aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 031 2009 Aperturas Psicoanalíticas. Revista de Psicoanálisis en Internet

Un caso de personalidad narcisista con predominio de angustias, defensas y compensaciones narcisistas desde el enfoque Modular-Transformacional

Autor: Winter Cabrera, Miguel

Palabras clave

Un caso de personalidad narcisista con predominio de angustias, Defensas y compensaciones narcisistas desde el enfoque modular-transformacional.


Introducción. Breves señalamientos teóricos

Quisiera advertir y puntualizar sobre el subtítulo con el que he acompañado el encabezado de este texto: “Un caso de personalidad narcisista con angustias, defensas y compensaciones narcisistas”. Advertir sobre el peligro del empleo de un diagnóstico no solamente en lo referente a comunicárselo a un paciente -con el  conocido riesgo iatrogénico que, como sabemos, pudiera causar- sino también en relación al clínico que pudiera revisar el caso, que corre el peligro de, a través del enunciado diagnóstico que lo encabeza, sesgar su lectura en favor de abreviarla a través de una búsqueda voraz de las características psicopatológicas del paciente y acciones terapéuticas por parte del analista. En tal caso, podrían desatenderse otros elementos que también forman parte del “setting” de la terapia psicoanalítica que aquí se muestra. Por tanto, sobra decir que el enunciado del caso, la psicopatología y las intervenciones solamente ofrecen un aspecto del proceso, no agotan la totalidad del paciente y del terapeuta, dos personas que interactúan, que establecen una relación, crean una narrativa (Fosshage, 2003), una  interdependencia, una alianza y un encuentro a nivel humano (Yalom, 1984).

Exhorto al interesado a emprender una lectura en la que pueda, además de atender a la clínica en sí misma, impregnarse del resto de aspectos que están en juego, tanto aspectos personales sobre los protagonistas como aspectos sobre la relación y clima que se va generando entre ellos. He ahí una de las razones que explican la ausencia de un diagnóstico contundente al modo de lo propuesto por el DSM o la psiquiatría convencional. ¿Qué se quiere expresar entonces a nivel clínico con dicho enunciado? De acuerdo con el enfoque Modular-Transformacional, apelo a hacer una psicopatología que no sea reduccionista en base a categorías estáticas y descriptivas o fundamentadas en base a un “todo organizador”, como ocurre en muchas escuelas psicoanalíticas, sino que el diagnóstico esté más cerca de una concepción dimensional de la psicopatología y permita hacer una clínica que atienda a qué es lo que a nivel de la personalidad, y más exactamente en referencia a la psicodinamia[1] del paciente, genera sufrimiento y produce los síntomas, haciéndose subtipos psicopatológicos en base a su etiología psicodinámica, es decir, referente al camino intrapsíquico que ha seguido el paciente en la génesis y desarrollo de la psicopatología (Bleichmar, 1997).

Dicha deconstrucción psicodinámica nos muestra también hacia dónde hemos de encaminar nuestras intervenciones y labor terapéutica: hacia las dimensiones, módulos o sistemas motivacionales y sus respectivas interacciones, defensas y compensaciones que se nos muestran como más centrales o preponderantes de cara a nuestra atención como psicoterapeutas (Bleichmar, 1997).

Nuestro enunciado -“un caso de personalidad narcisista con predominio de angustias, defensas y compensaciones narcisistas”- obedece a esta concepción sobre el psiquismo y a una clínica como la que hemos indicado. Con tal rótulo, quiero hacer referencia a un paciente cuya personalidad, a través de una serie de acontecimientos en su desarrollo vital, está caracterizada por ciertas alteraciones en el narcisismo. Narcisismo que conceptualizamos como uno de los sistemas motivacionales que componen el aparato psíquico, el cual comprende fases de desarrollo a nivel evolutivo, impulsa una parte importante de la conducta y la fantasía, impera satisfacción en relación a necesidades y deseos que le son propios, y, al mismo tiempo, puede generar toda una psicopatología que le es connatural y originariamente producida por esta dinámica del narcisismo. Sistema motivacional que mantiene también un constante diálogo e interdependencia con los otros sistemas (hetero-auto-conservación, sensualidad-sexualidad, apego, etc.). Por lo tanto, el  narcisismo es tomado aquí como un constituyente de la motivación en la persona y no, o no solamente, en su acepción patológica o con su carácter perverso (Freud, 1905, 1914). Hablamos, entonces, de la parte de nuestra vida anímica que supone el impulso a fijarnos metas, a proponernos objetivos y perseguir logros. Nos mueve en la búsqueda de la admiración de los demás, es el motor que hace que la persona se entusiasme consigo misma y con las cosas que identifica como valiosas en su entorno, provee del sentimiento de capacidad, de potencia y autoconfianza necesarios, junto a otras dimensiones, para la consecución de cierto desarrollo psicológico, la realización personal y salud mental. Es más, la resultante de esta satisfacción o insatisfacción narcisista determina el grado de cohesión del self (Kohut, 1971) de autoestima y/o estabilidad psicológica -aunque ésta última, como apuntamos, puede depender también de otros factores.

En cuanto a la consolidación del narcisismo, ya sea en la constitución de un narcisismo sano o en la configuración de sus expresiones patológicas, coincido con la opinión de aquellos autores que proponen como determinantes en este sentido las interacciones tempranas entre el niño y la satisfacción-insatisfacción de las necesidades narcisistas que éste presenta en el contacto con sus principales cuidadores o figuras más significativas. Dichas necesidades serían las de especularización e idealización (Kohut, 1971) y tienen su aparición entre el final de la fase edípico-freudiana y los 6 años de edad, de acuerdo con Wallon y lo que este autor denominó como  “estadio del personalismo” o “edad de gracia” (Wallon, 1987), disposiciones que, bajo mi opinión, quedan mucho mejor conceptualizadas y descritas con las concepciones de Kohut a las que venimos haciendo y haremos referencia, como son las disposiciones del “self grandioso exhibicionista y el self idealizado” (Kohut, 1971; Gabbard, 2002). Se trata de necesidades y disposiciones normales, que se suceden por el mero hecho de ser niño, las cuales éste alberga y manifiesta. De una parte, necesidades relativas a ser admirado, aplaudido, la necesidad de contemplarse y sentirse valioso al despertar “el destello en los ojos de la madre” (Kohut, 1971; Gabbard, 2002),  la necesidad de ser investido con entusiasmo para  entusiasmarse  después consigo mismo (Kohut, 1971, Bleichmar, 1997; Gabbard, 2002). Y de otro lado, como decíamos, la necesidad de idealizar a un otro que es tomado como ideal, omnipotente y grandioso, que provee de un modelo con el que el niño quiere identificarse, fusionarse, y necesita que se le permita compartir y gozar de ese vínculo (Kohut, 1971; Gabbard, 2002; Bleichmar, 1997). 

Si tales necesidades no son manejadas o satisfechas en los vínculos entre los infantes y sus figuras más importantes de manera óptima, se producen perturbaciones en el narcisismo. Ya sea porque los padres fueron negligentes o agresivos, porque se le especularizó de manera excesiva, o deficitaria, o porque no se le permitió al niño el despliegue de su “self grandioso”; o ya fuera porque no se ofrecieron modelos a idealizar, o no se le permitió impregnarse y compartir dicha idealización; o, quizá, por la psicopatología de los padres, o por las fallas, torpeza o desinterés de éstos a la hora de empatizar con tales necesidades narcisistas desplegadas por el self infantil. Dichas insatisfacciones en el desarrollo narcisista son traumáticas para el niño: trauma narcisista. Se nos muestra como lleno de sentido y en ocasiones con inimaginable alcance, uno de los principales pilares de la teoría freudiana, que bien queda plasmado bajo la conocida frase que reza: “el niño es el padre del adulto” (Gabbard, 2002).

Desde el enfoque Modular Transformacional se nos proporcionan categorías como hipernarcisisización primaria, hipernarcisización secundaria compensatoria, o déficit primario de narcisización no compensado (Bleichmar, 1997). Estas categorías hacen referencia a distintas posibilidades en el desarrollo del narcisismo, de enorme valor clínico, puesto que nos proporcionan un sistema a través del cual reconstruir una historia respecto a tal desarrollo narcisista, al tiempo que orientar el tratamiento y nuestras intervenciones. Bajo mi opinión, constituye un modelo genético del desarrollo narcisista al modo que Freud presentaba las fases del desarrollo de la libido a través del período oral, anal y fálico-edípico en la constitución del carácter (Freud, 1905). Véase detalladamente en Bleichmar (1997, págs 246-259).

Por tanto, tales perturbaciones en el desarrollo del narcisismo pueden derivarse en numerosas disposiciones patológicas en el adulto, constituyéndose personalidades que continúan ancladas en la satisfacción de dichas necesidades y en conflicto por tales frustraciones, lo cual se manifiesta a través de disposiciones personales, frente a los demás y frente al entorno. Disposiciones marcadas por la envidia, la rivalidad, la omnipotencia, el exhibicionismo, en ocasiones la seducción, el control y uso del otro como objeto de la actividad narcisista, esto es,  exhibiendo al objeto idealizado bajo el deseo de despertar la envidia en los demás, como objeto del self que proporciona la especularización anhelada; como objeto de la regulación psicobiológica a través de proveer de estados narcisísticamente agradables y mitigar las distintas angustias, escapando, por tanto, de estados emocionales displacenteros (Kernberg, 1976; Gabbard, 2002; Kohut, 1971; Bleichmar, 1997).

Al mismo tiempo pueden constituirse numerosas formas de patología narcisista. Igualmente las angustias narcisistas motivan que la persona realice ciertas acciones que pueden suponer riesgos importantes, acciones patológicas, emprendidas para mitigar tales estados desagradables. Serían conductas en busca de experiencias de satisfacción sustitutiva, para tratar de compensar las angustias narcisistas y abandonar tales estados emocionales displacenteros, como acabamos de indicar. Si tales acciones o defensas fracasan, o no se sostienen como consecuencia de las imposiciones de la realidad externa, las angustias son expresadas a través de depresiones narcisistas, fobias, hipocondría, etc, y toda una gama de manifestaciones psicopatológicas cuyo núcleo está ubicado en tal psicodinamia narcisista (Bleichmar, 1996, 1997, 1999, 2006).

Por lo tanto, el caso que presentaré muestra a un paciente en el que a nivel clínico se manifiesta una psicopatología en donde el sistema narcisista ocupa un lugar central, al ser el núcleo fundamental de la sintomatología. Sintomatología  que se genera a través de la reiterada búsqueda de satisfacción de anhelos narcisistas, produciéndose, tal como la realidad social impone, numerosas frustraciones que implican sufrimiento en el paciente, en su propio sistema narcisista, así como en otros sectores de su psiquismo que dialogan con el anterior (Bleichmar, 1997).

Quisiera ser claro. La idea que quiero transmitir es referente a que los síntomas pueden ser manifestados a nivel de autoconservación, de dificultades en la regulación psico-biológica en forma de crisis de angustia, hipocondría o somatizaciones -por ejemplo, en el sistema sensual-sexual en forma de dificultades orgásmicas distintas, en el de apego a través del establecimiento de relaciones objetales marcadamente narcisistas, etc.- con toda una gama de variada sintomatología y todo ello, sin dejar de ser de interés clínico, supone ser fruto de la relación entre la personalidad narcisista del paciente y su interacción con el entorno (Bleichmar, 1997, 1999a,1999b, 2006). Quisiera reiterar y aclarar que no se habla en el caso de mi paciente, a quien llamaré Lionell V, de un trastorno narcisista de la personalidad, como lo recoge el DSM-IV-tr, ni se hace ningún diagnóstico –tipo-, como “trastorno por somatización”, “episodio depresivo” o “hipocondría”, aun cuando encontramos síntomas cuya fenomenología bien podría etiquetarse de ese modo según criterios descriptivos para la diagnosis. No se hace esto, principalmente, porque los síntomas son totalmente secundarios y producidos por la psicodinamia del paciente y también, porque no satisfacen los criterios temporales exigidos.

Por último, hemos de traer a colación la psicopatología psicoanalítica clásica en donde, a nivel estructural, cabe diferenciar tres formaciones básicas de organización de la personalidad. En este sentido, como sabemos, se contemplan la estructura de personalidad neurótica, la estructura de personalidad psicótica y la estructura borderline, como la definieran autores como Kernberg, en referencia a las relaciones de objeto caleidoscópicas, la dificultades en empatizar con los deseos de los otros, la tendencia al acting y dificultad en organizar los impulsos (Kernberg, 1976). Nuestro paciente, Lionell V.,  presentaría una estructura de organización neurótica y siguiendo la clasificación de Kernberg, basada en Fenichel sobre la organización del carácter, hablaríamos de un “nivel superior de organización del carácter” (Kernberg, 1976), con una dinámica predominantemente narcisista, como ya hemos indicado, y una variada temática derivada de tales dinamismos. Estaríamos ante un self que sí alcanzó un cierto nivel de cohesión y funcionamiento relativamente normales (Kohut, 1971).

Llegados a este punto comenzamos con la exposición de este caso clínico de psicoterapia psicoanalítica que se reproduce del modo más didáctico y fidedigno posible. Al mismo tiempo hemos tratado de realizar una exposición en donde se ha dedicado esfuerzo en hacer sentir reales a los personajes (Bleichmar, 1997), a la vez que ser rigurosos a nivel teórico. Animo, además, al lector a acercarse a este caso del modo más desprejuiciado posible, como dijera Terencio “que nada de lo humano te sea ajeno, amigo lector”.

El Análisis de Lionell V. (2005-2008)

Este es un caso verdadero, pero he tenido que hacer cambios para proteger la identidad del paciente y algunos aspectos de la mía propia. En varios casos he sustituido, en aras de una equivalencia simbólica, ciertos aspectos de nuestras vidas. Los diálogos son siempre reales y con la mayor literalidad que mi memoria permite. El disfraz es profundo, sólo paciente y terapeuta podemos ver detrás de él. Sin lugar a dudas, cualquier lector que crea reconocer algún aspecto de este caso estará equivocado. Psicoterapia de 2 años y 3 meses de duración que tuve la oportunidad de compartir con  Lionell V.

Presentación

En el momento en que iniciamos el tratamiento, Lionell V. es un joven estudiante de último curso de la licenciatura en Psicología, que llega a mi consultorio, previo contacto telefónico, con el firme interés de comenzar a formarse como terapeuta psicoanalítico y, en este sentido, iniciar conmigo su análisis personal.  Se trata de un varón mallorquín de 23 años de edad, de unos 60 kilos de peso y 1,70 cm de altura aproximadamente. Por tanto, joven delgado, de estatura media, pelo castaño-claro, de tez muy pálida, andares seguros, mirada despierta y vestimenta informal (pantalones vaqueros, camiseta negra, abrigo-cazadora con capucha, zapatos oscuros, calcetines oscuros de diferente tonalidad). De nivel cultural considerable, inteligente, perspicaz, altivo, de lenguaje muy correcto y fluido, al tiempo que de tono afectivo entusiasta y enérgico, acompañado de cierto sentido del humor, ironía y sarcasmo.

Comienzo de la psicoterapia. Entrevistas previas

Lionell acude con casi 15 minutos de retraso a nuestra  primera entrevista, asunto sobre el cual no hará mención en ningún momento. Nos saludamos cortésmente; estrecho su mano, en la que puedo sentir una perceptible sudoración. Sin embargo, se muestra sosegado en su tono de voz y ordenado en sus gestos. Me mira fijamente a la cara al tiempo que sonríe, preguntándome con decisión cuál es su asiento, cosa que le indico y comenzamos a charlar. En esta entrevista previa nos sentamos cara a cara, uno frente al otro, con una distancia de unos 2 metros y medio entre nuestros sillones.

Lionell, previa invitación mía, comienza a hablar manifestando sus intereses e inquietudes sobre la que sería nuestra terapia. Desde el primer momento puede entreverse en el paciente un esfuerzo por autocontrolarse, por desprenderse del nerviosismo cuya sudorosa mano me significaba, como si viviera ese acontecimiento como un indicador de debilidad o femineidad, y a mí como a un crítico evaluador. Mientras su discurso avanza, se le va notando tranquilo y sosegado, hasta el punto en que no solamente se controla, sino que trata de controlarme a mí y a la sesión; tendencia que rápidamente me hizo comprender el porqué de su retraso. Trata de separarse de su sensación de sentirse evaluado, invirtiendo la situación y atribuyéndome a mí el papel de alguien que tiene que demostrar algo así como determinadas habilidades.

Lionell: “Bien, doctor,  la verdad es que ando de aquí para allá, de consultorio en consultorio entrevistándome con distintos analistas en busca de uno que me sea convincente, que me demuestre que sabe cosas, que es un profesional potente, ¿entiende?, que esté lo suficientemente preparado como para analizarme... a mi altura “

Terapeuta: “Entiendo, y ¿qué sensaciones ha tenido en esos encuentros a los que se refiere, Lionell?”

Lionell: “Pues, hombre... como se imaginará, no del todo buenas, de lo contrario no hubiera venido a verle a usted (se ríe). Esta misma mañana visité a un terapeuta que me pareció un poco pelele, le vi nervioso, incómodo, como si llevara dos días de ejercicio, casi tuve la sensación de que podría analizarle yo a él, y no al revés. Y la semana pasada estuve en una escuela en donde me ofrecían hacer los seminarios de teoría y el análisis con la misma persona, y eso no me gustó, me pareció un poco “incestuoso”, como dicen algunos autores que he leído. Además el analista que me informaba parecía “mariquita”, tenía mucha pluma, ya me entiende (acompaña esto con un gesto de desprecio y burla). No me resultó para nada convincente todo aquello”.

Terapeuta: “¿Y qué le empuja a tratarse, Lionell? ¿Qué ideas o expectativas tiene sobre su terapia?”. 

Lionell: “¿Terapia? ¿Tratarme? Bueno, yo no necesito hacer ninguna terapia (se ríe), es decir... yo vengo a hacer un análisis didáctico, Así lo llaman, ¿no?. Yo vengo aquí por un tiempecillo, cumplo con los criterios curriculares de formación, me analizo y ¡listo! (acompaña esto último con un gesto en que choca sus manos dos veces, a modo de quitar importancia, restar dificultad, o dar inmediatez).

Terapeuta: “En mi opinión, Lionell, el análisis es algo más que cumplir unos criterios de formación, de hecho, el principal beneficio es un beneficio de carácter personal. Por tanto pienso que todo análisis es terapéutico, más que didáctico, y creo que es importante que pueda comprender esto”.

A través de esta entrevista inicial se van desvelando rasgos que considero muy determinantes de la personalidad del paciente. Como puede entreverse, Lionell manifiesta una actitud fálica en relación al momento en que trata de controlarme, llegando con retraso a la sesión, trata de hacerme sentir vorazmente evaluado por él. Al mismo tiempo, comienzan a aparecer enseguida aspectos de envidia narcisista en relación a la agresividad, el desprecio y superioridad con que habla sobre los analistas que ha visitado. Cabe señalar la fantasía de excepcionalidad, de ser alguien especial que necesita un analista especial, “un profesional potente, a mi altura” en sus propias palabras. En seguida va a aparecer, ya desde este primer encuentro, toda una tendencia a exhibirse, a mostrar aspectos que considera grandiosos de sí mismo, motivado en la búsqueda por necesidades  inconscientes de despertar u obtener admiración en el otro. También nos encontramos con la fantasía de omnipotencia, megalomaníaca, infantil, en que Lionell siente que las cosas se van a conseguir por el mero de hecho de ser pensadas, deseadas, negando el trabajo, el esfuerzo y el tiempo necesarios que la realidad impone en su consecución “yo vengo por un tiempecillo y ¡listo!”.

Pude apreciar la negación sobre sus aspectos débiles, necesitados, con respecto a lo cual comenta “no necesito una terapia, vengo, me analizo (gesto de inmediatez) y se acabó”, entreviéndose lo que más adelante quedaría confirmado a lo largo y ancho de numerosas sesiones, eso que los clínicos venimos denominando un “self como si” o un “falso self”, afortunado término de Winnicott en referencia a una persona cuyo sentido del self depende excesivamente de las respuestas de los demás (Winnicott, 1957) y, en cierto grado, vive sin contacto con sus auténticos sentimientos, con una sensación de falta de autenticidad o de no hallarse en diálogo (Ryle y Kerr, 2006).

En esta primera entrevista invité a Lionell a que hablara de sus inquietudes sobre lo que para él consistía y significaba analizarse, quise conocerle, ofrecerle de entrada un espacio acrítico, sin censura, donde pudiera sentirse cómodo y hablar con amplitud. Personalmente, sentí la necesidad de controlarme que albergaba, sentí como una necesidad suya  el  ponerme a prueba de la manera en que antes apuntamos. Quizá esto me ayudó a no sentirme agredido ante el rol que Lionell necesitó asignarme y a no actuar tal papel. Veámoslo a continuación a través de la siguiente transcripción:

Lionell: “Dígame doctor, mas o menos… ¿Cuántos años lleva usted de ejercicio?, ¿Ha tenido pacientes inteligentes y perspicaces que le pusieran en jaque? Por cierto me gusta su consulta, el diván, el cuadro de Freud (hay un cuadro muy grande de Freud en la pared de mi consultorio), ¡qué típico! la estantería llena de libros, esto es un poco como “de película”, ¿no cree?”

Terapeuta: “Me alegra mucho que le guste mi despacho, y entiendo su preocupación por hacer terapia con un profesional que le sea de confianza. Al mismo tiempo, me hace sentir, Lionell, que necesita usted controlar muchas cosas. Me pregunto si le sucede lo mismo en otros ámbitos de su vida o si otras personas cercanas han podido sentirse de esta manera en su compañía. Me interesa conocer cosas sobre usted”.

Lionell: “Es usted un tipo inteligente doctor, me gusta (se ríe entusiasmado). Bueno no sé si le dije que vengo de Mallorca, estoy viviendo en un piso compartido con tres buenos amigos. La verdad es que quizá sí que soy un poco controlador y sobre todo me gusta mucho ser un poco el líder con mis compañeros, siempre me ha gustado sentirme como alguien carismático. Mis padres están divorciados desde que yo tengo unos doce años. Tengo tres hermanos, Fernando es siete años mayor que yo, Victoria cinco años mayor también, y Boro, el más pequeño que es cinco años menor. Con mi padre tengo una relación difícil. Mis hermanos mayores estudiaron Derecho al igual que él y bueno, yo he sido siempre un poco rebelde, el hijo más gamberro. Y, bueno, a veces tengo algún encontronazo con él. (Aquí adopta un tono más serio y tras una pausa continúa como quien se dispone a desvelar un secreto). Le diré más, mi padre tiene un trastorno narcisista de la personalidad, es un tipo difícil que nunca se ha preocupado realmente por nosotros. En su mente él es un “padrazo”, en el sentido de que nos ha pagado buenos colegios y económicamente nos tiene bien atendidos, pero nunca se ha molestado en conocerme de verdad. En rigor no sabe casi nada de mí, de las cosas que me interesan, la música que me gusta, las chicas o los amigos con los que salgo, nada de eso”.

Terapeuta: “No quiero interrumpirle, pero ¿a qué se refiere exactamente cuando hace ese diagnóstico sobre su padre? Probablemente entreveo que a lo largo de las sesiones va a utilizar numerosos términos clínicos, como consecuencia de estudiar Psicología, que vamos a necesitar que llene de contenido, de lo contrario no me será fácil entenderle con exactitud”.

Lionell: “ Ya sabe, un trastorno narcisista de la personalidad, mi padre es un tipo que está todo el tiempo hablando, repitiendo las cosas mil veces,  cree que no tiene que hacer cola en el médico, pasa por encima de los demás, todo el rato persigue que le escuchen, que le den bola. Es arrogante, soberbio, se cree especial, es patético muchas veces”. (Se ríe con resignación).

El paciente me hizo sentir que ya había cierta implicación por su parte en nuestro trabajo terapéutico, comenzó a abrirse y a dar una información muy importante y personal desvelándose muchos rasgos, deseos, necesidades y miedos que le caracterizan. Finalizó expresando lo que percibí como una fuerte rabia y rivalidad edípica hacia el padre. Al mismo tiempo, me pregunté si, al hablar sobre éste, no estaría Lionell expresando aspectos que inconscientemente pueden pertenecerle y formar parte de sus propias disposiciones. Me pareció demasiado pronto para interpretar y confrontarlo con estos aspectos. Me sorprendió la facilidad y franqueza aparente con la que fue relatando toda esta información sobre sí mismo. Personalmente me sentí muy motivado a trabajar con él. Tras finalizar esta primera entrevista, me pregunté concretamente qué era lo que yo había articulado para contribuir a que el paciente abandonara esa posición en donde trataba de controlarme y acorralarme, y se reubicara en un lugar tan favorable como era el de implicación en la terapia y apertura personal. Obviamente, fue un acierto no contribuir al establecimiento de una relación competitiva, ni mucho menos tratar de exhibir mis conocimientos como terapeuta al modo que quizá él esperaba y dar satisfacción a sus necesidades de control. Pienso que la clave estuvo en la devolución de lo que él estaba poniendo en juego (“me hace sentir usted, Lionell, que necesita controlar muchas cosas”), de modo que pudo repensarlo, contemplarlo e, incluso, favoreció la apertura en él (“me pregunto si le sucede lo mismo en otros ámbitos de su vida, si otras personas han podido sentirse así al tratarle”) Al mismo tiempo, quise validarle y transmitirle la sincera idea de que me apetece conocerle, (“me interesa conocer cosas sobre usted” ).

Unos días después, ambos volvimos a entrevistarnos y establecimos las condiciones de lo que sería la terapia, acordamos reunirnos tres veces por semana y abonar los honorarios al finalizar las sesiones de cada mes, como siempre indico a mis pacientes. Le comuniqué que tendría que acomodarse en el diván durante las sesiones al tiempo que tratar, en la medida de lo posible, de poner en palabras todo lo que le pasara por la cabeza, pese a que algunas de esas cosas le resultaran inapropiadas. Él aceptó de muy buen grado estas condiciones que, por otro lado, ya suponía, aunque expresó una cierta preocupación por la posibilidad de encontrarse con un terapeuta “ortodoxo y silencioso”. Quise ser muy claro con él y le expliqué que efectivamente en algunos momentos es conveniente que el terapeuta guarde silencio, advirtiéndole de que se trata de un silencio creativo, en el sentido de que pretendemos que el paciente se haga cargo de sí mismo y que el terapeuta no haga por éste el trabajo que le pertenece al primero. 

Durante la primera semana de tratamiento fueron apareciendo aspectos en donde, bajo mi opinión, reside el núcleo fundamental de la psicopatología del paciente Lionell V.

Lionell: “Tendría mas o menos un añito o así de vida y se me diagnosticó un glaucoma congénito en un ojo. Me llevaron a Barcelona a operarme. Según se cuenta en mi familia, parece ser que yo era realmente como el “rey de la casa”. La operación salió perfecta y en el tiempo posterior a eso, se me atendía mucho, se me dedicaba mucho tiempo y se tenía mucho cuidado conmigo. Al principio, mi madre y yo éramos como “uña y carne”. Jugábamos juntos, me sacaba de paseo, me leía cuentos. Éramos grandes amigos, inseparables. Me acuerdo bien de cómo ella  me bañaba, los patitos azules de juguete con los que yo pasaba el tiempo en la bañera. Me acuerdo de cómo me secaba la lengua con la toalla a modo de broma, y entonces yo le mordía la mano, sin hacerle daño, claro. Me vienen a la mente los cuentos, las voces que ella ponía, tengo una sensación cálida al recordar aquellos años. Mas tarde nació mi hermano Boro, yo tendría unos cinco años, y a partir de ahí dejamos de ser tan amigos. Mi madre, a veces recuerda una frase mía en aquellos días. A gritos le dije: “¡ojalá te mueras tú y el niño!”.

Terapeuta: “Quizá debió de ser enormemente duro el tener que compartir a su madre con el pequeño Boro, ya no la tenía toda para usted solo”.

Lionell:  “(Se ríe), Supongo que fue una gran faena y eso explica que, pese a que ahora nuestra relación es diferente, yo le hiciera durante muchos años la vida imposible a Boro (se ríe nuevamente). Algún tiempo después comencé a jugar mucho con mi hermano mayor, Fernando, ya le dije que tiene siete años más que yo. Me encantaba jugar con él, ¡era lo mejor! Compartíamos habitación y era todo fantasía. Yo tenía un nombre de juegos: ´jorjin´. En todos los juegos yo era ´jorjin´. A veces un superhéroe que llevaba a cabo misiones secretas, a veces un campeón del mundo cuando hacíamos fútbol, baloncesto, rugby. En otros juegos, yo tenía un ordenador dentro de mi cabeza que me dotaba de todo tipo de habilidades especiales. Cuando mi madre y yo empezamos a ser “enemigos” yo me convertí en un niño “más difícil”. Era un torbellino, también muy inteligente, hablaba muy bien para mi edad, muy espabilado, son cosas que siempre se han comentado en mi familia, como también las etiquetas de revoltoso, con un muy mal perder en los juegos, maleducado, chulesco, arrogante, quizá algo de todo eso todavía vive en mí... usted me lo dirá doctor (se ríe). Por otro lado, en aquel tiempo mi padre era para mí alguien todopoderoso, adelantaba a todos los coches en la autopista, era fuerte, me levantaba por los aires haciéndome cosquillas en la barriga, tenía fajos de billetes en los bolsillos, era respetado, sabía pescar, hacer barbacoas. Mis hermanos mayores disfrutaron más que yo de su presencia. Desde que yo tengo memoria, mi padre hacía muchos viajes de trabajo, iba a un casino de juego por las noches con asiduidad, estaba menos con nosotros, pero recuerdo algunas excursiones, jugar con él al fútbol, cosas así”.

Bajo mi opinión clínica, encontramos una hipernarcisización primaria (Bleichmar, 1997), en donde el ser un niño de una edad muy temprana añadido al suceso de su operación favoreció que se le atendiera de manera muy pormenorizada, se le proporcionara probablemente una especularización muy intensa, haciéndole sentir que era alguien digno de “recibirlo y tenerlo todo” con plena incondicionalidad e inmediatez. Al mismo tiempo, es tomado desde el comienzo como un niño inteligente y muy capaz, en el que se depositan ciertas expectativas de grandes logros desde la fantasía de los padres. Aparece una idealización del primitivo vínculo con la madre en donde la encontraba plena y constantemente disponible para satisfacerle, al tiempo que era provisto de estas satisfacciones narcisistas. A nivel de auto-conservación, cuando el paciente refiere “se tenía mucho cuidado conmigo”, puede haberse gestado una cierta sensación de que el propio cuerpo es frágil y proclive a enfermar, desaparecer, contradicción intrapsíquica entre el sistema narcisista, en donde se produce una cierta exacerbación, y el sistema de autoconservación, en donde queda inscrita una fantasía opuesta, por tanto, la grandiosidad de una parte, y la fragilidad de la otra. Después del nacimiento del hermano menor (Boro), se produce una disminución de esta atención y especularización y Lionell siente que el vínculo con la madre se fractura, se produce algo que el niño que fue Lionell debió vivir como una terrible herida narcisista, en donde debió sentirse profundamente abandonado, rechazado. Incorporándose la idea que queda inscrita y contradice a la anterior, a modo de escisión vertical en el psiquismo del paciente, en donde amar, depender y mostrarse como necesitado del otro, resulta peligroso. Se incorpora, también, una idea negativa de sí mismo, como alguien a quien se abandona, de quien se prescinde.

Por tanto, desnarcisización o trauma narcisista,  tal como lo debió vivir el paciente, que, a su vez, en diálogo con el sistema de autoconservación, comienza a generar ciertas quejas en relación al propio cuerpo. Quejas sobre molestias difusas que el paciente recuerda en alguno de los días en los que acudía a la escuela, entre los 5 y los 6 años. En el momento actual, aparecen sesiones en las que Lionell trae a consulta ciertas quejas físicas, así como fantasías hipocondríacas que venían a coincidir, tal como fuimos viendo y en seguida iré mostrando, con el fracaso de Lionell en ciertas relaciones interpersonales o cuando los objetos del self fallaban, bajo el punto de vista del paciente, en proveerle de diferentes satisfacciones.

Observamos una compulsión a la repetición, en donde el pasado infantil se repite en la consulta, y también en el vínculo conmigo. El niño que fue Lionell, probablemente, producía quejas a nivel de auto-conservación como modo de vivenciar la profunda herida narcisista que hemos situado tras el nacimiento del hermano menor, así como le servía para solicitar a la madre y tratar de retornar a aquel vínculo incondicional, en el que para él sólo regía el principio del placer. Asimismo observo en muchas sesiones la arrogancia, exhibicionismo y demás tendencias que configuran la expresión de un falso-self, al tiempo que ante sus angustias narcisistas me refiere tales síntomas, tal como hacía con su madre, esperando que yo le tenga en mi mente, lo aprecie y me ocupe de él. Me vino a la mente, a este respecto, uno de mis libros favoritos en el que se relatan varios casos de psicoterapia por el psiquiatra estadounidense I. Yalom, en el que hacía referencia a un paciente alexitímico, de muy poca sensibilidad para los afectos en general, y el contraste con los sueños que torpemente relataba en los que se desvelaba un mundo interno y una psicodinamia muy rica, es decir, un mundo consciente letárgico y un actividad onírica que revelaba enormes afectos y dinamismos. De este modo, Yalom esperaba con ansiedad la llegada a su consulta del “soñador”, personaje que “aparecía” cada vez que el paciente relataba algún sueño (Yalom, 1987). Al mismo tiempo, Lionell muestra la ya mencionada arrogancia, exhibicionismo y competitividad de su self adulto, al tiempo que, en ocasiones, me llegan mensajes de un Lionell-niño que refiere angustias diversas a través de las cuales, según interpreto, me dice que necesita que le cuiden y se queden con él.

Retomando lo anterior,  trauma narcisista tal como lo debió vivir el paciente, puesto que en la realidad parece ser que la madre en ningún momento fue negligente, en el sentido de que lo siguió tratando, educando y cuidando de una manera evidentemente razonable, pero qué duda cabe con respecto a la importancia no tanto de la realidad sino de cómo el paciente la fue subjetivizando. Recordé el concepto winnicottiano de los años 50 de “madre suficientemente buena”, en donde cada niño trae una intensidad particular en relación al nivel de satisfacciones que precisa en sus distintas dimensiones del desarrollo, y es misión de las figuras más significativas empatizar con la magnitud y cualidad de estas demandas en cada momento evolutivo (Winnicott, 1956). A este respecto, el paciente Lionell V debió ser un niño con un alto nivel de necesidad en este sentido, con lo que al principio encontró su paraíso particular, y podemos sentir la profunda herida que los efectos sutiles del nacimiento del hermano le produjeron, así como la angustia con que vivió el deterioro en el vínculo con la madre. (Véase el diagrama 1: “modelo genético de desarrollo del narcisismo del paciente Lionell V).

Como vimos, hay un segundo momento en el que tal trauma narcisista se atenúa con el fuerte vínculo que establece con el hermano mayor. Con éste, los juegos más allá de sus temáticas presentan un elemento en común con respecto a la posición que Lionell ocupa en los mismos. En estos juegos, Lionell es siempre un “agente secreto con cualidades excepcionales, o es un campeón deportivo, o es un héroe que logra enormes proezas”, con lo que se produce, a través de este vínculo, un entorno que es compensatorio para el inconsciente del paciente, entorno en que el hermano cumple para el self de éste funciones especulares, además de permitir la fusión e idealización para con Fernando, el hermano mayor, al tiempo que gozaba de la grandiosidad del padre, admirando su omnipotencia y falicismo, y disfrutando en su compañía de diferentes actividades. Al fin y al cabo, objetos del self con funciones claramente de apuntalamiento narcisista, en el sentido de que la secuelas del trauma que supuso lo derivado del nacimiento de Boro, el hermano menor, se ven compensadas a través de este estrecho vínculo con Fernando y la idealización de la figura del padre, figura inminentemente narcisista, que favorecía tal idealización mediante constantes exhibiciones, según puede interpretarse de las asociaciones del paciente. Bajo mi opinión clínica, podemos tomar estos acontecimientos tanto a modo de compensación secundaria a una herida o trauma narcisista, como también a modo de una nueva hipernarcisización, exacerbándose nuevamente rasgos narcisistas como el sentimiento de omnipotencia, excepcionalidad, derechos ilimitados, expectativa de satisfacción inmediata e incondicional de sus deseos y necesidades. Estas disposiciones narcisistas entrarán en conflicto constante con los límites que la realidad impone, produciéndose angustiosas luchas entre ésta y los desesperados intentos de Lionell por retornar a su paraíso particular; paraíso particular que conoció en sus primeros años en donde gozaba del erotismo de su madre de una parte, y de la otra, un paraíso en donde se es alguien excepcional, sin límites y las grandes hazañas son logradas sin esfuerzos ni frustración, solamente con ser deseadas. (Véase diagrama 1: en página siguiente).

Por otro lado, la figura de la madre queda como desvalorizada, el pequeño Lionell siente cierta agresividad hacia tal figura como consecuencia de lo vivenciado  como una pérdida, como una traición por parte de ésta, tal como se ha ido ilustrando anteriormente. Herida infantil de alcance entonces insospechado, de importante peso, junto a otros aspectos que estamos mostrando, con respecto a la estructuración y dinámica de la personalidad de Lionell y con respecto al tipo de vínculos que establece actualmente con las personas en general y, especialmente, con los objetos femeninos. Dicha vinculación, como veremos está profundamente marcada por el miedo a ser retraumatizado, y desear, necesitar y/o depender de otro es vivenciado como peligroso, como una posición que ha de evitarse, de la que se ha de escapar.

Diagrama 1

Hasta el momento he tratado de transmitir al lector una idea sobre la personalidad del paciente y se ha proporcionado una hipótesis basada en un modelo del desarrollo del narcisismo sobre los orígenes y comprensión de tal núcleo central en el psiquismo de Lionell V. Sin embargo, pese a que tal explicación puede sernos satisfactoria en cuanto a que corresponde con nuestros modelos teóricos, la mantendremos en revisión constante.

Por otro, lado quisiera continuar respondiendo a la que me propongo como obligada pregunta: ¿cuál es la dinámica resultante de este desarrollo del narcisismo que se ha descrito? Es decir, ¿cómo es el paciente en el “aquí y ahora”, con sus 23 años?, ¿qué siente, qué vivencias tiene, qué anhelos y angustias residen en el joven Lionell que tenemos ahora delante en el consultorio? ¿Y yo de qué modo pienso ayudar a este paciente?, ¿qué dificultades encuentro?, ¿qué hay de mí persona y de mi modo de  encarar el tratamiento que pueda contribuir a la mejora del paciente u obstaculizarla?

En respuesta a lo primero, a nivel clínico encontraríamos lo que quiero mostrar inicialmente con un segundo diagrama que explico a continuación.

En este segundo diagrama se muestra de una parte lo que está manifestándose en la fantasía y comportamiento del paciente, al tiempo que todo ello coexiste con una serie de aspectos que no se manifiestan, pero que podemos inferir y que nos explican el porqué de los aspectos manifestados. Observamos claramente las heridas del trauma narcisista junto con las compensaciones caracterológicas que el paciente ha realizado. Por tanto, a este respecto a nivel de tratamiento se nos presentan como mínimo dos claros objetivos: ayudar a Lionell a hacer conscientes los aspectos manifestados y, a través de ellos y de las reconstrucciones de la historia personal, mostrarle la significación y funciones de los mismos, al tiempo que la relación con los no manifestados; dichos aspectos no manifiestos coexisten en el seno del inconsciente, a modo de escisión -interesante concepción kleiniana (Klein, 1946) reelaborada por otros autores como Kohut en donde afectos antitéticos coexisten en el inconsciente de la persona, mostrándosenos nuevamente una clínica en donde rige la contradicción en el propio seno del psiquismo.

Diagrama 2.

En cuanto al manejo terapéutico junto a Lionell me centro, como he indicado, en responder a preguntas como: ¿qué hay en su historia personal que le hace vivir, percibir, expresarse y sentir de este modo?, ¿qué de su pasado se está repitiendo en su presente y en su relación directa conmigo? Trato de interpretarle sus deseos y necesidades, que pueda ir observando, aceptando y elaborando sus anhelos de admiración y de estar “bajo el reflector”, la envidia, su competitividad, su agresividad, lo vivenciado como fallas y ataques de los objetos del self ante las insatisfacciones que le produce no poder controlarlos. Trato de confrontarlo con sus fantasías de omnipotencia y excepcionalidad, en la aceptación de sus aspectos negados como la necesidad de los demás, sus sentimientos de vacío, poca valía e inseguridad y en la comprensión de sí mismo en cuanto a cómo todo ello ha quedado disociado y compensado con un “falso self” al que solamente le preocupa el mostrar una imagen valorizada y grandiosa de sí mismo a través de constantes exhibiciones, evitando ubicarse en posiciones interpersonales que son vivenciadas como peligrosas, como serían desear, necesitar o depender de otro que no es él mismo.

Le muestro sus defensas proyectivas y le invito a reflexionar sobre qué puede haber en él y en su modo de relacionarse que contribuya a los conflictos con los demás. Al fin y al cabo, como anteriormente, apunté hacia la ampliación de la consciencia en lo referente a sus deseos, necesidades, disposiciones y orígenes de las mismas. Y, por otro lado, trabajo siempre en la creación de un clima de pleno respeto y aceptación, de un espacio sin censura en donde se sienta escuchado y comprendido de modo que pueda crearse un vínculo no neurótico, de confianza, en el que pueda vivir una experiencia diferente, correctiva, cicatrizante. Trato de interpretarle sin retraumatizar su narcisismo, sin descalificarle, evitando satisfacer al tiempo que validar las necesidades de “satisfacción especular y fusión idealizante” sobre todo en referencia a las primeras, que son las que presenta con mayor intensidad. Trabajamos bajo la teoría “del conflicto y del déficit” pivotando entre la interpretación, confrontación, clarificación, el incentivo a elaborar y la validación empática (Gabbard, 2002). Empatizando, es decir, tratando de sentir lo que Lionell siente y vivencia, puesto que tales disposiciones también han residido en mí en otro tiempo; aunque sintiendo lo que él siente de un modo atenuado, lo cual, como dijera Kohut,  “está bien que sea así” (Kohut 1959, Riera y cols, 2002).

Relacionarme con Lionell, escucharlo y sentirlo evoca en mí muchas vivencias asociadas con sentimientos parecidos a los del propio paciente. Trabajé mucho a título personal mis tendencias narcisistas. Durante mis primeros años de ejercicio entraba torpemente en conflicto con algunos pacientes como consecuencia de lo irritado que me sentía por sus constantes exhibiciones y sus tendencias competitivas. Me resultó de enorme utilidad el poder supervisar aquellos casos con otros profesionales de mayor madurez. Como decía uno de mis maestros: “el buen analista es un poco histérico, un poco fóbico, obsesivo, narcisista... pero ¡sabe que lo es!”.

Durante el primer año de tratamiento

Lionell suele llegar a mi consultorio con puntualidad, utiliza una bicicleta como medio de transporte, seguimos saludándonos del mismo modo. Estrechamos las manos, él se me dirige con mucha deferencia, me llama de usted y siempre utiliza el término “doctor” para referirse a mí: “Buenas tardes doctor”. Yo igualmente le llamo de usted, “¿Qué tal Lionell, cómo está?”. Cada uno nos ubicamos en nuestro sitio. Lionell se recuesta en el diván, deja reposar sus pies sobre la estantería que sigue inmediatamente en ubicación al propio diván. Exactamente roza el mueble con sus zapatos mientras está tumbado dejando una cierta marca gris en el blanco de mi mueble. Yo me ubico en un cómodo sillón a su espalda, junto a mí una mesita donde reposa mi taza de té y el telefonillo conectado al timbre del consultorio.

Durante las sesiones habla mucho, con mucha fluidez, con pocas interrupciones, puede pasar sin problemas los primeros veinte minutos de la sesión articulando frase tras frase y saltando de unos temas a otros con mucha pericia. En ocasiones, habla sobre sí mismo como un auténtico terapeuta (recordemos que Lionell es estudiante de último año de psicología), tratando de formular sus síntomas, encontrarles significados subyacentes. Se pregunta bajo teorías e hipótesis psicoanalíticas por las auténticas motivaciones de su conducta. De todo esto puede extraerse un gran entusiasmo, aparentes ganas de mejorar, de aprender sobre sí mismo. Pero, al mismo tiempo, conforma todo un modo de defensa, una auténtica racionalización, donde le es mucho más sencillo y tolerable hablar de sí mismo de manera desenfadada, como desconectado de sus afectos, es decir, teorizar sobre sus emociones y sentimientos más profundos en lugar de sentirlos. También consiste para él en un modo de exhibirse ante mí. Parecía verdaderamente necesitado de que yo le mostrara mi admiración. Pasará muchas sesiones hablando de psicoanálisis, de las teorías que le entusiasman, necesitando demostrarme que tiene conocimientos, y demostrarse a sí mismo, a través de la respuesta especular que esperaba en mí, que es alguien valioso. En muchas ocasiones encuentro que sus monólogos, las lecciones de psicología que pretendía dar para, por un lado, explicarse sus síntomas y, por otro, exhibirse, estaban a veces vacíos. Admiraba mucho a  H. Kohut y hablaba de él hasta el punto en que desvirtuaba su teoría y se servía de ella para justificar ciertas actitudes y criticar alguna de mis intervenciones. Cuando se le confrontaba en este sentido tratando de mostrarle la ambigüedad de sus palabras y la utilización que hacía de las mismas, se irritaba. A veces no conscientemente, puesto que daba muestras de querer aceptar la interpretación casi a modo de formación reactiva, pero luego se desvelaba que, como en otras muchas ocasiones, mi intervención era, en el fondo, sentida como descalificación, como un golpe atestado por un rival al que había que derrocar, suplantar y vencer, desvelándose una cierta competitividad para con el terapeuta.

Lionell: Hoy me siento regular, doctor, como deprimido, anhedónico, al venir andando hacia aquí empezó a llover y tuve una fantasía sobre que iba a llegar el fin del mundo, me costaba un poco respirar, pensé que podría tener una patología pulmonar, apagué mi cigarrillo. No sé por qué me siento así, quizá hay deseos reprimidos que amenazan con hacerse conscientes, quizá mi self amenaza con descohesionarse. Por favor, doctor, ¿no puede hacer algo, tocar su flauta mágica y sacarme estas sensaciones depresivas?

Terapeuta: Pienso, Lionell, que para usted es más cómodo hacer teorías sobre sus afectos y emociones que tratar de sentirlas y expresarlas tal como las vive. Al mismo tiempo, me hace sentir que necesita exhibirse y demostrarme que conoce la teoría psicoanalítica, como buscando en mí la admiración que quizá en otro tiempo anheló y le fue negada.  Fantasea con que yo soy un padre todopoderoso que le puede sanar a golpe de magia. Es como si pretendiera que yo hiciera por usted lo que quizá ha de hacer por sí mismo, Lionell.

Lionell: Me mete usted mucha caña, doctor, creo que estoy sintiendo cierta agresividad, creo que disfruta tocándome la fibra, me critica, me frustra, ¿no cree que me trata con excesiva dureza?

Terapeuta: Entiendo que se sienta frustrado cuando quizá en el fondo espera que yo admire su intelecto y, sin embargo, lo que hago es, sin dejar de reconocer que es usted una persona inteligente, interpretar y mostrarle sus aspectos reprimidos .

Lionell: Pero doctor, ¿qué hay de ofrecer admiración a aquellos pacientes que tuvieron, quizá, un déficit en ese sentido? Es decir, si yo busco la admiración en los demás, como usted me ha interpretado en ocasiones, ¿por qué no me proporciona lo que quiero? (yo guardé aquí un silencio).

Terapeuta: Lionell, ¿se da cuenta de cómo trata de controlar mi manera de trabajar, y de cómo hace usted un utilitarismo de la teoría kohutiana para servirse de ella? Sin embargo, me parece un avance por su parte el hecho de que pueda ser capaz de reconocer sus necesidades, necesidad como es ésta de exhibirse y sentirse admirado.

Lionell: (Tras unos segundos de silencio, agrega, retomando lo indicado al comienzo de la sesión) Mañana será puente y todos mis amigos se marchan a sus casas, a sus lugares de origen, yo me quedo en Madrid y, bueno, no sé lo que voy a hacer estos días, debería terminar el proyecto de fin de carrera, pero no encuentro los ánimos 

Terapeuta: Al escucharle, Lionell, pienso que quizá se siente sólo, desplazado, que se siente necesitado del contacto con sus amigos y, ante la marcha de estos, siente una profunda sensación de abandono

Lionell: Soy un tipo muy independiente, creo que no necesito demasiado a la gente y, sin embargo, encuentro que las personas que tengo a mi alrededor me necesitan muchísimo. Por ejemplo, mi hermano Boro, soy como su psicólogo personal, y mi amigo  Charly de Mallorca, al menos dos o tres veces en semana me telefonea para contarme sus cosas y que le ayude. Mis compañeros de piso, igual, el propio David, me parece que necesita mucho de mi presencia, es como si yo le diera seguridad de cara a relacionarse socialmente. Por tanto, ya le digo, la gente cercana a mí me necesita mucho, probablemente mucho más que yo a ellos.

Terapeuta: A través de hablar de las necesidades que tienen sus amigos y hermano, está en el fondo expresando las necesidades que tiene usted mismo de que le escuchen y estén con usted, Lionell. Es como si sintiera que necesitar a los demás supone un lugar peligroso para uno, en donde pueden abandonarlo y dañarlo. Quizá sus sentimientos depresivos a los que aludía al comienzo de la sesión tengan que ver con todo esto, ¿no le parece?

Lionell: ¿Cree que soy una persona dependiente, que me siento una mierda cuando estoy solo, cree que reprimo cosas y falsamente me creo independiente? (largo silencio). Yo soy el líder de mis amigos y me jode cuando no consigo serlo, pero igualmente me gusta hacer cosas solo: escribir, escuchar música, leer.

Terapeuta: Creo que existen dos soledades: una soledad que es buscada, creativa, en la que usted verdaderamente disfruta con sus aficiones, y otra a donde siente que es arrojado. Lionell, tal como yo lo veo, las relaciones con la gente suponen una interdependencia en donde uno necesita del otro. Igualmente, aquí yo necesito que usted asocie y se exprese para interpretarle, a la vez que usted necesita de mis interpretaciones para beneficiarse. Creo, Lionell, que necesita negar su necesidad de contacto con los demás porque vivencia tal necesidad como signo de intolerable debilidad y teme que lo abandonen y dañen.

Lionell: Quizá sí, creo que me siento deprimido porque me han dejado solo, puede ser.  ¡Cabrones!

Terapeuta: Ahora creo que está usted sintiendo pena por sí mismo, y sintiendo con fuerza lo que vive como un abandono, y expresa su rabia hacia los objetos, como si no pudiera representarse que los demás también tienen derechos, necesidades, deseos y un mundo propio.

Lionell: (Después de algunos minutos de silencio) Creo que hoy me llevo cosas interesantes en las que pensar y, por la razón que sea, me siento mejor, quizá el mero hecho de ser escuchado me es terapéutico (silencio), ¡Vaya! (se ríe con sorpresa).  Creo que con mis zapatos llevo meses manchándole la estantería, acabo de darme cuenta ahora, lo siento, doctor

Terapeuta: Lionell, puedo percibir su agradecimiento por escucharle y además creo que estos meses en los que lleva manchando la estantería con sus zapatos, en el fondo es un intento por su parte de dejar una marca suya, una impronta en mi consultorio y por extensión en mí mismo, deseando que yo me acuerde de usted, piense en usted cuando no le tengo delante, como en estos días de vacaciones. Hemos terminado la sesión, espero que pase un buen puente y fin de semana, Lionell.

Meses después

En ocasiones, cuando terminamos las sesiones, en el momento de abandonar el consultorio Lionell se cruza con algún que otro paciente que justamente llega a consulta para verse conmigo. Trato de evitar que esto ocurra, pero a veces es imposible, y curiosamente nos provee a los terapeutas de informaciones muy valiosas en base a las reacciones que nuestros pacientes tienen en tales encuentros.

Lionell: Su paciente, con el que me cruzo creo que algunos miércoles, el que sale cuando yo entro, tiene esa pinta como de pusilánime. Seguro que en el colegio, de pequeño, le pegaban sus compañeros o al menos lo humillaban o se burlaban  mucho de él. Me da esa impresión. Y este otro paciente suyo, con el que me cruzo últimamente, tendrá ¿48 años?, parece serio, quizá un tipo fácilmente cabreable, puedo imaginar las dificultades que debe usted tener con él. Y también está la paciente sudamericana. Me pregunto de dónde sacará  el dinero para pagarle, pero, bueno, si usted la trata, supongo que lo tendrá. Mire, fantaseo con que usted se la folla, quizá sea la manera que ella tiene de pagarle (se ríe). Obviamente, no pienso que esto sea real, pero, bueno, supongo que me vino a la mente y es honesto por mi parte que  ponga estas cosas en palabras, ¿no le parece?

Terapeuta: Valoro la apertura y espontaneidad con la que habla de mis pacientes, me recuerda al modo en que usted se expresó hace ya muchos meses, en referencia a aquellos otros analistas que había visitado, ¿lo recuerda? (Lionell asiente) me pregunto si no estará usted expresando con palpable agresividad, tanto en esta ocasión como en la anterior, una cierta envidia hacia aquellos analistas, en el primer caso, y hacia mis pacientes en este otro.

Lionell: Pues no lo sé doctor, ¿por qué razón iba yo a envidiar a estas personas? Unos analistas incompetentes y unos pacientes probablemente aburridísimos. Además, yo estoy casi seguro de que usted se lo pasa muy bien en nuestras sesiones. Es más, creo que yo soy su paciente favorito, que, de algún modo, usted se identifica conmigo, que le gusta como soy, cómo me expreso, cómo pienso ¡sin duda! Sé que, probablemente, usted guardará silencio ante mis insinuaciones dado el contexto en el que estamos, pero no se preocupe, yo lo digo por los dos (se ríe perceptiblemente).

Terapeuta: Pienso que todas las personas, por el hecho de ser humanos, captamos a los otros en base a nuestras necesidades, deseos y miedos. En este sentido creo que realmente es su deseo, Lionell, es su deseo, el ser mi paciente favorito y que de alguna manera compite usted en la fantasía frente a mis pacientes, como quizá compitió con sus hermanos en la realidad por ser el hijo favorito a los ojos de sus padres. Igualmente, parece como si necesitara ser el favorito de todos, como si  ése, y no otro, fuese el único lugar en que uno puede ser apreciado.

En este momento la sesión tocaba a su fin, el reloj daba las 20.43 de una fría noche de miércoles en Madrid y mi siguiente y último paciente del día, el Señor B, un hombre de 45 años, marcadamente obsesivo, estaba apunto de llegar. Acto seguido sonó mi telefonillo, anunciando, como siempre, su llegada dos minutos antes de la hora exacta. Antes de que yo diera por finalizada la sesión, puesto que aún nos quedaban dos minutos, Lionell, tras un breve silencio en que reflexionaba sobre nuestra conversación, comentó:

Lionell: Bueno ahí llega su paciente, supongo que toca marcharse, ¿qué hora es? (yo guardé silencio ante su pregunta), supongo que si no me echa usted todavía será porque nos quedan unos minutos. Pues no sé qué más contarle hoy, supongo que pensaré sobre lo que hemos hablado. Si le soy sincero, saber que su paciente está ahí afuera esperando  me bloquea, me incomoda, me cuesta pensar.

Terapeuta: Quizá ahora esté sintiéndose como cuando nació su hermano Boro y, como le sucedió con su madre, siente que yo le echo de mi consultorio para ocuparme de otra persona que no es usted, como si tuviera dificultades para representarse que, pese a que yo tenga otros pacientes, pueda estimarle a usted también .

Lionell permaneció unos segundos en silencio y en ese instante tuve que dar por finalizada la sesión puesto que estábamos sobre la hora.

Pocas semanas después, relató un sueño.

Lionell: Estoy en su consultorio, tengo la misma perspectiva que cuando estoy realmente aquí tumbado, es decir, siento su presencia detrás mío, puedo ver la estantería, los libros, el cuadro de Freud, puedo distinguir el rojo de la CIE10, el azul del tomo grande del DSM. Siento que mis pies sobresalen del diván y casi reposan sobre la balda de la estantería. De repente me doy cuenta de que usted no está, no está sentado detrás mío en su sillón; algo le ha sucedido, algo malo relacionado con su salud. Pese a ello el sueño no es angustioso. Lo primero que pienso en ese momento no es sobre su pérdida sino que me preocupo por qué ocurrirá con sus libros, con su consultorio, qué será de ellos, quién se hará cargo, en qué convertirá su mujer el consultorio.

Terapeuta: Es como si quisiera usted que yo desapareciera, sentarse en mi sillón, quedarse con mis libros, con mi mujer, con mi consultorio, al fin y al cabo ocupar mi lugar. Como si usted sintiera, Lionell, que no puede haber lugar en el mundo para los dos. Parece que su lógica inconsciente es la del tercero excluido,  o yo o el otro, una lucha a muerte en donde sentir mis interpretaciones supone para usted aceptar una derrota, con lo que se defiende constantemente ante lo que vivencia como críticas y descalificaciones por mi parte .

Lionell: ¡Venga ya, doctor, no se ponga heroico con edipismos baratos!, ya Freud caducó.

Terapeuta: Entiendo que para usted sea más cómoda la burla y el sarcasmo que el sentir y pensar mis interpretaciones. Parece que le cause envidia comprobar que yo veo necesidades de usted que le son desconocidas, y ello le produce tal sentimiento de humillación que necesita atacarme en lugar de beneficiarse de mi ayuda.

Semanas después

Lionell: Me viene a la mente un recuerdo muy antiguo de mi infancia, doctor. Me da bastante corte, pero voy a contárselo. Hacia los 6 años, solía pasar mucho tiempo con mi primo un año menor que yo. En esa época, me había percatado que desde hacía algún tiempo mi pene aumentaba de tamaño, y aquello me parecía muy sorprendente  (balbucea un poco, se toca las manos, se ríe avergonzado).

Terapeuta: Entiendo, ¿quiere decir que se empalmaba, que se le ponía dura la picha?

Lionell: (rompe a reír, hasta casi caerse del diván) ¡La picha!… qué cosas dice, doctor.

Terapeuta: Le percibo muy tenso al hablar sobre estos temas, llamemos a las cosas por su nombre, ¿no le parece?, me pregunto qué puede haber dentro de usted que le impide hablar de su sexualidad con naturalidad (entiéndase la utilidad del grotesco comentario que le hice, en donde a través del humor, la sorpresa y la exageración busqué con cierto éxito mayor naturalidad por su parte al hablar de algo que le era avergonzante).

Lionell: Durante semanas no podía ni creerlo, pero no había duda, se presentaba según el momento del día una variación escandalosa de tamaño y rigidez de mi... picha (se ríe). Recuerdo que me sentía orgulloso, e incluso quería mostrarlo y que mi hermana y hermano mayores lo comprobaran. A mi primo también le sucedía, y buscábamos un lugar privado donde poder mostrarnos nuestras grandes pichas. El juego fue evolucionando hasta que tomó la forma de una lucha. Simulábamos que nuestros penes eran espadas, espadas como las de los soldados de la Edad Media que habíamos visto en las películas... ¿entiende?...  y las chocábamos una y otra vez. Recuerdo una sensación intensa de placer en la realización de aquel juego (hace un breve silencio y en tono reflexivo agrega) Espadas, lucha, rivalidad... qué curioso.

Terapeuta: Creo que ahora, Lionell, a través de sus asociaciones y recuerdos, está usted dándose cuenta de que necesita competir más que compartir con los otros. Luchando en el fondo frente a su honda necesidad de triunfar sobre los demás, como en su sueño respecto a mí. Al fin y al cabo, tratando desesperadamente de reparar lo que debió vivir como terribles derrotas en un pasado.

Lo anteriormente reflejado a través de los diálogos transcritos ilustra algunas de las características más importantes en el paciente. Se muestran los sentimientos de vacío y disforia frente a la ausencia de los objetos del self y frente a sus fallas reales y/o fantaseadas, en proveer de especularización al paciente. Al mismo tiempo estos sentimientos depresivos vienen acompañados de una cierta rabia y resentimiento frente a estos. Puede inferirse en Lionell un fracaso en sentir y representarse a los demás como objetos separados. Es algo que a nivel cognitivo y racional puede verbalizar, pero el sentimiento y la fantasía inconsciente son diferentes, y comulga con esta sensación de que los demás han de ser controlados y estar plenamente disponibles para dar satisfacción de manera incondicional. En este sentido, observamos cómo tal angustia de “disforia narcisista” viene también acompañada de fantasías hipocondríacas, a través de las cuales tales sentimientos disociados toman parte. El mecanismo sería que ante la intolerancia a vivenciar los sentimientos de necesitar al objeto, estos son escindidos y sustituidos por dolencias hipocondríacas. Pueden percibirse nuevamente la negación de la necesidad de los demás, junto a la envidia narcisista y las necesidades de exhibicionismo, de  “estar siempre bajo el reflector”.

Considero de vital importancia que tengamos un esquema claro de la génesis y las manifestaciones de la psicodinamia del paciente. Hemos de recapitular y recordar que, a través de reconstruir fragmentos de la historia de Lionell y observándolo bajo la óptica de un modelo genético del desarrollo del narcisismo, encontramos ciertas alteraciones en tal desarrollo narcisista (diagrama 1), en donde siguen actuando desde el inconsciente una serie de necesidades y conflictos en la personalidad adulta del paciente, cuya frustración o irresolución produce angustias que se infieren en la observación clínica y, a través del propio vínculo y relación transferencial  con  Lionell, en las visibles defensas e intentos de compensación, a través de la expresión de un “falso self” con características significativas. Algunas -como son el exhibicionismo, la competitividad, la envidia, la prepotencia, las conductas y fantasías de grandiosidad y omnipotencia- ya han sido abordadas y descritas en estas páginas, y otras -como las experiencias de satisfacción sustitutiva, en forma de tabaquismo o  conductas de juego patológico, donjuanismo entre otras- en seguida aparecerán.

Por otro lado, Lionell presenta una forma de vinculación y relación narcisista con los objetos en la que busca la especularización, primordialmente, o la exhibición del otro como posesión narcisista, despertando la envidia en los demás al tiempo que muestra, lo que no puede dejar de denominarse como defensas maníacas, en donde depender y necesitar al otro es vivenciado como peligroso, a la vez que se desvaloriza y denigra al objeto.

Observamos, por tanto, los motivos y funciones que impulsan y albergan todos estos rasgos y actitudes, de una parte, y de la otra comprobamos cómo al fracasar estas defensas compensatorias frente a las limitaciones de la realidad se imponen transitoriamente las angustias narcisistas a través de la conformación de sentimientos disfóricos, de desvitalización, vacío, poca valía, fantasías hipocondríacas, somatizaciones, etc. En este punto quisiera proporcionar al lector un esquema orientativo sobre esta psicodinamia del paciente a la que nos estamos refiriendo constantemente. Obviamente, es un boceto adaptado al caso que aquí estamos presentando, aunque el formato está ciertamente basado en el propuesto por Bleichmar en su libro “Avances en psicoterapia psicoanalítica de 1997”:

En otro orden de cosas, no puedo dejar de hacer notar que el paciente Lionell V. presenta un nivel de funcionamiento relativamente bueno, normal y sano en muchos aspectos. Durante el primer año de análisis finalizó con éxito sus estudios, licenciándose en Psicología y obteniendo una calificación sobresaliente en su trabajo de final de carrera. Sus tendencias narcisistas, efectivamente, albergan una dimensión dañina, una dimensión ciertamente patológica que producen ciertos niveles de angustia, pese a que en ningún momento llega a presentar un trastorno importante. Al mismo tiempo, la competitividad, las ganas de superarse o el entusiasmo por la salud mental, revelan también la existencia de puntos sanos e intereses genuinos en Lionell.

Segundo año de tratamiento

Meses después, el paciente decide separarse de sus compañeros de piso y marcharse a vivir solo e iniciar la preparación de unas oposiciones-concurso. Refiere que disfruta mucho en el trato con sus compañeros, aunque en ocasiones la convivencia se ensombrece, llevando a algunos episodios en los que Lionell siente que sus compañeros “son una carga, en ocasiones le dan un trato injusto, el reparto de las tareas caseras es inapropiado  al tiempo que incumplido por alguno de ellos”. Con lo que, bajo la lógica de desprenderse de ellos, para separarse de lo vivenciado conscientemente por él como “una carga” decide irse a vivir en solitario a un apartamento arrendado.

Lionell: En ocasiones, cuando tengo ansiedad, lo noto mucho a nivel de estómago. Tengo desde hace años fobia a vomitar. Cuando tengo malestar estomacal me angustio. Es como si la ansiedad, que no sé de dónde viene, me generase molestias, pesadez de estómago, leves náuseas y, a la vez, estas sensaciones me angustian porque las asocio con que podría llegar a vomitar. Al final nunca vomito, de hecho llevo sin hacerlo desde los nueve años. Tengo miedo al mareo, a esa horrible sensación previa al vómito, me asusto mucho. Obviamente esto me ocurre por épocas y nunca con continuidad, quiero decir que por ejemplo en los últimos 3 meses no me ha sucedido. Además, ya le digo, me hace comer mal o no comer. Pero nunca es del todo grave, quiero decir que se me pasa rápido. Es curioso, la comida que hago con más fundamento, hambre y placer es la cena, bueno, y la recena, como yo la llamo. Por las noches me siento genial, sin tensiones ni ansiedades, disfruto de mis cosas, estudiando, leyendo, haciendo algún trabajo, escuchando música, en mi espacio. Me encanta.

Terapeuta: Existen dentro suyo muchos sentimientos de los que usted parece no darse cuenta, Lionell,  no querer hacerse cargo, tiene miedo a vomitar, como teniendo miedo de que algo interno que es temido aflore a la consciencia, y, como decía un profesor mío, cuando la mente y las palabras se callan, es el cuerpo quien se expresa, es decir, tales sentimientos se expresan a través de sus síntomas corporales.

En estos momentos en los que Lionell vive solo, como antes mencionamos, las angustias de soledad, su sentimiento de abandono, se acentúa con lo que hay sesiones en las que trae síntomas somáticos difusos, fantasías hipocondríacas, sentimientos de desazón y disforia, miedo a la muerte, etc. A este respecto aparece en el paciente una cierta tendencia, identificado con la idealización inconsciente de la figura paterna, a ciertas conductas de juego, bajo las cuales acude a un casino de la ciudad a tratar de ganar dinero apostando en la ruleta. Para Lionell, sus conductas de juego estaban impregnadas de una enorme emoción, se encontraba algo disfórico, deprimido, solo. Las conductas de juego en base a cómo las relataba venían a ocurrir cuando  “le fallaban”  sus objetos del self o no era capaz de centrarse en el estudio de su oposición. Entonces, a modo de experiencia de satisfacción sustitutiva, aparecían estas conductas. Por un lado, estaba este aspecto de escapar, de salirse de un estado emocional que le era desagradable a modo de regulación psicobiológica; por otro lado estaba la fantasía de omnipotencia, de megalomanía en relación a hacerse rico de manera inmediata, de arruinar al casino, de desbancarlo, negando al mismo tiempo la necesidad de esfuerzo y espera que le impone la obtención de plaza en la oposición.  También estaba la identificación con la grandiosidad del padre como acabo de indicar, que, como supimos con anterioridad, tenía enormes tendencias a la misma actividad. Y, finalmente, y volviendo a lo anterior, era un modo de negar la realidad, de escapar del esfuerzo, la frustración y el tiempo necesarios para aprobar sus oposiciones.

Lionell: Definitivamente, puedo sentir mi necesidad de los demás, mi necesidad de darme cosas con la gente. Vivir solo me lo está mostrando cada día. Quiero decir que me siento una persona independiente, no necesito que nadie tome decisiones por mí, ni necesito estar constantemente acompañado, para nada, de hecho detesto a las personas pusilánimes. Pero cada cierto tiempo necesito una buena conversación, una cerveza con un amigo, interesarme y sentir que se interesan por mí, ir al cine con una chica guapa. De lo contrario, llega un momento en el que la excesiva soledad me puede, me siento abandonado, deprimido, sin ganas de estudiar, comiendo peor, necesitando algo que no llega, fumo más e incluso me voy al casino a jugar algo de dinero con la idea de poder ganar bastante. Cuando gano dinero allí, me siento mejor. Creo que la gente en la calle no se da cuenta de lo importante y valiosas que son las relaciones con los demás. Yo mismo he despreciado muchas veces a personas importantes, negándome el hecho de que estaba recibiendo cosas  en tales relaciones.

Terapeuta: ¿Se da cuenta, Lionell, de cómo la ausencia de sus objetos del self y la prepotencia que le hace no acudir a ellos juegan en su contra? Usted ha sido un poco como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como, Ello parece jugar en su contra y generarle, según estamos viendo, ciertas angustias de las cuales usted parece tener dificultades en manejar. Fuma, se juega su dinero, es como si necesitara hacerse daño por algún motivo.

Ahora abordaremos un área vitalmente importante para Lionell como son sus relaciones con los objetos femeninos. Durante el primer año de análisis, el paciente se refirió en muchas ocasiones a sus relaciones interpersonales, incluyendo las de tipo amoroso. Nosotros las mencionaremos ahora por una cuestión de guardar cierto orden en las dimensiones que se van abordando, pero es de notar que, durante todo el análisis, el paciente mantuvo ciertas relaciones con diferentes chicas, en donde iban variando los nombres de ellas, al tiempo que se repetía la manera a través de la cual Lionell se relacionaba con las mismas. Durante este tiempo siempre estableció un tipo de vinculación muy determinada en las relaciones amorosas.

En los momentos en que el paciente relata sus vivencias a este respecto, nos topamos con un interjuego muy organizado, en donde Lionell, por un lado, escapa de la soledad al tiempo que evita situarse en posiciones en las que siente que pueda ser dañado, como hemos mencionado ya reiteradamente. Por tanto,  se las ingenia para encontrar siempre un objeto femenino disponible a través de la relación con el cual el paciente trata de satisfacer parcialmente sus deseos de apego, de ser provisto de sexualidad y, sobre todo, de especularización, admiración que recibe de doble fuente: de una parte, del objeto femenino con que se relaciona y, de la otra, a través de esa instancia intrapsíquica, interna, que premia a medida que uno se acerca a un “yo ideal” narcisista (Freud, 1914), en donde Lionell podía sentirse grandioso y potente en el momento en que eran exitosos la seducción, liderazgo y control que trata de ejercer sobre los objetos.

Como apuntábamos, el paciente lleva a cabo una auténtica me permitiré el término, “economía objetal”, en donde se surte de los objetos a la vez que no se compromete personal, profunda o duraderamente con ellos, con lo que podía resultar dañino. Bajo mi opinión estamos ante un sadismo defensivo en Lionell, en referencia a que el daño que causa lo produce al modo del “narcisista libidinal” que no daña por el placer del sadismo primario, sino por desatención (Rosenfeld en Gabbard, 2002). Inicialmente seduce, despierta el deseo en el objeto, lo ensalza y entusiasma haciéndole sentir parte de la imagen grandiosa previa y constantemente exhibida, para, después, desatenderle ante el miedo a adquirir un compromiso y en ocasiones desvalorizarlo maníacamente, encontrarle defectos y hacerlo sentir inadecuado e insuficiente. Por tanto, contradicción entre los sistemas de apego y narcisista, en donde por satisfacer y proteger la integridad del segundo sistema, el primero queda constantemente insatisfecho. Actitud defensiva representada por ejemplo por una frase que repetirá LIonell muchas veces: “no es la mujer  que me acompaña en mis fantasías”. De modo que la elección de objeto lo es en base a un tipo de elección narcisista, en donde se trata de encontrar un objeto femenino idealizado e idealizante (Freud, 1914; Bleichmar, 1997).

Durante muchos meses, Lionell mantiene una relación muy ambivalente con una chica de Mallorca, Daniela, a quien, parece ser, conoció durante las vacaciones de verano en su isla natal entre nuestro primer y segundo año de análisis juntos. Mantuvieron un romance durante esas semanas, siendo interrumpido con el retorno del paciente a Madrid, donde, como apuntamos, comienza a estudiar sus oposiciones. Por tanto, se trata de una relación en la que existe una distancia a nivel geográfico, hecho que emplea el paciente como excusa para no establecer una relación estable.

Lionell: Hacia los 13 años me gustaba mucho hacerme pajas en la bañera azul de mi casa en Mallorca, mientras me duchaba. Era muy placentero. Hubo una época en que mi hermana Victoria dejaba su bikini colgado en el baño. Entonces yo, mientras me bañaba,  lo cogía e incluso me lo ponía. Era muy excitante, me lo ponía y me masturbaba con él puesto. Me gustaba eyacular en el propio bikini, aunque después me asustaba y trataba de lavarlo perfectamente por si mi hermana fuera a quedar embarazada (se ríe). Por lo que sea, esto me trae a la mente algo que me ha pasado ya un par de veces actualmente con Daniela, la chica de Mallorca que conocí este verano. No entiendo qué demonios me ocurre doctor,  cuando viene a verme a Madrid unos días, ¡es que me corro en 3 minutos! Es meterla y verlo venir, no sé qué tiene su coño, es como de un material especial, que me hace eyacular demasiado pronto, (se ríe con resignación) y, además, cuando veo su chocho, cuando lo observo fríamente, no sé si ¿me da asco?, Si... ¿me da miedo lo carnoso de su textura? O la negrura de su vello... me recuerda al coño de mi hermana.

Terapeuta: ¿Quiere decirme que encuentra algo siniestro en el sexo abierto de Daniela?

Lionell: Sí, doctor, sí, algo siniestro. No sé que me pasa con esto, pero creo que su coño me da miedo o algo así, y me siento algo tímido en la cama con ella, encima va a pensar que soy eyaculador precoz, ¿Qué le parece?, ¿Cree que soy histérico por aquello de la repugnancia a los genitales? (se ríe).

Terapeuta: Parece como si en el fondo tuviera miedo a que la vagina de Daniela, le devorase, le engullera el pene, le deje atrapado dentro de ella. Como simbolizando el miedo que supone para usted el vincularse de otro modo con ella, como tratándose de una posición peligrosa en que puede resultar dañado y tener que revivir sentimientos tan duros y humillantes como los producidos por su madre tras el nacimiento de su hermano Boro, o los causados por el abandono final de Rebeca.

Lionell: ¡Madre mía! Jamás se me habría ocurrido pensar esto que me dice... Daniela está en Mallorca, y yo aquí, y cuando me siento solo, la llamo y la convenzo de que venga a verme, a la semana siguiente ya está aquí, está loca por mí (se ríe). A los dos días de estar con ella en mi piso, follar con ella, ya me sobra y estoy deseando que se vaya, entonces ella lo nota y se pone insoportable, lo peor es que todavía le quedan tres días más por delante hasta coger su avión de regreso. Es complicado, luego se marcha y al mes vuelve a suceder lo mismo: la echo de menos, le prometo  “todo mi amor” y viene a verme. Y yo cuando le hago tales promesas siento que es verdadero, pero luego siempre se repite la misma historia. Creo que me he ganado una plaza en el infierno  .

Por otro lado, en este sentido Lionell relata -entre otras muchas otras historias amorosas, a través de las cuales también trata de exhibirse como alguien atractivo, seductor y exitoso en sus conquistas- una relación vitalmente importante para él, como fue la que mantuvo con otra señorita, durante casi tres años, desde su llegada a Madrid: Rebeca.

Lionell: En mi vida yo diría que solamente he llegado a querer y a mantener una relación de verdad con una chica. Se llama Rebeca y, bueno, ha sido una relación con muchas cosas buenas, cosas fantásticas, estupendas y con un final un tanto tormentoso. Tuvimos algunas crisis, sobre todo motivadas por mi culpa. Mientras estaba con ella me fijé y traté de seducir a otras chicas y, pese a que nunca llegué a serle infiel, estuve muy cerca de ello, y Rebeca, con mucha razón, se sintió muy dolida en varias ocasiones.  Otras veces yo le sacaba fallos, le encontraba defectos físicos y en su forma de actuar, y creo que poco a poco me lo fui cargando todo, ¿entiende? La última vez, al final de nuestra relación yo corté con ella por un tiempo, ella me suplicó en llantos que volviera, yo me mantuve firme en principio. Finalmente empecé a echarla de menos, quise que lo retomáramos, pero entonces fue ella la que ya no quiso volver nunca más. Quizá me lo tengo merecido, y ahora creo que ella era maravillosa, me equivoqué y lo he pagado.

Terapeuta: Es como si la echara usted de menos

Lionell: Sí, la echo de menos,  hace casi dos años que no nos vemos siquiera y creo que ella era perfecta, aunque igualmente también le tengo cierta rabia. Es complicado. Ya hace dos años que lo dejamos, yo he estado con muchas chicas desde entonces, ya le he contado muchas historias,  y hace poco quise quedar con ella, que nos viéramos después de tanto tiempo, y se ha negado. Esto me da mucha rabia.

Terapeuta: Por un lado creo que se expresa como si idealizara a Rebeca, cosa que no ocurría, según sus palabras, cuando estaba usted de novio con ella. Quizá siente que no va a ser capaz de reemplazarla y teme quedarse solo, al tiempo que anclado en la fantasía de una Rebeca perfecta y desea volver a “abrigarse con ella”. Por otro lado me parece honesto el buscar dentro de usted mismo su contribución a la ruptura de su relación con ella .

Con el paso de los meses, y sobre todo a lo largo de este segundo año de tratamiento, empiezan a observarse e inferirse ciertos cambios palpables en el psiquismo del paciente. Fue tomando consciencia de sus necesidades de admiración, de sus necesidades de controlar al otro, de sus fantasías de grandes logros y la omnipotencia con que las acompañaba. Pudo representarse y empezar a sentir con claridad tales necesidades y lo vivenciado en unas ocasiones como envidia hacia otros, en otras como rabia y frustración, cuando tales tendencias narcisistas eran insatisfechas y chocaban con los límites que impone en ocasiones la realidad interpersonal. En este sentido, fue introyectando lo que antes era solamente proyectado y pudo comenzar a mirar dentro sí, a buscar las propias tendencias, deseos, miedos y necesidades, la contribución propia a los conflictos que se le presentaban para con los demás.  

 Lionell: Poco a poco empiezo a entender que muchos de los conflictos que tengo con la gente son en parte causados por mí, quiero decir que es cierto... es cierto que en medida considerable, siempre uno hace, o deja de hacer algo, algo  que produce reacciones en el otro. Entiendo mi parte de responsabilidad en acabar mal con Rebeca, y en que ella no quiera que nos volvamos a encontrar.. Le diré, además, que de un tiempo a esta parte siento mi necesidad de admiración y mis búsquedas de la misma, a través de exhibirme, de representar ciertos papeles, como usted me ha dicho muchas veces, y siento mi necesidad de controlar a las personas, que estén siempre disponibles para mí, puedo sentirlo. Entiendo la envidia que a veces casi sin darme cuenta se apodera de mí y me hace no aprender cosas de otros, sobre todo cuando son esos otros los que ocupan el centro de las escenas, o cuando alguien sabe más que yo sobre temas que me interesan. Me jode mucho. Soy capaz de pensarlo y de vivirlo y me pongo en tensión cuando fracaso al querer ser el protagonista o cuando los demás no están para mí. Soy consciente de esto, y del daño que puedo llegar a causar siendo devastador con mis críticas, encontrando fallos o como con Rebeca: haciendo sentir que no se es lo suficientemente válido como  para estar cerca de mí .

Terapeuta: De un tiempo a esta parte, me siento más cerca suyo y es una sensación que me alegra. Al mismo tiempo, me pregunto qué piensa usted acerca de qué puede haber posibilitado que nuestra relación se haya estrechado y cómo se siente a este respecto.

Lionell: (Se ríe). Bueno, no lo sé, es difícil explicarlo, yo me siento como tranquilo, como aceptado aquí. Ya son muchas las sesiones que hemos compartido, muchos meses, dos años, tres días semanalmente, y siento que confío en usted, que me gusta escuchar su voz detrás de mí, su tono sosegado, le percibo más que nunca como un aliado, ya no siento, o al menos no tanto, que sus interpretaciones me rompen las pelotas, me permito sentirlo así y me gusta.

Terapeuta: Por otro lado, según lo que me comentaba, Lionell, quizá su modo de mirar a Rebeca en aquellos días en que usted la veía con ojos críticos y centrado en los defectos de ella… creo que consiste en repetir el modo en que quizá sus padres pudieron mirarle a usted en algún tiempo. ¿Qué le trae esto a la mente, Lionell?

Lionell: Bueno, desde luego que en muchas ocasiones he podido sentirme evaluado, exigido y controlado por mi padre principalmente. A veces parecía como si, hicieras lo que hicieras, nunca fuera suficiente. Entiendo por dónde va doctor, comprendo.

Terapeuta: Estoy seguro de que lo entiende y lo comprende pero... ¿puede sentirlo? Lionell, muchas veces tengo la sensación de que intelectualmente se da cuenta de las cosas que le señalo, pero me pregunto si puede sentir, además, tales aspectos, miedos y deseos suyos, que yo le señalo  .

Lionell: Creo que puedo sentir su interés por mí doctor, y siento que usted me quiere bien, quiere y cree realmente que puedo mejorar y crecer. (Se ríe) Ahora lo tengo claro, ¡creo que esto es lo que me ha hecho abrirme más a usted! (Aquí el paciente adoptó un tono enérgico y entusiasta, al tiempo que golpeaba sus zapatos contra el gris de mi estantería).

Me sentí ciertamente satisfecho al finalizar las sesiones en las semanas en que estas últimas transcripciones tuvieron lugar. Pude percibir, con el paso del tiempo, progresos en Lionell. Quisiera aprovechar este tramo del análisis para lo que considero una ilustración de uno de los factores más determinantes en el cambio en psicoterapia, como es el proveer al paciente de una relación no neurótica que pueda ser artífice de una experiencia interpersonal diferente y cicatrizante. Siguiendo las recientes investigaciones en memoria y, concretamente, los trabajos de Squaire sobre las memorias implícitas, puedo comprobar cómo tales almacenes mnésicos y, específicamente, la memoria procedimental -encargada entre otras cosas de estructurar el cómo proceder socialmente, el cómo nos presentamos y en dónde nos ubicamos frente a los demás, en referencia a aspectos paralingüísticos, no verbales y de actitud-, son claramente constituidos en base a las experiencias que en nuestra historia vamos acumulando en las distintas relaciones objetales, y de cómo a través del aquí y ahora transferencial, puede percibirse e incidir terapéuticamente sobre ello (Squaire, 1987).

Esta “memoria del inconsciente” ha de explicitarse y mostrarse al paciente a modo de señalamientos y luego de interpretaciones, mostrando qué es lo que el sujeto pone en marcha y qué dinamismos se ocultan motivando tales disposiciones. Pero lo que quiero aquí señalar exactamente es que estoy de acuerdo con aquellos autores que hacen hincapié en ir más allá de la interpretación, y no solamente desglosar los compartimentos del psiquismo y arrojar luz sobre las cortinas y tinieblas de la memoria procedimental, sino, además de ello, añadir una relación objetal diferente a la historia interpersonal del paciente. En este sentido, pienso que en mi relación con Lionell V se pudo generar un clima que, como he tratado de mostrar a lo largo de todo el texto, comenzó a generar ciertos cambios. Dicho clima, tal como yo lo fui percibiendo, poseía ingredientes tales que hicieron que el paciente tuviera la vivencia de estar ante alguien que “estaba de su lado, que era un aliado”, con la sensación de que se le apreciaba y aceptaba sin necesidad de traer a la consulta enormes logros y proezas, al tiempo que eran validados sus deseos y expectativas de conseguir cosas, siendo aceptadas por Lionell las reglas que la realidad externa impone, como son el poner las energías al servicio de un proyecto, aceptando la frustración, el tiempo y el esfuerzo que tal acción conlleva. En referencia a esto destacar cómo el paciente fue dándose cuenta y transformando su omnipotencia en metas realistas y poniendo sus energías al servicio de las mismas. Cambio que considero de enorme importancia, percibido por mi parte a través del palpable descenso de sus actitudes exhibicionistas para conmigo. Pude comprobar cómo la modificación de la fantasía inconsciente megalomaníaca se transformaba en trabajo, esfuerzo y consecución de logros -el hecho de que el paciente finalizara sus estudios de licenciatura de manera exitosa- al tiempo que las disposiciones del self grandioso exhibicionista se iban moderando. Por tanto, un clima acrítico, empático, donde prima la escucha, el respeto y la aceptación y que valida y comprende, sin llegar a satisfacer, las tendencias del paciente. Un clima que favorece la apertura, donde el terapeuta no hace sentir al paciente que aspectos propios son inadecuados, donde “nada de lo humano es ajeno” y se busca la comprensión, se alimenta el autodescubrimiento, favoreciendo así la capacidad de autodeterminación, la libertad y la responsabilidad, al fin y al cabo un clima humano, un contexto psicoanalítico.

Fin del análisis

Como se ha indicado al principio, Lionell es provisto económicamente de la ayuda de su padre. Es más, depende de tales ingresos de cara a satisfacer su estancia en Madrid, sus estudios y, obviamente, el propio análisis. Según puede extraerse de las palabras del paciente, el padre alberga fuertes tendencias a controlarle e imponer ciertas exigencias a cambio de dicho sustento económico. Con mucha pericia, Lionell, pese a las tendencias del padre, ha podido cursar los estudios de psicología, inicialmente desaprobados por éste, así como preservar un espacio en que pudiera tomar sus propias decisiones y dar satisfacción a intereses propios de distinta índole.

Sin embargo, el final del análisis viene precipitado por una crisis económica real, en donde las exigencias del padre se exacerban, tomando un tinte agresivo que hace que Lionell sienta que es invadido, que se le pretende someter, encontrándose ante una tesitura tal, en que la dialéctica transmitida por el padre es la de: “si quieres mi dinero, te sometes a mis mandatos, y si lo rechazas me estas agrediendo”. A través de lo relatado por el paciente puede percibirse con mayor claridad la personalidad patológica de la figura paterna, de la que Lionell siente que ha de escapar, ha de salirse de esa posición masoquista en que percibe, el padre necesita ubicarlo. Al mismo tiempo, Lionell siente angustia referida al hecho de tener que enfrentar al padre, ponerle límites, preservar su libertad y tener que abandonar el análisis y comenzar a autoabastecerse económicamente.

Finalmente, el paciente, al tiempo que continuaba con la preparación de sus oposiciones, comenzó a impartir clases como profesor de guitarra aprovechando sus conocimientos sobre tal instrumento, enfrentó por decisión propia las necesidades de sometimiento paternas, dejando de recibir el dinero de éste y perdiendo ciertamente el contacto con el padre ante lo que éste vivenció como una ofensa.

 Durante las últimas semanas, Lionell tenía dificultades para sentir mi inminente pérdida. Afortunadamente, tuvimos algunas sesiones donde abordamos este aspecto y pudo expresar con cierta emotividad todo lo que para él habían significado nuestros encuentros. También traía a consulta numerosos sueños en los que él cae en agujeros negros, abismos, precipicios en los que podía entreverse el miedo y la angustia en referencia al nuevo período de su vida que se presentaba. Nuestra última sesión tuvo lugar una noche de finales del mes de enero. Al finalizar la sesión nos levantamos y estrechamos nuestras manos, Lionell lo hizo con ambas acompañadas de una penetrante mirada en que me hizo sentir su agradecimiento. Le deseé que todo lo marchara bien, ambos sonreímos.

Algunos meses después le telefoneé y pude escuchar con alegría sus palabras. Me decía que había quedado muy cerca de obtener plaza en sus oposiciones y que pronto retomaría el estudio de cara a la convocatoria del siguiente año, al tiempo que decía estar trabajando como recepcionista en un centro de tercera edad con la finalidad de seguir formándose en Madrid. Al mismo tiempo, me decía haber iniciado una nueva relación con una chica. Lo percibí seguro de sí mismo, independiente y satisfecho con lo que estaba realizando. Le expresé mi alegría y le recordé que podría contar conmigo si alguna vez lo precisaba.

 

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[1] Por la psicodinamia del paciente, en sentido amplio, entendemos la historia del sujeto, cómo la persona ha subjetivizado tal historia y sus experiencias (Bleichmar, 1997; Gabbard, 2002), la conformación y resultante de la  personalidad misma, los deseos, las necesidades, las frustraciones, las defensas y compensaciones, su manejo interpersonal, los vínculos que ha ido estableciendo, el grado de cohesión del self (Kohut, 1971) y las distintas representaciones del self (Bleichmar, 1997); su modo de captar al objeto y a la realidad. Al fin y al cabo, su manera personal de sentir y enfocarse en la realidad (Yalom, 1984).

 

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