aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 016 2004 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Estudios sobre género y sexualidad [Goldner, V., 2003]

Autor: Garriga i Setó, Concepció

Palabras clave

Goldner, V., género, Genero personal, Heterosexualidad, Identidad de genero, self, sexualidad.


Reseña del artículo: “Género Irónico/Sexo Auténtico”. Autora: Virginia Goldner, Ph. D. Publicado en: Studies in Gender and Sexuality 4(2), 113-139, 2003

 

La autora

Virginia Goldner es editora fundadora de la revista. “Studies in Gender and Sexuality. Psychoanalysis, Cultural Studies, Treatment, Research”. También es Profesora Clínica de Psicología en el Programa Postdoctoral de Psicoterapia y Psicoanálisis del Instituto Derner de Estudios Psicológicos Avanzados, Universidad de Adelphi, en Estados Unidos. Pertenece a un nutrido grupo de pensadoras del psicoanálisis y el feminismo contemporáneo que están haciendo las aportaciones más atrevidas y avanzadas del momento, autoras entre las que se cuentan Jessica Benjamin, Judith Butler, Nancy Chodorow, Susan W. Coates, Muriel Dimen, Adrienne Harris, Lynne Layton y Elisabeeth Young-Bruehl, que Goldner nombra como “irónicas del género”. Junto con Ken Corbett, David Eng, Glen Gabbart y E. Victor Wolfenstein forman el consejo editorial de la revista. Otra característica en común de muchos de estos autores/as es que pertenecen a la IARPP [1], la International Association for Relational Psychoanalysis and Psychotherapy.

La revista:

Aunque “Studies in Gender and Sexuality” es una revista relativamente reciente -hizo aparición en el 2000- ya se ha convertido en imprescindible para los/las estudiosos/as del género y la sexualidad, puesto que su estudio se contempla desde las distintas disciplinas que ofrece la revista: la tradición del feminismo académico, la teoría psicoanalítica postclásica y postmoderna, la investigación del desarrollo, etc. El continuo interés por el género y la sexualidad se debe a su importancia como uno de los aspectos nucleares de la subjetividad.

Además del consejo de redacción que he mencionado más arriba, “Studies in Gender and Psychoanalysis” cuenta con un cuadro de redactores, que incluye a otros 55 nombres del máximo reconocimiento internacional, como Carol Gilligan, Joyce McDougall, Juliet Mitchell, Lewis Aron y Thomas Odgen, por nombrar solo algunos.

El artículo:

El artículo de Goldner tiene interés por diversos motivos. En primer lugar por su rabiosa contemporaneidad –salió en marzo de este año- y es, por tanto, una de las visiones más modernas de los conceptos de género y sexualidad. Otro aspecto remarcable es el trabajo de revisión que realiza de las aportaciones más recientes en este campo. Continuamente cita fuentes de los últimos tres a cinco años, lo que pone de manifiesto el permanente esfuerzo de actualización que está haciendo esta autora, que nos facilita esta tarea, al ofrecernos su propia síntesis.

Aunque el artículo que estoy reseñando contiene algún párrafo que se podría calificar de poco respetuoso por el exceso de ironía que rezuma, considero que vale la pena leer el artículo porque da nuevos argumentos sobre aspectos psicoanalíticos que están en debate justamente a partir de las aportaciones de psicoanalistas feministas y “gays”.

Con este trabajo la autora se propone “deconstruir e historiar las categorías del género y la sexualidad a fin de reflexionar acerca de sus modos de acción psíquica, y de considerar como funcionan entre si, y como se contradicen” (pp. 117-118). Para ello, empieza planteando cómo Foucauld (1978) en su historia de la sexualidad ya puso de manifiesto que “las categorías sociomédicas en realidad crean los mismos fenómenos que tratan de explicar, en este caso la misma sexualidad” (p. 118), y que al hilo de esta “creación” Freud normativizó la sexualidad de tal manera que “el comportamiento sexual y el deseo se convirtieron en la base de categorías de identidad trenzadas ideológicamente que sexualizaban, separaban, clasificaban y evaluaban a las personas en una jerarquía de normalidad y moralidad… en algún lugar de “la escala descendiente de la salud a la locura” (p. 118). La misma normativización que Dio Bleichmar (1997) deconstruía en su monumental “La sexualidad femenina” respecto al psicoanálisis en general y a las categorías de género en particular.

El contenido:

Goldner empieza su artículo con una frase contundente: “la masculinidad heterosexual es un ideal en ruinas” (p. 113), afirmación que a lo largo de la exposición va a argumentar. Por otra parte, Nancy Chodorow (1994) ya demostró, dedicando  un capítulo de su libro, que la heterosexualidad es una formación de compromiso (pp. 33-69), basándose en la aserción de McDougall (1986) de que “la heterosexualidad normal requiere el reconocimiento de la bipolaridad de los sexos, de la escena primaria, de la castración y de la diferencia genital como base de la excitación sexual” (p. 54). Chodorow se apoya en Lacan (1982) para continuar diciendo que “la ‘inscripción’ en el sistema de género es lo mismo que la inscripción en una subjetividad (hetero)sexual que privilegia el falo” (p. 55). Estas afirmaciones implican que la “heterosexualidad codifica la dominancia masculina” (p. 55).  Chodorow (1994) añade que desde esta visión psicoanalítica “no se problematiza el deseo psíquico, la ‘necesidad’, o la tendencia a ser dominante o sumiso; se dan por supuestas la desigualdad inherente, el papel jerárquico y la valoración entre dos tipos de personas y su constitución genital; y se ve a aquellos/as que no aceptan esta desigualdad y jerarquía como neuróticos, perversos, comprometidos en quejas especiales o en un rechazo a aceptar la naturaleza” (p. 60). Respecto a la perversión Chodorow cita a Stoller (1979) que “pone la humillación en el núcleo de la perversión y también en el núcleo de la excitación sexual en general” (pg. 64), y se pregunta “en qué medida la hostilidad y el deseo de hacer daño son más característicos de las fantasías sexuales y las prácticas de los hombres que de las mujeres, ya que la ‘perversión’ así como la violencia sexual, el abuso y la violación, reales y fantaseados parecen más comunes entre los hombres que entre las mujeres” (p. 65), aportando datos de una investigación de Columbia que encontró que el 11% de los hombres estudiados habían fantaseado torturar a una mujer, el 20% pegarle, y el 44% forzarla a someterse al sexo, mientras que las cifras comparativas con mujeres daban el 0%, 1% y 10% (p. 108). Chodorow (1994) termina diciendo que “no hay una incompatibilidad inherente entre el ‘verdadero amor de objeto’ postedípico –preocupación por los deseos del otro, capacidad de relaciones de objeto completas, e identidad de género consolidada (a no ser que definamos esta identidad de género como incluyendo una elección de objeto heterosexual)- y una opción de objeto homosexual, aunque hay muchos homosexuales, lo mismo que heterosexuales, que no tienen estas capacidades” (p. 65-66). También afirma que “No es imposible que algún día podamos evaluar, desde un punto de vista psicoanalítico, la “salud” relativa de la homosexualidad y la heterosexualidad (por ejemplo, ausencia de síntomas, falta de patologías, o autonomía secundaria)” (p. 68)         

El género como formación de compromiso

Goldner, en cambio, propone que el género es una formación de compromiso, y lo hace partiendo de una  unión de conceptos que dan lugar a una concepción de género ambivalente.  Feminismo y psicoanálisis, dice, “han sido escindidos, histórica e ideológicamente a cada lado del binario ‘dentro-fuera’. Mientras que las feministas inicialmente, y por inclinación, estudiaban las maneras en que las fuerzas sociales y culturales (incluida la teoría) construyen a los sujetos que son objeto de su mirada, el psicoanálisis se centraba en la miríada de procesos mediante los cuales los sujetos, a pesar de todo, se inventan a si mismos” (p. 130). El feminismo psicoanalítico le permite hablar del “género con ambivalencia, como las dos cosas, a la vez un lugar de herida y un idioma creativo, potencialmente desafiante del self.” (p. 130)

Esta visión del género de Goldner, que ella describe diciendo: “El género estaría construido como una identidad social fija y un estado psíquico fluido, constituido en la tensión entre objetificación (sea como sea definida en un contexto cultural y familiar particular) y la capacidad de actuación (el proyecto continuo de autocreación individual de un sujeto)” (p. 131). Esta posición se ve muy clara con su descripción de las identidades de género cruzadas “las identidades de género cruzadas y los estados del self… han mostrado cómo estas construcciones psíquicas únicas son también intentos creativos de confundir la operación de la normatividad mientras protegen el self.” (p. 133) Y pone como ejemplo: “…de la misma manera que el hecho arbitrario del sexo anatómico de una criatura puede incitar a un padre a violar sexualmente una niña o a abandonar un niño, la emergencia de un estado del self de género incongruente puede proporcionar un escudo mágico contra los efectos de unos traumas así. Si el género nominal de una chica como mujer se experimenta como el “yo-self” que sufrió el trauma de la violación, puede que emerja un self de chico para permitirle continuar funcionando (Harris, 2000), de la misma manera que la actuación de feminidad de un chico se puede entender como una estrategia deseperadamente innovadora para mantener en el interior a una madre que abandona psíquicamente (Coattes, 1990). El silencio depresivo de la feminidad puede ser rechazado mediante una identidad de “muchachota” (Harris, 2000), la manera agresiva de jugar de la masculinidad normativa se puede rechazar con una sensibilidad de “chica” (Corbett, 1996) y etcétera.” (pp. 133-134)

La autora nombra género personal a estos estados del self  y a las identidades de género congruentes e incongruentes y se da cuenta de que éstos “se pueden percibir como creando barreras, haciendo conexiones, sexualizando  o desexualizando relaciones, disfrazando intenciones, protegiendo de afectos depresivos o agresivos...” (p. 134). Nancy Chodorow (1999) ya utilizó el concepto de género personal, añadiéndole la connotación cultural:

“El sentido de género de cada uno es una creación individual, y por tanto hay muchas masculinidades y feminidades. La identidad de género de cada uno también es un entretejido inextricable, prácticamente una fusión, de significado personal y cultural. Que cada persona crea su propio género personal-cultural implica una extensión de la comprensión que el género no se puede entender al margen de la cultura” (pp. 69-70). [2]

Chodorow añade, para dejar todavía más clara su exposición: “Cuando afirmo que el género es inevitablemente tanto personal como cultural, quiero decir no sólo que las personas crean versiones de significados culturales o lingüísticos individualizadas extrayéndolos de las categorías culturales o lingüísticas al uso sino, más bien, que la percepción y la creación de sentido están psicológicamente constituidas. Como documenta el psicoanálisis las personas se proporcionan significados culturales e imágenes, pero los experimentan emocionalmente y mediante la fantasía, así como en contextos interpersonales particulares. El significado emocional, el tono afectivo, y las fantasías inconscientes que surgen de dentro y no son experimentadas lingüísticamente interactúan con las categorías culturales, los cuentos, y el lenguaje y les dan animación individual y matices (es decir, los hacen subjetivamente significativos). Los individuos, de ese modo, crean nuevos significados de acuerdo con sus propias biografías únicas y sus historias de estrategias y prácticas intrapsíquicas –significados que se extienden más allá de las categorías culturales o lingüísticas y que van contra ellas” (pp. 71-72) [3]   

Goldner en este artículo ahonda en las afirmaciones de Chodorow añadiendo que “El tema no es el género per se, sino cuán rígidamente y concretamente se usa en una mente individual o en un contexto familiar y que trabajo psíquico e intersujetivo despliega… la cuestión deviene la medida en que el sujeto se experimenta a si mismo como invistiendo el género con significado, o si el género es un significado que tiene lugar en él/ella” (p. 135). Más adelante matiza que “La capacidad de hacer esta distinción crítica ha sido conceptualizada por Bassin (1996) y Benjamin (1995) como uno de los logros principales del desarrollo” (p. 135).

La sexualidad como ficción

Mostrar la visión que Goldner tiene de la sexualidad es una de las razones por la que tuve interés en hacer una reseña de este artículo. Mi percepción es que, aunque se han escrito muchos libros sobre sexualidad en psicoanálisis, siempre había algo que se hacía elusivo y que  escapaba a la capacidad de ser nombrado por parte del autor o la autora que escribía, fuera porque no había alcanzado tal comprensión o porque la pertenencia a determinada escuela psicoanalítica no le permitía abrir la mente a otras nociones de sexualidad que no fuera la del desarrollo psicosexual. Últimamente he encontrado escritos que reflejan este “algo” elusivo al que me he referido dentro de este grupo de autoras. Goldner es una de ellas, Benjamin (2002), otra. 

Volviendo a Goldner, en la p. 119 afirma que “la estructura profunda del proyecto psicoanalítico todavía privilegia la sexualidad como determinante fundamental del sujeto”, afirmación que completa en la p. 120 diciendo que el psicoanálisis todavía mantiene el axioma que el “funcionamiento sexual es un barómetro del funcionamiento psicológico”, a pesar de que esta idea ha sido ampliamente combatida en la literatura psicoanalítica (Person 1980,  Kernberg, 1995).

Hay otro axioma que sigue funcionando, entretejido con el que acabamos de mencionar: la metáfora del desarrollo, como si fuera explicativa. “La autoidentidad psicoanalítica tiene como principios fundamentales la presunción que las experiencias corporales tempranas se convierten en paradigmas para todos los acontecimientos psicológicos subsiguientes y la visión que el despertar materno  temprano del erotismo de la piel lanza las posibilidades y limitaciones de la vida erótica posterior. En la medida en que se piensa la sexualidad como la ‘voz del pasado’ encarnado, el sexo conservará el aroma de la infancia y permanecerá epistemológicamente encantado” (p. 121).

Sigo citando a la autora “En este punto no hemos vacilado, a pesar de 20 años de escritos críticos sólidos que cuestionaban rigurosamente nuestra idealización axiomática de lo arcaico. El cuestionamiento escéptico de Spence (1982) del “dominio de la metáfora arqueológica”; las observaciones mordaces de Mitchell (1988) sobre los peligros del razonamiento del desarrollo y la metáfora del bebé; la desconstrucción magistral de Chodorow (1996) de la autoridad del pasado infantil; y el movimiento de Corbett (2001) desde el “por qué” etiológico hacia el “cómo” relacional son todos intentos memorables de dislocar este sesgo mental. Pero, a pesar del poder intelectual de estas críticas, parece como si tuviéramos que dejar en paz al sexo tanto por parte de las voces provinentes del interior de nuestras filas, como por las de los márgenes radicales. Y de hecho creo que dejamos en paz al sexo, no sólo porque la sexualidad implica a tantos de nuestros principios fundamentales, sino también porque nuestra visión moderna del sexo nos permite mantener un espacio autorizado para la creencia nostálgica en las condiciones de privacidad, de intimidad, y de una vida de familia intacta que han sido destrozadas por las circunstancias culturales contemporáneas. En la medida en que situamos a la sexualidad en la quietud sin tiempo de la guardería de posguerra de Winnicott o en los dramas de finales del XIX del baño y del lavabo freudianos, podemos mantener el sexo  encerrado, contenido entre un reparto de papeles muy pequeño, es decir, definido como un régimen de dos, situado eróticamente alrededor de la exclusión de un tercero” (pp. 121-122).

Goldner sostiene que esta visión ya no es creíble ni siquiera plausible. A través de las citas de otras autoras propone que, en cuanto a la sexualidad, tenemos que tomar principalmente en consideración los efectos de “nuestra cultura sexualmente despiadada, saturada por los medios de comunicación” (p. 122) y entonces entra a describir como entiende la sexualidad.

En las líneas que siguen voy a citar a Goldner muy ampliamente, puesto que su exposición me parece excelente y muy aclaratoria. Empieza con la afirmación que lo erótico requiere la suspensión de la incredulidad. Idea que completa con la noción de que “es… la multiplicidad psíquica y la acción no traumática de la disociación cotidiana lo que crea las condiciones de autoalienación que alimentan la pasión sexual” (pp. 123-124). Y sigue diciendo, apoyándose en el concepto de multiplicidad, que “la subjetividad erótica no es solo, ni primariamente, intersubjetiva, en el sentido completo de objeto “yo-tu”, sino que es siempre intrasubjetiva en el sentido que la excitación sexual incluye un encuentro entre un Yo (*) familiar subjetivo y un yo menos conocido, o en realidad múltiples “yoes”. Cada self  erótico puede ser llamado por una fantasía incipiente provocada por una imagen, un contacto, una sensación interior de afecto, un recuerdo inconsciente, una palabra sucia, una experiencia de la experiencia del Otro. Estas entradas y sus subjetividades evocadas constituyen los comienzos de un guión erótico que incluye una multitud de partes del cuerpo, de objetos parciales, y de auto-objetificaciones (una relación erótica entre un “Yo” y un “yo”) encontrándose con las partes correspondientes del/la amante. El sujeto sexual excitado –que ya es un self algo distinto del prosaico “yo” y ya está algo “en el papel” del objeto o sujeto de deseo, como poco dispuesto o insistente, con concordancia de género, con discordancia, o con alguna mezcla oposicionista (sea la que sea la que emerja primero)- es el que se pone de acuerdo con el otro/a externo/a para la situación erótica” (p. 124).

Goldner se refiere a Benjamin (1998b) que “teoriza que la vulnerabilidad, el riesgo y la confianza implicados en la situación sexual intersubjetiva crean un contexto para su acción fantástica y deconstructiva. Esta autora muestra como los amantes pueden ponerse en sintonía cinéticamente a nivel intersubjetivo mientras que simultáneamente se giran hacia el interior para acceder al dominio intrapsíquico de la fantasía… la condición resultante de pasión sexual supone y al mismo tiempo produce una intensificación de los estados del self cambiantes. Cada agrupación erótica de partes y de todos debe rendirse a la historia, debe entrar en escena con la convicción única de un actor. De lo contrario, todo desaparecería bajo el flujo corriente de la luz del día y sus expectativas convencionales” (p. 124)

Respecto al sexo como ficción Goldner termina diciendo “Pero mientras dependemos de la ficción del sexo para tener permiso para desenmarañar y para disociar, también dependemos de nuestro conocimiento implícito del sexo como ficción para dar el salto a sus incoherencias. En este sentido, no es que el sexo “revele” lo que es auténtico personalmente, sino más bien, que la apariencia de tales “revelaciones” depende de la cocreación de una experiencia de “autenticidad-entre-comillas” –una paradoja digna de la condición postmoderna” (pp. 124-125).

He empezado esta reseña nombrando también a Benjamin (2002) como una autora que habla de la sexualidad de una manera distinta. Mi percepción es que esta autora también contribuye a trazar las líneas principales de la nueva comprensión de la sexualidad que está surgiendo desde las filas del psicoanálisis relacional. En respuesta a “la economía monádica de la libido de Freud … que está asociada a un tipo de higiene sexual en que la descarga es ‘el puente entre la sexualidad y la salud mental’… en que el punto de descarga es regular la propia tensión, no alcanzar o disfrutar al/la otro/a” (p. 5-6) Benjamin nos muestra la posición relacional, en “la economía intersubjetiva… la sexualidad expresa configuraciones relacionales… dentro de las que se produce tensión/energía somático/afectiva, que deviene (se materializa en) sexualidad. Una comprensión de la energía como un fenómeno mental, psicológico no se refiere simplemente a la regulación de la tensión dentro de un individuo sino que incluye la transmisión de la tensión y su regulación o reconocimiento vía comunicación entre sujetos” (p. 6).

Benjamín continúa diciendo: “La economía intersubjetiva requiere un concepto de apropiación/autoría (ownership)… Es este sostener y apropiarse que deben ser recuperados y llevados a nuestra noción de sujeto sexual. Entonces podremos concebir un/a sujeto que pueda desear a otro/a sujeto sin reducirlo/a a un objeto pasivo o avasallador que, a su vez, queda desvalido ante sus propios impulsos… El reverso del control fálico es una versión común de la sexualidad masculina como no contenida, controlada por el objeto, carente de apropiación de deseo. Se debe distinguir la experiencia “te deseo”, en la que el sujeto se apropia del deseo, de “eres tan deseable” -de ser dominado por el objeto de compulsión y dominarlo. Esto no es lo mismo que decir que la fantasía “eres tan atractivo y tan irresistible que no puedo contenerme, sólo el verte puede volverme loco” no pueda ser disfrutable dentro de una relación mutua cuando es contenida como fantasía. Pero la contención de la fantasía tiene que basarse en el concepto de apropiarse del deseo, de contener la excitación dentro del cuerpo” (pp. 10-11).

En este artículo Benjamin sigue diciendo “… la apropiación supone una noción de sostener la tensión, más que eliminarla –contención de la descarga, rendición más que dominio… La idea de rendirse (surrender) denota una forma de soltar el dominio y el control que  nos permite trascender los términos de dominación y sumisión, un dejarse ir en que la persona no se abandona a la otra –aunque, quizás con la otra… es un rendirse al mismo proceso… lo opuesto a la complementariedad activo-pasiva que nos saca de las relaciones de poder y nos lleva a la rendición, a un proceso de reconocimiento mutuo” (p. 11).

Benjamin afirma que “la distinción entre pasividad y rendición sólo es posible cuando levantamos el miedo a la pasividad. Lo que a su vez depende de percibir la presencia contenedora del/la otro/a, que nos asegura que no caeremos en un exceso traumático. Esto solo puede ocurrir mediante una noción de fuerza que deriva no de la negación sino del reconocimiento del desamparo, el daño, y lo abrumador del sufrimiento psíquico. En este caso, la forma de la conexión erótica sirve para mentalizar el dolor psíquico, no para actuarlo mediante la complementariedad sadomasoquista. Yo creo que aquí el componente erótico de la actividad sexual es terapéutico en un modo tal que se asemeja a la relación analítica.  En este espacio de terceridad el deseo puede fluir a través de los circuitos del dolor y la pasividad, creando nuevas aperturas para el intercambio energético entre el self y el/la otro/a” (p. 13).

Conclusiones

Goldner llega a la conclusión que “El género y la sexualidad son categorías fundacionales de la mente y la cultura. Devienen visibles como imperativos normativos y como recursos simbólicos sólo a través del trabajo de deconstrucción política, psicoanalítica y académica” (p. 135)

También me parece interesante mostrar el punto de vista Chodorow (1999) que no está de acuerdo con la visión postmoderna, tal como la entiende, que “nuestras psiques están inevitablemente escindidas y alienadas y que las múltiples posiciones que tomamos en el discurso dan forma a una subjetividad fragmentada, inestable que no tiene centro” (p. 243), aunque esta no es exactamente la visión de Goldner. A la vez que quiere mantenerse alejada de universalismos y esencialismos, dice Chodorow: “deseo proponer una visión de una vida deseable” (p. 243). Es en este sentido que escribió “The Power of Feelings” del que estoy citando fragmentos, con el propósito de subrayar que los objetivos del psicoanálisis, uno de los cuáles es “la esperanza de los analistas de transformar vidas limitadas por una construcción personal emocional en vidas enriquecidas por esta construcción” (p. 243), son los que proporcionan esta visión de una vida deseable. Por ejemplo, Chodorow, para ilustrar su visión, se refiere a Loewald: “una vida humana significativa está fundamentada no en la ausencia o la superación de la influencia del inconsciente sino en su presencia e integración” (p. 244).

Personalmente, me interesan las distintas comprensiones de estas pensadoras que con su esfuerzo intelectual están enriqueciendo en tan gran medida el pensamiento psicoanalítico. Y creo, emulando a Benjamin como tan bien la describen Mitchell y Aron (1999) “el pensamiento de Benjamin se caracteriza por su habilidad en mantener un enfoque ‘y/y’ más que ‘o/o’” (p. 182), que lo esencial del género y la sexualidad no es abarcable con una sola idea, más bien está en algún punto dentro de toda esta complejidad a la que cada cual atisba sólo parcialmente. Por esto también me limito a citar las aportaciones actuales que me parece que aportan una pincelada más en el complejo cuadro que entre todos/as estamos pintando.     

Notas finales

1. Pongo en conocimiento de los/las lectores/as que dispongo de la traducción de este artículo y que lo puedo hacer llegar por e-mail a las personas interesadas: cgarriga@ilimit.es

2. En el momento de cerrar esta reseña he recibido el nuevo número de “Studies” en el que se anuncia la publicación de un nuevo libro sobre el tema por Muriel Dimen, “Sexuality, Intimacy,  Power”  dentro de la colección “Relational Perspectivas Book Series”, de The Analytic Press. Aprovecho la oportunidad para ponerlo en conocimiento de los/las lectores/as. Se puede adquirir en www.analyticpress.com

NOTAS

(1) Para más informacion sobre actividades de la IARPP en castellano pueden dirigirse a: iarpp-barcelona@comb.es

(2) Yo misma reseñé el libro de Chodorow que estoy citando en el nº 11 de Aperturas Psicoanalíticas.

(3) Las notas al pie de este texto de Chodorow remiten a Dimen, Harris, Benjamin,... y la misma Goldner, lo que confirma la afirmación inicial de que nos estamos refiriendo a un grupo de autoras con estrechos vínculos entre ellas.

(*) N. de la T. En inglés las palabras “I” y  “me” se usan para designar al yo, siendo “I” yo sujeto y “me” yo objeto. Los voy a traducir por Yo y yo respectivamente.  

BIBLIOGRAFÍA

Bassin, D. (1996), Beyond the he and the she. En: Gender in Psychoanalytic Space, ed. M. Dimen & V. Goldner. New York: Other Press, 2002, pp. 149-181.

Benjamin, J. (1995), Sameness and difference. An overinclusive view of gender constitution. En: Gender in Psychoanalytic Space, ed. M. Dimen & V. Goldner. New York: Other Press, 2002, pp. 181-207.

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Dio Bleichmar, E. (1997), La sexualidad femenina. De la niña a la mujer.  Barcelona: Paidós

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Otra bibliografía de la autora:

Dimen, M. & Goldner, V. Eds. (2002), Gender in Psychoanalytic Space, New York: Other press.

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