aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 007 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Las perspectivas de Winnicott y de Kohut en el psicoanálisis

Autor: Nemirovski, Carlos

Palabras clave

Kohut, Borderline, narcisismo, teoría psicoanalítica, Winnicott..


Resumen
Es este un trabajo acerca de las perspectivas derivadas de las ideas fundamentales de  D. Winnicott y H. Kohut.  No analiza en forma sistemática los aportes, sólo intenta señalar lo medular de sus contribuciones al psicoanálisis, así como algunas de  sus semejanzas y de sus diferencias.
Las patologías que nos interrogan en nuestros días (especialmente los esquizoides y los borderlines) se gestan en los desencuentros y en  las separaciones -se nutren de ausencias- quitándole a la histeria el privilegio que había adquirido en el siglo pasado. Muchos sufrimientos psicológicos del hombre a partir de la postguerra, son como consecuencia de no poder hallar con facilidad la presencia o la disponibilidad de un semejante, la comprensión, el encuentro, la cooperación intergeneracional, el respeto a la intimidad, que en plena sociedad posindustrial rehuyen tanto más que en la época de la modernidad freudiana.
Los autores precitados y algunos de sus contemporáneos, comienzan a preocuparse por el individuo que produce el medio urbano de hoy y ello se refleja en las búsquedas que los orientan.
Conocer distintos esquemas referenciales teóricos permitirá sin duda intentar ir más lejos en los planteos de buscar nuevos modelos, más abarcativos, sin reducir, en lo esencial, las propuestas originales de cada autor. No sólo será de utilidad evitar reduccionismo dentro del  campo del psicoanálisis, sino establecer (como parece hacerlo necesario la clínica de los pacientes que hoy vemos, cada vez más complejos) lazos respetuosos y productivos con la psiquiatría, las  neurociencias, con otras psicologías, la antropología y la sociología con las que tendremos que dialogar y enriquecernos.

"El futuro no es lo que era".
            (Anónimo norteamericano, 1977)

"Sería agradable poder aceptar en análisis solamente a aquellos pacientes cuyas madres, al comienzo y durante los primeros meses de vida, hubiesen sido capaces de aportar condiciones suficientemente buenas. Pero esta era del psicoanálisis se está acercando irremisiblemente a su fin".
            Winnicott (1955)

"...en contraste con la estructura de personalidad de los pacientes de fin de siglo, cuyo examen llevó a Freud a concebir una psique dicotomizada y más tarde a hablar del conflicto estructural, la organización de la personalidad prevaleciente en nuestro tiempo no está tipificada por la simple escisión horizontal que provoca la represión. La psique del hombre moderno, aquella que describieron Kafka, Proust y Joyce, está debilitada, fragmentada en múltiples partes (escindida verticalmente) y carente de armonía. De ello se desprende que no podremos comprender en forma adecuada a nuestros pacientes y explicarnos lo que a ellos les ocurre, si pretendemos hacerlo con la ayuda de un modelo de conflictos inconscientes no apto para ello"
            Kohut (1984)

Justificación y un poco de historia

En este trabajo trataré de detenerme en las perspectivas1 derivadas de las ideas fundamentales de dos autores prolíficos: D. Winnicott y H. Kohut. No he de analizar en forma sistemática sus originales aportes, sólo intentaré señalar lo medular de sus contribuciones al psicoanálisis, así como algunos aspectos de  sus semejanzas y de sus diferencias.

Sin duda, muchas de las cuestiones que Winnicott plantea, habían sido tratadas anteriormente por importantes autores (especialmente Ferenczi, Fairbairn y Bowlby exponen algunos enfoques similares) pero por distintas razones -que bien vale analizar en la búsqueda de nuestros orígenes como analistas- no pudieron ganar terreno y universalizarse como escuela en el pensamiento psicoanalítico sino recién a partir de los autores a los que nos dedicaremos en este trabajo.2

Hace algunos años (Nemirovsky, 1993) decíamos que “desde la muerte del fundador del psicoanálisis, nuestra disciplina ha sufrido cambios de magnitud, en buen grado, producto de las transformaciones culturales de analizandos y analistas. A partir de allí hemos visto nacer y desarrollarse mutaciones que replantean paradigmas básicos. Poco a poco se han ido modificando la forma de pensar (teoría psicoanalítica) y de operar en la sesión (técnica psicoanalítica)”.

Etchegoyen (1990), afirmaba: "Si contemplamos panorámicamente el desenvolvimiento de la ciencia psicoanalítica, se nos impone una línea divisoria muy nítida que coincide con el ocaso de la vida de Freud". Sin embargo, tomar como punto de partida 1939 podría ser ciertamente parcial o arbitrario, ya que con anterioridad, fuertes corrientes cuestionadoras de aspectos básicos del psicoanálisis venían gestándose y, la más de las veces, dando a luz encendidas polémicas. Sin embargo, esos años son muy significativos: alrededor de los '40 comienzan a formarse las "escuelas" que hoy podemos reconocer.

La historia del psicoanálisis implicó siempre el debate, y este fue enriqueciendo teorías y técnicas. En este sentido, algunos hitos de la primera mitad de nuestro siglo fueron las polémicas de su fundador con Jung, Adler, Rank, Steckel y luego con Ferenczi; los desarrollos propios de la escuela inglesa analizando a niños y a psicóticos con los liderazgos de Jones y M. Klein y la polémica de ésta última con A. Freud, seguida del desarrollo particular del psicoanálisis en los EE.UU. a partir de Hartmann, Kris y Lowenstein y finalmente, volviendo a Europa, las originales posturas de Lacan.

Retrocediendo aún más, debemos tener presente que los primeros desarrollos de Freud se gestaron en el contexto victoriano, autoritario, observador receloso de la exploración de los valores esenciales que guiaron su investigación: el descubrimiento de la verdad y el logro de la individualidad psicológica, de la discriminación. (Kohut, 1984)

Darwin, Pasteur, Koch, Curie, Russel, Einstein, para nombrar sólo a unos pocos, fueron algunos de los excepcionales investigadores. Ellos también eran referentes para Freud y, sin duda, una guía en cuanto a la metodología que utilizaría para la disciplina que estaba gestando.

Freud debió convivir con dos desarrollos contrapuestos: por un lado, el auge del positivismo con sus métodos científicos derivados de la ciencia natural, (excluyentes de aquello que no era abarcable por la objetivación), y por otro, la irrupción y gradual crecimiento del subjetivismo en la cultura (el impresionismo y luego el surrealismo). Enmarcado por la Europa Central de entonces, él acrisola en su formación cultural los valores de su época, a través de sus valores familiares y personales; desde allí va construyendo los cimientos del método analítico a partir de su autoanálisis -finalmente el análisis de un adulto sin graves padecimientos- y del análisis de sus pacientes, también adultos. En el corazón de la Viena de los Habsburgo, trabajando como todo profesional de fines del siglo XIX, en su propia casa, comienza a penetrar en el psiquismo humano, el Complejo de Edipo, la sexualidad infantil, la realidad psíquica, la formación de sistemas o instancias, y de complejos o estructuras. Lo hacía allí, hace 100 años.

No debe resultarnos extraño entonces que, en el psicoanálisis –ideado por un creador que en ese especial contexto buscaba fervorosamente la verdad y no la confirmación de dogmas establecidos- se replantee durante su evolución, muchos de los puntos de vista de su fundador, que al decir de Guntrip (1971) ha puesto la piedra fundamental, pero no construido la totalidad del edificio.

Las distintas expresiones de la cultura (artistas plásticos, arquitectos y poetas) preanunciaron siempre los cambios axiológicos: por ejemplo, la arquitectura vienesa de principios del siglo XIX,  era el reflejo de una vida cotidiana centrípeta, posibilitadora de una familia hiperestimulante3 que contrasta con la vida familiar de hoy, de fuerte tendencia centrífuga, que se despliega en nuestros edificios cuyos habitantes resultan anónimos. La atmósfera de entonces, favorecía el desarrollo de la "prima donna" de los comienzos de siglo: la histeria, siempre necesitada de presencias. Como consecuencia, los primeros analistas, provenientes de ese mismo medio, centraban su atención en aquello que era obvio que concentrara su mirada: el complejo de Edipo y sus derivados, las neurosis. A partir de la clínica de estas neurosis podían explicar su origen y evolución y construir una metapsicología operativa y acotada, desarrollo que fue coherente y acorde a las metodologías científicas de la época: crearon una metapsicología para la neurosis. Los cuadros que quedaban fuera de esta singularidad, no podían ser abarcados por el naciente psicoanálisis.

Hoy,  las personalidades esquizoides y borderlines,  que se gestan en los desencuentros y en  las separaciones -se nutren de ausencias- le quitan ese privilegio a la histeria, y requieren de nuevas explicaciones que contemplen a la organización familiar y social -a lo ambiental- como factor necesariamente interviniente4.

Con un esfuerzo empático, como el que nos reclaman los historiadores contemporáneos para aprehender nuestro pasado (Carr, 1984), podremos comprender que muchos de los motivos de angustia de Freud en el contexto inicial de sus investigaciones, surgieron del intento de ubicar al psicoanálisis dentro de las ciencias naturales, utilizando nomenclaturas tales como catexia, aparato psíquico, libido. Actualmente, casi nadie dudaría que la nuestra no es una disciplina exacta. Estamos hoy más cerca de la investigación histórica, de la narrativa, que de los métodos de las ciencias "naturales".

Si nos preguntáramos qué representa Freud para los analistas de  hoy en día -y dejando de lado los que por su vínculo narcisista con el maestro hicieron por la vía de la idealización de su teoría un dogma- podemos consensuar un modelo de incansable investigador, no conformista y entusiasta, que teorizó y se refutó a si mismo, por lo que su obra científica siempre abierta, no resulta uniforme ni lineal. Saludablemente podremos identificarnos con su curiosidad, su rigor científico y su actitud frente a aquello que resultara novedoso. Después de todo, él decía que el único texto sagrado era el del paciente, y éste nunca es el mismo: se agregan patologías, varían las prevalencias, “construimos” otros pacientes desde diferentes culturas5. Seguramente hoy podremos refutar, complementar o descentrar el resultado de muchas de las investigaciones freudianas, pero probablemente su método -su modo de investigar- continúe con pocas variantes.

La obra de los autores a los que nos dedicamos en este trabajo, se difunde en el mundo psicoanalítico luego de la Segunda Guerra Mundial. Winnicott publica artículos que jerarquizan, con la fundada experiencia del autor, los factores ambientales en la constitución del psiquismo temprano (Winnicott (1945, 1952,1956). Kohut, algo más tarde (1959, 1966) propone la valorización del narcisismo -que a la sazón se construye a partir de relaciones objetales tempranas- como “motor” del psiquismo hasta entonces peyorizado. Es relevante en la difusión de sus ideas, que ambos ocuparan cargos importantes en la organización política de sus respectivas instituciones y se proyectarn también fuera de ellas. Winnicott presidió en dos oportunidades la Asociación Psicoanalítica Británica, mientras que Kohut fue presidente de la Asociación Psicoanalítica Norteamericana y luego vicepresidente de la IPA, sumando poder político a sus concepciones científicas.

Hoy, podemos apreciar que estas perspectivas -nuevas formas de concebir lo psíquico- han tenido un efecto multiplicador y, a partir de ellas muchos pensadores han podido jugar creativamente, confrontándolas, reuniéndolas entre sí o con las de otros autores, ampliando líneas ya trazadas y desarrollando propias.

Sería difícil establecer territorios limítrofes entre los seguidores de ambos autores: en una primera generación, podemos destacar a M.Khan, R.Laing, M. Milner, R. Gaddini y C. Bollas siguiendo los pasos de Winnicott,  mientras que aquellos que han seguido desarrollando las ideas de Kohut, lo hacen desde diferentes líneas: así han crecido pensamientos como los de Gedo, Stolorow, Goldberg, Branchasft, Lichtemberg y otros, configurando verdaderas escuelas (hoy ya podemos hablar de kohutianos de la primera tópica,  intersubjetivistas, y algunas más en formación). Otros contemporáneos como J. McDougall y A. Green, sin enrolarse en escuela alguna, abrevan también en fuentes directas o cercanas a Winnicott y a Kohut, entre otros, y han contribuido con sus teorías propias al desarrollo actual del psicoanálisis.

Conceptos históricos, conceptos recientes

         “El orden que imagina nuestra mente -nuestras teorías- es como una escalera, que se utiliza para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido.”
                U. Eco, “El nombre de la rosa”

 Freud define en 1922 los “pilares básicos de la teoría psicoanalítica”, señalando que ellos son:

    “El supuesto de que existen procesos anímicos inconscientes; la admisión de la doctrina de la resistencia y de la represión; la apreciación de la sexualidad y del complejo de Edipo: he aquí los principales contenidos del psicoanálisis y las bases de su teoría, y quien no pueda admitirlos todos no debería contarse entre los psicoanalistas”.

Tantos años después, y desde el extendido psicoanálisis actual, difícilmente podamos coincidir con estas palabras sin necesitar agregarle aditamentos y especialmente, aclaraciones. Hoy, seguramente, no admitiríamos una única definición. Quizá, no debiéramos empeñarnos en buscarla. Podremos sólo intentar establecer aquello que compartimos, lo que define nuestro quehacer y nos diferencia de otros profesionales. Pensamos que este estado “deliberativo” de nuestra disciplina nos puede llevar a aceptar aquella aporía tan inespecífica, aunque a veces necesaria: “psicoanálisis es aquello que hace un psicoanalista”. Obviamente no se satisface así nuestra preocupación por conseguir delimitar el amplio espectro psicoanalítico, así es que pacientemente debemos seguir trabajando conceptos básicos.

Encontraremos entonces, que sexualidad infantil, transferencia y represión no son términos unívocos, y seguramente agregaríamos otros términos, otros conceptos, que solicitan nuestra dedicación y esclarecimiento: quizá hoy podríamos definir la disociación, las transferencias psicóticas, las transferencias narcisistas, y así sucesivamente, amén de discutir conceptos como el de sexualidad (¿restringida o ampliada?,  ¿primaria o secundaria a ciertas necesidades?) o polemizar acerca del hasta entonces central Complejo de Edipo (¿temprano, tardío o tomaremos la propuesta de Kohut de “fase edípica”, por la que transita el self en desarrollo cuando todo marcha bien?).

El replanteo también podría provenir desde el vértice de las neurociencias  y desde allí, podríamos revisar los  trastornos hipocondríacos y algunas órgano-neurosis de las que solíamos decir que “no reconocen lesión orgánica alguna”, mientras en la actualidad no estaríamos tan seguros de afirmarlo.

En fin, frente a la complejidad de los diversos desarrollos científicos, pareciera que definiciones acerca de las nociones básicas del psicoanálisis resultan escasamente abarcativas o podrían ser cuestionadas desde varios ángulos. Más que definir nuestra disciplina desde las diversas teorías, necesitamos y quizá con cierta urgencia, conceptualizaciones que abarquen los nuevos fenómenos clínicos derivados de los pacientes que hoy asistimos. En frecuentes charlas de colegas nos preguntamos con qué conceptos teóricos nos podríamos explicar fenómenos tan inefables (como asimismo tan corrientes, en nuestra post-modernidad) como los que nos cuentan  nuestros pacientes entre perplejos y angustiados, que se perciben “anestesiados”, “irreales”, “vacíos”, “extrañados”, “inexistentes”, “transparentes”, etc. Quizá con atenta escucha empática podríamos comprenderlos, pero no parece factible todavía, que alguna de las metapsicologías conocidas sea lo suficientemente abarcativa, sin hacerle perder al fenómeno clínico toda su riqueza, sin forzar los observables comprimiéndolos dentro de una horma estrecha.

Los observadores sociales como Lipovetsky, lúcido ensayista,  dice en 1986: "Don Juan ha muerto; una nueva figura, mucho más inquietante, se yergue: Narciso, subyugado por sí mismo en su cápsula de cristal". Y luego: "Los pacientes ya no sufren síntomas fijos sino de trastornos vagos y difusos; la patología mental obedece a la ley de la época que tiende a la reducción de rigideces así como a la licuefacción de las relevancias estables: la crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista. Imposibilidad de sentir, vacío emotivo, aquí la desubstancialización ha llegado a su término, explicitando la verdad del proceso narcisista, como estrategia del vacío".

J. McDougall (1980) seguramente tiene en cuenta esta perspectiva social cuando sintetiza: “La búsqueda del otro no tiene tanto que ver con el deseo como con la economía psíquica de la necesidad sobre la que se asienta la conducta adictiva y las organizaciones de sexualidad perversa, en las que la sexualidad se utiliza como una droga.”

Nos preguntamos si estos aportes, a partir de los paradigmas “sociales” como los que proponen observadores de los movimientos culturales, contribuirán a satisfacer nuestra necesidad de contar con metapsicologías integradoras, con las que podamos comprender los complejos fenómenos clínicos que se nos presentan.

Teniendo en cuenta estas dificultades, podemos inferir que uno de los factores que hacen de la nuestra una profesión imposible es que cuando llegamos a un aceptable nivel de conocimiento respecto de la patología con la que tenemos que lidiar, se producen cambios tanto en nuestro objeto de estudio, como en nuestro trabajo clínico y por ende en nuestras teorías.6

Algunos aportes de Winnicott y Kohut

En un trabajo anterior (Nemirovsky, 1999) decíamos que: “...ocuparnos de estos autores nos plantea un interrogante extendido también a otros investigadores: ¿Por qué muchos de estos autores -cuatro o cinco décadas después de los comienzos del Psicoanálisis- observan los fenómenos psíquicos desde tan distintas perspectivas? ¿Por qué se desplaza el acento del instinto y sus transformaciones hacia las modalidades vinculares? ¿Por qué descentran el nudo edípico como piedra angular de la patología y dirigen su mirada a aquello que precede a la organización triangular?

Estos factores son variados (y llevan también como ingrediente el componente personal de quien formula sus hallazgos) pero quisiera puntualizar un factor que me resulta sustancial: el desarrollo de una enfermedad, y cómo se la conciba, estará siempre en función de los valores propios de la época. Durante la modernidad -y esto lo confirmamos en cada paradigma freudiano- la búsqueda del saber y de la verdad eran el norte de todo investigador: el saber positivo; la verdad, opuesta a la apariencia y a la mentira. Décadas después, Winnicott, Kohut y algunos de sus contemporáneos comienzan a preocuparse por el individuo que produce el medio urbano y esto se refleja obviamente en las búsquedas que orientan a estos pensadores: Muchos sufrimientos psicológicos del hombre a partir de la postguerra, surgen como consecuencia de no poder hallar con facilidad la presencia, la disponibilidad, la comprensión, el encuentro, la cooperación intergeneracional, el respeto a la intimidad, que en plena sociedad postindustrial rehuyen tanto más que en la época de la modernidad freudiana”.

Los diversos investigadores del psicoanálisis han forjado siempre teorías más o menos complejas acerca del nacimiento psíquico,  necesitando hipotetizar acerca de los orígenes. Seguramente el método psicoanalítico, que propone un recorrido en reversa, intenta llegar a aquello que para cada escuela es lo más temprano, concepto éste que, para Winnicott (1967) no es  lo más profundo. Él establece una notable diferencia entre más temprano cronológicamente (el ambiente indiferenciado aún del sujeto) y lo que resulta más profundo (aquello ligado a los fenómenos depresivos y el odio). Lo temprano, entonces, suele no ser parte del self, aunque sí de la historia del sujeto: se trata de lo que el medio brindó en los primeros momentos de la vida extrauterina, en términos de sostén, manipulación y presentación objetal, mientras lo más profundo se va instalando gradualmente como contenido del self. Si en el ambiente inmediato al nacimiento, hubo fallas generadoras de situaciones traumáticas, aparecerán luego, en el contexto de un análisis, quizá como “transferencias de necesidad” (Lerner, H., Nemirovsky, C., 1989) quedando a menudo resueltas por el encuadre y por los aspectos parainterpretativos de la actividad del analista (su presencia, tono y timbre de voz, sus acciones). Aquello que resulta más profundo irá apareciendo si posibilitamos la resolución a través del desarrollo de lo tempranamente fallido.

¿Por qué Winnicott y Kohut? Ambos son autores convocados por necesidades clínicas que estimo como la forma más genuina de comprometernos con una perspectiva. Sus pensamientos están siempre ligados al quehacer con el paciente, y aunque lleguen a formularse en un nivel conceptual abstracto, mantienen una distancia tal con los hechos empíricos que resultan operativos y posibilitadores de aperturas.7 Veamos ahora algunas semejanzas y diferencias entre ellos:8

    A. Semejanzas

Ambas perspectivas reconocen su basamento en Freud, aunque son concebidas desde un planteo estrictamente vincular alejados de planteos instintivistas y, por ende, deterministas. Jerarquizan los factores ambientales en la crianza humana, considerando al ambiente como proveedor irremplazable de aquellos objetos que satisfarán inicialmente necesidades, y luego deseos. Progresivamente, a partir de este mundo narcisístico poblado de objetos, se irá desarrollando el sentimiento de sí, y diferenciándose de los objetos que lo sostienen.

El concepto de self ocupa el centro del escenario y si bien no es posible desarrollar las diferentes concepciones en este trabajo, podemos señalar sintéticamente que el self  abarca todos los aspectos de la persona que irá creciendo (como un proceso natural, diría Winnicott), en medio de objetos  facilitadores, acompañantes y promotores de ese desarrollo, ejerciendo diversas funciones, denominadas por Winnicott ,sostenimiento, manipulación y presentación de objeto; y por Kohut función reflejante, función idealizadora y función de alter-ego. Estos objetos son absolutamente necesarios, en términos de cumplir con las funciones que la criatura humana necesita para relacionarse con su propia vitalidad y construir su psiquismo, por lo que la psicopatología, en particular la más temprana, derivará de la falla, ausencia, inadecuación objetal o de la sobrestimulación y finalmente, de la interrupción de ese proceso.

Ambos autores adscribirían a la postura de Fairbairn (1941) en cuanto a la necesidad primaria  del encuentro con el medio ambiente. Este autor proponía que la  libido era buscadora de objetos y no de placer; a las zonas erógenas como canales mediadores, y a las fases libidinales como "técnicas del yo" para regular las relaciones con los objetos, en la concepción que podemos denominar del "impulso primario" (búsqueda de objetos como motor central del psiquismo), divergente de aquella de "impulsos secundarios" sostenida por Freud, la sexualidad cabalgando sobre los instintos de autoconservación, o anaclisis.

Winnicott resulta fundamentalmente un vitalista, un buberiano; mientras que Kohut enfatiza la cooperación intergeneracional en oposición a la lucha edípica, siendo estas posturas coherentes con los planteos de cada uno de los autores respecto al origen y desarrollo del self.

Estos dos autores, y luego algunos de sus seguidores, han comenzado a desarrollar, desde el campo psicoanalítico, conceptos hasta ahora no abordados por nuestra disciplina. Algunos ejemplos son: la esperanza, el sentirse real, la creatividad, la armonía, el vacío, la plenitud, la expresividad, la personalización, la vitalidad. Si bien parten de diversos esquemas referenciales y de bases empíricas disímiles, convergen en conclusiones semejantes respecto a la comprensión de los fenómenos psíquicos.

    B. Diferencias


Kohut 
Winnicott
Lenguaje y modelo Lenguaje“científico” construye una metapsicología (modelo del self) Lenguaje “narrativo poético” No construye metapsicología
Base empírica de su práctica clínica Trastornos narcisistas (pacientes con self nuclear establecido) Borderlines, psicóticos, niños familias, pareja madre-bebé
Esquemas referenciales teóricos de los que parten Freud, Hartmann, Kris, Lowestein Freud, Klein, Ferenczi, Balint
Narcisismo Objetal primario: se transformará en humor, sabiduría, finitud de la vida Objetal primario: Camino hacia la independencia y a la capacidad de estar solo
Características del Self Cohesivo, vital, armónico Verdadero-falso (adaptado)
Ambiente Refleja, posibilita idealizar, aporta pares Sostiene, manipula, presenta objeto
Objeto Reflejante, idealizado, semejante Subjetivo, transicional, objetivo
Si fallan los objetos necesitados Déficit. La respuesta: un polo compensa falla del otro Trauma. Congelamiento de la situación. Generación de falso self  defensivo
Analizabilidad Trastornos del narcisismo y neurosis Análisis de Borderlines, esquizoides y neurosis. En las psicosis: conducción

Hemos planteado algunos enfoques comunes y también las diferencias entre dos autores que comparten una misma perspectiva. Profundizar en distintos esquemas referenciales teóricos nos permitirá, sin duda, intentar ir más lejos en los planteos de búsqueda de nuevos modelos más abarcativos, sin deformar las propuestas originales de cada autor. No sólo será de utilidad para evitar el reduccionismo dentro de nuestro campo, sino para establecer (como parece hacerlo necesario la clínica de los pacientes que hoy vemos, cada vez más complejos) lazos respetuosos y productivos con la psiquiatría, las neurociencias, con otras psicologías, la lingüística, la antropología y la sociología con las que tendremos que dialogar y enriquecernos. Quizá sea necesario que trabajemos en dos líneas paralelamente, por un lado, planteando claramente las convergencias y divergencias de las perspectivas psicoanalíticas, y por otro, con el auxilio de otras disciplinas, en la búsqueda de un enfoque superador, más abarcativo, que nos posibilite no sólo comprender mejor nuestro objeto de estudio (finalmente, nuestros pacientes, nuestras metapsicologías) sino también ubicar al psicoanálisis en un nivel de diálogo simétrico con otras ciencias.

Notas del autor
1. La perspectiva es siempre un resultado, un producto del imaginario social en un momento histórico. En el arte, (¡y vaya si el psicoanálisis lo es!) su valor es posibilitar un punto de vista hasta entonces no apreciado y permitir el hallazgo de nuevas formulaciones acerca de lo observado. Este proceder implica, finalmente, la creación de un hecho nuevo. Es lo que le permite decir a Alberti: “Por fin veo al mundo como Dios lo creó”, al conocer la perspectiva renacentista que inaugura Brunelleschi. (Berger, 1976) y cinco siglos después a Dalí: “Cuando veo, invento” (Ades, 1982).
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2. Podemos hipotetizar que aquellos planteos fueron adelantados a una época que exigía fidelidad a cierta mirada freudiana, cuando no a la figura de Freud o/y que probablemente los innovadores que pergeñaron esas concepciones no supieron o no pudieron ganar el poder político necesario para  posibilitar la difusión de nuevas ideas.
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3. "Como principal teatro de la vida privada, la familia le proporciona al Siglo XIX sus figuras y sus primeros papeles, sus prácticas y sus ritos, sus intrigas y sus conflictos. Además de ser la mano invisible de la sociedad civil, es a la vez nido y nudo". (Aries y Duby, 1987).
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4. Conjugando épocas y objeto de estudio, y a modo de ejemplo veamos que plantea Stern (1985):" Muchos datos sobre las pautas alimentarias de las sociedades primitivas existentes...sugieren que, casi durante toda la historia humana, los infantes fueron alimentados con mucha frecuencia, a la menor demanda hasta dos veces por hora. Puesto que la mayoría de los bebés eran llevado a cuestas por la madre, en contacto con el cuerpo de ella, ésta percibía la más ligera muestra de inquietud por parte del niño e iniciaba breves y frecuentes comidas, tal vez de unos pocos chupeteos para mantener bajo el nivel de activación /cita de Stern: deVore y Konnor, 1974/. La consecuencia de esta perspectiva es que el drama del amamantamiento hoy en día es producto de nuestro sistema de crear una gran estimulación y activación en forma de hambre, seguidas por una caída abrupta. La saciedad se convierte en un fenómeno de intensidad y drama iguales a los del hambre, pero de dirección opuesta. Puede ser que la experiencia constante con picos y valles exagerados de la intensidad afectiva y emocional constituya una ventaja adaptativa para el infante que está por entrar en el más rápido y estimulante mundo moderno".
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5. La psicopatología crece especialmente en los “bordes” de las categorías clasificatorias, por ejemplo: en las fronteras entre psicosis y neurosis aparece el borderline, pero habrá pronto que diferenciarlo del esquizoide que a su vez deberá distinguirse de las esquizofrenias ambulatorias y de las neurosis graves. Los aportes de la cultura a la estructuración de la psicopatología y nuestras “nuevas miradas” van complejizando la taxonomía.
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6. Aunque si hoy nos preguntamos que tenemos en común los analistas no será sencillo que hallemos la respuesta: sin duda compartimos nuestra paternidad freudiana, la noción de inconciente y su puesta en escena a través de la transferencia, la actitud ética de no manipular al paciente y la búsqueda de la verdad (enfatizando el camino,la búsqueda). Es en ese sentido que Freud pudo cuestionarse los conocimien-tos acumulados hasta el momento, no sólo a través de su autoanáli-sis, sino por su propia evolución como científico, ya que sus teorías fueron cambiando sustancialmente a lo largo de su obra. La fidelidad al maestro no consiste en la identificación congelada con sus productos terminados, con la letra de sus libros, sino con su trayectoria científica, arriesgando hipótesis, replanteándose, integrando, desechando. Nemirovsky (1993).
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7. Los trabajos en los cuales los analistas comentamos o intentamos sintetizar el pensamiento de un autor pueden tener varios orígenes y también diversos fines. Sería patético presentar ideas con el fin de convencer que las teorías sintetizadas son las “únicas” que permiten abarcar –ahora si!- la totalidad de lo psíquico. Dejando de lado este origen y confiando en que los lectores no le darán ese destino, expondré algunas impresiones acerca de el porque considero necesario conocer estas perspectivas, estas miradas, de antecesores y maestros tan ricos como Winnicott y Kohut.
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8.  A ellos llegué a partir de algunas situaciones a las que en mi clínica me fue llevando. Analizo habitualmente pacientes adultos y algunos adolescentes. Mi formación básica (que obtuve fundamentalmente en “el Lanús” y en Apdeba por  seminarios, grupos de estudio, supervisiones y mis propios análisis) es freudiana y kleiniana. Munido de este corpus de conocimiento atendí a los primeros pacientes en mis inicios como profesional, hasta aproximadamente 1982. Por ese entonces, conjugando seguramente cierta madurez frente a las cosas de la vida y la atención de algunos enfermos para los que no me bastaba las concepciones que hasta entonces utilizaba acerca del encuadre y también de comprensión de mi tarea (mi  “metapsicología”) comencé a contactar con algunos autores que me remitieron a su vez a otros; así, comencé a leer a J.McDougall, a Green, a Bowlby, Erikson, Sullivan ....y a supervisar con los maestros Gioia, Lancelle, Painceira a quienes mucho les agradezco.
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