aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 020 2005 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

La empatía. Número temático de la Revue Française de Psychoanalyse

Autor: Martín-Montolíu, Jaime

Palabras clave

Smith, A., Analisis mutuo, Cenestesia, Conocimiento emocional, empatía, Identificacion, Percepcion inconsciente..


Reseña: La empatía desde el diván. (rfp: L’empathie). Revue Française de Psychanalyse Tome LXVIII. nº 3, Juillet 2004. Monográfico sobre la empatía.

 Argumento:

Presentación.

Adam Smith.- De la Sympathie.

Sumario:

I.- Aproximación histórica y corrientes teóricas.

I. 1    David Beres et Jacob A. Arlow.- Fantasme et identification dans l’empathie.

I. 2    Stefania Caliandro.- Empathie et esthésie: un retour aux origines esthétiques.

I. 3    Lewis A. Kirshner.- Kohut et la science de l’empathie.

I.4    Jean-François Rabian.- L’empathie maternelle de Winnicott.

I.5    Helène Tessier.- Empathie et intersubjectivité, quelques positions de l’école intersubjectiviste américaine en psychanalyse.

I.6    Louise de Urtubey.- Freud et l’empathie.

II.- La empatía en el encuentro clínico.

II.1    Jacques Angerlergues .- L’empathie, pour quoi faire?.

II.2    Stefano Bolognini.- La complexité de l’empathie psychanalytique: une exploration théorique et clinique.

II.3    Michel Gribinski .- “Deviner à peu près”.

II.4    Jacques Le Dem.- “Â visage découvert”.

II.5    Silvain Missonnier.- L’empathie dans les consultations thérapeutiques parents/bébé : l’héritage de Serge Levobici.

II.6    Jean Claude Roland.- Parler, renoncer.

II.7    Michèle Van Lisebeth-Ledent.- L’empathie et ses dérives.

II.8    Daniel Widlöcher.- Dissection de l’empathie.

 

Nota: Esta es la reseña de un monográfico sobre Empatía publicado por la rfp en Julio de 2004. Se presenta como “notas en cuaderno de analista” omitidas las propias reflexiones del autor de la reseña -salvo algún apunte mnemotécnico o aclaratorio a pie de página. Recoge artículo a artículo la producción, centrada en un foco temático –empatía-, de un paciente imaginario -el psicoanálisis contemporáneo. Su lectura permitirá así acceder, lo más cercanamente posible, al material “en bruto” –resumido o fragmentario, a veces literal- deteniéndose o condensándolo según la relevancia subjetivamente atribuida-, como en una suerte de paso-previo-a-una-supervisión. Repaso tanto más necesario por cuanto el tema está en el centro neurálgico de las actuales polémicas y concierne a todos los actores, sea cual sea su posición de partida. Lógicamente, se trata de una elección sugestiva -no aspiro a que se comparta que el psicoanálisis necesite de un análisis, aunque sí parezca imprescindible, en este momento, contrastar y pulir los conceptos-; espero, al menos, que dicho modo de presentación sirva de guía para referenciar fielmente la variada, interesante y controvertida esencia de este monográfico.

 
Argumento
Presentación

Resumen1-

El término Empatía es traducción de la palabra alemana Einfühlung. Freud utilizó un concepto heredado de la estética alemana que designaba una cierta forma de sensibilidad ligada a la proyección de nuestros estados afectivos en los objetos, un modo de conocimiento de lo ajeno en el cual el afecto juega un rol de importancia peculiar. Aunque lo hubo descrito con gran precisión, siempre se mostró ambivalente ante él. La noción de empatía se funda en dos tendencias coexistentes en el ser humano: (1) la que nos conduce a imitar las emociones de otro; y (2) la que nos empuja a asociar nuestras vivencias afectivas actuales a las marcas mnésicas de experiencias emocionales previas análogas. El término en sí, no obstante, carece de especificidad metapsicológica; de hecho, su traducción ha oscilado mucho tiempo entre “simpatía comprensiva”, “intropatía” y “ponerse en el lugar de...”. Estuvo muy implicado en la controversia con Ferenczi sobre técnica analítica y tomó relevancia en la literatura psicoanalítica contemporánea en los años 60, como reacción a la andadura freudiana clásica considerada excesivamente racional y solipsista. Al entender el proceso analítico como encuentro de dos psiquismos, la prescripción freudiana de un analista-espejo “perfectamente frío” hizo crisis (no así para los lacanianos que, en pro de la “objetividad”, consideran que enredarse en los propios procesos mentales es una distracción respecto a la atención requerida por el discurso del paciente y la clínica del caso): en América, a partir del giro kohutiano y de la psicología del self frente a los excesos del análisis de las defensas por los psicólogos del yo; en Francia, desde los trabajos sobre bebés, la “empatía metaforizante” de Lebovici y la descripción, bien que en cierta clave biologicista, del “système paradoxal” de M’Uzan -mediante el cual el aparato psíquico de un analista que acepta cierta alteración de su sentimiento de identidad deviene el del analizado-; en el mundo anglosajón, paralelamente a los desarrollos teóricos sobre la identificación proyectiva y la contratansferencia ligados a conceptos tales como “capacidad de rèverie” (Bion) o “preocupación maternal primaria” (Winnicott).

¿Co-pensamiento o co-percepción? ¿Precede el co-pensar a la empatía o es la empatía la que hace función de señal en el analista, a partir de la cual será posible desarrollar el co-pensamiento?

¿Existe un riesgo de confusión semántica empatía/simpatía (la cual supone una afinidad moral, similitud de sentimientos, cierta compasión incluso) por donde la asimetría de los procesos mentales analista/analizando tenderá a ser borrada, tal como se reprocha a los intersubjetivistas?

Y si se la considera en cambio más que una actitud, un proceso; ¿cómo se la define respecto de la identificación? ¿Es una forma específica del proceso más general de identificación o debe ser diferenciada de ella?

Documento: Adam Smith.- De la Simpatía (1759)

[El consejo de redacción de rfp reproduce como entradilla a este número una curiosidad editorial: se trata del primer capítulo del libro “Teoría de los sentimientos morales” de Adam Smith 2.]

El supuesto de partida de la teoría de Adam Smith es que, por más que el hombre sea egoísta por naturaleza, hay ciertos principios en él que lo empujan a interesarse por la fortuna de los demás, cuya felicidad también le es necesaria aunque no sea más que por el placer de ver felices a los otros. Habla de la pena, la piedad y la compasión en tanto pasiones originales de la naturaleza humana. Estos sentimientos se concebirían como posibles por nuestra capacidad innata de hacernos una idea, en la fantasía, de lo que sentiríamos estando en el lugar del otro. Entramos, por así decirlo, en la piel del otro para convertirnos en la misma persona que es el otro, y su sufrimiento se hace el nuestro.

Pero dolor y pena no serán para Smith las únicas fuentes de afinidad con las pasiones de los otros. Emociones análogas a las del otro surgen al pensar o imaginar su situación. Sea ésta cual sea, las emociones del testigo corresponden siempre a los sentimientos que imagina anidar en el otro. El término simpatía, según él, designa esta afinidad innata con toda pasión que, a veces, parece instantáneamente trasfundida de otro: una cara sonriente es para quien la observa un objeto de alegría en sí misma, así como en el extremo contrario, una cara triste será un objeto de melancolía.

Sin embargo, puntualiza, la simpatía no será plena a la vista sólo de la emoción del otro, sino también del conocimiento de lo que la provoca. A menudo, la afinidad se produce no con el otro sujeto, sino con lo que imaginamos que este otro sujeto puede promover en otros. Así, la ira del prójimo suele producir temor y rechazo de natural, previo a que podamos evaluar su fuente y, por tanto, su conveniencia. Seremos capaces de simpatizar con los que han muerto, por ejemplo, porque, al colocarnos en su lugar, el infortunio de ellos nos remite a un melancólico recuerdo, a la vez que nos hace temer la irreductible eternidad en la cual seremos olvidados. A partir de esa ilusión de la imaginación, la perspectiva de nuestra propia desaparición se torna terrible y aunque la pena no pueda ser experimentada una vez muertos, nos desgracia en vida. De ahí, concluye, proviene uno de los principios más importantes de la naturaleza humana: el miedo a la muerte. Veneno de la felicidad individual, sí; pero freno también de la injusticia en el género humano, ya que afligiendo y atormentando a la persona, preserva y protege, al mismo tiempo, a la sociedad.

Sumario

I.- Aproximación histórica y corrientes teóricas.

I.1.- David Beres et Jacob A. Arlow.- Fantasma e identificación en la empatía.

Los autores razonan del siguiente modo:

Empatía es un fenómeno antiguo y familiar del que todos sabemos en base a experiencias pre o extra-terapéuticas. El problema de saber cómo penetrar el espíritu de otra persona es a la vez viejo y fundamental. La situación terapéutica permite aclarar sus vicisitudes ya que aplica una atención rigurosa a la necesaria autobservación. ¿Por qué considerarla, pues, como una dimensión estética del “arte de la terapia”, como el “algo más”del análisis científico? Es difícil encontrar en la literatura psicoanalítica datos precisos y documentados acerca de los fenómenos empáticos, a excepción de material sobre los fallos. Los informes documentados sobre la empatía revelarían la respuesta personal del analista a lo producido por su paciente. ¿Explicaría esto su escasez? ¿Es un don o una facultad que se puede desarrollar en la formación y el análisis personal? Es cómodo señalar las dificultades empáticas relacionadas con problemas contratransferenciales a los candidatos en supervisión, sin abordar a cambio, la naturaleza misma de la empatía y sus modalidades de funcionamiento. Resulta sin duda más complicado tener el coraje de exponer los procesos internos al examen minucioso del público tal como hiciera Freud en La interpretación de los sueños (teniendo en cuenta lógicamente, además, que ese público es ahora más numeroso, competente e informado en teoría y técnica analítica que en aquella época).

Nuestra conciencia –Freud (1915) dixit - no da cuenta más que de nosotros mismos. Puede extenderse, por identificación, al yo de los otros, pero sus hipótesis sobre la conciencia del otro reposan sobre una inferencia que no puede beneficiarse del grado de certeza que tenemos sobre la nuestra. No hablemos del inconsciente. Sabido es que él recomendaba a los debutantes no buscar en demasía el saber cognitivo acerca del paciente: la interpretación justa aparecerá en forma de una asociación libre. En esta empresa, empatía e intuición –construidos a su vez en base al conocimiento consciente del analista sobre el funcionamiento psíquico y la psicopatología- juegan un papel esencial... Ahí dependemos ampliamente de un proceso intuitivo, del conocimiento inmediato o de la facultad de aprehender algo sin servirse concientemente del razonamiento. En un momento dado, en el curso de su proceso introspectivo, el analista se da cuenta del resultado –la interpretación- de un proceso muy complejo que se desarrolla fuera del campo de su conciencia. La percepción consciente de ese resultado es el fruto de la intuición; su validación será un nuevo proceso en el cual su conciencia tendrá que involucrarse.

 Se suele definir a la empatía como la proyección de nuestra propia personalidad en la de otro para comprenderlo mejor:

·                   Una instrospección en el lugar del otro; es la versión de Kohut.

·                   Greenson habla de una forma de conocimiento emocional, en el sentido de la experimentación de los sentimientos del prójimo a través de un modo particular de percepción; un fenómeno preconsciente que se diferencia de la simpatía por no compartir sufrimiento, acuerdo o piedad.

·                   Loewald considera que la comunicación empática se acerca al tipo de empatía profunda y mutua que observamos en la relación madre/hijo.

·                   Schaffer se refiere a formas infantiles de empatía fundadas en la fusión.

·                   Burlingham, H. Deutsch y otros ven una manifestación de empatía en la reacción sensible del lactante al estado afectivo de la madre.

·                   Y, al límite, Ferreira la concibe anclada en la unidad umbilical primaria madre/lactante. El corolario será la idea de una empatía primordial y arcaica que va disminuyendo progresivamente con los años: fusión analista/paciente, sujeto y objeto de la interacción terapéutica.

La literatura psicoanalítica evoca reiteradamente la importancia del “estar con “. Brierley establece la distinción entre “pensar con el paciente” y “pensar en el paciente”. Lo primero no sería necesariamente empático, pero indica que hay contratransferencia, proyección o cierto grado de identificación, lo cual implica cierta fusión, probable obstáculo para el trabajo terapéutico. (Olden ha descrito una relación madre/hijo patológica, de naturaleza esencialmente simbiótica y fusional pero no empática 3). Cierta forma de identificación pasajera, que preserva no obstante la separación respecto del objeto, interviene en el fenómeno empático. La capacidad de separar “ yo” del “no-yo” es la componente esencial de ese fenómeno; luego, no presente en la infancia temprana (la constancia objetal o las representaciones estables del sí mismo y del objeto se establecerían más tarde, según el esquema de separación-individuación descrito por Mahler y Pine 4). Además, la capacidad de empatía exigiría el concurso de funciones tales como la memoria, el pensamiento, la comprensión y la conceptualización (las cuales aumentan con la edad y las experiencias – en particular las de sufrimiento 5); sólo en esas condiciones, los signos provenientes de la percepción podrían conducir a la empatía. En el proceso empático, el afecto del paciente es compartido por el terapeuta como una señal (mezcla de afecto y cognición) o una identificación momentánea que le hace tomar conciencia, aún cuando su humor no sea en absoluto una réplica, de que “quizás sea eso lo que sienta el paciente”. Sería algo más que una reacción afectiva inmediata y demandaría un desarrollo considerable del yo: el afecto vivido es una señal que despierta la atención del terapeuta sobre la motivación y fantasía del paciente.

¿Qué significa esa señal? Las observaciones clínicas permiten pensar que anuncia la emergencia de una fantasía inconsciente -y que la cualidad del afecto es apropiada a la naturaleza de dicha fantasía-. A veces ese fantasma inconsciente es compartido por ambos. Otras veces, ese afecto-señal se corresponde precisamente con el humor que el paciente busca estimular en el terapeuta -como cuando el masoquista intenta provocar el ataque y la crítica- y entonces la empatía consiste precisamente en reconocer tal afecto como provocado. Si no lo hiciera, su lugar sería ocupado entonces por la reacción contratransferencial. En la empatía, el analista puede identificarse no sólo con el paciente, sino también con sus objetos.

El proceso empático por el cual la fantasía del paciente provoca la del terapeuta es enteramente inconsciente, produciéndose por identificación a través de un deseo inconsciente compartido que conlleva, a su vez, una fantasía casi idéntica en ambos espíritus. La ruptura del momentáneo sentimiento de identificación se produce enseguida: al darse cuenta el terapeuta de que su experiencia interior, tan aparentemente personal y particular, era, de hecho, un comentario sobre el material del paciente. La interpretación justa habría sobrevenido en forma de fantasía, y un conjunto de operaciones cognitivas le habrían permitido transformarla enseguida en interpretación. La identificación habría sido interrumpida y reemplazada por una relación de objeto: de pensar en el paciente a pensar y sentir con el paciente.

Otros derivados de la actividad fantasmática inconsciente se expresan bajo forma de comunicación no verbal, de actividades motrices especialmente (según lo que se conoce desde Fenichel sobre la gesticulación, la imitación y la danza: la emoción se transmite por identificación con aquello que vemos en acción). La actividad motriz del analista durante la sesión constituye una respuesta empática a la actividad mental inconsciente y, también, al significado comunicativo de los silencios del paciente.

Además de la facultad de estar en empatía con los componentes afectivos, ideacionales y motrices de las fantasías y conflictos del paciente, el terapeuta debe igualmente ser capaz de empatizar con las resistencias, lo cual influirá no sólo en la elección del momento sino también en el modo de formular la interpretación.

Otro aspecto a considerar será la falta de empatía del paciente con otras personas cuyas experiencias y antecedentes difieran manifiestamente de los suyos. O la ausencia de empatía de su self actual con su propio self pretérito –discontinuidad de la identidad provocada por el conflicto y las influencias narcisistas-. La capacidad enriquecedora de estar en empatía consigo mismo y con los demás serían resultados del tratamiento.

La actividad fantasmática inconsciente establece el entorno mental en relación al cual los datos sensoriales son selectivamente percibidos, inhibidos, descartados o transformados. A la inversa, los datos de la percepción tienen el poder de facilitar la emergencia o reactivar la actividad fantasmática inconsciente.

Los datos sensoriales registrados fuera del campo de la consciencia pueden igualmente afectar la emergencia de un fantasma inconsciente; y la actividad fantasmática consciente puede facilitar, modificar, transformar o rechazar las impresiones sensoriales registradas antes de que tomen la forma de una representación mental en la conciencia.

El paciente aporta datos sensoriales que el analista percibe. Una medida de la capacidad de empatía de éste residiría en su disposición a ser estimulado por la fantasía inconsciente de aquel cuando todavía no es siquiera consciente de la naturaleza o la existencia de dicha fantasía. La emergencia de una fantasía inconsciente común (no idéntica, sino similar) es uno de los componentes esenciales de toda experiencia compartida que depende de la comunicación de la emoción. La contigüidad, la repetición, el simbolismo, el contraste y sobre todo, la metáfora, son los procedimientos la que hacen posible.

La empatía implica una identificación, aun pasajera, con la actividad mental de otra persona, y proporciona el indicio que advierte al terapeuta de la emergencia de la interpretación justa. La intuición consiste en la aprehensión inmediata de una idea, pensamiento o fantasía. La comprensión intuitiva del terapeuta viene a continuación de su reacción empática. La situación terapéutica exige que la empatía y la intuición lleven a la interpretación y al insight; siendo la reciprocidad de esta experiencia la matriz de la transferencia / contratransferencia. El hecho de que las asociaciones del terapeuta precedan o coincidan con las del paciente confirmaría que se está sobre la buena pista. No obstante, el problema de la validación no se agota con eso.

I.2.- Stefania Caliandro.- Empatía y sensibilidad6: un retorno a los orígenes estéticos.

La autora de este artículo expone lo siguiente:

La empatía es generalmente entendida como una situación de participación particular con el otro, en la cual el sujeto se identifica y se proyecta hasta el punto de compartir los estados de ánimo y sentirlos como suyos. La idea interpersonal, de intercambio entre sujetos, de experimentar un sentimiento común, de una comunicación más sensitiva que verbal, de ponerse en el lugar del otro o sentirse un todo con el otro, constituye ciertamente la acepción más extendida de este término. Pero no es el primer sentido de Empatía, noción tanto estética como psíquica. La palabra Einfühnlung, empleada por primera vez en 1873 por Robert Vischer, designa la relación estética que un sujeto puede tener con un objeto, obra de arte, mundo circundante,... inseparable del modo en que el sujeto es afectado en primer lugar por lo visual y la forma. Sensibilidad para la percepción estética; íntimo sentir unitario de la imagen y del contenido, fusión directa de la representación con la forma del objeto; estudio de la relación compleja que liga al observador a lo percibido; simbolismo de la forma, aporte subjetivo que determina el significado -psíquico o expresivo- asignado; acto involuntario de transposición de nuestro propio sentimiento, transferencia inconsciente de la forma corporal propia y del espíritu en la forma del objeto, sublimación mental inmediata de la excitación sensible...; umbral en el que el efecto empático es objetivable, más allá del cual la imagen excede lo percibido, dando lugar a un trabajo de fantasía pura 7 o bien a una extensión patológica del sujeto 8. Será esa fusión directa la que designa originalmente la palabra Einfühnlung.

Toda recepción sensorial –puntualiza- está sujeta a las normas antropomórficas de regularidad, de simetría y de proporción; las cuales dependen de la percepción subjetiva del cuerpo normal. Con grados de conciencia diferentes según se trate de estímulos aislados o que interesen a la totalidad corporal, ya que las sensaciones corporales generales son menos perceptibles para la conciencia que las circunscritas. Y del mismo modo que los estímulos visuales se conectan con los estímulos tactiles y motores, los estímulos mentales podrán provocar estímulos sensoriales y motores. Y viceversa. Si la discriminación de las sensaciones está conservada en una recepción que podríamos calificar de polisensorial, en el fenómeno empático, sin embargo, la síntesis de las sensaciones, en virtud de su dimensión orgánica, apunta a la cenestesia o “sensación vital general”. Paralelamente a lo que adviene en el trabajo de la fantasía o en la vida onírica, cuando se pasa de la representación de un objeto a la representación simultánea del objeto y el propio cuerpo, la sensación se carga de una autorrepresentación sensorial o motriz que se añade al dato percibido, lo amplifica y lo define.

Sería ocioso preguntarse –dice - si es la cinestesia la que facilita el fenómeno empático o si es la empatía la que acrecenta los efectos de la cinestesia: ambos están íntimamente entrelazados en las teorizaciones y en la literatura referente a este tema. Si cinestesia y empatía no son dependientes una de la otra, su co-presencia sí que es frecuente. Esa “representación” que el sujeto se hace de y en la percepción del objeto, de la obra o de su entorno, esa dimensión imaginarizada que la apercepción instila en lo percibido es una suerte de mezcolanza, de medio fluido en el cual las contradicciones del mundo- reposo y movimiento, “yo” y “no-yo”- adjuntan y se vacían en un todo enigmático. El sujeto consigue proyectarse así en formas inanimadas, transferido y transformado en ese “no-yo” que contempla. Le atribuye los valores de las pasiones humanas que esta incorporación objetal suscita en él. La relación empática es el origen, pues, de la personificación religiosa, del antropomorfismo animal y del animismo vegetal que han marcado la fantasía mítica y el imaginario estético. La transferencia, hecha posible por la auto-objetivación del sujeto fuera de sí mismo en las formas percibidas, le permite conferir contenido psíquico y asignar vida orgánica a lo que es inanimado. El sujeto intercambia su propio sentimiento con la naturaleza gracias a la puesta en movimiento de sí mismo, sea por un verdadero movimiento de imitación inconsciente, sea por su representación -es decir, por el apuntalamiento de un aspecto imaginado sobre lo percibido-. El cielo mismo -en el cual deja volar sus ensoñaciones- parece estar soñando.

Sólo con otros humanos –prosigue- la empatía puede operar un verdadero desdoblamiento del sí mismo que no se limitará a las sensaciones, sino concernirá también al sentimiento. La tentativa de Vischer fue elevar y espiritualizar la empatía para enclavarla en el “pensamiento de lo universal” y en el “sentimiento de pertenencia al género humano”. ¿Habrá leido Freud el ensayo de Robert Vischer Sobre el sentimiento óptico de la forma -o al padre de éste, precursor de tal estudio-? Nada permite suponerlo, si bien es probable que los hilos de la noción de empatía de Vischer le hubieran llegado a través de la lectura de Lipps. La teoría de la empatía de R.Vischer conoció una rápida recepción en su época y desencadenó unas muy animadas discusiones entre sus contemporáneos, pero sus textos fueron leídos sin la atención debida al matiz, a sus ricos detalles. Posteriormente Basch integró la dimensión empática al sentimiento estético en la lectura de Kant. Como la crítica atacó sobre todo la difusión de la noción de empatía en Psicología y prefirió en Estética las reflexiones de Theodor Lipps, más claras en su estilo, la difusión de sus ideas influyó sobre todo en los artistas.

En su “Estética”, Lipps distingue cuatro tipos de empatía:

·                   La tendencia humana a proyectar vida en las formas e incorporarse en ellas: “Empatía aperceptiva general”.

·                   Realización de esta tendencia general en relación con una forma dada que la determina: “Empatía empírica o de animación de la naturaleza”.

·                   Capacidad de producir un estado psíquico correspondiente al carácter de la forma experimentada; por ejemplo, expandirse en la contemplación panteista, entrar en resonancia con la música...: “Empatía de estados de ánimo”.

·                   Relación con otros seres humanos, que torna inteligibles tanto su apariencia sensible (por ejemplo, el tono, las inflexiones de voz...) como sus manifestaciones vitales.

Esta última es quizás la que aparenta estar más cercana a nuestro interés – señala Stefania Caliandro-. La profundización en la idea de la deslocalización que el sujeto experimenta en la relación empática, podría considerarse precursora de los conceptos transferencia y regresión9.

Si la despersonalización del sujeto, la desfamiliarización y la similaridad, impone al que contempla la obra de arte la separación del objeto estético de la realidad contingente y la alienación de sí mismo, la relación empática engendrará la inteligencia del otro a través de lo sentido. “Esa simpatía estética” no llega a ser un producto ilusorio, tampoco un logro dado: permanece en cierta manera suspendida más allá de los criterios de realidad o de verosimilitud...

I.3.- Lewis A. Kirshner.- Kohut y la ciencia de la empatía

Se pregunta Kirshner: ¿Considerando su papel como “significante enigmático”, qué sería la empatía? Sabemos –dice- que es una palabra clave para Heinz Kohut y su escuela de la psicología del self; que por su raíz pathos tendremos que vernos con una respuesta afectiva al sufrimiento de los pacientes. Si reflexionáramos sobre el contexto cultural de la revolución kohutiana, una comparación entre Kohut y Lacan -aunque a primera vista parezcan totalmente distintos- se nos impondría: ambos pensaban que el psicoanálisis clásico se equivocaba al fundar su teoría sobre un pensamiento biologizante y orientar su práctica hacia una psicología de la adaptación social, lo cual arriesgaba transformarlo en un método de reeducación; ambos querían conservar el estatuto científico para el psicoanálisis. Pero Kohut quería reformularlo buscando las claves de una ciencia nueva (clínica del self, insistencia en la empatía) y Lacan, no (vuelta a Freud). Resulta evidente el viraje de Kohut hacia la experiencia fenomenológica consciente. Por ejemplo, quería resaltar el contraste entre las experiencias susceptibles de empatía, tanto de aquellas más ancladas en un orden biológico -como las neurosis actuales (descarga directa sin representación)- cuanto de las “más automáticas” -aquellas que revelan la autonomía del Yo, presumidas por él como independientes de los procesos psicodinámicos-.

Para Kohut –señala Kirshner- sólo es psicoanalítico lo que puede ser conocido por empatía, a la cual define como un contenido empírico de la actividad mental en dos niveles:

·                    método para adquirir un saber

·                    lazo afectivo entre dos personas.

Empatía sería, pues, una condición indispensable tanto para la relación de apoyo como para la intervención terapéutica, ya que la capacidad empática en sí misma comportaría un efecto terapéutico. De hecho, para Kohut representará la fuerza invisible que liga a los hombres en sociedad.

Según Kirshner, Kohut rechaza dos imperativos implícitos en la Psicología del Yo:

·       Tener que conocerse a sí mismo (la propia naturaleza pulsional, por ejemplo).

·       Tener que devenir lo más autónomo posible (sin dependencia).

Declara imposible satisfacer el primer imperativo -porque uno jamás puede conocer verdaderamente sus mecanismos de funcionamiento-, así como el segundo – porque la autonomía encarna un ideal más sociológico que psicoanalítico-.

Para Kohut, el objeto del psicoanálisis será el sí mismo (self) y éste es conocido por empatía; los conceptos de pulsión (“vago e insípido”), de dependencia, de autonomía y de identidad deberán ser excluidos.

No observamos jamás las pulsiones- dirá Kohut -en condiciones “normales” (cuando nuestra empatía da acceso a los estados del self del sujeto –al self “nuclear”- con un programa esencial a realizar-), sino como productos de la fragmentación del self.

Kirshner se pregunta: ¿No es tentador dialectizar el argumento de Kohut siguiendo el hilo de la castración y del conflicto padre/hijo a lo largo de todo su recorrido, en paralelo a la evocación del “disfrute” de las relaciones intersubjetivas? Así, la continuidad simbólica de las generaciones y el conflicto edípico originario abrirían más bien un espacio psíquico para el proceso de subjetivación, todo y dejando en la psique una brecha entre pulsión y sentido, naturaleza y cultura, empatía y aprehensión. La empatía- Einfühlung- contendría entonces una aceptación de los límites de la introspección y de la fenomenología afectiva, un reconocimiento de la condición humana. Podría uno preguntarse –prosigue el artículo- si el término empatía, tan difícil de definir, no representa algo que sólo se comprende cuando falta.

Los pacientes buscan -como subraya Lacan en una dirección muy distinta, señala Kirshner - efectivamente un reconocimiento que pasa frecuentemente por el espejo; una confirmación de sí-mismos en la respuesta del analista que refleje la perspectiva del paciente. Respuesta considerada esencial por Kohut para el desarrollo de la transferencia narcisista: de modo que allí donde el analista clásico -o lacaniano- frustra, el analista kohutiano confirma en la “transferencia especular”.

Kirshner encuentra regularmente dos tipos de situaciones clínicas en los ejemplos proporcionados por los practicantes de la Psicología del Self:

·                   En el primero, el analista, por inatención o por torpeza rompe la cáscara del frágil narcisismo de su paciente, que reacciona con un silencio, un acting o protestando. El analista repara en los efectos de su falla empática tarde o temprano y los interpreta con la confesión de su responsabilidad o complicidad en lo que se asevera haber sido una repetición de un trauma infantil. Ahí el déficit de empatía proviene de la contratransferencia.

·                   En el segundo tipo de ejemplo, el paciente expresa su admiración -a saber, la idealización del analista acompañado de su propio deseo de reconocimiento-. En este caso, repetición de una necesidad frustrada en su desarrollo narcisista. Según los kohutianos, ese tipo de transferencia idealizada “objeto-self” habría sido tratada como resistencia por los adeptos a la Psicología del Yo, como una manifestación de la agresividad edípica latente- a saber, una interpretación fundamentada en la teoría y no en la empatía y, por tanto, no científica-. Según Kohut, el analista podrá utilizar su capacidad empática para comprender la transferencia positiva como vía de reparación de un fallo en el desarrollo del paciente -el cual necesita revivirlo participando en la grandiosidad del objeto-self (en este caso, el terapeuta)-.

Muchos analistas parecen haberse identificado con los pacientes de los ejemplos citados por Kohut -señala Kirshner -, como si una herida narcisista infligida en masa a una generación de candidatos y candidatas de los años 60 y 70 -bajo la hegemonía de Hartmann, Kris y Loewenstein, en una sociedad americana conformista y rígida, por otro lado- hubiera estallado en las descripciones -muy conformes a la realidad- de la práctica psicoanalítica clásica, dando lugar a una teoría útil pero no muy consistente. ¿Acaso no apela Kohut a la vieja fantasía del renacimiento de un self idéntico a sí, entero y puro (sin inconsciente y sin división)?¿Qué conclusión se puede extraer del rol del concepto de empatía en el nuevo psicoanálisis plural y multicultural de nuestro tiempo?

Como diría Derrida –responde Kirshner -, empatía es una de esas palabras “fonologocéntricas” que experimentan una metafísica de presencia y apelan a un trabajo de deconstrucción, ya que la indefinida presencia de un self indefinible es casi una confesión religiosa. Ni el supuesto sentido científico del término, ni la nube de connotaciones afectivas a su alrededor, explican la importancia que se le ha acordado. A fin de cuentas fue un arma para destruir lo que quedaba de una práctica que dañó al psicoanálisis a pesar de ciertos textos inspirados de los fundadores de la Psicología del Yo. Lacan, que quería recentrar el psicoanálisis sobre el sujeto cuestionando a los psicólogos del Yo, no lo hizo mejor.

En la nueva marcha de la Psicología del Self van encontrando su sitio los problemas de la intersubjetividad, de lo que está ligado a lo relacional y a las exigencias narcisistas de los estados límite. Quizás se pueda tachar a Kohut de cierta ingenuidad filosófica ante la paradoja incontrovertible del sujeto -concluye Kirshner-, o quizás forme parte simplemente de la psicología bipersonal. Pero sensibilizó al psicoanálisis americano a una dimensión intersubjetiva de la práctica que, en nuestros días, parece ocupar , sin duda, toda la escena. Al tiempo, lo hizo derivar hacia un ideal imposible: la “restauración del sí mismo”, la realización de un verdadero self sin contar con la relación plena entre dos sí-mismos. Es así que una práctica demasiado rígida, estéril, centrada en los “mecanismos de defensa” del paciente, dio lugar a su contrario: una forma de relación humana viva y comprometida entre dos sujetos y que se quiere a sí misma psicoanalítica. La vía que llevó a ese ideal se llamó empatía.

 

I.4.- Jean-François Rabain.- La empatía maternal en Winnicott

Dice este autor 10 que, por desconocimiento, se reprocha a Winnicott no haber dado a la imago paterna el lugar que merecía, erigir a la madre como figura única -como si el acento en el entorno precoz del desarrollo humano y la importancia de las primeras relaciones madre/bebé le hubieran conducido a subestimar el rol del padre en la organización psíquica del infante; al alejamiento progresivo de la teoría freudiana de las pulsiones y de la referencia al Edipo-¿Tan alejado está realmente Winnicott de Lacan?

Muchos de los textos de Winnicott – puntualiza el autor- hacen referencia al rol del padre, no como doble de la madre, sino como padre edípico (castrador, marcador de los límites, padre de la triangulación precoz inscrito en el psiquismo de la madre desde el nacimiento del niño, “censura de amante” en su papel de reconquista para que la madre redevenga mujer). Ambas perspectivas, (Winnicott / Lacan) sin embargo, son muy diferentes:

·                   Lacan describe el estadío del espejo -un momento del desarrollo psíquico del niño, pero también una función-, para revelar las relaciones de alienación que el Yo tiene con su imagen, situando la instancia del Yo “en una mediatización por el deseo de otro” y “en una línea de ficción irreductible para siempre”.

·                   Winnicott , por su parte, describe una función de dirección doble, implicando tanto el proceso de maternización de la madre - constituido por la mirada de su bebé-, como lo que permite al niño verse en la mirada de ella. Circularidad de miradas y reciprocidad de ese baño de afectos vivido a dos. “La mutualidad de la experiencia es el debut de la empatía entre los individuos”.

Se puede interpretar ese movimiento como la base de la empatía –prosigue Rabain- en términos de identificación introyectiva. Pero la empatía ayuda también a entender lo que otro no entiende de sí mismo, las partes escindidas de la psique del paciente que retornan en nuestra propia psique. Recordemos que para Winnicott el sujeto es ese potencial en relación con lo desconocido de sí, con lo no-advenido de sí, un emergente. En estados límite próximos a la psicosis, el paciente viene a hacer reconocer un daño de sí mismo que no siente o no ve, demanda del analista que sea “el espejo del negativo de sí mismo”, el espejo de lo que no ha sido sentido ni percibido de sí. La transferencia por desplazamiento característica de los modos habituales de neurosis de transferencia es sustituida aquí por una transferencia por retorno, con la cual el sujeto hace vivir al analista lo que ha quedado escindido de sus posibilidades de integración. Esa transferencia paradójica hará sentir al otro lo que no se percibe de sí.

            Si Freud definió la empatía como la vía que lleva a la comprensión de otra vida psíquica, Winnicott la describe como inherente a los cuidados maternales “más que de la comprensión de lo que es verbalizado o podría serlo”. La intimidad psíquica compartida de la cura, la preocupación y probada solicitud del analista hacia su paciente, su escucha sensible, toma por modelo la actitud y la empatía maternal, el “fondo maternal silencioso”.

            El análisis “exitoso” - concluye Rabian (pag.829) - será esa metáfora viva de una madre-analista siempre presente y creativa, instalada en lo más profundo de nosotros mismos, un diálogo infinito con esa interioridad viva que no cesa de dirigirse al otro”.            

I.5.- Helène Tessier.- Empatía e intersubjetividad, algunas posiciones de la escuela intersubjetivista 11 americana de psicoanálisis

Dice Tessier:

Se tiene tendencia a asociar a la empatía con el psicoanálisis americano, en la medida en que éste acuerda una atención sostenida a las interacciones y a las relaciones interpersonales en los procesos terapéuticos; más específicamente se la relaciona con la corriente intersubjetivista, por la adopción de una perspectiva relacional y por la afirmación central de la subjetividad en la relación analítica. En ellos (nótese su propensión a coexistir con las posiciones neo-kleinianas y neo-winnicottianas) la noción de empatía, que apela tanto a un modo de conocimiento como a una forma de relación, pone en juego los afectos, la proyección, la distinción sujeto/objeto, sus lazos con los procesos preconscientes y los fenómenos de sentido... Se trataría de discriminar los límites y riesgos de esa referencia constante a la irreductible subjetividad de los participantes en la relación analítica: subjetividad del conocimiento, uso inmediato de los fenómenos de proyección, hegemonía de la noción de self -y, por tanto, retorno al sujeto unificado-, importancia primordial otorgada a los afectos y a su reconocimiento como fuente última de la verdad; finalmente, el reconocido papel central de la relación real, que testimonia de su opción al régimen económico de la autoconservación y el apego.

En ese contexto será útil establecer la distinción entre una corriente intersubjetivista, más antigua y difusa, y una escuela intersubjetiva -correspondiente a un fenómeno que cristalizó en los años 90- cuyas afirmaciones reposan sobre la subjetividad de los participantes en la relación analítica y sus interacciones: Storolow, Hoffmann (que representa la tendencia socio-constructivista) Aron (asociado a la tendencia relacional e interesado por la mutualidad de la matriz interactiva), Renik ( atraido por el fenómeno del autodesvelamiento y las relaciones de simetría epistemológica que se instituyen entre el analista y el paciente), Ogden (que describe la noción de descentramiento)... La intersubjetividad, interacción dinámica de dos sujetos, concibe una vida psíquica que no se sitúa en el interior del paciente, que no existe como entidad distinta de la intervención clínica inmediata, sino en la matriz interactiva, en el contexto terapéutico. Se rechaza así el concepto de pulsión: el centro de la vida psíquica estará formado de modelos de relación de objeto, compuestos ellos mismos por tipos de interacción. La subjetividad será un conjunto de reacciones afectivas y personales del individuo; tensión dialéctica entre lo intrapsíquico y lo interpersonal.

Para muchos de estos analistas intersubjetivos, empatía resulta ser una actitud y un modo de conocimiento: se examinan los principios que organizan la experiencia vivida del paciente (empatía), los principios que organizan la propia experiencia del analista (introspección) y el campo psicológico intersubjetivo que se forma por la interacción entre los dos. Instrumento de descubrimiento pero también de creatividad (en las posiciones más cercanas a Schafer -de creación de una nueva vivencia relacional-). El acento es puesto en el papel creador de la relación, y especialmente en sus dimensiones adaptativas, lo que hace, entre otras cosas, menos importante la distinción entre psicoanálisis y psicoterapia. Los términos inconsciente y subjetivo tenderán a acoplarse. La actitud empática se presta, en consecuencia, particularmente bien a la zona de transición de ambas disciplinas. Los intersubjetivistas manifestan también su desinterés por la sexualidad en psicoanálisis, debido a la atención preponderante concedida a la relación llamada real. Como la dialéctica de los intersubjetivistas, el recurso a la empatía implica el abandono del conflicto como motor de la transformación. Implica también el rechazo a la alteridad. La empatía no puede comprometer más que a sujetos, que permanecen enteros y sometidos a las leyes del sentido, de la significación o de la motivación.

Tessier concluye: es posible que el trabajo terapéutico no pueda hacerse sin empatía, sin embargo ésta no puede dar cuenta del trabajo de desmenuzamiento específico del psicoanálisis; trabajo que sostiene la autenticidad de su proyecto de subjetivación.

I.6.- Louise de Urtubey.- Freud y la empatía

Resulta imposible, según Uturbey, dejar de remarcar la similitud de la noción de empatía con la definición de identificación de Laplanche y Pontalis: “el proceso psicológico por el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo del otro, y se transforma total o parcialmente, sobre el modelo de éste, en idéntico al otro”. Para ella, nos encontraríamos frente a una especie de nebulosa terminológica que comprende identificación, introyección, incorporación, simpatía y experiencia estética. Luego de un recorrido histórico en pos de la utilización del término por Freud 12, la autora concluye (pag. 864):

·                  La empatía me parece ligada al contenido manifiesto”.

·               “La noción de empatía no es más útil que la de identificación a la cual viene a recortar parcialmente sin añadir nada, pero revelandose como más bien defensiva. Empatizar me parece un distanciamiento frente al riesgo de invasión identificatoria”.

 

II.- La empatía en el encuentro clínico

II.1.-Jacques Angerlergues.- ¿Empatía para qué?

Comenta Angerlergues que según el glosario de términos y conceptos psicoanalíticos de la American Psychoanalytic Association, la empatía derivaría de las primeras relaciones madre/bebé y persistiría como fondo infraverbal de la comunicación; que sería un registro indispensable para el desempeño de un psicoanálisis-de-orientación-positiva y para el ejercicio de esa polimorfía facilitadora del nacimiento de la contratransferencia. La situación analítica, al poner en juego las pulsiones de meta inhibida, favorecería su persistencia y la enriquecería 13.

Se pregunta si su uso creciente no vendrá a ser un efecto más de la tendencia contemporánea a la inflacción verbal, ya que si “estar con el otro” (feeling with) se puede considerar una proposición algo débil, quizás plantearse “estar en el otro” (feeling into) -diferencia entre simpatía y empatía, siguiendo la lógica de dicho glosario- podría considerarse una alternativa. Deslizamiento mágico, misterioso, ¿megalomaníaco? - dice- que describiría una profunda influencia del sí mismo por el otro. Cabría preguntarse: ¿no será entonces una figura moralizadora e idealizante, fruto de la auto-afectación de uno mismo proyectada sobre el otro?

Angerlergues recuerda que históricamente, y particularmente en América, el interés por la empatía entre los psicoanalistas se dio en el marco de una reacción contra los excesos de ese racionalismo tan exclusivo que condujo a focalizar principalmente la atención en el análisis de las defensas. Y que, filosóficamente, la noción de empatía valoriza la consideración de lo experimentado y de la emoción compartida, lo cual la asocia inevitablemente al fenómeno identificatorio. ¿Se podrá sentir en el otro sin proyectar algo en él?- pregunta-. El narcisismo, al ocupar el centro de las teorizaciones de los no-kleinianos deja un vacío objetal. ¿No les será entonces necesario un vocablo distinto y más maleable para designar una noción similar a la de identificación proyectiva, reconocimiento de la presencia del otro en sí mismo que dispensa de la confrontación del aparato teórico de la identificación, sea proyectiva o incluso histérica? ¿No será una pirueta para crear una neo-identificación desembarazada de las pulsiones?

Con frecuencia la empatía es descrita como positiva - dice-, como si sólo estuviera hecha de buenos sentimientos. Cierto que las recomendaciones del glosario de la APA insisten en la necesidad de no olvidar la contratransferencia, pero - y parafraseando a Didier Anzieu, en el sentido de que no puede haber justificación histórica alguna que obligue a admitir a los psicoanalistas que en el psiquismo haya un solo centímetro que no haya pasado por las zonas erógenas - lo que aporta el concepto de empatía parece ser unterreno de tranquilidad pulsional en la relación paciente/terapeuta. Nada de agresividad; se está en el otro pero sin sexualidad: ni hetero, ni homo –señala-. No hay orificios, ni fantasía de penetración sádica o de pasividad masoquista. Sí, en cierto modo, un ideal de relación pre-ambivalente.

La empatía, sobre todo si es “metaforizante” como propone Levobici 14 , no es la simple coloración afectiva de una representación predeterminada, en la medida en que por sí misma permite representarse o imaginar lo que hay en el otro- apunta Angerlergues -. El valor representativo del afecto -tal como lo concibe Christian David en sus trabajos a partir de la “perversión afectiva”- permitiría una doble escucha . O una reflexión sobre la articulación experiencia-afecto: Catherine Parat ha mostrado que la sobreinvestidura de lo experienciado podría constituir una forma defensiva de disyunción afecto-representación, comparable paradójicamente a la represión del afecto. ¿Permite la empatía una operación similar? 15

Uno puede preguntarse legítimamente si la empatía no servirá en la cura para adormecer la vigilancia en el análisis de la contratransferencia, que, como es sabido, sería más bien una posición defensiva del analista llamada a ser controlada según el cánon clásico – advierte Angerlergues-. Si situáramos a la empatía en la encrucijada del narcisismo y lo objetal, su experimentación se localizaría también en el gozne entre pensamiento y acción. Se deberá pensar entonces la dimensión de “acting in” del registro empático (no en vano el mismo Schafer aboga por un “lenguaje de acción” en la cura). Los descubrimientos recientes en neurofisiología (las “neuronas espejo” que doblan las vías motrices se activarían con la mera representación de la acción) estimulan por reverberación las hipótesis nacidas en la modelización de nuestra propia clínica –dice el autor-;las fronteras de lo experimentado, de lo representado y de lo actuado no se han consolidado en nuestra comprensión. Y si se es tan imprudente –y un tanto suficiente- como para autoproclamarse empático, una posición narcisísticamente tan positiva merecerá seguramente una seria vigilancia contratransferencial tanto en su causa como en cuanto a sus consecuencias.

Concluye Angerlergues (pag. 875):

La empatía permite seguramente que la cura prenda; ella nutre la escucha, la enriquece y permite quizás poner en música las intervenciones del analista. ¿Su reconocimiento implica revisiones teóricas o autoriza una evolución técnica? Un análisis sin color y sin música, “operatorio16, es apenas imaginable; desconfiemos, empero, de los que quisieran ver ahí una ocasión de adormecer el trabajo interpretativo del analista”.


II.2.- Stefano Bolognini 17.- La complejidad de la empatía psicoanalítica: una exploración teórica y clínica

Advierte el autor (pág. 881): Debo decir que una buena parte de mis observaciones sobre la empatía van totalmente a la contra de los “lugares comunes” que, en general, no sólo los profanos, sino también desgraciadamente algunos colegas -ampliamente prevenidos pero poco dispuestos a profundizar en la cuestión- han alimentado sobre este concepto: en primer lugar, la idea según la cual habría una suerte de “bondad” analítica general en función de la cual el analista debe disponerse a priori positivamente y favorablemente respecto al paciente y sintonizarse en sustancia con su vivencia egosintónica, acordada con él. La empatía es, por el contrario, un fenómeno intra e interpsíquico complejo y, en cierto sentido, “sin prejuicio”, que requiere una cierta capacidad de articulación interna y una desilusionada libertad de percepción y de representación de los afectos y de las configuraciones de todo tipo”.

Bolognini da cuenta en este artículo de su recorrido personal. Desde una disposición inicial simplificadora respecto a la noción de empatía, a una más madura –en el reconocimiento progresivo de la complejidad, la articulación y el respeto a los tempos naturales del encuentro creativo en psicoanálisis- sabedor de que, por su propia naturaleza, dicha noción estimula en los analistas fantasías omnipotentes o rechazos reactivos: bien una ilusión tipo “piedra filosofal”, bien una negación, muchas veces prematura y preventiva, de aquello que parece escapar a una clasificación metapsicológica rigurosa.

¿En qué se diferenciará la empatía psicoanalítica de la empatía natural?

La transcripción detallada de una sesión clínica elegida intencionalmente ilustra los puntos claves de su posicionamiento actual. A saber (pags.894- 895):

·                “La empatía es un estado complejo que no se limita a un acuerdo con lo vivido consciente egosintónico del paciente (hipótesis de los que llama “simplificadores groseros”) ni con una parte específica consciente o inconsciente privilegiada por una teoría (como, por ejemplo, el “self narcisista herido” de los adeptos a Kohut) sino que requiere espacio y suspensión para que los momentos de immedesimazione 18 (identificación parcial y consciente) puedan darse articulados con las diferentes zonas y los distintos niveles internos del paciente.

·                No puede programarse, ya que irrumpe a través de las oberturas ocasionales e imprevisibles de los canales preconscientes del analista, del paciente o de ambos.

·                No tiene nada que ver con la bondad o la simpatía. Puede advenir sobre la base de momentos de identificación parcial y consciente (immedesimazione), en sí mismos poco gratos o halagüeños, a veces posibles por una resonancia particular con las zonas “indeseables” correspondientes del analista o incluso con sus sentimientos negativos.

·                La experiencia que el analista adquiere a través de su formación le dan ventaja indirectamente respecto a la mayoría de la gente al posibilitarle crear estados inter e intrapsíquicos adaptados con el fin de que las situaciones de tipo empático puedan desarrollarse más fácilmente y de un modo más articulado.

·                La empatía psicoanalítica comprendería la posibilidad de acceder igualmente con el tiempo, a través de la elaboración contratransferencial, a la reintegración de los elementos escindidos que el analista no sólo supone –de modo racional- que hay, sino que experimenta y reconoce a través de un proceso de consciencia vivida y recuperada.

·               Si el consciente es el lugar natural de la organización y de la formalización de lo vivido “a la luz del Yo”, el preconsciente es aquel de la exploración de la experiencia del propio self y del ajeno. En esa actividad, los analistas serían comparables a esos buceadores que, equipados solamente de instrumentos naturales, son capaces de explorar el medio marino hasta algunos metros de profundidad, una posibilidad modesta en relación al abismo que se abre delante de ellos, pero de un valor incomparable a la vista del vano esfuerzo de perspectiva de aquellos que, como muchos pacientes, no están capacitados ni siquiera para meter los pies en el agua”.   

II.3.- Michel Gribinski .- “Adivinar, más o menos”

El autor se interesa por el destino de una noción, relativamente extraña a las preocupaciones técnicas y teóricas de los psicoanalistas, que se condensa en el hecho de adivinar. Dice así, más o menos:

“La historia es corta – un problema es resuelto antes de que se tenga el tiempo siquiera de formularlo-; y yo encuentro eso notable y, al mismo tiempo, una pena. Notable en sí, pero también por la calidad de dos estudios que, escritos casi al mismo tiempo, abren el problema a reflexiones nuevas y convincentes. El “problema” está ligado a la consistencia de un útil esencial en el trabajo del analista, llamado “adivinar” por Freud. Los estudios son de Giovanni Vassalli y de Alberto Luchetti 19 .(...). Con un rigor absoluto, documentado, inventivo, los autores tratan de una noción freudiana que ha pasado casi desapercibida, fijada en la palabra erraten, “adivinar”. Los puntos de vista son diferentes: técnico para Vassalli, en el sentido de la technè aristotélica, sin la cual no hay , para Freud según ese autor, ni exploración posible de los procesos inconscientes, ni incluso terapéutica analítica; metapsicológico para Luchetti, vía un funcionamiento psíquico del analista que está en el corazón de la situación analítica y de la interpretación. (...)

“El problema (adivinar) es también el de un cortocircuito, o, como veremos, de varios. Adivinar es un cortocircuito psíquico; la palabra “adivinar” en el texto freudiano arrastra al lector y a la historia misma del análisis en un cortocircuito; finalmente, la puesta al día y la elaboración teórica reciente reproducen involuntariamente el atajo, ya que los autores dan respuestas (lo cual no es frecuente) – de nuevo, sobresalientes- a cuestiones que no habían sido pensadas como tales”. (...)

Referencia la importancia de adivinar en el pensamiento de Freud y propone la lectura de los escasos estudios a los cuales la noción y su contrariado destino han dado lugar: autores contemporáneos como Patrick Lacoste (la acción psíquica de adivinar es propuesta como alucinación de un fragmento de verdad); Paul-Laurent Assoun (evoca también el derecho reivindicado por Freud a la invención especulativa, ese adivinar que le lleva a los “confines de la racionalidad y de la forma “científica” del saber”); Antonio-Alberto Semi (“existe un adivinar, un Erraten teórico que no puede advenir sino en los términos de la metapsicología, de igual modo que existe un devenir clínico que permite interpretar los contenidos inconscientes que afloran en el discurso del paciente, y que no puede advenir más que en los términos de la situación clínica instituida por la regla fundamental (...)”); Theodor Reik (“El psicólogo sorprendido. Adivinar y comprender los procesos inconscientes” data de 1935, fue traducida en 1976 y presentada por Jacques Palaci como

la primera teoría científica de la empatía” 20 (...) “Reik sitúa su búsqueda “en un estadío frontera (...) cuando los problemas definidos y no resueltos hacen dudar de la naturaleza de la ciencia concernida”. El problema no resuelto es, circunstancialmente, que somos “incapaces de descomponer en sus elementos la formación de una intuición psicológica”: en el desarrollo una sesión de análisis, tenemos el sentimiento de que falta alguna cosa importante o decisiva en la enumeración que concierne al concepto mal representable de “percepción inconsciente”. Así es como la comprensión se sirve de “impresiones anónimas”. Las percepciones sensoriales pertenecen al pasado prehistórico y, sentir arcaico rudimentario, “sentir descuidado”, son efectivas en ciertas condiciones: es una telepatía sensorial, una transmisión “psíquica directa” la que limitará los procesos intelectuales, y particularmente la memoria, en la medida en que progresa la civilización. En efecto, el recuerdo se forma como un “sustituto de la fuerza declinante de las percepciones sensoriales” (...) “La observación de una falta, la percepción subterránea de una ausencia también forman parte del dominio de la facultad perceptiva”) (...)

Finalmente, discute un ejemplo extraído de la práctica clínica.


II.4.- Jacques Le Dem.- “A cara descubierta”

Señala Le Dem que el freudiano “Einfühlung in den anderen” (El chiste y su relación con lo inconsciente, 1905) significa efectivamente “meterse en el otro”, pero que lo que interesaba a Freud en la época no era compartir los sentimientos de otro, sino poderlos representar. La empatía sería entonces una condición de la escucha, pero una condición suficiente de la cura, seguro que no. Incluso en Psicología de masas y análisis del yo (1921) la identificación que lleva a la empatía estaría descrita casi como un remedio de la agresividad, como asegurando la prevención del asesinato –dice-; Kohut describiría la transferencia especular, pero ya Lacan había enfatizado (a partir del estadio del espejo en el que, descrita la captación por la imagen del otro y denunciada la relación “intersubjetiva, relación imaginaria, dual, abocada a la tensión agresiva o a la atracción erótica”) que querer ponerse en el lugar del otro significaría, en el mejor de los casos, dejar muy poco lugar al otro. De modo que serán los kleinianos, según Le Dem, quienes darán finalmente verdadera carta de naturaleza clínica a la empatía, como modo de comunicación ligado a una identificación proyectiva no patológica 21.

Relata la experiencia de “análisis mutuo” de Ferenczi con Elisabeth Severn (R.N.) - a partir de la lectura del Diario Clínico (1932)- para sustentar la tesis de que el deseo de una empatía auténtica sirve, en el fondo, para disimular deseos homicidas. ¿Déficit de empatía? Imposibilidad de asegurar el rol de objeto malo –escribe-, dificultad para representarse el funcionamiento psíquico del otro en razón de la confusión y del rechazo a situarse como tercero. Incapacidad, en definitiva, de “comprender el mecanismo”- siguiendo la formulación de Freud - mientras dicho mecanismo arrastra y destruye al propio analista-.

De modo que simpatía y antipatía no son la empatía tal como aparece ésta en los textos freudianos. Confusión de términos que se traduce en confusión de roles y daña a la- tan necesaria incluso cuando no sea deseada- asimetría. En toda la historia del psicoanálisis -dice Le Dem- no se encuentra un ejemplo tan punzante y doloroso como este episodio, en donde la imposibilidad de analizar la contratransferencia negativa condujo a tal serie de actings.

Le Dem escribe (pág. 923):

“Los partidarios de la intersubjetividad se ven abocados finalmente a desarrollar un pálido remedo de análisis mutuo, por mucho que lo nieguen, al situar a la empatía en el centro de la cura. Ferenczi, dirán, hubo ciertamente fracasado en razón de sus problemas personales– la relación con su madre- y, sobre todo, porque no poseía aun los conocimientos teóricos necesarios para proseguir por esta nueva vía; no obstante, la empatía debe gozar desde entonces del favor de asociarse a los valores que se le atribuyen -honestidad, autenticidad, etc,-. Pero al ser desenmascarada en su justa medida la sumisión masoquista actuada (enactment) de Ferenczi hacia su paciente, se está demostrando también que dichos analistas, al igual que el autor del Diario, confunden simetría e intercambio mutuo. En ese contexto, el autodesvelamiento (self disclosure),(..), descrito como el método principal de interpretación, descuida, en su superficialidad, la confrontación (a menudo confundida con la represión), la transferencia salvaje y la dimensión homicida del conflicto edípico”

(...)“El gesto freudiano de licenciar el cara-a-cara va más allá de su dificultad para sostener la mirada o de ser observado demasiado tiempo por otro. Favorece la regresión (el funcionamiento regrediente del aparato psíquico), facilita las representaciones en la nueva disposición del espacio así constituido y relativiza la empatía, en particular cuando ésta, demasiado intensa, puede aparecer como reacción contra el miedo, generando a veces una gestualidad mimética defensiva (familiar pero no inquietante, en definitiva)” (pag.925).

 Le Dem concluye (pag.927): “Así es la empatía que genera la presencia del otro, necesariamente ambivalente, incluso en los trabajos que a ella se dedican o en los autores que de ella se reclaman. Aparte de lo que refiere en torno al chiste (1905), con la valorización del punto de vista económico, y del pasaje citado sobre la identificación (Psicología de masas y análisis del yo, 1921), Freud parece utilizar el término como de pasada, y considerarlo además, bastante poco digno de interés” (...).

II.5.-Silvain Missonnier.- La empatía en las consultas terapeúticas padres/bebés: la herencia de Serge Levobici

En primer lugar, el autor subraya la universalidad del entramado intersubjetivo de la empatía, su génesis compleja y la plasticidad semántica del término. Escribe que en su visión inaugural, Freud destacaría el parentesco de empatía con identificación e imitación (1921), situándola como una condición maestra de la escucha y la comprensión psicoanalítica de la cura (1913); que Ferenczi, por su parte, privado de un lugar continente de elaboración de sus afectos contratransferenciales, será un brillante abogado del “sentir con” el analizado que erraría en el “hacer sentir lo que el paciente no logra sentir por sí mismo” en la experiencia de “análisis mutuo”; que los psicoanalistas posteriores centrarían la atención en la emergencia y plena integración de la temática de la contratransferencia (tener en cuenta los efectos inconscientes del discurso del analizado dentro del proceso de la cura-tipo) sin completar eso con el mecanismo inverso (es decir, el efecto inconsciente de la actitud del analista en el paciente) hasta Kohut – lo cual, por otro lado, es en sí mismo un testimonio de inercia y resistencia de la propia institución freudiana-; y que encontraremos en la noción de co-pensamiento de Widlöcher, una ilustración francófona profunda de lo que él mismo llama “el “triunfo” de la empatía”. Pero –se pregunta- ¿qué decir de la empatía fuera del estricto marco de la cura-tipo, en el cara-a-cara dual de las terapias de niños, adolescentes y adultos? ¿y en un encuadre grupal, en el psicodrama, en la consulta terapéutica padres/niños, en terapia familiar..?

Al menos tres razones abonan, a su entender, un acercamiento a la definición psicoanalítica de empatía a partir de las consultas terapéuticas padres/bebés :

·                   Ese encuadre se organiza, desde su misma concepción, a cara descubierta alrededor de una reflexión teórica sobre la empatía.

·                   Interroga en sí mismo a los presentes acerca del origen y porvenir de ella: el profesional se apoya en su propia empatía terapéutica dentro de un espacio dedicado justamente a los avatares de la epigénesis de la empatía educativa padres/bebés; la consulta es un laboratorio privilegiado para explorar la simultaneidad de la puesta en marcha de la empatía naciente del lactante y de su actualización en el adulto –padres y terapeuta-: visión generacional bifocal que postula la sinergia de los datos recogidos del bebé en tiempo real y del infante reconstruido après coup (en el adulto); complementariedad intrínseca al encuadre que supone la superación heurística de la querella de exclusividad entre niño-reconstruido-en-la-cura e infante-observado.

·                   Finalmente, permite convocar la emblemática herencia de Serge Lebovici: desde su afiliación a Winnicott 22 a su original mestizaje de la teoría del apego, la psicología interaccionista y la curiosidad creciente por la empatía en la última parte de su obra.

En segundo lugar, advierte que el tríptico de interacciones conductuales, afectivas y fantasmáticas será la clave de la práctica de Lebovici y de su noción de empatía. La singularidad de Levobici respecto a la espiral transaccional ha sido el recrear un lenguaje de acción al plantearse cómo las relaciones comportamentales sociales y culturales (véase transculturales), afectivas, imaginarias y fantasmáticas podrían contribuir al nacimiento de la vida mental en el infante. La emergencia del sí como un proceso de subjetivación sería contemporáneo e indisociable de la representación de los cuidados y la empatía parental: sí mismo del bebé como cristalización de una red interactiva tejida a través de los intercambios precoces 23. Es preciso subrayar – señala la autora-el parentesco con la teoría general de sistemas, que describe un sí-mismo biológico enraizado en la auto-organización neonatal del sistema nervioso, ya que el sí-mismo interrelacional de Lebovici se situaría en el cruce entre autoorganización neuronal y mutualidad social. Y, aunque constate que “la intersubjetividad está generosamente programada”, no se alejará de las perspectivas clínicas y teóricas derivadas de la inter.-fantasmatización. En ese debate 24 encontrará una aliada en Monique Pinol-Douriez 25 y su noción de “proto-representación26, abriendo una vía de encuentro entre los defensores de la diferenciación primaria bebé/objeto y los partidarios de un sentido emergente del sí mismo neonatal al modo de Daniel Stern.

En su concepción interactiva de la empatía, la anticipación proporcionará una vía segura, en el eje del desarrollo, a la interacción fantasmática en su forma primitiva -diálogo tónico, cutáneo, mímico, vocal, visual, olfativo... -en el interior de la envoltura de la interacción recíproca madre-bebé. Esa anticipación, considerada como un “afecto-percepción” será, pues, consustancial a la actividad fantasmática en sus premisas que son las proto-representaciones.

Lebovici se basa en Bowlby para denominar “infante del apego” al fruto del encuentro de la interacción del sí genético auto-organizado y el sí interactivo. Va a integrar la transmisión intergeneracional de los modelos internos de apego en la clínica, pero enriqueciéndolos profundamente. Lejos de ser modelos rígidos de transmisión implacable, permanecen - con plasticidad- depositarios del “mandato transgeneracional” -materno y paterno: la sexualidad preconsciente e inconsciente del niño fantasmático viste con sus ropajes los esquemas de apego del “sí sináptico” del bebé.

En tercer lugar, desarrolla los conceptos de Leboviciempatía metaforizante” y “enacción” del siguiente modo:

·       El desarrollo del bebé se realiza en un baño de afectos donde se entremezclan las fantasías parentales y las proto-representaciones del bebé.

·       La empatía adquiere su poder de influencia terapéutica enraizándose en el afecto compartido “La empatía se opondría a la comprensión racional del material analítico, al tiempo que la experiencia muestra cotidianamente que la comprensión puramente intelectual de los mecanismos del funcionamiento mental no tiene generalmente ningún efecto terapéutico”“ Lebovici (1998).

·       Será en ese rodeo, por la traducción en una comunicación intercorporal –lenguaje de acción- adaptado al bebé (y al bebé en el adulto), que se sitúa la riqueza de la enacción metaforizante en la consulta terapeútica.

·       Esa metaforización se dirige a la triada, pero es previamente enactante para responder a la condición sine qua non de rechazo de la escotomización del bebé. Este sería un actor-principal-relegado-al-papel-de-figurante si la metaforización sólo fuera proferida en un modo alegórico, narrativo; es decir, en un canal directamente metabolizable exclusivamente por los padres, e indirectamente por el bebé vía prosodia y musicalidad afectiva de la voz.

·       En ese contexto, donde el bebé ocupa una plaza central en la formalización metaforizante, el analista se identifica con cada uno de los protagonistas de la escena triádica -comprendiendo la situación, pero sobre todo, viviéndola-. Sus sistema emocional le permite aliarse con las diversas partes representadas en la triada. Cuando siente empáticamente la necesidad de uno u otro, se alía a su causa y actúa en ese sentido: así metaforiza la situación interactiva. La metaforización es, pues, el producto de su empatía creadora. La empatía se define como un pensar histerizado o resexualizado en una medida controlada.

·       Metáfora, alegoría y parábola son, pues, lo que el analista va apoder aportar en la consulta, ya que, descentrado gracias a su posición de tercero, está en el lugar del narrador -disponiendo de una capacidad de anticipación de los efectos organizadores del après-coup frente una situación que se está desarrollando en tiempo real-. La libertad que implica esa anticipación de cara a los flujos de las interacciones, probablemente tiene su fuente en lo que Lebovici describe como un “impedimento a impedir” –característica de la lúcida espontaneidad de la enacción metaforizante tomada en préstamo del “narcismo primario”-.

A continuación, el autor se aplica en detalle al desarrollo del concepto de empatía de Lebovici como un específico humano, evocando las aportaciones neurobiológicas de Jean Decety y Vittorio Gallese (ontogénesis de la empatía), de los psicólogos evolutivos György Gergely (¿Por qué los padres imitan a los bebés?) y Colwyn Trevarthen (musicalidad intersubjetiva de las proto-conversaciones metafóricas), para acabar refiriéndose a Widlöcher (“Lo co-sentido” y “lo co-pensado”: una empatía bien atemperada).

Apuntamos finalmente con el autor la idea de Lebovici a propósito de la freudiana Einfuhlung a partir de una cita en el presente texto (Lebovici, 2002, Le bébé, le psychanalyste et la métaphore, Odile Jacob, Paris):

 Los psicólogos cognitivistas hablan de la empatía como de un sincrónico reparto de estados psico-corporales; es decir, del hecho de que en un mismo instante la pareja de la interacción vive y experimenta un estado parecido. De modo que puede haber empatía de pensamiento, de acción y de afectos. La Einfuhlung corresponde a ese compartir afectos”.


II.6.-Jean Claude Roland.- Hablar, renunciar

En un estilo típicamente lacaniano (por momentos hermoso y sugerente, pero difícilmente referenciable por denso y alegórico) Roland señala que hablar de videncia para designar el phantasieren freudiano, la actividad alucinatoria del sueño, por ejemplo, o de la experiencia analítica, es insistir sobre la naturaleza particular de la imagen comprometida en el proceso primario: ésta erige la percepción en aparición; conjura la pérdida del objeto y acrecienta su renuncia; completa el deseo y se instituye en una semiótica rudimentaria que se halla en el fundamento de la empatía .La palabra que enuncia se arranca al pensamiento visionario que sostiene siempre el silencio. El tiempo de la sublimación o la imagen se reabsorben en un discurso afecto a la lengua del analista y del analizado. La deriva hacia el inconsciente de los significantes satélites, la producción de analogías, testimonian de su desfallecimiento necesario y pasajero.

El artículo concluye así (pag.962):

Quizás haya pasado demasiado deprisa sobre lo que de enigmático tiene la presencia del radical “sprechen”, hablar, en las palabras freudianas “anspuch”, la reivindicación (de la pulsión) y “einsprusch”, la objeción (de la realidad) designando operaciones muy profundas y muy oscuras del funcionamiento psíquico. En esa elección semántica que roza el “witz”, el chiste, Freud no sugeriría la parte que ocupa la lengua en la organización de toda formación psíquica, y la indecisión donde nos mete, de discernir lo que en las producciones del espíritu testimonian un acto o un signo. La interpretación, como toda formación de palabra, como toda formación psíquica, releva tanto al signo como al acto: conduce al paciente a enunciar, luego a renunciar, a hacer del hombre que ve, un hombre que habla”.


II.7.-Michèle Van Lisebeth-Ledent.- La empatía y sus derivas

Después de recorrer y evocar brevemente puntos comunes a diversos analistas sobre la noción de empatía desde Freud (Ferenczi, Winnicott, Kohut, Marty ,

“todos ellos renuncian a la actitud analítica en provecho de una actitud parental activamente reparadora” (...) “A excepción de Marty, todos privilegian el afecto y la emoción en detrimento de la representación” (...) “Todos optan por una concepción terapéutica del análisis” (...)”Todos se separan de la concepción clásica de la interpretación limitada al desvelamiento de un sentido latente que revela el deseo inconsciente del sujeto”- y Bion el cual mantendría, sin embargo, posiciones diametralmente opuestas a partir de ciertas similitudes con ellos) la autora enfatiza los frecuentes desaciertos a los que da lugar la valorización exclusiva de este fenómeno (“¿qué trata de sentir el analista? ¿lo que siente el paciente conscientemente?¿su sufrimiento escondido? ¿su necesidad no formulada? ¿la parte escindida y traumatizada de si mismo con la que no entra en contacto? ¿lo que no es capaz de simbolizar? La cuestión es compleja y sin embargo las definiciones dan una ilusoria impresión de simplicidad. Aparentemente, se trata de sentir “simplemente” lo que siente el otro- concebido como un sujeto unificado-.! Qué paradoja! (...) Añadamos que la empatía es evocada a veces como si se tratara de una cualidad susceptible de ser cultivada a voluntad” (..) cuando, en realidad, “ surge de las profundidades del inconsciente, se nos impone y desaparece en ocasiones tan rápidamente como ha venido(...) En el encuentro analítico, la sola actitud fecunda para el analista no es la de abrir de par en par las puertas de su receptividad para apreciar enseguida las repercusiones psíquicas así engendradas? Es sólo en el segundo tiempo de la auto-observación que el pre-consciente /consciente parte a la búsqueda y puede, eventualmente, encontrar lo que el inconsciente ha captado. El analista puede entonces descubrirse en empatía con el analizante, pero puede, también al contrario, percibir cualquier otro sentimiento: aburrimiento, exasperación, cólera... Comprendiendo los determinantes, es ese trabajo lo que se impone” (...) La noción de percepción inconsciente será, según la autora, lo fundamental.” Ella sola da cuenta de la sensibilidad exquisita que permite captar el estado emocional del otro”).

Van Lisebeth-Ledent advierte que la empatía tiene el riesgo de encerrar a los partenaires analíticos en una relación dual, aprisionando toda posibilidad evolutiva. Que para evitar esta deriva se deben contemplar diversos guardafuegos. Todos apuntarían a garantizar una auténtica actitud analítica. A tal fin, la autora evoca el encuadre, las diferentes modalidades relacionales que se despliegan en la cura y subraya la necesidad de un equilibrio óptimo entre las posiciones masculinas y femeninas de la contratransferencia:

“La posición femenina, materna, se manifiesta por una actitud empática, receptiva, fundada sobre profundas identificaciones con las vivencias del paciente, induciendo una extrema sensibilidad a su sufrimiento psíquico. En esa perspectiva, la interpretación hace esencialmente el oficio de continente, tamizando el efecto traumático de una alteridad efractante. Ella revela al analizado que el analista –ese otro tan radicalmente otro- puede sin embargo comprenderle y aliviar. La posición masculina (paterna) de la contratransferencia se traduce por una menor implicación emocional, menos focalizada en el sufrimiento del paciente.El analista toma distancia y es, de ese modo, capaz de una visión más realista y objetiva. El trabajo interpretativo, en esa perspectiva, será vivido más como un contenido extraño, que el paciente debe aceptar para lograr ser fecundado por él.

Mi hipótesis es la siguiente: todo análisis llevado sobre la base de una sola posición contratransferencial impide el desarrollo de un auténtico proceso. Está al origen de una perversión de la cura o de un pseudoanálisis. Cuando la posición paterna es exclusiva, el analista pierde el contacto con el sufrimiento del paciente, a falta de tacto y de empatía impide el despliegue del proceso. El análisis quedará desprovisto de profundidad, de calor, de cuerpo. La intelectualización estará al orden del día y las interrupciones prematuras serán la regla. Un gran riesgo acecha al analista en posición materna: la complacencia excesiva hacia el analizando. Encontramos ahí una de las principales causas de las derivas transgresivas. Una posición maternal demasiado exclusiva promueve las tendencias parasitarias del paciente, que se instala entonces gustoso en un análisis interminable. Otra alternativa frecuente es la pseudo-terminación de la cura. De ningún modo desilusionado, el paciente podrá quedar fijado a la posición de niño-rey incestuoso” (pág. 974)

Un ejemplo clínico cierra este texto.


II.8.-Daniel Widlöcher.- Disección de la empatía   

Para Widlöcher, es cierto que empatía no es un concepto de la metapsicología freudiana: una decena de años después de “Psicología de las masas...” Klein introdujo el concepto de identificación empática (ponerse en el lugar del otro en ese intercambio identificatorio en el cual se juega a la vez el rol de padre-amante e hijo-amante, antídoto por excelencia de los sentimientos ligados a la rivalidad) y los kleinianos hablarían de la identificación por empatía, contrariamente al modo como lo haría veinte años más tarde, desde la psicología del Yo, Ralph Greenson (1960), para el cual la empatía se da por identificación (somos empáticos con el otro porque nos identificamos con él) aún cuando pudiera existir una empatía primitiva que fuera precursora de la identificación. Ambigüedad que, mutatis mutandi, aparece en la escucha analítica entre la observación (atención igual) y la participación subjetiva (atención flotante) A partir de aquí, el término plantea múltiples y muy diferentes cuestiones: ¿función de identificación? ¿Modo de conocimiento del otro? ¿Qué perspectiva de la escucha, subjetivista (Kohut) u objetivista? ¿Uso terapéutico en el manejo de la transferencia?

Widlöcher opina que el movimiento empático no consiste en amoldarse a la persona, sino en seguir una vía asociativa que abarque ciertas conexiones implícitas pertenecientes a un mundo de representaciones comunes a los dos protagonistas. La empatía se aplica a los eventos del pensar y a los procesos asociativos discretos, aislados, y no a una representación global de sí. El movimiento empático en la cura, según el autor, debe ser disecado y descompuesto para adquirir sentido. Hablar de una identificación parcial o de una identificación de prueba indicaría el carácter temporal del proceso.

Según el autor, la noción de inferencia ayuda más que el concepto de identificación. El analista infiere los efectos de sentido a partir de su propio trabajo asociativo. Esas inferencias se sitúan en registros variables (conceptuales, reposando sobre conocimientos del mundo cultural común o sobre conocimientos teóricos del psicoanálisis, referencias a recuerdos del analista, referencias a procesos de imitación imaginativa, a ecos de emociones compartidas...) Si admitimos que los movimientos empáticos que acompañan a la escucha asociativa extraen su riqueza de la multiplicidad de estos sistemas inferenciales, se podrá entender, por ejemplo, que una interpretación comunicada verbalmente al analizado será percibida por éste en razón de la proximidad de pensamiento -y por tanto de un efecto de empatía entre terapeuta y paciente-. Lo cual autoriza a revisar la idea de que co-pensamiento y empatía no tienen nada que ver.

Por último, el autor sostiene que en la percepción de lo chistoso, la función de la empatía no será tanto dar sentido al acto, sino comparar su economía (la energía de investidura que permite el cumplimiento del acto) a la que le sería necesaria para realizar el mismo acto, a aquel que saca placer cómico de dicha comparación.

Las notas a pie de página  que contienen aclaraciones o comentarios personales del reseñista van firmados JMM. Las no firmadas son añadidos extractados del original. Los párrafos directamente vertidos del francés al castellano van entre comillas e indican la página de referencia.1

Libro que es un intento enciclopédico de analizar las reglas naturales que orientan la conducta del hombre y de cuyo impacto en la época hablan sus seis ediciones hasta 1790. Adam Smith es considerado el padre de la “economía política” y es el autor del más importante tratado sobre los fundamentos económicos del liberalismo. (JMM)2

Se refiere, por ejemplo, a que si un niño se hace daño, la madre empática reaccionará a su dolor y ansiedad en una actitud no obstante autónoma, separada: la identificación, instantánea y pasajera, con el dolor y ansiedad de su hijo, le sirve para movilizar un comportamiento adecuado a la urgencia. La madre no empática, sin embargo, se repliega de manera narcisista o se identifica tan completamente que sufre con él hasta el punto de compartir su impotencia. Sufre con él, no por él. Su comportamiento puede entonces resultar inadecuado: se acoraza defensivamente en la frialdad y la distancia  o se disregula y disregula, inundando de dolor e invadiendo con su ansiedad (JMM).3

Como es sabido, hay una  muy interesante controversia sobre este punto con los teóricos del apego y con Daniel Stern, entre otros. (JMM)4

(¿?) Permítaseme cuestionarlo. Los autores no explican ni dan pistas de por qué el sufrimiento. Dicha afirmación necesitaría  más fundamento y matiz. Parece que las observaciones clínicas, por ejemplo en torno a la identificación de la víctima con el agresor (Ferenczi), irían en la dirección opuesta. (JMM)5

Esthesie en el original – del griego aisthesis: sensación, percepción-. Empatía es prima-hermana de conceptos como  cinestesiaanestesia (falta de sensibilidad), etc. Nótese la dimensión inconsciente que tienen tales términos tal como son usualmente empleados por la ciencia médica: Aprehensión-percepción de lo sensible por el aparato sensorial interno o externo(JMM). (sensibilidad al movimiento), 6

Véase el poder evocador de la música, la lírica o la pictórica. La experiencia estética parece fundamentada en este mecanismo. (JMM)7

8 Tal como el delirio místico, por ejemplo. (JMM)

9 Como fórmula ilustrativa de lo expuesto por esta autora, lo que refiere quizás podríamos resumirlo así:  En el momento de mayor intensidad de la contemplación estética o auditiva, cuando el sujeto se abandona por empatía al objeto que mira o escucha, parece devenir progresivamente a un estado de menor conciencia de sus tensiones musculares, de sus coordenadas y de las sensaciones que conciernen al sentido de sí mismo. (JMM)

En el resumen de este interesante artículo hemos obviado las referencias extensas al sistema conceptual de Winnicott y a experiencias reales narradas (JMM).  01

11 Se utiliza aquí el término intersubjetivista en su acepción más extensa (interactivo), agrupando tanto a los llamados interpersonalistas, como a relacionalistas e intersubjetivistas sensu stricto. Comoquiera que la corriente aquí llamada intersubjetiva deriva o comparte preocupaciones con los kohutianos, hemos omitido pasajes y referencias que reiteraban lo apuntado en el artículo numerado I.3 (JMM)

12- Un amplio y erudito recorrido -imposible de resumir- recoge las referencias de Freud cercanas a la noción de empatía. Término particularmente empleado en  “El chiste y sus relaciones con el inconsciente” y en “La psicología de las masas y el análisis del Yo”, se halla ocasionalmente mencionado aisladamente.  Anotar que, según se señala, en las traduciones inglesas a cargo de Strachey, no siempre Einfühnlung se tradujo empatía (JMM)

13Para Kohut, (a) permite imaginar un todo imposible de describir en detalle, (b) nace de una disposición precoz, y (c) su desarrollo debe ser tomado en cuenta en el inventario de objetivos del análisis; para Schafer  supone una toma de posición técnico-ética reputada como “humanista” dentro de una concepción “inter-subjetiva” de la cura.

Para Lebovici, las interacciones precoces son las pre-formas de la relación objetal. Las representaciones fantasmáticas de la madre modelan el narcisismo del bebé, dando sentido a lo que aun no lo tiene en una “relación transaccional” que reposa sobre los afectos. La empatía metaforizante constituye una experiencia por la cual la emoción compartida es generadora de representaciones, de metáforas, que se inscriben en la historia personal de la madre y del niño.  Para él, la empatía es un proceso integrativo continuo que utiliza las capacidades simbólicas y juega un rol durante toda la vida. 14

“...una escucha “asociativa” y, diría yo, representativa, clásica, y una escucha que ciertos analistas desde hace mucho tiempo asimilan a la escucha musical –no técnica, la del auditor que ama la música...” Christian David (1999) Le travail de l’affect, contribution permanente à la mentalisation RFP t.LXIII nº1, 13-26.15

Hace referencia al  estilo plano, pobre en simbolismo, fáctico y contratransferencialmente aburrido que caracteriza al pensamiento operatorio en la terminología psicosomática de Pierre Marty (JMM).16

Recientemente (2004) la editorial Lumen ha publicado en castellano “La empatía psicoanalítica”,  un libro de este autor sobre el tema cuyo original en italiano data de 2002 (JMM).17

Immedesimazione en italiano (sin equivalente en francés o español) se diferencia de identificazione. La traductora francesa advierte en una nota que el vertido a identification  partielle et consciente, además de imperfecta, es una formulación híbrida y paradójica ya que identificación sería, de hecho, un fenómeno inconsciente.  La traducción se acercaría lo más posible a la descripción de una experiencia que consiste en ponerse consciente y parcialmente en el lugar del otro,  en sentir conscientemente lo que siente el otro. La versión castellana del libro de Bolognini, La empatía psicoanalítica, traduce "immedesimazione" como "ensimismamiento" (JMM).18

Vassalli G. (2001) The birth of psychoanalysis from the spirit of technique.  International Journal of Psychoanalysis 82, 3. Luchetti A. (2002) “Fantasticare, tradurre, indovinare”. Su evoluzione e rivoluzione della metapsicologia. Rivista di psicoanalisi, 48,1, Roma, Borla.19

[Si se deja aparte a Ferenczi, quien en Elasticidad de la técnica analítica (1928) habla de “adivinar” como una consecuencia de la empatía. El saber adquirido sobre otro y sobre sí mismo permite tener presente en el espíritu del analista las asociaciones probables del paciente y de “adivinar no sólo sus pensamientos retenidos sino también las tendencias que le son inconscientes”. En Ferenczi la noción (“adivinar”) no se discute: va de sí.] 20

Por cierto- recuerda Le Dem- : la idea del concepto de identificación proyectiva le viene a Klein después de la lectura de la novela de Julien Green  “Si yo fuera usted” (1947)  en la que la envidia tenebrosa y homicida empuja a Fabián, el héroe, a querer ser otro sin demora, antes de que un largo proceso de identificación le permita tomar al otro por modelo, o mejor dicho, en razón del fracaso de tal movimiento.21

Notoriamente a la metáfora de “espejo de la mirada materna” (la madre- dirá Lebovici- ve al bebé real e imaginario mirarla al interior de su representación) y  a los “momentos sagrados” (la originalidad de Lebovici será posicionarse como el “objeto subjetivo”, no sólo del niño, sino más bien de la triada padre/madre/bebé en su conjunto).22

Lebovici S. (1987). Le psychanalyste et la rêverie de la mère. Rfp, t.LI, nº5, 1317-1345.23

Lebovici S. (1989). Les liens intergénérationels (transmisión, conflits). Les interactions fantasmatiques, en  S. Lebovici y F. Weil-Halpern, Psychopatologie du bebé. PUF, París.24

Quien afirma: “Las actividades perceptivas precoces del recién nacido se identifican intrínsecamente con las experiencias afectivas(...)Así, al principio del desarrollo, el afecto y el conocimiento se confunden con la moción de investimento, primer saber afectivo informado por el objeto”.25

Las proto-representaciones constituyen el eslabón entre actividad perceptiva del bebé , intercambios afectivos bebé/objetos y génesis muy precoz de la actividad fantasmática del lactante26.

 

 


 

 

 

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