aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 020 2005 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Congreso Internacional sobre la Vergüenza. Roma, febrero 2005. Síntesis

Autor: Ciccone, Nicola; Molet, Laura

Palabras clave

culpa, Morrison, Orange, Patologia del no ser, Self ideal, Suicidio, vergüenza, Velasco..


Después de que por un largo tiempo el sentimiento de vergüenza ha sido ignorado o escasamente considerado de la investigación psicoanalítica clásica, los huéspedes de la reunión, Andrew Morrison, Donna Orange y Rosa Velasco, exponentes de relieve del psicoanálisis norteamericano y europeo, han presentado una nueva lectura de esta emoción central del alma humana en clave intersubjetiva, relacional y de acuerdo con las tesis de la Self-Psychology.

Donna Orange (Nueva York) ha presentado una personal e inédita reflexión centrada sobre la perspectiva intersubjetiva (“¿Vergüenza de quién? Mundos de humillación y Sistemas de restauración”).

Rosa Velasco (Barcelona) ha comentado y discutido su escrito.

Andrew Morrison (Boston), “experto mundial” de la materia, autor de tres libros sobre la vergüenza, ha presentado un trabajo detallado que sintetiza el empeño y la entrega que desde hace mucho tiempo dedica al análisis de la vergüenza y, en particular, a la experiencia subjetiva del analista. El trabajo de Morrison ha sido comentado por Cristina Bonucci (Roma).

La reunión se ha desarrollado también a través de la presentación de un caso clínico de la Dra. Gloria Saracino (Roma), supervisado por Donna Orange y Andrew Morrison.

Finalmente, en una mesa redonda, centrada sobre el tema de los errores, (“¿Que hemos aprendido de nuestros errores?”) han intervenido: Morrison, Orange, Velasco, Elaine Luti (Roma) y Nicola Ciccone (Roma). Ponentes y auditorio intercambiaron experiencias en un debate abierto y directo.

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La Dra. Velasco sostiene que el sentimiento de vergüenza, siempre que sea tolerable, puede, y debe, ser compartido en la relación analítica. Desde un punto de vista terapéutico, la experiencia de la vergüenza, en un contexto relacional, puede representar un factor de individuación, una ocasión de crecimiento mental y de cambio, en cuanto que le permite al paciente acercarse a la percepción de ser (sentimiento de sí), de ser un sujeto con su propia especificidad. Son momentos de “encuentro” emocional entre paciente y analista. Siempre que pensamos una diferencia propia como un defecto significa que nuestro sentimiento de sí está devaluado “yo soy alguien defectuoso”. Debajo de un “sentimiento de sí devaluado” existieron desencuentros emocionales insuficientemente considerados.

La vergüenza, cuando puede ser compartida, se vuelve un factor terapéutico importante para la delineación del “self”y para la reorganización de los principios organizadores patógenos del paciente. El tratamiento psicoanalítico tratará este sentimiento de sí devaluado a través de la relación, atravesando la vergüenza. Considerar el sentimiento de vergüenza es, por lo tanto, primordial en el tratamiento de lo que Velasco llama “patología del no ser”: “Ocupar un lugar ideal en la mente de otro es, en realidad, no tener lugar”. En contextos que tienden a la idealización los esfuerzos para existir con luz propia se acompañan del sentimiento de vergüenza. Esta vergüenza está asociada con la iniciativa que cuestiona este ideal (el de las figuras significativas como los padres o el analista), es decir, con  la posibilidad de interrogarse sobre modelos cristalizados y con poder pensar autónomamente. Por lo tanto, la vergüenza se puede considerar como una emoción que se genera cuando tomamos una iniciativa o nos arriesgamos a expresarnos con libertad y autenticidad.

Rosa Velasco recoge el concepto de Orange de “sentimiento de existir en continuidad para alguien”, interpretación en clave intersubjetiva del concepto freudiano de “constancia del objeto”. En este marco conceptual, Velasco, avalando la tesis de Orange, sostiene que la vergüenza no pertenece al paciente o al analista, sino que está intersubjetivamente generada, mantenida, exacerbada o mitigada dentro del sistema relacional. La autora subraya además la influencia decisiva, en este ámbito, de la memoria emotiva que debe incitar al terapeuta y al paciente a indagar sobre los contextos en los cuales se ha generado la vergüenza: un análisis de todo el campo, del contexto actual (terapéutico) y de aquellos que le han precedido (“substrato de vergüenza”, según Donna Orange). La vergüenza es la expresión del miedo a decepcionar que obstaculiza el emerger de la autenticidad. El paciente – como Rosa Velasco dice – no está seguro de como nosotros responderíamos si él fuese realmente auténtico: en estos momentos, si el paciente puede tolerar la vivencia de vulnerabilidad que se produce cuando intenta ser él mismo, experimenta la vergüenza. Considerando los “momentos de vergüenza”, cuando son vividos dentro una relación confiable, elementos de progreso, en vez de un empeoramiento o una resistencia, podemos validar los contextos de vergüenza del paciente como mundos de experiencia, sobre los cuales se puede organizar el sentimiento de sí de la persona, a la luz de principios organizadores (Stolorow, Atwood, Orange) más evolucionados.

Velasco nos propone una nueva y estimulante lectura de un sentimiento que, lejos de expresar el déficit de la persona en su propia capacidad de sanar, se debe más bien considerar, según la feliz expresión de Donna Orange, un “huésped esperado”.

La vergüenza, como nos dice Donna Orange en su trabajo, posee una calidad invasiva que demuestra su origen en los sistemas familiares, donde el mundo de experiencias se han organizado alrededor de un sentimiento de sí desvalorizado.

Uno de los efectos desastrosos de la penetrabilidad de la vergüenza en la vida humana, tal y como nos dice Orange, podría ser el suicidio. El suicidio es el fantasma detrás del cual se esconden diversas formas insoportables de sufrimiento. Es una forma particular de vergüenza extrema, una sensación violenta, embarazosa, no sólo existe el deseo de esconderme, sino el deseo de desaparecer, de no estar ahí; no es sólo el deseo de que se te trague la tierra, sino el deseo de que el espacio ocupado por mí quede vacío. “Al estar ausente un testigo compasivo el sistema de vergüenza puede destruir a un individuo. Al tener un testigo, lo insoportable se hace soportable y lo escandaloso menos humillante.” Desde este referente la persona que se quita la vida es para dejar de sufrir, porque no puede soportar más este sufrimiento.

Morrison define la vergüenza como un afecto de rechazo y condena hacia el propio “self”que concierne el estado y la naturaleza del entero sentido de sí. Especifica además un aspecto típico: la tendencia a esconder, por la incomodidad que ocasiona el miedo de que alguien pueda descubrir algunos “secretos” de nosotros mismos.

El autor distingue la culpa de la vergüenza (aunque afirmando la íntima relación entre las dos), enfatizando así el desplazamiento de acento del paradigma teórico clásico (que considera al hombre culpable), a aquél de la Self-Psychology (que prefiere considerar al ser humano hundido en una dimensión fundamentalmente trágica). Morrison dice que el antídoto de la vergüenza es la aceptación, así como el perdón lo es de la culpa. Sobre esta consideración R. Velasco dice que la necesidad de aceptación es inherente a la condición humana, una de las necesidades más primarias del ser humano. Se desarrolla en su trabajo la necesidad que tenemos todos de formar parte de un  grupo, tener un lugar de pertenencia así como la necesidad de que nos acepten con nuestra propia especificidad.

Morrison sintetiza las complejas dinámicas entre los dos afectos en lo que él llama “ciclo vergüenza-rabia”. La rabia narcisista es la cara visible de una vergüenza insoportable (sensación de ridículo tras haberse quedado muy cortado). La relación entre humillación-vergüenza, nos permite ampliar la visión y comprensión de muchos casos de niños que sufren burlas, acoso, insultos, malos tratos, etc. por parte de sus compañeros de colegio. Todo lo que ahora se denomina con el término “bullying”. La humillación representa la fuerte experiencia de vergüenza que refleja un avergonzamiento externo por otro significativo. Hay diversas formas de humillación que van desde las figuras de apego avergonzantes, las interacciones entre niños, el amedrentamiento, hasta llegar a la violación y la tortura. El dominador trata de superar la vergüenza a través de humillar al otro, esto es, de avergonzarle.

Para explicar el origen de la vergüenza, Morrison introduce el importante concepto de “dialéctica del narcisismo”, relacionado con las vicisitudes y la distancia entre “self” real y “self“ ideal. Según Morrison, las aspiraciones narcisistas se mueven a lo largo de dos polos que están en los extremos: la búsqueda de una autonomía e independencia totales, por un lado; el deseo de realizar un apego con un otro idealizado, por otro. Estas dos tendencias (que Morrison llama respectivamente contracción y expansión de los polos del “self“) son incompatibles en la totalidad de una misma persona, es decir, no se puede ser completamente un individuo independiente, ni volverse completamente parte de otro. La vergüenza es el afecto que resulta de la incompleta realización de estos dos ideales. La dialéctica del narcisismo, admitiendo la existencia de un lado subjetivo y privado de la vergüenza, junto con el lado relacional, constituye un punto de divergencia entre las posiciones teóricas de Morrison y aquellas de Orange, para la que el sentimiento de vergüenza se origina siempre en los contextos intersubjetivos.

El autor afronta luego el tema de la vergüenza del analista, introduciendo los conceptos de mutua colusión para evitar enfrentarse con la vergüenza, de resonancia intersubjetiva entre analista y paciente, de vergüenza del terapeuta y convicción del fracaso del tratamiento. Otro punto es el de la vergüenza del analista frente a la comunidad profesional de pertenencia.

Al final de esta síntesis del  trabajo de Morrison, comentaremos en pocas palabras el conmovedor párrafo titulado “el analista frente a sí mismo”. Aquí Morrison examina algunas condiciones (la enfermedad y el envejecimiento), como posibles e importantes causas de vergüenza. Nos confía, con una valiente “self disclosure”, su propia experiencia de vergüenza inducida por las graves repercusiones sobre la actividad profesional de la insuficiencia renal que le ha llevado al trasplante de riñón.

El trabajo de Morrison ha sido comentado por Cristina Bonucci, Coordinadora del Congreso. Su comentario, equilibrado entre teoría y clínica, contiene un repaso histórico sobre la vergüenza en la teoría estructural (conexión entre trauma y vergüenza; vergüenza y pudor como defensas y resistencias a los impulsos sexuales). Luego, describe la vergüenza a la luz de la Self -Psychology, subrayando la posición central que Kohut atribuye  a este afecto en la patología narcisística. Bonucci subraya después la importancia del tema de la idealización y cómo es de determinante, en la génesis del sentimiento de vergüenza, la distancia entre self real y self ideal.

En el párrafo sobre la cultura de pertenencia, enfatiza la importancia del sistema de los valores del lugar de pertenencia del individuo, como factor que influye sobre la distancia entre self real y self ideal. Muy interesante, el párrafo dedicado al cambio clínico, en el que aparece la descripción del concepto de resonancia y su diferenciación de aquel de “identificación proyectiva”:  lejos del querer colocar en la mente del analista contenidos mentales propios, el paciente puede, inconscientemente, alcanzar la comprensión del analista, causando en él sentimientos semejantes pero absolutamente reales y propios de este último”. El analista experimentará en tal caso vergüenza en persona y no como simple contenedor de la experiencia del paciente. De aquí, la necesidad de considerar la experiencia de vergüenza desde el interior del mundo subjetivo del analista.

En la última parte de su trabajo – sobre el modo de aparición de la vergüenza – la Dra. Bonucci, a partir de las ideas de Morrison sobre el desarrollo de la sensibilidad a la vergüenza en el niño, en conexión con la falta de respuestas empáticas de la madre o de las figuras de apego, propone la original idea de la vergüenza como “señal” (el afecto de la vergüenza, por consiguiente, como instrumento para reconocer precozmente el inminente peligro de un fracaso relacional). Finalmente, nos invita a considerar algunas manifestaciones  del humor y del exhibicionismo como medios de huida de la vergüenza.

Este Simposium nos ha servido para poder identificar un referente donde enmarcar diversas situaciones clínicas. Profundizando en el estudio de la vergüenza: sentirse con vergüenza, ruborizarse o ponerse rojo, son las manifestaciones físicas características de la vergüenza. Existen muchos matices emocionales de este sentimiento que pensaremos en clave relacional, como sentirse humillado, ridículo, diferente, defectuoso, patético... (este sería el “lenguaje de la vergüenza” como conceptualiza Morrison a través de su pregunta: “¿a ojos de quién te sientes patético?”. Este es un enfoque abarcativo, que permite una visión más integral de la relación paciente-terapeuta.

Muchas de  las intervenciones en el congreso relacionaban vergüenza y  autenticidad. Iniciativas que cuestionan el ideal. “La expulsión del paraíso” de Masaccio, imagen que desde el psicoanálisis clásico se contemplaría desde la perspectiva de la culpa (el hombre culpable), puede verse ahora desde la dinámica intersubjetiva y relacional (el hombre sumergido en un contexto trágico). Adán y Eva tienen la iniciativa de probar la manzana. Las iniciativas que cuestionan el ideal conllevan fragilidad, dudas, vulnerabilidad. Como el miedo a que nos “expulsen” del paraíso, de casa, o que no nos acepten. Ahí tiene cabida el refrán popular que dice: “más vale malo conocido que lo bueno por conocer” al sostener una actitud de bloqueo de la iniciativa en base a una vivencia extrema de inseguridad. Una visión contemporánea del hombre en relación con su contexto nos lleva al análisis en profundidad de las vivencias que han podido detener su desarrollo emocional. En este análisis el afecto de vergüenza es central.

A raíz de la pregunta ¿Quién le dijo al patito feo que él era feo? con la que R.Velasco relaciona vergüenza e identidad en su trabajo, Laura Molet  (Barcelona) tuvo la iniciativa de reformularla a algunos de sus pacientes, que siguen actualmente una psicoterapia infantil, con la intención de hacer un pequeño estudio de investigación. Se comentaron en el debate con los congresistas los 6 tipos de respuestas obtenidas:

1) Sus hermanos: lo contestaron 3 pacientes cuya problemática de rivalidad fraterna estaba en primer plano.

2) Su mamá: “su mamá lo ve feo, lo rechaza y lo abandona”. Niña adoptada de un país extranjero.

3) Su papá: “El primero que le dice que es feo es su padre, después su madre y luego sus hermanos se ríen de él...”. Su padre lo abandonó cuando tenía 18 meses, nunca más lo ha visto.

4) Sus padres: “Se lo dicen su madre y su padre porque es de otra raza”.Trastorno de vínculo precoz.

5) Él mismo: “él mismo se ve feo”. Síndrome de Asperger. Pocas habilidades sociales, el área social es la más afectada y la que la hace sentir una diferencia defectuosa respecto a los demás.

6) Sus hermanos y sus padres: “Lo rechazan sus hermanos y sus padres”.  No tiene hermanos, pero han existido dificultades de integración con sus iguales, sus compañeros de clase.

Todos han dado una respuesta relacional, excepto la paciente de la respuesta número cinco, que padece un déficit grave de relación, y una gran introversión. Vemos que la respuesta dependía del bagaje experiencial de cada uno de ellos, de cómo han sido las relaciones intersubjetivas con sus figuras de apego y del núcleo traumático que se estaba elaborando. Tal y como dice Donna Orange esas respuestas serían el substrato de vergüenza, poder nombrar lo innombrable. Este sería el  “invitado esperado” y para que nos visite tenemos que estar en disposición de recibirlo. Considerar  este afecto es de gran utilidad para la evolución terapéutica.

La empatía, (o sumergirte en el mundo interno del paciente, tal y como lo definiría A. Ornstein), el trato respetuoso al paciente y a uno mismo, y la validación mutua son herramientas útiles para nuestro trabajo cotidiano  como concluye Rosa Velasco su comentario.

 

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