aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 041 2012

El perdón como la elaboración de la escisión

Autor: Lansky, Melvin R.

"Forgiveness as the working throug of splitting" fue originariamente publicado en Psichoanalytic Inquiry, 29: 374-385, 2009.

Este artículo presenta una formulación psicoanalítica del perdón considerado como la resolución de la escisión[1] que subyace a intensos estados mentales de represalia/desquite, tales como el resentimiento, el ansia de venganza, el rencor, la envidia, la amargura, la culpa y el despecho. El examen clínico sugiere que estos estados mentales que indican la presencia de la escisión  no siempre son dominantes. Ellos se incrementan y disminuyen en  la conciencia, dependiendo de si está presente o no un pleno estado mental de vergüenza. Su aparición en la conciencia es debida al rol instigador que produce la vergüenza ante la presencia de espectadores y al poderoso papel de las dinámicas ocultas de vergüenza que no siempre aparecen como vergüenza manifiesta.  Los ejemplos ilustran un estancamiento clínico planteado por la acción de una intensa escisión, la transformación de una experiencia de vergüenza en una dinámica de culpa en el despido de un entrenador de fútbol muy exitoso tras un fracaso decepcionante, y la elaboración de la escisión en un paciente junto con el aumento de su capacidad para tolerar la vergüenza. La elaboración de la escisión subyacente a las emociones relacionadas con el desquitarse implica el aumento de la capacidad de tolerar la vergüenza, a menudo con ayuda de una identificación con el analista. El panorama para la investigación futura incluye el papel de la elaboración del resentimiento hacia el analista en el proceso analítico y la relación de ese resentimiento con las dinámicas de vergüenza.

El problema del perdón

El concepto de perdón, a causa de sus resonancias éticas y religiosas, ha sido un tema enigmático para la investigación psicoanalítica. La palabra sugiere una virtud superior, idealizada, incluso sublime, que connota dejar ir lo que pueden suponerse que son tendencias humanas predecibles a responder al daño y la injusticia con resentimiento, culpa, envidia, amargura, ansia de venganza, despecho, o rencor. Consideremos, a este respecto, algunos pasajes de la Biblia que se refieren al perdón.

En el libro de Génesis, Jacob, a su regreso tras varios años en la tierra de Canaan y forzado a enfrentarse al hermano que defraudó y engañó, temía las represalias de Esau. Pero Esaú lo perdonó:

Alzando Jacob sus ojos miró, y he aquí que Esaú venía con los 400 hombres. Entonces él repartió sus hijos entre Lea, Raquel y sus dos siervas. Puso a las siervas y a sus hijos delante, después a Lea y a sus hijos, y al final a Raquel y a José. Él mismo pasó delante de ellos y se postró en tierra siete veces, hasta que se acercó a su hermano. Esaú corrió a su encuentro, le abrazó, se echó sobre su cuello y le besó. Y lloraron. (Génesis 33, 1-4)

Al final del Génesis, justo después de la muerte de Jacob, los hermanos de José, resentidos y envidiosos de que éste fuera el favorito de su padre, lo arrojaron a un pozo, y más tarde lo vendieron como esclavo, temiendo sus represalias. Pero José los perdonó:

Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, dijeron: Quizá José guarde rencor contra nosotros, y de cierto nos devuelva todo el mal que le hicimos. Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: Tu padre mandó antes de morir, diciendo: "Así diréis a José: 'Te ruego que perdones la maldad de tus hermanos y su pecado, porque ellos te trataron mal.'" Y ahora, te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró cuando le hablaron. Entonces sus hermanos vinieron también y se postraron delante de él, y dijeron: He aquí, somos tus siervos. Pero José les dijo: No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente. Ahora pues, no temáis; yo proveeré por vosotros y por vuestros hijos. Y los consoló y les habló cariñosamente (Génesis 50: 15-21)

Las últimas palabras de Jesús en la cruz –el cruel método de ejecución romano que mezclaba asesinato, dolor prolongado y agonizante, y humillación- piden perdón para los que lo ejecutan “Cuando llegaron al lugar llamado ‘La Calavera’ crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’” (Lucas, 23: 32-34).

Estos pasajes bíblicos transmiten la sublime tolerancia moral y religiosa frente a las injusticias y los daños recibidos. Sin embargo, en un contexto estrictamente psicoanalítico, cualquier defensor del perdón, aunque se vea como una virtud a ser fomentada o como un valor incuestionable, corre el riesgo de provocar una seria brecha en la neutralidad psicoanalítica. Un analista que defiende el perdón por razones moralistas, o por incomodidad contratransferencial con la agresión del analizando, o con la perturbación de los lazos sociales, se alía con un aspecto de la conciencia del paciente que encuentra intolerable la agresión. Tal alianza en la situación analítica suprime los estados mentales agresivos de desquite para favorecer reparar los lazos sociales. El riesgo de confusión y compromiso del rigor psicoanalítico es considerable.

Smith (2002) ha señalado que el perdón generalmente no puede tener lugar hasta que el dolor agudo por la traición o el daño haya amainado y decrecido en su intensidad. Smith afirmó que se puede requerir cierto grado de olvido para que sea posible el perdón. Apunta que la frase “perdonar y olvidar” era originariamente “olvidar y perdonar”, y defiende el retorno a la frase original. Sus inquietudes tienen sentido; si el perdón se privilegia como un concepto psicoanalítico básico como valor psicoanalítico, hay un grave riesgo de que se pierda la neutralidad analítica en una actitud contratransferencial que esquive la incomodidad del analista con la agresión y las represalias continuadas del paciente.

Hechas estas advertencias, existe, no obstante, un lugar importante para la investigación psicoanalítica del perdón, no como la valorada virtud de abstenerse de la tendencia a tomar represalias, sino como la capacidad para esa abstención que se adquiere en el proceso de elaboración de la escisión de los estados mentales de venganza. El perdón, considerado aquí psicoanalíticamente, es un tema de investigación con especial relevancia para la elaboración de los estados mentales de no perdón que son indicativos de una escisión a menudo costosa.

El perdón como tema ha aparecido sólo recientemente en la literatura psicoanalítica (Lansky, 2001, 2003, 2004, 2005, 2007; Akhtar, 2002; Smith, 2002; Cavell, 2003; Gottlieb, 2004; Siassi, 2004; Horwitz, 2005; Schafer, 2005a, 2005b; Sprengnether, 2005, panel, 2005). Yo intento ilustrar que puede considerarse de forma provechosa que el perdón tiene dinámicas en cierto modo específicas que implican la resolución de la escisión, lo cual permite el dejar ir los estados mentales de venganza previos. Wurmser (en este número [del Psychoanalytic Inquiry]) ha propuesto resentimiento como palabra genérica para la diversas formas de no perdón, que incluyen, entre otras, el rencor, la amargura, el despecho, la culpa, el ansia de venganza y el resentimiento manifiesto; es decir, aquellos estados mentales de los que libera el acto de perdonar (ver también Morris, 1988; Murphy, 1988). Anteriormente (Lansky, 2001, 2005) he llamado a estos estados mentales de retaliación no perdón para enfatizar su potencial resolución mediante el logro de la capacidad de perdón intrapsíquico. Es un uso dinámico de la palabra, no religioso ni moral, más bien como el perdón de una deuda que uno decide no seguir intentando cobrar. Confinar esta consideración a la comprensión estrictamente psicodinámica del fenómeno focaliza en el dejar ir, o elaborar, previos estados mentales retaliativos

Escisión

Considero que la dinámica del perdón incluye la adquisición de la capacidad de dejar ir, es decir, de la resolución de una fijación a un estado mental de no perdón y la proclividad a activar una actitud retaliativa, de desquite,  hacia un otro supuestamente culpable. En este sentido, el perdón tiene un conjunto típico de dinámicas y una historia natural típica que incluye: 1) la atribución a un ofensor u ofensores una omisión o comisión injusta que inflige un daño real o una herida narcisista grave, lo que despierta una reacción a esta ofensa, incluyendo (2) el procesamiento de la ofensa mediante fantasías inconscientes de vergüenza (Lansky, 2005) como que la vergüenza infligida a las víctimas parece insoportable, lo que, a su vez, instiga (3) la escisión que se manifiesta como (4) un estado mental retaliativo o una combinación de los mismos. Un sector de la conciencia queda dominado por una fijación a un estado mental de no perdón impregnado por un sentido dominante de injusticia, y escindido de la corriente principal de la conciencia. La presencia de estos estados mentales retaliativos –resentimiento, despecho, envidia, ansia de venganza, rencor, culpa, odio o amargura- es indicativa de la escisión y la fijación a esos estados mentales retributivos. El siguiente ejemplo clínico ilustra estas nociones.

Ejemplo 1. Impasse (estancamiento) y contratransferencia en un encuentro clínico

El Dr. B, un analista experimentado, aportó el siguiente caso a supervisión en la esperanza de ver más claramente el caso y de aclarar sus extremas reacciones contratransferenciales a la paciente. Había recibido a esta paciente referido por un gastroenterólogo. La paciente era una mujer de 43 años, la Sra. A, divorciada dos años antes, cuya colitis se había exacerbado recientemente, probablemente como respuesta a la agitación emocional en torno a su separación matrimonial y su divorcio. La pareja había estado casada 15 años y tenía 3 niños pequeños. El Sr. A, afirmando que ya no podía soportar más el matrimonio, se había marchado y solicitado un divorcio que había finalizado unos seis meses antes de la sesión. El marido le había dicho recientemente a la Sra. A y a sus hijos que planeaba volver a casarse pronto. En la sesión, cuando contaba esta historia reciente, la Sra. A se ponía furiosa, culpando a su ex marido con gran vehemencia. Con su historia quedaba claro que cuando el Sr. A venía para recoger a los niños en fines de semana alternos y algún día entre semana, ella tenía estallidos de ira, excoriándolo por haberla abandonado después de que hubiera pasado con él los mejores años de su vida. Ella describía estos acontecimientos como si su caso hablara por sí mismo y aparentemente sin darse cuenta del impacto que estos ataques acusadores tenían en los demás. Estaba enfurecida y protestaba a gritos por haber sido engañada, traicionada y, por tanto, irremediablemente lastimada por la ruptura marital, que sentía internamente no razonable y una clara indicación del carácter defectuoso del Sr. A. Aunque muchas personas, incluyendo al Dr. B, podrían empatizar con su lo apurado de su situación y con su dolor, la cualidad fulminante de sus estallidos era aterrorizante y enajenante para quienes los escuchaban.

Tras la primera sesión, se contactó con el Sr. A, quien estuvo de acuerdo en asistir a una sesión. Se mostró cooperativo y describió detalladamente estallidos de ira incesantes como los que habían tenido lugar en la primera sesión de la Sra. A, exactamente tal como los había presenciado el Dr. B. Dijo que se producían constantemente, lo cual quería decir siempre que él la veía o hablaba con ella.

En su segunda sesión, la Sra. A fue momentáneamente capaz de reconocer su humillación pero inmediatamente se alteró mientras siguió hablando de la traición y el abandono de su ex marido. Parecía carecer de la conciencia de que consideraba su estado de humillación como una justificación incuestionable para sus incesantes ataques de culpabilización. El Dr. B infirió que la Sra. A. había esperado que se produjese una reconciliación y había reaccionado vehementemente ante la noticia del nuevo matrimonio del Sr. A. El que él hubiera abandonado el matrimonio y, más recientemente, que fuera a volver a casarse le parecía imperdonable. No mostraba conciencia alguna del impacto que sus vehementes protestas tenía en los demás.

En algunos momentos de la sesión, cuando su atención no estaba dirigida a su ex marido, la escisión remitía y sus ataques de culpabilización disminuían. Hablaba sobre sí misma; tenía un trabajo de responsabilidad. Cuando estaba en el trabajo, sola con los niños, en la iglesia o con sus amigos, se describía como una persona calmada y considerada con los demás. Excepto por la exacerbación de su trastorno gastrointestinal y cierta dificultad para dormir, sentía que le iba bastante bien. Al final de la segunda sesión, rechazó continuar el tratamiento.

En su sesión de supervisión, el Dr. B describió a la Sra. A como desagradable, pagada de sí misma y obsesionada con culpabilizar. El hecho de que pareciera no tener perspectiva de su impacto, despertó en el Dr. B un sentimiento de urgencia por parar sus estallidos de culpabilización y una revulsión contratransferencial egodistónica que lo llevó a buscar supervisión. En la sesión de supervisión, describiendo la escisión de la Sra. A en la forma de culpabilización incesante, el Dr. B comentó:

Toda su energía parece ir en esos estallidos. No se da cuenta del efecto que tiene en los chicos, no sólo el gritar sin parar, sino también la obsesión con la injusticia de su marcha. Tenemos que conseguir que se suelte de esto. Su vida es un desastre. Es ajena al efecto que tiene en los niños, no sólo el gritar, sino el pasarse de la raya cada vez que se menciona al Sr. A o siempre que éste tiene que recoger o devolver a los niños. Y fue a mucho peor cuando supo que él se iba a volver a casar. No es que deba a querer al tipo (Sr. A.), ni siquiera que le guste, sino que por el bien de todo el mundo tiene que abandonar la rabia y la culpabilización. Parece hacerlo bien en su trabajo y a veces con los niños, pero cuando lo ve o cuando él viene a por los niños, se sube por las paredes enfurecida y culpabilizando, incluso contado por ella misma. Su colitis ha empeorado mucho. En las dos sesiones, me ha disgustado intensamente y me he visto forzado a ser un tipo de terapeuta enfadado y sentencioso que no quiero ser. No podía deshacerme de este sentimiento de disgusto hacia ella, y luego me sentí culpable cuando ella rechazó volver. Por eso estoy aquí.

Los estados alterados de la Sra. A involucraban todos los estados de no perdón: rencor, envidia, culpabilización, ansia de venganza, despecho, odio, resentimiento y amargura, impregnados de la reivindicación de daño e injusticia.

Este ejemplo señala un caso dramáticamente intenso de escisión y no perdón. Lo presento como telón de fondo para discutir la importancia clínica de formas menos dramáticas de fijaciones a estados de no perdón. Como analistas o terapeutas, probablemente todos estaríamos de acuerdo en que, en el contexto de la psicoterapia o el psicoanálisis intensivos (ver Lansky, 2007), esa terminación del tratamiento sería decididamente prematura en presencia de tales estados mentales que se hayan escindidos de la corriente principal de la conciencia. En este sentido, un cierto grado de perdón o de dejar ir, o de elaboración de al menos los aspectos fulminantes del resentimiento –aunque no necesariamente una reconciliación con el supuesto ofensor- sería un prerrequisito para la terminación satisfactoria del tratamiento de esa persona.

Como subraya el ejemplo 1 de un modo extremo, la escisión implica una división de los estados conscientes de la mente, evidentes en la Sra A en sus ataques culpabilizantes y sus reclamos de injusticia, que estaban escindidos de la corriente principal de su psique, como pasaba a veces cuando no estaba en la presencia real o anticipada del Sr. A. En el trabajo, en la iglesia, con sus amigas o con sus hijos, era calmada, controlada y racional, aunque no estaba libre de amargura. Es decir, simplemente en términos de la fenomenología de su conciencia, sus estados mentales resentidos, especialmente cuando estaba avergonzada por la presencia real o anticipada de su marido o por hablar de él, estaban escindidos de sus estados mentales más usuales. Eran evidentes la impermeabilidad de sus estados mentales de decepción en los momentos en que la escisión estaba en ascendencia y la relación de esa escisión con la vergüenza insoportable, real o anticipada –el revivir sus sentimientos de rechazo y depreciación por la marcha de su marido.

No revisaré aquí en detalle la compleja historia psicoanalítica del concepto de escisión. Freud (1938), discutiendo el fetichismo, consideró la escisión como una escisión del yo. Klein (1946), cuyos escritos han contribuido enormemente al concepto de escisión, al principio consideró la escisión en términos de escisión del objeto, pero más tarde reconoció que el yo  también estaba escindido. Las contribuciones de Klein abrieron el camino para una comprensión cada vez mayor  de la distinción entre organizaciones de personalidad normales y neuróticas caracterizadas por la represión y otras defensas que apoyan a la represión, y organizaciones de personalidad más severas, digamos, borderline o psicóticas, organizadas en torno a la escisión y las defensas que la apoyan, por ej., negación, proyección, identificación proyectiva y devaluación (Kernberg, 1967). En este sentido, la escisión es una predisposición a la desintegración de la personalidad, implicando aspectos de la personalidad que no pueden comunicar con la corriente principal de la organización de personalidad o ser influenciados por ella.

En el caso de la Sra. A, al menos cuando su atención se dirigía a la conciencia avergonzada de su ruptura matrimonial, ella no podía apreciar que sus fulminantes estallidos eran dañinos tanto para sí misma como para sus hijos, y asustaban y enajenaban a todos los que se encontraban con ellos. En aquel momento no era capaz del más mínimo perdón. Una actitud analítica equilibrada no enfatizaría ni la inmoralidad de esos estallidos ni reaccionaría ante ellos con angustia y disgusto, como hizo el Dr. B. Uno esperaría permanecer empático con el dolor que hay tras los estallidos retaliativos, pero también mantener algo de foco en el coste –para la paciente y para los otros- de la falta de integración que separa los gritos vehementes, humillados y agresivos pidiendo justicia de la corriente principal de sistemas relacionales que incluyen los lazos con los hijos de la paciente.

El mecanismo de la escisión se describe generalmente en la literatura psicoanaítica como si fuera un estado constante, en lugar de uno que experimenta altibajos. La predominancia de los estados de escisión en la conciencia tiene mucho que ver con la dinámica de la vergüenza, lo cual incluye, aunque no se limita a eso, la estimulación de estados menales activamente retaliativos debidos a sentir desprecio, rechazo, impotencia, o relegación a un estatus inferior a los ojos de los otros del entorno más inmediato. Este sentido de vergüenza que proviene de lo externo, a su vez, disminuye a la persona en comparación con los estándares del ideal del yo. Para entender los matices de la presencia de la escisión, uno necesita entender  la presencia no sólo del estado afectivo manifiesto, sino también de la influencia de las dinámicas de vergüenza que a menudo ejercen su fuerza en ausencia total de vergüenza manifiesta.

Es importante apuntar que aun siendo útil la distinción entre una organización de personalidad normal o neurótica apoyando a la represión, y una organización más perturbada apoyando a la escisión, el mecanismo de la escisión no siempre es patognomónico de una psicopatología severa. Hay algo que es una escisión normal que forma parte de la vida cotidiana. La escisión se encuentra tanto intrapsíquicamente como en las organizaciones sociales. En estas últimas, la escisión se ve claramente en grupos que se definen a sí mismos en oposición a otros grupos: camarillas, afiliaciones religiosas y profesionales, clases, categorías en organizaciones, partidos políticos, afiliaciones de escuela, deportes, y afiliaciones dentro de las familias. Las polaridades manifiestas en la vida cotidiana que ejemplifican la escisión, a menudo permiten afiliaciones satisfactorias con grupos, equipos, escuelas, familias, religiones, partidos políticos, etc.

Frente al daño narcisista severo, sin embargo, la rivalidad puede desintegrarse en escisión patológica y en frenesí retaliativo. En su mayoría, esto sucede cuando se produce o se anticipa una vergüenza que no se puede manejar. Uno recurre a la escisión y la retribución, a veces en formas sublimadas, para evitar la vergüenza o sustituir una dinámica que implica culpa, castigo y sacrificio para evitar la dolorosa experiencia de la vergüenza. La escisión, la culpa y el sacrificio se aceptan y generalmente se producen puestas en acto que son lugares comunes en el mundo del deporte.

Ejemplo 2. Despidan al entrenador: escisión y retaliación como defensa de grupo frente la vergüenza.

A principios de 2007, el entrenador Marty Schottenheimer de los San Diego Chargers, que ostentó el record de la temporada en la Liga Nacional de Fútbol Americano (N. de T.: variante del Rugby inglés) durante la temporada 2006 (14 partidos ganados, 2 perdidos), fue despedido después de que su equipo fuera eliminado al principio de los playoffs (N. de T.: juegos finales para definir al campéon) tras perder frente a los New England Patriots. La humillación de un fracaso al principio de la final de un equipo que muchos habían considerado el mejor fue la ocasión para el remedio tan común de despedir al entrenador, un escenario de sacrificio familiar en el mundo del deporte. La vergüenza de la decepción y el sentimiento de mediocridad tras enormes expectativas se resolvió mediante la escisión y la acción retaliativa contra la persona que estaba al cargo. Es más fácil gritar: “Despidan al entrenador”, que reconocer que “nuestro equipo no era tan bueno, después de todo”. Casi al final de un pobre rendimiento en la nueva temporada, se escuchaba a los partidarios  de los Charger gritar desde las gradas: “Despidan al entrenador. Queremos a Marty”.

Esta viñeta no clínica muestra algo muy común en el mundo del deporte, la instigación de una reversión de la culpabilización, un ritual de sacrificio, una dinámica de culpa retaliativa, instigada por la indefensión y la vergüenza del grupo y que reemplaza la vergüenza del grupo por la convicción de que el líder es culpable y debe ser eliminado.

Los conflictos de vergüenza como instigadores de la escisión

Una reflexión sobre estos dos ejemplos revela la importancia de la vergüenza. Las reapariciones de la escisión y los intensos ataques cuando se enfrentaba a la perspectiva de enfrentarse a que su ex marido recogiera o entregara a los niños, cuando se le pedía que hablase de él, parecía estar claramente instigada por la vergüenza que acompañaba el revivir sus sentimientos de injusto  abandono, traición y desvalorización  por el hecho de que el Sr. A la abandonase. Esta escisión se intensificó con la noticia de su inminente matrimonio con otra mujer. Cuando no se enfrentaba a la presencia real o anticipada del Sr. A ni era presionada para hablar de su ruptura matrimonial, su estado mental estaba relativamente libre de vehemencia. Cuando se enfrentaba a la aparición del Sr. A o ante la perspectiva de hablar de su ruptura matrimonial, entraba en estados retaliativos escindidos de no perdón; estados que le impedían entrar en tratamiento psicoterapéutico. Del mismo modo, el sacrificio ritual del trabajo del entrenador en el ejemplo 2 sirve (supongo) para transformar la vergüenza de lo que se consideró como un rendimiento mediocre o decepcionante del equipo en un sacrificio ritualizado que la culpa del entrenador hacía necesario. Una dinámica de culpa retaliativa reemplaza a la dinámica de vergüenza, y los seguidores, alumnos y jugadores se sienten aliviados porque se liberan de la dolorosa experiencia de vergüenza.

Es corriente encontrar cuestiones de desvalorización e inferioridad expresadas de forma manifiesta, aunque no plenamente reconocidas ni elaboradas, en las interacciones retaliativas de no perdón y en los sacrificios tales como la despedida de un entrenador o de un ejecutivo, o la culpabilización de un político cuando una atmósfera de vergüenza que se puede expresar inunda a una organización. Aunque la vergüenza puede ser fácilmente inferida por un espectador, raramente es elaborada, puesto que hacerlo más directamente amplificaría la experiencia de vergüenza. Reconocer la vergüenza, al contrario de lo que sucede con reconocer la culpa, tiende a amplificar, en lugar de disminuir, la experiencia dolorosa. En este sentido, los estados mentales de culpabilización, de no perdón, y las conductas rretaliativas deben ser consideradas defensas contra la vergüenza.

La escisión y el problema de la elaboración

Ejemplo 3. La elaboración de la escisión por la mayor soportabilidad de la vergüenza

Un profesor de universidad de cincuenta y pocos años acudió para hacer psicoterapia cuando empezó a darse cuenta de su conducta iracunda y rencorosa hacia su universidad y hacia el sistema de evaluación de por parte de sus pares que estaba obstaculizando su carrera y que él disfrutara de su posición en la universidad. Había escrito un libro introduciendo complejas nociones matemáticas en lo que hasta entonces había sido un área descriptiva y cualitativa de su campo. El libro no fue aceptado para su publicación, en parte debido al tono despectivo hacia otras personas que hicieron contribuciones en su campo de investigación.  El paciente se había sentido machacado, deprimido, furioso y se había vuelto aún más fulminante en sus críticas manifiestas y generalmente poco diplomáticas hacia el sistema de evaluación por parte de colegas de la universidad. Mostraba un abierto desdén hacia colegas que, en su opinión, habían usado maniobras políticas para prosperar en sus carreras, en lugar de tener un verdadero mérito académico. Había tenido un análisis más o menos 15 años antes con otro analista. Este análisis lo había ayudado mucho en sus dificultades matrimoniales de aquella época, había terminado con un matrimonio muy insatisfactorio y ahora estaba casado felizmente. En su vida fuera de la universidad, tenía un sentimiento cálido hacia su mujer y toda su familia. Tenía una relación cordial con su ex mujer y muy cercana con los hijos de aquel matrimonio. Era un violinista consumado. Sólo en la terapia y cuando estaba en presencia de colegas en la universidad era cuando se ponían en evidencia sus críticas hirientes. Había vuelto a la terapia cuando se le rechazó el libro, pero había dejado a su anterior terapeuta, sintiendo que esa persona no tenía conocimiento suficiente de la academia como para resultarle de ayuda. Sabía que el nuevo terapeuta había tenido una familiaridad considerable con los procedimientos y usos académicos.

Los primeros meses de la terapia se caracterizaron por sus fulminaciones contra el sistema de la universidad y su injusticia alternando con su depresión por sus logros relativamente mediocres tras un comienzo brillante en su carrera. Durante los meses siguientes, fue capaz poco a poco de tolerar el reconocimiento de un sentimiento de devaluación y vergüenza en comparación con los otros. Se dio cuenta de que por su rencor había cortado el contacto con sus colegas y había rechazado oportunidades de investigación colaborativa, en gran parte en detrimento de su productividad y respeto en el campo. Cuando llevaba unos dos años en terapia, fue invitado al funeral de un hombre que había sido el mentor de su investigación más importante. Se dio cuenta de que, aunque le tenía mucho cariño a ese mentor, estaba demasiado avergonzado de sus decepcionantes logros como para dar la cara ante sus colegas en el funeral. Sus arengas vengativas y rencorosas empezaron a dar lugar a una visión más equilibrada de su situación y comenzó a sentirse deprimido y manifiestamente avergonzado mirando en retrospectiva su conducta y reconociendo que los estallidos vengativos y rencorosos habían escapado a su control. Pudo tener una curiosidad que no había sido capaz de sentir previamente respecto a estos estados mentales y lamentar su pérdida de satisfacción y respecto en su carrera. Cuando fue más capaz de lamentar y tolerar la vergüenza de mirar su conducta en retrospectiva, comenzó a relacionarse con algunas de sus actitudes retaliativas de los comienzos de su vida.

Era el hijo mayor de padres judíos inmigrantes. Su padre, un hombre deprimido decepcionado por sus propios logros, había favorecido enormemente al hermano pequeño del paciente. El hermano, brillante, pero con logros mucho menores que los del paciente, había llegado a ser cantor en una congregación ortodoxa. El paciente, a veces triste y llorando incontrolablemente, había recordado su humillación y su dolor al intentar obtener reconocimiento y aprobación por parte de su padre deprimido, pero no servía de nada. A pesar de sus brillantes logros académicos, el hermano seguía siendo el centro de la atención y el afecto de su padre. En ese momento del tratamiento, el paciente se encontraba interesado en películas sobre conflictos entre padre e hijo y, durante unas semanas, vino a las sesiones en un estado de humillación y recuerdos lacrimosos del dolor de intentar obtener el amor y la aprobación de su padre. Su rabia contemporánea ante los hábitos académicos parecía derivar claramente de la experiencia infantil de vergüenza, indefensión y rabia. Sus ataques iracundos de culpabilización y rencor dirigidos a la universidad aludían a su decepción y humillación en el pasado, pero en cierto modo ocultaban esos sentimientos llenos de vergüenza por el incesante foco en lo que él sentía como la culpa y la corrupción del sistema académico. Cuando, en el proceso de elaboración, podía, en presencia del terapeuta, tolerar la humillación, depresión e impotencia de sus intentos de la infancia por ganar el amor de su padre, su rabia hacia la academia empezaba a amainar. Seguía manteniendo una visión decididamente poco halagüeña de su padre y del sistema de revisión de pares y de las políticas de la academia, pero sus conductas autosaboteadoras desdeñosas y rencorosas hacia los colegas descendieron notoriamente y comenzó a reconstruir su carrera como investigador con lo que él considerable que eran colaboraciones de investigación adecuadas y honorables. (He presentado este caso más detalladamente con anterioridad; Lansky, 2007).

La noción psicoanalítica original de elaboración (Freud, 1914) se ocupa del intervalo entre la interpretación correcta que hace consciente lo inconsciente y el cambio útil. El concepto de elaboración, por tanto, se acuñó para explicar la demora entre el insight y el cambio. Un recorrido por la literatura más reciente, imposible aquí por razones de espacio, revela una marcada vaguedad en el concepto, lo que revela más o menos una vacuidad en la noción de elaboración, como si fuera cualquier cosa que pasa en el tiempo entre que nosotros decimos lo correcto y el momento en que sucede algo beneficioso, sin prestar atención a qué tiene lugar concretamente en la actividad de la elaboración. Ver, a este respecto, las formulaciones plausibles y, sin embargo, sorprendentemente inespecíficas, de Greenson (1965). Me parece que hay una tendencia continuada dentro de los círculos psicoanalíticos a utilizar el término como un marcador del cambio o la mejora en el análisis o la psicoterapia sin especificar que procesos subyacentes se han modificado realmente en el proceso de elaboración.

 

Una excepción a la vaguedad general la encontramos en la importante aportación de Rangell (1981) que, desafortunadamente, ha recibido escaso, si es que ha recibido alguno, seguimiento. Brenner (1987) ha sostenido que, a la luz del psicoanálisis tal como se practica hoy en día, la elaboración no es más que simplemente analizar.

Desde su uso originario, se ha dedicado atención al tema de si la elaboración es una actividad del analista o del paciente. Freud (1914), Fenichel (1937, 1941) y muchos otros kleinianos asumen que la elaboración es una actividad del analista. Otros (Stewart, 1963; O’Shaugnessy, 1983; Valenstein, 1983) consideran la elaboración como una actividad principalmente del paciente. Puesto que estoy resaltando la importancia de la escisión y la elaboración como resolución de la misma, abandonar  la obsesión por culpabilizar al ofensor en la elaboración de los estados mentales vengativos, enfatizo la parte agraviada y  vengativa del paciente en el proceso de elaboración. Aunque también son importantes la valoración del paciente por parte  del analista y una sensibilidad empática al dolor que hay tras la vehemencia retaliativa y la tolerancia a los dolorosos conflictos de vergüenza subyacentes

En el ejemplo 3, los daños y humillaciones del paciente durante su infancia, debidos a que su padre no apreciaba su éxito académico, y la preferencia del padre por el hermano pequeño, menos brillante, se añadieron a la insoportabilidad de su vergüenza y su sentido de que el amor del padre se le retiraba injustamente y se depositaba en el hermano. Este sentimiento de injusticia y distribución injusta del amor y el reconocimiento se desplazó al sistema académico, aunque con un énfasis en la culpabilidd y corrupción, más que  en  su sentido de desvalorización y vergüenza en comparación con sus colegas más exitosos y con más reconocimiento. La escisión y los consiguientes ataques verbales llenos de ira hacia la universidad parecían claramente haber derivado de su vergüenza previamente insoportable y de lo que él tomó como haber sido pasado por alto, o no reconocido, bajo formas que resonaban con la decepción, indefensión y vergüenza de su infancia.

Un cambio en sus identificaciones fue también un elemento probable en el proceso de elaboración, es decir, cambiar de la identificación con el sentido de decepción profesional, fracaso y depresión del padre a la identificación (infiero) con las actitudes del analista hacia la injusticia en el sistema de evaluación de por parte de colegas. El paciente había anunciado al comienzo del tratamiento su necesidad de un terapeuta que conociera el funcionamiento académico. En retrospectiva, puede considerarse que estaba buscando inconscientemente una identificación con alguien que pudiera reconocer los defectos e injusticias del sistema sin ser abrumado por el dolor, la ira, el abandono y la regresión a estados mentales hostiles retaliativos. Dicha identificación es un componente importante de la elaboración, que permite perdonarse a sí mismo modificando una identificación previa que se había añadido al procesamiento de la vergüenza anticipada como insoportable (Lansky, 2001, 2003, 2007).

En el caso que se ilustra, la elaboración y esta resolución de la escisión no tuvieron como resultado que el paciente exonerase a su familia ni a la institución académica. Continuó sintiéndose decepcionado y disgustado por ambas. La resolución de la escisión apunta a la elaboración del paciente de lo que sostenía la tendencia a regresar a un estado mental costoso, restrictivo y de malestar. La elaboración de los estados mentales vengativos del paciente se ocupó de la elaboración del conflicto de vergüenza organizado en torno a la presunción inconsciente de que la vergüenza resultante de su experiencia de traición -una señal, en su mente, de que no era aceptable ni digno de amor- era insoportable. El estado mental vengativo, desencadenado por lo que al principio fue una vergüenza prácticamente no reconocida, era una manifestación de la escisión. Hubiera sido un cortocircuito grave de la elaboración limitar el foco de tratamiento y los criterios para la elaboración a criterios resultantes de una concepción de la dinámica de la rabia destructiva, la culpa y la necesidad de hacer un duelo y reparación sin una atención sostenida a la dinámica de la vergüenza oculta, las fantasías inconscientes en virtud de las cuales la vergüenza se sentía como insoportable y el papel de la vergüenza no reconocida en la instigación de la escisión y en sostener el estado mental vengativo. El analista era consciente de la posibilidad de culpa inconsciente y auto sabotaje en respuesta a su agresión hacia los otros, pero el proceso de elaboración no implicó un remordimiento apreciable por haber hecho daño a los otros a causa de sus estallidos de enfado.

La elaboración en este  caso fue posibilitada porque el analista adoptó una postura consciente del coste de la escisión para una integración global de la psique del paciente, permaneció empático con el dolor y sentía la injusticia en los estallidos retaliativos, y se mostró curioso sobre la instigación de estos estados mentales vehementes por parte de la vergüenza no reconocida u oculta. La identificación del paciente con esa actitud analítica fue una probable fuente de cambio que incluía la reparación de los dolorosos recuerdos de su fracaso en ganarse el afecto del padre, la disminución de la escisión y de los estallidos vengativos y un incremento en la satisfacción en su carrera.

Conclusiones y vistas para investigaciones posteriores

He intentado presentar una formulación psicoanalítica de la dinámica del perdón, que difiere claramente de su connotación cuando se usa en contextos morales y religiosos. El perdón se ve aquí como una resolución de la escisión manifiesta en estados mentales retaliativos anteriores –resentimiento, rencor, culpabilización, envidia, ansia de venganza, despecho, odio y amargura. He sostenido que la fijación que sostiene la propensión a la escisión es reforzada por un conflicto de vergüenza oculto y la anticipación de una vergüenza insoportable. Esta formulación difiere de la formulación original freudiana y de las formulaciones kleiniana y neo-kleiniana, que se apoyan en la dinámica de culpa sin considerar la vergüenza subyacente.

El material clínico ha ilustrado un impasse (estancamiento) clínico planteado por la escisión del paciente que se caracterizaba por vehementes ataques de culpabilización dirigidos hacia otros que parecían haber sido instigados por la anticipación de la vergüenza en presencia  del ofensor, o cuando el paciente se siente presionado a hablar de la ofensa; la dinámica retaliativa (de no perdón) que subyace al despido de un entrenador de fútbol muy exitoso cuando su equipo sufrió una humillante derrota en las finales; y finalmente la elaboración de una fijación al rencor, la culpabilización y la venganza en el tratamiento de un hombre cuya escisión y ataques de culpabilización retaliativa disminuyeron dramáticamente en la medida que fue emergiendo   la tolerancia a los de conflictos de vergüenza en su infancia previamente ocultos. Este último caso sirve de orientación para  una discusión sobre el papel del perdón considerado como la resolución de la escisión en el proceso de elaboración y sobre la relación de esa capacidad para el perdón con dinámicas de vergüenza previamente ocultas que habían sido exploradas y elaboradas, a menudo con ayuda de una identificación con el analista, hasta el punto en que la vergüenza se vuelve poco a poco más soportable. En el tipo de estados mentales retaliativos de no perdón que reflejan escisión, la resolución de dicha escisión depende de si la vergüenza se siente como soportable o insoportable.

No he explorado en este artículo el rol específico de la transferencia en la resolución de dicha escisión ni la elaboración del resentimiento que se desarrolla en el analista, es decir, el perdón del analista en el proceso de elaboración en la transferencia. Dicha exploración puede considerar la cuestión de si la regresión es o no una parte íntima de la situación psicoanalítica y de si sirve, en algunos casos al menos, para inducir o provocar resentimiento y escisión. La supervisión continuada del Dr. B, que comenzó con el caso de la Sra. A, lo hizo más sensible al hecho de que su alarma por las posibles consecuencias de los ataques de culpabilización de la Sra. A hacia los demás y sus sentimientos de urgencia en cuanto a que ella los parase o los modulase pueden haber tenido como resultado que ella lo sienta como una presencia sentenciosa y avergonzante en las dos sesiones. El profesor del ejemplo 3 parecía querer desde el principio estar en presencia de un terapeuta que pudiera ver sus luchas con la institución académica con compasión pero evitando aliarse con él en su escisión y su actitud retributiva. Por supuesto, no es raro que los psicoanálisis progresen en su desarrollo de unos comienzos relativamente inactivos a una fase caracterizada por un considerable resentimiento dirigido a las figuras familiares del pasado, a los contemporáneos y al analista. Algunos pueden atribuir esta hostilidad a la presencia de pulsiones agresivas dirigidas al analista o a la envidia hacia el analista, pero ambas formulaciones dejan de lado la cuestión de la asimetría de la situación analítica en términos de exposición y vergüenza (Broucek, 1991). Sigue pendiente para futuras investigaciones explicar el papel del resentimiento en el proceso psicoanalítico por las características de éste y el papel del perdón al analista en el proceso de la elaboración.

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[1] Nota de la Redacción de Aperturas Psicoanalíticas: El autor denomina escisión o disociación (splitting) a estados mentales de odio, resentimiento, venganza, etc. que se apoderan de la conciencia en un momento y que son diferentes de otros estados de tranquilidad y conexión con una visión más realista que están presentes en la conciencia en otros momentos. Escisión en el sentido que son estados separados uno del otro, sin que se influencien.