aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 010 2002 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Los espacios psíquicos: intra, inter y transubjetivo. Ejemplificación mediante un tratamiento de pareja

Autor: Vidal, Raquel

Palabras clave

Los espacios psiquicos: intra, Inter y transubjetivo. ejemplificacion mediante un tratamiento de pareja.


 

    Resumen
    Se refieren algunas teorizaciones psicoanalíticas sobre lo vincular, marcando una polaridad entre algunas que plantean la existencia en los sujetos de tres espacios psíquicos (intra, inter, y transubjetivo), y otras que prefieren pensar en dos espacios: el adentro y el afuera de cada sujeto.
    Se trabaja en esa diferencia y se propone una concepción que sostiene que los espacios son tres en relación con sus referentes y son dos en tanto territorios distinguibles en un adentro y un afuera del yo, un territorio del yo y un territorio del otro. Se sostiene, asimismo, que tanto espacios como territorios están interconectados por procesos de interacción.
    Se plantea lo subjetivo según tres expresiones del ser sujeto: sujeto de deseo, sujeto del vínculo y sujeto social.
    Se distingue el alcance del concepto intersubjetividad jugando en el psicoanálisis individual y en el psicoanálisis de los vínculos.
    Se señala la importancia de distinguir qué es dato en el material clínico, a qué espacio refiere y el valor de pensarlos diferentes pero interconectados, configurando articulaciones subjetivas singulares.
    Se intenta mostrar el valor de teorizar las prácticas en sus efectos movilizantes de los bloqueos subjetivos, en la oportunidad que propician para cierta creatividad, y en la protección que otorgan frente al riesgo de aplicar irrestrictamente las teorías.
    Se proponen algunas reflexiones sobre lo pulsional en los vínculos.
    Se destaca la conveniencia de atender tanto a la dimensión repetitiva de la transferencia como a su dimensión novedosa para el trabajo elaborativo, descapturante y estimulador de neogénesis.

La clínica vincular interroga conceptos básicos del psicoanálisis y obliga a un trabajo de elaboración sobre el alcance de los pilares fundacionales y de producción de nuevos conceptos.

En “Lo Vincular” J. Puget e I. Berenstein (1997) proponen un modelo de aparato psíquico como producto de un triple registro, organizado en zonas diferentes, que denominan espacios psíquicos y que refieren al tipo de representación mental que “el yo establece con su propio cuerpo, con cada uno o varios otros y con el mundo circundante”. Esta  propuesta  es un ejemplo de producción novedosa, dotada además de potencial productor, en tanto promueve desde la aceptación o la controversia, pensamiento psicoanalítico.

Krakov y Pachuk (1998) sintetizan esta concepción tripartita refiriendo las siguientes hipótesis:

    a) El espacio intrasubjetivo tiene como contenidos las representaciones del yo con relación a sí mismo, a su cuerpo, que implican como componentes a la pulsión, al deseo, a la fantasía y a las relaciones de objeto.
    b) El espacio intersubjetivo contiene la representación inconsciente de los otros dentro del psiquismo, que incluye a los acuerdos y pactos inconscientes.
    c) El espacio transubjetivo contiene las representaciones del mundo externo real, en sus dimensiones social y física.

Siguiendo este modelo, las representaciones del yo, según sean sus referentes el propio cuerpo, los vínculos o el contexto social, sostienen tres expresiones de ser sujeto: sujeto de deseo, sujeto de vínculo y sujeto social.

Los términos yo y sujeto, no son propuestos como equivalentes a los conceptos “moi” y “je” de la teoría lacaniana, que los considera como diferentes en su sustrato metapsicológico. En este sentido, me parece que el salto del término yo al término sujeto, es más una variante lexical, al decir de A. Green, (1983) que metapsicológica.

J. Puget e I. Berenstein, coinciden en concebir cada uno de los tres espacios, conformados por contenidos específicos, y en la independencia de su constitución, esto es, de sus orígenes y de sus modos funcionales.

R. Kaës (2000) distingue dos modalidades de acercamiento del psicoanálisis al vínculo: a) “centrado en sus efectos sobre la formación y funcionamiento del sujeto del inconsciente”, y b) “centrado sobre el vínculo, como una realidad psíquica específica”.

En relación con la primera modalidad, desde un itinerario temporal, destaco en la década del cincuenta a J. Lacan (1953) quien instala la intersubjetividad en el psicoanálisis como matriz de la constitución subjetiva, marcando la impronta del otro en la constitución del psiquismo, y  postulando la idea del ternario estructural, donde el padre como tercero, “el nombre del padre”, interviene desde esa función específica como separador de la unidad madre – hijo; y a D. Winnicott (1952) que señala que el origen del individuo se encuentra en la organización global de su entorno, siendo pionero en la concepción de un adentro/afuera de bordes no netos y coexistentes, el “espacio transicional”.

En los sesenta, destaco a W. Bion (1962) refiriendo el mundo intrapsíquico como construcción desde la trama vincular de la que emerge un sujeto, describiendo al vínculo como experiencia emocional en la que participan varias subjetividades, que se articulan como vínculo entre las personas y vínculos entre partes intrapsíquicas entre las que propone amor (L), odio (H) y conocimiento (K).

Continúan la línea de lo intersubjetivo como fundante del sujeto, autores como P. Aulagnier (1975)  resaltando el encuentro del infans con la madre como “portavoz” ligado  al orden cultural y el lenguaje, soporte de la “sombra hablada”, y el papel del padre como objeto de seducción y de odio, con funciones estructurantes del devenir sujeto del niño; y J. Laplanche (1989) concibiendo, con su teoría de la seducción originaria, el origen intersubjetivo de la pulsión y el lugar del otro como objeto–fuente.

R. Kaës (1972), ocupándose primero del vínculo como constituyente del sujeto, retoma los conceptos de Bion,  los fantasmas productos de la organización vincular temprana y, luego, focaliza su interés en lo vincular como una realidad psíquica particular. Hace entonces dos acercamientos al concepto de vínculo, pero se interesa por el segundo acercamiento, y concibe al vínculo como una realidad psíquica gestada mediante procesos de investidura y desinvestidura psíquicas de los sujetos en el vínculo "...que adquiriría una autonomía constituyéndose entre los sujetos (es el espacio psíquico de la intersubjetividad) y a través de ellos (es el de la transubjetividad)”.

Lo transubjetivo hace a lo transfísico, y Kaës (1993) lo distingue como los ligámenes entre cada sujeto y el conjunto social, y su reverso, entre el conjunto y cada sujeto que lo constituye.

J. Puget (1987) trabaja sobre los efectos del contexto social sobre  el psiquismo, y concibe el espacio transubjetivo (1989), como el conjunto de representaciones del mundo real (social y físico) que el yo adquiere de modo directo, desde un vínculo originario con raíz inconsciente.

Como antecedentes del valor del mundo material, físico y social para la constitución de psiquismo organizado de modo consciente e inconsciente, vale destacar los de E. Pichon Rivière y J. Bleger, pioneros además en la concepción de lo vincular en articulación con la noción de intercambio.

J. Bleger (1959), en consonancia con ideas de E. Pichon Rivière (1956) que otorgan a la realidad física–social el papel de ser dimensión constituyente de psiquismo, propone tres espacios o áreas, como las llama, en las que se desarrolla en simultáneo la conducta humana, según gradientes de predominio de esas tres áreas: mente (área uno), cuerpo (área dos), y mundo externo (área tres).

En la actualidad, en diferencia con la propuesta de tres espacios, como modelo de aparato psíquico que proponen I. Berenstein y J. Puget (1997), otros autores entre los que destaco a M. Bernard conciben la existencia de dos espacios: adentro y afuera del psiquismo. M. Bernard (2000) dice al respecto: ”Dos espacios entonces, el del sujeto y aquel donde habita el otro; ambos en relación compleja, en doble apuntalamiento”. Agrega: ”Pulsiones y fantasías, representación de vínculo y contexto social no ocupan compartimentos específicos...y en tanto los vínculos carecen de un sostén somático unificador, esa carencia “obliga a los sujetos singulares que los componen a pasar sus intercambios por los desfiladeros de los procesos de comunicación”.

Coincido con M. Bernard en la idea de una doble tópica, en tanto, considero que los espacios son tres en relación con sus referentes, pero que son dos, en tanto territorios distinguibles en un adentro y un afuera del yo, en territorio del yo y territorio del otro, de los otros, por flexibles, intrincadas y comunicadas que sean las fronteras territoriales.

Estos desarrollos en las hipótesis teóricas enriquecen nuestra práctica clínica, sobre todo cuando hacen surgir en nuestra mente “hipótesis sobre las hipótesis”, que funcionan al modo de una brújula que orienta nuestra manera de operar.

Operar incluye decidir los datos a recortar y los modos de ensamblarlos, decisiones que producen dispares ofertas de sentido, a poner en juego en las intervenciones terapéuticas. Recortar, hilvanar, significar, construir, interpretar implica intervenir, y toda intervención es una decisión, más allá de lo provisoria y dispuesta a ser modificada que ella esté.

Tenemos claves personales, más o menos conscientes, con las que decidimos qué es dato, y clasificamos el material, sobre una suerte de mapa conformado por espacios heterogéneos en los que ubicamos esos datos en función de un valor que significamos como propio de cada espacio. Los valores propios de cada espacio pueden ser pensados como resistencia para el otro espacio, en algunas ocasiones pero no en otras

La idea de lo heterogéneo, referida tanto a diferencias tópicas como funcionales, es trabajada por S. Freud como diferencias entrelazadas, mediante intercambios específicos, que intenta conceptualizar, en especial, en los trabajos metapsicológicos de 1915. En “Lo Inconciente” (1915), apela a la metáfora de “mestizos” para aludir al tiempo que a la diferenciación consciente/inconsciente, a un tipo de interconexión entre estos diferentes sistemas.

En el presente, el psicoanálisis, influenciado por los nuevos paradigmas provenientes de la ciencia actual, por las patologías narcisistas graves (que incluyen trastornos en las delimitaciones internas e interno/externas), y por las exigencias desde el campo social, extiende el objeto de su estudio, amplía el psicoanálisis del aparato psíquico al psicoanálisis de los vínculos. Se instaura la categoría de sujeto como sistema abierto y en tanto tal, sujeto de vínculo y sujeto social. Los vínculos como entramados intersubjetivos regulados por el parentesco, se instituyen como nuevo objeto teórico y a teorizar.

La noción de sujeto de vínculo tiene en la actualidad distintos alcances, según las teorizaciones que procuran para ella, un estatuto psicoanalítico. La idea de bidireccionalidad en lo vincular es clave como sello metapsicológico, de un modo de pensar lo intersubjetivo como un entre sujetos, que se entraman mediante intercambios conscientes e inconscientes, y abre un campo nuevo para el psicoanálisis al incluir los vínculos en tanto tales (pareja, grupo, familia) como objeto de teoría y técnica psicoanalítica.

La idea de sujeto de cultura ha sido trabajada por la sociología, la antropología, la historia, la filosofía, y es un desafío para el psicoanálisis procurar hipótesis para incluir lo social, lo transubjetivo, en su cuerpo teórico y en sus prácticas.

Una concepción de la subjetividad que incluya lo intra, lo inter y lo transubjetivo, implica sostener que lo propio de cada sujeto singular se configura con y por interacciones con otros, en mutuas presencias que alternan con ausencias, en un cierto contexto geográfico y social, de modo que todo sujeto es a un tiempo producto y productor de subjetividad, efecto y causa intersubjetiva.

Esta visión de la subjetividad  juega distinto, puesta a trabajar, en un dispositivo psicoanalítico individual donde los otros del analizando son traídos por éste desde el relato, que en un dispositivo multipersonal donde el/ los otros de cada sujeto están en presencia. Narrar escenas difiere de desplegar y actuar escenas.

En el dispositivo individual, el analista es otro del analizando, que marcará su presencia, según variantes del dispositivo, que incluyen no únicamente el uso del diván sino, también, y sobre todo, la forma particular en que cada analista está con el analizando, según las teorías a las que adhiera y a sus posibilidades psíquicas.

En el dispositivo multipersonal, el analista es un otro que procura ocupar el lugar de la función analítica, de varios sujetos en mutuas presencias que están entramados en sus vínculos, y el trabajo analítico  tiene como objetivo operar sobre esos vínculos y los sujetos que los constituyen, es decir, trabajar lo inter y lo intrasubjetivo de la pareja o familia en análisis, configurando otra vincularidad desde el vínculo analítico.

Lo intersubjetivo articulado a bidireccionalidad, a la interacción entre sujetos deseantes, que se afectan, se influencian, se regulan, por intercambios mutuos que incluyen sus mentes y sus cuerpos, se distingue de otras concepciones de la intersubjetividad, regidas por el eje sujeto–objeto, como línea por la que transcurren los mecanismos de proyección, introyección, identificación proyectiva, y que centran su objeto teórico y técnico en el inconsciente  del sujeto que se analiza de modo individual y/o en el vínculo psicoanalítico entre el analizando y el analista. Este centramiento enmarca lo vincular en el vínculo psicoanalítico, dentro del dispositivo del psicoanálisis individual, y en los procesos de transferencia y contratransferencia en el encuentro entre analizando y analista.

Múltiples autores se ocupan del vínculo analítico en el psicoanálisis individual,  esto es, el que se genera entre analizando y analista, y proponen variados aportes, que tienen entre sus diferencias:

    a) La inclinación por una visión del interjuego transferencia/contratransferencia del tipo acción/reacción, unidireccional en su génesis, mantenimiento y variación, al modo del concepto matemático de función, donde la segunda toma su valor de la primera.
    b) por una visión más centrada  en la co-construcción que paciente y analista producen.

A modo de ejemplo de la primera visión cito como un clásico a H. Racker (1952) y actualmente a la escuela norteamericana  del psicoanálisis interpersonal, a la que J. B. Frankel (1998) considera una de las raíces del psicoanálisis relacional.

Como ejemplos de la segunda, tenemos a T. Ogden (1994), en su concepto de “tercero analítico”, que implica una co-construcción asimétrica apoyada en la identificación proyectiva, que incluye tres subjetividades; y a S. Mitchell (1993) como exponente del psicoanálisis relacional, en el que se propone un vínculo analítico que contemple las condiciones de integración evolutiva del paciente, desde un analista no separado claramente del analizando y con capacidad de resonancia empática.

Por otra parte, hay también, una inclinación por ver la transferencia-contratransferencia, en sus aspectos repetitivos, que requiere vigilancia, en especial para evitar: “...entrar como coactor en la escena que el paciente repite en la relación analítica...” en palabras de P. Heinmann (1950). O, en cambio, considerar sus potenciales generativos, dándose vida una a la otra, como lo proponen, entre otros, los ya citados S. Mitchell (1993), T. Ogden (1994) y J. B. Frankel (1998).

En cuanto al psicoanálisis del vínculo incluido en un campo multipersonal, de sujetos en mutuas presencias, incluido el analista (psicoterapia de familia o grupal, por ejemplo) obliga a repensar los conceptos de transferencia, contratransferencia, intersubjetividad y vínculo analítico. En el psicoanálisis de un vínculo (pareja, familia), el vínculo del analista con el vínculo que constituyen los componentes de esa pareja o familia complejiza el campo psicoanalítico, y “re-mapea” lo vincular, desplegándose un lugar “meta” vincular, un vínculo con un o unos vínculos que tienen en un polo al analista y en el otro a una pareja o a una familia.

En este tipo de dispositivo terapéutico multipersonal se organiza una red que incluye transferencias de lo intrasubjetivo de cada integrante de una pareja o de una familia con el analista, transferencias intersubjetivas recíprocas de los integrantes entre sí, y de la pareja o la familia en conjunto con el analista.

La trama transferencial que se configura es producida en ese contexto específico que implica el dispositivo multipersonal e incluye siempre una dimensión transubjetiva, en tanto analizantes y analista  son integrantes de un conjunto físico-social, compartiendo la dimensión de pertenencia al mismo.

Considero que pensar los espacios intra, inter y transubjetivo como heterogéneos, tanto en el interior de cada miembro del grupo, como entre ellos, es provechoso en términos de atención flotante, contando con que cada sujeto es diferente en cada espacio.

Apoyada en el modelo de sistema abierto, concibo la experiencia psíquica de un sujeto significada según los referentes propios de cada uno de estos tres espacios (intrasubjetivo, intersubjetivo, transubjetivo) heterogéneos internamente y entre sí, extendidos en dos territorios: del yo y del otro/s. El modelo de sistema abierto, que aporta la teoría general de los sistemas de L. Bertalanffy (1948), que incluye el concepto de interacción como núcleo teórico clave, me resulta especialmente apto para pensar la idea de heterogeneidad,  implicando la noción de vacíos, de espacios, de discontinuidad, en la que se producen las interacciones. Desde esta perspectiva, un sistema es un agregado de partes en interacción, que guardan entre sí relaciones de independencia relativa, que constituyen por interacciones múltiples, una totalidad heterogénea y discontinua, pero que cumple con el principio de totalidad. Este principio implica que cualquiera sea la parte que se modifique, esa variante tendrá efectos en todas las otras, es decir en el sistema todo.

La totalidad constituida por interacción configura un adentro, un interior a ella, abierto, en intercambio con el afuera de ella, con lo que le es exterior. Afuera y adentro se distinguen, se definen entre sí y se influencian por intercambios, configurando un borde existente, que es al mismo tiempo discriminante y no neto.

La noción de interacción afecta necesariamente la dicotomía externo/interno y obliga a una reformulación de los pares objetivo/subjetivo, representación/ presentación, revalorizando el lugar del intercambio, de la realidad circundante (física y social), incluyendo la dimensión ligada a lo histórico, que está ausente en el estructuralismo.

Si pensamos el psiquismo como un sistema abierto podemos postular (2001) un adentro anclado en el soma, con diferentes zonas en interacción, constituidas por las representaciones del yo en relación a sí mismo, a los vínculos y al conjunto social, y un afuera de la  psiquis constituido por los otros de los vínculos y del conjunto, que son presentaciones para el yo, presencias para el yo. Un afuera y un adentro, territorios enlazados por interacciones productoras de intercambios que obligan a transcripciones de lo heterólogo.Así, las representaciones del otro/s del yo, son internas, operan como objetos internos del yo, y las presentaciones -el otro/s en presencia del yo- son externas al yo. En términos extremos son objetos radicalmente ajenos, y en tanto están en interacción, estas representaciones y presentaciones se afectan, se determinan, se influencian, pudiendo configurar en ocasiones territorios mixtos, al modo en que D. Winnicott (1953) concibe el “espacio transicional”.

La idea de interacción implica la de diferencia, tal como la define G. Bateson (1979), es relación de por lo menos dos partes entre sí o de una misma parte en por lo menos dos tiempos, que tendrá efectos sobre el sistema siempre que un receptor apto para tal fin sea capaz de transformarla en información mediante una codificación. Codificar, sostiene el mismo autor, significa transformar e implica un trabajo de transcripción para la cualificación de la diferencia según una cualidad homogénea que le permita ingreso y efectos en el sistema. Una codificación de tipo digital, no tiene efectos sobre un sistema que codifique de modo analógico, y a la inversa. Así los procesos de transcripción implican siempre la probabilidad de un resto imposible de ser transcripto.

Laplanche (1987) es claro en afirmar el origen exógeno de la pulsión y  el papel del otro en su institución, al tiempo que señala la obligación de transcripción que se le impone al lactante de los “mensajes enigmáticos”, provenientes de la actividad de la madre sobre él, de efectos traumáticos en tanto lo sexual desligado, al tiempo que fundantes de la sexualidad y del inconsciente del hijo, vía represión originaria. Dice Laplanche:

    ”Estos mensajes enigmáticos suscitan un trabajo de dominación y de simbolización difícil” que requiere de un proceso de traducción que él denomina ”sustitución significante” o “metábola”, en el que la madre vuelve a tener un papel, aportando desde los cuidados y el sostén una oferta de ligadura vía el narcisismo.

Pulsión remite entonces, a corporeidad, tanto del niño como de la madre, remite a intercambio y a vínculo, en el horizonte del exceso, de lo inconsciente y de lo ajeno. Lo intersubjetivo produce lo pulsional y lo limita vía el narcisismo, que oferta ligadura transformadora de parte, por lo menos, de lo parcial en total.

Creo en este sentido, que lo pulsional corresponde a los espacios intrasubjetivo e intersubjetivo, y en los orígenes es primero intersubjetivo, incluyendo dos cuerpos, dos territorios. El vínculo primero, instituyente de lo pulsional en el recién nacido, y modelador de algún modo de las pulsiones del adulto de ese vínculo, es un exponente a mi modo de ver, en términos de suplementación no de disyunción de los dos abordajes de lo vincular que propone Kaës: centrado en la construcción subjetiva y centrado en una realidad psíquica particular.

Siguiendo la idea de la construcción de subjetividad como proceso, podemos pensar el vínculo de pareja como una realidad psíquica específica, producida por investiduras y desinvestiduras de sujetos adultos que han alcanzado  un cierto grado de estructuración subjetiva, más allá de que la misma no quede cerrada e inerte frente a las exigencias que impone el vínculo y el espacio social.

Tanto en el espacio intrapsíquico como en el intersubjetivo, creo yo, pulsional remite a interacción, regulada por transacciones inconscientes entre instancias (en lo intra) y estipulaciones inconscientes tales como acuerdos y pactos entre los sujetos (en lo inter). Desde la interacción con el espacio social (lo trans), con funciones normativas y del ideal, toman sentido de imposición los intercambios regulados de los espacios intra e intersubjetivo.

¿Cómo concebir, por citar dos ejemplos, el superyó y el ideal del yo en tanto instancias psíquicas, o, el vínculo de alianza matrimonial, fuera de una relación de imposición desde la norma, producto de cultura?

Lo propio de lo intersubjetivo es la imposibilidad de mudar la presentación, es decir, el otro real del vínculo, la alteridad, en representación. Lo exterior al yo, lo radicalmente ajeno al yo, resiste a ser reducido a una cualidad que lo haga homogéneo al contenido mental, que lo transforme en objeto psíquico, lo que no significa negar la heterogeneidad intrapsíquica ni la incorporación de rasgos del otro y de patrones interaccionales mediante procesos de  identificación, por ejemplo.

El imposible fusional vincular, en una suerte de un puro interno, puede ilusionarse posible, tal es  el motor del “pacto denegativo” según lo concibe R. Kaës (1987) que procura el velamiento de lo imposible vincular, imponiendo trabajo de vincularidad.

Es propio de lo transubjetivo la alteridad de unos otros ajenos –desconocidos y en entramado social, regulados– regulantes, desde lo cultural, e imprescindibles como conjunto, en la institución del sentimiento de pertenencia de cada sujeto, a la especie y a una cultura. Este lazo sujeto/conjunto social, conceptualizado por P. Aulagnier (1975) como “contrato narcisista”, garantiza al sujeto a modo de un basamento narcisista originario, referencias para la identificación y pertenencia al orden humano, sea cual fuere, la expresión idiosincrática de ese orden, en cada cultura.

En la psicoterapia psicoanalítica de pareja, cuando estamos frente a una pareja, ¿cómo clasificamos los contenidos en tanto pertenecientes a un espacio o a otro? Y si tomamos una decisión, la que fuera, ¿podemos no relacionarlos con los otros contenidos que referimos a otro espacio? ¿Puede pensarse un contenido como todo él de un espacio? ¿Qué ventajas ofrece discriminarlos y registrar las singulares articulaciones, sobre discriminarlos y trabajarlos en su especificidad, como si estuvieran desconectados?

Considero que intentar distinguir, podría decirse las “insignias de pertenencia” de los contenidos de un discurso y de una escena, a un espacio o a otro, es valioso para discriminar y registrar diferencias que pueden proteger de un reduccionismo empobrecedor de la teoría y la práctica, que produce algo tanático, un todo es lo mismo, como en la compulsión a la repetición.

Intentar distinguir las especificidades, las diferencias, las interconexiones, enriquece desde una mayor información la comprensión del material clínico en el sentido de la complejidad, y es determinante del modo en que operamos como terapeutas.

A efectos de mostrar esta concepción tal como se da en la práctica clínica, referiré un material ordenado en: una primera parte de presentación general de una pareja que está en análisis conmigo, y una segunda parte que es una breve viñeta, extraída de una sesión, en la que procuro mostrar el valor de teorizar las prácticas.

El propósito principal, es intentar un ejercicio de diferenciación de claves o valores de los tres espacios en sus dos territorios, de ponderación del predominio de alguno si lo hubiera, y los efectos en tal caso, junto a algunas reflexiones sobre lo pulsional en los vínculos.

Presentación general del caso

La pareja que presento, está en análisis desde hace algo más de dos años, con una frecuencia semanal. Está constituida por Noemí y Jorge, de treinta y tres y treinta y cuatro años respectivamente; llevan seis años como pareja, y cuatro de casados. Tienen dos hijos de tres y dos años. Consultan por las frecuentes peleas en las que él le reprocha a Noemí, de modo violento y punitivo, desinterés erótico y sexual, y ella se siente aterrada ante la violencia de él, aunque aclara que sólo en dos ocasiones la empujó, nunca le ha pegado. Noemí se siente culpable y le otorga razón a Jorge en los reproches, lo que la lleva a disculparse continuamente con él, al tiempo que los juzga como explosivos y desconsiderados respecto a los sentimientos de ella. Él se siente enojado, triste y pleno de razón.

Refieren consumo frecuente de alcohol y drogas, sobre todo en el tiempo del noviazgo, y más esporádico desde que tienen hijos, por los límites que ella logra imponer, por el miedo a correr riesgos que pongan en peligro la vida de ambos y lesionen secundariamente a los hijos.

Ella depende totalmente de Jorge en lo económico y confía en los criterios de él sobre la vida, admira su inteligencia, su creatividad y siente que ella se desdibuja en su capacidad de pensar, cuando discute con él. Jorge la valora como madre, intelectualmente y como persona en el mundo, pero la vive fría con él, seductora con otros hombres y abusiva, en tanto lleva una vida placentera y cómoda que él sostiene con su trabajo, que le exige un gran despliegue de actividades, esfuerzo, viajes y estrés.

Tienen una situación económica privilegiada, son ricos. Viven en una enorme casa en la que casi no tienen muebles, ni cuadros, ni adornos y desarrollan un estilo bohemio en relación a sus gustos, valores, vestimenta, consumo de bienes, amigos. De novios viajaron mucho, por todo el mundo, buscando experiencias, emociones, sentidos, vivencias místicas.

Jorge ha tenido crisis de pánico en dos ocasiones, y suele beber y comer en exceso, alternando esos excesos, con otros, de signo contrario, cumpliendo dietas estrictas y bebiendo sólo agua.

En las sesiones de los primeros tiempos, Jorge iba al baño tres, cuatro, cinco veces durante una sesión. También solía jugar con los objetos del consultorio que le quedaban a mano y dar golpes en el suelo, o sobre el sillón, o sobre sus piernas, sin percatarse de estas conductas. Noemí parecía en ese período, un “pato mojado”, angustiada, asustada, con expresión de miedo y culpa, y tenía dificultades para expresar y sostener sus puntos de vista frente a él, a pesar de ser una mujer claramente inteligente.

Ambos me producían un sentimiento mezcla de pena y de solidaridad, como si yo estuviera frente a dos seres realmente desamparados, que también me promovían simpatía y un claro sentimiento de poder ayudarlos. Me hicieron recordar refranes, lecturas bíblicas, poemas, novelas y dichos populares. Vino a mi mente muchas veces el relato bíblico de Sansón y Dalila.  Recordé más de una vez, estrofas de poesías de “Los heraldos negros” de César Vallejo (1918), en particular “La copa negra”, que diría en Jorge:

    ”Oye, tú, mujerzuela ¿cómo, si ya te fuiste,
     la onda aún es negra y me hace aún arder?”
    y en Noemí: “Mi carne nada, nada
    en la copa de sombra que me hace aún doler”.

Del refranero y del decir popular recordaba, entre otros, “El dinero no hace la felicidad” o “Más vale pájaro en mano que ciento volando”. Creo que en este mismo sentido me auxilió pensar entre los dichos de la sabiduría popular: “Siempre que llueve escampa” o “No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista”.

Jorge refiere haberse sentido un niño no amado, pero sobre todo no visto, no reconocido, expulsado del amor y la complicidad que compartían su madre y su hermana. Noemí refiere haberse sentido vista, pero con rayos X por sus padres, en especial por su padre, sin poder preservar para sí un espacio de intimidad dado que sus padres la observaban y le “explicaban todo” (textual) sobre lo que le pasaba, sentía, era, y debía ser y hacer. Ambos tenían una cuenta pendiente en relación a la familia de origen, un desequilibrio en la balanza de las “lealtades invisibles”, como dice I. Boszormenyi-Nagy (1973).

Jorge quería ser muy mirado y requerido libidinalmente; Noemí deseaba dejar de ser invasivamente mirada y tener libertad para definirse ella misma. Eso decían, y por no conseguirlo sufrían, al tiempo que juntos habían armado un vínculo, que mantenía intensamente los fantasmas endogámicos de ambos, en forma mutua, enloqueciéndose en la repetición.

Él fue un niño rebelde, con episodios de encopresis, hasta la mitad del ciclo escolar, episodios que obligaban a su madre, a ir a buscarlo a la escuela, generándose encuentros que le provocaron vivencias dolorosas, que mantiene como recuerdos en los que se entrelazan angustia, vergüenza, humillación, rabia, impotencia, venganza. Ella fue una niña “bien portada”, que cumplió siempre con las expectativas de los padres. Refiere haber sido “la linda, muy linda”, que amaba a un novio  prohibido por sus padres, prohibición a la que se sometió frente a sus padres y en lo público. En secreto vivió muy intensamente una relación amorosa con él, quien le resultaba sumamente atractivo, atracción que no siente por Jorge.

Cuando se constituyen como pareja, él era, dice ella: “Como el sol, o, la sabiduría”, en semejanza a como lo fue y lo era, el padre de Noemí para ella y para la madre. Ella era, dice él: “Una mujer muy atractiva y seductora, que me daba entrada y me borraba, un desafío para mí, conquistarla”. El anterior novio de Noemí había sido y era, un tema tabú para ambos y los dos sentían que: “estaba entre ellos”.

El trabajo terapéutico permite ir viendo el polo de la repetición que les impide ir encontrado su propia manera de armar una pareja y el camino para descubrirse a sí mismos, detrás de las escenas mentales endogámicas, que encarnan  en mutuas presencias, en su vínculo matrimonial.

Lo endogámico tenía en ellos cualidades de exceso, de efectos traumáticos, en el sentido de demasiado mucho en ella, y de demasiado poco en él. Lo traumático desligado operaba en ambos y en el vínculo, buscando el cero, en el sentido freudiano, generando sentimientos de arrasamiento. La tendencia al cero, en procura de la disolución de la tensión pulsional, es referida por S. Freud en el “Proyecto de Psicología” (1895) donde señala: ”Todas las operaciones del sistema de neuronas se deben situar bajo el punto de vista de la función primaria o bien de la función secundaria, que es impuesta por el apremio de la vida”, y “Por esto, el sistema de neuronas está forzado a resignar la originaria tendencia a la inercia, es decir, al nivel cero”.

S. Bleichmar (1993) sostiene: ”Si seguimos a Freud en Más allá del principio del placer, veremos que lo que cobra insistencia, lo que está destinado a la compulsión a la repetición, es lo que no logra ligarse, es decir, lo que no obtiene orden de significación estructurante; aquello que insiste bajo el modo de la pulsión de muerte”. Agrega: “Dijimos anteriormente que la relación de la pulsión de muerte con el principio de inercia, como tendencia a la descarga a cero, es eso, una tendencia, ya que la pulsión es lo inevacuable por definición”.

A. Green (1983) en procura de conceptualizar una articulación entre el narcisismo y la duplicidad pulsional, refiere: “¿Qué se entiende por narcisismo primario?

    a) La organización de las pulsiones parciales del yo en una investidura unitaria del yo.
    b) El narcisismo primario absoluto como expresión de la tendencia a la reducción de las investiduras al nivel cero.

En la primera acepción se trata del yo narcisista como Uno, nacido de pulsiones parciales – por la acción de Eros. En la segunda, en cambio, de la expresión del principio de inercia, al que desde el “Proyecto” se le había atribuido la jerarquía de referente principal y que después recibiría el nombre de principio de Nirvana, que tiende al narcisismo primario absoluto.”

Lo excesivo, como expresión de la pulsión de muerte, insuficientemente contrarrestada por ligaduras narcisistas estructurantes, en una suerte de lógica de todo o nada, generaba en Jorge y Noemí vivencias de arrasamiento: “Me hace desaparecer”, vacío: “Cuando me rechaza me siento un agujero”, desborde: “Siento que va a explotar” y actuaciones como abuso de alcohol y drogas, manejar a alta velocidad, junto a ayunos en él, y retiros espirituales con técnicas de yoga, en ella.

Jorge reproduce con Noemí las vivencias de ser expulsado, no amado ni deseado, incluso de provocar rechazo, que había vivido de niño, y que sentía también en la actualidad, frente al amor que veía entre su madre y su hermana.

Noemí reproduce con Jorge la vivencia de ser vigilada por un gran ojo que la escruta, le exige, y le reprocha tener ideas y sentimientos “ilegales”, escondidos, generando en ella temor y culpa, como sentía de niña, y en la actualidad frente a sus padres.

Viñeta clínica y operativa analítica

Voy a referir como viñeta un tramo de una sesión a los dos años del proceso terapéutico, a efectos de presentar algunas reflexiones sobre el eje transferencia/contratransferencia, el circuito pulsional como lo conciben E. Berflein y S. Moscona (1998), y las pertenencias posibles de los contenidos que emergían en el ámbito de las sesiones, en relación con los tres espacios y con las relaciones que podrían establecerse entre ellos.

Cuando llegan ese día, me parece que ella tiene un aspecto algo desaliñado y expresión de cansancio, y me llama la atención que él dice, a poco de entrar,  que tiene que ir al baño, dado que hacía meses que había dejado de hacerlo varias veces por sesión. Comienzan diciendo:

    N – Estoy enroscada con el tema de mi falta de entusiasmo sostenido por las cosas. Quisiera llenar mi vida con una actividad que me interesara realmente, no digo vivir eufórica cada día, pienso en estar verdaderamente interesada. Me aburro de las cosas, tantas cosas que empecé y dejé. Mi padre siempre decía “hay que bancarse lo gris”. Eso me preocupa, disfruté muchísimo en un momento, pero ahora... es tan ajeno, tan lejano de mí.
    J - ¿la filosofía?
    N – Sí
    J – Me parece que vos, no sé, te vi tan entusiasmada... y que estudiaras fue un aporte para la pareja, la dinamizó.
    N – Sí, pero ...ojo! No es dejar facultad (me mira, como para tranquilizarme siento yo), es que me inflo y desinflo.

Escuchando hasta aquí, comienzo a pensar en el malestar de Noemí en relación con su tendencia al todo o nada, en su dificultad para elegir y sostener la elección, ligada con su dificultad para hacer duelo por lo que queda por fuera de lo elegido, dado que toda elección, siempre priva de algo.  Estoy pensando el conflicto en el eje de la castración y lo ubico como perteneciente a su espacio intrasubjetivo. Pienso también en su búsqueda por encontrar qué es lo ella desea, quiere ser y hacer, vinculada con las representaciones que tiene de sí misma, como dependiente y colonizada por sus padres, que la dependencia actual con Jorge reactiva y reproduce. Pienso en sus angustias de ser invadida y, en contraste, su rechazo a lo que vive como lejano y ajeno. En el eje transferencia/contratransferencia pienso–siento que ella me está ubicando en el lugar de los padres, sobre todo del padre, a quien debe tranquilizar aclarándole que se va a portar bien y va a continuar la facultad; y, luego que me ubica también en un lugar diferente, como alguien que puede oírla sin calificación e indicación inmediata, y por eso ella puede hablar con cierta libertad sobre sus miedos y deseos, y que yo me siento confortada cuando no estoy representando ni siendo su censor.

La pregunta de Jorge “¿la filosofía?”, la duda que él tuvo sobre si lo que Noemí decía tenía relación con el vínculo, activa en mí el pensar en términos vinculares.  Pienso: ¿de qué ajeno hablaba ella?, ¿qué euforias deseaba tener?, aunque entendía racionalmente que un genuino interés era algo valioso.

Sigo escuchando, pero más atenta a poder pensar lo que dice Noemí, en relación con el espacio intersubjetivo. Adquiere en mí otra sonoridad lo dicho por Jorge enseguida de su interrogación, cuando afirma con acuerdo de Noemí, que los estudios de ella dinamizaron a la pareja.

Ahora pensando en lo vincular (o en vincular) me pregunto ¿porqué se dinamizó la pareja? Hipotetizo:

    1) El vínculo seguía produciendo vivencias de vacío, tenía todavía mucho vacío, como la casa en que viven, con amplias salas y cuartos sin nada. Noemí fue a buscar llenarse ella, por lo menos de éxitos académicos, fue en procura como sujeto de deseo, de alguna satisfacción interna, y tal vez también de irse, huir de una mirada vigilante y del vacío vincular, y/o traerle contenidos amortiguantes de esos amplios vacíos, paradojalmente asfixiantes. Jorge  por su lado, tal vez pudo sentirse menos a cargo de sostener el vínculo, y más vitalizada ella, y aliviado él, en el espacio intersubjetivo se registró una diferencia dinamizante. Esta primera hipótesis incluye una articulación singular de los espacios intrasubjetivo e intersubjetivo, que implica una conexión con el espacio transubjetivo. Se arma así: el sujeto de deseo más satisfecho, más tranquilo, apacigua la angustia del sujeto del vínculo, en el vínculo disminuye la ansiedad persecutoria, el vínculo se oxigena, los sujetos del vínculo se sienten mejor.
    2) Noemí se reforzó como sujeto social, y ahora, más legitimada y valiosa, más legal, pudo sentir menos miedo y culpa frente a Jorge, quien la percibe entonces más alegre y menos “ilegal”, y esa percepción le disminuye su inseguridad. Esta segunda posibilidad hipotética indica también que estoy pensando en términos de interacción entre los sujetos social, individual y vincular. Mi pensamiento fue en el sentido de un encadenamiento en doble flecha del tipo: el fortalecimiento del sujeto social tiene efectos en el sujeto de deseo y éste en el sujeto de vínculo.

En la primera hipótesis predomina relativamente el peso de los valores de lo intrasubjetivo, que juega en este momento del proceso analítico, en tanto lo intersubjetivo como lugar de asfixia, activa en Noemí el sujeto de deseo, y esta diferencia, esta variación, tiene efectos en el vínculo. En la segunda, los valores que corresponden al espacio transubjetivo, tienen un cierto predominio como factores del movimiento. En ambas, es clara la interacción entre los tres espacios.

El comentario de Noemí: ” ¡Ojo!, no es dejar facultad”, incluye contenidos correspondientes al orden institucional, a lo transubjetivo, pero su mirada asustada, que percibí como aplacadora, dirigida a tranquilizar la que sería una inquietud en mí, me hizo pensar primero, en la dimensión repetitiva de la transferencia en el espacio intersubjetivo analítico, que se expresaba al ubicarme a mí, como representante de los padres exigentes de logros académicos. La dimensión no repetitiva de la transferencia, se expresaba también en la capacidad de Noemí de hablar de sus dudas y miedos, sin temor, pero creo, que pude percibir esas señales de lo diferente, más por mi actitud de estar atenta a hallarlas que por la fuerza de las mismas, en ese momento.

    Señalo: ¿Cuál será el conflicto principal en este momento?, ¿algo de Noemí, que la lleva a oscilar entre rebelarse o cumplir dependientemente las expectativas de otros (los padres, Jorge, yo) sin poder definir en nombre propio su lugar en el mundo?,  ¿decirle a Jorge algo sobre los dos?, ¿algo de ambos que dificulta aceptar que la euforia continua, que tener todo, es una ilusión?

 Hay un breve silencio y Jorge es quien habla.

    J – Yo me preguntaba cuando vos hablabas Noe, como se conectaba lo que decías con lo que vimos en otras sesiones del tema de los límites...me desorienta contigo que vos vas acumulando deseos, me planteás cinco cosas juntas y me  tirás los temas a mí, para que yo los maneje y los haga todos. Mudarnos de casa, irnos a París, vivir en otro país, una cosa y la otra no se puede. La pareja queda en una volatilidad, no se puede aprehender (con hache me dice) nada así. Todo no se puede, es cierto que es un tema los límites.
    N – Me da vergüenza, yo con el soporte de él, puedo hacer cualquier cosa, y soy como una nena chica, que no sabe lo que quiere, me falta madurez y soy una dependiente llena de miedos. Anteayer soñé que yo trabajaba, que era mi primer día de trabajo, terminaba el trabajo que me habían dicho, y no sabía más que hacer. Mis compañeros de trabajo sí sabían que hacer, ellos mismos se daban cuenta. Sentía una angustia espantosa.
    J – Me angustio yo ahora. No es un tema sólo tuyo, no es sólo me falta madurez o soy una boluda. Yo también te abrumo siendo el gran resolvedor.

Me vienen preguntas suyas...¿cómo armamos el vínculo?, ¿qué buscó usted en ella?, ¿qué quisimos hacer?

    Señalo : Tal vez quisieron sostener la ilusión de que juntos nada era imposible.

    N - Pensaba cuando me iba a casar, que casarme era tomar coca–cola cualquier día, a cualquier hora, hacer todo lo que yo quiera.
    J – Cuando me fui de mi casa a vivir solo, me compré un tarro gigante de mayonesa. Comí, comí y paré cuando un ataque al hígado me puso el límite. Pero no aprendí, lo vuelvo a hacer. Ahora capaz veo que no era sólo un problema con la comida, es algo de los límites más general. Capaz que logramos aprender (sin hache, me dice), sin reventarnos con ataques al hígado.

Termino aquí este artículo, en un momento de la sesión en el que el espacio intersubjetivo era el predominante y el clima alentador en el sentido de la apertura a la interrogación y un más visible cierre al desenfreno destructivo. Es además un momento de viraje en el proceso terapéutico en el que emerge, desde una fisura de la ilusión fundante de un sin imposible, que persistía:  hacer lo que quiere para Noemí (aunque no logra ubicar que quiere), sortear todo límite para Jorge (aunque se siente impotente), la posibilidad de un camino diferente.

El sueño de Noemí, producto intrapsíquico pero también intersubjetivo en tanto el contexto en el que se produce y los efectos que tiene en Jorge, muestra lo que repite y lo nuevo. Ella sueña que trabaja, realización onírica que muestra un corrimiento de la total dependencia de él, una discriminación y autonomía que crecen, al tiempo que la fragilidad de las mismas, los otros sabían como continuar sus trabajos, ella no; le faltaba la instrucción para hacerlo. La angustia que refiere haber sentido en el sueño parece estar más del lado de espantarse, viendo lo paralizante de su dependencia, que del anhelo de ser dependiente de un dador de instrucciones que todo lo sabe, alienante, como su padre y como Jorge.

Por su parte, Jorge se angustia también, y percibe que la abruma, ya no que le da, y afirma que todo no se puede, dejando así de encarnar el personaje que todo lo puede, que va a dar todo, y entonces ser imprescindible y reparar su narcisismo herido por la mirada ausente, el desconocimiento y el rechazo.

El trabajo psicoterapéutico, basculando entre repetición y diferencia, ha ido acotando la angustia inundante y facilitando su mutación a angustia señal, en el sentido que Freud le asigna (1926) como organizador del yo.

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