aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 009 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Paradigmas de la clínica psicoanalítica: espirales del tiempo transcurrido en la práctica psicoanalítica

Autor: Schenquerman, Carlos

Palabras clave

Concepcion kleiniana del psicoanalisis, contratransferencia, identificación proyectiva, Fantasia inconsciente, Neurosis infantil, Teoria del traumatismo segun freud, Preconsciente, psicoanálisis.


Resumen:
Este trabajo intenta ser una reflexión del autor sobre los cambios sufridos por los modelos clínicos sobre la base de una sustentación epistemológica de la práctica psicoanalítica a lo largo de casi 40 años, desde los comienzos de su formación. Se analizan y ponen en cuestión los conceptos fundamentales del psicoanálisis según sean vistos desde las perspectivas de las distintas escuelas y su influencia en el método.
Se discurre, por fin, sobre las críticas formuladas a la interpretación de los modelos kleiniano y lacaniano: principio de traductibilidad o decodificabilidad fundado en la constancia de equivalencias simbólicas; remisión de las interpretaciones a una simbólica, a un simbolismo transindividual; uso directivo o inductivo de las preguntas, señalamientos o subrayado de trozos discursivos; abandono de la asociación libre y de la atención igualmente flotante, del paso a paso freudiano, a cambio de un simbolismo preestablecido; formulación de las interpretaciones a boca de jarro, sin dilación, sin permitir la búsqueda activa por parte del analizando ni dejar un tiempo de espera a la elaboración del paciente mismo. Modelo simbólico llevado al extremo en la interpretación de los sueños; atribución de sentido por contraposición a la búsqueda de un sentido latente; reemplazo del discurso manifiesto por otro discurso preestablecido, inconsciente, al cual el paciente aporta nuevos contenidos. Traducción simultánea, abundante, en fin, con todas las críticas conocidas sobre el método kleiniano. Se analizan, con esta óptica, uno de los textos mayores del último período de la producción del psicoanálisis francés contemporáneo y una viñeta clínica del propio autor, sugiriendo que en ellos se pueden reconocer diversas indicaciones acerca de la construcción de un método de investigación para el psicoanálisis.

Pensar en un trabajo sobre mi forma actual de concebir la clínica psicoanalítica, en este primer año del siglo XXI, me obligó a discurrir respecto a cuánto y de qué modo ha variado el modelo con el cual he ejercido mi práctica a lo largo de casi 4 décadas, desde el inicio de mi formación. Preparando las ideas que voy a desarrollar me encontré sometido a un ejercicio de reflexión sobre mi propio movimiento como analista y, en ese contexto, las transferencias, rupturas y abrochamientos que fueron marcando el camino recorrido. En ese marco se abría una pregunta: ¿cómo operó en mí un dualismo que parecía en muchos momentos devenir antagónico: por un lado, por mi origen médico, un positivismo, un pragmatismo de lo concreto y, por otro, una concepción de la mente humana que opera en términos de simbolización, de significación del mundo que percibe?

El contexto en el cual inicié mi formación a mediado de los años 60's, en Argentina, era predominantemente kleiniano, poco preocupado por una fundamentación epistemológica de la práctica psicoanalítica. Los criterios de verificación eran clínicos, y la metapsicología de bolsillo con la cual nos manejábamos estaba regida por objetos internos, por posiciones y movimientos pulsionales cuya tópica se desplazaba en el campo de la transferencia. El Freud que estudiábamos era un Freud cronológico, más centrado en la evolución de un pensamiento concebido como acabado que en definir ruptura epistemológica y objeto formal abstracto. En los grupos de estudios que realizábamos se leían otros autores, además de Klein. Particularmente los pioneros: Abraham, Ferenczi, Jones, Brill, Wilhem Reich, Theodor Reich, Adler, Jung, etc. Ingleses: Bion, Susan Isaacs, Paula Heimann, Betty Josef, Herbert Rosenfeld, D. Meltzer, Winnicott, Hanna Segal. Americanos como Rappaport, Hartmann, Kriss, Lowenstein, Menninger, Erickson, o incluso algunos difícilmente enmarcables por su independencia de pensamientos como Harold Searles. Franceses eran muy pocos los que conocíamos: Lagache, Lebovici, Hesnard. Leíamos también a los psicoanalistas argentinos: a Bleger, Pichon Rivière, Racker, Garma, Grimberg, Rodrigué, Langer, etc. Eramos omnívoros, por lo tanto indiscriminados, es decir, bordeábamos el eclecticismo.

Sin embargo, para entonces, ocupaban un lugar prioritario, la idea central de Klein, su verdadero descubrimiento, de que en el sujeto hay un mundo interno poblado de objetos y, correlativamente a ello, un interior del cuerpo materno fantasmatizado. Que las cosas que allí se vivenciaban tenían un carácter concreto y un valor real, y que esto ejercía un efecto fundamental sobre los estados de la mente. El modelo kleiniano nos aportaba varios elementos que lo diferenciaban del modelo -entonces creíamos que se trataba de “un modelo”, en singular- freudiano: que la emotividad era el nudo central de significación en la vida mental, que las ansiedades básicas, innatas, definían la posición en la cual se jugaba la relación sujeto-objeto, que el valor (el más o el menos) era un principio económico que gobierna las relaciones objetales, que la geografía de la fantasía construye una variedad de mundos, diferentes unos de otros, en el que pueden convivir los objetos. Este punto de vista definía la perspectiva de comprensión de la transferencia y de los mecanismos de defensa. Si se pensaba, por un reduccionismo simplificador, que en Freud transferencia era repetición de patrones infantiles del pasado reprimido, en Klein era transferencia de ese mundo interno en el campo de la relación analítica. En esa dimensión lo histórico no podía jugar un papel central, definido el mundo interno, en su constitución, por el mecanismo primario de la proyección: de la atemporalidad sincrónica del mundo interno fantasmático pasaba al “aquí y ahora conmigo” en el campo de la transferencia. La phantasy, representación mental del instinto, se actualizaba en el espacio transferencial, y la tarea del analista consistía en la interpretación de un repertorio básico, posible, reasegurador y tedioso del preformado.

Por supuesto, como ocurrió a posteriori con los descubrimientos de Lacan, se transmitía Klein como un cuerpo de doctrina constituido, y la polémica con Anna Freud era cosa del pasado; podían mixturarse los conocimientos específicos con otros provenientes de la Ego Psychology. En la versión reducida que recibíamos los psicoanalistas de la época, el coloquio del 27 sobre el análisis de niños era sólo una polémica acerca del análisis infantil, y no una discusión general sobre las premisas de base del psicoanálisis.

La sumatoria ecléctica no era sólo efecto de las alianzas políticas ejercidas en el interior de la Institución oficial. Había razones de orden teórico para ello: la concepción del objeto como objeto dado, el conocimiento no como proceso de construcción sino como resultado acumulatorio, la experiencia clínica como único parámetro de verdad. Si el marxismo estaba impregnado por cierto pragmatismo generalizado -“las masas no se equivocan” se repetía con una ingenuidad que se pagó caro-, ¿cómo no lo iba a estar el psicoanálisis, y los sujetos que lo ejercíamos? No se trata hoy, en mi opinión, de deshacernos de los aportes más lúcidos del positivismo, sobre todo cuando los discursos parecen estar cada vez más al servicio del encubrimiento de la realidad que de su develamiento; sí de poner en relieve que la teoría devenía el reflejo de la clínica. La estructura era concebida como la representación concreta del self y de los objetos de la fantasía inconsciente, y este concepto de self, lo supieran o no los analistas, era el que se usaba en la práctica clínica, ya que condensaba los elementos operativos del yo y del ello, produciéndose, indudablemente, un despegue cada vez mayor de la teoría de Klein respecto a la de Freud.

Los mecanismos de defensa también eran concebidos desde una teoría de la phantasy, sin que la teoría económica tuviera ningún peso. Los principios económicos que en Freud ocupaban un lugar central en el concepto de defensa no formaban parte de nuestro vocabulario. Los procesos defensivos los concebíamos en términos de disociación o de splitting, de identificación proyectiva y de control omnipotente. La tópica del yo no ocupaba un lugar importante, íbamos directamente “al inconsciente”, y con ello caían también los mecanismos de defensa, no sólo los conceptualizados por Anna Freud, sino incluso aquellos que luego fueron rescatados en su especificidad como estructurales por el psicoanálisis francés: la renegación, el repudio y, centralmente, la represión. Esa no preocupación por el aspecto económico del modelo era consecuente con el interés central concedido a las relaciones de objeto, es decir al aspecto dinámico. Si en Freud el displacer era consecuencia de la acumulación de energía que no encontraba vías para la descarga, es decir aumento de la tensión en el aparato, en Klein, la identificación proyectiva sería la forma en que el sujeto se defiende de la angustia haciendo del objeto depositario de impulsos, de sentimientos desagradables o indeseados. Por ejemplo en el modelo económico freudiano, la versagung (la frustración determinada por el rehusamiento o rechazo de la demanda) es obstáculo a la satisfacción libidinal; en el modelo económico de Klein, similar situación daría lugar al duelo por el objeto perdido y, por lo tanto, evacuación de la angustia en otro objeto por identificación proyectiva.

Nuestra clínica de esos años estuvo marcada por estos hitos del pensamiento kleiniano. Incluso progresionábamos en cierta dirección: no se trataba ya de un simple movimiento evolucionista de pasar de la posición esquizo-paranoide a la depresiva en un movimiento hacia un amor más integrado a un objeto más integrado, menos parcial. Nos planteábamos, además, que la lucha debía darse contra la parte desligadora y destructiva del self, lucha oscilante e interminable que se renovaba siempre que surgía un nuevo conflicto o que estímulos externos ponían a prueba una resolución anterior. La pulsión de muerte estaba siempre allí, lista a atacar lo que el proceso analítico iba construyendo. El modelo optimista de que “bastaba contar con una buena madre interna por la que se es amado y a la que uno ame para que todo ande bien”, caía.

Coincidentemente, vivíamos en el interior de un país, la Argentina,  en el cual los traumatismos se repetían sin cesar, en el que intentábamos construir espacios nuevos a los cuales la realidad circundante lesionaba. El país, como el mundo interno, se poblaba de objetos buenos y malos. Mientras se desarrollaban los servicios psicoanalíticos en los hospitales, mientras se realizaban experiencias cuyo modelo no parece hoy repetible, mientras nos lanzábamos al asalto de la cultura en una acumulación originaria de la cual aún usufructuamos los restos, se intervenían las universidades, se palpaban los comienzos de una regresión política nunca anticipada suficientemente.

Habíamos leído en esos años Aprendiendo de la experiencia y Volviendo a pensar, de Bion. Ahí conocimos las funciones y elementos a y b. La capacidad de rêverie de la madre, de poder actuar generando elementos a en el bebé a partir de metabolizar la angustia, transformando los elementos b provenientes de la pulsión de muerte, favoreciendo, así, las funciones de simbolización. El holding winnicottiano, la rêverie bioniana, venían a mitigar el salvajismo destructivo de la pulsión de muerte - la revulsión feroz de los descubrimientos kleinianos - y nos permitían ejercer una clínica en la cual se inauguraban nuevas posibilidades simbolizantes para el análisis. A su vez, una nueva perspectiva del tratamiento de la psicosis inauguraba una comprensión mayor, no sin efectos en una visión optimista de la cura, acerca del tratamiento de la psicosis y, muy en particular, de la esquizofrenia.

Había entonces pocos “pacientes inanalizables”. Se trataba de generar más y nuevos recursos para abordar los problemas clínicos. Siento aún nostalgias del compromiso militante que embargaba a los analistas: el abandono del tratamiento por parte de un paciente, los fracasos terapéuticos, no eran simples lesiones narcisísticas o desmedro económico; la responsabilidad y el compromiso implicaba que cada uno debía dar cuenta de sus propios actos no sólo ante los demás sino, fundamentalmente, ante sí mismo, ante su ideal del yo. Por supuesto hablo de una tendencia general, no sin excepciones y, sin embargo, nunca llegó a constituirse la trasgresión en regla.

En su libro Posición y Objeto en la obra de Melanie Klein1, W. Baranger decía que la fantasía inconsciente, concebida como contenido genéticamente heredado, constituido como conjunto de fantasías, impone un marco prefijado a toda experiencia posible, un poco a la manera de las formas a priori de la sensibilidad en Kant. A fines de los '60, los marcos prefijados sufren un estallido. No sólo los políticos sino los epistémicos son sometidos a un enjuiciamiento radical, y no me refiero sólo a la política que remite a la Historia, con mayúscula, sino a la política psicoanalítica misma. Ruptura de la Asociación Psicoanalítica Argentina, aparición de los grupos Plataforma y Documento, fundación, a partir de esto, del Centro de Docencia e Investigación2.

Creo que hoy podemos ver, por après-coup, algunas cuestiones que definieron gran parte de la historia futura, la que hoy es presente. Lo interesante de la ruptura de la institución psicoanalítica oficial de esos tiempos fue el carácter que tuvo. Algunos de nosotros, que hemos vivido en el exterior, conocemos historias de escisiones de otras instituciones psicoanalíticas. Lo novedoso de aquella historia, que fue la nuestra, es que su efecto relanzó algo absolutamente original. En escisiones sufridas por asociaciones psicoanalíticas de otros países, de lo que se trataba era de constituir otra institución del mismo carácter regida por las mismas normas, con ciertos pequeños arreglos diferenciales, pero no sustancialmente diversa a la institución madre. En otros casos, como ocurrió en Francia a partir de la propuesta de Lacan que se enmarca, desde el punto de vista más tradicional, en otras escisiones sufridas a lo largo de la historia del psicoanálisis (Reich, Jung), se trataba de formar una instancia a partir del pensamiento liderante de un psicoanalista disidente, lo cual ofrece una mutación de la forma pero la tendencia general está marcada por la adherencia a una propuesta teórica.

El fenómeno absolutamente novedoso de la escisión del 70 en la Argentina, es que más que alrededor de una teoría sostenida por un sujeto singular o un grupo de poder que intentara liderar lo que podría devenir repetición, lo que estaba en juego era la apertura de un proceso de debate político y epistemológico, que afectaba incluso una transformación de los ideales del yo del analista. Un campo heterogéneo de ideas se sometía entonces a la discusión, abarcando a sectores que siguieron luego caminos muy diversos desde el punto de vista teórico, sectores que fueron atravesados, de algún modo, por la incipiente influencia del psicoanálisis francés, por un lado, y por ideales que hacían a un encuentro entre la práctica específica y los problemas históricos, más de conjunto, que empapaban a la sociedad argentina. Lo interesante de este debate es que no abarcó sólo a quienes participaron activamente de la ruptura, sino que empapó a todo el campo analítico. A muchos de los que pertenecían a la institución misma y decidieron permanecer adentro, a quienes rompieron, y a quienes nunca habían participado. Es muy posible que este proceso se hubiera desplegado en toda su potencialidad si el terrorismo de estado no lo hubiera abortado precoz y brutalmente a partir del 76, y que la coagulación dogmática que propició un engolfamiento sectario y fragmentario de los caminos abiertos entonces, no hubiera tenido, tal vez, el desenlace deteriorante cuyos efectos tenemos hoy que remontar.

Es en esa misma época, fines de los '60, inicios de los '70, que comienza a embargarnos una preocupación epistemológica y una recuperación de las formulaciones metapsicológicas de Freud. Llega a nuestras manos el Freud-Lacan, de Althusser, y junto a ello se produce una brusca variación del objeto: no se trata ya del objeto “paciente” o “la conducta”, sino de definir el objeto formal-abstracto del psicoanálisis. Lectura estructuralista de Freud, se llamaban entonces los Escritos, de Lacan. Parecía que había que empezar todo de nuevo. Redescubrimos Freud, y se ponían más en evidencia las contradicciones, ambigüedades y deslizamientos de Klein. El Vocabulaire de Laplanche y Pontalis, y luego, y sobre todo, Vida y Muerte en psicoanálisis, de Laplanche, vinieron a dar luz a lo que después, con las Problemáticas, nos permitiría ese retorno sobre Freud. Muchos de nosotros, pienso, comenzamos a vivir una disociación: por un lado, empezábamos a cobrar conciencia de todas nuestras aporías y limitaciones teóricas y a revisar los fundamentos de una práctica en la cual, hasta el momento, parecía haber coherencia teórico-clínica. Por otra, no teníamos ni la posibilidad ni los conocimientos para reinscribir de inmediato y sin contradicciones los nuevos conocimientos en la práctica cotidiana.

Al mismo tiempo, nuestra clínica se había manifestado fecunda hasta ese momento. ¿Era necesario tirar todo por la borda? ¿Renunciar a la interpretación transferencial, al concepto de insight, al de envidia, al reconocimiento de la pulsión de muerte en las resistencias del paciente o aún en sus reacciones terapéuticas negativas? ¿Había que renunciar al antiguo testamento y adherir masivamente al nuevo?

La concepción kleiniana no nos había alejado nunca del psicoanálisis. En el centro de nuestra práctica estaban las nociones de conflicto intrapsíquico y de angustia en primer lugar. La angustia, diría Melanie Klein, pertenece al sujeto enfrentado a una situación objetal interna-externa. Involucra sus situaciones arcaicas, su mundo interno, sus instintos y, sobre todo, su instinto de muerte. Siempre tiene un contenido: la angustia es angustia frente a algo inconsciente. Y, pese a esto, nuevas maneras de pensar nuestro trabajo transformaban lo previamente establecido. El biologismo instintivista no permitía tener en cuenta el nivel histórico, singular, las inscripciones histórico-vivenciales pulsantes, el orden de determinaciones simbólico al sujeto y la función que esto tiene en relación con su constitución originaria. A partir de este reconocimiento de campos de realidad heterogéneos y, al mismo tiempo relacionados, la simetría de la proyección y la introyección se hacía insostenible. ¿Qué estatutos otorgar a la realidad a partir de que no era concebido el mundo como mera pantalla de proyección? ¿Cómo arrancar nuestra clínica de cierto solipsismo, en la cual el juego fantasmático, la identificación proyectiva, endogenamente determinados, nos había llevado, hasta el momento, a una especie de ping-pong en el que todo consistía en “reintroyectar lo proyectado”, (como le escuché decir una vez al músico Daniel Rabinovich, del divertido grupo musical Les Luthiers, refiriéndose, en broma, a su propio análisis: “Ya entendí lo que es el psicoanálisis: ‘el que lo dice lo es’ ”).

No se trataba sólo de hacer coherentes los nuevos conocimientos teóricos con nuestra clínica y disminuir nuestro propio clivaje interior. Cuando uno es atravesado por nuevos conocimientos, se le abre un nuevo mundo de fenómenos que, hasta el momento, no eran cercables por los conocimientos que tenía, o para los cuales tenía que hacer forzamientos con toda la incomodidad intelectual que ello implica. A lo largo de mi ejercicio del psicoanálisis he tenido siempre la sensación de que, cuando debo ejercer un forzamiento para capturar en la clínica algo que no encaja, la incomodidad afectiva no puedo sostenerla mucho tiempo. Creo que si no la reviso teóricamente, siempre la reemplazo por algo de lo que no puedo dar cuenta, y esto, más allá del efecto positivo o negativo que produzca, es estar en acting. Esto es lo que he intentado siempre transmitir también en las supervisiones: la cuestión es que el analista pueda, a posteriori, dar razón de los actos que realiza y, particularmente, de aquellos que no son coherentes con la teoría que supone sostener. No se trata de racionalizar las impulsiones, sino de permitir poner en circulación las ideas obturadas y luego confrontarlas con una revisión de los paradigmas que creemos sostener a nivel manifiesto. El retorno a Freud, más allá de los destinos que tuvo posteriormente en la historia del psicoanálisis fue fecundo y renovador3.

Conocemos las críticas formuladas a la interpretación kleiniana a lo largo de estos años: principio de traductibilidad o decodificabilidad fundado en la constancia de equivalencias simbólicas de un repertorio reducido (órganos, objetos portadores de órganos), entre relaciones establecidas con esos órganos y deseos y angustias ligadas a las circunstancias en las cuales las relaciones con estos órganos se ponen en juego. Remisión de las interpretaciones a una simbólica, a un simbolismo transindividual; uso directivo o inductivo de las preguntas, señalamientos o subrayado de trozos discursivos; abandono de la asociación libre y de la atención igualmente flotante, del paso a paso freudiano, a cambio de un simbolismo preestablecido; formulación de las interpretaciones a boca de jarro, sin dilación, sin permitir la búsqueda activa por parte del analizando ni dejar un tiempo de espera a la elaboración del paciente mismo; modelo simbólico llevado al extremo en la interpretación de los sueños; atribución de sentido por contraposición a la búsqueda de un sentido latente; reemplazo del discurso manifiesto por otro discurso preestablecido, inconsciente, al cual el paciente aporta nuevos contenidos; traducción simultánea, abundante, en fin, con todas las críticas e incluso los chistes conocidos sobre el método kleiniano4. Vuelvo al tema: digo que, no obstante chistes y críticas, y más allá de la posibilidad de recuperación de una técnica freudiana, sigo sosteniendo la necesidad de no abandonar las enseñanzas más ricas del pensamiento de Melanie Klein: la creencia a ultranza en el sufrimiento psíquico y, a partir de ello, en la necesidad de hacerse cargo del sufrimiento del paciente, la angustia vinculada al inconsciente y a la violencia de las constelaciones fantasmáticas, la posición del analista en el interior del campo como objeto de proyección o de recubrimiento fantasmático y, en consecuencia, la abstinencia de opinión acerca de la vida real del paciente.

Aquello que sigue ocupando un lugar central en mi escucha es que el discurso del analizando es discurso “para” el analista. A diferencia de otras concepciones, que han concebido el discurso en su carácter netamente denotativo, como dando cuenta de una realidad exterior, este discurso, sea de palabra -o de juego, en el análisis de niños-, es el lenguaje en  transferencia. Lenguaje en la cubeta, diría Laplanche, lenguaje del amor y del odio, lenguaje en el interior de la situación analítica5. En relación con esto, la cuestión de la historia, donde sigo diferenciando entre lo realmente acontecido y la fantasmatización de la historia. De allí que pueda pensar el discurso en transferencia no como repetición de las experiencias reales más antiguas, de lo real vivido, como recubrimiento a partir de lo introyectado de esas experiencias, que no son ni mucho menos el calco mnésico de aquellas, sino el residuo modificado por el proceso mismo de introyección. Es indudable que no pienso que todo lo que el analizando me dice, es el puro efecto de las proyecciones sobre el mundo real de cualquier tipo de reverberación fantasmática. Pero sí de conservar la cualidad específica de lo psíquico, como reelaboración singular de lo real, vale decir como metábola. Acá sí me aparto del kleinismo porque otorgo a la realidad una función específica, establezco los límites de mi clínica en el interior de las fantasmatizaciones de las cuales ella es efecto. Afirmando, entonces, la existencia de un mundo interior fantasmático, distinto a aquél de la historia real aún cuando sea sostenida por la materialidad de lo histórico-vivencial y en el cual el análisis, como otro segundo tiempo del traumatismo, evidencia en la reiteración, el corte, la ruptura entre el mundo adaptativo, “la vida” del sujeto, y el mundo de la sexualidad infantil, el mundo del inconsciente.

El mayor error, a mi juicio, cometido por el psicoanálisis de mis orígenes, fue el de atribuir al inconsciente una inteligibilidad a priori. Creo, sin embargo, que más allá de los excesos del kleinismo, es un riesgo que acecha desde cualquier corriente a todos los analistas, sean de la escuela que sean, cuando deben calmar la angustia de enfrentarse a lo desconocido. El analista se ubica, entonces, en una posición de omnisciencia y como poseedor de una verdad y una certeza que cristaliza su lugar de supuesto saber. El lacanismo, con su silencio y escansión, y los concomitantes de mistificación que lo entornan, no parece contribuir mucho, en la práctica, al desmantelamiento de esta situación, más aún, creo que también la cristaliza. Siempre me produjo admiración aquella magnífica frase atribuida a Winnicott que circula en nuestros medios: “interpreto para que el paciente sepa de los límites de mi comprensión”. Creo que en aquellas posiciones el analizando queda colocado sin remedio, en una situación infantilizada, pasiva, a la espera voraz del saber, del secreto que el analista pueda revelarle.

Si el psicoanálisis de los '60 confundía muchas veces lo infantil, en el sentido freudiano de la sexualidad inconsciente, con infantil en el sentido peyorativo ligado a un ideal de maduración, pienso que no fue un problema del kleinismo, que nunca sostuvo un ideal de maduración como divisa -el concepto de posición, con su posibilidad de recaída constante y de activamiento de ansiedades psicóticas, es incompatible con un ideal de maduración. Hay vertientes teóricas que confluyen en esto, y variables ideológicas que hacen al poder del psicoanálisis como institución, más allá de las instituciones o las corrientes en pugna. Pienso que, en ese sentido, vale la pena retomar algo que muchas veces aparece como enfrentado entre distintas Escuelas y psicoanalistas. Algunos plantean que, desde sus puntos de vista, la relación debe ser simétrica: “cuanto más simétrica más es análisis, cuanto más asimétrica más se acerca a la sugestión o a la hipnosis”, les he escuchado decir, agregando que “toda maniobra analítica que tienda a la asimetría es antianalítica.” Otros contradicen explícitamente esto: “la relación siempre es asimétrica”, plantean.

Veamos esta cuestión:

    a) Del lado del paciente: se acerca al análisis por un sufrimiento, está insatisfecho de su yo, atravesado por una herida narcisística que busca restaurar. No es raro, más aún es frecuente, que veamos cómo proyecta en el analista la completud, la plenitud que él busca, el yo ideal que añora. Intenta recobrar, decía Freud en “Introducción del narcisismo” (1914), bajo la forma nueva de un ideal del yo esa perfección precoz que le ha sido arrancada. Lo que ha proyectado frente a sí mismo como un ideal es simplemente el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, del tiempo en que él era su propio ideal.
    b) Del lado del analista: el narcisismo del analista, en todo caso si está bien usado, estará en juego en ese placer especial de entrar en contacto con lo incognocido psíquico, con lo abismal, con lo infinito e intemporal, placer equivalente al del retorno al interior, a los misterios del cuerpo materno. El analista no proyecta su narcisismo sobre el analizando; se supone que él ya ha sido atravesado por el duelo del reconocimiento de su propia incompletud. Es la capacidad de sublimación lo que posibilita investir y obtener satisfacción del proceso analítico en lugar de obtenerlo del paciente mismo.
    c) Otro aspecto de la asimetría: el paciente está en el campo como sujeto de inconsciente, como sujeto de fantasmas que se activan en el encuentro con el otro que está en posición de analista. El analista, en cambio, no está como sujeto, existe como objeto del fantasma del otro. En suma, uno transfiere, el otro deberá ser soporte de esa transferencia. O como diría Ida Macalpine: “Mientras que el analizado debe revivir el pasado y observar el presente, el analista debe vivir el presente y observar el pasado: debe tratar de evitar toda tendencia regresiva en el interior de él mismo”.6

Señalo un último aspecto, no me voy a referir a todos los otros evidentes signos de asimetría, uno que paga otro que cobra, uno que solicita ayuda a otro que se supone pueda brindarla, etc., sino a la asimetría de que hay uno que habla -él tiene que “decir todo”- y otro que calla.  Uno que enuncia la regla, aunque haya dos que la acatan. Esto determinará una fundamental asimetría. Fundamental en el sentido de piedra fundamental, algo que da origen, que pone en marcha el proceso. De ahí uno que “supuestamente sabe” y otro que debe, ahora, ir a la búsqueda de ese saber. Nada nuevo hasta aquí, nada nuevo en el psicoanálisis, donde el conocimiento primero era de otro, del padre Freud; nada nuevo en la historia: desde el Génesis hasta hoy, el hombre tiene que ir a la búsqueda activa del saber, aún a veces en la trasgresión. Doble valencia de la ley: dice lo que hay que hacer y pone en marcha el deseo, en tanto el que la enuncia es otro, el que posee ese saber. Cuando Prometeo roba el fuego transgrede una prohibición. El fuego es de Zeus, pero no es el fuego el objeto primordial a poseer, sino el saber sobre el fuego para conquistarlo. Antes de ser un objeto natural, el fuego, dice Bachelard7, es un objeto social. Lo primero que se sabe del fuego es que no se debe tocar. Un chirlo, un grito, una voz colérica, un gesto adusto imponen ese saber del padre. Y después, la experiencia transgresiva, la desobediencia adrede, para colmo, confirman dolorosamente aquel saber. Por eso, el complejo de Prometeo es, para Bachelard, aunque a mi juicio un poco a la ligera, el complejo de Edipo de la vida intelectual.

Enunciar la regla da fundamento a la situación analítica: “ésta instaura una relación originaria con el ‘supuesto saber’ y abre espacio al enigma. El rehusar el saber y, sobre todo, rehusarse al saber, son el motor fuente de energía nueva que propulsa la cura”8, dice Laplanche. Aquí se ve la “efectividad” de lo originario infantil. Creo que aquellos analistas que plantean que la relación debe ser simétrica se refieren a esto; aquél al que escuché lo aclaró cuando dijo que con algunos pacientes en crisis, sólo allí, él no rehusaba el saber; en ese momento el otro lo necesitaba para sostenerse frente a una posibilidad de caída estrepitosa de la estructura. Continuando con el recorrido en espiral que comencé antes, quiero llegar al punto en el que planteo que, como Laplanche9, entiendo la situación analítica como segundo tiempo del traumatismo. Ya es remanida la cuestión de la transferencia, desde la disposición hasta la neurosis de transferencia, sin dejar de tomar en cuenta la posibilidad de resistencia a la transferencia. También el viejo concepto de campo analítico, que había sido desarrollado por los Baranger, en su libro Problemas del campo psicoanalítico10. Serge Viderman, habla de espacio analítico. Laplanche plantea esto como cubeta y situación analítica. Otros autores abordan también este tema; es, evidentemente, algo que nos implica, tema de preocupación en el cual hay muchos puntos de confluencia, pero también puntos de disidencia. De todas maneras, para todos hay una coincidencia en considerar espacio, campo o cubeta, como un lugar en el que el analista está implicado en tanto productor de efectos y, tal vez, no mencionado tanto pero sin embargo todos estaríamos de acuerdo, en que en el analista mismo, la situación es productora de efectos. Esto por supuesto implicaría que la observación que debería realizar el analista no sea solamente una observación del analizando sino también una auto-observación.

Para llegar a donde quiero llegar tengo que hacer un pequeño rodeo pasando, lo voy a hacer brevemente, por la teoría del après coup, del traumatismo en dos tiempos. De esta manera quiero llegar a la clínica y, particularmente en esta vuelta de espiral, al punto en el cual hoy pienso los paradigmas que sustentan mi propia práctica.

La teoría del traumatismo, tema trabajado por Freud en distintos momentos, y después abandonado, es un desarrollo que supone la existencia de un aparato psíquico constituido, con sus instancias diferenciadas. Es decir, un yo funcionando y que recibe un aflujo de excitación que lo desborda y lo somete a un trabajo de ligazón para dominar, domeñar, ligar, este exceso de cargas. Un trabajo de metabolización. Excitación que no proviene del exterior, en todo caso más que como estímulo, sino que proviene de un interno-externo; es decir, interno al aparato, externo al yo. Esto se produce en el juego entre dos escenas. Una primera, en el tiempo histórico del sujeto en el que algo le es ofrecido, pero permanece en él como incomprendido, inmetabolizado, insignificante. Sólo adquirirá significación a posteriori, es decir, se ligará más tarde; antes de que pueda significarlo algo es inscripto, entra como marca. A esto llama Silvia Bleichmar, pulsación materna.11 De modo, entonces, que los elementos inscriptos no son en sí mismos patógenos ni traumatizantes. Sólo devienen tales por su reviviscencia en esa segunda escena, que entra en resonancia asociativa, como diría Laplanche, con la primera. Pero esta segunda escena activa el recuerdo de la primera, ésta es la que funcionará como fuente de energía traumatizante. Esta es la diferencia que hace Freud entre Reiz (estímulo externo) y Erregung (excitación interior).

Por lo tanto todo traumatismo deviene patógeno por su efecto autotraumatizante. La neurosis infantil se estructura como un movimiento autosimbolizante y autoelaborativo del traumatismo, resignificante de las seducciones primitivas a las que el sujeto se confronta, plantea Silvia Bleichmar, en su libro recién citado. Podríamos, sintetizando, decir que las huellas impresas por la primera escena sólo adquieren significación y al mismo tiempo eficacia psíquica, a partir de la segunda escena. Pero sería necesario aclarar que no es cualquier escena esa primera escena, no es lo vivido en general, sino aquello que en el momento de ser vivido no pudo integrarse plenamente en un contexto significativo.

Luis Hornstein plantea: “En análisis trabajamos siempre con la historia actualizada, y no como determinación lineal del pasado al presente, sino en la historia retroactiva, en la que se considera la acción del presente sobre el pasado”. “Los conflictos pulsionales se reactualizan en función del vivenciar actual”; y nos recordaba al Freud del “Moisés” (1939): “lo reprimido cobra eficacia a la zaga de lo reciente y con su ayuda”.12 Y justamente, si decimos que en el proceso analítico se constituye una neurosis de transferencia, es porque acordamos que en la cura las mociones pulsionales se organizan de determinada manera en relación a la transferencia. Y ésta no sería un calco de la neurosis infantil, sino que es una neoedición cuyo análisis esclarece la neurosis infantil. Pero me gustaría aquí recordar la advertencia que nos hace Freud en “Más allá del principio de placer” (1920). Allí él dice: “Por lo general no nos es posible ahorrarle al analizando esta fase de la cura. El analista se ve forzado a permitirle revivir ciertos fragmentos de su vida olvidada, pero debe velar para que el paciente conserve una cierta capacidad de dominar la situación que le permita, pese a todo, reconocer en lo que aparece como una realidad el reflejo renovado del pasado olvidado”.13

Me gustaría servirme, como lo vengo haciendo desde hace un tiempo en mis clases teóricas, del análisis fragmentario que hace Serge Viderman de un material clínico. Ello me va a permitir desarrollar algunas ideas sobre estos y otros temas que hacen a mi posición actual respecto de los paradigmas en que sustento mi práctica. Aclaro previamente que cuando digo “situación analítica como segundo tiempo de traumatismo” lo digo en sentido amplio: la situación analítica con la presencia del analista como productor de efectos, como portador de un supuesto saber, y por qué no de un supuesto poder que abre el juego al enigma, implica estímulos que cargan huellas anteriores y ponen en marcha al aparato para un trabajo de ligazón del exceso de cargas; además, comparto la idea del espacio analítico como lugar de producción simbólica y determinante de neogénesis.14 Eso abre el juego a la transferencia y los fantasmas, que en su fase más acabada, más organizada, estructurarán las neurosis de transferencia, la que sigue siendo para mí, objeto fundamental de la cura.

Voy ahora al texto. Quiero partir afirmando que Viderman es un autor que considero valioso, que respeto, que nunca se alejó del interior del campo del psicoanálisis, que el material que él pone en consideración, éste que yo recorto del artículo que a su vez él sintetiza de un libro suyo, da cuenta de su intuición. Comparto muchos de sus argumentos, me siento cerca de sus preocupaciones y me solidarizo con muchas de sus dudas; aunque aquí, en esto, lo someto a una crítica. Se trata de un artículo publicado en 1980 en la revista de The Psychoanalytic Quaterly, traducido y publicado en Buenos Aires por la revista de Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA), llamado “El espacio analítico significado y problemas”15, que a su vez es una síntesis que él mismo hace de su libro La construcción del espacio analítico16, aparecido unos años antes en París. En esto que voy a recortar de aquel texto él enfoca la cuestión de los cruces transferenciales-contratransferenciales. Pienso en esta cuestión de los cruces: creo que marca dos posibilidades de lectura. Una, el punto de entrecruzamiento entre transferencia y contratransferencia. La otra, el de las cruces que el psicoanálisis, particularmente desde Dora en adelante, carga sobre sus espaldas; es decir la cuestión de la transferencia y la contratransferencia, puntos de los más resbaladizos con los que nos enfrentamos en la teoría y en la práctica.

El texto que recorto dice exactamente lo siguiente:

    “Recordaré brevemente aquí un ejemplo personal, [se trata de un paciente de Viderman] citado en mi libro para fijar mejor mi posición sobre un punto que podría prestarse a la ambigüedad. Se trata del siguiente sueño [de su paciente]: ‘Mi padre y yo estamos en un jardín, recojo flores y le ofrezco un ramo de seis rosas’. El paciente pone el acento en el carácter positivo (es decir amoroso) respecto al padre por el regalo de las rosas. Hubiera sido perfectamente posible, legítimo, y sin duda también verdadero si me hubiera detenido en esta interpretación del sueño. Sin embargo no lo consideré así -por razones que no son todas enumerables ni racionales [yo subrayo esto], es decir, basadas en una apreciación infalible de la situación del momento o de las necesidades clínicas y técnicas. Admitamos -y ustedes observarán que no tienen elección; no puedo sino admitir (lo que también desde otro ángulo demuestra la soledad en que analista y analizado están encerrados en el espacio analítico)- que apreciada la relación de fuerzas pulsión / defensa del momento, y deseando, sacar a relucir bajo el señuelo del regalo de las rosas las espinas que estaban ocultas ahí le digo a mi paciente: ‘seis rosas o cirrosis’”. [En francés, el juego homofónico es mucho más evidente que en español: “six roses o cirrhoses”.]

    “(Para que mi interpretación sea inteligible recuerdo que el padre del paciente había muerto como consecuencia de su intemperancia y de sus abusos alcohólicos)”.

    “Aquí se ve claramente, según espero, hasta que punto sería ocioso preguntarse quién tiene razón y dónde está el verdadero sentido del sueño. No considero que la relación que establece mi interpretación es inexacta ni arbitraria, simplemente pienso y sin ninguna vergüenza, que ha sido inventada por aproximación fonética y que estaba más en el espíritu del analista que en el de su paciente. En el instante anterior a que fue pronunciada no estaba en ninguna parte, después que se le dijo se abrieron muchas perspectivas posibles según las relaciones variables, móviles, de la relación transferencia - contratransferencia. Si la apreciación de la proximidad inconsciente de los sentimientos negativos fue justa por una parte; si por otra parte la cualidad de catexis transferencial permite aceptar e integrar la interpretación, ésta se habrá vuelto verdadera en un proceso dinámico que la crea y no como una verdad en sí, es decir, fuera del lugar en que habrá sido dicha. La interpretación habrá hecho emerger una representación nueva que apunta a llegar alrededor de un vector representativo representado por la palabra, la pulsión dispersa, aparecida bajo el impacto de la defensa, desfigurada hasta que una palabra, aquí cirrosis, le da una forma reconocible y un sentido vinculado al espacio en que se la pronuncia”.

    “No se puede tener por verdadera semejante interpretación en cualquier momento o situación en que se la pronuncie, en tales casos la palabra interpretación es semejante a grano que no se puede sembrar de cualquier manera ni en cualquier momento. Se podría objetar que aún en ausencia de este sueño tarde o temprano en el curso del análisis, el paciente hubiera sido llevado necesariamente a experimentar sentimientos edípicos y a destacar, de alguna manera, el recuerdo de lo que había contado sobre la intemperancia del padre”.

    “No hay ninguna duda de eso y por mi parte no hubiera hecho esta interpretación si no hubiera sabido por los relatos del paciente que al padre le gustaba la bebida. Pero si me hubiera atenido a esta posición hubiera recurrido simplemente a la existencia de sentimientos edípicos negativos, me hubiera referido al momento original, y posiblemente fecundo, a la especie de un género, lo hubiera diluido sin ningún beneficio privándolo de su impacto puntual de este elemento inesperado que sorprende y para engañar a las defensas”.17

Este es el recorte que hice, que quiero trabajar, para, a través de este recorrido, llegar a aclarar más sobre mi práctica y sus fundamentos teóricos. Subrayé cuando él dice: “...esta interpretación hubiera sido verdadera…” ¿Interpretación? ¿O puntuación o señalamiento? Y, en relación a esto, la problemática de lo manifiesto o de lo consciente -parto de la idea que sobreentiendo compartimos, que algo del orden de lo inconsciente puede sortear las distintas censuras y hacerse manifiesto sin que ello signifique que sea, por eso, consciente, es decir, sin que la conciencia registre su existencia. Para que sea consciente es necesario que aquello que es manifiesto sea asumido como propio, que el enunciado sea reconocido, oído o escuchado por el hablante y que esto dé paso a un trabajo de desligazón para volver a ligar en otro registro; un trabajo que comienza deshaciendo un trabajo anterior. La conciencia se apodera de aquello que pasó la censura para ligarlo de un modo diferente: esto es lo que le da al psicoanálisis su carácter propio como proceso de perlaboración o de resimbolización. Además entiendo la interpretación como lo que puede develar un sentido latente ajeno a la conciencia de aquél a quien le es formulada. Es la que permite que aquello manifiesto devenga consciente. No es, por lo tanto, adjudicación de sentido, sino capaz de develar un sentido que aún le es extraño al sujeto. El juego homofónico -éste que hace Viderman- ¿es, entonces, interpretación? Supongamos un paciente en un momento de máxima resistencia, cuando el analista le dice “cirrosis”; él puede contestar: “Sí, seis rosas”, o “oui, six roses”. Ni siquiera oyendo el matiz sonoro diferencial que quiere hacer resaltar el analista. Digo “hace resaltar un matiz sonoro diferencial”. Es decir, subraya, puntúa, sobreinviste un trozo del discurso manifiesto. Esto, en todo caso, podría posicionar al paciente ante la posibilidad de abrir una nueva cadena asociativa.

Pero supongamos un paciente en un momento de menor resistencia -y podría ser éste ya que trae este sueño- que oiga el matiz sonoro diferencial y capte el sentido nuevo que quiere hacer resaltar el analista (del sentido amoroso resalta el sentido hostil), ¿ha revelado por eso el sentido del sueño? Y si con buena voluntad admitimos que esto fuera así, ¿ha develado por qué tuvo este sueño en este momento, por qué lo cuenta en esta sesión? Entonces, yo diría que más que de una interpretación se trata de una puntuación. O en el mejor de los casos de una interpretación parcial. Y, además del contenido de la interpretación, los analistas debemos ver la forma, el tiempo y la cualidad.18 Si Viderman dice que “por razones no racionales” no se detuvo en el aspecto amoroso del contenido manifiesto, y luego lo subraya él mismo “deseando sacar a relucir bajo el señuelo de las rosas, la hostilidad, el deseo mortífero del paciente”. “No racional”, “deseando” el analista: nos hubiera gustado que el autor desarrollara más cómo pensó él, qué explicación da para hacer intervenir estos dos aspectos contratransferenciales en su interpretación.

Freud en la XVIª Conferencia de 1917 le dice a sus interlocutores: “Si, por desconocer el material, ustedes no están en condiciones de juzgar, no deben ni creer ni desestimar. Deben escuchar y dejar que produzca en ustedes su efecto lo que se les refiere. El convencimiento no se alcanza con tanta facilidad; o cuando se ha llegado a él tan sin esfuerzo pronto se evidencia falto de valor e inconsistente”. Y agrega: “¿Por qué, entonces, se producen esas convicciones súbitas, esas conversiones fulminantes o esas repulsiones instantáneas en el campo intelectual? ¿No reparan en que el coup de foudre, el amor a primera vista, proviene de un campo enteramente diverso, del campo afectivo? Ni siquiera a nuestros pacientes les exigimos un acto de convencimiento o de adhesión así”. Y concluye: “La actitud que más deseamos de ellos es la de un benévolo escepticismo”.19

Si esa es la actitud que propone Freud ante su audiencia, la misma que como psicoanalista le propone a su paciente, ¿por qué no tenerla uno ante sí mismo, ante sus propias producciones, ante sus propias ocurrencias? ¿Por qué Viderman -si bien no se trata de que desestime su ocurrencia contratransferencial- no pone en tela de juicio su creencia, por qué la trata como una certeza, por qué la lanza justamente como un coup de foudre a su paciente? Coup de foudre en francés, en el original de Freud; y en francés es: “flechazo, o como herido por un rayo, estupefacto”; pero también es “fulminar, abatir, demoler con la artillería, aquello que es capaz de hacer un gran estrago”.

¿Cuáles serán las razones de Viderman para no tener en cuenta el método, el paso a paso freudiano? Supongo ahora no necesario recordar en profundidad, en detalle, las cuatro formas que en distintos momentos Freud señala para la interpretación de los sueños particularmente: la del orden cronológico, la de un elemento destacado, la de los restos diurnos, o la de dejar a cuenta del paciente la posibilidad de la libre asociación sobre el contenido. Pero recordemos lo que dice en la Xª Conferencia en 1916 y luego retoma en “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto”, en 1925: “Nadie puede practicar la interpretación de sueños como actividad aislada, ella es siempre una pieza del trabajo analítico”. Y luego: “La interpretación de sueños sin miramientos por las asociaciones del soñante no pasa de ser una muestra de virtuosismo acientífico de muy dudoso valor”.20

Viderman se pregunta: “¿quién tiene razón? ¿dónde está lo verdadero?”: ¿en el amor de “las seis rosas” o en el deseo mortal, odio, de la “cirrosis”?. ¿Se trata de una disyunción: lo uno o lo otro? Si el contenido hostil está desfigurado por la censura, está reprimido, ¿no es justamente porque se trata de un objeto de amor? ¿No puede ser que porque lo ama debe reprimir el odio? ¿No puede ser que, como lo vemos muchas veces en la clínica y en la vida, el odio es, justamente, consecuencia del amor? Por ejemplo, “porque te amo odio que no estés, odio tu ausencia”.

Entonces, ¿es una disyunción? ¿Debe el analista interpretar, “Sí, usted quiere mostrar amor, pero en realidad lo odia?”. “Sí, pero…”. O, “bajo el señuelo engañoso de las rosas usted oculta sus verdaderas intenciones: matar a su padre”. ¿Una cosa es verdadera y la otra es falsa? No era que en el inconsciente se daba el principio de no contradicción, el “y” en lugar del “o”. Seis rosas y cirrosis. ¿Es una, seis rosas, representación-cosa, y la otra, cirrosis, representación-palabra porque la pronunció el analista? ¿O son ambas representaciones-cosa? ¿Y qué pasa con el quantum de afecto?

Dice Viderman: “Después que se la dijo -la interpretación-, se abrieron perspectivas de la relación transferencia-contratransferencia”. ¿Por qué después?, ¿por qué no antes, durante? Y agrega: “...la cualidad de catexis transferencial permite aceptar e integrar la interpretación, así ésta se habrá vuelto verdadera”. ¿Verdadera porque el paciente la acepta? En “Construcciones” (1939) Freud dice que un “no” de nuestro paciente no nos mueve a resignar por desacertada nuestra interpretación, lo sabemos bien. Un “sí” ¿es condición para darla por acertada? ¿No puede ser una aquiescencia sumisa para no despertar la ira o la “intemperancia” del analista recubierto por la imago de un padre alcohólico e intemperante? Y tenemos elementos para pensar que esto pudo ser así. Aclaro: no es que lo interpretado no reúna condiciones de confiabilidad. En efecto, el padre era alcohólico, intemperante, iracundo; seguramente violento, seguramente usó la fuerza muchas veces más que la benevolencia y la continencia.

Si el analista, como el arqueólogo, reconstruye un trozo del pasado olvidado, del pasado histórico, a diferencia de él y para mayor éxito y confiabilidad, dispone de más material auxiliar, de ese que aún sigue vivo, vigente en la repetición. No sabemos qué ocurrió en la situación transferencial que precedió a este material -sueño e interpretación. No sabemos qué de lo acontecido en el espacio analítico entró con el carácter de resto diurno, de estímulo que determinó este movimiento pulsional que trascendió en sueño. No disponemos nosotros de más material auxiliar respecto a ver un antes. Pero sí disponemos de este trozo de situación para ver el durante. Tenemos un analista que utiliza la fuerza, la violencia -declarado por él-  más allá de la violencia natural de toda interpretación. Vemos la violencia del “coup de foudre”, por la forma en que es lanzada, “forma puntual”, como el autor mismo dice, para producir impacto, “impacto puntual”. Viderman justifica  esa acción en el hecho de producir un efecto en la defensa: “sorprender para engañarla”. No creo que esto no pueda hacerse así. Uno mismo en alguna oportunidad lo ha hecho, lo hacemos todos muchas veces cuando podemos.21 Pero en el caso de “cirrosis” la cuestión es distinta; si la defensa está ahí, operando, está para evitar un afecto o una representación displacentera, para reducir o suprimir una carga que ponga en riesgo la integridad del aparato.

Por lo tanto, ¿por qué engañarla en lugar de respetarla y trabajarla en su especificidad? Si Viderman la ataca de esa manera, ¿no será porque la confunde con resistencia? Si bien es cierto que la resistencia puede corresponder a una función defensiva ¿es éste el caso? ¿Hay resistencias en este paciente? Viderman no lo dice, pero la producción del material, el sueño, etc., dan cuenta de que no hay excesiva resistencia. Entonces, ¿no será que Viderman puede estar tomando los impulsos hostiles como transferencia negativa, a ésta como resistencia y a la resistencia como defensa? ¿Debemos todavía seguir considerando la transferencia en su carácter resistencial en tanto no es recordar? Es desde hace años que venimos discutiendo que la transferencia, tanto en su forma positiva como negativa, se constituye en un modo privilegiado de captar en su reactualización y en su organización en neurosis de transferencia, la vigencia y la fuerza del deseo y los fantasmas inconscientes. Y que la interpretación, justamente, permitirá la elaboración de las mociones de amor y odio, en tanto éstas no son repeticiones literales de lo efectivamente vivido sino equivalentes simbólicos. En este sentido, la calificación de “positiva” o “negativa” no da cuenta de algo que se opone o favorece la marcha del proceso, sino de la cualidad, de la naturaleza de las representaciones y afectos transferidos y que están en juego. Inclusive, alguien podría llegar a decir, con cierto carácter maniqueísta: “el amor es positivo, es bueno, el odio es negativo, es malo”.

Aquí debemos abordar una cuestión, la de la contratransferencia -una cuestión de las tantas de la función analítica. Si desde Bion podemos pensar ésta en su carácter de continencia, pienso -con Laplanche- que antes que nada, el analista, antes de ser continente de la angustia, del material inquietante que pueda traer el paciente, también debe ser continente de sus propias emociones, de sus propios afectos, inclusive de sus propias ocurrencias cuando las ocurrencias son como las de este tipo, de carácter traumático. Y además, como lo planteé antes, debe ser continente del supuesto saber sobre el paciente. Hay un saber sobre el método, hay un saber sobre la teoría, hay un saber sobre el propio inconsciente, hay un saber sobre el propio sufrimiento psíquico en el análisis y, por supuesto puede haber un saber sobre el paciente que de hecho Viderman lo tiene. Pero el trabajo psicoanalítico no es sólo un trabajo de interpretación, de Deutung, sino que debe ser considerado como un trabajo de perlaboración; y esto es para tener en cuenta, tanto para con el paciente como para con uno mismo. Si la actitud analítica es una actitud interrogativa, incluso es posible  interpretar aquello, pero después de haber interpretado, uno debería preguntarse “¿por qué lo hice así, de tal manera, a boca de jarro?”; y además medir el efecto inmediato, mediato y a más largo plazo. No deberíamos medir el efecto de una interpretación por un “si”, por una aquiescente aceptación del paciente.

Decimos “efecto inmediato, mediato y a largo plazo”: en un artículo anterior publicado en Trabajo del Psicoanálisis22 planteé la cuestión de algo que denominé resilencia: la resistencia que oponen los cuerpos a la ruptura por choque; es decir, una especie de plasticidad del cuerpo en relación a un objeto que imprime una fuerza de choque, para acomodarse o encajar con el objeto chocante, justamente, para evitar la ruptura. Creo que, en la clínica, muchas veces sucede eso cuando las intervenciones del analista tienen un carácter violento, activo o invasor. Allí planteo esto por relación a la interpretación de aspectos que no están en el discurso sino en la forma de ocupar un lugar en el diván, en la ropa, en la manera de peinarse, en el cuerpo, etc.; es decir, formas intrusivas, formas  activas, formas violentas de participación del analista.
Un último punto, ¿por qué desarrollamos estas ideas en torno al ejemplo de Viderman? Porque este autor, a pesar de la intuición de que da cuenta su ocurrencia, ya que no lo hace, desde un simbólica, desde un simbolismo transindividual ajeno al sujeto, sino desde un conocimiento de la historia, no sólo la historia teórica, edípica, sino desde lo histórico-vivencial y desde la historia contada por su paciente, es decir, lo hace desde un simbolismo singular, propio de ese analizando, no tuvo en cuenta las reglas del método, produjo una saturación de sentido desconociendo una de las corrientes de la vida psíquica que estaba en el contenido manifiesto. Y además, sumado a ello, si la situación analítica de por sí implica movilización de cargas que el yo del paciente tiene que metabolizar para mantener el equilibrio y evitar la desorganización o el exceso de sufrimiento, creo que debemos ver, los analistas, cuándo, con nuestras intervenciones, voluntaria o involuntariamente, determinamos que ese monto de estímulo que deviene excitación puede ser superior al necesario. Creo que lo cortés no quita lo valiente, ni el tacto lo analítico.

También estamos intentando con ello una crítica a los modelos psicoanalíticos en algunos momentos dominantes, en alguna época los kleinianos, en otras ciertos modelos franceses, que hacen un abuso de la injerencia del juego de palabras en la cura; a la supuesta interpretación del significante que da, en algunos casos -no precisamente en éste-, más cuenta de la libre asociación del analista que del analizando. Tal vez no haya sido demasiado justo con Viderman al someterlo a él a estas críticas. Como dije, en este recorte que hago de su texto, me permití seguir el curso de mis críticas a un tipo de análisis que impregnó mi propia práctica en los años de inicio de mi formación;  y, como en todo recorte, es posible que uno esté cometiendo “texticidio”.

Podría, por ejemplo, tomar otro trozo de ese mismo trabajo en el que él mismo, más adelante, en otro capítulo que se llama “El doble juego del sentido y de la fuerza” asumiría su propia defensa si pudiera oírme. Allí  dice lo siguiente: “Al subrayar el hecho de que todas las disposiciones que ordenan el campo analítico son imaginadas, tomadas e impuestas por el analista, he puesto en evidencia su propia responsabilidad. De él dependerá la indicación del análisis, amén de todas las coordenadas del campo en el que ha colocado al paciente. La neutralidad, la buena voluntad y la impavidez son modalidades técnicas sobre las que he reflexionado; debe asumirlas plenamente, pero de ningún modo pretextos para eludir su responsabilidad. Es el ingeniero que traza los planos del puente que va a tender de una orilla a otra y también es el que calcula la resistencia de los materiales. Tiene toda la responsabilidad por cualquier cosa que sobrevenga con su acción y no la puede transferir al obrero que hace funcionar la hormigonera”.23 Es de suponer que Viderman debía conocer la resistencia de su paciente, no la resistencia al análisis sino la resistencia a su propia interpretación.

Para concluir quiero relatar una pequeña viñeta clínica, también a partir de un sueño, que tuve ocasión de analizar con una analizanda mía. Se trata de un sueño del tipo de los que Freud denominó sueños punitorios, de esos que aparentemente constituyen excepción al sueño como cumplimiento de deseo. En ellos la censura onírica no sólo puede exteriorizarse en desfiguraciones y en desarrollo de angustia, sino en atreverse a extirpar el contenido sexual reprimido y sustituirlo por otro distinto destinado a la expiación, “tras el cual, empero, puede discernirse aquél”24, como dice nuestro barroco Amorrortu-Freud. El sueño de mi paciente, Laura, se produce en un momento avanzado del proceso analítico, cuando ya se había comenzado a hablar de la posibilidad de pensar una fecha futura de finalización. Llega a sesión muy seria, se recuesta, se queda unos minutos en silencio, suspira y me dice: “Tuve un sueño muy raro; era sólo una palabra, ‘castigo’; estaba escrita sobre un pizarrón pequeño, como los de mi infancia, de los negros. Y estaba dividida ‘CAS’- arriba y ‘TIGO’ abajo. Me desperté muy angustiada, lo sentí como un mensaje”.

Le pregunto qué se le ocurre sobre el sueño. La primera asociación es con “castigo”, ella misma toma el significante. “Ayer me sentí muy mal, muy culpable por haber maltratado exageradamente a mi hija. Era por algo, en realidad, poco importante. No sé por qué actué así. Y mientras le gritaba, para colmo, me daba cuenta de que no era para tanto, y sin embargo no podía parar”. (Digamos que era consciente de algo inconsciente que allí estaba operando). Le propongo que piense en qué otra cosa podría jugarse allí que le hiciera sentir tanto lo que era menos, qué le estaba agregando a la situación.

Me dice: “Ahora que usted me pregunta recordé otra escena. Siendo sincera creo que tuve un poco de celos, la vi a ella jugar con Néstor [el marido, padre de su hija]; se revolcaban por el suelo muertos de risa. Yo tan preocupada por todas mis cosas, tantas cosas sin resolver y ellos así divirtiéndose. Creo que fue como un flashazo de envidia y celos”.

Le pregunto si puede asociar por qué la palabra estaba dividida. Entonces pronuncia cas-tigo. Con “cas”: ella trabajaba como voluntaria, desde algunos años atrás, en el Centro de Ayuda al Suicida: CAS. Allí respondía a llamadas telefónicas. Lo relaciona con eso y me dice que la mayoría de los llamados que había contestado los últimos días era de personas muy angustiadas que se querían suicidar y que, en general, lo que manifestaban eran culpas por situaciones o sentimientos incestuosos o por desarreglos, desavenencias amorosas. Un poco riéndose me dice algo así como: “No creo que tenga que volver a analizar mis fantasías edípicas con mi padre o los celos que sentí con mi hermana menor. Aunque lo que nunca pensé es que mi madre pudiera tener celos como los que yo sentí con Silvina (la hija). Tal vez por eso nos mandaban desde tan pequeñas a la colonia de vacaciones y viajaban tanto, para sacarnos de encima”. La hermana menor tenía sólo un año menos que Laura, y había sido largo tema de análisis su propio pasaje precoz al padre. Ella misma había sido prematura en el parto, y había sido una queja constante, en la vida y en el análisis, su sensación de abandono por parte de la madre; sobre todo quejas que aparecían, muchas veces, en los momentos en que, en el análisis, se reeditaba esa situación a partir de vacaciones o interrupciones.

Le pregunto si puede asociar algo con la parte de abajo de la palabra. Se queda en silencio, se pone algo incómoda, tose, se mueve en el diván; me doy cuenta que pensó algo que le costaba comunicar.

 Y balbuceando, me dice: “Bueno, ...esto...es, ...es el final de ‘contigo’; ¿tendrá algo que ver con usted esto?” Entonces le recuerdo que habíamos empezado a hablar de la parte final de conmigo, del análisis conmigo. De allí en más se desencadena un ligar los distintos aspectos del sueño. Incluye dos asociaciones faltantes: que “había pensado, días atrás, que, cuando ella termine, alguna otra iba a venir a ocupar su lugar pero que yo no la iba a tratar como a ella porque fantaseaba ser mi preferida; y que no hacía mucho, había visto la tarjeta que yo le di cuando empezó el tratamiento, que decía Carlos A. Schenquerman y pensó C. A. S. igual que CAS”.

Vemos, entonces, cómo se van organizando esos elementos que están funcionando como preconscientes, como restos diurnos, el recuerdo del castigo a la hija, su propia recriminación; también como preconsciente, porque había sido hablado hace poco, la cuestión del final de análisis; como preconsciente porque no estaba en ese momento en su conciencia hasta que yo se lo pregunté o le pedí más asociaciones, la cuestión del flashazo de celos que inmediatamente sacó de su campo de conciencia, estaba en su preconsciente, el “cas” de castigo, el CAS de Centro de Ayuda al Suicida; lo que no estaba en su conciencia era el “cas” de Carlos A. Schenquerman.

La fantasía de tener conmigo una separación prematura, empezar a hablar de... era como ya realizarlo, la había precipitado, por la activación como segundo tiempo de aquel primero original, “el abandono precoz”, o mejor por la forma en que ella lo fantasmatizó por sucesivas metabolizaciones, por su propia verdad histórica, la precipitó, digo, a mociones hostiles por la separación y a mociones fusionales “incestuosas” para evitar tal separación. Creo que hubiera sido un error ubicar esto en un plano genital; pensar que allí se jugaba un deseo de relación genital conmigo, como deseo transferencial edípico; pienso que aquello era mucho más primitivo y tenía más que ver con la madre que con el padre, en todo caso con el padre como representante de la madre en ese momento precoz de separación con ella.

Pienso que el análisis de este sueño contextualizándolo en el momento del proceso en que se produjo, es decir, ubicándolo como segundo tiempo en el hoy de la neurosis de transferencia, permitió cursar esta última etapa del análisis sin que lo que podía preverse por el sueño se actuara, lo cual hubiera sido posible. O un suicidio analítico: una reacción terapéutica negativa de las de final de análisis, difícil de remontar con todas las características propias de una RTN: la insistencia compulsiva del ello, la culpa por el superyo, la culpa organizada por esta fantasía inconsciente, la voluntad de permanecer enferma, la adherencia a objetos maltratados y sufrientes, etc.

Decía antes que es indudable que en la exposición de estas dos tendencias generales de trabajo del sueño, o de modalidades interpretativas se juega, en mi experiencia como analista una historia de dominancias en el psicoanálisis. La frase de Freud refiriéndose a las experiencias de la sugestión, cuando rescata el derecho del paciente a contra-sugestionarse, marca una actitud general que en mi opinión debe ser rescatada como propuesta princeps del psicoanálisis.

En estas espirales de mi formación, como las que pudo tener cada psicoanalista, he tenido que enfrentarme contrasugestivamente y no sin vacilaciones, a las opciones seductoras o a las presiones de las modas que, desde las diversas Escuelas tienden a ejercer saturaciones de sentido y a imbuir al análisis de modalidades de repetición de la historia del paciente y, como sabemos, esto no puede hacerse sin una revisión constante sobre nuestra propia práctica, revisión sobre nosotros mismos, revisión que tiene una ligazón constante con lo que decía al principio sobre la auto-observación, de autoanálisis o el análisis, cuando uno está en análisis.
No creo, y espero haberlo transmitido claramente, que con esto he llegado a una ascesis de lo ya consumado, sino todo lo contrario, todavía, por suerte, tengo muchos nudos sin resolver, muchas problemáticas que giran en mi cabeza. Lo que sí espero es que dentro de cinco o diez años, en otra vuelta de espiral, pueda tener más recursos para cuestionar esto que pienso hoy, o por lo menos responder a las dudas que en este momento tengo.

Notas del autor
1.Baranger, W.: Posición y Objeto en la obra de Melanie Klein, Buenos Aires, Kargieman ed., 1971.

2.Centro de Docencia e Investigación (CDI): rama psicoanalítica de la Federación Argentina de Psiquiatras (FAP) en la cual los psicoanalistas renunciantes a la APA, entonces única filial argentina de la International Psychoanalytic Association (IPA), desarrollaban tareas académicas, de investigación y  formación más allá de los dogmatismos institucionales.

3.Cf. Fédida, Pierre. (1983) Hipnosis, Transferencia y Sugestión. Contribución a una metapsicología de la transferencia. Revista Trabajo del psicoanálisis. México, Vol. III, Nº 7, 1984,  p. 62-102. Este texto de Pierre Fédida era un buen balance al respecto.

4.Por ejemplo uno que contó Jean Laplanche, en México, cuando trabajó el tema “¿Hay que quemar a Melanie Klein?”, una conferencia que después se publicó (1982) ¿Hay que quemar a Melanie Klein?. Revista Trabajo del Psicoanálisis. México, Vol. I, Nº 3,  p. 251-264.
“Se trataba -el chiste- de un hombre que iba corriendo, casi desesperado, apuradísimo, consternado, por la calle. Se cruza con un amigo que le pregunta, preocupado: ‘-¿adónde vas tan apurado, qué te pasa?’, y el otro le contesta: ‘-No, es que mi sesión de análisis empezó hace 10 minutos y me estoy perdiendo las primeras interpretaciones’. ” A este chiste le respondí  yo con otro que acuñé en ese momento, parafraseándolo, ahora con respecto a la técnica lacaniana: “Se trataba de otro hombre que, esta vez, iba caminando, muy tranquilo por la calle, miraba vidrieras, se detenía a leer anuncios, se cruza con un amigo que le pregunta: ‘-¿adónde vas tan tranquilo? ¿qué haces así a esta hora?’, a lo que el otro le responde: ‘-Es que mi sesión empezó hace media hora, quiero ver si llegando tarde puedo tener una sesión de 45 minutos’ .”

5.Cf. Laplanche, Jean. (1987 b) Problemáticas V: La cubeta. Trascendencia de la transferencia. Buenos Aires, Amorrortu editores, 1992.

6.Macalpine, Ida. (1950) La evolución de la transferencia. Revista Trabajo del psicoanálisis. México, Vol. II, Nº 4, 1982,  p. 103-4.

7.Bachelard, Gastón: La Psychanalyse du feu, Paris, NRF, 1965. Hay traducción al español: Psicoanálisis del fuego, Alianza editorial, Madrid, 1973.

8.Laplanche, Jean. (1987 a) Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1989, p. 157/8

9.Cf. Laplanche, Jean. (1987 b) op. cit.

10.Cf. Baranger, Willie y Madelaine. Problemas del Campo Psicoanalítico. Buenos Aires, Kargieman, 1969.

11.Cf. Bleichmar, Silvia. (1993) La fundación de lo inconsciente. Destinos de pulsión, destinos del sujeto. Buenos Aires Amorrortu editores, 1993.

12.Hornstein, Luis.  Seminario “El Edipo: Estructura o Complejo”. Publicación Interna del Colegio de Estudios Avanzados en Psicoanálisis,  Buenos Aires, 1994,  p. 27-8.

13.Freud, Sigmund. (1920) Más allá del principio de placer. Buenos Aires, Amorrortu editores (O.C.), Vol. XVIII,  p. 19.

14.Bleichmar, Silvia (2000) Clínica Psicoanalítica y neogénesis, Buenos Aires, Amorrortu editores.

15.Viderman, Serge: El espacio analítico: significado y problemas, en Psicoanálisis,  Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, Vol. II, Nº 2, 1980.

16.Cf. Viderman, Serge. (1982) A construção do espaço analítico. São Paulo, Escuta, 1990.

17.Viderman, Serge. (1980) El espacio analítico: significado y problemas. Revista de Psicoanálisis de ApdeBA. Vol. II,  Nº 2, p. 1029-1032. [La puesta entre corchetes es de C. S.]

18.Cf. el trabajo de Meltzer, Donald. (s/d) La temperatura y la distancia en la interpretación. Ficha en mimeografía de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.

19.Freud, Sigmund. (1917) Conferencia XVI. Psicoanálisis y Psiquiatría. A .E., vol.  XVI, p. 223-4.

20.Freud, Sigmund. (1925) Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto. A.E., Vol. XIX, p. 130.

21.Recuerdo, por ejemplo, una paciente mía en plena resistencia ?era una caracteropatía obsesiva muy visible- con enorme resistencia a tomar contacto con lo inconsciente: había faltado a dos o tres sesiones, llega a sesión y dice: “No vine porque se me dio la loca”. “¿Y no la quiso traer?” le pregunté a boca de jarro. La paciente se rió, y se rió con el mismo placer que produce el levantamiento de la represión en el chiste, la posibilidad de ligar justamente las dos cosas.

22.Schenquerman, Carlos. (1989) Para ampliar los límites de la analizabilidad. Resistencia, Resilencia, Reacción Terapéutica Negativa. Revista Trabajo del psicoanálisis. Buenos Aires, Vol. IV, Nº 10, 1989, p. 21-38.

23.Viderman, Serge. (1980) op. cit.,  p. 1058.

24.Freud, Sigmund. (1923) Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños. A.E., Vol. XIX,  p. 120-1.





* Trabajo publicado en la Revista PSICANALISE E UNIVERSIDADE Nº 12/13, Jan/Dez, 2000, editada por el NÚCLEO DE ESTUDOS E PESQUISAS EN PSICANALISE, de la Pontificia Universidade Católica (PUC), Sao Paulo, Brasil

 

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