aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 019 2005 Revista Internacional de Psicoanálisis

La intervención vincular en el tratamiento psicoanalítico de pareja

Autor: Spivacow, Miguel

Palabras clave

Bidireccionalidad, Caso clinico de terapia de pareja, Dimension inter/intrasubjetiva en tratamiento de pareja, Ideología, Interpenetrabilidad, Intervencion vincular, Relato conjunto en terapia de pareja, Resistencias a la vincularidad, Transferencia y con.


 

En el curso de un tratamiento de pareja, el analista tiene intervenciones de distinto tipo, según la singularidad de la situación clínica. Entre las distintas formas de intervenir hay una cuya eficacia hace a la indicación de la mayor parte de los tratamientos psicoanalíticos de pareja: la intervención vincular. En efecto, si se considera que conviene un tratamiento de pareja es porque se estima que en los sufrimientos que motivan la consulta tienen especial importancia los sucederes psíquicos que dependen privilegiadamente del funcionamiento vincular y de la dimensión intersubjetiva del psiquismo (Spivacow, 2001). Estos procesos psíquicos no pueden ser adecuadamente abordados en tratamientos individuales, con el tipo de intervenciones que en éstos se utilizan; el cambio psíquico buscado requiere entonces de intervenciones vinculares.

El propósito de este trabajo es tomar como objeto de estudio las intervenciones vinculares: en qué consisten, en qué presupuestos teóricos se sostienen, el campo transferencial en que se despliegan, con qué resistencias se encuentran, el trabajo de simbolización que proporcionan, el contexto general en que se efectivizan en un tratamiento. También se presentan viñetas de sesiones para que el lector pueda formarse una idea de la práctica clínica en que se traduce lo que aquí se expone.

Entrando en terreno, la definición que sigue sintetiza mucho de lo que se desarrolla a lo largo del artículo: la intervención vincular es el correlato técnico de la noción de vínculo, ámbito psíquico determinado por las investiduras recíprocas y significativas de dos sujetos, en el que aparecen funcionamientos y rigen leyes derivadas de la trama de investiduras que une a los sujetos (Spivacow, 2001 pag. 4) (1).

I.- Los presupuestos teórico - técnicos.

a.- La perspectiva intersubjetiva. La teoría del psiquismo que fundamenta la intervención vincular.

La concepción teórica que adopta este artículo requiere distinguir tres nociones: perspectiva, dimensión y dispositivo.

La perspectiva –­inter o intrasubjetiva– consiste en el punto de vista desde el que se observa el funcionamiento psíquico y está constituída por el conjunto organizado de conceptos y herramientas teórico-clínicas requeridas por la posición del investigador.

En virtud de la perspectiva asumida, adquiere relevancia y se diferencia del total del funcionamiento psíquico, un subconjunto de procesos psíquicos que configura una dimensión del psiquismo. Queda así definida una dimensión del psiquismo como una parcialidad dentro de la totalidad compleja, parcialidad que es establecida y delimitada por la perspectiva del teórico.

Por último, la observación de los funcionamientos psíquicos se realiza en cierto contexto, caracterizable por la constancia de algunas variables. Este contexto es un dispositivo, el encuadre que se utiliza para llevar a cabo el estudio y/o abordaje clínico del psiquismo. Los procesos psíquicos se expresan diferentemente según el contexto o dispositivo, que puede ser “individual” (2), vincular, familiar, de pareja y grupal.

El concepto de dimensión merece ser desarrollado un poco más. Tal como aquí se desarrollará, en un suceso psíquico podemos distinguir dos dimensiones: intrasubjetiva e intersubjetiva. Estas dos dimensiones surgen de considerar un suceder psíquico dado en el contexto de una unidad de funcionamiento individual –se la llame aparato psíquico como Freud, sujeto o subjetividad, como otros autores– o bien de considerar un suceder psíquico en el contexto de un psiquismo en relación y abierto a otros sujetos –se lo llame vínculo, trama intersubjetiva o de otra manera.

En el pensamiento psicoanalítico se han aislado otras dimensiones que las que se consideran en este trabajo: se habla así de la dimensión tanática o erótica, de la dimensión narcisista u objetal, etc.

Una dimensión, sea la intrasubjetiva o la intersubjetiva, no existe sin la otra; se trata de dos aspectos de un único suceder. Los aspectos del psiquismo que cada dimensión diferencia no siguen nítidos planos de disección; la separación depende de la perspectiva del teórico. Muchas veces ocurre que los funcionamientos atribuídos a una dimensión podrían ser en parte atribuídos a otra, hay una suerte de superposición. Por ejemplo, un encuentro con otro sujeto incluye funcionamientos intrasubjetivos, y, en otro caso, un funcionamiento que aparentemente corresponde a la dimensión intrasubjetiva incluye también funcionamientos intersubjetivos. Así, la fantasía más interior está sobredeterminada por el exterior. Los funcionamientos en general se presentan como sucederes heterogéneos que incluyen ambas dimensiones y entre las cuales el criterio de demarcación no parece claro.

Repitiendo, entonces, no existe entre una y otra dimensión del psiquismo una demarcación nítida. Al considerar una dimensión se aisla una parcialidad y se permite la mejor comprensión de algunos aspectos de la clínica; esta ventaja en la clínica es la justificación más importante para introducir la idea de estas dos dimensiones.

La dimensión intersubjetiva abarca los procesos psíquicos que aparecen, se desarrollan, expresan, modifican, potencian y desaparecen en función del contexto intersubjetivo. Son funcionamientos que dependen de la bidireccionalidad (ver luego) sujeto ó otros. Esta dimensión considera al psiquismo como un sistema abierto que constituye una unidad de funcionamiento con el otro/los otros del contexto intersubjetivo.

La dimensión intrasubjetiva abarca los funcionamientos en que el psiquismo puede considerarse un sistema cerrado en relación al contexto intersubjetivo actual. En esta dimensión el otro es reducido a la condición de objeto interno, no se lo considera como sujeto, no interesa la bidireccionalidad actual.

 La intervención vincular apunta a los funcionamientos psíquicos en que predomina la dimensión intersubjetiva. Si bien en todo hecho psíquico operan las dos dimensiones citadas, en muchos funcionamientos de pareja, la dimensión intersubjetiva es particularmente relevante. El abordaje clínico debe considerar al vínculo como una unidad de funcionamiento caracterizable por ciertas leyes, estructuras y/o procesos (Spivacow, 2001):

- la bidireccionalidad es una ley del funcionamiento vincular en virtud de la cual la actividad psíquica, conciente e inconciente, depende de la interinfluencia con el otro.

- la trama interfantasmática es una estructura apoyada en la concepción del psiquismo como sistema abierto y con procesamientos en continuidad con otro sujeto. La articulación, discontinuidad y coalescencia de dos mundos fantasmáticos constituye una única trama interfantasmática. Desde esta óptica, la interinfluencia con el otro sujeto pasa a ser un factor protagónico en el funcionamiento de la fantasía. En la trama, no sólo se juegan procesos internos a cada sujeto, relativamente ajenos a la influencia actual del otro, sino también modelados recíprocos de fantasías, sinergias y antagonismos, activaciones y desactivaciones correlativas.

- los ensambles inconcientes son las articulaciones que sustentan los funcionamientos de repetición específicos del vínculo singular, las pautas no explícitas que estipulan los intercambios y las participaciones de ambos sujetos (Spivacow, 2001). Establecen los carriles habituales para la bidireccionalidad, delimitan y “fijan” bilateralmente las posiciones subjetivas de cada partenaire, cada una sosteniendo a la otra.

En un modelo teórico de inspiración freudiana, una concepción teórica–técnica como la anterior exige revisar conceptos. Freud concibe al psiquismo ya constituído como una estructura en capas de cebolla en la que los elementos determinantes de la superficie actual, son formaciones psíquicas intrasubjetivas ubicadas en la profundidad. Desde esta perspectiva, lo nuclear de un funcionamiento es interior al sujeto. Freud no habla de una dimensión intersubjetiva y propone un único dispositivo. Al utilizar una intervención vincular, centrada en la dimensión intersubjetiva, se asume otra perspectiva: el núcleo a modificar no es interior a uno o ambos sujetos, abarca tanto ambas interioridades como el “entre” y sucede en ese espacio llamado vínculo.

En la concepción freudiana de la cura en las neurosis de transferencia se priorizan los elementos intrasubjetivos, independientemente de que su constitución corresponda a internalizaciones de relaciones intersubjetivas del pasado. En el abordaje vincular se prioriza lo intersubjetivo, aunque sin desconsiderar, por supuesto, su articulación con lo intrasubjetivo (en cualquier dispositivo o tratamiento debe considerarse en la intervención que las dos dimensiones del psiquismo están de alguna manera involucradas).

Los procesos psíquicos característicos de la dimensión intersubjetiva, pueden no evidenciarse de manera terapéuticamente utilizable en el clásico dispositivo individual y requerir para su abordaje un dispositivo específico –vincular– e intervenciones específicas, también vinculares. Se configura así un despliegue de lo psíquico diferente del que ofrece el tratamiento individual y se apunta a otro ámbito psíquico: el del vínculo. El analista no se dirige a un aparato psíquico individual. La intervención vincular no es la suma de dos interpretaciones individuales. La presencia del otro hace a la substancia misma de la intervención vincular. En virtud de esta presencia aparecen y son trabajados funcionamientos que en su ausencia no aparecen con tanta relevancia; también se colapsan otros funcionamientos. La presencia del otro promueve una diferente expresión de lo intersubjetivo y de lo intrasubjetivo.

b.- Relato conjunto, interpenetración y ligaduras.

El relato conjunto

La intervención vincular toma como referente empírico el relato conjunto de la pareja: un conjunto de palabras y conductas observables en ambos partenaires interactuando en el dispositivo. O sea, las palabras pronunciadas, los tonos de voz, silencios, gestos, los ele­mentos pre o para verbales que hacen al sector del psiquismo que es manifiesto para un observador en el dispositivo terapéutico.

El relato conjunto, entonces, es lo que los miembros de la pareja despliegan en sesión. Sin saberlo, y muy habitualmente creyendo que están produciendo dos discursos individuales, constituyen una trama en que el enun­ciado de uno toma senti­do en relación al del otro, al que resignifica. Esto produce y/o da acceso a contenidos que no aparece­rían en los discursos individuales de uno y otro. En la trama o red aparecen palabras, lugares en el discurso, gestos, posiciones y silencios que muestran y esconden, evidencian y desfiguran una trama latente que subyace a lo manifiesto.

Entre los componentes del relato conjunto hay producciones verbales, gestuales y silencios que son al mismo tiempo producciones de lenguaje y sucesiones de escenas e imágenes. Ambos cónyuges y el analista conforman una escena compleja en que lo visual y lo auditivo, las palabras, los cuerpos, las miradas, los tonos de voz son el material a considerar.

En virtud de un concepto como el de relato conjunto, los celos omnipresentes de Romualdo en las peleas con Carola, se significan incluyendo un dato “denunciado” acusatoriamente por Carola, que él no aportó: es hermano gemelo y la madre amamantó al hermano pero no a Romualdo. Una intervención que tome como referente el relato conjunto –y no las asociaciones individuales–, podría proponerles a ambos que Romualdo –teniendo en cuenta lo que “denuncia” Carola– tiene viejas y profundas sensibilidades en relación a la exclusión, sensibilidades que tal vez estén influyendo mucho en las peleas que los traen a la consulta. Y que la actitud de Carola de denuncia y acusación, potencia el problema. El clima de la relación es siempre de exclusión-expulsión, ya sea en la versión denunciante de ella o en la de víctima de él.

En el relato conjunto, la película muda gestual dice mucho sobre el encuentro. En todos los casos, su comprensión tiene un valor enorme pero es difícil para el analista saber qué dice y cómo usar técnicamente este conocimiento.

Los gestos son a veces traducibles a palabras, en otras ocasiones muestran un real de la vida y de la relación humana intraducible a palabras. El primer caso –por ejemplo un gesto de desacuerdo con la cabeza, traducible a “no”– puede dar origen a una interpretación que señale el gesto y proponga una verbalización: “Me parece que Juan dice con la cabeza que no....” El error posible es de interpretación; es fácil equivocar­se sobre lo que los gestos “dicen”. El segundo caso configura una situación clínica en que el analista no puede formarse una hipótesis clara de lo que el gesto “dice” –por ejemplo una mujer que empieza a tener un gemido poco audible mientras el marido la presiona sin parar. En principio “dice” algo que no tiene palabras.

Los casos como el de esta mujer con el gemido no deben erigirse en un límite a la tarea analítica, sino en una incógni­ta a trabajar. En general no conviene referirse explicitamente a este tipo de producciones gestuales en la interven­ción, dado lo persecutorio que resulta para el paciente. El desafío es incluir algún aspecto del gesto en alguna cadena de significación, a partir del mate­rial significante que acompaña lo gestual y de lo que el analista percibe en su propia subjetividad. Las cadenas significantes en que están incluídos este tipo de gestos suelen ser cadenas de gran investidura –por ejemplo, en el caso de la mujer antes referida, ella había sufrido abuso sexual.

También en la película muda gestual los silencios son un material a tener especialmente en cuenta. Tan importante como lo que dice un miembro es lo que no dice, su silencio como respuesta. No se trata solo de captar escisiones u ocultamientos (por ej. relaciones extramatrimoniales) sino más bien de sintonizar la múltiple expresi­vidad que aportan los diferentes silencios: pasividad, solidaridad respe­tuosa, mentira, discreción, etc.

El análisis del relato conjunto debe tener en cuenta que en la sesión de pareja, la presencia del partenaire configura una situación en que las palabras asumen con facilidad un aspecto de demanda, amenaza, extorsión al otro que no adquiere en los tratamientos individuales.

Los pacientes, entonces, hablan, muestran una dinámica, despliegan el relato conjunto y el analista piensa, trata de entender lo que dicen e interviene cuando lo cree conveniente. Los contenidos y sucesos relatados y/o escenificados reflejan problemáticas individuales y vinculares y al mismo tiempo la pareja muestra cómo se constitu­ye, cómo se constituyó y cómo imagina “curarse” (Piccollo, 1991).

El análisis de la situación clínica no se restringe al del relato conjunto. Debe también incluir la subjetividad del terapeuta y los funcionamientos de todo nivel que suceden en ella, se llame a esto contratransferencia en sentido amplio o se utilice otra denominación.

 La interpenetración

Ahora bien, abarcar lo que sucede en una pareja, requiere ir más allá de lo manifiesto, del relato conjunto. La interpenetración es el contacto e intercambio –manifiesto y latente– entre dos sujetos entre los cuales hay bidireccionalidad con producción recíproca de subjetividad: resonancias, movilización de los mundos internos. Relacionando la interpenetración con el relato conjunto, la interpenetración constituye un suceder heterogéneo, una suerte de iceberg cuya parte visible es el relato conjunto. El concepto de interpenetración abarca y excede el de relato conjunto.

¿Por qué hablar de interpenetración en la pareja? ¿Por qué no limitarse al uso de un término descriptivo como relato conjunto? Desde una perspectiva psicoanalítica, el análisis del suceder psíquico debe unir lo manifiesto al análisis de las fuerzas libidinales. El concepto de interpenetración abarca lo conductual y lo libidinal, incluyendo esta última fuerza en el lugar protagónico que el psicoanálisis le otorga. En este sentido, el término interpenetración es contundente y expresivo respecto de señalar la determinación recíproca y libidinal del suceder psíquico en ambas subjetividades.

La interpenetración no se pone en marcha por la sola presencia del otro. Cuando dos personas en la calle interactúan no cabe hablar de interpenetración. Cuando en un colectivo le pedimos un boleto al colectivero, e interactuamos con él, no se da un proceso de la índole de la interpenetración. El concepto de interpenetración implica investiduras incluídas en un régimen de bidireccionalidad y, por lo tanto, resonancia, movilización del mundo interno, experiencia y afectación recíproca, todo lo propio de la dimensión intersubjetiva del psiquismo, con la correlativa producción recíproca de subjetividad.

En los funcionamientos de alienación (Aulagnier 1979) la interpenetración tiene cualidades protésicas: un sujeto se adhiere a los funcionamientos psíquicos del otro, sobreponiéndolos a los propios y promoviendo una interpenetración cuyo desiderátum sería la desaparición de la singularidad. En los funcionamientos de hiperdiscriminación (Puget-Berenstein 1988) la caracterizan una variedad de técnicas de aislamiento, que generan un clima de vínculo frío e inmóvil (“¿Terminaste? Bueno, ahora hablo yo pero no me interrumpas.”). En los funcionamientos del tipo de la terceridad amplia (Puget-Berenstein, 1988) la interpenetración es un proceso dinamizante, posibilita las recíprocas curiosidades, el conocimiento de la singularidad de los polos, abre a la revisión de roles, estereotipias y normas que vienen de la cultura.

 Las ligaduras

El concepto de interpenetración implica el de ligadura, es decir considerar a las investiduras incluídas en un régimen de bidireccionalidad, en un vínculo.

A diferencia de la investidura freudiana, la ligadura tiene un anclaje bilateral y se refiere a lo que sucede entre dos sujetos, supone dos participantes. Al escuchar una canción en un disco, un sujeto inviste la música y hay resonancia interior, pero es unilateral; el disco no tiene resonancia. La ligadura supone al menos dos investiduras en un régimen de bidireccionalidad. Un vínculo, tal como lo definimos, supone ligaduras, es decir investiduras transformadas por el proceso de la bidireccionalidad.

Un elemento de uno –en términos freudianos una investidura– dispara una resonancia subjetiva del otro y este conjunto, constituye una ligadura. Hay múltiples tipos de ligadura, pero todas consisten en una unión sujeto A - sujeto B con sus resonancias subjetivas bilaterales. Un ejemplo de esto es el lenguaje, cuando funciona como elemento de ligadura entre dos personas: Juan dice algo, María lo escucha, reacciona, y se constituye una ligadura, siempre y cuando haya resonancias interiores en ambos sujetos.

En la obra de Freud, una problemática comparable a la que plantea la noción de ligadura aparece cuando teoriza lo que sucede en el interior de un sujeto al quedar dos elementos unidos de alguna manera. ¿Cómo se piensa estructuralmente el factor de unión? Aquí Freud habla de facilitaciones, pasaje de energía libre a ligada, investidura, ligadura, etc.

II.- Una sesión de pareja

Rogelio y Marlene llegan puntualmente. Es la 5ª entrevista.

Pidieron la primera consulta, urgente, ya decidida una separación al menos transitoria. El pedido telefónico fue la noche anterior a la partida de Rogelio al departamento en que viviría solo.

En las entrevistas repitieron muchas veces que desde hacía varios años venían mal entre ellos. Actualmente Marlene está muy afectada porque hace unas semanas murió su tía, que la cuidó desde chiquita y tenía con ella un vínculo muy estrecho. Tiene un tratamiento individual cuya frecuencia de sesiones reforzó últimamente. También Rogelio tiene un tratamiento individual.

En las cuatro entrevistas previas a ésta, Rogelio estuvo bastante silencioso. El clima entre ellos mejoró y suspendieron provisoriamente los proyectos de divorcio.

(a) Marlene: Yo no tengo nada para decir…estamos bien… cuando le comenté a Rogelio que no tenía nada para decir, me dijo: “sonamos, porque cuando no tenés nada para decir, terminamos a las piñas”. Dormí muy mal porque Rita (hijita de 5 años), está enferma y tosió toda la noche. Soñé con mi tía y Rogelio. Me da mucha bronca que siempre sueño con tía antes de venir a terapia de pareja…, me gustaría soñar antes de tener las sesiones individuales. Pero no: sueño antes de venir a pareja. En estos días estuve sin marido, viéndolo muy poco, Rogelio tenía una feria en la que estaba todo el día. Yo estaba sola con las chicas y lo iba a ver a Munro, donde era la feria.

(b) Rogelio: Estoy bien, tranquilo. Marlene me cuida, me trata bien, está muy atenta.

(c) Marlene: No sólo yo lo cuido, él también se cuida… sirvió hablar de lo que hablamos la sesión pasada, porque él ahora se cuida más y no hace las cosas negativas que yo le señalé. Antes de venir acá, anoche, aunque no estuvimos nada de tiempo juntos en la semana, me hacía mimitos, porque sabía que veníamos acá.

(d) Rogelio: estamos bien, por ahora, pero sería un buen momento para repasar algunas cosas que pasaban entre nosotros.

(e) Marlene: no quiero. No quiero repasar nada

(f) Rogelio insiste en que son cosas que suceden desde hace años y no van.

(g) Marlene: no quiero… Además… yo tengo otra preocupación, estoy con el tema del departamento de la tía, que hay que vender pero que está muy viejo, muy de época y no tenemos la plata para arreglarlo y tampoco podemos pedir la plata prestada a los padres de Rogelio porque la inquilina no nos deja hacer los arreglos. Tenemos que hacerle un juicio. Tengo la fantasía de que con la plata que saquemos de este departamento nos vayamos unas vacaciones primero una semana a Madrid, con la familia de Rogelio (los padres de Rogelio están viviendo desde hace tres años en España) y después solos a Marruecos, como le gusta a Rogelio.

(h) Rogelio: me parece mucho una semana en Madrid.

(i) Marlene: para mí es poco. Pero no puedo irme de Bs As, donde están las cosas de mi tía, todos los recuerdos…

(j) Terapeuta: fíjense como hablan entre ustedes. Primero Marlene dijo que no tenía nada de que hablar. Luego Rogelio propuso hablar de algo pero Marlene no aceptó. Luego se termina hablando de lo que le parece a Marlene. Me parece que hay un modo de hablar que puede traer problemas: se impone lo que vos decidís, Marlene... tal vez porque vos, Rogelio estás muy enamorado y concedés o por otra razón, pero después ocurre que no se incluye aquello que a vos te interesa, se acumula y resulta que directamente armás las valijas y te vas como ocurrió cuando vinieron a verme la primera vez, que ya estaba decidida la mudanza al departamento y el divorcio. Hay un interjuego, un equilibrio que no se arma para poder incluir en el diálogo lo que es importante para los dos.

(k) Rogelio: yo no insistí para no ponernos mal.

(l) Marlene: nos peleamos, es cierto, nos peleamos. Es cierto que yo estoy hablando mucho…lo que a mi me preocupa en este momento es que Rita volvió del Jardín de infantes y dijo que la había golpeado un chico José. Yo inmediatamente agarré el teléfono y llamé al colegio para hablar con la maestra. Como ella no estaba hablé con la directora y me quejé muchísimo de este chico, le dije de todo y la hice poner incómoda, no sabía que decirme.

(m) Rogelio: Al pedo…

(n) Marlene: (parece no escuchar y sigue contando largamente la conversación con la directora) La directora me dijo confidencialmente que con este chico José había habido también problemas con otros nenitos a quienes les había pegado. Me contó esto confidencialmente y me pidió que no dijera nada, pero yo apenas corté llamé a mis amigas y les conté (Rogelio menea la cabeza, desaprobando). En esta conversación con mis amigas me enteré que José había golpeado mucho a otra compañerita.

Después fuí al colegio con papá. En el colegio estaban chochos con papá y a mi me hizo muy bien ir al colegio con él. El me explicó que no tenía que enojarme mucho por lo del chico que le pegó a Rita, porque lo importante en un colegio es que se preocupen por estas cosas y a mí me dieron explicaciones y tuvieron muy en cuenta todo lo que dije.

(ñ) Rogelio: ¿me podés decir qué tiene esto que ver con nosotros?

(o) Marlene: No sé mi amor… ¿te parece realmente que nada?

(p) Rogelio: Yo creo que nada.

(q) Marlene: ¿para vos no? Yo creo que sí. Si vos le dieras más seguridad a Rita, eso sería bueno. Hay una compañerita, Paula, a la que el papá va a buscar al colegio y el papá le dijo a Paula que ella le dijera a José, si le pegaba, que el papá iba a ir y le iba a pegar a él el doble, y Paula se defiende muy bien. Yo creo que todo esto es por la participación del padre, que le dá mucha seguridad a la nena, yo creo que vos deberías hacer lo mismo.

(r) Rogelio: Jamás le voy a decir a mi hija que si le pegan tiene que devolver el doble.

(s) Terapeuta: Yo creo que los dos dicen que, por razones muy diferentes, sería conveniente una mayor participación de Rogelio. Marlene cuando le reprocha que no es como el padre de Paula, dice, de alguna forma, que, para ella, él tendría que participar más. También cuando Rogelio pregunta “qué tiene que ver esto con nosotros”, el tema no es tanto que no tenga que ver con ellos, sino que Rogelio siente que las cosas se hicieron de una manera que no tiene nada que ver con él, con cómo él piensa. De hecho dijiste que lo que Marlene había hecho era al pedo, pero vos, Marlene, seguiste de largo, ni lo escuchaste. Más allá de los desacuerdos, los dos sienten que Rogelio no tiene el lugar que a los dos les gustaría que tenga. Ni en toda la situación con Rita ni aquí en sesión, Rogelio puede tener otra participación. Aquí, en el consultorio, ocurre que cada cierto tiempo decís algo muy breve para señalar tu desacuerdo, pero no pueden entre los dos armar otra forma de presencia de Rogelio.

(t) Marlene: Viste que no teníamos que hablar.

(u) Rogelio: Si, realmente.

(v) Terapeuta: Volviendo al principio, creo que un problema importante de Uds. es que no hablan para no sufrir o no tener líos, pero después cuando se acuerdan de hablar, resulta que ya Rogelio tiene alquilado el departamento para irse a vivir solo al día siguiente. La próxima vez van a pedir hora ya viviendo separados.

(w) Termina la sesión. Marlene parece contrariada, no muy convencida de que haya valido la pena hablar. Rogelio parece más satisfecho.

III.- La intervención vincular. Sus diferentes aspectos.

Lo esencial de la intervención vincular no pasa por su forma ni por sus contenidos: lo esencial es la perspectiva subyacente, la consideración del vínculo como el productor eficaz del funcionamiento en juego, de modo que la intención de cambio apunta a los funcionamientos intersubjetivos, para allí realizar el trabajo elaborativo. En cuanto a la forma que adquiera, le cabe la misma afirmación que a la intervención del analista en cualquier dispositivo: las formas son infinitas.

La intervención vincular es una construcción compleja en la que se habla al mismo tiempo con dos sujetos y se dicen muchas y diferentes cosas de manera directa, indirecta y por omisión. Una manera de analizarla es establecer en ella distintos aspectos o facetas. Podemos considerar a la intervención como un suceder no puntual, que se desarrolla a lo largo de una sesión o cierto lapso de tiempo, en el cual distinguimos varios aspectos. Éstos son facetas o vectores parciales en los que descomponemos artificialmente la construcción compleja total –el vector resultante. Operan simultáneamente, con mayor o menor predominio y son:

- el aspecto descriptivo / nominativo,

- el aspecto explicativo (la explicación de un suceder, el por qué),

- el aspecto semántico (las equivalencias de significado o simbólicas),

- el aspecto instrumental (lo que el terapeuta busca conseguir),

- el aspecto ideológico (lo que el terapeuta y la pareja proponen como contexto de ideas y valores desde el cual se mira el conflicto).

En cuanto al peso relativo de los diferentes aspectos en una intervención vincular concreta, generalmente uno predomina sobre los otros, que suelen estar presentes con menor peso.

 a.- El aspecto descriptivo / nominativo.

El aspecto descriptivo /nominativo es el vector protagónico en muchas intervenciones vinculares.

César y María discuten en sesión. Están, como ellos dicen de sí mismos, en una época de “buenos propósitos” y haciendo esfuerzos para salir de un modo agresivo de relacionarse.

María: Es la historia de siempre, estoy harta de limpiar el barro con el que entran del jardín. Soy la mucama, la mucama de él y los varones, y ni siquiera les dice nada. Por lo menos podría decirle algo a los chicos. Las nenas son mucho más compañeras.

César: (acerca su cuerpo provocativamente) Escucháme, yo en general me fijo. Fue una vez, el domingo. Y además, no te vas a morir por limpiar un día el barro. Yo trabajo los seis días de la semana quince horas por día y no me quejo. El resto de la semana me estuve cuidando todo el tiempo y diciéndole a los varones. Vos misma el viernes me reconociste que estaba tratando de cambiar en esto.Y la verdad (cambia el tono y habla más suavemente) es que estoy mejor, y vos también...Estamos mucho mejor (mirando al analista).

María: (con voz chillona y penetrante) ¡¡¿¿no te quejás??!! ¡¡¡¡Por favor!!!!

Analista: Me doy cuenta de que están con bronca y con ganas de pelear, pero no sé si se dan cuenta de cómo uno irrita y provoca al otro. No sé, César, si te das cuenta la prepotencia con que le acercás el cuerpo a María: sin que hables, solamente con acercártele así, tenemos pelea garantizada. Y no sé, María, se te das cuenta del tono mandón y autoritario con el que hablás.

El terapeuta comienza por describir una escena que a su juicio no es evidente para los pacientes; luego les dice que César se acerca a María con “prepotencia” y que María habla con un tono de voz “mandón y autoritario”, propone palabras y nominaciones que no fueron empledas por la pareja.

Muchas, muchísimas veces, lo que el analista quiere mostrar y para él es obvio, no lo es para los pacientes. Un primer tiempo de la intervención es, entonces, establecer entre los miembros y el terapeuta una base común de datos: el qué y cómo de lo que está ocurriendo en sesión, la descripción de lo que sucede. Es habitual que un miembro escotomice y/o distorsione excesivamente aspectos centrales de la interacción. Esta situación es especialmente patente en la escalada recíproca y sus preludios, como se da entre César y María. Cada uno de los miembros registra lo que “le” hace el otro pero no lo que él hace. También en los funcionamientos pasionales ocurre que cada sujeto, en sintonía absorvente con “lo mucho que ama al compañero/a”, no registra las otras cosas destructivas que también hace, además de amarlo. En estos casos, hay que centrarse en la descripción y detenerse allí todo lo necesario.

La descripción / nominación nunca es eso sólo. La descripción que se incluye en la intervención es mucho más que una descripción, es un poner nombre; tiene la importancia de proponer nuevos significantes, un texto por fuera de los dos textos “en guerra”. En el caso de César y María la utilización de palabras como “prepotencia” y “voz mandona y chillona” es una propuesta de nuevas nominaciones.

Aunque las descripciones y nominaciones se le presenten a la pareja como un retrato “objetivo” o “neutral”, no lo es y ésta nunca lo acepta así. Con toda seguridad, ambos miembros van a establecer para sí mismos otros significantes, un nuevo texto alternativo, que debe ser investigado, porque no suelen comunicarlo. Por supuesto, el terapeuta debe recordar que sus descripciones no son descripciones “objetivas” y/o “neutrales” y que es probable que estén influídas, impregnadas de su mundo contratransferencial.

En la intervención del analista con César y María se ve cómo en una intervención vincular hay siempre varios aspectos presentes. Aquí, el aspecto descriptivo / nominativo ocupa el primer plano, pero, por ejemplo, la palabra “provocar” implica un aspecto explicativo: la conducta de uno explica, en parte, la respuesta del otro.

En la sesión transcripta de Rogelio y Marlene la descripción es un aspecto central de las intervenciones (j) y (s) del terapeuta.

 b.- El aspecto explicativo

En cuanto al aspecto explicativo presente en una intervención vincular, es aquello que en las palabras del terapeuta intenta dar cuenta de algún proceso causal, no obstante las objeciones formulables a cualquier causalidad. Aspira a resaltar una secuencia que, en este sentido, adquiere importancia para el analista.

Rolando y Ángeles consumen drogas y tienen actitudes seductoras y erotizadas hacia terceros/as en presencia del partenaire, viven en un clima vertiginoso de actuaciones.

Rolando: El viernes y el sábado estuvimos en fiestas de amigos, la pasamos muy bien. Yo el sábado trabajé todo el día, tuve que viajar a unas ciudades cercanas del interior.

Ángeles: El domingo nos peleamos delante de los chicos. No sé... no quiero ser negativa pero... (Dice esto último con tono monocorde, desafectado)

Rolando (superponiéndose con Ángeles): hay que saber dar vuelta la hoja, no se puede vivir atado al pasado.

Ángeles: Estoy de acuerdo, pero yo me sentí mal en la reunión del sábado.

Cambian de tema y empiezan a hablar de una enfermedad del hijo mayor.

Ángeles: No me lo explico... en un día en que todo venía bien, de pronto estalla una pelea descomunal. No sé...

Rolando: Sí...

El terapeuta pide que le cuenten las reuniones y surge que ambos estuvieron en conversaciones íntimas y seductoras con terceros, lo que produjo enojos y discusiones en las mismas fiestas, que, según dicen, recién recuerdan.

Analista: No se explican muchas peleas porque no consideran lo sucedido más allá del presente inmediato, no toman en cuenta lo vivido el día anterior. Aunque tal vez, a nivel filosófico, sea buena la idea de “saber dar vuelta la hoja”, algunas de sus peleas violentas se originan en rencores y resentimientos que surgen de lo vivido el día anterior. Yo creo que las peleas del domingo fueron una continuación de las peleas que tuvieron en las fiestas del viernes y del sábado.

En la sesión de Rolando y Marlene el aspecto explicativo está presente en la intervención (v): la impulsividad en la pareja –según propone el terapeuta– es directamente proporcional a lo que en la pareja se silencia.

 c.- El aspecto semántico.

En cuanto al aspecto semántico –un existente remite a un otro significado–, muchas veces la intervención del analista destaca los efectos que alguna equivalencia de significado tiene en el funcionamiento vincular.

Saúl y Noemí tienen frecuentes y violentas discusiones originadas en diferentes cuestiones. Un trabajo frecuente del terapeuta es mostrarles que entre ellos “retirarse del ring” o “bajar el tono” simboliza una humillación o un sometimiento. En casos así, la dinámica vincular adquiere el sesgo de una pulseada interminable.

En la sesión de Rolando y Marlene las intervenciones del terapeuta no se refieren a equivalencias de significado y/o sus efectos. Podemos imaginar que, aunque el analista no haya dicho nada, posiblemente Rita simboliza para Marlene su propia niña desprotegida y narcisista, con la que sintoniza una frecuencia maternal sobreprotectora, infantil e infantilizante. En Rolando, posiblemente sus reacciones impulsivas divorcistas simbolicen alguna forma de potencia, una manera fallida de salir de la impotencia. El clima del vínculo es de acciones y reacciones impulsivas que evidencian la ausencia de un funcionamiento mental más cercano al principio de realidad y a las funciones paternas, ausencia referible al padre que Marlene describe, cómplice e infantil.

 d.- El aspecto instrumental

El aspecto instrumental se refiere al objetivo que el analista pretende alcanzar con su intervención, por ej. que la pareja reduzca la violencia circulante para poder analizar qué es lo que está generando tanta agresión entre ellos.

Las intervenciones en que predomina el aspecto instrumental pueden pensarse mejor si se recuerda la opinión de Lacan según la cual en la conducción de una cura analítica hay cuestiones de estrategia, de táctica y de política. Si definimos a la política como el arte de conducir el estado, la dimensión instrumental se refiere a aquel aspecto de la conducción del tratamiento en que se trata de alentar o desalentar algunas conductas en los pacientes. Conducción que, por supuesto, plantea problemas de táctica y de estrategia y, ni qué hablar, cuestiones éticas.

En la sesión de Rolando y Marlene, el aspecto instrumental es importante en la intervención (v). En ella el terapeuta se anticipa a desalentar un futuro acto impulsivo de divorcio intempestivo. Intenta evitar un modo de funcionamiento habitual y previsible en esta pareja.

 e.- El aspecto ideológico.

En cuanto al aspecto ideológico, es el aspecto de la intervención que hace foco en opiniones, razonamientos pretendidamente lógicos, ideas subyacentes y valoraciones referidas a la vida de pareja y al sentido de ésta, ideas que constituyen un conjunto ideológico, por lo general poco coherente pero que, no obstante se presenta como natural y obvio. La totalidad de la intervención, sin duda, está inevitablemente condicionada por la ideología del terapeuta pero el “aspecto ideológico” es una faceta de la intervención que se centra en cuestiones ideológicas de la pareja, en las ideas y valores desde los cuales hablan.

En las ideas de cada miembro sobre la naturaleza del vínculo de pareja, sus dinámicas y modos posibles de ser, el trabajo clínico es analizar y deconstruir estas cuestiones tanto en la presentación conciente y manifiesta como en la inconciente y latente (identificaciones con los padres, fantasías inconcientes en juego, deseos infantiles, etc). El aspecto ideológico es importante en todas las intervenciones y se le debe prestar especial atención en los casos de parejas en las cuales hay confusión y desmentida a la hora de establecer el punto de vista desde el cual se va a analizar un conflicto. El aspecto ideológico de toda intervención está inevitablemente influído por la ideología y la subjetividad del analista, razón por la cual debe prestársele especial cuidado.

Las cuestiones referidas a la ideología tienen variadas presentaciones: ¿qué es una pareja? ¿para qué sirve?, etc, etc. Como las preguntas sobre el sentido de la vida, no tienen una respuesta única, y están muy relacionadas con la cultura de los pacientes. Pero en el trabajo clínico hay que analizarlas, entender las preguntas subyacentes e interrogar las respuestas de hecho. Todo lo cual desrigidifica funcionamientos y coagulaciones de sentido.

¿Para qué estamos juntos? ¿Cuál es la función de la pareja?¿Para qué sirve una pareja? Desde una posición pasional o de enamorados, los pacientes suelen sentir que una pareja sirve para todo, es el antídoto natural para todos los males. Desde las diferentes culturas, las cosas no suelen ser más sensatas: el Antiguo Testamento –muestra representativa de la tradición judeo-cristiana– propone el ideal de que el hombre y la mujer sean “una sola carne”.

Analizar las respuestas que los compañeros dan a esta pregunta referida a la utilidad o sentido de estar en pareja conlleva el trabajo muchas veces prioritario de elaborar para qué no sirve una pareja: no sirve para resolverle la vida al partenaire, no sirve para colmar la falta, no sirve para brindar una satisfacción sexual permanente y absoluta, no sirve para proporcionar per se la felicidad, etc. Una parte del trabajo clínico es pensar, discutir y analizar qué es un vínculo de pareja, qué se puede esperar de él, qué se le puede pedir. En este terreno, en muchos pacientes la omnipotencia se acantona en el ámbito de la relación de pareja, sin que el análisis la alcance. Son los que pretenden una pareja no atravesada por los duelos o, mejor dicho, la castración.

Otra problemática, ubicable en la intersección entre la ideología sobre la pareja y la omnipotencia de sus integrantes, es elaborar que un vínculo de pareja duradero y vital requiere siempre un trabajo psíquico, a veces arduo. Muchas deserciones al inicio del tratamiento, apenas alcanzado un alivio sintomático, se deben a un menosprecio de este ámbito de la elaboración terapéutica y a la dificultad de asumir el trabajo psíquico que implica un vínculo prolongado con características vitales. Así como toda psicoterapia individual supone en el paciente la idea de que hay que realizar un trabajo sobre sí mismo, también una psicoterapia de pareja supone la idea de que un vínculo que vaya más allá del enamoramiento inicial, requiere un trabajo de los miembros sobre el vínculo. Las cuestiones que fundamentalmente requieren trabajo psíquico en la pareja son las referidas al conflicto intersubjetivo y su metabolización (cap. II). Una tarea del analista es mostrar los diferentes funcionamientos defensivos y angustias que surgen frente a esto.

Toda pareja implica conflicto. En el imaginario popular el amor implica complementariedad perfecta, ajuste impecable: “somos la media naranja”. Pero la dinámica de la pareja amorosa electiva duradera implica obligadamente conflictos: conflictos de deseos y expectativas, en tanto se trata siempre de dos seres singulares, conflictos en cuanto el otro no agota el deseo propio y periódicamente se desea a algún otro con cierta intensidad, conflictos en cuanto el otro imaginado (interno) no corresponde exactamente al otro externo, etc., etc.

Hay cuestiones que son centrales en la vida de pareja y que aparecen con frecuencia en los tratamientos: todo vínculo duradero atraviesa épocas mejores y peores; en cada etapa de la vida se esperan diferentes cosas del vínculo amoroso; hombres y mujeres suelen amar de modos diferentes; todo establishment cultural propone modos de institucionalizar el amor que tienden a esterilizarlo; los hijos juegan un papel clave en la dinámica de la pareja; etc, etc. No existen sobre estas cuestiones verdades universales. Lo importante es que el analista pueda atender a cómo lo socio-cultural condiciona diferentes ideales e ideologías, y como cada sujeto y cada pareja hacen al respecto sus elaboraciones personales y vinculares.

IV.-Cuestiones de formato.

a.- El balance forma- contenido.

En toda intervención vincular hay una opción a realizar entre referirse predominantemente a la forma de la interpenetración o al contenido de la misma.

A veces es conveniente describir la forma del intercambio y dejar para un segundo tiempo los contenidos que circulan. Por ejemplo, cuando el relato conjunto se transforma en una sucesión de alegatos judiciales cuya única aspiración es conseguir la sentencia favorable del analista-juez. En estos casos una intervención recomendable es no referirse a los contenidos y describir con claridad imparcial el clima de litigio judicial para ganarle al otro, coexistente con una total renuencia a entender. También conviene describir la forma de la interpenetración cuando el silencio de un miembro adquiere características tales que el relato conjunto amenaza ser un monólogo. En fin, otro tipo de interacción sobre cuya forma puede ser prioritario intervenir es cuando la interpenetración deviene banal, cliché, y la pareja solo protagoniza diálogos evitativos y superficiales por la ansiedad que despierta otro tipo de encuentro.

Las intervenciones sobre la forma pueden referirse a las infinitas constelaciones que detecte la creatividad del analista. Desde esta óptica, se puede señalar que la interpenetración es judicial, cliché, violenta, evitativa, autoritaria, etc.

Cuando la intervención se refiere a los contenidos presentes en la interpenetración es cuando más se asemeja a la interpretación freudiana clásica. Mostrar los contenidos subyacentes en la interpenetración aspira a incrementar el nivel de simbolización y rescatar y/o construir significados que enriquezcan a los miembros. (Ej: “cuando se murió el abuelo X., Uds. sintieron que quedaban huérfanos y no pudieron continuar con todos los proyectos en común que tenían.”).

 b.- El balance equiparación – discriminación.

La intervención puede equiparar los funcionamientos de los miembros o bien discriminarlos. Equiparar es igualar, señalar algo que –en el ángulo de observación elegido– es similar en ambos. Por ejemplo, es una intervención equiparante decir que “en el momento actual, la sesión parece un ring en donde ambos tratan por cualquier medio de destruir al rival”. Una intervención discriminante señala diferencias entre los miembros. Por ejemplo decir que “mientras Juana trata por todos los medios de irritar a Patricio, éste se pone cada vez más evitativo y huidizo.”

El analista debe evaluar el balance equiparación – discriminación en cada situación clínica. Si en la interacción, los miembros se hallan muy polarizados (por ej. uno “bueno” y otro “malo”), puede ser útil usar intervenciones equiparantes que desestructuren la rígida polaridad establecida. Lo mismo vale para otras formas de polarización: “sensible – insensible”, “amarrete – dilapidador”, etc. En los funcionamientos fusionales es bueno utilizar intervenciones discriminantes, porque traen a escena la singularidad desmentida.

La opción entre equiparación – discriminación está muy relacionada con el efecto que el analista intente lograr con su intervención. En realidad lo que con cierto aumento de la lente de observación se presenta como equiparación, con una lente de mayor aumento aparece como discriminación o sea que los funcionamientos psíquicos de los sujetos de un vínculo son siempre diferentes. Pero desde el punto de vista técnico puede convenir –o no–señalar lo que aparece como equiparable.

V.- El campo transferencial

El dispositivo de pareja promueve el surgimiento y desarrollo de un campo transferencial en el cual podemos distinguir transferencias: a) entre ellos. Son las transferencias conyugales, lo fundamental de la fuerza motriz en la interpenetración b) de cada uno de los miembros con el analista y c) se dan también fenómenos en que la pareja como grupo se relaciona con el analista desplegando las llamadas por algunos “transferencias de la díada” o “grupales”.

En la situación clínica es clave establecer qué transferencia será el objetivo central de la intervención y cuál será colateral.

Cuando la intervención se centra en la interpenetración y sus vicisitudes, la investidura transferencial interpretada no es la que se dirige al analista sino al partenaire. Es con este último con el que se despliega lo que en el funcionamiento en cuestión haya de repetición actualizada de la neurosis infantil, en una actualización transformada por el vínculo del presente. En cada intervención habrá que ponderar tanto la repetición transferencial como lo novedoso, lo que no constituye una reedición transferencial.

En los tratamientos de pareja la concepción del cambio psíquico difiere de la que suele sostenerse en los tratamientos individuales. En éstos la intervención toma como principal referente la transferencia con el analista y de este trabajo se esperan los resultados más significativos en cuanto al cambio psíquico. Si se realiza un tratamiento psicoanalítico de pareja es porque se espera obtener un cambio merced al trabajo sobre la transferencia conyugal (Spivacow M. 2001); la transferencia con el analista es por lo general una investidura colateral y menos explicitada en la intervención. Además, el dispositivo de pareja no es el mejor encuadre para interpretar la repetición actualizada con el analista, sí con el cónyuge.

El manejo del campo transferencial requiere instrumentar una cierta diplopía –visión doble– en la intervención: con un ojo se miran y trabajan las transferencias conyugales —esto es lo que más frecuentemente se verbaliza— y con el otro ojo se monitorean las transferencias sobre el analista.

Tal como yo trabajo, lo más habitual es operar sobre las transferencias conyugales, o bien sobre funcionamientos de la pareja que no son de raigambre transferencial. Pero igualmente es clave monitorear qué tipo de transferencia lateral inviste al analista. Puede ser positiva, “habilitante” (“vinimos a ver al gurú”) o “inhabilitante”, en virtud de una transferencia lateral negativa (“nosotros siempre nos arreglamos solos”). Si sucede esto segundo, la intervención, debe dirigirse prioritariamente a modificar esta resistencia.

La pareja suele llegar al tratamiento con una transferencia preformada con la tarea y el analista, anterior a la primera entrevista y determinada en mucho por el valor que tiene el proyecto-pareja en el mundo interno de cada cónyuge. Si los deseos que predominan son los de recomponer la relación, la fantasía suele ser que el analista, poseedor de un saber, salvará la pareja, y se transfiere sobre él el nudo de esperanzas que hacen al proyecto vital en este terreno. Con el correr del tratamiento el analista se discrimina progresivamente de esta transferencia preformada.

En virtud de esta transferencia preformada, las parejas que más posibilidades tienen de aprovechar el tratamiento y continuar en el vínculo son aquellas que transmiten algo de este orden: “Yo lo/a quiero y ella/él también, pero nos peleamos mucho y no podemos evitarlo”. Es decir, cuando están comprometidos en un proyecto de continuidad para la pareja y registran en ellos conflictos que amenazan esta continuidad. En otros casos, cuando, por ejemplo, buscan ayuda para separarse, la transferencia preformada es otra y también otro el desarrollo del tratamiento.

VI.- Resistencias a la vincularidad

Un objetivo frecuente en las intervenciones vinculares es trabajar la resistencia a reconocer la determinación intersubjetiva de la vida psíquica en sus múltiples facetas. El trabajo sobre la dinámica vincular enfrenta permanentemente resistencias en los sujetos que se han llamado resistencias a la vincularidad: los miembros –en algún bastión de autoengendramiento– niegan la eficacia del vínculo en la vida psíquica: “Mi vida es mi vida, vos no tenés nada que ver”. “Lo que yo hago con mi salud, o en mi trabajo o con mi mamá es un problema mío.”. Otra manera habitual de expresión de las resistencias a la vincularidad es la atribución al otro de la responsabilidad por lo que ocurre: “el/la que cambió sos vos”, “la culpa es tuya”.

Mucho de las resistencias a la vincularidad puede entenderse mejor si se considera que el con­trato fundacional de los enamorados incluye entre sus cláu­sulas una ilusión de atempo­ralidad según la cual el tiempo no existe y los prota­gonistas y su modo de vinculación serán iguales hasta la muerte. “Ese no era el arreglo”; “yo me casé con otro/a” se dicen las parejas cuando decrece el enamoramiento y el paso del tiempo pone en evidencia la falacia de atemporalidad, la desigualdad de los desarrollos individuales y la necesidad de trabajo psíquico en este terreno.

La pareja, cuando se prolonga en el tiempo y tiene vitalidad, requiere de los sujetos participantes un trabajo sobre la propia subjetividad y sobre el vínculo. En realidad, todos los vínculos importantes –hijos, amigos, padres– requieren de un trabajo de actualización permanente.

Un error clínico frecuente es que, al trabajar las resistencias a la vincularidad, se cae en una suerte de “enfermedad infantil del vincularismo” y la intervención no le reserva un lugar pertinente a las determinaciones intrasubjetivas. Si bien lo más habitual y específico en un tratamiento de pareja es trabajar en las determinaciones intersubjetivas empleando intervenciones vinculares, siempre coexisten ambos modos de determinación –junto a lo trans– y este punto de vista debe transmitirse en la intervención. De otra manera, caemos en lo que H. Bleichmar señalaría como otra de las formas del reduccionismo en psicoanálisis (Bleichmar H. 1997, pag. 17). Dicho de otra manera –y repitiendo– el analista debe ser capaz de considerar en sus intervenciones tanto lo que sucede en la intersubjetividad como lo que sucede en la dimensión intrasubjetiva de ambos polos y tener en cuenta permanentemente que en un tratamiento de pareja hay como mínimo tres pacientes: él, ella y el vínculo.

La cuestión de las resistencias a la vincularidad debe analizarse en conjunción y contraste con la problemática de las resistencias provenientes de la subjetividad del analista –lo que siguiendo a Lacan podemos llamar las resistencias del analista. Cada terapeuta tiene ciertas ideas sobre cómo debe ser un vínculo, idea de la cual se desprende una definición de lo que se va a entender por resistencia. De no mediar un análisis crítico, estas ideas operarán como prejuicios y llevarán a que el analista traslade al vínculo que atiende sus presupuestos sobre el vínculo de pareja. Un caso que puede ejemplificar esto es la temperatura de la pareja. Como bien señaló Withaker, cada vínculo de pareja tiene una “temperatura” de contacto consensuada y estipulada, a la que el intercambio tiende a ajustarse. Cuando por alguna razón, el intercambio se “enfría” o “recalienta”, una suerte de termostato reubica el intercambio en los niveles de temperatura establecidos. El analista debe estar atento a no pretender imponer él una temperatura del vínculo.

VII.- La subjetividad del analista, su influencia en la intervención.

La pareja es uno de los ámbitos de la experiencia humana respecto del cual las intervenciones de los terapeutas están teñidas de prejuicios y/u opiniones peligrosa y fatalmente personales. De manera que para el analista que trabaje en este campo son más que válidas las reflexiones y advertencias que han tendido a alertar sobre la importancia del análisis de sus sentires, prejuicios, opiniones, pasiones, desconocimientos, el conjunto de procesos anímicos que corresponden a la subjetividad del analista –lo que una tradición lúcidamente cuestionada por Lacan denomina contratransferencia en sentido amplio.

La subjetividad del analista puede ser tanto un magnífico instrumento como un poderoso obstáculo en la tarea; lo que ella aporta debe ser filtrado, reubicado por el marco teórico, para de esta manera construir la intervención y, dentro de ésta, un aspecto que no debe confundirse con la contratransferencia: la respuesta afectiva del analista (Liberman D. 1978a ), la posición emocional instrumental del analista (Bleichmar H. 1997), el estilo complementario (Liberman D.). Este aspecto emocional o afectivo de la intervención, sea como fuere que se lo denomine, corresponde a la implementación de una conducta emocional “instrumental” por parte del analista, pero no deriva, en ningún sentido, de la expresión directa de la subjetividad el analista.

En cuanto a los problemas a que puede llevar una participación no analizada de la subjetividad del analista, un peligro muy presente en los tratamientos vinculares es tomar partido por algunos de los miembros. Es más que habitual dejarse arrastrar por una configuración manifiesta “víctima – victimario” y no ver que la víctima –supuesta o real– tiene una participación activa que también debe esclarecerse en la intervención vincular.

Otra sensación, frecuente en el analista, es la de estar enfrentando dos resistencias aliadas entre sí: ambos partenaires –en una suerte de escena primaria– ubican al terapeuta en un lugar de inferioridad que éste corre el riesgo de asumir, sea por juventud, por inferioridad numérica, o por otro tipo de razón. En los profesionales con menos experiencia esto puede exagerarse y aparece el miedo a la pareja como sentimiento que hace obstáculo.

VIII.- La cuestión del trabajo elaborativo o elaboración.

Sabemos, desde Freud, que a la interpretación sucede un largo y dificultoso camino de elaboración, en el cual las nuevas interpretaciones o intervenciones del analista aportan nuevos enfoques y son fundamentales. ¿Cómo pensar la cuestión del trabajo elaborativo (durcharbeitung / per – elaboración / working – through) en un tratamiento de pareja? ¿Cuándo la reiteración de un funcionamiento del que manifiestamente se quejan, indica una necesidad de insistir en la tarea interpretativa y/o replantearla, y cuándo evidencia un límite a la posibilidad / deseo de cambio en uno o ambos sujetos? Entramos aquí en una pregunta compleja que solo puede responderse en el terreno concreto de la situación clínica singular.

Las peleas pasionales pueden servir de ejemplo. Imaginemos que un terapeuta considera haberlas trabajado aceptablemente, pero éstas se repiten. ¿Cómo diferenciar una posición subjetiva de oscuro placer negado o desmentido, que no se aspira a cambiar, de otra situación en que el trabajo interpretivo es insuficiente y/o debe ser replanteado, en la que debe intentarse una profundización en la elaboración?

Un listado de los puntos a evaluar en estas complejas situaciones –siempre singulares– debería incluir:

- La posición de uno y otro frente al funcionamiento problemático. Lo que diagnostiquemos en cada uno de egosintonía, egodistonía, placer o displacer.

- El efecto que tienen las peleas en el funcionamiento de la pareja, diferenciando el diagnóstico del analista de lo declarado manifiestamente por los pacientes. Los pacientes pueden quejarse pero el analista considerar que esta queja no tiene demasiada importancia en los conflictos que justifican el tratamiento.

- Lo estereotipado del material que surge, entendiendo que a mayor estereotipia corresponde por lo general un mayor automatismo de repetición.

- La posibilidad de trabajar el tema en dispositivos individuales: muchas veces un trabajo terapéutico en un dispositivo potencia la elaboración en otro. También, en entrevistas individuales, el analista accede a informaciones que no aparecen en entrevistas de pareja.

- El tiempo de trabajo que tiene la problemática en el tratamiento. No es lo mismo una situación que no cambia luego de tres meses de trabajo clínico que si ha pasado un año. En este tipo de evaluaciones, la impaciencia del analista, o la intolerancia a la frustración, siempre juega algún papel y conviene recordar que las peleas pasionales son funcionamientos muy regresivos y difíciles de modificar.

La cuestión de la elaboración está siempre presente, es siempre difícil y está particularmente presente en los tramos finales de los tratamientos, dado que un tratamiento de pareja de inspiración psicoanalítica no pretende disimular el carácter conflictivo de la pareja y de toda relación humana: no hay finales rosados al estilo de Hollywood. En cada situación clínica singular deberá buscarse la respuesta singular.

IX.- Algunos modos particulares de intervención vincular.

Hay algunas formas particulares de intervención vincular que, ya sea por lo “típicas” que son, ya sea por la utilización de recursos infrecuentes, merecen una mención pormenorizada.

 a.- La intervención sobre la violencia.

Una situación frecuente en sesión es la violencia excesiva, en la que el trabajo terapéutico está muy interferido. Cabe siempre la pregunta de si se trata de una evaluación apropiada o de una sensibilidad personal del analista.

La interacción más habitual es cuando la pareja escenifica una pelea repetitiva, circular y se pierde cualquier intención de elaboración. La pelea es la única intención, de uno o de ambos, y tiende a perpetuarse y ocupar toda la sesión.

 Las intervenciones referidas al contenido suelen no ser oídas (ver supra el balance forma - contenido). Cuando se da esta situación en sesión, luego de un tiempo que me confirma la estereotipia en juego, intento mostrar el uso que están haciendo de la sesión (“Lo único que quieren es reventar al otro”), “mal” uso, no pertinente, porque desconocen lo que la sesión significa como propuesta de trabajo psíquico. Esta forma de intervención guarda relación con lo que Anzieu (p.7 Rev. de APdeBa Vol III No1), Liberman y la Escuela de Palo Alto llaman “metacomunicar”: hay que centrarse en la forma de la comunicación, en algo que está más allá de los contenidos del diálogo. De aquí la palabra “meta”-comunicar.

Estas intervenciones guardan relación con lo que Bion llama “reversión de la perspectiva”. El/los pacientes están ubicados rígidamente en una posición mental desde la cual distorsionan el sentido del tratamiento y las palabras del analista en su conjunto. La distorsión no es un fracaso puntual de la comunicación sino una actitud global e inconciente, generalmente derivada de la interpenetración actuante que los captura y transforma en personajes de un texto que desconocen.

 b.- La intervención “protésica”.

Hay situaciones clínicas en que se produce un colapso de algunas funciones yoicas en uno de los polos: un miembro entra en confusión y derrumbe frente a la violencia del partenaire; o bien se paraliza frente a las acusaciones del otro, etc. El vínculo, en términos de A. Pérez (1991), se torna asimétrico: uno de los polos queda en inferioridad desde el punto de vista de la autonomía y el funcionamiento yoico.

En ocasiones, la modificación de este funcionamiento es prioritaria. La intervención, entonces, se dirige a restablecer el armado mínimo de un sujeto que está limítrofe al colapso psíquico. El analista se ofrece como prótesis transitoria a un miembro desfalleciente, arriesgando que el otro viva su accionar como una toma de partido. En este modo de intervención, la implicación del analista, siempre presente, queda más en evidencia.

Fedra y Julio tenían frecuentes peleas en su casa, muy violentas. También sucedían en sesión y, en los últimos meses, 3-4 sesiones habían terminado de una manera abrupta: Fedra se levantaba de su silla y en un arranque súbito se iba al ascensor. “Me voy”, decía, y se iba del consultorio. Allí se interrumpía la sesión. En la sesión siguiente era imposible retomar el tema y trabajar lo sucedido.

En una sesión en que nuevamente se dió este tipo de altercado, el terapeuta se levantó atrás de ella, le agarró la mano en el ascensor y, de la mano, la trajo al consultorio. Luego de un rato de silencio y de tenerla tomada de la mano, hizo algunas preguntas y Fedra dijo que estas cosas le hacían recordar una escena, que había relatado en otros momentos, en que su padre, siendo ella niña, le apuntaba a su madre con un revólver. Pudo realizarse algún trabajo sobre lo sucedido y este tipo de escenas dejaron de aparecer.

Al intervenir de esta manera, el analista evaluó que la paciente entraba en un estado de angustia masiva y colapso, en la que su organización yoica solo le permitía una respuesta: huir. La huída, por supuesto, era también un ataque y generaba círculos repetitivos.

El analista debe trabajar la singular intrincación entre el derrumbe y la dinámica vincular: generalmente el derrumbante fue el depositario de una fantasía de sostener al derrumbado en un ensamble inconciente (Spivacow, 2001) que, en un principio y por algún tiempo, permitió a ambos cierta compensación de derrumbes infantiles y problemáticas en la estabilidad narcisística.

Este tipo de intervenciones apuntan a sostener un psiquismo desfalleciente. Guardan relación con las que clásicamente se llaman “de apoyo”, destinadas a sostener un equilibrio ortopédico en el paciente, “desde afuera”. Lo ideal en la intervención que llamo protésica, es que a un primer tiempo de apoyo suceda luego un trabajo de profundización elaborativa.

 c.- La intervención “directiva”.

En la intervención directiva, el aspecto instrumental toma el protagonismo, y el cambio conductual se considera prioritario a cualquier interés. En desmedro de un trabajo elaborativo, en el analista prima alguna urgencia de otro orden, generalmente ético. Son intervenciones “desesperadas”, en el borde del fracaso terapéutico.

Una situación típica son los pacientes con enfermedades orgánicas. En muchos de estos casos, le he ordenado a un miembro de la pareja que vaya al médico, o al partenaire que lo lleve. Recuerdo un tratamiento en que un progenitor le pegaba salvajemente a un hijo pequeño. Le dije –después de fracasar con otro tipo de intervenciones– que era llamativo que él, que era tan sutil en todo, no pudiera encontrar una forma de dialogar con sus hijos que excluyera la fuerza. En este caso, si bien lo directivo no aparecía bajo la forma de una orden, toda mi intervención era un intento de manipular un cambio apelando a su vanidad.

En circunstancias como las anteriores, trabajado el aspecto contratratransferencial, con los apuros y ansiedades que genera, es lícito tener intervenciones cuya intención es frenar una conducta destructiva refractaria a abordajes elaborativos o reflexivos.

La utilización de técnicas sugestivas al servicio de frenar conductas destructivas es legítima, pero –lamentablemante– pocas veces es eficaz. A la hora de tener conductas manipulatorias, la evaluación es ética. El analista debe examinar críticamente los propios sentimientos y cerciorarse de que no lo guía una dificultad contratransferencial. La forma técnica que la intervención adopte es una cuestión de inventiva y exploración. En esta perspectiva, “el fin justifica los medios”.

X.- El trabajo elaborativo resultante de las intervenciones vinculares.

Cuando se utilizan intervenciones vinculares el trabajo elaborativo, en su doble dimensión de insight y construcción de psiquismo, abarca las temáticas universales que se abordan en las terapias analíticas. Dentro de esta universalidad, la intervención vincular en un tratamiento de pareja preferencia el trabajo intensivo en un ámbito particular de la experiencia humana: el trabajo psíquico de funcionar en un vínculo de pareja. Así, hay algunas particularidades. Fundamentalmente, los miembros concientizan un proceso defensivo en que participan tanto el sujeto como la respuesta del otro: el terapeuta debe sintonizar el proceso defensivo que pasa por el “enganche” intersubjetivo. Se experiencia cómo lo intersubjetivo colapsa o promueve lo intrasubjetivo y viceversa.

El reconocimiento y elabo­ración de la interpenetración, la bidireccionalidad y la opacidad del partenaire, el doloroso registro de estar in­cluídos en un entramado que sobredetermina la propia existencia, es una afrenta a la omnipotencia y al narcisis­mo, un aspec­to de la castración difícil de elaborar. Los pacientes suelen venir a tratamiento separando artificialmente qué es “mío” y qué es “tuyo”. Un trastorno sexual (por ej.: frigidez o impotencia) es “mío” o “tuyo”: se desconoce que, además de ser un problema intrasubjetivo de uno de los miembros, es también un problema del otro y un problema cuya realidad en la pareja es determinada por ambos. Esto no solo ocurre en pacientes sin tratamientos previos, es también muy común en pacientes que han realizado o realizan un tratamiento individual. En muchos casos da la impresión de que el tratamiento individual ha exacerbado o exacerba divisiones maniqueas del tipo de “lo mío y lo tuyo”, divisiones que si bien tienen mucho de verdad, también pueden ser usadas al servicio de la defensa.

Cuando en el trabajo terapéutico los pacientes alcanzan cierta captación del otro –sintonía-, se logra privilegiadamente un registro de la emocionalidad presente en el vínculo, su singularidad. Los pacientes viven la experiencia de conocer sus diferencias, complementariedades y oposiciones y simultáneamente tienen un momento de integración en el encuentro. El trabajo en sesión, como experiencia, tiene un matiz peculiar en cuanto a la caída de la omnipotencia: cada polo asume que su visión de las cosas no es mejor que la del otro, ni absoluta; las significaciones que predominan en un polo son siempre singulares e idiosincráticas y las emociones diferentes de las que predominan en el otro; muchas discusiones dejan de tener lugar.

La intervención vincular, cuando logra su objetivo, produce en los sujetos una elaboración particular de la incompletud, los funcionamientos narcisistas, y la omnipotencia. Se experiencia que el otro, tanto como el propio sujeto, es opaco, desconocido e imprevisible, experiencia que suele ser especialmente negada o desmentida en la pareja, dado su origen en el enamoramiento. A los miembros se les hace presente que el partenaire no es la imagen que de él/ella tienen. Una exteriorización frecuente de todos estos procesos son momentos de mayor silencio y dudas en sesión, de desconcierto frente a la extranjería del otro y de alivio, por disminuir la tensión derivada de la rabia narcisística.

Ambos experimentan, si la terapia progresa, una responsabilidad por el vínculo y por el otro que no consiste en una moral preconizada por un super-yo del establishment sino en el reconocimiento de cada uno en cuanto a una participación y responsabilidad antes negada. Responsabilidad que no es vivida como un riesgo para la autonomía y el crecimiento individual.

XI.- La intervención vincular en el contexto global del tratamiento.

Es difícil, si no imposible, transmitir lo que en realidad sucede en una sesión de pareja y los diferentes modos en que interviene el analista. Cuestiones que en una reconstrucción o filmación aparecen como de detalle o secundarias, son en realidad prioritarias en la mente del terapeuta. No es posible transmitir el clima y la totalidad de datos que el analista tiene in mente al decir lo que dice. Las necesidades o conveniencias de un expositor al aislar una cuestión no disminuyen la complejidad de la clínica. Sin duda que esta dificultad está presente en las páginas anteriores.

Puede plantearse una discusión sobre cómo clasificar y denominar los modos de intervención en un dispositivo de pareja. La denominación de “vincular” presenta problemas dado que todas las intervenciones que tienen lugar en un dispositivo vincular son “vinculares” en la medida en que se dan en un campo vincular sobre el cual tienen efectos. También es cierto que, en todo tratamiento de pareja, hay intervenciones dirigidas a trabajar funcionamientos que no corresponden predominantemente a la dimensión intersubjetiva o, dicho de otra manera, funcionamientos que no son predominantemente vinculares. (Ej: un miembro llega a sesión en una crisis de angustia porque acaba de evitar un accidente automovilístico. El terapeuta trabaja con él esta situación y el cónyuge permanece atento y continente pero se ubica dejando el lugar de ayuda al terapeuta). Son intervenciones que no se focalizan en un funcionamiento predominantemente intersubjetivo, aunque repercuten en la intersubjetividad y el terapeuta no debe perder de vista la lectura en esta perspectiva.

La cuestión es de opciones terminológicas y dejarla abierta no es una mala idea. Tal vez así, la discusión mantenga en foco un doble peligro en esta práctica clínica compleja: por un lado el encuadre de pareja sobredetermina los efectos de cualquier intervención, sea la que fuere, por el otro, en todo tratamiento de pareja hay intervenciones que no se centran en la intersubjetividad. Las determinaciones intrasubjetivas no mueren en la sesión de pareja.

Para terminar, vale recordar que la intención de este escrito no es brindar una visión general y abarcadora de lo que sucede en un tratamiento de pareja –tarea imposible– sino estudiar la herramienta principal que en él se utiliza. Vale por lo tanto repetir que las intervenciones vinculares se ubican siempre en el contexto más amplio de un tratamiento de pareja en cuyo desarrollo general son fundamentales muchas cuestiones que aquí no se han tratado.

Septiembre de 2004


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NOTAS

(1) La referencia bibliográfica del texto indica la definición que adopto. El concepto de vínculo es trabajado por muchos otros autores con diferencias mayores o menores, algunos de los cuales están en la bibliografía.

(2) En este artículo se mantiene la denominación de “individual” para el clásico dispositivo freudiano, inadecuada pero consagrada por el uso. La denominación es inadecuada ya que es un tratamiento bipersonal, en el que se juegan dinamismos intersubjetivos con el analista.

 

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