aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 012 2002 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

El constructivismo en psicoterapia

Autor: Safran, Jeremy D. - de Celis Sierra, Mónica

Palabras clave

Neimeyer, R., Mahoney, M., Autoobservacion, Construccion de significados, Desarrollo del si mismo, Elaboracion conversacional, Proceso constructivo dialectico, Psicoterapia constructivista, Reconstruccion narrativa, Teoria de los constructos personales.


Libro: Constructivism in Psychotherapy, comp. Robert A. Neimeyer y Michael J. Mahoney (1999). American Psychological Association: Washington, D.C.

Autora de la reseña: Mónica de Celis Sierra

Nota preliminar: se puede encontrar una caracterización sintética del constructivismo en el apartado  “Formas y facetas de la psicología constructivista” por William J. Lyddon, de esta reseña. Dentro del psicoanálisis, la concepción cons-tructivista ha influenciado a  la corriente que se autodenomina “intersubjetiva”, representada por Stolorow, Atwood, Orange, y a otros autores que sostienen que lo que se construye en la terapia son narrativas y no descubrimientos de una verdad objetiva (Shafer, Renik, Goldberg, etc.)


Los compiladores, Neimeyer y Mahoney, cuyas prácticas como psicoterapeutas se han desarrollado desde distintos enfoques teóricos, como son la psicología de los constructos personales en el primer caso y la terapia cognitivo-conductual en el segundo, pretenden con esta compilación ofrecernos una muestra de las variadas respuestas que existen, dentro del amplio y diverso campo de lo que se viene considerando constructivismo en psicoterapia, a la pregunta de cómo el ser humano –individualmente o en grupo- se encuentra con diferentes modos de malestar en su búsqueda de significados y cómo desde la psicoterapia se puede contribuir al cambio. Ciertamente, los compiladores son conscientes de que el constructivismo no aporta respuestas definitivas a esta cuestión y otras de ella derivadas, pero sí han ido convenciéndose a lo largo de su práctica como psicoterapeutas de que puede proveer de un marco conceptual en el que plantearlas y, a partir de ahí, permitir desa-rrollar consideraciones relevantes en cuanto a la práctica de la psicoterapia.

El volumen comienza, tras el prefacio, con un artículo introductorio de Neimeyer, para dividirse luego en cinco partes, cada una de las cuales desarrolla a través de varios artículos algunas dimensiones de la perspectiva constructivista en psicoterapia. Por último, ofrece un glosario donde se recogen los términos más importantes que puedan requerir alguna aclaración para el profano en terminología constructivista.

1. Invitación a las psicoterapias constructivistas (Robert A. Neimeyer)

En un primer acercamiento, Neimeyer define lo que podría ser la  psicoterapia desde el punto de vista constructivista: un intercambio y negociación de significados interpersonales con el objeto de que el cliente pueda articular, elaborar y revisar las construcciones con las que organiza su experiencia y acción. Neimeyer considera que lo que une a los diferentes cons-tructivistas es su compromiso con una epistemología o teoría del conocimiento compartida que considera que la realidad está más allá del alcance de nuestras teorías, y que por ello nuestras creencias e ideologías no pueden ser justificadas me-diante el recurso a circunstancia objetiva alguna fuera de nosotros mismos. Por el contrario, nuestra experiencia es organiza-da de manera precaria en una estructura de significado que a veces se tambalea, enfrentándonos con la necesidad de recons-truir nuestro sentido. En ausencia de un sistema diagnóstico que pudiera definir la manera en que se frustran nuestros in-tentos de encontrar sentido, los terapeutas constructivistas buscan descubrir qué es lo problemático para cada cliente, con objeto de que sus intervenciones le ayuden a explorar posibles caminos sin dejar de respetar los principios con los que construye su visión de la vida. Por ello, considera que la psicoterapia es una forma de colaboración en la construcción y reconstrucción del significado, una relación íntima y pasajera dentro de un proceso de desarrollo que no acaba tras el final de la terapia.

En cuanto a la evolución histórica del enfoque constructivista en psicoterapia, Neimeyer cree que hace 10 años sólo existían desarrollos aislados desde distintas orientaciones, desde la psicoanalítica a la cognitivo-conductual, pasando por la familiar y humanística. Sin embargo, considera que existen ahora tendencias convergentes, que se reflejan en un cierto entusiasmo por la integración. A pesar de ello, nos aclara que en el presente volumen, aunque se recojan una diversidad de perspectivas en psicoterapia, se han dejado fuera algunas orientaciones de terapia familiar sistémica y de psicoanálisis por las dudas existen-tes en cuanto a la compatibilidad de sus presupuestos teóricos con los principios del constructivismo.
 
 

PARTE PRIMERA: FUNDAMENTOS HISTÓRICOS Y CONCEPTUALES

2. Psicoterapias constructivistas: Rasgos, fundamentos y direcciones futuras (Robert A. Neimeyer).

Como continuación del artículo anterior, Neimeyer trata de esbozar algunos de los rasgos característicos de la perspectiva constructivista en psicoterapia, recurriendo al contraste con los desarrollos de la llamada psicología “objetivista”. La post-modernidad hace desvanecerse la fe en la posibilidad de acceder a un conocimiento no subjetivo y transforma la idea mo-derna del hombre cuestionando su racionalidad y su capacidad de elección y acción. Aparecen una variedad de perspectivas en ciencias sociales que reflejan la diversidad de realidades, social e históricamente constituidas. Desde el punto de vista constructivista, no existe el acceso directo a realidad inmediata alguna más allá del “lenguaje”, que se define de manera am-plia incluyendo toda producción simbólica que nos llega de nuestra cultura.

Así pues, de modo general, todos los modelos de psicoterapia pueden resultar recursos válidos para la psicoterapia cons-tructivista, ya que se consideran como un conjunto de metáforas y orientaciones más que como una ciencia aplicada que conlleve una conceptualización concreta del problema clínico y una serie de intervenciones apropiadas. Sin embargo, de manera más específica, ciertas estrategias de intervención son privilegiadas sobre otras, debido a que promueven la actividad de construcción de significados más que la “corrección”  de supuestas disfunciones  del paciente en sus pensamientos, sen-timientos o comportamientos.

Para Neimeyer existen cuatro metáforas básicas del proceso psicoterapéutico en el constructivismo: la de la terapia como una ciencia personal, basada en la Teoría de los Constructos Personales de G. A. Kelly; la de la terapia como un desarrollo del sí-mismo; la de la terapia como una reconstrucción narrativa; y la de la terapia como una elaboración conversacional. Estas metáforas serán posteriormente desarrolladas por los distintos autores en los restantes artículos.

Neimeyer considera llamativo que junto a la proliferación de cientos de enfoques en psicoterapia se estén dando una varie-dad de llamadas a la integración de distintas perspectivas, con el objetivo de crear un cuerpo unificado de conocimiento que pueda servir de guía a la investigación y a la práctica. Existe cierta ambivalencia dentro del constructivismo con relación a esta integración, ya que a pesar de la pluralidad teórica existente entre enfoques que se denominan constructivistas, se tiende a ver con escepticismo las fórmulas que sintetizan distintas escuelas por el riesgo de caer en serias incoherencias teóricas -como ejemplo se pone la integración de la terapia conductista y el psicoanálisis. La integración, desde el constructivismo, tiene más que ver con el compromiso en torno a una perspectiva epistemológica que permita la utilización de distintas es-trategias, y el diálogo entre tradiciones psicoterapéuticas.

En realidad, dice Neimeyer, usar la palabra “constructivismo” en singular es más retórico que realista, ya que se trata más bien de una “polifonía”. A pesar de su unión en la oposición a la epistemología objetivista, existen un serie de áreas de con-flicto. Las relativas a la centralidad del self   y al locus del significado polarizan a los autores en la atribución de la creación del significado al self  individual o al “texto” creado por el lenguaje. Existen otras muchas  divergencias como el uso o el rechazo de la terminología cognitiva, la aceptación o no del realismo ontológico, o la adscripción a un modelo u otro de investiga-ción. Por supuesto, sigue Neimeyer, que estas diferencias son esperables en autores que proponen un pluralismo postmo-derno, “que algunas veces parece valorar más la iconoclasia intelectual que la coherencia conceptual”, pero contribuyen al mantenimiento de un diálogo enriquecedor.

3. La evolución continua de las ciencias y psicoterapias cognitivas (Michael J. Mahoney)

Mahoney comienza el artículo reflexionando sobre la gran cantidad de influencias que dan cuenta de lo que llama la “revolu-ción cognitiva” en las ciencias y en la psicología en particular en la segunda mitad del siglo XX. A partir de ahí desarrolla una serie de momentos de la evolución en las ciencias cognitivas desde la hegemonía del paradigma del procesamiento de la información y la cibernética, los enfoques conexionista y la neurociencia computacional, hasta  la llegada del constructivismo con su epistemología evolucionista, y los desarrollos de la psicología narrativa y la hermenéutica. A continuación pasa a resumir las aportaciones de distintos enfoques psicoterapéuticos que se han venido desarrollando dentro de la psicoterapia cognitiva, desde el movimiento de “curación mental”, pasando por las conocidas terapias racional-emotiva, de Albert Ellis, la psicología de los constructos personales, de George A. Kelly, y la modificación de conducta cognitiva, representada por distintos autores entre los que se cuenta el propio Mahoney. En este sentido resulta interesante el relato de la polémica que él mismo mantuvo con Skinner, que consideraba que los desarrollos cognitivos suponían una involución hacia el misticismo y un obstáculo para el desarrollo de la psicología como ciencia. También se incluye entre las orientaciones en psicoterapia cognitiva dignas de ser reseñadas la terapia cognitiva de Aaron Beck y, por último el constructivismo y las terapias de siste-mas complejos.

Mahoney considera a Kelly un precursor del constructivismo en psicoterapia, aunque señala que sus ideas, aparecidas por primera vez a mediados de los cincuenta, no fueron muy tomadas en cuenta dentro de los Estados Unidos. También apunta al logoterapeuta Viktor Frankl y a otros muchos clínicos y expertos como defensores de la perspectiva constructivista en psicoterapia. Sin embargo, señala el autor, existen una serie de problemas dentro del constructivismo que hay que tomar en cuenta. Para empezar, los significados del término “construcción” son muy variados y alrededor de ellos se posicionan es-cuelas como la radical y la crítica. Los constructivistas radicales consideran que toda experiencia es construcción personal y rechazan el objetivismo y todas las formas de realismo. Los constructivistas críticos se consideran “realistas hipotéticos”, es decir no rechazan la existencia de un mundo real, pero niegan que se pueda establecer una correspondencia directa entre la realidad ontológica y la reificación epistemológica. Existe también una disputa entre las psicoterapias cognitivas constructi-vistas y racionalistas, en virtud del diferente modelo de aprendizaje y psicopatología que postulan, a pesar de que, como señala Mahoney, parece que la mayoría de los psicoterapeutas cognitivos se considera a sí misma constructivista. Es por ello por lo que Mahoney aprecia que, aún estando claro que el constructivismo persistirá como modelo de la experiencia huma-na, la etiqueta acabará careciendo de sentido si todo el mundo se la aplica.

Por último, el autor nos avanza los que él considera que serán algunos de los desarrollos futuros en psicoterapia cognitiva, entre los que incluye un papel más importante para las emociones, el cuerpo, los procesos inconscientes y la influencia de las relaciones íntimas significativas en la vida del sujeto.

4. Formas y facetas de la psicología constructivista (William J. Lyddon)

Lyddon comienza su artículo afirmando que a pesar de su adscripción a la epistemología constructivista, las diversas teorías constructivistas no poseen una base filosófica común cuando se contrastan sus atribuciones en cuanto a la causalidad. Dis-tingue así cuatro formas de constructivismo psicológico: material, eficiente, formal y finalista. El “constructivismo material” se basa en la idea de que el conocimiento es una función de la estructura del sistema cognitivo humano; la realidad, en con-secuencia está determinada por esa estructura. Esta perspectiva es evidente en las orientaciones de constructivismo radical, y dentro de la psicoterapia es seguida por algunos terapeutas familiares sistémicos.

El “constructivismo eficiente” supone que una realidad ontológica, o información ambiental, existe independientemente del conocedor y es activamente procesada, deviniendo útil en la medida en que se desarrollen representaciones cognitivas ade-cuadas. Las teorías cognitivas basadas en el procesamiento de la información y en las conceptualizaciones del aprendizaje social son claras representantes de esta orientación. También todos los modelos de psicoterapia basados en la idea de que el procesamiento de información inadecuada es la raíz de los problemas emocionales y conductuales.

El “constructivismo formal” se basa en la identificación de patrones de significado en medio del flujo de la experiencia den-tro de un contexto; por ello las realidades personales están limitadas por los valores, roles y narrativas  que constituyen social e históricamente los cambiantes contextos de las vidas de las personas. Las teorías del constructivismo social  y los enfoques narrativos en psicología son exponentes de esta perspectiva.

Por último, las teorías de “constructivismo finalista” ven el conocimiento como teleológico y como anticipación de una estructura más amplia. Comparten la idea de que las tensiones entre la persona y el medio llevan a nuevas y más amplias formas de conocimiento. Representantes de esta orientación se pueden considerar las teorías del desarrollo cognitivo, los enfoques dialécticos, las perspectivas de sistemas y los enfoques transpersonales.

Lyddon sugiere que todas estas formas podrían reflejar distintos aspectos del conocimiento humano, lo que abre la posibili-dad de desarrollar un modelo de psicología constructivista más integrado.

5. Psicoterapia constructivista. Un marco teórico (Vittorio Guidano)

En este artículo, Guidano nos muestra cuál es su comprensión del desarrollo personal y cómo desde la terapia constructi-vista se conceptualiza y facilita tal desarrollo. Sobre las premisas de la epistemología constructivista, establece una serie de rasgos inherentes a la naturaleza y estructura de la experiencia humana, de los que habrá de derivarse una metodología y estrategia de intervención para la terapia cognitiva. En primer lugar constituyen rasgos fundamentales del modelo la expe-riencia y la explicación de ésta mediante reordenación simbólica, ya que el conocimiento es la construcción y reconstrucción continua del mundo por parte de un individuo que trata de crear coherencia de lo que experiencia. La intersubjetividad es el siguiente aspecto que desarrolla Guidano, estableciendo que cualquier conocimiento acerca de nosotros mismos y sobre el mundo es siempre dependiente y relativo al conocimiento de otros. La intersubjetividad es un prerrequisito para la indivi-duación y el autoreconocimiento, permitiendo la diferenciación de un sentido de sí mismo como sujeto tanto como objeto. A través de las regularidades que aportan los comportamientos y mensajes afectivos de los cuidadores,  el bebé empieza a construir sentimientos básicos que son inseparables de las primeras percepciones, acciones y recuerdos. La emergencia de esta experiencia subjetiva va unidad a la percepción de que uno es una entidad diferenciada de otros objetos y personas en el mundo. Los ritmos psicofisiológicos y los esquemas emocionales se convierten así en ingredientes básicos de la conciencia de sí mismo del sujeto infantil, conciencia que es fundamentalmente afectiva en “naturaleza y cualidad”. Este “yo (I)” como sujeto comienza a verse como objeto (me) sólo a través de la conciencia que los cuidadores tienen de su conducta. Guidano señala que es habitual la imitación por parte de los padres del comportamiento del bebé, lo que posiblemente aporta a éste claves para reconocer e internalizar las características que sus cuidadores le atribuyen. En resumen, la conciencia de sí mismo emerge como una posibilidad de autoreconocimiento posible sólo gracias a la habilidad empática de incorporar la actitud de otro y posteriormente elaborar una imagen consciente de uno mismo dibujando emocionalmente el perfil del yo como ob-jeto a partir de la experiencia como sujeto.

Guidano ve el desarrollo vital de la persona como un proceso en espiral en el que los continuos cambios en el equilibrio entre el yo como objeto y el yo como sujeto aportan un andamiaje que permite mantener una continuidad coherente de experiencia mientras se asimilan las perturbaciones que emergen de tal experiencia. En este proceso vital hay dos variables importantes: el papel de la conciencia de sí mismo en la regulación de las perturbaciones y el papel de la afectividad como desencadenante de tales perturbaciones.

En cuanto a la dinámica del cambio terapéutico, Guidano se desmarca de las terapias cognitivas racionalistas que pretenden reestablecer un orden racional y “realista” de conocimiento. Por el contrario, si la organización de la realidad dentro de la experiencia personal es una construcción autorreferida, el terapeuta no puede apoyarse en la existencia de un punto de vista objetivo desde el que evaluar la adaptación del cliente, ya que la racionalidad es relativa y se refiere a los esfuerzos de mante-ner el significado y la coherencia dentro de un contexto y de una situación histórica. Para el autor, cualquier cambio signifi-cativo en una terapia lleva consigo un cambio en la experiencia que el yo como sujeto (I) tiene del yo como objeto (me), ya que esto permite reordenar la experiencia inmediata en el sentido en que los afectos negativos puedan ser vividos como propios  y reales. La cualidad del cambio depende en gran manera del nivel de autoconciencia. Por lo que es necesario que los terapeutas ayuden a incrementar la comprensión del cliente acerca de las maneras en las que tácitamente participan en la organización de sus experiencias.

La metodología que permite estos cambios lleva consigo un procedimiento básico: el entrenamiento de los clientes, a través de métodos de autoobservación, en la diferenciación entre la autopercepción inmediata y las creencias y actitudes conscien-tes, para luego reconstruir los patrones de coherencia que usan para mantener consistencia con sus sentimientos.

Por último, Guidano hace énfasis en que no existe una correlación directa entre la estrategia de intervención del terapeuta y el tipo de proceso de cambio. El terapeuta sólo puede establecer las condiciones que puedan desencadenar una reorganiza-ción, pero no puede controlar cómo los clientes organizan el resultado final. El aumento en la comprensión de las reglas de ordenamiento de su realidad siempre va en paralelo con un incremento en la modulación emocional en el que es probable que aparezcan nuevas tonalidades de sentimientos. La relación terapéutica es una interacción real y por lo tanto la estructura y reciprocidad de sus aspectos emocionales facilita la asimilación del cliente de nuevas experiencias y la reorganización de las anteriores.
 

PARTE SEGUNDA: CAMBIO PERSONAL Y RECONSTRUCCIÓN

6. El desafío del cambio (Greg J. Neimeyer)

Haciendo uso de una experiencia personal de confrontación con lo desconocido y la metáfora que de ella se deriva, Greg Neimeyer hace un repaso de los rasgos básicos de la terapia constructivista tal y como él la entiende. El autor considera que los problemas que el cliente presenta pueden ser vistos como ventanas dentro de su sistema de construcciones. Al entrar en una terapia constructivista, ni el cliente ni el terapeuta tienen certeza alguna de cuál es la manera adecuada de funcionar, y por ello la directividad que se asociaría a ese conocimiento por parte del terapeuta carece de sentido. Para animar al cliente a la exploración únicamente contamos con la naturaleza de la relación terapéutica, ya que las técnicas sólo cobran valor desde esa relación.

La actitud que el terapeuta ha de tener es, entre otras, una “aproximación crédula”, en términos de Kelly, a la visión del cliente de su propio problema, lo que implica aceptación del punto de vista del cliente y curiosidad para seguirle en su proce-so de exploración. Desde el lugar seguro de la consulta, el cliente puede ensayar nuevas formas de significado y comporta-miento. Pero la posibilidad de cambio que este espacio permite se ve enfrentada a la resistencia del cliente a cuestionar sus estructuras de significado sin antes desarrollar otras alternativas. Para ayudarle en el proceso de creación de nuevos significa-dos, existen una serie de técnicas que Neimeyer toma de Kelly y que desarrolla con la ayuda de varios ejemplos. Una de las formas de introducir nuevos significados son las representaciones (enactments), diferentes formas de juegos de rol con dife-rente grado de estructura. Las más breves permiten que el cliente pueda explorar un papel para tomar contacto con él du-rante apenas unos minutos. En alguna de ellas el cliente puede tomar el papel de los padres del cliente, de un amigo preocu-pado por el cliente, de un terapeuta que busca supervisión para el caso del cliente, etc... Entre las actuaciones más  elabora-das se encuentra la terapia de rol fijo de Kelly. En esta técnica se trata, en primer lugar, de que el cliente haga una descrip-ción de sí mismo en tercera persona que permita al terapeuta hacerse una idea de sus principales constructos y de la organi-zación de éstos. A partir de esta caracterización del cliente, el terapeuta diseña una nueva identidad, que no será totalmente opuesta a la suya sino una “corrección” de ésta en el sentido en que permita al cliente explorar nuevos modos de relacionar-se a través de constructos distintos a los suyos. Después de un periodo de preparación con el cliente, éste pasa a la fase de actuación per se en la que, durante unas dos semanas, habrá de relacionarse en todos los ámbitos significativos de su vida desde el rol diseñado. Durante este tiempo, las sesiones con el terapeuta se dedicarán a trabajar las dificultades y elaborar los insights que se puedan producir. Una vez pasado este tiempo, el cliente abandona el nuevo papel y se discute la experiencia.

Greg Neimeyer nos plantea, finalmente, algunos marcadores que indican que la terapia está en fase de teminación, como la capacidad del cliente de usar el diálogo con el terapeuta para cambiar de perspectiva, o la habilidad para pasar de la experien-cia a la explicación de ésta en el sentido que indica Guidano. Por último, además de dejar abierta la puerta para que el cliente retome la terapia si lo considera necesario, Neimeyer le anima a que ritualice simbólicamente el fin de la terapia de alguna manera que sea significativa para él.

7. La construcción de significado y el envejecimiento creativo (Mary Baird Carlsen)

La autora comienza preguntándose qué queremos decir cuando hablamos de envejecimiento, con la intención de cuestionar algunas de las construcciones que usamos en nuestro trato con los “mayores”. En este sentido, la edad cronológica no pare-ce aportar mucho para definir el envejecimiento ya que la edad en sí misma resulta una “variable hueca”. Por otro lado, se presupone automáticamente que cuando se habla de envejecimiento se habla de las etapas finales de la vida. Por ello, Baird Carlsen plantea la necesidad de transformar las definiciones basadas en etapas de la vida en descripciones de procesos. Den-tro de la idea de proceso de desarrollo cobra importancia la idea de creatividad, que estaría asociada a otras como las de sabiduría, trascendencia del yo como parte de una totalidad, apertura de pensamiento, etc. En este sentido, las personas que se hacen mayores de manera creativa: experimentan su vida como llena de sentido, tienen una percepción optimista de la salud, mantienen relaciones íntimas, continúan creciendo, viven en el presente, desarrollan su espiritualidad, han desarrolla-do una actitud de perdón hacia ellos mismos, se ven a sí mismos en evolución, y son activos mental y físicamente.

Desde una visión en la que se prima la transformación de significados y siendo sensible a los pasajes de desarrollo, la terapia se entiende como un movimiento a través de un “continuum que va de lo continuo, esto es, lo que sirve para todas las edades, a lo discontinuo, cuando la terapia se centra en problemas concretos, contextos o dinámicas más en consonancia con las preocupaciones de un periodo concreto de la vida”.

No se trata de evitar tomar en cuenta los problemas físicos, o el dolor que acompaña a las pérdidas, sino de cambiar el énfa-sis desde lo reactivo a lo proactivo, de lo patológico a lo saludable, y del envejecimiento como nombre al envejecimiento como proceso.

La psicoterapia que la autora considera “constructora de significado” adapta las etapas comunes (establecimiento de la rela-ción terapéutica, recogida de datos, revisión de patrones, y reconciliación o cierre) a las necesidades del cliente concreto. Habrá algunos que no completen la secuencia entera, o que sólo quieran una modificación conductual. En cualquier caso, la terapia con mayores puede necesitar una serie de ajustes: el establecimiento de la relación terapéutica requiere que el tera-peuta se adapte a las capacidades del cliente; la recogida de datos puede suponer una lucha del pasado contra el presente y la visión del futuro; la reconciliación puede tomar la forma de una revisión de la vida, de una preparación para la enfermedad o para la muerte.

8. La autoobservación en la psicoterapia constructivista (Vittorio F. Guidano)

El autor, concretando en la práctica clínica el artículo en el que nos describe su marco teórico general,  plantea que la auto-observación es un método esencial en la psicoterapia constructivista. La autoobservación aporta los materiales para proceder a una reconstrucción de los acontecimientos de interés terapéutico, trabajando en la interfaz entre la experiencia inmediata y la explicación simbólica. En este sentido, la autoobservación se diferencia de la introspección en que se privilegia la inme-diatez  y de las técnicas de auto-monitorización, en que se privilegia lo explícito.

El rasgo esencial del terapeuta durante la autoobservación es su habilidad para diferenciar entre la experiencia inmediata y su explicación más reflexiva. Por ello, en una situación dada, el terapeuta no debe focalizar únicamente la manera en que el cliente habla de lo que pasa; al contrario, mientras se reconstruye el suceso meticulosamente, el terapeuta debe ser capaz de pasar de un nivel acerca de cómo el cliente experimentó la situación al de la explicación sobre lo que ocurrió. La experiencia inmediata expresa una manera de ser en el mundo y, por ello, nunca puede ser errónea. Las explicaciones, al pertenecer al metanivel semántico, pueden ser erróneas cuando se comparan con la experiencia que pretenden explicar. Pero, aunque las explicaciones puedan ser irrelevantes o inconsistentes, los terapeutas no deben limitarse a sugerir interpretaciones más satis-factorias, sino que su responsabilidad es crear un contexto interpersonal donde se puedan explorar las distintas posibilidades.

Guidano nos explica un método de autoobservación que denomina la “técnica de la moviola”, donde el terapeuta reconstru-ye con el cliente la sucesión de escenas del acontecimiento que están investigando; luego el cliente es entrenado en “dar marcha atrás” o adelante en “cámara lenta”, con la posibilidad de hacer zoom en una escena concreta, enriquecerla, y vol-verla a colocar dentro de la secuencia narrativa.

Además de considerar cómo se hablan a sí mismos o a otros acerca de sus emociones, y cómo conceptualizan sus senti-mientos tras un acontecimiento, hay que entrenar a los clientes a enfocar la estructura de su experiencia inmediata tal y como se despliega en el curso de la situación. Se explora el “porqué” de esa experiencia, lo que aporta datos sobre cómo una per-sona se explica lo que ha sentido, y también el “cómo”, o la estructura de lo que se sintió. Siempre que el terapeuta pueda hacer esa diferenciación con sus propias experiencias emocionales, puede ayudar al cliente a cambiar de punto de vista, desde el “porqué” al “cómo”, mientras se reconstruye el tipo de dificultad experimentada en esos cambios. Cuando esta diferenciación se hace posible, los clientes pueden empezar a verse desde dos puntos de vista: uno, en el que llevan adelante una escena en primera persona (punto de vista subjetivo); y otro, desde el que se miran a sí mismos en esa escena desde fuera (punto de vista objetivo). Esta flexibilidad permite reconstruir la experiencia inmediata haciendo inferencias sobre la posible estructura del punto de vista subjetivo experimentado en la situación.

El proceso terapéutico tal y como lo entiende Guidano se lleva a cabo con la frecuencia de una sesión semanal y está dividi-do en tres fases. En la primera fase: “Preparación del contexto clínico e interpersonal”, que dura entre una y ocho sesiones, se trata de reformular el problema que trae el cliente a terapia, redefiniendo como interno lo que el cliente normalmente experimenta como extraño a sí mismo. En el caso que plantea el autor, el del “cliente fóbico”, la reconstrucción de las ca-racterísticas de los ataques de pánico, con la técnica de la moviola, permite que el cliente se dé cuenta de que los ataques no ocurren al azar sino que, por ejemplo, ocurren en las situaciones que percibe como limitativas o en aquellas en las que se siente desprotegido. Ahora la experiencia de pánico se puede discutir en términos de los sentimientos y actitudes del cliente  hacia la vida. Señala Guidano que en esta fase de la terapia no se puede permitir ningún tipo de error, porque ello afectará a la constitución de un vínculo que aún no está formado.

La segunda fase es la de la “construcción del encuadre terapéutico” y consta de dos subfases cada una de las cuales dura de 3 a 8 meses. En la primera subfase, denominada “enfoque y reordenamiento de la experiencia inmediata”, básicamente gracias a las técnicas de autoobservación, el paciente, además de reconocer los sentimientos que previamente  había excluido de la conciencia, también puede prestar atención a estados emocionales más complejos y percibir la conexión entre el apego, el miedo y la rabia. De hecho se produce una reformulación del problema original al volverse el cliente más capaz de darse cuenta de cómo los estados emocionales están ligados a las relaciones afectivas importantes en su vida. La segunda subfase, o de “reconstrucción del estilo afectivo del cliente”, puede durar entre tres y siete meses, y comienza con un análisis detalla-do de la historia afectiva del cliente, especialmente en lo que se refiere a las variables que actuaron en su “debut sentimen-tal”. La revisión de la historia posterior de sus relaciones permite reconstruir al cliente los criterios que usa a la hora de otor-garles o no significación. También es importante el examen de la manera en que se formaron las relaciones, cómo se mantu-vieron, y cómo se rompieron, así como las maneras en que fueron experimentadas. De esta manera se irá revelando la cohe-rencia del estilo afectivo del cliente, es decir, cómo este estilo produce experiencias recurrentes que confirman su sentido de sí mismo. Para el paciente fóbico que Guidano pone como ejemplo, esta subfase podría conectar con el hecho de que, aun-que el sentimiento de sentirse protegido es básico para que se establezca una relación, a partir de un cierto punto los senti-mientos de autolimitación y falta de independencia pueden llevar consigo el deterioro de la relación de apego. En esta subfa-se, dice el autor, más de la mitad de los pacientes terminan la terapia, ya que han desaparecido la mayoría de los problemas por los que acudieron a ella.

La tercera fase, “Análisis del desarrollo”, ya entrado el segundo año de terapia, abarca entre tres y seis meses. El objetivo que se persigue es que los clientes reconstruyan la manera en que su historia de desarrollo ha influido en la creación de los pa-trones que se hicieron evidentes en la fase anterior. De manera práctica, se trata de reconstruir la historia de desarrollo en el intento de identificar sucesos significativos que puedan dividirse en escenas a las que aplicar la técnica de la moviola. En el ejemplo del paciente fóbico, el hilo de la historia puede consistir en una involuntaria inhibición de la autonomía y el com-portamiento explorador por parte de padres muy queridos.

9. La aproximación del constructivismo dialéctico al cambio experiencial (Leslie Greenberg y Juan Pascual- Leo-ne)

La perspectiva dialéctica del constructivismo se diferencia de otras perspectivas más simples en que otorga un papel mayor a la experiencia del mundo externo y al conflicto con él en el conocimiento del mundo, y en que da un papel más importante a la experiencia interna y al conflicto interno en la construcción del significado subjetivo. Minimiza el papel de los determi-nantes innatos, suponiendo que la mayoría de los mecanismos innatos tienen un propósito general y considera como princi-pios fundacionales sólo la biología, la experiencia y la cultura.

En cuanto a la epistemología, el constructivismo dialéctico pretende resolver la dicotomía realismo-idealismo. Supone que el proceso de conocimiento se deriva de un repertorio de “esquemas” o “unidades de conocimiento”. Estas unidades son activadas por la situación y se aplican a configurar el estado de hechos en el aquí y ahora. Esto ocurre con la ayuda de la realidad que selecciona de entre el repertorio de esquemas de la persona aquellos que se ajustan a la realidad. Estos esquemas se aplican a configurar o sintetizar la realidad en cuestión. Los esquemas tienen incorporados mecanismos para la realización de los ajustes o desajustes y también previsiones que pueden o no ser satisfechas en la situación real. Por ello, mientras se interactúa en la situación, el conjunto de esquemas aplicables se estrecha, y esta selección de un subgrupo de ellos es lo que establece la peculiaridad de la situación. Cada unidad de conocimiento o esquema viene del sujeto -éste es el aspecto idealis-ta-, mientras que el patrón de coexistencia de esquemas en la  situación viene de la realidad -aspecto realista-empirista. Por ello, esta perspectiva considera la realidad como construida, pero los esquemas y las capacidades estructurales que realizan la construcción de la realidad son, de hecho, conducidas por ella: este sería el círculo dialéctico que relacionaría la realidad “en crudo” con la realidad codificada.

Cuando se trata de la realidad interna, existen esquemas cognitivos pero también muchos esquemas basados en la emoción que integran afectos y cognición. En la dialéctica interna, los esquemas emocionales se centran en la evaluación del significa-do de las situaciones para el bienestar de la persona. Los esquemas emocionales se activan por acontecimientos tanto exter-nos como internos y se sintetizan dinámicamente para organizar la experiencia diaria.

En la experiencia personal no existen claramente las limitaciones que impone la realidad externa (en el sentido de los rasgos de la situación que activan ciertos esquemas), pero las condiciones de activación para las emociones existen de manera es-tructural y los esquemas emocionales se van diferenciando con la experiencia y coordinándose entre ellos y con esquemas más cognitivos. Los esquemas emocionales son resultado de la combinación de nuestra biología, nuestra experiencia y nues-tra cultura. La síntesis dinámica de estos esquemas emocionales genera nuestras complejas reacciones emocionales y nuestras experiencias. Los resultados de estas síntesis no deben confundirse con pasiones primitivas; por el contrario, se trata de respuestas emocionales complejas y diferenciadas. La experiencia de estas respuestas puede hacerse accesible a la conciencia mediante la atención pero puede no estar simbolizada o incorporada a la construcción que una persona hace de la realidad. Más que rechazados de la conciencia, los estados emocionales no son atendidos y por ello no se experimentan de una mane-ra consciente. Una vez que se pueden simbolizar contribuyen a crear la base de nuestro sentido subjetivo de la realidad y aportan retroalimentación sobre nuestra evaluación automática de la significación de los acontecimientos. La construcción en terapia de nuevos esquemas “curativos” se produce por integración de esquemas opuestos en una nueva estructura de mayor nivel.

Desde este punto de vista, dicen los autores, se trasciende la falsa dicotomía entre razón y emoción mientras se mantiene la diferenciación entre emoción y cognición: ni la primera es inherentemente irracional ni la segunda racional; los dos procesos están enlazados de manera compleja. Se propone un modelo en el que el pensamiento y la emocionalidad se encuentran en un proceso dialéctico que lleva a su síntesis. El cambio en terapia no se produce por modificación de cogniciones, ni por insight intelectual, ni por catarsis, sino por la construcción de un nuevo significado personal, afectivo y cognitivo.

 En la terapia el proceso constructivo dialéctico lleva a explorar diferencias entre la experiencia inmediata y visiones con-ceptuales previas de cómo la experiencia debería ser. Las contradicciones entre las explicaciones de cómo las cosas son o deberían ser y la experiencia inmediata de cómo las cosas realmente son constituyen una fuente importante de malestar emocional. Se hacen así  necesarias nuevas síntesis que puedan aportar una sensación de mayor coherencia personal.
 

PARTE TERCERA: EL ENFOQUE NARRATIVO

10. Hermenéuticas, constructivismo, y terapia cognitivo-conductual: del objeto al proyecto (Oscar F. Gonçalves)

Gonçalves comienza su artículo afirmando que la vida es una narrativa y los seres humanos narradores y, por supuesto, participantes en sus propias tramas. Desde este punto de vista, plantea la terapia como un escenario donde ensayar la cons-trucción y deconstrucción de historias, introduciendo la hermenéutica como una alternativa a la tensión básica entre la na-rrativa y el narrador, el objeto y el sujeto, el conocedor y lo conocido. En virtud de estas dialécticas compara los tres para-digmas de la tradición cognitivo-conductual -conductista, cognitivo y constructivista-  en base a sus nociones de textualidad, según se prime alguno de los elementos: el narrador, el texto o el acto de la escritura, sí-mismo (como objeto o como suje-to), epistemología (naturaleza del conocimiento) y ontología (naturaleza de la existencia).

Acaba presentando el constructivismo crítico de algunas terapias cognitivas como enfoque hermenéutico que trasciende la dicotomía sujeto-objeto al conceptualizar a los seres humanos como “proyectos: fuentes de energía que se actualizan cons-tantemente en un proceso de construcción y deconstrucción dialéctica de narrativas”. Esta alternativa hermenéutica anima a revisar las metáforas mecanicistas que han estado predominando en la historia de las terapias cognitivo-conductuales. Los seres humanos no deberían ser vistos como ordenadores o como científicos, sino como artistas actuando a la vez como actores y como directores de la película de su vida.

11. Narrativas generadas por el cliente en psicoterapia (Robert A. Neimeyer )

Neimeyer considera que, aunque se admita que la narración que da forma a nuestra experiencia es central en psicoterapia, no  se ha prestado suficiente atención a las formas más literarias de esta actividad narrativa: los diarios u otras formas de pro-ducción escrita que muchos clientes traen a la terapia. Para el autor las narrativas, tanto dichas como escritas por el cliente, tienen una serie de  funciones interpersonales en relación con el terapeuta, pero sobre todo una función intrapersonal: la de “establecer una continuidad de significado en la experiencia vital del cliente”. Estos intentos de establecimiento de sentido pueden ser vagos, intensos, fragmentarios o incoherentes con relación a los síntomas, pero si se estimulan en vez de ignorar-se pueden convertirse en un vehículo que lleve al paciente a mayores niveles de integración. Neimeyer aporta dos casos clínicos en los que muestra esta búsqueda de significado a lo largo de dos difíciles procesos terapéuticos.

12. De la evaluación al cambio: El significado personal de los problemas clínicos en el contexto de la narrativa personal (Hubert J. M. Hermans)

La tesis de la que parte Hermans en su artículo es doble: primero, que la comprensión de los problemas clínicos requiere que se sitúen en el contexto de la narrativa del cliente; segundo, que el problema del cliente es compartido de tal manera con el psicoterapeuta que, en el proceso de contarse una y otra vez, su significado personal cambia a lo largo del tiempo. El autor presenta un marco teórico, la “Teoría de la Valoración”, que muestra cómo desde la narración sobre sí mismo del sujeto emergen significados personales. Además describe un método de investigación que sirve de herramienta para valorar y cam-biar esos significados personales.

La Teoría de la Valoración, basada en las ideas filosóficas de James y Merleau-Ponty, establece que ésta es un activo proceso de construcción de significado. Se trata de una unidad de significado que tiene un valor positivo, negativo o ambivalente para el individuo. Puede tratarse de un recuerdo, una serie de sucesos, una meta inalcanzada, la muerte de alguien querido, un síntoma psicosomático. A lo largo del proceso de reflexión sobre sí mismo, las valoraciones se organizan en un sistema y, dependiendo de los cambios en la interacción persona-situación, pueden aparecer nuevas valoraciones. Cada valoración implica un patrón específico de afecto. Se supone que aunque en un nivel manifiesto las valoraciones puedan variar fenome-nológicamente, entre individuos o dentro del mismo individuo, existen unos motivos básicos que están representados de manera latente en el componente afectivo de una valoración, y esos motivos juegan un papel importante en la organización de la narrativa acerca de sí mismo. Basándose en investigaciones de otros autores, Hermans identifica dos motivos en la base del componente afectivo del sistema de valoración: el “motivo S”, relacionado con lo que podríamos llamar autoestima, y el “motivo O”, relacionado con el contacto con otras personas y el mundo. Cuando una valoración representa una gratifica-ción del motivo S (p.e.: “He superado un examen difícil”), la persona tiene sentimientos de fuerza y orgullo; si se gratifica el motivo O (p.e. “Me encanta que mi hijo toque el piano”), los sentimientos son de ternura e intimidad.

Este modelo del self aporta una base conceptual para el estudio del significado personal de los problemas clínicos. Estos son considerados como una valoración personal que funciona en el contexto del sistema de valoración como una totalidad. El método de la auto-confrontación es un procedimiento de evaluación individualizado basado en la Teoría de la Valoración. Se estudian las relaciones entre valoraciones y tipos de afecto, así cómo la organización de estas variables. Se le piden al cliente una serie de valoraciones relacionadas con su pasado, presente y futuro y se asocian con una serie estandarizada de términos afectivos. El sistema de valoración se estudia cuantitativamente a partir de una serie de índices que  permiten com-parar valoraciones, a pesar de que el cliente pueda no considerarlas relacionadas, a partir de su perfil afectivo. La similaridad entre valoraciones sugiere que comparten un significado latente parecido. Hermans pone como ejemplo el caso de un pa-ciente con dos valoraciones aparentemente independientes pero con una gran similitud en el perfil afectivo: una referida a los persistentes dolores de cabeza de un cliente y otra referida a los problemas del cliente con su padre. Aporta, además,  tres casos clínicos que sirven para ilustrar su metodología, y cómo a lo largo de la terapia se pueden modificar los perfiles de las valoraciones en el sentido del cambio terapéutico.

Hermans considera al cliente como un coinvestigador dentro de la relación  terapéutica, siendo la contribución específica del terapeuta la de ofrecerle una cierta estructura que permita realizar una reflexión sobre sus narrativas. Esta colaboración  supone que la “realidad” no es simplemente descubierta mediante una evaluación objetiva, sino que es construida como resultado de una cooperación.
 

PARTE CUARTA: PERSPECTIVAS SOCIALES SISTÉMICAS

13. Constructivismo radical: preguntas y respuestas (Jay S. Efran y Robert L. Fauber)

Haciéndose eco de la queja de algunos terapeutas que habrían intentado acercarse al constructivismo radical encontrando solo ambigüedad y confusión, los autores plantean una serie de preguntas básicas a modo de orientación. En primer lugar el constructivismo radical, dispuesto a no “tomar prisioneros” en su guerra epistemológica contra el objetivismo, considera que el lenguaje, en un sentido amplio, es central en la psicoterapia porque es el lugar donde los problemas se crean y residen. La terapia, así, es una forma de conversación, pero no se restringe a lo verbal ni a lo hipotético, sino que lleva consigo una acción.

Que el mundo esté construido dentro del lenguaje no excluye de él las realidades sociales más duras, como la pobreza, la enfermedad, etc., pero la psicoterapia no pretende cambiar la economía ni curar el cuerpo, sino que es un espacio donde se pretende aclarar el lugar que la persona ocupa dentro de la ecología social y así encontrar maneras de ser un “miembro efec-tivo de la familia, un ciudadano útil, y un individuo satisfecho”. Tampoco afirmar que los problemas existen en el lenguaje significa sostener que son triviales o imaginarios. Se trataría más bien de poder hablar claro de quién es uno y de aquello por lo que lucha, de asumir plena responsabilidad por el camino que uno tome: para el constructivista, la satisfacción personal no tiene que ver con la moral tradicional o las condiciones objetivas, sino con el mantenimiento de un mundo propio.

En coherencia con sus presupuestos, los autores insisten en que no defienden que su punto de vista sea objetivamente co-rrecto o elegido en el sentido convencional, sino que su adhesión a esta perspectiva está en relación con el medio en que se desarrollaron, con un contexto. Esta conciencia en cuanto a su filiación epistemológica no impide, sino más bien al contra-rio, la defensa de su perspectiva. Al fin y al cabo no consideran que las personas podamos controlar nuestros destinos, sino que somos más bien  seres sociales inmersos tanto en un medio natural como en una comunidad social.

14. Constructos personales y práctica sistémica (Guillem Feixas)

En este artículo, Feixas explora la utilidad de incorporar la Teoría de los Constructos Personales de George A. Kelly y su práctica a la terapia sistémica. Kelly, considerado, junto con Bartlett y Piaget, uno de los primeros pensadores constructivis-tas en psicología y por ello pionero de los desarrollos constructivistas en psicoterapia, plantea en 1955 su postulado funda-mental: “Los procesos de una persona son psicológicamente canalizados por las maneras en que anticipa los acontecimien-tos”. En las primeras formulaciones sistémicas el problema que la familia presentaba se consideraba en el contexto de una secuencia de comportamiento de los miembros de la misma en la cual el síntoma tenía una función homeostática para todo el sistema. En la última década están apareciendo desarrollos dentro de la terapia sistémica en el sentido de adoptar una perspectiva constructivista, pasando de centrarse en las secuencias de comportamiento a investigar los significados, o cómo los comportamientos son construidos por los distintos miembros de la familia. Por ello los comportamientos se explican en términos de mitos familiares, premisas, o sistemas compartidos de creencias que son coherentes con los comportamientos sintomáticos. Las nuevas técnicas sistémicas se proyectan para hacer explícitas estas premisas familiares.

A pesar de que la Teoría de Constructos Personales, como su propio nombre indica, hace hincapié en la construcción indi-vidual de significados, el hecho de que la validación de un sistema de constructos se produzca en un terreno interpersonal -como la familia en los primeros años, y otros sistemas más amplios posteriormente- permite la aplicación del modelo a sis-temas más amplios como puede ser la familia. Para Procter, la familia negocia una realidad común, el “sistema familiar de constructos”, con diferentes canales que permiten que los miembros puedan no estar necesariamente de acuerdo. Además, según el modelo de Feixas el sistema de constructos personales de cada miembro tiene un diferente solapamiento con el sistema familiar de constructos. Los miembros cuyos sistemas más se solapan con el familiar reciben de los significados y actitudes de los demás miembros de la familia su mayor fuente de validación. Cuando el solapamiento es menor, las fuentes de validación externas a la familia cobran mayor importancia. En la Teoría de Constructos Personales, la anticipación mutua que un miembro tiene de los procesos de construcción de otros (por ejemplo, la manera en que un padre cree que su hijo ve a su madre) se denomina “relación de rol”, así que las relaciones familiares pueden verse como relaciones de rol en las que cada miembro anticipa el pensamiento y comportamiento de los demás. Aunque esa anticipación es necesaria, cuando un  miembro se comporta de manera impredecible está invalidando los constructos de los otros. Los esfuerzos que los miem-bros de la familia hacen para que los demás se conformen a los viejos patrones pueden ser fuente de conflicto en el desarro-llo de la familia. En medio de estos conflictos un miembro puede tener que elegir entre el crecimiento personal y la adapta-ción a las expectativas de los demás, lo que hace que puedan aparecer síntomas de malestar entendibles como soluciones de compromiso para ese conflicto.

Otro concepto de Procter que Feixas incorpora a su modelo es el de “posición” dentro del sistema familiar, que consta de dos niveles, el de construcción y el de acción. La posición que un miembro toma implica tanto a su construcción de sí mis-mo como a la construcción del pensamiento de los otros, y sus acciones se derivan de estas construcciones, a la vez que son maneras de probarlas. De hecho, el sistema familiar de constructos es la interconexión de las diferentes posiciones de los miembros de tal manera que cada uno valida o invalida las construcciones de los demás. Este concepto tiene implicaciones para la intervención, ya que el terapeuta puede empezar desde cualquier punto, ya sea un comportamiento específico, o una idea expresada por algún miembro de la familia.  A partir de ahí debe empezar a investigar los comportamientos y significa-dos correspondientes a los otros miembros. El proceso por el que los miembros de la familia se confirman mutuamente las anticipaciones no deseadas del comportamiento de los demás es considerado el nudo crucial del problema familiar.

Feixas sostiene que la Teoría de Constructos Personales permite un eclecticismo técnico sin dejar de ser consistente desde el punto de vista teórico. El autor desarrolla aquellas técnicas más propias de la teoría de constructos personales, como son la puesta a prueba de hipótesis, donde la conducta se utiliza como variable independiente para poner a prueba el sistema de constructos, las representaciones y la terapia de rol fijo.

En relación con las controvertidas cuestiones del papel del terapeuta -como el poder, las estrategias, el control-, la distinción que desde la Teoría de los Constructos Personales se hace entre el contenido (content) y el proceso puede servir para soslayar algunas contradicciones que se plantean dentro de los enfoques constructivistas. La relación terapéutica se considera una relación de experto a experto, donde el cliente es experto en relación al contenido de sus constructos y el terapeuta experto en cuanto al proceso de cómo los constructos se organizan y aplican a los acontecimientos y relaciones. Las mismas consi-deraciones se pueden hacer con respecto a la investigación.

15. La terminación de la terapia como ritual de paso: estrategias interrogativas  para una terapia de inclusión (Da-vid Epston y Michael White)

Los autores parten de la idea de que los modelos tradicionales y sus metáforas resultan muy limitativos en el ejercicio de la psicoterapia. En concreto, en este artículo, se centran en la necesidad de superar la metáfora de la terminación de la terapia como una pérdida, que lleva consigo la idea de que el “paciente”, dependiente de la relación terapéutica, sufrirá con su ter-minación. Plantean que, aunque ciertamente esta transición es importante, la preocupación del terapeuta con esta metáfora de la pérdida refuerza la dependencia del cliente, y además dificulta la liberación de éste de la identidad saturada de proble-mas que le llevó a terapia. Por ello desarrollan un modelo del final de la terapia como ritual de paso desde una identidad a otra, para lo que se centran en compartir y celebrar este nuevo estado  con otros. A este tipo de terapias las denominan “terapias de inclusión” y al proceso que las permite  “arqueología de la terapia”, a través del cual, y a partir de una serie de preguntas  que animan a los clientes a reflexionar acerca de los conocimientos que han ido alcanzando en el proceso, se facilita la finalización de la terapia, más que como una pérdida, como una ganancia en la autoría de la propia vida.
 

PARTE QUINTA: EL DESAFIO DE LA PSICOTERAPIA CONSTRUCTIVISTA

16. La distancia terapéutica óptima: La psicoterapia de constructos personales desde la experiencia de un tera-peuta (Larry M. Leitner)

Basándose en George A. Kelly y su Teoría de Constructos Personales, Leitner expone su visión de una psicoterapia de constructos personales experiencial, en la que subraya el papel de la relación que el terapeuta establece con el cliente. Éste, habiendo sido invalidado previamente en sus relaciones significativas, traerá a la terapia toda una problemática en cuanto a la posibilidad de correr riesgo en establecer nuevas relaciones. La forma en que el terapeuta se maneje con esta cuestión podrá determinar el resultado de la terapia, especialmente en el caso de los pacientes más perturbados. La “distancia terapéutica óptima” se define como la mezcla adecuada de conexión y separatividad asociada a una relación terapéutica. Implica estar lo suficientemente cerca del otro como para experimentar sus sentimientos pero suficientemente distante como para recono-cerlos como pertenecientes al otro, y no al terapeuta. Los dos errores básicos relacionados con la distancia terapéutica los llama Leitner: “extraños terapéuticos” y “unidad terapéutica”. El primer caso se da cuando el terapeuta no conecta con la experiencia del cliente, por lo que los dos experimentan al otro como estático y se destruye la alianza terapéutica; en este caso, tal vez el terapeuta se empeñe en aplicar técnicas para cambiar al cliente en vez de permitirse experimentar otro tipo de relación. La “unidad terapéutica” se produce cuando el terapeuta es incapaz de distinguir los problemas del paciente de sus propios dilemas, tal vez en la forma de un excesivo sentimiento de responsabilidad en relación a la conducta del paciente.

Este concepto tiene para Leitner una serie de importante consecuencias. Por ejemplo que las intervenciones pueden no funcionar si la distancia no es óptima, o que cuando sí lo es muchas y distintas intervenciones pueden ser terapéuticas. Tam-bién que cada terapeuta debe integrar su persona con las técnicas que usa, que entonces se convierten en manifestaciones conductuales de él mismo. Por último, se puede argumentar, sigue el autor, que el terapeuta está obligado a usar su experien-cia clínica en su desarrollo personal, ya que el deseo de reconstruir posibles aspectos centrales de su manera de ser validará un proceso similar en el cliente.

17. Construyendo en el límite: Mitología clínica en el trabajo con procesos fronterizos (borderline), por Stephanie L. Harter

La autora, a través del mito del pecado original, nos lleva al cuestionamiento de una serie de mitos con los que se enfrenta el psicoterapeuta en el tratamiento de pacientes considerados fronterizos (borderline). Para empezar, es controvertida por sí misma la etiqueta de fronterizo, ya que muchos autores la consideran peyorativa y poco descriptiva. Sin embargo, su éxito se debe, según Harter, a que más que expresar un atributo del cliente, la etiqueta expresa cuáles son las experiencias de los profesionales que trabajan con él. Se llamarían fronterizos no sólo por la inestabilidad de su self y de las fronteras de sus relaciones, sino porque suponen un reto para los límites que construimos para nosotros mismos. Cuestionar la clase de relaciones que establecemos con este tipo de pacientes es esencial, ya que la interacción entre sus experiencias de vida y nuestros mitos tiene como consecuencia que las relaciones de transferencia sean muy complicadas, especialmente por la posición defensiva en la que el terapeuta las aborda, tanto si queremos posicionarnos en el lugar del cuidador permisivo y proveedor como si sostenemos una extrema rigidez en el encuadre en la convicción de que estos clientes necesitan mano dura. Otros temas, como la tendencia a la manipulación que frecuentemente se les atribuye a las personas etiquetadas como fronterizas, y la necesidad de validar el proceso de construcción del cliente son planteados a lo largo del artículo desde una perspectiva de constructivismo crítico.

18. Los requerimientos psicológicos para ser un psicoterapeuta constructivista (Michael J. Mahoney)

Mahoney intenta en este capítulo describir algunos de los retos a los que se enfrenta el psicoterapeuta que adopta una pers-pectiva constructivista y que son, en su opinión, de mayor envergadura que aquellos que enfrentan terapeutas de otros enfo-ques.En primer lugar, el rechazo de la epistemología y la ontología en la que se basan los objetivismos deja al psicoterapeuta sin la posibilidad de apoyarse en verdad alguna a la hora de decidir qué es correcto o no para un determinado cliente. No puede recurrir a las obras completas de ningún autor para buscar apoyo o autorización en su trabajo como “consejero de vida” (así es como Mahoney prefiere llamar al psicoterapeuta).

Desde el punto de vista existencial, el tipo de vínculo que se establece con el cliente, en el que la presencia emocional del consejero es fundamental para la facilitación del proceso, supone un esfuerzo difícil de sostener. Además el consejero debe ser consciente de sus dificultades para comprender la experiencia de un cliente cuando ésta no está incluida en su propia gama de experiencias personales.

En cuanto a las cuestiones prácticas, uno de los mayores retos se encuentra en lo que llama “primacía de lo abstracto”, esto es, el hecho de que los procesos más básicos que organizan nuestra experiencia operan a niveles que están fuera de lo que consideramos conciencia. Por ello, la tolerancia a la ambigüedad es una habilidad crítica para los terapeutas constructivistas.

Si consideramos la metáfora de la psicoterapia como un viaje, Mahoney  considera que frente a la teleología de algunos en-foques, la psicoterapia constructivista tiene más que ver con una “teleonomía”, en el sentido de que se refiere a un movi-miento cuya direccionalidad no está definida por un destino explícito. El consejero constructivista estaría deseoso de acom-pañar a sus clientes en el proceso de viaje, a veces liderando el viaje y a veces siguiendo al cliente, respetando los deseos de éste de descansar, ayudándole a cargar parte del equipaje por un rato, pero siempre devolviéndole su responsabilidad en las elecciones y la dirección del proceso.

Por último, el autor plantea algunas cuestiones éticas, en el convencimiento de que ya pasó el tiempo en que el ejercicio de la psicoterapia se consideraba una actividad libre de valores. El constructivismo supone un cierto relativismo moral, en el sen-tido de que lo que es bueno o malo está siempre enmarcado en contextos, ya sean éstos individuales, sociales o históricos. Por otra parte, sostiene también la convicción de que toda comunicación está atravesada por valores. El consejero construc-tivista ha de ser especialmente sensible a este hecho, lo que le llevará a plantearse muchos dilemas en su actividad, especial-mente en un tiempo como el actual en el que conviven tan diferentes sistemas de valores.
 

VALORACION PERSONAL DEL LIBRO

El hecho de que los dieciocho artículos que integran el volumen estén escritos por catorce distintos autores hace que sea difícil hacer una valoración del conjunto. Hemos encontrado los artículos de muy distinto interés, densidad, y claridad.  Muchos conceptos y planteamientos se repiten a lo largo de los distintos desarrollos, no siempre de forma totalmente cohe-rente, lo que tiene mucho que ver con el hecho de que el constructivismo en psicoterapia, por los propios presupuestos epistemológicos de los que se parte, da cabida a enfoques diferentes entre sí y que a veces parecen compartir más la crítica a las psicoterapias tradicionales que modos de actuación que puedan considerarse integrados en una escuela tal y como la consideramos en un sentido convencional.

A pesar de que se afirma una y otra vez la necesidad de liberarse de ataduras teóricas de corte objetivista en cuanto a los contenidos, se puede identificar con facilidad el peso de la orientación cognitivo-conductual. Esta adscripción no es siempre explícita, ya que estas terapias, como otras, son a veces objeto de duras críticas, pero es casi siempre reconocible. Echamos de menos algún artículo que pudiera haber dado cabida a orientaciones diferentes. Nos quedan, por otra parte, ciertas dudas en cuanto a la pretensión de algunos psicoterapeutas constructivistas de trabajar libres de limitaciones teóricas en cuanto a la naturaleza de los contenidos del psíquismo humano. Su insistencia en el predominio del estudio del proceso sobre el de los contenidos es, ciertamente, una crítica a tomar muy en cuenta, especialmente desde aquellas orientaciones en psicoterapia, como ciertas corrientes psicoanalíticas, que han tendido a forzar la teoría dentro de la práctica. Sin embargo, a veces el lector tiene la sensación de que detrás de la crítica a las psicoterapias tradicionales no se plantean alternativas solventes, a no ser que, como tantas otras veces, una cosa sea la teoría que defendemos y otra muy diferente la que aplicamos en la práctica. En cualquier caso, la lectura del presente volumen resulta muy interesante para hacerse una idea del amplio campo que abre a las psicoterapias la adopción de una perspectiva constructivista y para , una vez más, cuestionarse los principios con los que trabajamos y, desde ahí, poder continuar manejándonos desde ciertas imprescindibles certezas pero con un espíritu algo más crítico. 

 

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