reclamos infantiles” del paciente,  debe mantener necesariamente un “máximo tacto y empatía... cualquier falla en esto sería inevitablemente seguida por humillación y maltrato”. El reclamo de este paciente era que yo entendiese y aceptase su visión de realidad, sus emociones, su uso de mí.
Blechner (1987) ha caracterizado dos visiones contemporáneas del tratamiento de personas que “se sienten con derecho”: la “frustrante “ y la “gratificante”. Yo prefiero los términos de “interpretativo” y “acomodativo”. El primero, originalmente establecido por Freud (1916), enfatiza el mantenimiento de los límites psicoanalíticos tradicionales y recomienda analizar la dinámica y los orígenes evolutivos del “sentirse con derecho” (Coen 1988, Jacobson 1959, Ladan 1992, 1995, Shabad 1993ª). Michels (1988) aconseja “no aplacar, conciliar, mitigar al paciente con gratificaciones que emergen de un deseo de diluir el resentimiento o desencanto del paciente o sobornarlo hacia la pseudo-complacencia... el terapeuta debe ser sensible a la respuesta del paciente a esto, aceptando y tolerando el enojo o la insatisfacción e interpretar las resistencias que expresan o, a veces incluso, experiencian las frustraciones del tratamiento”.
Winnicott y Kohut, en contraste, ven el “sentirse con derecho” como expresiones de necesidad, un intento de modificar al entorno de manera que el deseo subyacente, la meta y el objeto pueden ser descubiertos y experimentados. Los analistas influenciados por sus teorías han recalcado la importancia y, a menudo inevitable, situación de vivir a través de un largo período durante el cual el terapeuta provee un entorno contenedor antes de que el paciente esté dispuesto a tolerar una actividad interpretativa (Bromberg 1983, Gedo 1977, Stark 1994). De esta manera, el analista, al no alentar iatrogénicamente al paciente a perder un sano "sentirse con derecho"   debe distinguir un período de "normal y necesaria omnipotencia (sentirse especial, único) de la omnipotencia patológica" (Grotstein 1995). A veces, los deseos manifiestos son terapéuticamente gratificados sin analizarlos.
Mi paciente, implícitamente adherido a la teoría de la gratificación en la terapia, consideraba  la expresión de sus reclamos  a ser confirmado automáticamente como lo justo y como método de cura. El  me veía como no empático al querer introducir yo la teoría de la frustración-interpretación.
Yo me sentía descorazonado por la desilusión que el paciente tenía conmigo. Él  consideraba como cierto el hecho de verme como que "yo me sentía con derecho" mientras que yo trataba de definir su posición de "sentirse con derecho". Yo “se suponía” que tenía que ser un profesional benévolo pero eran otros los sentimientos que predominaban, incluido quizás un básico deseo irracional de seguir mi teoría de la cura más que la suya. Me sentía culpable por no comportarme más receptivamente, además del sentimiento de culpa por no ayudarle a lograr una mejor comprensión y control de sí mismo, aunque ésos no fueran sus objetivos.
Criticado por el paciente  pero aún sin deseos de renunciar a mi derecho de mantener una técnica de frustración-interpretación sobre su “sentirse en derecho” tomé la oportunidad de extender la discusión para incluir su participación en cuanto a mi deficiente capacidad de quererle y entenderle. Reconocí que como él ya lo había descubierto yo no era un profesional benevolente. A juzgar por su tono, continué, él se veía moralmente ofendido por mí y yo podía entender porqué él podía sentirse superior e  indignado.
Yo me preparé para su desaprobación, la cual recibí, pero algo en su tono de voz parecía marcadamente diferente. Era más suave y detecté un reflejo de nuevo interés en mí y de curiosidad por lo que yo tenía que decir. “¿Qué quiere decir con que  me siento superior?” Dijo que nunca se había considerado a sí mismo superior. Reconoció que se enojaba cuando alguien era insensible o desconsiderado, como yo lo era algunas veces, pero que él nunca se consideró por encima o mejor que cualquier otra persona. Otra vez, su tono al igual que sus palabras implicaban mi fracaso en mi juicio moral y profesional: “No puedo entender porque Ud. puede decir esto sobre mí”.
Sintiéndome animado continué el diálogo: “ Puede ser que Ud. no sea consciente pero Ud. está sonando como si se sintiera superior en este preciso momento. Dice que no puede entender, pero creo que lo que está Ud. diciendo es que el que no entiende soy yo, y que ya debería entender”. Me miró sorprendido, pero no explotó. De hecho su enojo se convirtió en la primera  sonrisa cálida de nuestra relación. Contrarrestó esto moviendo la cabeza, como diciendo que yo la  había hecho otra vez con mi última intervención poco comprensiva.
En general, la interacción pareció un éxito. Creo que mi reconocimiento de la validez de sus sentimientos de indignación, de su “derecho” a  “sentirse con derecho” como una respuesta a su percepción de mi  “sentirme con derecho”, alivió la presión a responder retaliativamente con exclusión de cualquier otro pensamiento y conducta. Así,  de alguna manera logré ayudarle a establecer cierta distancia de lo que yo había diagnosticado como su control del pensamiento, “super(ior) ego”(Bion 1977). Existía ahora un espacio mental en el que él podía tolerar la frustración de considerar la realidad de las ideas de otro, mis ideas de mí, mis ideas de él, mis ideas sobre lo que constituye un intercambio analítico considerado. Mezclado con su enojo estaba lo que tomé como gratitud por mi interés activo y mi persistencia.
Al percibir ahora que él se preocupaba por mí y por lo que tenía que decir, sentí más confianza en que podría cuidar de él y, por primera vez, me sentí verdaderamente comprensivo. Afortunadamente, me sentí aliviado de mi propia culpa por mis sentimientos de superioridad. A medida que continuábamos el trabajo,  me fue mucho más fácil acomodarme a su modo indignado de procesar experiencias frustrantes, mientras que él se acomodó con mayor facilidad  a mi falta de compasión/apoyo, por ejemplo, mi presión por identificar, discutir e interpretar su justa indignación. Así, reconocimos mutuamente algunos elementos de "sentirse con derecho" cada uno en la subjetividad del otro.
Sugiero que nuestra interacción ilustra la existencia de “umbrales” de “sentirse con derecho” y una reflexión sobre las limitaciones personales en la capacidad o el deseo de funcionar de una forma relativamente relajada y creativa cuando se confronta con la percepción de que otro se "siente con derecho". Los individuos se “sienten con derecho" a "sentirse con derecho" pero a menudo no reconocen ese mismo privilegio a los demás . De este modo, el paciente puede responder a una demanda del analista con indignación y recriminación y,  lo que es más, tratar de hacer que el analista se sienta malignamente con derecho, cuando trata de analizar el  “sentirse con derecho”. Como en este ejemplo, el paciente no sólo proyecta y provoca, sino que puede identificar con bastante exactitud como irracional e incluso patológico el “sentirse con derecho” en la personalidad del analista, y su uso de la teoría y la técnica. Y como  hacen otros, el analista puede alcanzar un umbral personal, una tolerancia limitada de tal exploración y puede contribuir a un  “sentirse con derecho” irracional en la consulta mientras trata de analizar.
Algunas demandas de "sentirse con derecho" pueden disminuir el umbral del analista, de manera que su propia respuesta en cuanto a contrarrestar el “sentirse con derecho” se ponga en juego de manera más obvia. El analista necesita saber de sus respuestas características a la presión de “hacer algo que él siente no debe o no quiere hacer” (Blechner 1987, p. 249).
Para evitar su propia experiencia de impotencia y sumisión frente a la agresividad del paciente, el analista podrá hacer una coalisión con el paciente eludiendo la realidad y creando una ilusión de coexistencia pacifica (Ladan 1992). No analizar el “sentirse con derecho” puede ser una defensa narcisista más que una técnica necesaria que indica el ”sentirse con derecho” irracional del analista. En el otro extremo del continuun interpretación-acomodación, el analista puede inmiscuirse de forma  precipitada en la disposición psíquica del paciente, demostrando un “sentirse con derecho” que desatiende  la realidad intersubjetiva.

Casos 2 y 3: Trabajos con manifestaciones de “sentirse con derecho” inhibidas.

En una situación en  que el “sentirse con derecho” está restringido o inhibido (Levin 1970), el individuo se siente “sin derecho” a un sentimiento o atributo de "especialidad" (ser especial) que cree que sí se da en cualquier otro, y que puede ser tanto temido como envidiado (Bacon 1995). El individuo se siente sin derechos, o sin poder para afirmar sus derechos, en un mundo de individuos poderosos y puede mostrar autodestrucción, retracción social, y una actividad mental, fantasías y conductas de tipo masoquista. En los siguientes casos, los individuos sintieron restringidos  sus derechos, particularmente cuando se comparaban ellos mismos conmigo y mis derechos. Ellos me atribuían ciertos  “derechos psicológicos"  y los trataban como mis “posesiones personales” inalienables. En el primer ejemplo, es “sentirse como un verdadero analista”; en el segundo, es una “actitud crítica”. Traté de poner el foco en las rígidas construcciones de fantasías mediante la observación previa y el examen de cómo mi psicología y mi presencia clínica estaban  contribuyendo posiblemente a las creencias persistentes de los otros participantes en cuanto a mi especialidad y su carencia de especialidad.

Caso 2:

Mi paciente, un avanzado candidato analítico en nuestro instituto de psicoanálisis expresaba dificultades para fijar tarifas adecuadas a su  considerable nivel de  experiencia. “Creo que no estoy preparado para aceptar una tarifa regular; no soy un analista regular, un verdadero analista. Todavía no lo he logrado”.
“¿Qué es lo que no tiene?” pregunté.
“No sé, un certificado de autoridad. ¿estoy en condiciones de tener la acreditación como analista?"
Estaba diciendo, le pregunté, que si uno tiene que estar loco para ser un verdadero analista y si tenía a alguien en particular en mente.
“A usted no -Ud. es un verdadero analista y no está loco. Puede relajarse y descansar en sus laureles”.
“¿Qué laureles?” pregunté.
“Ud. sabe, su edad, sus logros”, y entonces dudando agregó "pensando que lo merece todo, pensando que es grande, un fenómeno. No creo que Ud. piense de sí mismo en esa manera -puede que yo lo haga.Yo sí. No creo que quisiera estar en tratamiento con alguien a no ser que pensara que es grande, un fenómeno”
Yo dije, “Pero quizás yo piense también de mí  mismo de esa manera y, lo que es peor, que no he sido consciente de que lo hago”. Le pedí que expusiera su aserción en relación con mi posible  visión rimbombante de mí mismo.
Él dijo que no era saludable pensar que “uno es alguien”; que era una falsa ilusión. Su padre, en un campo profesional relacionado “siempre actuaba como el profesional acreditado, hasta con nosotros, sus hijos”. Aparentemente, el paciente necesitaba verme a mí como un profesional importante pero tenía miedo de las consecuencias para nuestra relación si yo también me veía a mí mismo como importante.
Yo estuve de acuerdo en que si uno actúa sólo como un profesional, como siendo un analista profesional y no como una persona, uno podría ser verdaderamente delirante. Sugerí que él no parecía estar seguro cuándo yo actuaba como una persona o era una persona. Aceptó que tal vez el se preguntaba si la espontaneidad, las cualidades humanas que veía en mi eran simples técnicas adquiridas en el aprendizaje analítico “como en un curso, técnicas básicas en Autenticidad”.
Le pregunté qué le dio la impresión de que yo pudiera haber adoptado un rol. Dijo que se sintió conmovido porque yo le permití cuestionar mi comportamiento. Repliqué que  no pude impedir que lo hiciera. Entonces comprendió: “Tuve que parar de cuestionar su comportamiento, o de admitir ante mí mismo que lo hacía todo el tiempo. De hecho, ¡eso es probablemente todo lo que hago!”.Entonces continuó con asociaciones que me relacionaban con su padre. Habló de su miedo por su enojo hacia su padre, la posible envidia que su padre sentía por él, su rivalidad edípica (“teniéndolo todo” incluida la madre), su deseo de ser como su padre y a  su deseo de no ser como su padre.
Todo esto tenía sentido, por supuesto, pero más que nada de una forma  intelectualizada. Yo sentí que necesitábamos volver a su creencia de que mi sinceridad  camuflaba mi subyacente auto-envoltura grandiosa. En un momento que consideré oportuno, le interrumpí y pregunté: “¿A quién está asociando con alguien grande, un fenómeno, un analista delirante?”.
Él sonrió ampliamente a través de las lágrimas.” Esto es como antes, cuando Ud. me preguntó por qué yo pensaba que podía estar Ud. actuando. Yo no puedo creer que Ud. esté realmente interesado en mis opiniones y que las respete; particularmente si son con respecto a Ud., no, sobre cualquier cosa. Siempre estoy a la espera de un sutil menosprecio que nunca llega. Me pone nervioso, como que no puedo confiar en Ud. Con mi padre, podía contar con sentirme mal. Es una especie de sentimiento seguro”.
Hicimos un gran avance analítico analizando la transferencia aquí descrita. Pero su experiencia también reflejó una dimensión realista y bastante importante de nuestra relación. En cuanto a mi contribución: en el pequeño mundo analítico de nuestro Instituto, yo soy  “especial”, me "siento con derecho" por status, autoridad e, incluso, por edad. Es más, en los corredores de nuestro Instituto, mantengo el rol de "el analista” y me sentiría incómodo renunciando a él. En cuanto a su contribución: él seria ingenuo si no esperara que sus maestros  le "miraran por encima del hombro", siendo yo uno de ellos. Peor aún sería su situación con el personal docente y  sus colegas si abandonara su “personalidad real”, el status de acólito. Con algo de humor e ironía, reconocimos la legitimidad de sus percepciones de “mis sentimientos de derecho” y sus sentimientos de “no tener derecho”. La discusión nos liberó de nuestras posiciones rígidas en cuanto al continuum "sentirse con derecho- no sentirse con derecho" a medida que avanzamos hacia la reciprocidad e igualdad en nuestra relación.

Caso 3:

En un segundo ejemplo de  ”sentirse en derecho” manifiestamente inhibido, una candidata analítica bajo mi supervisión, tendía a tragarse las quejas e insatisfacciones de su paciente. El paciente estaba asociando libremente, razonaba la terapeuta, y por tanto no se le podía retar por su espontaneidad. Más aún, como había bases de verdad en todo lo que el paciente decía sobre ella, la analista novata sintió que sería hipócrita al criticar el sentido crítico del paciente.
La candidata me contó que ella  tenia una madre que sentía que era su privilegio criticar a su hija pues lo hacía por su bien. Le pedí que considerara si ser crítico era un privilegio y cómo era que su madre y su paciente poseían ese privilegio pero ella no.
Entonces le pregunté si tal privilegio existía en la relación de supervisión. Existía. La crítica en la supervisión, como en la relación con su madre y con su paciente, era una calle con dirección única. Le bromeé un poco: ¿No podría retarme, presumí, pues yo no pasaba nuestro tiempo asociando libremente de forma espontánea? Ella respondió con sentido del humor, “Cierto, pero se supone que  Ud. tiene que criticarme, es parte de su trabajo. Está bien, lo he entendido, ¡soy una hipócrita después de todo! No quiero tener el poder de criticar. No me gusta hacerlo, pero supongo que me gustaría obtenerlo”.
Le dije que no me gustaba mucho su privilegio, el tener que criticarla. Ella respondio”No se preocupe, yo me critico por Ud., así que Ud. no tiene que hacerlo”. Le dije que todavía estaba preocupado porque no importaba quién de nosotros jugaba a "ser el crítico”, yo no tenía la oportunidad de ser otra cosa. Le recordé el viejo dicho de quién controla a quién, ¿el sádico o el masoquista? La puesta en acto de su restringido “sentirse con derecho”, dejado sin discutir,  amenazaba con dominarme y controlarme. Le sugerí que a su paciente, al igual que a mí, podría no gustarle el sentirse especial todo el tiempo y podría sentirse cargado de responsabilidad y solo al ser el único que critica, y que el paciente pudiera sentirse aliviado al tratar este aspecto desequilibrado de la interacción.
En estos ejemplos, no renuncié, ni puedo renunciar a mi derecho de ser especial, que incluye el derecho a ser una autoridad o a ser crítico. El objetivo no era ”curar” o "relegar" todas las expresiones de “sentirse con derecho” restringidas sino transformar lo que estaba siendo puesto en acto mutuamente y defendido contra ideas emocionales -algunas realistas, otras no- acerca de las cuales se podrían pensar y desarrollar en el contexto intersubjetivo.
 

Caso 4: Segmento de un análisis.

Tras un largo período de desconfianza de la paciente, se dio una productiva relación terapéutica con una mujer con historia de carencia maternal. Aunque capaz de realizar un trabajo psicoanalítico, ella desarrolló una predilección por traer objetos a sus horas de sesión, como por ejemplo fotografías y objetos de recuerdo para "compartir” su vida. Traía comida como, por ejemplo, dos pedazos de tarta para celebrar su cumpleaños o un aniversario del tratamiento. Ella prestaba mucha atención a cualquier intervención que yo pudiera hacer en relación con estos comportamientos, de modo que comprendí que a pesar de mis esfuerzos, éstos eran incidentes de adaptación y gratificación.
Cuando le sugerí que considerara la posibilidad de compartir su vida sin traer a la sesión “la evidencia”, ella se conformó con “sesiones de fotos”. En esas horas, o fracciones de horas de terapia, ella detallaba sus viajes, los proyectos de sus hijos, nuevos intereses, progresos en actividades deportivas, etc. Pronto comprendí que ella seguía la letra pero no el espíritu de mi moderado requerimiento. Le llamé la atención sobre esto y ella asintió,  ofreciéndome, sin entusiasmo, una de mis poco inspiradas formulaciones, por ejemplo;  “Supongo que quiero que me cuide de la forma que mi madre no lo hizo”.
Concluí, por su habito de imitar mis interpretaciones, que había decidido que yo necesitaba ser considerado especial en la manera “analítica” sobre la que yo insistía periódicamente.Yo estaba restando atención y apartándola de ella. Ella iba a tener que soportar mi tediosa necesidad de discutir el significado de su comportamiento, nuestra relación, etc., antes de que me fuera posible volver a cuidarla. La paciente parecía confirmar la observación de Bromberg (1983) de que ciertos individuos encuentran que las interpretaciones son disrupciones empáticas, y las procesan como un signo de narcisismo del analista.
Entonces, cada uno había experimentado al otro como excesivamente ”sientiendose con derecho”,  y había respondido con un no reconocido pero característico  modo interaccional: yo confrontaba e interpretaba su “sentirse con derecho”, mientras que ella era acomodaticia con el mío. Cuando tentativamente le ofrecí esta opinión, ella me interrumpió, comenzando a llorar. Con una  libertad de expresión nuevamente encontrada, elevó su mirada al techo de la consulta y preguntó retóricamente sobre ello: “¡Sí! ¿Por qué tenemos siempre que analizar?”.
No tuve ninguna dificultad de considerar su queja en relación con mi tiempo y ritmo y sentí deseos de discutir con ella cómo modificar mi técnica. Pero ella no quería seguir hablando más sobre la situación entre nosotros. Se había transformado en una fotografía de “herida implacable” para parafrasear a Stark(1994) que describe un tipo de carácter de “persistente sentirse con derecho”. Ella era una tierna imagen de dolor y herida. ¡Otra vez estas fotos!, pensé. Me sentí torpe y culpable por imponer mi subjetividad (Aron 1991) sobre su necesidad evolutiva. Hice un acuerdo tácito conmigo mismo de no analizar todo el tiempo.
Era un acuerdo que aparentemente no pude cumplir, pues me encontré  preguntando en una siguiente sesión ¿qué le gustaría a ella hacer si no es analizar? Había tropezado con la pregunta adecuada, pues ella puso en palabras  mucho de lo que hasta ahora había actuado. Quería que la viera y la tratara en cualquier cosa que hiciera como alguien especial. Entonces llegamos a entender como su  demanda camuflaba su sentimiento subyacente de inferioridad. Ella sentía que yo no podía cuidarla realmente, pero en vez de ignorar su sentida necesidad, ella intentaba controlarme al actuar como alguien lastimada despertando mi complacencia culplable. Le pregunte si era simplemente una actuación o si lo encontraba genuinamente hiriente cuando yo la presionaba a analizarse de la manera que yo quería y no de la que ella quería.
Mi disposición a reconocer mi propia demanda de "sentirme con derecho”  liberó un fluido de recuerdos concernientes a los comportamientos autoritarios y de “sentirse con derecho” de su madre, y su propia necesidad desesperada de someterse a ellos. Estas sesiones eran a menudo dolorosas para ella. Pero también evidenciaban su placer, describiendo el análisis como un paraíso en el que ella se sentía verdaderamente especial, cuidada y entendida. Yo no la desafiaba, interpretaba o interrumpía estos sentimientos agradables que emergían. Yo asumía que la paciente estaba madurando transferencialmente en lo que Bromberg (1983) ha descrito como un período curativo de ininterrumpida “fantasía esencial de sentirse con derecho”. Yo creía estar proveyendo un ambiente en el cual ella podía construir o reconstruir una fase de objetos alucinatorios, idealizados y simbióticos.
Yo no comprendí la calidad de su placer hasta que después de un año de nuestro trabajo ella confesó que aún en las sesiones en las que ella se afligía intensamente a menudo se excitaba sexualmente por estar en mi presencia y escuchar el sonido de mis palabras. Ella admitió que en varias sesiones, a propósito llegaba al orgasmo. Yo comprendí que ella había estado sexualizando nuestras sesiones, tomando mis palabras como objetos fálicos a ser disfrutados. ¡Las fotos una vez más! Las palabras funcionaban a nivel de alucinación sexual.
Yo me pregunté en voz alta: “¿Estamos teniendo relaciones sexuales ahora?”- reconociendo ante nosotros dos mi sincera confusión. Ella replicó tímidamente que no, y preguntó si estaba enojado con ella. Contesté con honestidad que estaba demasiado sorprendido para estar enojado y que estaba tratando de entender la situación entre nosotros.
Pense en su queja ”¿por qué siempre tenemos que analizar?”. Quizás la mujer estaba hablando por el odio de todo paciente al “sentirse con derecho” de los analistas. El paciente quiere ser una persona especial y no simplemente un paciente. El analista quiere ser un analista y no simplemente una persona especial. Incluso yo quería controlar y construir la relación a mi manera, poniendo acciones en palabras, clarificando, interpretando todo lo que llamaba mi atención y mi entendimiento de la realidad clínica de la paciente. En su sexualidad alucinatoria, ella podía construir la relación a su manera y podía al mismo tiempo vengarse y disfrutar de mi control.
He descrito dos aproximaciones en el tratamiento de “sentirse con derecho”, entre los cuales existe algo de tensión. Para simplificar, una diferencia entre estas aproximaciones técnicas se trata no del hecho si analizar o no, sino cuándo hacerlo. Las técnicas acomodativas e interpretativas convergen en el convencimiento que cuando las dinámicas subyacentes pasan a ser clarificadas, la necesidad de “sentirse con derecho” puede perder su urgencia. En la práctica, cada clínico encuentra su propio término medio entre gratificación y frustración, acomodación e interpretación. (Blechner 1987). Pero ¿sobre qué base se alcanza este término medio? ¿Cómo sabemos cuando un paciente esta pronto a continuar y puede tolerar la frustración de la no acomodación? No existe, por supuesto, un método definitivo o puramente objetivo de evaluación. El analista debe basarse en lo que alguna vez se llamo “intuición clínica” y ahora se incluye bajo el término “subjetividad”.
Yo creía estar  acomodándome sensiblemente y analizando perceptivamente los sentimientos regresivos de "sentirse con derecho" de la mujer. Desde un punto de vista lo estaba. Pero, desde otro, yo estaba actuando una fantasía de tratamiento, perdiendo aspectos cruciales de ella misma como mujer y su uso de mí. Ella no interrumpía mi fantasía gratificante de nuestra relación y yo no tuve éxito en perturbar la suya. Nuestra interacción me había demostrado que poco sabe el analista, o puede saber, sobre sí mismo y mucho menos sobre la otra persona en la consulta. Esto es una muestra de la creencia  ilusoria del analista de "sentirse con derecho" de creer otra cosa.

CONCLUSIONES

El “sentirse con derecho” del analista para afirmar prerrogativas profesionales, como intervenciones, interpretaciones o quedar en silencio, podrá estar influenciado por una consideración realista de la técnica y por quizá inevitables en comprender a la otra persona o a sí mismo, y actitudes y conductas irracionales, todo lo cual puede afectar la interacción. De este modo,  muchos factores subjetivos dentro del analista juegan un papel muy significativo al evaluar si los  “sentirse con derecho” del paciente son apropiados o inapropiados, intratables o fácilmente analizables. El desafío técnico incluye entonces, decidir cómo y cuando el analista debe “compartir” su subjetividad (Aron 1991) concerniente (lo que el analista experimenta como) al “sentirse con derecho” del paciente. Puede surgir una controversia ya que el paciente puede revelar decididamente diferentes opiniones sobre los tipos y distribuciones del “sentirse con derecho” en la consulta. Es bastante posible que el paciente se haya formado estas opiniones no sólo sobre la base de sus configuraciones representacionales sino por una realista, aunque previamente  no reconocida o no expresada evaluación del propio  “sentirse con derecho” del analista.
Como sucede a menudo en psicoanálisis, las controversias brindan oportunidades pues ahora el analista podrá incentivar el diálogo. El foco se extiende para incluir las consideraciones mutuas de las actitudes de “sentirse con derecho” percibidas por el analista y sus efectos en la relación analítica. En la medida en que el diálogo puede ser significativamente mantenido, el dilema de acomodación versus interpretación será parcialmente resuelto. ”Sentirse con derecho” se convertirá en un tema de conversación reflexiva más que en un modo de procesar una experiencia. Ambas partes podrán comenzar a entender cómo se han acomodado a, y reaccionado en contra de la percepción del “sentirse con derecho” del otro, así como el de uno mismo.
Me he usado a mí mismo como ejemplo de un analista que inicialmente creía que estaba analizando constructivamente la resistencia de  “sentirse con derecho”. El curso del trabajo en cada uno de los cuatro casos planteados incluye identificadas expresiones de “sentirse con derecho” en mí mismo, así como en los pacientes o supervisados. Llegué a entender que distinciones tales como normal o patológico, “sentirse con derecho” o lo contrario, a menudo se vuelven irrelevantes.
El foco del trabajo cambia hacia el descubrir las experiencias de “sentirse con derecho” bidireccionales, revelando los elementos variados de “sentirse con derecho” y descubriendo cómo funcionan en la relación terapéutica.
El analista podrá alcanzar más libertad para participar de una manera más viva, apreciativa y hasta humorística, cuando sus propios sentimientos de “sentirse con derecho” los vive como parte de la acción. Esto le permite al analista aceptar que, al igual que el paciente, necesita sentirse y ser tratado como especial y que cuando se siente amenazado es probable que surjan  patrones  de defensa característicos en la interacción. El paciente podrá percibir con bastante exactitud aspectos de la psicología del analista en cuanto a su “sentirse con derecho” y podrá usar y abusar de este conocimiento en la relación terapéutica. A veces, la trayectoria positiva de trabajo parece disolverse en un intercambio acalorado de puntos de vista en cuanto a las actitudes percibidas de “sentirse con derecho”. Este diálogo, podrá ser expresado en un vocabulario reactivo de falta de conocimiento de  “sentirse con derecho”: negación, protesta, racionalización, indignación, recriminación, apaciguamiento, alucinación, acomodación y hasta interpretación.
He tratado de demostrar cómo estas diferentes expresiones de “sentirse con derecho” y reacciones contra el "sentirse con derecho"  pueden volverse constructivas en el trabajo, en una relación mutuamente empática. He sugerido que es más fácil que se produzca un progreso cuando el analista reconoce los aspectos subjetivos e interactivos del “sentirse con derecho”  cuando éstos emergen y se descubren en el transcurso del trabajo clínico. Como siempre, cuando el analista es receptivo a la visión de realidad del paciente (Gill 1994), es posible que una actividad interpretativa, no defensiva y no autoritaria, pueda ser respetada e integrada en el trabajo analítico con más facilidad.
El objetivo es, por supuesto, ir mas allá del etiquetar, juzgar, someterse, rebelarse o desquitarse para llegar a la experiencia de mutuo reconocimiento. Irónicamente, a medida que la diada psicoanalítica aprende a confrontar mutuamente la realidad interpersonal de “sentirse con derecho”, cada participante podrá darse cuenta que las actitudes de “sentirse con derecho” son universales y que sus actitudes de “sentirse con derecho” no son más especiales que las del otro.

* El autor agradece a Dr. Elyse Billow, Joseph Newirth, Charles Raps y Owen Renik su estímulo y guía en la edición de este trabajo.

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