aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 002 1999 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Freud y la cuestión del paradigma indiciario

Autor: Schenquerman, Carlos

Palabras clave

atención flotante uniforme, Clasificacion de datos, Indagacion de lo enigmatico, Indicios, interpretación, Lo conjetural, Paradigma indiciario, Registro, Saber cotidiano, Señales.

Resumen: Delimitación del campo, definición del objeto y corpus conceptual son los elementos que determinan el procedimiento adecuado para ser considerado método científico.

Freud, en "El Moisés de Miguel Angel", muestra el método indiciario en su pensamiento. En este artículo, el autor, pretende seguir el proceso de descubrimiento aplicando, en su lectura, ese mismo método. Intentará mostrar, al introducir la cuestión del paradigma indiciario, un modo de aproximación al inconsciente, no por traducción simultánea ni por recurrencia a un código preestablecido de sentido, sino para tomar posición en lo relativo a un aspecto central del método, que es el del descubrimiento a partir de los elementos fenoménicos que expresan, de modo traspuesto, los datos mediante los cuales hacer articulaciones de sentido.  Plantea que la atención flotante permite la aprehensión de ellos en los restos marginales del discurso.

         Si debatimos la cuestión del método sobre la base de la pretensión abstracta de sus definiciones posibles (1)  podemos vislumbrar desde ya que somos llevados, bajo esta ilusión de lo simple, a un verdadero callejón sin salida. En tanto se trate de reducir el sufrimiento del analizando por medio de procedimientos ordenados, muchos métodos se acercan a esa meta. Esto no es patrimonio del psicoanálisis ni mucho menos. Los métodos sugestivos existían antes de Freud y seguirán existiendo. Si el objetivo, para acercarnos más al método psicoanalítico, es hallar la verdad, puede, desde cierta perspectiva que no compartimos, darse por supuesto que ella preexiste a la puesta en marcha del procedimiento para encontrarla. En ese caso, los pasos ordenados que se irán a seguir determinarán la ruta que debe transitar el investigador para hallar "eso que se esconde" o, como muchas veces se piensa, "que el analizando oculta a la mirada del analista". Pero a no desesperar: por supuesto, la óptica avezada de ese profesional experto, ducho en el arte de encontrar, superará hábilmente dicho obstáculo para arribar a la verdad buscada. Psicoanálisis ingenuo este que presupone que el conocimiento está en continuidad lineal con la experiencia. Si "un paraguas es un pene", si "un sueño de caída es un parto", al encender la linterna de su mirada dará luz a la oscuridad del inconciente y la verdad aparecerá ante los ojos atónitos de su deslumbrado paciente.

         Pero, lamentablemente, para complejidad de nuestra práctica, la evidencia primera es sólo la forma en que la verdad aparece ante nuestros ojos; y la ciencia es, justamente, la puesta en tela de juicio de esa verdad,  la ruptura con la apariencia. Es en el interior de la práctica científica que el método, el conjunto de procedimientos ordenados, adquiere valor científico; y  el resultado que se obtiene, entonces, tendrá valor de certeza. Es la delimitación del campo, la definición del objeto -objeto de conocimiento científico al que se arriba por ruptura con la evidencia primera- y el corpus conceptual, los que determinan el procedimiento adecuado para ser considerado método científico.

           La ruptura con la evidencia primera, con esta verdad a desocultar, implica por ello una duda metódica.  Esta duda existe en tanto duda aplicada al objeto de conocimiento científico, no la duda en sí. No está en tela de juicio el discurso del paciente, no se duda de él o de lo que él dice. La cuestión no es creerle todo o no creerle nada sino percibir que en su discurso, en su asociación libre, se encuentra la materia prima con la que el psicoanalista producirá un nuevo contenido, un nuevo saber. De hecho “se conoce en contra de un conocimiento anterior, destruyendo conocimientos mal hechos...” como propone Bachelard (2)  y “frente al misterio de lo real, el alma no puede convertirse, por decreto en ingenua.” Después de todo fue en esa duda donde se fundó el psicoanálisis, en ese famoso “ya no creo en mis neuróticos” de Freud a Fliess. Fue aquello engañoso lo que dio lugar a la construcción de la idea de fantasma.

       Relacionar el sufrimiento psíquico con la sexualidad fue el gran descubrimiento freudiano, separar la histeria de la genitalidad y describir la causa en términos de traumatismo, ubicándola en la historia infantil -historia psíquica, por así decirlo- y por tanto reprimida. Las histéricas, neuróticas en las que ya no creía (Carta a Fliess del 21 de setiembre de 1897), no mentían pero si reprimían. Desde allí en más la verdad ya no tiene que ver con el saber cotidiano. Tampoco, ni mucho menos, que ese saber sea patrimonio del psicoanalista. Esto quiere decir que el método psicoanalítico delimita un campo que es el de la indagación de lo enigmático que esa sexualidad reprimida contiene. Y que esa verdad o ese saber nadie lo tiene, sino que hay  que develarlo o, en un mejor decir, construirlo.

        Freud no dejó de definir al psicoanálisis como método (3): 1) método para la investigación de procesos mentales inaccesibles de otro modo, 2) método para el tratamiento de procesos neuróticos, basado  en el método de investigación, 3) de una serie de concepciones psicológicas adquiridas por esos métodos y que en conjunto van en aumento para formar progresivamente una nueva disciplina científica.

         Un autor que nos parece de interés en la actualidad es Carlo Ginzburg (4); a partir de él nos introdujimos en el tema del "paradigma indiciario" (5).  El ha trabajado  la relación que existe entre los métodos de pensadores pertenecientes a campos tan diversos como la investigación de la autenticidad de las obras de arte, método de Giovanni Morelli, el método de investigación detectivesca de Conan Doyle, con su personaje Sherlock Holmes y el método psicoanalítico de Freud.

         Morelli, Conan Doyle y Freud  tienen entre sí  varias coincidencias, una de ellas por supuesto temporal: los tres son exponentes del pensamiento y de los cambios que vienen desarrollándose en la metodología científica a fines del siglo pasado. Otra coincidencia es que los tres tienen formación médica. Ello no deja de tener su importancia, porque en estos tres casos el modelo médico, el modelo de la sintomatología médica, implica, como método,  la utilización de aquello que permite diagnosticar algo inaccesible a la observación directa, sobre la base de síntomas superficiales, signos y señales a veces irrelevantes a los ojos del profano; aquello que se dio en llamar “el ojo clínico”, “el ojo del buen cubero” que por cierto, como práctica, es una práctica milenaria. El cazador prehistórico se basaba en indicios para detectar la presencia de su presa. A partir de indicios, señales, huellas, rastros, olores, plumas, pelos, podía conjeturar qué pasó por allí y, sumando los datos que iba obteniendo, determinar quién pasó por allí y los peligros o riesgos que implicaba para él, el acceso a esa presa. Entonces, se trata de un registro, interpretación y clasificación de datos, pero de datos que son escogidos desde algún lugar, desde una óptica particular que permite acceder al objetivo, que es el armado de hipótesis. Precisamente, a esto se refiere Castoriadis, cuando aborda la cuestión de cómo los elementos mismos de un conjunto de datos a relevar implican el ordenamiento de un universo de pertenencia al que llama  "lógica médica" (6).

        ¿Se puede hablar de paradigma indiciario como método?  Y suponiendo que sí, ¿qué valor tiene para el psicoanálisis? Es evidente lo cerca que está el paradigma indiciario de aquello que en los últimos tiempos se ha dado en llamar "lo conjetural". Vale decir, un armado de hipótesis en el marco de conjeturas. La diferencia, con la ciencia práctica, con el paradigma galileano, es que no se trata -como en este caso- de algo cuantificable, repetible por reiteración del fenómeno, medible, utilización de las matemáticas. No se trata del método experimental clásico. Las disciplinas indiciarias, según Ginzburg (7),  son  eminentemente cualitativas y tienen por objeto situaciones y documentos individuales.

        Si lo pensáramos por el eje de la técnica psicoanalítica, podríamos señalar que la atención libremente flotante, sigue a la libre asociación mediante esta modalidad indiciaria. Pero también, como modelo más general de conocimiento, lo indiciario tiene que ver también con otro aspecto de nuestras preocupaciones: lo que se relaciona con la construcción del conocimiento psicoanalítico. La teoría por supuesto no se construye indiciariamente. La teoría implica modelos más totalizantes, establecimiento de hipótesis más generales; no se trata de un resumen de la experiencia. Pero lo indiciario pone algún tipo de valla, algún tipo de coto al furor hermenéutico en que podría devenir el psicoanálisis. El exceso de atribución de sentidos es fracturado por indicios que rompen con la certeza y marcan otra dirección posible.

        Pero volviendo a la conexión que existe entre  Morelli, Freud y aún Sherlock Holmes. Afirma Ginzburg que una abundante documentación asegura a Morelli un lugar especial en la historia de la formación del psicoanálisis. En efecto, se trata de una conexión documentada y no conjetural. Sí, en cambio, por conjeturas podemos suponer o intuir que Freud accede a los ensayos de Morelli entre 1890 y 1895, por una serie de datos que sería largo enumerar. Los escritos de Morelli se ubican más o menos a fines de la década de 1870. ¿Qué pudo representar para Freud, para el joven Freud, todavía lejos del psicoanálisis, esa lectura? Vamos a ver lo que el mismo Freud dice unos años más tarde en “El Moisés de Miguel Ángel” (8)  refiriéndose a Morelli*. Este es un artículo muy particular; yo diría que es el ejemplo más elocuente de la utilización por Freud de lo indiciario. Es un trabajo casi obsesivo por ver los detalles de la figura de Moisés hecha por Miguel Ángel. Este trabajo obsesivo, por supuesto no tiene por objeto determinar la autenticidad de la obra,  como los trabajos de Morelli,  porque indudablemente la obra era de Miguel Ángel.

        Veamos lo siguiente: en 1901 Freud va por primera vez a Roma, lugar que es para él objeto de deseo. Desde allí le escribe a su esposa Martha contándole que se sintió impresionado por la visión de esa imagen, de la escultura de Miguel Ángel y que va reiteradamente a verla. 1901, año de "La interpretación de los sueños", año de la piedra fundamental del psicoanálisis, año en que Freud empieza a construir su propia obra colosal. Lo subrayamos porque estos son los indicios a través de los cuales también nosotros podemos colegir el motivo por el cual Freud escribe ese artículo. En él comienza  refiriéndose a aquella conmoción y se pregunta qué es eso que lo conmueve. Digamos que la mayor incógnita de Freud es su propia incógnita. Y nos anticipamos a decir que, si bien comenzó preguntándose por la causa de aquel afecto que lo embargaba, se olvida, en el desarrollo del texto, de esta pregunta. Por eso vamos a tratar de contestar nosotros, también siguiendo el método indiciario, el por qué de ese olvido u omisión. Es decir, hagamos nosotros un rastreo detectivesco, con el método indiciario, en un trabajo detectivesco del mismo Freud que él deja sin resolver. Sin duda, como plantea Green, “las obras de arte provocan en nosotros un estado de retención, que suspende el curso de nuestros pensamientos, que nos impide la libre disposición de nuestra actividad psíquica, al tiempo que nos deja una actitud interrogativa” (10).

       Dice Freud respecto a Morelli:

"Mucho antes de que pudiera enterarme de la existencia del psicoanálisis, supe que un conocedor ruso en materia de arte, Iván Lermolieff, había provocado una revolución en los museos de Europa revisando la autoría de muchos cuadros, enseñando a distinguir con seguridad las copias de los originales y especulando sobre la individualidad de nuevos artistas, creadores de las obras cuya supuesto autoría demostró ser falsa. Consiguió todo eso tras indicar que debería prescindirse de la impresión global y de los grandes rasgos de una pintura, y destacar el valor característico de los detalles subordinados, pequeñeces como la forma de las uñas, lóbulos de las orejas, aureola de los santos y otros detalles inadvertidos cuya imitación el copista omitía y que sin embargo cada artista ejecuta de una manera singular. Luego me interesó mucho saber que bajo ese seudónimo ruso se ocultaba un médico italiano de apellido Morelli. Falleció en 1891 siendo senador del Reino de Italia. Creo que su procedimiento está muy emparentado con la técnica del psicoanálisis médico. También éste suele colegir lo secreto y escondido desde unos rasgos menos preciados o no advertidos, de la escoria -refuse- de la observación" (11).

        Más adelante, después de haber hecho un análisis obsesivo - es la obra en que el interés de Freud por los detalles, por las nimiedades es más elocuente- en el inicio del Capítulo III dice:

"Si no me equivoco, ahora podremos cosechar los frutos de nuestro empeño. Sabemos que a muchos, bajo el influjo de la estatua, se les impuso  la interpretación de que figuraba Moisés sacudido por la visión de su pueblo caído en la apostasía y danzando en torno de un ídolo. Pero esa interpretación debió ser resignada, pues hallaba su continuación en la expectativa, de que un instante después se levantaría de golpe, destrozaría las Tablas y consumaría la obra de la venganza. Y esto contradecía la destinación de la estatua, que era ser parte del monumento funerario de Julio II, junto a otras tres o cinco figuras sedentes. Ahora nos está permitido retomar esa interpretación, pues nuestro Moisés no se pondrá de pie de golpe ni arrojará al suelo las Tablas. Lo que en él vemos no es el introito a una acción violenta sino el resto de un movimiento transcurrido. En un ataque de cólera, quiso levantarse de golpe y cobrar venganza, olvidado de las Tablas. Pero superó la tentación: ahora permanecerá sentado con furia domeñada, con una mezcla de dolor y desprecio. Tampoco arrojará las Tablas de suerte de que se despedacen contra la piedra, ya que justamente por causa de ellas, frenó su cólera, dominó su pasión para rescatarlas. Cuando se entregó a su indignación apasionada, no pudo menos que descuidar las Tablas, apartar la mano que las sostenía. Entonces empezaron a deslizarse, corrieron peligro de destruirse. Esto le hizo recapacitar. Recordó su misión y por ella renunció a la satisfacción de su afecto. Su mano retrocedió y rescató las Tablas que caían antes que pudieran hacerlo. En esa postura persevera, y así lo ha figurado Miguel Ángel como guardián del monumento funerario."

        Y para culminar la cita, dice:

“(Miguel Ángel)... no deja que la cólera de Moisés las destruya, sino que apacigua esa cólera, [no debemos olvidar que está analizando cómo Miguel Ángel  contradice el texto sagrado en el que Moisés rompe las Tablas] o al menos le inhibe el camino de la acción por la amenaza de que pudieran hacerse pedazos. Así ha introducido en la figura de Moisés algo nuevo, sobrehumano, y su imponente volumen físico y el vigor de su desafiante musculatura se convierten en el medio de expresión corporal para el supremo logro psíquico asequible a un ser humano: sujetar su propia pasión en beneficio de una destinación a la que se ha consagrado, y subordinándose a ella.

        Es lícito poner fin aquí a la interpretación de la estatua de Miguel Ángel. Todavía podría preguntarse por los motivos del artista cuando escogió a Moisés [recordemos que en el artículo, Freud comienza interrogándose por sus motivos, por el enigma de su propia  pasión por esa obra], y a  uno tan trasmudado, para el monumento funerario del papa Julio II. Muchos autores coinciden en señalar que esos motivos han de buscarse en el carácter del papa y en la relación del artista con él. Julio II era afín a Miguel Ángel porque buscaba realizar lo grande y lo violento, sobre todo lo colosal. Era un hombre de acción; se podía indicar su meta: aspiraba a la unificación de Italia bajo el dominio del papado. Lo que únicamente, varios siglos después conseguiría una conjunción de diversos poderes, quería lograrlo él solo, un individuo, en el breve lapso del imperio que le estaba deparado, impaciente y con violentos medios. Supo apreciar a Miguel Ángel como a un igual, pero a menudo lo hizo padecer por su carácter irascible y su falta de miramientos. El artista tenía conciencia de poseer esa misma vehemencia en el logro de sus propósitos, y acaso, como pensador que era de más profunda visión, vislumbró la infructuosidad a que ambos estaban condenados. Así introdujo a su Moisés en el monumento funerario del papa, no sin reproches para el difunto y, para él mismo, como una admonición en esa crítica lo elevaba sobre su propia naturaleza.”

       Hoy podemos tratar de dar una respuesta a la incógnita que dejó abierta Freud en este trabajo. Podemos pensar que aquella interpretación era además una autointerpretación. Freud mismo era presa de sus impulsos de cólera, del odio que despertaban en él sus enemigos y detractores y, más de una vez, debió refrenar esos impulsos cuando se dirigían a algunos de sus propios discípulos y partidarios a los que consideraba limitados o desleales. Y por qué no, la cólera que podía despertar el objeto mismo, ese inconciente que se sustrae a la mirada y que en más de una oportunidad se transforma en un mármol duro, roca viva, infranqueable o sujeta a posibles grietas por un mal golpe. Y aquí la lectura por indicios, nos muestra la relación entre la época en que escribe esta interpretación del Moisés, con el momento en que se hace más conflictivo el vínculo con Jung. Y la culminación de ese texto es inmediatamente anterior al comienzo de su “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, la explosiva respuesta que arroja contra sus discípulos Jung y Adler. La pugna con ellos lo tiene tan desalentado que no está seguro de conservar el dominio de sí mismo, temor que atribuía al Moisés de Miguel Ángel.  Así se describe a sí mismo, en una carta a Ferenczi, a fines de 1912: "En mi estado de ánimo actual me comparo más bien con el Moisés histórico y no con el Moisés que he interpretado". Pero no era sólo el buen político que debía domeñar sus pasiones y que debía defender su obra el que lo hacía dar vueltas incesantemente sobre el Moisés. La consistencia, coherencia, hasta el final de sus días, con “Moisés y el monoteísmo” da cuenta de ello. Estaba el Freud investigador, el de la curiosidad sin límites, el de los enigmas a develar, el que no podía sustraerse a encontrar respuestas donde formulaba preguntas, el Freud de lo indiciario, el Freud detective.

        Freud nos muestra, en este artículo, lo indiciario en su pensamiento, pero nosotros podemos seguir el proceso de descubrimiento, lo mismo que Freud, aplicando en su lectura, el método indiciario. Este, es el trabajo intrateórico que realizamos cuando confrontamos aspectos de la obra. Inclusive cuando damos importancia a una nota al pie o nos remitimos a una carta o a estos detalles, despojos, descartes que no son la columna vertebral de un concepto cuando lo seguimos. No hacemos con ella sino lo que podemos hacer con cualquier discurso. Lo fracturamos como totalidad, y articulamos constelaciones de sentido a partir de los elementos similares, contradictorios, incoherentes o de coherencia subyacente. Esto es lo que desde hace algunos años se propone, siguiendo a Laplanche (12), como “hacer trabajar” al psicoanálisis. Seguimos la pista de un concepto, lo vamos cercando en distintos contextos, aplicamos entonces, el mismo método de la clínica. Pero como está ausente  el discurso asociativo, hacemos entrelazar los distintos discursos de Freud en otros lugares de su obra, e incluso, por qué no, los desarrollos post-freudianos.

        Para Bachelard, que surge después de la gran oleada sociológica, corresponde a la esencia del racionalismo el ser colectivo. El Cogito se transforma, para él, en un cogitamus. El pensamiento científico de los modernos no puede hallar sus formas duras y múltiples en la soledad, en ese solipsismo que es el mal congénito de todo idealismo. Para existir necesita 'del asentimiento de una ciudad física y matemática', como afirma Michel Ambacher (13). “Los sabios aprenden unos de otros”, dice Bachelard, denunciando el particularismo suspicaz y el individualismo dogmático de los filósofos.

        Sería conveniente hacer extensivo a los psicoanalistas el pedido que Bachelard hace a los filósofos: "que rompan con la ambición de encontrar un solo punto de vista, y un punto de vista fijo" (14); y más aún cuando esos puntos de vista - “sus” puntos de vista- se toleran en una aparente coexistencia pacífica, “yo esto lo defino así, Uds. de esa otra forma; cada uno puede tener su propia definición”. En esa actitud seudodemocrática o pluralista se oculta el solipsismo escéptico y suspicaz que da lugar al eclectisismo. "Y, si un eclectisismo de los fines mezcla indebidamente todos los sistemas, parecería admisible un eclectisismo de los medios" (15).  Así, cada punto de vista con el que se sostiene una hipótesis, con el que se apuntala la propia práctica, reclamará su propia teoría. “El mundo en que pensamos no es el mundo en que vivimos”, sostiene Bachelard. Sí, en efecto, -y esto no atenta contra la singularidad- vivimos en un mundo sensible y afectivo pero pensamos en el mundo de las representaciones y abstracciones compartibles o discutibles que universalizan el discurso y hacen que no siempre se tenga que volver a empezar. Porque en esa aparente libertad el psicoanalista se aísla en una actividad limitada y sin la conciencia necesaria para un intercambio productivo, queda preso de una soledad veleidosa en la que su conocimiento se empobrece y marchita.

        Por eso, si nos preguntamos con F. Perrier, ¿qué es un psicoanalista? Podremos decir que, como todo hombre de ciencia, es sin duda el que tiene pasta y una aptitud cultivada para la puesta en acción de una metodología; lo que exige una preocupación igual, una vigilancia disciplinaria igual ante los apremios de los modelos del saber y las celadas de la experiencia fenomenológica del campo de alteridad que hay que cuestionar (16).

        Y pienso, al introducir la cuestión del paradigma indiciario, en el modo de aproximación al inconciente, no por traducción simultánea ni por recurrencia a un código preestablecido de sentido, sino para tomar posición en lo relativo a un aspecto central del método, que es el del descubrimiento a partir de los elementos fenoménicos que expresan, de modo traspuesto, los datos mediante los cuales vamos haciendo articulaciones de sentido.

       Insisto en que la atención flotante permite justamente la aprehensión de esos indicios en los restos marginales del discurso. Vamos organizando estos indicios en unidades de significación, atendiendo no a todo el discurso como un pleno, sino a puntos que nos plantean cierta tensión a través de relevamientos: a veces atendemos poco a ciertos aspectos que nos parecen irrelevantes y nos centramos en otros; luego, en el siguiente fragmento discursivo, puede ocurrir que aquello que ocupó un lugar irrelevante en el encadenamiento anterior, pase a ser decisivo en este nuevo encadenamiento.

       Pienso que el respeto por lo indiciario limita el furor interpretativo y la saturación de sentido que corremos riesgo de imponer en la clínica.
 

Notas y Bibliografía

(1). Método: Procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y para enseñarla. Así, fundamentalmente, se habla de métodos heurísticos (los destinados a obtener conocimientos) y didácticos (los que tienen como fin la comunicación y transmisión de esos conocimientos). El problema del método se halla ligado estrechamente a toda la problemática general, y también particular en cada caso concreto, del conocimiento y, por tanto, implica siempre cuestiones epistemológicas y lógicas (valor real y limitaciones del conocimiento, exigencias derivadas de la estructura y caracteres del objeto, proceso o fenómeno que se quiere conocer, etc.) De la síntesis de estas exigencias se deriva la diversidad de métodos, unos generales y otros específicos de cada ciencia o disciplina. En el campo de la filosofía tradicional pueden señalarse como métodos importantes: el socrático, interesado en obtener la definición de esencias inmutables de las que el sujeto tiene ya un conocimiento previo que interesa hacer actual; el aristotélico, que busca obtener el conocimiento de base causal a través, principalmente, de la deducción, la inducción y la analogía; el cartesiano, que promueve la duda metódica y considera todo conocimiento basándose en un criterio de evidencia; el trascendental o kantiano, fundamentado  en las condiciones a priori del conocimiento; el fenomenológico, que busca captar la esencia  pura de los fenómenos o las realidades utilizando la reducción y la epojé; y el dialéctico, que arranca ya de Plotino y fue enriquecido decisivamente por Hegel y por Marx, quien le dio una base materialista, y que se apoya en el uso de los conceptos de movimiento, cambio, transformación y desarrollo. El progreso de las ciencias naturales y exactas, a partir del siglo XVIII dio impulso excepcional a la formulación y aplicación de nuevos métodos o sistematización de reglas para el estudio eficaz de las diversas parcelas de la realidad. Características de los últimos tiempos son: 1) la acusada problematización de los fundamentos de cada método a nivel epistemológico, favorecida por el desarrollo de la filosofía de la ciencia; 2) la cooperación de diversos métodos en el conocimiento de un determinado fenómeno, impulsada por la necesidad de un esfuerzo interdisciplinario en muchos campos del conocimiento; 3) la problemática abierta por el intento de aplicar a las ciencias humanas y sociales los métodos de las ciencias exactas y naturales.  (Enciclopedia Salvat, España)

(2).Bachelard, G.: La formación del espíritu científico, Siglo XXI  ed., Bs.As., 1975.

(3). Freud, S.: Encyclopedie- 1922, en O. C., Vol.18, Amorrortu Ediciones, Bs.As.

(4). Ginzburg, Carlo: en Crisis de la razón, Siglo XXI ed., México

(5). Cf. también Umberto Eco y Thomas A. Sebeok: El Signo de los tres: Dupin, Holmes, Peirce, Ed. Lumen, Barcelona, 1989

(6). Castoriadis, C.:

(7). Ginzburg, C.: Op.cit.

(8). Freud, S.: El Moisés de Miguel Angel, en O.C., Vol.13, Amorrortu Ed., Buenos Aires.

*  Pero antes un comentario curioso: Giovanni Morelli quedó durante muchos años en el anonimato, escondido bajo el seudónimo de Iván Lermolieff. Sus traducciones al alemán, también ocultaban su verdadero nombre bajo el de Johannes Schuartze. Johannes Schuartze es el calco traducido al alemán de Giovanni Morelli. E Iván Lermolieff es casi un anagrama del apellido Morelli. Pero otro hecho curioso más, este trabajo de Freud en el cual cita a Morelli, es uno de los pocos trabajos de Freud, que publicó también en el anonimato. Ese trabajo, “El Moisés de Miguel Ángel” (9) se publica en 1914 en la revista Imago por el autor “***”. Y se mantiene en el anonimato durante diez años; recién en 1924, Freud reconoce la paternidad de él.

(10). Green, A. : “La interpretación psicoanalítica de las producciones culturales y de las obras de arte”, en Critique sociologique et critique psychanalitique, Editions de l’Université de Bruxelles.

(11). Op. Cit.

(12). Cf. Laplanche, J.: particularmente el Editorial de la Revista Trabajo del Psicoanálisis, Vol. I, N°1, México, 1981

(13). Ambacher, M.: "La filosofía de las ciencias en Gastón Bachelard”,  en Introducción a Bachelard, Editorial Calden, Bs.As., 1973.

(14). Bachelard, G.: "Las preguntas del epistemólogo", en Epistemología, Anagrama, Barcelona, 1973

(15). En bastardilla: Bachelard, G.: La filosofía del no, Amorrortu ed., Bs.As., 1972

(16). Perrier, F.: El cuento de la buena Pipa, Ediciones Petrel, Barcelona, 1981
 
 

(*) Publicado en: "Revista del Colegio de Estudios Avanzados en Psicoanálisis, Año 2, Nº 2", Buenos Aires, Noviembre de 1998.

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