aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 029 2008 Revista de Psicoanálisis en Internet

La interfaz entre el apego y la intersubjetividad: perspectiva desde el estudio longitudinal de apego desorganizado

Autor: Lyons-Ruth, Karlen

Palabras clave

Apego desorganizado, Comunicacion parental, disociación, Estudio longitudinal, intersubjetividad, Perfiles de parentalidad, Regulacion fisiologica, Sintomas borderline..


The interface between attachment and intersubjectivity: Perspective from the longitudinal study of disorganized attachment" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Inquiry, 26 (4), 2006, 595-616.

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató

Este artículo considera la interfaz entre los conceptos de apego e intersubjetividad a la luz de la investigación acumulada sobre desarrollo infantil. Tanto Tomasello (1999) como Hobson (2002) han sostenido convincentemente que la capacidad humana flexible para compartir estados mentales con otros reformula y revoluciona nuestra más vieja herencia biológica, más canalizada, de los primates. En contaste con este énfasis en la discontinuidad de la evolución del primate al humano, los teóricos del apego han acentuado las continuidades entre el apego humano y el apego en otros primates. Se explora, en primer lugar la implicación del nuevo trabajo sobre la intersubjetividad en el infante para reformular  aspectos de la teoría del apego. Del mismo modo, sin embargo, la medida en que la relación de apego entre el infante y el cuidador funcione para mantener un compromiso positivo y para regular el temeroso despertar tendrá consecuencias cada vez mayores sobre el desarrollo de la organización de la intersubjetividad. Por tanto, la investigación sobre apego tiene mucho que ofrecer para comprender el desarrollo de la atención conjunta y del compartir estados mentales bajo condiciones del despertar emocional incrementado. Las contribuciones potenciales de la investigación del apego para comprender el desarrollo de la intersubjetividad se discuten a la luz del trabajo reciente en el laboratorio de la autora sobre formas de sintomatología adulta asociadas con una desviación en el diálogo intersubjetivo temprano entre madre e infante. La implicación clínica que emerge de estas diversas áreas de investigación es que fomentar formas de comunicación más colaboradoras puede residir en el corazón del cambio evolutivo, del cambio en el  desarrollo, y de cambios resultantes e en la psicoterapia psicodinámica.

Repensando mecanismos de apego durante el primer año: evolución y conciencia intersubjetiva

Se ha escrito mucho recientemente sobre un cambio en la base del cambio evolutivo de mecanismos biológicos a lo que yo llamaría mecanismos dialógicos, o de los “genes a los memes”. Por ejemplo, Tomasello (1999) ha señalado que con la emergencia relativamente reciente del Homo sapiens como especie, se han introducido innovaciones culturales más complejas en los últimos 200.000 años que las de los últimos 6 millones de años. Postula que se produjo un cambio biológico que modificó la base para el cambio evolutivo de los mecanismos evolutivos biológicos que habían gobernado el cambio durante 6 millones de años, a mecanismos evolutivos culturales que son muchas medidas de magnitud    más rápidos que los de la evolución biológica. Tomasello, al igual que Hobson (2002) atribuye este cambio a la mayor capacidad de los humanos, comparada con la de otros primates, para compartir los pensamientos y los sentimientos de los otros. Como afirma Hobson (2002):

Aquellos psicólogos que cree que la humanidad se convirtió en algo único por la adquisición del lenguaje, no están totalmente equivocados. Pero tampoco tienen toda la razón. Antes que el lenguaje, hubo algo más básico, de un modo más primitivo, y con un poder inigualable en su potencia formativo que nos impulsó hacia el lenguaje. Algo que pudo evolucionar en pequeños pasos, pero que de repente dio lugar a los procesos de pensamiento que revolucionaron la vida mental. Algo que (desgraciadamente) ningún resto fósil puede mostrarnos. Ese algo más fue el compromiso social con el otro. Los vínculos que pueden unir la mente de una persona con la mente de otra –especialmente, para empezar, los vínculos emocionales- son los vínculos que nos empujan al pensamiento [p. 2]

Esta capacidad para el compromiso social se manifiesta primero en el nivel de afecto compartido y más adelante en el nivel de enseñanza explícita y aprendizaje. En contraste con otros primates, el infante humano no tiene que adquirir de primera mano todo el conocimiento y experiencias necesarios para sobrevivir. En cambio, el infante necesita desarrollar las habilidades para compartir con otras personas evaluaciones afectivas y estados intencionales. Esto le permite participar en los procesos de aprendizaje cultural de la sociedad humana.

En contraste con el énfasis en la discontinuidad en los procesos evolutivos que destacan Tomasello, Hobson y otros, los teóricos del apego han resaltado las continuidades entre el apego humano y el apego en otros primates. Como es sabido, John Bowlby documentó minuciosamente las semejanzas en las conductas de apego observadas en todas las especies de primates y las culturas humanas. Sin embargo, en la época que Bowlby escribía (1969), se sabía poco sobre las capacidades del infante humano muy pequeño para establecer comunicación intersubjetiva con un cuidador. Por tanto, al discutir el sistema conductual del apego durante el primer año de vida, Bowlby ubicó el sistema de apego humano dentro del contexto de la evolución del primate. Identificó las conductas humanas de apego más visibles compartidas con otros primates, tales como el colgarse, seguir a alguien y llorar, como contribución al apego por parte del infante durante el primer año de vida.

Sin embargo, hasta el final del primer año estas conductas más visibles no adoptan el patrón encaminado a un objetivo descrito por Bowlby de mantener la proximidad física con el cuidador primario y protestar por la separación. Por tanto, los estudios sobre el sistema de apego del infante se han centrado en conductas a partir de los 12 meses y han pasado por alto las conductas del infante en el primer año de vida

En su pionero volumen sobre Apego, Bowlby introdujo el concepto crítico de un sistema motivacional del apego, un sistema conductual que sirve para mantener al infante cerca del cuidador. Este mantenimiento de la proximidad física promueve tanto la seguridad real del infante como su experiencia psicológica de “sentir seguridad” en el entorno. Bowlby afirmó que los infantes están biológicamente predispuestos a apegarse a sus cuidadores y que las perturbaciones en las relaciones de a  pego primarias podrían dar lugar a inseguridad emocional y a posteriores perturbaciones en el desarrollo de relaciones significativas (Bowlby, 1969, 1973, 1980).

Mary Ainsworth desarrolló entonces un medio para clasificar la cualidad del apego de un niño hacia un cuidador entre los 12 y los 18 meses de edad, a lo que nos referimos como el procedimiento de Situación Extraña. Este procedimiento de laboratorio estresa levemente al infante incluyendo dos separaciones breves del cuidador y dos reuniones con él. En los primeros estudios de Ainsworth, que han sido consistentemente replicados, la sensibilidad de la madre a las comunicaciones del infante en el hogar predecía una estrategia de apego seguro por parte del infante en el laboratorio. Por el contrario, el ligero rechazo materno al contacto íntimo en el hogar predecía una estrategia de apego

evitativo, y la inconsistencia materna en respuesta a las señales del infante predecía una estrategia de apego ambivalente (Main, 2000).

Aunque Bowlby resaltaba la continuidad entre las conductas de apego humano de seguimiento, llanto y aferramiento y conductas de apego similares en otros primates, yo sostendría que la organización del apego humano es radicalmente diferente de la organización del apego en todas las demás especies. Esto es debido a las capacidades únicas del infante humano para el intercambio intersubjetivo.

Tanto Tomasello como Hobson han resumido el cuerpo del trabajo comparando las capacidades para el pensamiento social de los humanos y de otros primates; y ambos sostienen que sólo los humanos desarrollan la capacidad de atribuirles a los otros una vida mental similar a la propia. Sin embargo, Hobson va más allá al asignar los orígenes de formas intersubjetivas de pensamiento a formas primarias de relacionalidad emocional evidentes al comienzo de la vida.  Señala que “lo que [los chimpancés] no hacen es gastar tiempo buscando la mirada del otro, o implicarse en el tipo de intensa comunicación interpersonal cara a cara que observamos en los infantes humanos… Nunca (o casi nunca) se muestran cosas el uno al otro, ni parecen compartir experiencias del mundo con los otros” (p. 270). Hobson también presenta una imagen maravillosamente detallada de la evolución de las capacidades del infante para entrar en las experiencias emocionales de los otros.

En el trabajo de Harriet Ester y Pal Ekman (1978) también encontramos que sólo el rostro humano tiene 25 patrones de acción facial diferentes para gradaciones señal de afecto, muchos más que cualquier otra especie. Recientes hallazgos de neurociencia han subrayado aún más la preparación evolutiva del cerebro del infante para comprometerse en comunicaciones afectivas cara a cara finamente sintonizadas desde el momento del nacimiento (p. ej. Tzourio-Mazoyer y col., 2002).

Según el explícito compartir de los estados intencionales se convirtió en una fuerza más poderosa en la evolución humana, yo sostendría que este cambio afectó también al sistema de apego entre infante y padres, moviendo el centro de la relación de apego de las conductas más visibles enfatizadas por Bowlby, tales como el aferrarse o el seguimiento, a procesos principalmente intersubjetivos, tales como el intercambio de señales afectivas. Esta base intersubjetiva del apego era implícitamente reconocida en el énfasis que May Ainsworth y col., (1978) hacían en la importancia de la receptividad de la madre a las comunicaciones por parte del infante, y también se reconocía implícitamente en gran parte del trabajo posterior de Bowlby. Sin embargo, en ese momento, se sabía mucho menos sobre las capacidades del infante para relacionarse. Por tanto, la capacidad del infante para la intersubjetividad nunca se ha integrado bien en el énfasis anterior de Bowlby en las conductas compartidas con otros primates.

En contraste con las conductas de apego de los primates, entonces, el sistema de apego humano está filtrado y mediado por los procesos intersubjetivos cada vez más complejos que emergen a partir del nacimiento. La importancia de las conductas de apego de los primates de aferramiento, seguimiento y estrecho contacto corporal son parcialmente desplazadas por las señales emocionales compartidas.

Intersubjetividad, afecto positivo y la regulación del despertar fisiológico

Si bien las primeras fases de la investigación sobre el apego equipararon los procesos de apego con las conductas más observables de búsqueda de proximidad por parte del infante, el trabajo más reciente sobre la regulación del despertar del temor en el infante evalúa las respuestas fisiológicas menos obvias asociadas con el despertar del temor en el sistema hipotalámico-pituitario-adrenal. Este eje HPA, como se lo denomina, es un complejo sistema de respuesta al estrés que regula los niveles corporales de la hormona del estrés, el cortisol. La investigación sugiere que el cortisol es liberado cuando un individuo es confrontado con un desafío estresante pero no puede hallar una respuesta efectiva para enfrentarse a él.

El recién nacido muestra una respuesta de cortisol altamente reactiva a los estresores en el momento del nacimiento (Gunnar, 1992). Sin embargo, esta reactividad del sistema HPA se diluye gradualmente durante el primer año de vida, lo que parece ser, en parte, una función de la calidad del cuidado (Gunnar y Donzella, 2002; Gunnar y col., 1989; Gunnar y Nelson, 1994; Spangler y Grossmann, 1993). Por ejemplo, la ausencia de un cuidador disponible y receptivo da lugar a importantes elevaciones en los niveles de cortisol ante los estresores en la infancia, mayores que las observadas en niños más mayores y en adultos (Gunnar y Donzella, 2002). Los hallazgos emergentes sobre la regulación por parte del cuidador a las respuestas al estrés en infantes humanos están apoyados por estudios controlados cuidadosamente diseñados tanto con ratas como con monos (p. ej. Coplan y col., 1996; Francis y col., 1999; Liu y col., 1997; Weaver y Meaney, 2000). Estos estudios experimentales subrayan la importancia de la nutrición temprana por parte del cuidador para regular la expresión de una gran variedad de genes implicados en la función neurotransmisora y glucocorticoide y para establecer aspectos duraderos del sistema de respuesta al estrés que persistan en la vida adulta y pasen a las siguientes generaciones.

También sabemos que en infantes con una predisposición temperamental a respuestas intensificadas ante el estrés, la receptividad del cuidador a las señales del infante puede anular esas predisposiciones genéticas. Por ejemplo, un estudio halló que los infantes con temperamentos ansiosos, inhibidos, no mostraban elevación del cortisol ante una serie de acontecimientos novedosos en el laboratorio si estaban acompañados por un cuidador con el que mantuvieran una relación segura. Sin embargo, mostraban elevaciones de cortisol si estaban acompañados por un cuidador con el que no tuvieran una relación segura (Nachmias y col., 1996). Similares anulaciones de la predisposición genética mediante la calidad de la nutrición materna han sido mostradas también en los estudios ya mencionados con ratas y monos.

Parece que un sistema de cuidado sensible y receptivo puede ofrecer un amortiguador para las respuestas al estrés en el infante y el niño pequeño. Spangler y Grossmann (1999) han demostrado que un infante con apego seguro posee estrategias conductuales apropiadas reductoras del estrés para comunicarse con el cuidador  y por tanto despliega incrementos insignificantes en los niveles de cortisol cuando se le plantea un desafío. Por el contrario, los infantes con apego inseguro y, aún más importante, los infantes con apego desorganizado, los cuales discutiremos a continuación, llevan una doble carga. Deben enfrentarse a las respuestas incrementadas fisiológicas ante el estrés y tienen estrategias conductuales inadecuadas para lograr consuelo en la relación con el cuidador. Este cuerpo de investigación sobre el desarrollo de respuestas fisiológicas al estrés por parte del infante deja claro que la regulación del despertar del temor en el infante debe implicar las comunicaciones intersubjetivas continuadas segundo a segundo entre cuidador e infante a partir del mismo momento del nacimiento, en lugar de sólo activaciones intermitentes de conductas de apego más visibles.

La importancia de estas continuas comunicaciones intersubjetivas en la regulación del despertar del temor en el infante da lugar a la necesidad de un ajuste adicional en la antigua teoría del apego. Los enfoques posteriores a la comprensión del apego han considerado que el sistema motivacional se activa por situaciones que despiertan temor y se termina por la proximidad al cuidador. Yo sostendría que las nuevas capacidades del infante humano para los continuos intercambios intersubjetivos significan que la regulación del despertar del temor en la infancia no puede ser entendida principalmente en términos de mecanismos de la terminación o el sosiego del temor ya despertado.

Como Dan Stern (1985), Colwyn Trevarthen (1980) y otros han señalado, las primeras fases del compartir intenciones también implican el intercambio de afectos positivos, con el objetivo de desarrollar y mantener un estado compartido predominantemente positivo entre infante y padres. Este mantenimiento de un compromiso continuado de tono positivo con el infante es fundamental para la reducción de la reactividad fisiológica del temor en el primer año de vida y por tanto es fundamental para el sentimiento global del infante de sentir seguridad y modulación del estrés. Si bien es cierto que se necesita mucha investigación en esta área, sabemos que la afiliación social reduce las hormonas del estrés tales como el cortisol y favorece las hormonas del bienestar tales como la oxitocina, de modo que existen mecanismos biológicos potenciales para apoyar los efectos reductores del estrés del compromiso positivo con la figura de apego (p. ej. Taylor y col., 2000).

Porges (2005) ha elaborado también un modelo de cómo el compromiso social positivo puede hacer disminuir el despertar simpático, mediado por los componentes ventrales vagales del sistema nervioso parasimpático. Por tanto, ahora existe una convergencia de argumentos evolutivos, conductuales, y biológicos para ampliar nuestro modelo del sistema motivacional del apego para que incluya componentes positivos de la relación infante-cuidador, componentes que también sirven para regular la baja del despertar del temor al principio de la vida.

Por ejemplo, en una de las cintas de video grabadas en el hogar de nuestro estudio longitudinal de alto riesgo, observamos a una madre soltera de 17 años que lo está haciendo muy bien con su infante de 9 meses. Involucra a su bebé preverbal en un constante diálogo de sonidos y gestos afectivamente modulados, sigue su foco de atención, responde receptivamente a sus señales y asiste a la elaboración de su iniciativa. El bebé responde entrando con entusiasmo en los ritmos positivos de la relación y observamos muy poca angustia en nuestras prolongadas observaciones en el hogar a los 6, 12 y 18 meses.

En resumen, yo diría que la investigación actual sobre el apego necesita ampliarse en tres direcciones críticas: primero, de un énfasis en los mecanismos de la proximidad física y la protección a un énfasis en los mecanismos de intercambio intersubjetivo; segundo, de un énfasis en los procesos de consuelo y alivio a un énfasis en los procesos implicados en mantener el compromiso positivo del bebé con los otros; y, finalmente, de un énfasis en los acontecimientos de separación y pérdida a otro en los procesos relacionales más continuados que regulan tanto el compromiso positivo como las respuestas temerosas del bebé a los acontecimientos que plantean un desafío.

Considerando la relación entre el apego y la intersubjetividad

De modo que ¿cómo concebimos la relación entre la predisposición exclusivamente humana para la intersubjetividad y el sistema motivacional de apego que se ha descrito con gran detalle a partir de los 12 meses? Una posibilidad es ver el sistema de apego y el sistema intersubjetivo como sistemas motivacionales por separado, cada uno con sus propios objetivos y organizaciones de conducta encaminadas a esos objetivos. Por ejemplo, Giovanni Kugiumutzakis (1988) ha dicho que los infantes están dotados de un sistema motivacional intersubjetivo “un sistema motivacional que busca otro ser emocional con el que jugar un juego cooperativo, complementario e intersubjetivo” (p. 80)

Mi idea, sin embargo, da un giro diferente. Yo consideraría la capacidad humana para la intersubjetividad como una condición de la humanidad y como una función esencial de la mente. No podemos inhibir voluntariamente el desarrollo y funcionamiento de nuestra conciencia de otras mentes al igual que no podemos inhibir voluntariamente nuestra capacidad de abstracción. No consideraría la intersubjetividad como un sistema motivacional encaminado a un objetivo que se activa bajo ciertas condiciones y se desactiva bajo ciertas otras. En su lugar, consideraría la intersubjetividad como un parámetro del funcionamiento mental humano que no puede desactivarse. El cerebro humano no puede desarrollarse y sostenerse sin relacionalidad, la cual es una  condición continuamente activa de la vida mental. La formación cultural, que es intersubjetiva en su origen, nos puede llevar con el tiempo a dejar de focalizar conscientemente nuestra atención en los estados mentales de los otros, pero el flujo intersubjetivo básico de leer los estados de los otros y compartir aspectos de nuestras vidas mentales mediante el intercambio de señales afectivas e intencionales es una condición de nuestra existencia y no puede ser encendida ni apagada.

El lenguaje de los sistemas motivacionales, en gran medida, se refiere a una herencia evolutiva, previa a la emergencia del Homo sapiens. Si bien esos sistemas motivacionales evolucionados están ciertamente preservados en la especie humana, todos estos sistemas motivacionales, incluyendo nuestros instintos de supervivencia más básicos, pueden ser anulados por los imperativos culturales y sociales que emergen de nuestra capacidad para la intersubjetividad, desarrollada con posterioridad. Como otras capacidades de pensamiento y resolución de problemas, somos atraídos intrínsecamente a comprometernos en la relacionalidad con los otros y a comprender que los otros tienen una mente como la nuestra. No vería estas capacidades como creciendo y menguando en intensidad o como una jerarquía de necesidades de supervivencia básica. En cambio, consideraría la capacidad de cuidar y de participar en las vidas emocionales de los otros como una “característica de diseño” del ser humano (Hobson, 2002).

Si bien hay sistemas motivacionales más antiguos evolucionados en el funcionamiento humano (la sexualidad existe, el estatus de dominancia existe), estos sistemas motivacionales más antiguos nunca explicarán las innovaciones culturales de la vida humana. Las limitaciones de la teoría de Freud no son en ningún otro sitio tan evidentes como en su teoría motivacional. Añadir otro sistema motivacional de “participación intersubjetiva” es inadecuado para captar o modelar la influencia de esta nueva capacidad en los antiguos sistemas evolucionados. Como dejan claro los argumentos de Tomasello y Hobson, los mecanismos adaptativos más flexibles de compartir estados mentales con otros reformula nuestra herencia evolutiva biológica más canalizada.  Esta reformulación requiere un cambio radical en nuestras teorías del funcionamiento humano para dar lugar a una visión más intensa de cómo el compartir estados mentales a partir del momento del nacimiento cataliza los procesos de aprendizaje socialmente distribuidos de modo que cada generación se apoya en los hombros de la generación anterior de un modo que no permitían los antiguos sistemas motivacionales y capacidades evolucionados. Al igual que esta capacidad para el compartir intersubjetivo recontextualiza y subordina el principio de evolución biológica de Darwin aplicado a la evolución humana, también recontextualiza y subordina los sistemas motivacionales humanos de base biológica, incluidos los de Freud, dentro de un contexto de imperativos más flexibles, socialmente creados, para la conducta humana (ver también Mitchell, 1997).

Hasta aquí, he enfatizado las implicaciones de trabajar sobre las capacidades intersubjetivas del infante para reformular aspectos de la teoría del apego. Sin embargo, del mismo modo, la investigación sobre el apego tiene mucho que ofrecer para comprender el desarrollo de la intersubjetividad. La historia de la evolución de las formas de comunicación intersubjetiva en la historia humana aún está por contarse. Esta debería ser, sin embargo, una historia fascinante, puesto que muchas hebras de evidencia sugieren que nuestra herencia “biológica” es continuamente remodelada por la efectividad de nuestra comunicación compartida. Observemos el “efecto Flynn”, el hallazgo de que el cociente intelectual humano se ha incrementado cinco puntos cada década desde que se inició el testeo con el cambio de siglo, requiriendo la continua repautación de los tests (Daley y col., 2003). Sin embargo, nuestro acervo genético no puede haber evolucionado en este periodo de tiempo.

La reformulación de las estrategias de apego como estrategias humanas para compartir en torno a la necesidad de seguridad abre una pequeña ventana a esa explicación histórica de tal potencial.  Si bien las innovaciones discontinuas como la prensa escrita, los medios de comunicación e Internet  rediseñarán los perfiles de esta historia, las formas afectivamente intensas de intercambio fomentadas o desalentadas dentro de la familia en las variadas culturas y épocas históricas también modelarán la forma en que los individuos participan en el aprendizaje socialmente distribuido. Cómo se organizan las comunicaciones relativas al apego dentro de la familia en torno a los afectos más intensos y relacionados con la supervivencia y cómo esas organizaciones se representan y se transmiten de una generación a otra tendrá importantes implicaciones para el modo particular en que se elabore la intersubjetividad tanto a nivel del individuo como de la sociedad.

Lo que han revelado los estudios evolutivos sobre los procesos del apego es que en las culturas estudiadas hasta la fecha (que representan mayoritariamente a las sociedades occidentales, aunque no se limitan a ellas) las estrategias de apego de la comunicación colaboradora están asociadas con modos más flexibles y, por tanto, más adaptativos, de relacionarse con los otros, tanto en el desarrollo temprano como en el contexto de relaciones románticas comprometidas (Cromwell, Fraley y Shaver, 1999; Grossmann y col., 1985). Las estrategias de compartir que son colaboradora desde el punto de vista de la teoría del apego son estrategias verdaderas y sensibles a los estados mentales de ambas partes, con ajuste en el desarrollo temprano para el desequilibrio en las capacidades evolutivas de los dos participantes (ver Lyons-Ruth, 1999, para su elaboración).

Puesto que las otras personas son fuentes primarias de estrés en la vida humana, la capacidad del niño para explorar flexiblemente el entorno humano y concretamente la mente humana mediante el compartir con los otros es especialmente importante en el desarrollo y la evolución humanos. Las estrategias más colaboradoras de comunicación entre padres e hijos están asociadas con una regulación más efectiva de los niveles de la hormona del estrés en el niño en el desarrollo temprano, como se ha apuntado más arriba. Dicha regulación del estrés está conceptualmente vinculada a una mayor capacidad para atenuar la excesiva excitación con el fin de explorar el entorno y aprender. El estar libre del temor abrumador, a su vez, es fundamental para centrar la atención en explorar y aprender acerca del mundo social, concretamente del mundo de las relaciones íntimas intersubjetivas. Por tanto, la medida en que la relación infante-cuidador mantenga el compromiso positivo y regule el temor del infante, tendrá consecuencias en escala sobre el desarrollo para la organización de la intersubjetividad.

Las estrategias menos colaboradoras de compartir dentro de la familia, como también documenta la investigación sobre el apego, son más restringidas o unilaterales en cuanto que privilegian la voz de una persona sobre la de otra (p. ej. las necesidades emocionales de los padres, como sucede en las estrategias ambivalentes) o ciertas formas de “verdad” sobre otras formas de verdad (p. ej. los afectos felices sobre los tristes o enfadados, como sucede en las estrategias evitativas). Es probable, también, que dichas estrategias restringidas o unilaterales en las comunicaciones íntimas den lugar a tipos concretos de restricciones a la hora de participar en los procesos de aprendizaje socialmente distribuidos tanto a nivel del individuo como histórico-social, aunque estas relaciones entre la comunicación íntima y los patrones históricos más amplios del compartir cultural han sido muy poco explorados hasta la fecha.

Desorganización del apego y procesos intersubjetivos perturbados

El cambio evolutivo a una base intersubjetiva para la regulación del apego permite mucha más sutileza y variedad en la cualidad de la relacionalidad entre padres e infante de las que existen en otros primates. Este cambio evolutivo también abre el camino para una mayor variedad de disfunciones no letales en la relación de apego padres-infante.

Según el estudio sobre apego se extendió a familias más estresadas que las estudiadas por Mary Ainsworth, los investigadores hallaron que las conductas de apego del infante observadas en entornos de alto riesgo no encajaban en ninguna de las tres estrategias de apego que se habían revisado. En respuesta a estos hallazgos con familias de alto riesgo, Main y Solomon (1990) desarrollaron una cuarta categoría de las respuestas de los infantes a la separación y la reunión denominada estrategia de apego desorganizado/desorientado. Estos infantes mostraban una serie de conductas extrañas, desorientadas y abiertamente contradictorias en presencia de los padres. Main y Hesse (1990) especularon entonces que, para estos infantes, el cuidador se había convertido tanto en fuente de consuelo como en fuente de alarma. En su opinión, estos infantes, cuando están estresados, sienten una necesidad simultánea de aproximarse a los padres en busca de consuelo y de huir de ellos a causa del miedo.

En nuestro propio trabajo, hemos ampliado este marco en cierto modo porque hemos notado que la ausencia de respuestas por parte del cuidador también dará lugar a la desorganización del infante. Una amplia selección de investigación con primates también apoya esta conclusión (p. ej. Kraemer, 1992). Por tanto, el mecanismo de cuidado más general relacionado con la desorganización puede ser la falta de regulación efectiva por parte del cuidador del despertar del temor, más que el miedo explícito al cuidador como tal (Lyons-Ruth, Bronfman y Parsons, 1999).

Consistente con la idea de que las formas particulares de la conducta del cuidador contribuyen de forma importante a la desorganización del infante, los estudios han indicado que el 83% de los niños que sufren abusos o desatención despliegan conductas de apego desorganizado hacia los padres (Carlson y col., 1989). Es importante no equiparar la desorganización con el maltrato, sin embargo, puesto que aproximadamente el 15% de los infantes de las muestras de bajo riesgo también muestran patrones de apego desorganizado (van IJzendoorn, Schuengel y Bakermans.Kranenburg, 1999).

Por tanto, las conductas de los cuidadores menos extremas que el maltrato patente también están implicadas en el desarrollo de respuestas de apego infantil desorganizado.

Patrones de comunicación afectiva parental relacionados con la desorganización del infante

Si la evidencia sugiere que las comunicaciones intersubjetivas del cuidador son importantes para la desorganización del apego, ¿qué hemos aprendido sobre los tipos de interacciones cuidador-infante que se producen entre los infantes que muestran respuestas de apego desorganizado? Sólo en los últimos años hemos comenzado a explorar los procesos intersubjetivos de comunicación intersubjetiva asociados con las formas desorganizadas de conductas de apego. Y aún hay muy poco trabajo acerca del periodo anterior al primer año de vida.

En nuestro propio trabajo hemos evaluado cinco amplios aspectos de la comunicación parental afectiva perturbada con el infante. Estos cinco aspectos incluyen: a) respuestas parentales de retirada; b) respuestas negativas-intrusivas, c) respuestas de rol confuso; d) respuestas desorientadas; y e) un conjunto de respuestas que denominamos errores de comunicación afectiva, que incluyen el que la madre emita señales contradictorias simultáneas al infante y el fracaso de ésta en responder a las señales afectivas claras por parte del infante.

Tanto en nuestro trabajo como en el de otros tres laboratorios, estos procesos perturbados de comunicación afectiva entre los 12 y los 18 meses de edad se relacionan con el grado de conducta de apego desorganizado del infante. También se relacionan con el trauma o la pérdida no resueltos por la madre en la Entrevista de Apego Adulto. Estas asociaciones entre la conducta materna y el infante se producen tanto en familias de bajo riesgo como en las de alto riesgo (Goldberg y col., 2003; Grienenberger y Nelly, 2001; Madigan, 2002). Cuando estas mismas categorías de conducta materna se codifican durante las interacciones cara a cara a los cuatro meses de edad, también predicen la desorganización del infante al año (Nelly y col., 2003).

Perfiles de parentalidad hostiles o indefensos

Un aspecto adicional de los datos en las interacciones madre-infante es muy importante para comprender la comunicación intersubjetiva dentro de las relaciones de apego desorganizado. Este aspecto es la diversidad de perfiles de la conducta de la madre y el infante dentro del espectro desorganizado. Para simplificar el cuadro un poco, en los datos son inmediatamente evidentes dos amplios subgrupos.

El primer subgrupo de madres, al que denominaremos indefensas-temerosas en cuanto al apego, fue particularmente difícil de identificar. Sin embargo, este grupo es bastante importante clínicamente. Estas madres mostraban índices significativamente más altos de aprensión, duda o retirada frente a las conductas de apego del infante (Lyons-Ruth y col., 2003; Lyons-Ruth y Spielman, 2004). Estas madres parecían más temerosas e inhibidas, en general, y a veces parecían especialmente dulces o frágiles. Era muy improbable que se mostrasen abiertamente hostiles o intrusivas y generalmente cedían a los esfuerzos concertados del infante por establecer contacto. Sin embargo, también a menudo no conseguían tomar la iniciativa en felicitar al infante o aproximarse a él, y a menudo dudaban, se retiraban o intentaban desviar los requerimientos de contacto del niño antes de ceder. Los infantes de madres indefensas-temerosas continuaban persiguiendo a sus madres en busca de contacto. Todos expresaban su angustia, se aproximaban a sus madres, e intentaban tener algún contacto físico con ellas, incluso aunque también mostraran conductas desorganizadas, incluyendo señales de conflicto, temor, incertidumbre, indefensión o humor deprimido.

El segundo subgrupo de madres de infantes desorganizados mostró índices significativamente más altos de conductas autorreferenciales y conductas negativas-intrusivas que el resto de las madres. Denominamos a este perfil parental hostil-autorreferencial en cuanto al apego. Las conductas negativa-intrusiva y autorreferencial estaban fuertemente correlacionadas, de modo que estas madres mostraban una mezcla contradictoria de conductas rechazantes y conductas que buscaban la atención de sus infantes. Los infantes de estas madres mostraban tanto conductas de conflicto desorganizadas como altos índices de conductas evitativas y resistentes, tales como dar la espalda a la madre, angustia continuada o conductas de enfado incrementadas en presencia de la madre.

Estas estrategias de apego desorganizado del infante, incluyendo sus componentes defensivos y de conflicto, son ejemplos de lo que Christopher Bollas ha llamado lo Sabido No Pensado. Por esto nos referimos a las representaciones procedimentales no conscientes, implícitas, de procesos interactivos que se desarrollan en la infancia antes de que esté disponible el sistema de memoria explícita asociado con las imágenes o símbolos conscientemente recordados (Lyons-Ruth, 1999).

Incluso en nuestra muestra altamente estresada, de bajos ingresos, los infantes cuyas madres mostraban patrones de comunicación afectiva no perturbados tenían un bajo índice de conductas de apego desorganizado. Los infantes cuyas madres mostraban patrones de intención temerosos o de retirada y los infantes cuyas madres mostraban perfiles más hostiles-intrusivos o de rol confuso tenían un índice de desorganización más de cinco veces mayor.

Consideramos estos dos perfiles maternos, hostiles e indefensos, como posiciones complementarias en un sistema diádico de dos personas, un sistema diádico en el que predominan las necesidades de una persona, y la otra persona se siente indefensa para tomar la iniciativa. Pensamos, entonces, que la diversidad de perfiles maternos se produce porque las distintas figuras parentales se identifican más fuertemente con uno u otro polo de este patrón diádico desequilibrado dominante-sumiso. Sin embargo, teóricamente consideramos estas distintas posiciones como aspectos relacionados de un modelo representacional único internalizado.

Consistente con esta opinión de que los modelos diádicos están internalizados, muchos padres muestran patrones mixtos de conducta que incluyen tanto elementos hostiles-autorreferenciales como elementos indefensos-temerosos en la interacción con el niño. Estos modelos de relación altamente desequilibrados, dominantes-sumisos, dan lugar a respuestas contradictorias hostiles-indefensas hacia el infante, respuestas que incrementan y rechazan a la vez las conductas de apego del infante.  Dichas combinaciones contradictorias de conductas maternas, a su vez, provocan respuestas contradictorias y contrapuestas por parte del infante en forma de conductas desorganizadas hacia los padres.

La emergencia de estrategias de apego controladoras

Según este infante confuso y cada vez más frustrado y desorganizado adquiere más capacidad para representar y responder a los estados mentales de las figuras parentales, tiene lugar una dramática reorganización de la conducta del apego entre muchos infantes previamente desorganizados. Entre los 3 y los 5 años, muchos niños anteriormente desorganizados han dejado de acudir a los padres para que los ayuden a regular su seguridad y su estrés. En cambio, se ven inmersos en intentar mantener la atención de los padres y la implicación con ellos, mediante el empleo de estrategias controladoras de apego.

Estas estrategias controladoras de nueva emergencia también toman al menos dos formas. Algunos niños anteriormente desorganizados encuentran un modo de ejercer cierto control sobre la atención y la implicación de los padres cuidándolos, es decir, organizando, entreteniendo o nutriendo a los padres. Esto se denomina estrategia de apego controladora-cuidadora. Otros niños controlan la atención y la implicación de los padres entrando en interacciones enfadadas, coercitivas o humillantes con ellos. Esto se denomina estrategia de apego controladora-punitiva.

Desorganización del infante, comunicación afectiva parental y síntomas borderline, de conducta y disociativos en adolescentes

Volveré al tema de las estrategias de control al final del artículo. Pero primero, es importante completar la trayectoria evolutiva hasta el principio de la edad adulta. Los estudios sobre apego han seguido a varias cohortes de familias desde la infancia hasta el principio de la etapa adulta. En nuestro propio estudio longitudinal, hemos reevaluado a 53 adolescentes de alto riesgo a los 19 años, a los cuales se le había hecho un seguimiento desde el 1er año de vida. Los hallazgos de esta fase del final de la adolescencia en nuestro estudio longitudinal subrayan aún más la importancia a largo plazo de las interrupciones tempranas en la comunicación afectiva entre los padres y el infante.

En la primera serie de análisis, observamos los predictores, en el cuidado temprano, de síntomas borderline a los 19 años tal como los mide la Entrevista Clínica Estructurada para el Diagnóstico. Se obtuvieron tres mediciones independientes de la cualidad del cuidado en el primer año y medio de vida a partir de la fase de infancia del estudio.

La primera medición fue el riesgo clínicamente observado en la infancia, que indicaba si la familia era referida a los servicios de infancia durante los primeros nueve meses de vida basándose en preocupaciones por el cuidado. La segunda medición era la implicación materna o la conducta hostil-intrusiva hacia el infante en el hogar, representada por puntuaciones de factores derivadas de la codificación de cintas de video de 40 minutos de interacción naturalista en el hogar a los 18 meses. La tercera medición era la ya mencionada de comunicación afectiva materna perturbada, evaluada en el laboratorio a los 18 meses.

Todas estas mediciones estaban relacionadas con la incidencia de los síntomas o conducta borderline a los 19 años (Lyons-Ruth, Holmes y Hennighausen, 2005). Hasta donde sabemos, este es el primer informe que confirma la relación entre la calidad del cuidado del infante y los síntomas borderline en la adolescencia usando métodos prospectivos basados en un observador en lugar del autorreporte retrospectivo.

Dados estos resultados, echamos un vistazo más atento, a los tipos de comunicaciones maternas perturbadas, asociadas con los síntomas borderline posteriores. Esperábamos que las conductas negativas-intrusivas fueran los mejores predictores, dados los vínculos entre el abuso y los síntomas borderline. En cambio, para nuestra sorpresa, la retirada materna en la infancia estaba especialmente relacionada con los síntomas borderline al final de la adolescencia.

También es importante apuntar que existen efectos genéticos en los síntomas borderline evidentes en nuestro estudio. La forma corta del genotipo transportador de la serotonina se ha asociado con la depresión (Caspi y col., 2004) y también, en nuestros datos, con un incremento cuadruplicado en la incidencia de los síntomas borderline (Nemoda, Ronai, Sasvari-Szekeluy y col., 2006). Sin embargo, estos efectos son independientes de los efectos asociados con la calidad del cuidado temprano, de modo que un tipo de efecto no explica al otro.

En el segundo conjunto de análisis, nos fijamos en la predicción de síntomas disociativos posteriores (Lyons-Ruth, 2003). Los síntomas disociativos han sido de especial interés para los estudiantes del apego. En primer lugar, como hemos visto, el temor ha sido prominente en la teorización sobre la dinámica del apego desorganizado. En segundo lugar, Giovanni Liotti (1992) ha señalado semejanzas entre la naturaleza no integrada de la conducta desorganizada del infante y la falta de integración mental característica de los síntomas disociativos en el niño o el adulto. Por tanto, se considera que los infantes desorganizados tienen más probabilidades de mostrar síntomas disociativos según se aproximen a la etapa adulta.

En los análisis de los predictores, nos fijamos en primer lugar en si otros factores, como la pobreza, la monoparentalidad, la historia temprana de maltrato o la sintomatología disociativa de la madre hasta los 7 años podían predecir la incidencia de síntomas disociativos en el adolescente. Sin embargo, no hallamos predicción en ninguno de estos factores. Cuando se examinaron las evaluaciones de calidad de la relación temprana madre-infante, los hallazgos fueron muy diferentes.

La comunicación materna perturbada a los 18 meses suponía una enorme contribución a la predicción de síntomas disociativos a los 19 años. No había predicción directa de síntomas disociativos en las puntuaciones de desarrollo mental en la infancia ni en las puntuaciones de razonamiento verbal en la adolescencia. Esta predicción, a partir de la calidad de la interacción temprana, de síntomas disociativos adolescentes no podía ser mediada o “trasladada” por el abuso durante los primeros seis años puesto que el maltrato temprano no era un predictor de disociación, como hemos apuntado más arriba (Lyons-Ruth, Dutra, Schuder y Bianchi, 2006).

Aún no hemos examinado otros aspectos de los datos recogidos en la adolescencia. Por tanto, es posible que aspectos del entorno del adolescente, como la calidad de la interacción padres-adolescente o los sucesos de abuso ocurridos al final de la última fase de la infancia y en la adolescencia desempeñen un papel en la explicación o el “traslado” de la predicción en el tiempo de la desorganización infantil a la disociación adolescente. Sin embargo, sean cuales sean los mediadores posteriores que surjan, los vínculos directos que tienen lugar a lo largo de 19 años entre la calidad del cuidado temprano y la sintomatología posterior son llamativos e indican que algo es diferente ya en la infancia para aquellos jóvenes que más adelante se vuelven sintomáticos. Nuestros resultados también convergen con datos similares sobre los predictores de disociación recogidos en el estudio longitudinal de la Universidad de Minnesota (Ogawa y col., 1997).

Implicaciones clínicas

En resumen, los patrones de comunicación intersubjetiva padres-infante, concretamente las interacciones más sutiles como la retirada parental, desempeñan un importante papel en la génesis de las trayectorias evolutivas que culminan en síntomas disociativos, borderline y de conducta al final de la adolescencia. ¿Por qué son tan influyentes estas sutiles interacciones? Para indicarnos respuestas potenciales a esta pregunta, describiré las observaciones de una díada padres-niña, interactuando primero a los seis meses de edad y luego a los 7 años, un punto intermedio en la vía evolutiva de la infancia a la adolescencia.

En la observación del cara a cara a los 6 meses, hay escasa interacción entre la madre y la niña. Incluso cuando la madre está frente al bebé, no puede usar su propio repertorio afectivo para relacionarse con la infante. No sonríe, ni se inclina hacia ella, no establece contacto visual ni usa el “baby talk” (es decir, el contorno vocal intensificado) para crear implicación emocional con su infante. Su infante responde alternativamente mirando a su madre y luego enfadándose y evitando su mirada y autoconsolándose. La única interacción se produce en un momento en que la madre toma el sonajero de plástico del bebé y dice burlonamente: “Mi sonajero, mi sonajero”. Luego se lo devuelve al infante y lo vuelve a coger diciendo: “Mi sonajero, mi sonajero”. Esto es claramente una conducta de rol confuso en la cual la madre enfatiza su propia necesidad de atención y recursos en competición con las necesidades de la niña.

En el momento de los 7 años, observamos una relación de una casi perfecta inversión de roles. La infante antiguamente triste y ceñuda se ha convertido en una niña chispeante y divertida que voluntariamente le da el telesketch a su madre para que juegue, que convierte con habilidad la burla hostil de la madre en un motivo de risa, y que hace lo que puede para ser una presencia atenta y de apoyo, siguiendo el foco de atención de su madre en manipular los mandos del telesketch y elogiando el éxito de ésta.

Estas observaciones subrayan cómo las formas perturbadas de receptividad parental pueden dar lugar a una profunda anulación de la iniciativa y la voz del niño en cuanto a las necesidades de apego y a la inversión de roles en el diálogo padres-niño. En estas observaciones podemos ver el poder ejercido por las formas más silenciosas de burla, retirada y conducta autorreferencial parental en la infancia y la niñez. La retirada de la madre del rol parental y la necesidad de encontrar recursos nutrientes para sí misma puede redirigir la capacidad de sujeto agente de la niña y “reescribir” cualquier dirección evolutiva que ésta tomara por su cuenta. El diálogo entre ellas, tan desequilibrado, que se tuerce dramáticamente para abordar las necesidades de la madre y facilitar las direcciones de ésta, ofrece muy poco apoyo para que la niña elabore su propia subjetividad e iniciativa. Su desarrollo del self se convierte en algo subordinado a mantener el ánimo de su madre y a evitar y manejar en la relación las corrientes subterráneas hostiles.

Si bien se podrían discutir varios mecanismos biológicos y psicológicos en relación con las trayectorias evolutivas desde formas perturbadas tempranas de comunicación intersubjetiva hasta síntomas borderline y disociativos al final de la adolescencia, el modelo de más interés en este artículo es uno en el cual los procedimientos implícitos para comunicarse con los otros son los procesos mentales organizativos. Según esta perspectiva, la organización de la mente llega a reflejar, en parte, la organización de los procesos comunicativos tempranos. Según esta perspectiva, las defensas disociativas y la escisiónescisión afectiva, así como otras defensas, no se originan principalmente como inhibiciones intrapsíquicas, sino que representan, en formato procedimental, las inhibiciones en la estructura de diálogo disponible para el niño a lo largo del tiempo. El infante internaliza las distorsiones y omisiones con carga afectiva según se producen en el diálogo entre dos personas y convierte en propias dichas distorsiones y omisiones. Según esta perspectiva, el niño desarrollará representaciones mentales desintegradas y, en último lugar, disociadas o “escindidas” en la medida en que el cuidador no se implique en un diálogo afectivo, simbólico e interactivo “suficientemente integrado” con el niño. Si los padres no pueden reconocer y responder a afectos de apego básicos o si se muestran temerosos u hostiles en cuanto a integrar esos aspectos de la experiencia del niño en el intercambio afectivo con él, es más probable que se produzca la falta de integración de estados mentales evidentes en las experiencias disociativas o en aspectos del trastorno de personalidad borderline.

La implicación clínica final, y tal vez más controvertida, de estos datos sobre los patrones de comunicación intersubjetiva en torno a las necesidades de apego tiene que ver con la técnica psicoterapéutica. Desde una perspectiva del apego, la comunicación colaboradora con el cuidador ofrece al infante la mejor oportunidad de internalizar una estructura de diálogo que continúe fomentando,  la regulación óptima del estrés y la exploración flexible de los mundos mentales propios y del otro. Desde esta perspectiva, entonces, el objetivo primordial del tratamiento psicodinámico no sería incrementar la comprensión reflexiva como tal, sino focalizar en establecer y ampliar áreas de comunicación colaboradora en las interacciones entre paciente y terapeuta.

   Reconocimientos

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Partes de este artículo fueron presentadas en el Taller Dahlem sobre Apego y Vínculo: una nueva síntesis, Instituto Max Planck, Dahlem, Alemania, Octubre, 2003; y el Festschrift Elizabeth Fivaz sobre Apego e Intersubjetividad, Universidad de Lausanne, Lausanne, Suiza, Septiembre, 2004.

 

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