aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 008 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas 8

El odio rencoroso y vengativo y sus recompensas: una visión desde la teoría de los sistemas motivacionales

Autor: Lichtenberg, Joseph y Shapard, Barbara

Palabras clave

apego, Impulso agresivo, Odio rencoroso, Odio vengativo, Rabia narcisista, Sistemas motivacionales.


 Hatred and its rewards: A motivational systems view. Publicado originariamente en Psychoanalytic Inquiry: A Topical Journal for Mental Health Professionals, vol. 20, no. 3, p. 374-388 (2000). Copyright © 1999 de Melvin Bornstein, Joseph Lichtenberg & Donald Silver. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc.

Traducción: Ariel Perea Jerez

Nota del traductor: en el presente artículo se hace una diferenciación entre los conceptos de “hate” y “hatred”, los cuales fueron traducidos como “odio” y “odio rencoroso y vengativo” respectivamente. Más adelante, en el mismo original, se explicita esta diferencia, la cual es importante para la comprensión del texto.

“Los placeres del odio rencoroso y vengativo gratificado son de
las cosas más intensas y más apasionadas que el corazón pueda sentir.”
Balzac, La prima Bette

Con la finalidad de permitir que surja una teoría psicoanalítica contemporánea del odio rencoroso y vengativo, debemos clarificar la distinción entre odio rencoroso y vengativo e impulso agresivo, y entre odio rencoroso y vengativo y rabia narcisista. Expuesto de forma diferente, debemos considerar hasta qué punto el odio rencoroso y vengativo es principalmente un derivado del impulso agresivo o un producto de descarga de él, tal como la psicología del yo a menudo sostiene. ¿O es el odio rencoroso y vengativo mejor conceptualizado desde el punto de vista de los teóricos de las relaciones objetales como resultado de la identificación proyectiva? ¿O es el odio rencoroso y vengativo un producto de fragmentación resultado de las fallas empáticas que amenazan la cohesión del self, desembocando en rabia narcisista, tal como los psicólogos del self han mantenido? Basando los intentos de reconceptualizar el odio rencoroso y vengativo en la teoría de sistemas motivacionales, miremos en dirección a las “recompensas” del odio rencoroso y vengativo para identificar el poderoso y ubicuo lugar que el odiar tiene en la existencia humana, y para distinguir entre “el odiar” del uso común y el “odio rencoroso y vengativo”.

Cuando se le preguntó al superviviente del holocausto Elie Wiesel(1933) si odiaba a los nazis éste dijo que no. “Uno puede llenarse de rabia y protestar pero odiar no sirve a ningún propósito sino a la destrucción final de la humanidad”. En su discurso de dimisión del 9 de agosto de 1974, el a menudo reivindicativo y paranoide Richard Nixon, en un momento de claridad reflexiva, afirmó: “Los demás pueden odiarte. Aquellos que te odian no ganan, a menos que tú les odies. Y entonces te destruyes a ti mismo” (Akhtar, 1995, p. 98). Las afirmaciones de estos dos hombres famosos, uno una víctima real, el otro una víctima autodeclarada, enlazan odio con destrucción- un vínculo metafórico con un instinto de muerte.

Mientras que la mayoría de los analistas no subscribirían la creencia en un instinto de muerte que empuja al ser humano hacia un odio asesino dirigido hacia el propio self, o de forma protectora, proyectándolo hacia afuera en forma de odio asesino hacia los demás, muchos relacionarían ambas tendencias destructivas con un impulso agresivo (ver Parens, 1979, y Lichtenberg, 1989, capítulo 7, para una discusión detallada). Fenomenológicamente, el odio maligno (Gabbard, 1996), tiene innegables cualidades de presión arrolladora y es parecido al impulso, con poca o ninguna capacidad para la conciencia reflexiva. Para ocuparse del supuesto ampliamente aceptado, basado en la teoría dual de la pulsión, de que el odio rencoroso y vengativo es un derivado de un impulso agresivo primario, es necesaria una apropiada propuesta alternativa apoyada en la investigación y observación del desarrollo infantil. La teoría de los sistemas motivacionales ofrece esta alternativa: en la infancia más temprana (en realidad en el útero) un sistema motivacional aversivo se desarrolla en respuesta a la necesidad de reaccionar con antagonismo y/o retirada frente a cualquier estímulo distónico interno o externo. Cualquier falla de regulación de cualquier otro sistema -no responder a necesidades fisiológicas, a la intimidad de apego, a la exploración y afirmación de preferencias, o al placer sensual- hará que el infante se lamente, pelee, llore, amenace con el puño, frunza el ceño, se estremezca, desvíe la mirada, retroceda, se ponga rígido, o se ponga flácido. Cuando los cuidadores  responden a estos afectos, gestos, y conductas, eliminando la causa de la aflicción o, por lo menos, quedándose a su lado  y reconfortándolo (sirviendo como función contenedora (Bion, 1962)), el sistema aversivo, durante el primer año de vida, se organizará en torno a  señales efectivas. Por ejemplo, la aversión del test de la situación ante el extraño, donde la madre deja a un niño de un año en una sala de juegos desconocida, provoca, en el niño con apego seguro, llanto, protesta, y a la vuelta de la madre, un activo acercamiento y demanda de consuelo y alivio. La madre, de forma fiable,  ofrece el consuelo y el reaseguramiento necesario, y el niño vuelve a jugar de forma alegre. En el 60 % de los niños de un año que tienen apego seguro estas observaciones indican que el funcionamiento aversivo es un sistema de señales efectivo entre el cuidador y el niño, más que un impulso agresivo persistente.

 Los niños de 1 año con apego inseguro muestran patrones diferentes. Un grupo, frente a la partida de la madre, da señales de la misma aflicción y, frente a la vuelta de la madre, el mismo acercamiento, pero cuando son atendidos por la madre, los infantes la empujan con una conducta de rechazo y enojo para luego renovar sus demandas de consuelo si la madre se retira. Se ha encontrado que estas madres, frecuentemente, pero de forma impredecible, actúan con enojo frente a sus hijos. Otro grupo de infantes no muestra una respuesta abierta frente a la partida o vuelta de la madre- algunas veces muestran desviación de la mirada o se vuelven para otro lado. Fisiológicamente, los infantes muestran una respuesta de estrés del sistema nervioso autónomo. El sistema aversivo de estos infantes está organizado en torno a la retirada y al miedo. Otro grupo responde sin una estrategia claramente definida- algunas veces empiezan a acercarse,  se detienen, desvían la mirada, se distraen, se caen torpemente, lloran sin que su llanto sea un llamado al otro. A veces estos niños aparecen no sólo desorganizados sino desorientados y  en “la luna”. Se ha encontrado que estos infantes corren el riesgo de tener trastornos limítrofes, estados disociativos y trastornos de personalidad múltiple (Liotti, 1999). Los investigadores creen que estos infantes han estado sujetos a conductas parentales atemorizantes y de padres atemorizados- no necesariamente a maltrato grave (Hesse y Main, 1999).

Basándose en estos hallazgos, Lichtenberg (1989) ha propuesto que para la mayoría de los infantes la respuesta del cuidador a las necesidades y deseos de los infantes facilita la regulación de los requerimientos fisiológicos, el apego afectivo, la expansión del interés y competencia exploratorio-asertiva, y el placer sensual. En el desarrollo adaptativo de cada uno de estos sistemas durante el primer año, los indicadores aversivos, en forma de, o bien antagonismo, o bien retirada, funcionan como señales comunicativas proveyendo la información necesaria de forma que los cuidadores lleven a cabo respuestas empáticamente sensitivas. En cambio, para aquellos infantes considerados con apego inseguro, el sistema motivacional aversivo experimenta una organización temprana, de forma que las necesidades y deseos de cualquiera de los otros sistemas motivacionales pueden activar un afecto de tonalidad negativa más persistente. Por ejemplo, una necesidad de placer sensual procedente del propio acariciamiento o chupeteo del pulgar despierta miedo de ser avergonzado o golpeado. Los impulsos exploratorio-asertivos podrían activar una sensación de abandono desolado o de falla frustrante, más que de aprobación y asistencia. La necesidad de intimidad de apego puede activar la expectativa de un encuentro airado o un distanciamiento evitativo. El grado de organización de estos interjuegos aversivos esperados variarán en intensidad y rigidez. A veces la aversión, como reacción a prolongados intercambios intersubjetivos patológicos entre uno o más cuidadores y el niño, producirán redes neurofisiológicas relativamente rígidas. Los desarrollos con tonalidades positivas en uno o más sistemas motivacionales se verán entonces fácilmente superadas por las experiencias  afectivas negativas. Redes aversivas similares, rígidamente organizadas, pueden aparecer a cualquier edad originadas en experiencias traumáticas (el holocausto, ser abusado, asaltado, abandonado). De todas maneras, en ausencia de posteriores experiencias traumáticas abrumadoras específicas, la organización temprana del sistema motivacional aversivo es un esbozo desde el cual  el odio rencoroso y vengativo y otros patrones persistentes de antagonismo y retirada emergen. Cuando una base así se forma, la organización aversiva de fondo de los infantes con apego inseguro se asemeja a un impulso agresivo (Mitchell, 1993) o, de forma más precisa, a un ímpetu semejante a la pulsión a reaccionar de forma antagonista.

 En el segundo y tercer años el sistema motivacional aversivo se organiza conjuntamente con sus tareas esenciales: ser efectivo cuando aparecen enfrentamientos, ser capaz de ejercer fuerza, y reconocer el peligro y buscar seguridad. Los desarrollos de este período son empujados hacia adelante por las necesarias e inevitables colisiones  entre las necesidades  de los niños pequeños que empiezan a andar y las de sus cuidadores. Las emergentes manifestaciones de oposición por parte de niños jóvenes que empiezan a andar son inicialmente una puesta a  prueba del NO y a los 18 meses un incremento de la agresividad. El inevitable choque entre necesidades fuerza a los niños que empiezan a andar y a sus cuidadores a una negociación casi continua a medida que los deseos afloran en cada sistema motivacional. A menudo el niño que empieza a andar no puede manejar la frustración sin una protesta descontrolada y berrinches. Estas respuestas de rabia operan como si el niño que empieza a andar dijera “no puedes hacerme aceptar la afrenta, la herida para mi sentimiento de poder y de tener derecho”, y el padre dijera, “sí, puedo, lo haré, tengo que hacerlo”. De esta forma, desde temprano en adelante, la rabia es diferente del enojo y del odio rencoroso y vengativo. El enojo es una respuesta a la frustración y puede extinguirse si la frustración se supera o es eliminada. La rabia puede también ser desencadenada por la frustración pero implica un sentimiento de herida narcisista, una ofensa al orgullo, una vergüenza y humillación al sentido del self. El estado de rabia, con su contracción muscular y aumento en el latido cardíaco y presión sanguínea, elimina la sensación de indefensión asociada con el dañado sentimiento del self y lo substituye por un provisional sentimiento de omnipotencia e invulnerabilidad.

 El odio puede seguir a reiterados episodios de enojo y puede ser o bien una fase previa o bien una consecuencia de la rabia. Odiar implica “sentir una intensa aversión por algo; detestar; aborrecer”, según el Webster. Uno puede imaginar que un infante, o niño que empieza a andar, pueda experimentar odio según esta definición. El odio rencoroso y vengativo, según el Webster, es una “fuerte aversión o aborrecimiento asociado con mala intención”. La asociación con mala intención es una distinción importante. Un aborrecimiento duradero asociado a un deseo de venganza caracteriza al odio rencoroso y vengativo. A diferencia del odio, el cual es a menudo más flexible, el odio rencoroso y vengativo implica un escenario complejo de agravio y deseo retaliativo de venganza. Las personas que odian pueden no querer tener nada que ver con la persona o situación que despertó su odio; las personas llenas de odio rencoroso y vengativo desean hacer cualquier cosa mala, que puedan concebir, a la fuente de su odio rencoroso y vengativo.

En sus escenarios de odio rencoroso y vengativo las personas se mantienen en el pasado e imaginan venganzas en el futuro. Episodios recientes que generan dolor, decepción, envidia, vergüenza, turbación, humillación, y culpa, son absorbidos dentro del escenario. El odio rencoroso y vengativo mantiene una relación similar respecto al odio como el amor romántico respecto al afecto. Desde la infancia en adelante podemos sentir, si bien no originalmente expresado en palabras, “eres bueno conmigo; te quiero”; o, “me haces daño; estoy enojado contigo”. Pero solamente en una edad posterior podremos decir, “eres mi madre (padre) y siento que es sensualmente placecentero y sexualmente excitante estar cerca de ti. Sueño de día y de noche contigo. Pienso en cosas que hacemos juntos, miradas que intercambiamos, y hago planes para el futuro cuando me case contigo y esté contigo para siempre”. Este escenario es después reescrito y recreado con cada nueva etapa y oportunidad, y fácilmente, en cada momento, se transforma en una preocupación central. Y sólo después de desarrollos similares, que permiten la creación de cualquier escenario intersubjetivo rico para la persona, puede la imaginería del odio rencoroso y vengativo tomar forma. Al igual que la persona amada de un escenario romántico, la persona odiada, en el escenario del odio rencoroso y vengativo aparece más grande que la vida misma- idealizada en un escenario, considerada omnipotentemente malvada en el otro.

 Enojo, rabia, odio (aversión intensa) y temor, son experiencias afectivas de infantes y adultos. El odio rencoroso y vengativo, como escenario, es un desarrollo posterior que requiere maduración del cerebro y desarrollo de cruciales capacidades cognitivas. El niño debe ser capaz de conceptualizar relaciones sujeto-objeto en la dualidad victimario-víctima y la relación entre ellos: “Me ha dañado; quiero dañarlo”. Una estimación de la relación en el “ya que él me ha dañado yo quiero mi venganza” requiere de la captación de causalidad y del concepto de asignación de culpa. Cada componente del relato- él me daña y mi retaliativo yo lo daño- requiere de la habilidad presente a la edad de 3 años para organizar la experiencia en forma de eventos que tienen un argumento, con un comienzo,  un medio y un final. Los eventos existen en un espacio temporal de pasado, presente y futuro- me pasó eso entonces, puedo hacer que le pase algo a él después. La organización de eventos en una línea temporal es la base de los pensamientos, planes, y emociones del habla interna del niño. En este continuo monólogo despierto, el niño procesa la inmediatez de la experiencia presente y actúa los pequeños dramas de su vida en escenarios de amor, de éxitos a ser logrados, y de heridas a ser sanadas o inflingidas. Para que el monólogo interno sea experimentado como un refugio seguro para todos los anhelos y deseos -para aquellos que podrían hacerse públicos pero, especialmente, para aquellos que podrían despertar vergüenza, culpa y temor- el niño debe percibir la privacidad del habla interna, los límites de su “mente”, comparada con las revelaciones de la comunicación hablada y gestual.

 Al igual que otros escenarios “de ambición”, lo que los niños y los adultos esperan que ellos puedan realizar en el futuro, un escenario de odio rencoroso y vengativo existe como un marco al que se acude de forma recurrente para repetidas revisiones, tanto como fuente como resultado. A veces las fuentes de la herida desencadenante son ostensibles y obvias pero, a menudo, son exquisitamente particulares para cada individuo. Dado que las fuentes son elaboradas en la mente de la persona herida pueden ser difícilmente revelables por el riesgo de que no sean aceptadas por otros, y por el riesgo de un daño vergonzoso adicional proveniente del oyente: “oh, eres demasiado sensible”.

George Eliot (1876) resumió muchas de estas observaciones en Daniel Deronda:

La amargura del odio rencoroso y vengativo es a menudo tan inexplicable para los observadores como el desarrollo del amor devoto, y no sólo parece sino que no tiene relación directa con ninguna causa externa que se pueda alegar. La pasión es de la naturaleza de la semilla, y encuentra alimento en su interior, tendiendo a un predominio que atrae toda corriente hacia sí misma y hace de toda la vida su tributo.  La forma más intensa del odio rencoroso y vengativo es la enraizada en el temor, el cual obliga al silencio y fuerza un deseo vehemente de venganza no expresada, una aniquilación imaginaria del objeto detestado, algo parecido a los ritos ocultos de venganza con los cuales los perseguidos han hecho salir secretamente su rabia y han aplacado su sufrimiento hasta enmudecerlo (p.576).

En otro pasaje repite los temas de un sentimiento de impotencia frente a la expresión directa del enojo y la recompensa sustitutiva de la venganza: “Lydia...devoró su impotente ira..., pero no podía...irse del todo sin la recompensa de haber hecho una aparición de Medusa frente a Gwendolen, encontrando su deseo de venganza y sus celos alivio en una descarga de ponzoña” (p. 514).

 Pao (1965), el primero de muchos autores psicoanalíticos contemporáneos en comentar estos patrones, ofreció una formulación notablemente penetrante. Pao afirmó que el odio rencoroso y vengativo, al vincular el pasado con el futuro, establecía un sentido de continuidad. “Odiar es sentir algo, lo cual es mucho mejor que sentirse con falta de propósito, vacío, amorfo, o abrumado por ansiedades. El odio rencoroso y vengativo puede transformarse en un elemento esencial del cual uno deriva un sentido de mismidad y sobre el cual uno formula su propia identidad” (p.260). Pao cita a un paciente: “No quiero odiar pero tengo que hacerlo. Si no soy una persona que siente odio, no soy nadie. Y no quiero ser nadie” (p. 260).

 Pao señala que la persona que odia está acosado por miedos y se siente tironeado en diferentes direcciones. La persona que odia siente que sería desastroso ofender al objeto de su odio, al cual adscribe omnipotencia y omnisciencia. Pero se siente agraviada y quiere desquitarse. “De esta forma se encuentra en un estado de esclavitud. Si se mantiene cerca...,podría dejar al descubierto su odio rencoroso y vengativo y provocar la cólera del objeto, el cual podría aplastarle....Si intenta evitar al objeto odiado se está privando del necesario suministro libidinal. Metido en un dilema, la persona que odia se siente atrapada” (pp. 258-259).

 “El odio rencoroso y vengativo tiende a incitar al odio rencoroso y vengativo en otros. El que odia detesta más a aquellos que se sienten indiferentes frente a su odio rencoroso y vengativo, y harán cualquier esfuerzo para incitar también al otro al odio rencoroso y vengativo” (p. 261). “En el curso de un tratamiento, el cual es inherentemente frustrante, muchos pacientes dirigirán su odio rencoroso y vengativo hacia su analista. Cuando ven que el analista, a su vez, no los odia, estos pacientes sienten un grado aún mayor de frustración” (p.262). “A medida que el analista ayuda al paciente a librarse de su odio rencoroso y vengativo, debe discernir lo que el odio rencoroso y vengativo significa para el paciente” (p. 263). “Cuando el odio rencoroso y vengativo se transforma en la base de la relación humana puede perpetuar una relación de forma tan duradera como el amor. Uno puede crecer habituado a una relación así y sentirse perdido sin ella” (p. 261). Basándose en su experiencia con pacientes limítrofes y psicóticos, Pao advierte que remover el odio rencoroso y vengativo a destiempo podría privar al paciente de un significado que el paciente ha utilizado para establecer una personalidad más estable e integrada y de esa forma buscarse complicaciones no deseadas.

 Kernberg (1995) ve al odio rencoroso y vengativo como un afecto crónico y primitivo que desemboca en la negación primitiva y la anulación de funciones cognitivas. El terapeuta debe ayudar al paciente a que tome conciencia de la intensidad del placer derivado del odio rencoroso y vengativo dentro de la transferencia. A medida que el paciente reconoce su sadismo se sentirá culpable por el reconocimiento de que su ataque se ejerce sobre un objeto útil y potencialmente bueno. El paciente podría entonces hacer realidad la esperanza inconsciente de que, atacando a la madre/terapeuta mala/o, una madre buena emergerá y calmará la situación. El paciente se da cuenta de que su ataque interfiere la gratificación de sus necesidades profundas. Kernberg advierte que los analistas deben ser conscientes de cuatro respuestas contratransferenciales: el retirarse emocionalmente ante el odio rencoroso y vengativo; el identificarse con la victimización del paciente y su desplazamiento de la agresión fuera de la transferencia; someterse de forma masoquista al odio rencoroso y vengativo del paciente con un eventual acting out agresivo; u oscilar entre tratar de generar comprensión por parte del paciente y retraerse. Es interesante que Kernberg no incluya el odiar al paciente.

 Gabbard (1996) describe el trabajo con un paciente que consideraba el odio rencoroso y vengativo hacia el analista como un requerimiento fijo de su identidad y de esta forma justificaba el uso de Gabbard como “retrete y blanco” de su agresividad. Gabbard se sintió forzado a ser un terapeuta odiado que odiaría, a su vez,  a su paciente. Para Gabbard la retaliación o la retirada esquizoide parecían ser la única forma de sobrevivir. A través de un sueño donde le gritaba al paciente, Gabbard se dio cuenta de que eran los sentimientos de culpa por el odio al paciente los que le quitaban poder para tener un espacio libre en donde poder conservar su curiosidad. Reconocer y contener su odio y el del paciente ayudó a que el odio del paciente fuera suficientemente tolerable para comprenderlo, observarlo y sentirse preocupado por él. Gabbard fue, entonces, lentamente capaz de asociar el odio con la anticipación por parte del paciente de sentirse desplazado, olvidado y abandonado.

En su formulación de la interacción generada por el “odio maligno” proveniente de su paciente, Gabbard utilizó el concepto de identificación proyectiva para permitirse entender sus reacciones contratransferenciales. Se considera que el paciente proyecta en el terapeuta sus sentimientos de odio rencoroso y vengativo rechazados. El analista, tal como se evidenció en su sueño, experimenta y “metaboliza” el odio y luego puede empezar a lidiar de forma constructiva en el tratamiento con la agresión proyectada.

          Desde el punto de vista de los autores del presente trabajo se ofrece una conceptualización diferente del fenómeno de la transferencia-contratransferencia. El odio rencoroso y vengativo del paciente provoca una respuesta de rol por parte de cada participante hacia el otro, influida por la experiencia previa de cada uno. Los roles que cada uno adopta pueden sumarse a la aversión del uno hacia el otro, a menudo sin tenerse conciencia de ello. Un efecto adicional frecuente es que las reacciones afectivas aversivas no reconocidas son desviadas hacia actuaciones de rol y hacia involucrarse en actuaciones de rol. Según nuestro punto de vista la respuesta del analista no es la de un receptáculo de la penetración del paciente a través de los límites de su self, sino la particular reacción individual frente a un rol  particularmente estresante, aquel en que se es un observador y/o recipiente de la vivencia de odio rencoroso y vengativo de otro. Esta concepción, coloca al analista como observador y como participante en la dialéctica de intercambios clínicos desarrollados bajo el peso opresivo de un antagonismo prolongado.

 Lazar (1996) afirma que, cuando el odio rencoroso y vengativo es buscado como una meta en sí misma, el analista debe determinar su significado subjetivo. ¿Es el odio rencoroso y vengativo una protesta por las necesidades motivacionales no satisfechas que el paciente quiere que el terapeuta reconozca? ¿O es el odio rencoroso y vengativo una negación de necesidades insatisfechas que el paciente quiere que el terapeuta también niegue a través de una gratificación directa? ¿Es el odio rencoroso y vengativo un deseo de reconocimiento de una tragedia o un intento de seducir al terapeuta hacia una repetición actuada? Trabajando con pacientes que muestran “odio egosintónico crónico”, Lazar (1996) reconoce la necesidad de los analistas de defenderse y confrontar la destructividad del paciente dirigida al tratamiento. Cree cree que una actitud activa, contenedora, con puesta de límites, directiva, podrá ser a menudo un prerrequisito para realizar una entrada empática dentro de los anhelos frustrados que subyacen al odio rencoroso y vengativo. También defiende que el terapeuta se establezca como un centro independiente de iniciativa a través de reflejar activamente, resonar, validar e informar. Lazar comenta el impacto positivo de la relación afectiva auténtica del terapeuta con el paciente, ocasionalmente expresada a través de la sensata revelación de los sentimientos y motivos del self del analista.

 Otra contribución a la comprensión del odio rencoroso y vengativo surge de una serie de estudios sobre la vergüenza (Wurmser, 1981; Morrison, 1989; Broucek, 1991; Lewis, 1991). Estos autores sugieren que los niños que fueron víctima de abuso, excesiva arrogancia y desprecio, experimentan una  vergüenza punzante. El estado afectivo de vergüenza baja la autoestima y transforma situaciones ordinarias en fuente de aversión. El odio rencoroso y vengativo se transforma en una vía para apartar la impotencia que conlleva la vergüenza. La paradoja es que mientras que la búsqueda secreta del odiar puede, de forma exitosa, evitar el impacto de la vergüenza que surge de cualquier fuente como la envidia, el miedo, o el autodesprecio, la revelación a otros de la magnitud de la malignidad de la persona que odia y el deseo de venganza puede volver a desencadenar una vergüenza intensa. El potencial para una respuesta caracterizada por un estado de vergüenzadebe ser también considerado y cuando hay una demasiado prematura confrontación con el escenario de odio rencoroso y vengativo del paciente.

 Las técnicas que propiciamos para trabajar con el odio rencoroso y vengativo de un paciente incluyen el reconocimiento de las motivaciones que forman parte y mantienen el escenario de herida y revancha. Tal como una revisión de la literatura indica, las recompensas del odio rencoroso y vengativo son muchas y complejamente entretejidas. La teoría de los sistemas motivacionales propone que los motivos del paciente para buscar y adherirse a cualquier patrón, especialmente a uno destructivo para el self y para otros, debe considerarse desde la perspectiva del paciente antes de que un cambio positivo pueda ocurrir. En nuestro esquema, las motivaciones que el paciente persigue siempre incluyen metas afectivas. A menudo los afectos buscados despiertan aversión a ser reconocidos y consecuentemente son sujetos a autoengaño y negación. Una de las metas deseadas, que a menudo citan las personas que  sienten odio, es el alivio de las tensiones contenidas que se logra a partir de vociferaciones insultantes o de humillar vengativamente al otro. A veces el alivio tomará la forma de una risita involuntaria sofocada o risotada, frente al desconcierto real o fantaseado de la persona odiada. Los pacientes a menudo describen concretamente esta experiencia como de liberarse de una substancia tóxica -bilis negra, serpientes o el mal-  El modelo para esta experiencia es semejante a cualquier aumento de tensión corporal como el hambre, estreñimiento, o excitación sexual, y el alivio que sigue a su consumación. Estos patrones de necesidad-consumación-alivio involucran redes neuronales fisiológicas, y la sugerencia de una temprana organización de antagonismo aversivo (Lichtenberg, 1989; Mitchell, 1993) podría proveer una base similar para esta repetida búsqueda de recompensa para el odio rencoroso y vengativo en forma de alivio y gozo.

 Para contrarrestar el recurso aparentemente automático del paciente a aliviar la ira contenida mediante la rabia y la venganza, se requiere que el terapeuta tenga al comienzo sensibilidad empática con el sentimiento del paciente de necesidad de darle salida a través de la descarga. A menos que el terapeuta, momentáneamente, experimente de forma vicaria la secuencia  de desahogo-alivio, las comunicaciones verbales y no verbales establecerán un intercambio aversivo. Basado en sus expectativas, el paciente se convencerá de que el terapeuta quiere privarle de una modalidad que él necesita desesperadamente. Cuando la experiencia de confrontación que el paciente espera no se produce, la percepción empática despierta los sentimientos de vergüenza del paciente y un sentimiento desagradable de no tener control. La vergüenza y la pérdida de control que ocurre consecuentemente al desahogo se convierten en un disuasivo organizado intrapsíquicamente- pero sólo después de la exploración de muchos episodios.

 La recompensa que aparece a los observadores como paradojal reside en la intensidad de la relación con el objeto del odio rencoroso y vengativo. La analogía con el amor está en el lugar significativo que el objeto del odio rencoroso y vengativo ocupa en la mente de la persona que odia. Al igual que la relación con la persona que es amada, la relación con la persona que es odiada hace uso del modo de relación que caracteriza al sistema motivacional de apego. La meta en el apego de odio rencoroso y vengativo es la misma que en el apego de amor: experimentar un vínculo íntimo y duradero, sólo que el afecto en el vínculo es de antagonismo más que de afecto. La paradoja se expresa a veces como “él ama odiar”, refiriéndose a la manera por la cual el escenario de odio rencoroso y vengativo es activado, semejante a un viejo “amigo” que llena vacíos de soledad o momentos de malestar. El escenario de odio rencoroso y vengativo será empleado como otras elaboraciones de la fantasía- de amor romántico, satisfacción sexual, o de ganar competiciones- para vitalizar momentos de aburrimiento o para calmarse antes del sueño. La motivación de apego, atraída y subsumida bajo un antagonismo aversivo, entra dentro del  escenario de odio rencoroso y vengativo, tanto como intimidad persistente con el objeto odiado como en relación con el escenario en sí, como un siempre disponible y querido “amigo” que llena momentos aversivos de cualquier tipo.

 El trabajo con el vínculo de apego hacia el objeto odiado requiere de una investigación detallada de los orígenes y ocurrencias recientes de las heridas desencadenantes vistas desde  la perspectiva del paciente. Las técnicas que tiendan a reforzar la reticencia del paciente hacia la necesaria exploración son aquellas que preguntan explícita o implícitamente, ¿qué hiciste tú para buscarte el daño? y ¿cuál de tus propósitos hostiles estás proyectando? Estas preguntas son relevantes pero serán  mejor respondidas cuando aparezcan desde el interior de la narrativa del paciente y estén abiertas a la reflexión consciente. De todas maneras, la principal fuerza que contrarresta la confianza en el vínculo a un objeto odiado es la activación, por parte del paciente, de un apego competidor basado en emociones positivas. Un escenario afectivo competidor puede que ya exista y una exploración empática completa del escenario de odio rencoroso y vengativo puede ser suficiente para inclinar la balanza. A menudo esto no ocurrirá, a menos que la situación de confrontación -la experiencia de daño- entre en el intercambio clínico, tal como comunmente lo hace. Entonces el analista estará en posición de cargar con la atribución del paciente acerca del rol del terapeuta tal como el paciente lo experimenta. Imaginándose a sí mismo tal como el paciente lo construye,  el analista puede ingresar al escenario del odio rencoroso y vengativo. Puede abrirse a las posibilidades de percibirse a sí mismo como persona que odia y es odiada, que depriva y es deprivada, que envidia y es envidiada, que abusa y es abusada. Desde la posición ventajosa de esta autopercepción, ya sea considerándosela como actual o sólo potencial, el terapeuta puede introducir en el intercambio clínico un diálogo que involucre temas centrales presentes en el escenario. El terapeuta deviene entonces dos fuentes diferentes de estímulo emocional- la persona experimentada dentro del escenario: con todas los vínculos tranferenciales pasados, y la persona que escucha empáticamente el despliegue del dolor e indignación. Lichtenberg, Lachmann y Fosshage (1996) han presentado evidencia de que la disparidad entre estas dos experiencias discrepantes del analista y con el analista desemboca con el tiempo en la reorganización de las representaciones del esquema patológico.

 La base de apego del odio rencoroso y vengativo predomina en el intercambio clínico, pero la base afiliativa del odio rencoroso y vengativo predomina en el mundo en general. Escenarios de odio rencoroso y vengativo, como un componente de experiencia grupal, en la forma de generaciones que emplean metáforas de odio rencoroso y vengativo para establecer lazos de hermandad, es la fuente de la enemistad de clan, tribal, racial, de género y nacionalista. El escenario de odio rencoroso y vengativo, cuando está motivado afiliativamente, se vuelve valorado por la experiencia de vitalidad que conlleva el compartir, más que cuando está motivado por el apego y nutrido de forma privada. Las medidas de corrección de los escenarios de odio afiliativos suponen amplios acercamientos culturales que están fuera de los intercambios clínicos que estamos considerando.

 Los escenarios de odio rencoroso y vengativo sacan provecho de las motivaciones exploratorio-asertivas. La persona que odia construye un escenario tal como un novelista crea una narrativa. Empezando con la historia de un daño, se vale de ejemplos recientes con ávida excitación para animar o reestablecer el interés. La maquinación de la venganza trae consigo el dar vida a la resolución de dificultades bajo la forma de novela de misterio criminal, sería como obtener la venganza a pesar de los obstáculos del temor a más injuria, vergüenza o represalias. Pequeños actos de venganza oculta que hieren a la persona odiada, y son capaces de ser disfrazados de forma exitosa, sirven al fin de experimentar un sentimiento de eficacia y, a menudo, dan lugar a una placentera autosuficiencia.

 Una fuerza contraria a lo anterior, potencialmente potente, que provee el tratamiento, surge del interés en explorar la naturaleza, los detalles y desencadenantes del escenario de odio rencoroso y vengativo. Cada vez que el terapeuta pueda inducir al paciente a sumarse a una consideración reflexiva del cualquier aspecto de la experiencia de odio rencoroso y vengativo, el paciente abre su intelecto a la búsqueda de un sentido más que a proponer una tesis rígidamente fijada. A menudo esto puede ser mejor logrado explorando una experiencia derivada- un evento actual relacionado con el escenario de odio rencoroso y vengativo, un sueño o una película descrita, más que mediante un acercamiento directo al escenario central de odio rencoroso y vengativo. Las técnicas a las que nos referimos, como la exploración conjunta de una escena modelo(*), pueden ser decisivas para abrir aún más este movimiento, desde las recompensas de la creatividad en la construcción del escenario, a las recompensas de la creatividad en su exploración.

 Desde el punto de vista del sistema aversivo, el odio rencoroso y vengativo no sólo sirve como medio para expresar antagonismo de forma placentera, sino que también provee una manera de evitar cualquiera y todos los afectos displacenteros. Una vez formado, el escenario de odio rencoroso y vengativo puede ser evocado de forma consciente, o tan automáticamente como para estar fuera de la consciencia, en cualquier momento que el paciente se sienta amenazado por el sufrimiento de cualquier afecto negativo como la envidia, la vergüenza, la desilusión, el miedo o la depresión. Como muchos han indicado, una razón para atesorar un escenario de odio rencoroso y vengativo, es que en vez de experimentar el dolor de la victimización, la persona que odia experimenta la fuerza de su cólera y el placer de su eventual triunfo final. Puede sentir “no estoy siendo abrumado por la envidia; veré a la persona envidiada tumbada y humillada. No soy de los que se atemorizan por un matón; soy un cazador al acecho que lo persigue sin descanso. No soy impotente; en mi mente puedo clavar alfileres imaginarios en el que me maltrata y tengo un poder mágico sobre él”. El escenario del odio rencoroso y vengativo, al igual que cualquier recurso a la fantasía, tiene gran generalizabilidad; por eso  sus causas originales pueden estar perdidas o reducidas a sombras, mientras que sus recompensas se extienden sobre cualquier caso de pérdida narcisista.

 Contrarrestar el uso  que hace el paciente de su escenario del odio rencoroso y vengativo como respuesta de uso múltiple al sufrimiento de cualquier fuente requiere de un enfoque doble. El terapeuta sigue con mucho cuidado la pista de las asociaciones del paciente para llevar a la consciencia los acontecimientos causantes de las respuestas recientes de daño, enojo, envidia, vergüenza y miedo que llevaron directamente al escenario de odio rencoroso y vengativo. Además, el terapeuta necesita identificar situaciones conflictivas que surgen en cada uno de los sistemas motivacionales que en sí mismas no están relacionadas con las fuentes del odio rencoroso y vengativo. Por ejemplo, un problema de regulación fisiológica como la bulimia, o en el funcionamiento sexual como la eyaculación precoz, puede estar alejada de la experiencia de apego aversiva, central para el odio rencoroso y vengativo. Trabajando con cada perturbación conflictiva a medida que surgen el terapeuta y el paciente se previenen de lo que George Eliot(1876) refería como que toda corriente fluye hacia el escenario de odio rencoroso y vengativo, convirtiendo “toda la vida en su tributo” o, en la metáfora lograda de Grotstein (1990ª, b), se previenen de un “agujero negro”de daño y venganza.

 Probablemente, la recompensa más difícil de desalojar mediante el tratamiento es la sensación de  fuerte familiaridad que el odio rencoroso y vengativo llega a tener para la persona que habitualmente  odia. El odio rencoroso va más allá de ser una motivación del sistema aversivo bajo estrés o, incluso, de un vínculo de apego hacia una persona o el enlace afiliativo hacia un grupo. El odio, en la persona que habitualmente odia, se hace sinónimo de sentido del self. El sentido del self, en nuestra definición, se desarrolla como un centro, en parte independiente, en parte interdependiente,  para el inicio, la organización e integración de la experiencia y la motivación. Cuando el sentido del self se ha desarrollado como un centro de inicio, organización e integración de lo aversivo y otras motivaciones dentro de la experiencia del odio rencoroso y vengativo, cualquier cosa que aumente el odio rencoroso y vengativo es experimentada como fortaleciendo el self, y cualquier cosa que amenace al odio rencoroso y vengativo es experimentada como una amenaza al self.

 Lo que contrarreste a esta recompensa está más allá del alcance de la técnica, sin embargo toda sensibilidad en la conducción del intercambio clínico se hace necesaria. El propio self del analista debe constituirse más firmemente en centro de atención. La sentencia de Winnicott (1965) sobre la significación de no hacer y de no relacionarse, pero de estar, puede ser la cualidad requerida necesaria para confrontar el odio rencoroso y vengativo como una condición para vivir. Con pacientes patológicamente adictos al odio, siendo éste constitutivo de su sentido del self, una confrontación con este sistema de creeencias es inevitable. El terapeuta no puede simplemente mantener una postura de percepción empática o, incluso, de contención sin que pierda el verdadero sentido de autenticidad que se requiere, para hacer frente a la sospecha subyacente del paciente y a su cinismo esencial. El terapeuta comprometido inevitablemente dejará escapar algún tipo de respuesta confrontadora para asegurarse una posición como “centro de iniciativa” (Lazar, 1996). Nosotros nos referimos a esto como “involucraciones espontáneamente disciplinadas” (Lichtenberg, Lachmann y Fosshage, 1996). Pao (1965), tratando a una mujer hospitalizada que él frecuentemente tenía que refrenar de llevar a cabo ataques físicos, exclamó de repente: “puede considerarse afortunada de encontrarse con alguien que odia tanto como Ud.; pero Ud. es la única de los dos que se avergüenza de los sentimientos de odio rencoroso y vengativo” (p. 163). Podemos imaginar el efecto positivo del cual Pao da cuenta, resultante de su comunicación a la paciente (paráfrasis del autor): “¡Cómo Ud., yo también puedo odiar! En este momento incluso estoy inmerso con Ud. en un escenario de odio rencoroso y vengativo. Pero yo puedo amar, cuidar y preocuparme por alguien también, eso lo podrá hacer Ud.  también cuando cada uno de nosotros se calme”.

(*) Nota del traductor: con escena modelo, los autores se refieren a escenarios inconscientes en los que el sujeto interactúa con otros. Estos escenarios, reconstruidos en el tratamiento analítico, tienen como tema ciertos acontecimientos que fueron estructurantes en la vida del paciente y desde los cuales capta y organiza la realidad.
 

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