aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 021 2005 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

El pensamiento único y su relacíón con el narcisismo

Autor: Moguillansky, Rodolfo

Palabras clave

Contrato narcisista, Discurso social, narcisismo, Pensamiento unico, Sentido comun.


Publicado originariamente en Psychoanalytic Dialogues. Copyright 2003 de Analytic Press, Inc. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc.

Traducción: Marta González Baz

Supervisión: Raquel Morató


Introducción

En este texto quiero llamar la atención sobre un nudo teórico y clínico, a mi juicio poco explorado, la relación entre el narcisismo y el discurso social. Poner, desde el psicoanálisis, la mirada sobre este sector, parte del criterio que éste es un territorio crítico, en el cual no tenemos demasiada teoría para pensarlo y abordarlo sin caer en sociologismos.

Sugiero que necesitamos teoría psicoanalítica que nos evite hablar de la relación entre el discurso social y la subjetividad en abstracto. Precisamos una teoría y una clínica que dé cuenta tanto: a) de las relaciones instituyentes que tiene la familia y la sociedad sobre los individuos, logrando una descripción de la forma en que los deseos individuales “están organizados en términos de fantasías inconscientes y conscientes concretas, en escenas fantaseadas de vínculos con los otros” (Bleichmar, 2000), en creencias, y b) como, a su vez, esos individuos desde sus fantasías inconscientes y conscientes, y también desde sus creencias, son instituyentes de los vínculos a los que pertenecen.

Propongo que el narcisismo es un nudo especialmente apto para la ampliación de la teoría que nos diga como las motivaciones “frente a ciertos contextos o estímulos externos –características del otro– se activan o desactivan, es decir, qué influencia ejercen los personajes significativos” (Bleichmar, ibid). Me parece importante, en esa línea, la “reformulación del concepto de identidad –para sacarla del marco reducido de categoría sociológica– desde los sistemas motivacionales que le dan forma” que propone Hugo Bleichmar (ibid). Mi intención es sumar a esta descripción motivacional el papel instituyente que tiene en las “motivaciones” el “sentido común”.

Propósito de este trabajo

Discutir la totalidad del complejo problema que se despliega, en el nicho en donde se relaciona el narcisismo y el discurso social, excede a los límites de este trabajo. Hoy sólo quiero exponer, en primer término, desde el punto de vista teórico el papel instituyente y/o alienante que tiene el discurso social, en particular una de sus versiones, aquella que reifica el “sentido común”, para luego, sobre el final de este escrito, extenderme en un material clínico para mostrar cómo esta vertiente entrópica(1) del discurso, a través del “sentido común” opera en una familia y en uno de sus integrantes.

Haré un breve preludio teórico para poder fundamentar la relación que tiene la noción de narcisismo, dentro de la teoría psicoanalítica, con el discurso social, algunas de las aporías que allí se suelen construir, para después ocuparme de conceptualizar, desde el psicoanálisis, el “sentido común”.


Narcisismo y discurso social, un anudamiento con líneas de fuerza contradictorias, estructurantes y entrópicas

Es importante estar advertido que la noción del narcisismo tiene la virtud de contener en su seno fuerzas contradictorias. Parte de mi postura es pensar que su riqueza está dada por seguir conteniéndolas sin fabricar con ellas nociones que se excluyan. No se me escapa que en este trabajo está acentuada la vertiente del narcisismo que anula la autonomía individual, que aliena. Este énfasis no desconoce ni deja de valorar el papel estructurante, instituyente, que tiene el discurso social en la subjetividad humana, como lo mostraré con “el contrato narcisista” (Aulagnier, 1975), o “el pacto denegativo” (Kaës, 1976) -en el apartado que veremos más adelante “Narcisismo, identificación y cultura”-, pero, a los efectos de este escrito, acentúo la vertiente entrópica del mismo.

Preludio sobre el narcisismo

La noción de narcisismo, es compleja y cuando hablamos de ella tenemos que tener en cuenta que nos referimos a una familia de nociones. No es posible discutir la noción de narcisismo sin precisar otra referencia para precisar su uso.

Aunque puede resultar trillado, para ubicar el tema necesito dar un panorama escueto sobre el narcisismo, para luego, sobre esa peana, desarrollar lo que quiero comunicar.

Yo y sí mismo

Entre las diversas cuestiones a aprehender en el texto de Freud Introducción del Narcisismo está la de deslindar las nociones de “yo” y la de “sí mismo”. Adelanto, como primera toma de posición que no creo que sea una buena decisión aislarlas. La investidura libidinal del sí mismo, el amor a sí mismo o a su imagen, son inseparables de la investidura del yo como instancia separada; también diría, a los efectos de armar una nosografía, que el narcisismo no es un estadio ni un modo específico de investidura, es una posición del sujeto humano. Es evidente que las funciones intelectuales como el pensamiento, o las más objetivas como la percepción de lo real, o los comportamientos más cercanos al instinto llevan la marca del yo.

Está presupuesta en esta postura que es improcedente la oposición entre el yo-función adaptacionista y un yo-representación condenado al desconocimiento. Creo que tomar esa opción nos eximiría construir una metapsicología del yo y una psicopatología del narcisismo que dé cuenta de esta duplicidad, cuando esa duplicidad precisamente lo constituye al yo y da fundamento a toda consideración psicopatológica sobre el narcisismo (Hornstein, 2000).

Estoy sugiriendo –en este problema es una toma de partido–, que no es bueno considerar que el yo es sólo una función adaptativa, o solamente una imagen engañosa. Toda consideración sobre el yo debe dar cuenta de la articulación compleja de estas dos cuestiones. Participo, e ese sentido, de las consideraciones que en este punto hace Piera Aulagnier (1975) cuando afirma que no hay alienación total del yo.

Nuevos problemas: Narcisismo una tendencia entrópica o un fenómeno estructurante

No perdamos de vista también que si bien la introducción de la noción del narcisismo viene a enmendar una serie de inconvenientes que planteaba la clínica, aparecen dentro del texto inaugural Introducción del Narcisismo una cantidad de nuevos problemas que no terminan de ser solucionados.

Una de las complicaciones la plantea la oposición entre libido narcisista y libido objetal. Esta oposición -presente en Introducción del Narcisismo- a Freud no termina de satisfacerlo. Esto, a mi juicio, se hace tangible con la evolución que tuvo dicha oposición. Se hizo evidente, con el tiempo, que dentro de la noción de Narcisismo convivían nociones distintas que no iban en la misma dirección: Una tendencia entrópica o un fenómeno estructurante.

Narcisismo una tendencia entrópica

La versión del Narcisismo que acentúa su tendencia entrópica culmina en Mas allá del Principio de Placer y en El porvenir de una ilusión. En ese sendero se acuñan nociones como:

1- El Principio de Nirvana, una tendencia entrópica del no conflicto.

2- El sentimiento oceánico (porvenir de una ilusión).

3- El deseo de no deseo. Esta tendencia entrópica llevará a conceptualizar ese tan particular deseo, que P. Aulagnier va a llamar deseo de no deseo. Para decirlo en términos coloquiales, este deseo de no deseo puede ser formulado como una suerte de alergia a tener cualquier tipo de problema, que toma su máxima expresión en la muerte.

4- Pulsión de muerte. El concepto teórico que da cuenta de esta tendencia entrópica Freud lo va a llamar pulsión de muerte.

Narcisismo un fenómeno estructurante

En esta otra versión, el Narcisismo aparece como fenómeno estructurante, que crea estructuras dentro de un individuo. Trataremos en especial en esta dimensión trófica del narcisismo como desde él surge el yo y el ideal.

La noción de Narcisismo incluye líneas que dentro del psicoanálisis evolucionaron de modo diverso que es importante distinguir, en tanto dan origen a dos diferentes perfiles psicopatológicos: el Narcisismo pensado como “trófico”, o “estructurante” que culminó con la idea del yo como residuo identificatorio; y el Narcisismo, asociado al anhelo del sentimiento oceánico, a la pérdida de complejidad.

Hay que conservar las contradicciones que nos trae el concepto de narcisismo y hacerlas trabajar. Así como sugiero que no es una buena idea aislar las nociones de Yo y la de sí mismo, tampoco creo que es bueno separar estas dos dimensiones del narcisismo, la entrópica y la estructurante, ni perder la oscilación entre aumento de complejidad y la pérdida que nos trae el narcisismo, ni en la clínica que se desprende de él.

En la misma línea, hay que teorizar dentro del narcisismo las relaciones intersubjetivas, entre las cuales privilegiaré las familiares y las que tenemos con la cultura, sin perder de vista ni su papel instituyente, ni su rol alienante.

Narcisismo, identificación y matriz familiar

Agrandando más nuestro punto de mira, digamos que, de la mano del narcisismo, surgió la noción de identificación, o al menos ésta tomaría gran vigor en la teoría. Tengamos en cuenta que el sujeto del Inconsciente después de la segunda tópica deja de ser exclusivamente un sujeto de la pulsión para ser además un sujeto de herencia; su subjetividad esta instituida por identificaciones adquiridas en el seno de una matriz familiar que otorga lugares, plantea ideales, prefigura conflictos. Somos entonces, desde esta perspectiva, el resultado de identificaciones que tomamos de nuestros semejantes, nos relacionamos desde ellas y buscamos reencontrarlas en nuestra relación con otros. Con esta formulación la matriz familiar y el otro estarán en el corazón de la estructuración psíquica. Somos instituidos por esa matriz.

La noción de identificación implicó concebir que las relaciones interpersonales internalizadas, resultado de identificaciones, jugaban fuertes papeles en los conflictos intra-personales. El aparato psíquico de la segunda tópica está construido sobre la base de la internalización del conflicto entre la pulsión y la matriz familiar.

La cuestión de la transmisión modifica la concepción del narcisismo, o podríamos mejor decir, acentúa una de las versiones presentes en el artículo que fundó la noción de narcisismo. Recordemos que por un lado se lo concibe como una concentración de la libido en el yo - en una versión que no acentúa lo energético -, y por otro el narcisismo de un sujeto apuntalado sobre la generación que lo antecede: en la consideración de los padres, su hijo, “his majesty the baby” debe realizar los sueños irrealizados de ellos.

En la segunda versión el sujeto es un eslabón en una cadena, está dividido, entre la doble necesidad de ser para sí mismo su propio fin y ser el eslabón de una cadena generacional a la que está sujeto sin la participación de su voluntad.

Narcisismo, identificación y cultura

En las últimas décadas hemos asistido, a una complejización todavía mayor de la noción de narcisismo, tanto en su versión entrópica como en su versión estructurante –como vengo sosteniendo inseparables–, al comprender como somos instituidos por el medio social.

En aras de la brevedad sólo tomaré, en este preludio al tema que centra este texto, las contribuciones de Piera Aulagnier y Rene Kaës acerca de las relaciones entre narcisismo, identificación y cultura.

Piera Aulagnier (1975), es una autora imprescindible para el estudio de la cuestión que versa sobre las relaciones entre el narcisismo y la cultura. Aulagnier insiste que el nacimiento del sujeto surge a partir del discurso del otro. No sólo del discurso del otro sino que el nacimiento del bebé, en tanto sujeto humano, es consecuencia también de ser catectizado por la madre, libidinizado por la madre. La madre libidiniza y en esa libidinización es portavoz, simultáneamente, del discurso del medio sociocultural al que pertenece. La pareja parental, en opinión de Aulagnier (1975) –opinión que comparto–, es portavoz del discurso del medio cultural. Esto queda marcado a través de lo que Piera Aulagnier llama el contrato narcisista.

El contrato narcisista alude a la precatecticización y anticipación que el discurso social proyectará sobre el infans con la esperanza que éste se convierta en transmisor del modelo sociocultural. El niño tomará los así llamados enunciados de fundamento de ese discurso, los hará propios, lo que le permitirá proyectarse a un futuro. Estos enunciados funcionarán como soporte identificatorio y al alejarse del primer soporte constituido por la pareja parental, al autonomizarse, encontrará en el medio socio-cultural un punto de anclaje. El grupo, por su parte, dependerá de la catectización que de él haga cada sujeto.

Apunta Piera Aulagnier entonces, que a fin de tener un lugar en el medio sociocultural, el individuo tomará los enunciados que instituyen a ese medio. El sujeto se ha de apropiar de esos enunciados y en la medida que esto ocurra se convertirá en sujeto de grupo y en sujeto ideal del grupo. La autora nos alerta que no debemos confundir esto con el ideal del yo.

Lo anterior fundamenta cómo Piera Aulagnier piensa la estructuración, la creación de subjetividad a partir del otro, desde ese otro materno, portavoz de un discurso más amplio. También nos señala Piera Aulagnier, que de acuerdo a las particularidades de la inserción de la pareja en el medio sociocultural serán las significaciones trasmitidas al niño.

Kaës por su parte plantea que el individuo no puede rehusarse a ser un sujeto de herencia; si lo hiciera se pensaría a si mismo como autogenerado. El sujeto de herencia es un sujeto de grupo que se constituye como sujeto del inconsciente según dos determinaciones convergentes: una, dependiente del funcionamiento del espacio intrapsíquico y, otra, subordinada al trabajo impuesto a la psique por su ligazón con lo intersubjetivo, por su sujeción a las distintas formas de agrupamiento en que está incluido, tales como la familia, los grupos, las instituciones.

Señala Kaës que algunas formaciones del inconsciente provienen de la cadena de las generaciones y de los contemporáneos. Marca como por medio de esta cadena se produce la transmisión de la función represora, que también había señalado Piera Aulagnier cuando dice que junto con el anhelo edípico lo que se trasmite es la prohibición. Para Kaës, al igual que para Piera Aulagnier, el grupo precede al sujeto del grupo, el sujeto es en primer lugar un intersujeto en tanto heredero de sueños irrealizados, de represiones, de renunciamientos, de fantasías, de historias.

Siguiéndolo a Kaës, podemos decir que “el grupo nos sostiene, mantiene una matriz de investiduras y de cuidados, predispone signos de reconocimiento y de convocación, asigna lugares, presenta objetos, ofrece medios de protección y de ataque, traza vías de cumplimiento, señala límites, enuncia prohibiciones. El conjunto que lo recibe también lo nombra, lo ha soñado, lo ubica y le habla. El sujeto del grupo deviene sujeto hablante y sujeto hablado no sólo por efecto de la lengua sino por efecto del deseo de los que se hacen portapalabra de la prohibición, de las representaciones del conjunto”. Esta es, a mi juicio, otra forma de enunciar el contrato narcisista.

Kaës (1976), complejizando aún más el problema, agrega otro modo para pensar la ligazón de los componentes del grupo: introduce la idea de pacto denegativo. El pacto denegativo es la contrapartida negativa del contrato narcisista. Así como el contrato narcisista nos dicta que es lo que junta, el pacto denegativo dice que es lo que hay que dejar afuera para juntarse. El pacto denegativo es estructurante y defensivo de los vínculos e incluye todo aquello que ha de ser reprimido, renegado, rechazado. Sobre la base de lo que dejamos afuera nos juntamos.

Narcisismo, “pensamiento único”, y “sentido común”.

Son inseparables entonces a la hora de pensar el narcisismo, desde la teoría psicoanalítica, el papel instituyente que tiene la cultura. Sugiero en este escrito que la idea de “Pensamiento único”, sobre la que he trabajado en los últimos años (Moguillansky, 2003; Moguillansky, 2004), es una buena pista para ampliar nuestra comprensión sobre el narcisismo en su articulación con fenómenos sociales.

Advirtamos, en esa línea, que está implícito en los fundamentos del “pensamiento único” la –supuesta– sabiduría del “sentido común”. El “sentido común”, modo de sentir y pensar que goza de un relevante lugar social: más que un saber, suele ser una serie de “lugares comunes” que cada sociedad acuerda como adecuado para su época instituyendo entre los que pertenecen a ese conjunto un común modo de pensar.

Pensamiento único y su relación con la Weltanshauung (cosmovisión) implícita en el llamado “sentido común”.

Sugiero, para comenzar a abordar este problema que, podemos decir junto con Freud, que con frecuencia pensamos -en tanto usuarios de “un sentido común”-, desde una cosmovisión (una Weltanshauung), desde una construcción intelectual que soluciona de manera unitaria todos los problemas de nuestra existencia a partir de una única hipótesis.

Se hace necesario, a mi juicio, para seguir explorando este tema algunas aclaraciones sobre el “sentido común”.

Algunas consideraciones sobre el sentido común.

Para empezar con esta cuestión hagamos un breve recorrido sobre que se entiende con sentido común. Digamos de inicio que el sentido común, ha sido históricamente concebido de dos modos distintos: a) cómo una sensación común, y b) como un sensorio común.

En el primer caso parece tratarse de una serie de funciones; en el segundo de un órgano. Sobre este último sentido, ya Aristóteles(1), nos prevenía que no hay ningún “órgano” especial sensible que sea un “sentido común”. “Sentido común” entonces alude a una función de unificación de los demás sentidos. Por extensión el sensus comunis naturae se lo ha remitido a la idea de un “acuerdo universal” respecto a ciertos “principios” o “verdades” que se suponen aceptables para todos junto a la idea de una naturae rationalis inclinatio que reside en toda naturaleza racional como tal. Advirtamos que aunque en sentido estricto el sentido común tiene como objetos los “sensibles”, el que popularmente se usa es el sensus comunis naturae que tiene como objetos “principios”, que son “sentidos como evidentes”.

El sentido común está basado en la creencia de una ley natural

El sentido común en tanto función unitaria o unificante, origina (y a su vez está basada en) la creencia de un orden natural o incluso de una ley natural. La “ley natural”, hace a una de las piedras angulares que sostiene un orden como el que Foucault (1966) estima que se presupone en nuestra mente frente a los “hechos en bruto”, aquellos “hechos” que quedan entre los que estudia la ciencia y los que estipulan los “usos y costumbres”.

Foucault en Las palabras y las cosas sugiere que solemos pensar que en esos “hechos en bruto” es posible encontrar un “orden”, un “orden sólido”, “un ley natural” que rige el universo.

Esta “ley natural” hace al núcleo central del orden propugnado por el establishment religioso; así dice Santo Tomás de Aquino en la Summa Teológica, la ley natural: “no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios: Gracias a ella reconocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios ha donado esta luz y esta ley en la creación”. Después –aclara Juan Pablo II (1993) en la Encíclica Veritatis Splendor– volvió a darla en los mandamientos. Y continúa: “Sin embargo, la autonomía de la razón no puede significar la creación, por parte de la misma razón, de los valores y de las normas morales (p. 64); el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios (p. 57); Dios hace al hombre participe de esta ley suya, de modo que... pueda reconocer cada vez mas la verdad inmutable” (p. 67). Esto da por resultado creencias a las que se supone de aceptación universal en las que no suele admitir inconsistencia alguna.

Este absoluto es el lugar que suele ocupar la fe, incluso ocupando un lugar de una racionalidad que aunque certera no comprendamos. Para la creencia en “una ley natural”; que no la comprendamos no la hace menos certera. Descartes(2) decía respecto de esto: “No debemos presumir tanto que creamos que Dios nos haya hecho partícipes de sus resoluciones... Tendremos, sobre todo, como regla infalible, que lo revelado por Dios es incomparablemente más cierto que todo lo demás, con el fin de que, si algún destello de razón pareciese sugerirnos una idea contraria, estemos prestos siempre a someter nuestros juicios a cuanto venga de él.” (p. 26 y 76). Coherente con lo anterior, la duda, no es un dato inicial para Descartes, por ello ni impuso la obligación de dudar, ni la proclamó con vehemencia, porque la incorporación de la duda es tarea de toda una vida, no se adquiere en pocos días o semanas.

No vemos lo mismo cuando decimos verde

Es notorio que se ha hecho, en distintos campos, un enorme esfuerzo intelectual para concebir que no todos pensamos igual, que a nuestro modo de pensar no subyace una igual lógica, que no todos pensamos del mismo modo, que no sentimos lo mismo cuando nombramos un mismo sentimiento. Sin embargo el resultado de este esfuerzo es magro, en tanto no se ha establecido este saber de modo permanente ni en la mente de los hombres ni en el imaginario social. Admitamos que es frecuente que cuando nombramos con la palabra verde a un color, aunque sepamos que esta palabra remite a impresiones sensoriales distintas en cada sujeto –no vemos lo mismo cuando decimos verde–, solemos juzgar como un mal ver al ver que es diferente al nuestro.

A la resistencia a admitir como un buen ver –pari passu de un buen sentir, de un buen pensar–, la visión que difiere de la propia, se suma que para acordar que verde es para todos verde usamos palabras. Pero si nos avispamos que sólo nos ponemos de acuerdo en llamar socialmente a algo verde y que esto no implica que vemos lo mismo, como para convenir este sentido compartido nos hacen falta palabras –y estas tienen para las diferentes personas distintas penumbras de significado y en su articulación son fuente de nuevos y desconocidos sentidos– hay un malentendido estructural entre nosotros que no podemos eludir. ¡No hay, en este sentido, un sentido común!

Por otro lado el malentendido estructural del que somos víctimas, en tanto usuarios del lenguaje, genera un nuevo malestar que se intenta eliminar concibiendo la polisemia de las palabras sólo como un conocimiento intelectual, que no siempre lo tenemos presente en la actitud con la que pensamos las palabras y las emociones propias y de los otros.

 Aquello, de que “las cosas son – y se sienten, se piensan y se ven – de acuerdo al cristal con que se mira”, sólo es cierto en el pensar en momentos especialmente reflexivos. Solía decirse en el progresismo sesentista que “no hay persona más fascista que un burgués asustado”. El aumento de angustia suele lanzarnos velozmente en los brazos del pensamiento único.

El sentido común y el obstáculo epistemológico

Gastón Bachelard(3), ya hace tiempo nos informó de la tendencia unificante de la mente cuando teorizó sobre la noción de obstáculo epistemológico. Bachelard dice que “tornar geométrica la representación, vale decir dibujar los fenómenos y ordenar en serie los acontecimientos decisivos de una experiencia, he ahí la primera tarea en la que se funda el espíritu científico... de este modo se llega a la cantidad representada, a mitad de camino entre lo concreto y lo abstracto” pero unos renglones más abajo sigue “Tarde o temprano,..., estamos obligados a comprobar que esta primera representación geométrica fundada en un realismo ingenuo de las propiedades espaciales implica conveniencias más ocultas, leyes topológicas menos solidarias con las relaciones métricas inmediatamente aparentes, en una palabra: vínculos esenciales más profundos que los vínculos de las representaciones geométricas familiares” (p. 7).

Estos vínculos más esenciales, nos son opacos, no podemos acceder a ellos sensorialmente. Incluso somos ciegos a lo que cuestiona ese realismo ingenuo compartido y solemos poner de lado esas representaciones geométricas familiares, sólo frente a eventos que los concebimos como revolucionarios, no prestando atención a los prolegómenos que precipitaron dicha revolución. Nos aferramos a esas representaciones que sentimos como conocidas con enorme fervor.

La ciencia moderna no ha brotado perfecta y completa de los cerebros de Galileo y Descartes, como Atenea de la cabeza de Zeus

Me resultó interesante en este punto la conferencia que dictó Alexandre Koyre el 7 de mayo de 1955 en el Palais de la Couverture sobre Galileo y la revolución científica del siglo XVII(4). En ella comienza diciendo “La ciencia moderna no ha brotado perfecta y completa de los cerebros de Galileo y Descartes, como Atenea de la cabeza de Zeus. La revolución galileana y cartesiana –que sigue siendo a pesar de todo, una revolución – había sido preparada por un largo esfuerzo de pensamiento” (P. 180). No por tener fuertes antecedentes Galileo se libró de la ira de su época, en tanto sus ideas hacían vacilar las seguridades del sentido común dominante en ese momento. Koyre unos renglones más abajo nos cuenta como aquello que rompió la cosmovisión del siglo XVII, fue luego incorporada como parte de un nuevo sentido común: “El concepto galileano de movimiento (igual que el de espacio nos parece tan natural (la cursiva es mía) que creemos incluso que la ley de inercia deriva de la experiencia y de la observación, aunque, evidentemente, nadie ha podido observar jamás un movimiento de inercia, por la simple razón de que tal movimiento es completa y absolutamente imposible” (p. 183). Cuando Koyre dice que tal movimiento es completa y absolutamente imposible, quiere decir que el movimiento descripto por el principio de inercia es una abstracción no observable en nuestro mundo, aunque si sirve – y vaya si ha servido– para explicarlo.

A los vínculos más esenciales de los que nos habla Bachelard los podemos concebir mediante un trabajo psíquico construyendo abstracciones. Si no lo hacemos nuestra realidad se cimienta con las representaciones geométricas familiares que nos dan una visión del mundo basada en un realismo ingenuo. También tenemos que estar alertados que a aquellas relaciones más profundas, cuando las incorporamos, a poco andar las integramos a nuestra visión y creemos verlas, tal como nos lo enseña Koyre (ibid).

El conocimiento de lo real siempre es indirecto

Con alguna resonancia de “La caverna” de Platón podemos decir entonces que el conocimiento de lo real siempre es indirecto, es desde una luz que proyecta siempre alguna sombra, que jamás es inmediata y plena. Sin embargo, dos mil años de reflexión sobre el tema no han terminado de instalar plenamente en la mente humana que sólo accedemos a sombras. Si bien reflexivamente podemos decir que lo real no es jamás “lo que podría creerse”, sino lo que “debiera haberse pensado”, tenemos que admitir que se conoce superando aquello que, con el espíritu mismo, obstaculiza a la espiritualización.

Me resulta convincente el punto de vista de Piera Aulagnier (1975) en este punto cuando afirma que “para el yo, conocer el mundo equivale a representárselo de tal modo que la relación que liga los elementos que ocupan su escena le sea inteligible: en ese caso inteligible quiere decir que el Yo puede insertarlos en un esquema relacional acorde con el propio…, el Yo no es más que el saber del Yo sobre el Yo: si aceptamos por el momento esta definición se deduce que la estructura relacional que el Yo impone a los elementos de la realidad es la copia de la que la lógica del discurso impone a los enunciados que lo constituyen” (p. 26).

Mapa y territorio

En la misma línea, a pesar de que sabemos que la representación que tenemos del mundo, que el conocimiento del mundo es en el mejor de los casos un “mapa” y no accedemos a un “territorio; aunque también sabemos que del mismo “territorio” se pueden “levantar” distintos “mapas”, también tenemos que estar alertas a que la discriminación entre mapa y territorio esta siempre expuesta a perderse.

Bateson(5) (1972), siguiendo la traza de A. Korzibsky(6) (1941) nos llamó la atención sobre la relación mapa-territorio, llamando así al hecho que un mensaje no consiste en los objetos que denota. Bateson(7) afirma en “Una teoría del juego y la fantasía” que “el lenguaje mantiene con los objetos que denota, una relación comparable a la que existe entre un mapa y un territorio” (p. 208) y continua que “...es una característica del pensamiento inconsciente o proceso primario que el pensante no puede discriminar entre algunos y todos; ni tampoco entre no todos y ninguno... De manera análoga dentro del sueño o de la fantasía, el soñante no opera con el concepto falso. Opera con todo tipo de enunciados, pero con una curiosa incapacidad de llegar a meta-enunciados” (P. 212-213). Esta incapacidad de formular meta-enunciados anula la distinción entre mapa y territorio.

Debiéramos estar despabilados, ¡no siempre lo estamos!, que no podemos construir un “mapa” que tenga, como el “Aleph” de Borges(8), la suma de todos los saberes y todas las visiones. Recordemos que el Aleph que nos cuenta Borges, se hallaba en un oscuro sótano de la calle Garay, se trataba de en una pequeña esfera tornasolada de no más de dos centímetros de diámetro, que vio al bajar una destartalada escalera. Era tal la luz que irradiaba el Aleph - escribe Borges -, que creyó al principio que era algo que giraba, pero no estaba fija; el Aleph, insiste nuestro cuentista, era un lugar, en que sin confundirse, se podían ver todos los lugares del mundo, vistos desde todos los ángulos, en él estaban reunidas todas las representaciones posibles de ver. Borges intenta en la descripción de su experiencia encontrar palabras para figurarlo, y en ese afán señala, que podría pronunciar la palabra pájaro con el sentido que los persas dicen la palabra pájaro, ya que con él, los persas, nombran todos los pájaros, pero se da cuenta que sólo todos... los pájaros, ¡no todo!; luego de varios intentos en la misma línea, admite la insuficiencia del lenguaje para dar una descripción que contenga todo lo que estaba abarcado en el Aleph, para narrar todas las virtudes que en su cuento tenía el Aleph.

Luego todo mapa, todo saber, incluso la palabra pájaro de los persas, es un saber parcial, un saber posible desde una cierta perspectiva; las palabras no significan lo mismo para todos; las palabras no recubren la totalidad del territorio; las palabras remiten a diversos sentidos; siempre en lo que pensamos y comunicamos queda un resto indeterminado; nunca tenemos una versión última de nosotros, ni del otro, ni de lo que nos rodea; nuestra comunicación está atravesada por el malentendido; hay algo del otro que siempre nos va a ser ajeno; cuando hablamos, en lugar de comunicarnos nos hacemos cosas, ..., ..., una lista que puede ser interminable. A pesar de ese enorme esfuerzo que desde distintas disciplinas se ha hecho para establecer este saber sobre nuestro no saber; nuestro cotidiano modo de pensar y nuestra comunicación con los otros habitualmente no contempla todo esto y sucumbe frente al adocenado y certero “sentido común”.

El sentido común estipula lo que “es” razonable

Otro vértice interesante a explorar es que el sentido común estipula lo que es razonable, lo que está en boga, lo que está de moda, sentido al que la mass media le rinde homenaje considerándolo el máximo sostén de la racionalidad, del buen gusto y la sensatez; impregna buena parte de la estética, los valores e ideales de nuestro pensamiento y de nuestra cultura. Ha traído esta creencia la pírrica ventaja para nuestra mente perezosa de ahorrarle el trabajo de pensar, pero por eso mismo ha hecho estragos en la historia de la humanidad.

Nos advierte Bion que esta creencia - la racionalidad supuestamente implícita en el sentido comú -, es de una fuerza muy poderosa. En sus Cogitaciones(9), en una transcripción magnetofónica registrada en abril de 1979 nos dice que su fuerza “puede verse por la evidencia del pensamiento del período descubierto por los arqueólogos que excavaron la tumba de la muerte de Ur”. Bion nos cuenta en esa transcripción que se descubrió que cuando murió en Ur la autoridad gobernante, el Rey, también murió con él su entorno. La investigación arquelógica parece confirmar que toda la corte de Ur fue enterrada en la misma tumba. Los arquelogos afirman que esto se debió a que todos los miembros de la corte de Ur tomaron la misma dosis de la droga antes de ser sepultados vivos.

No pensemos que esto es algo que sólo ocurrió en un pasado lejano. Si bien podemos suponer que esto puede cambiar, advirtamos que, quizás dentro de unos miles de años los arqueólogos van a encontrar signos de la misma mentalidad existente en nuestro tiempo. Esto volvió a pasar, hace poco, en la Guyana, en 1978. Recordemos que alrededor de 900 seguidores del reverendo Jim Jones, el líder del Templo del Pueblo, murieron el 18 de noviembre de 1978 en ese lugar en un suicidio ritual masivo.

El sentido común, el principio de identidad, el supuesto de un origen y la idea de centro

Para seguir dándole vueltas al tema es importante no perder de vista que en el altar del sentido común ocupan un lugar dominante el principio de identidad, la idea de centro, y la de origen único.

Para darse cuenta de la importancia que tienen estos sustentos dentro de nosotros, basta saber que aquellos que han definido la lógica como la ciencia de las leyes del pensamiento sostienen que hay tres leyes, o principios que son necesarios y suficientes para que el pensar discurra por carriles “correctos”: el Principio de identidad; el Principio de contradicción y el Principio de tercero excluido (Copi, Irving, 1953). Esto toma mayor trascendencia, si a la vez, no ignoramos que precisamente estos tres principios, son los que Freud nos señala, que no rigen dentro del pensamiento inconsciente. Luego este razonamiento regido por estos principios tiende a abolir la noción de inconsciente, a no considerar su eficacia(10).

Con el principio de identidad se nombra tanto un principio lógico como un principio ontológico que puede enunciarse como a=a, según el cual toda cosa es igual a ella misma. El principio lógico de identidad abarca tanto “a pertenece a todo a” (lógica de los términos), como “si p entonces p” (lógica proposicional); y también incluye el principio psicológico de identidad, entendiendo por él “la imposibilidad de pensar la no-identidad de un ente consigo mismo”.

Se considera a Parménides el que ha extremado más la concepción sobre el Principio de Identidad. Para él es el resultado de una tendencia de la razón – de esa razón identificadora - de reducir lo real a lo idéntico, esto es sacrificar la multiplicidad a la identidad con vistas a su explicación(11).

El principio de causalidad es según Meyerson(12) (1908): el principio de identidad aplicado a la existencia de los objetos en el tiempo, y es el caso más característico a que tiende tanto la ciencia como el pensamiento común. Meyerson (ibid) dice textualmente: “afirmar que un objeto es idéntico a sí mismo parece una proposición de pura lógica y, además, una simple tautología o, si se prefiere, un enunciado analítico según la nomenclatura de Kant. Pero desde el instante en que se agrega a ello la consideración del tiempo, el concepto se desdobla, pues fuera del sentido analítico adquiere,... , un sentido sintético; es analítico cuando expresa el resultado de un análisis de un concepto; sintético, por el contrario, cuando es entendido como una afirmación relativa a la naturaleza de los objetos reales” (p. 18). El razonamiento de Meyerson en este punto que lleva en “Identidad y Realidad”, es muy interesante. Meyerson critica fuertemente a los científicos como tratan de violentar la realidad en aras de la identidad; dice que la tendencia a la identidad, no está en la realidad, sino en la mente de los científicos; el pensar científico no puede eludir su tendencia natural a la identidad, tendencia que es, la misma exigencia de la razón. Esto conduce, dice Emile Meyerson, a la ciencia a la “esfera” de Parmenides; a través de los postulados de la unidad de la materia, del espacio uniforme, la ciencia acaba por sustituir lo diverso por lo único y, consiguientemente, acaba por abolir una realidad donde, ausentes los fenómenos, sobra la ley misma. Me parece central, como Meyerson advierte los peligros que tiene la ciencia, en su intento de aprehender el conocimiento, por esta tendencia unificante de ella. A los efectos de este libro, lo que quiero resaltar, es - es lo que Meyerson señala - esta tendencia unificante de la razón que no es propia sólo del hombre de ciencia, sino también del pensamiento común del hombre, que hace de lo múltiple y de lo diverso algo unificado y que consigue en el curso de este esfuerzo una adecuación – parcial – entre lo real y lo idéntico. Meyerson previene que la sustitución de lo real por lo idéntico, es un postulado de la mente.

El principio de causalidad implica un origen, en general único. Esta identificación es a la que se inclina tanto el hombre de la ciencia como en el pensamiento común al afirmar que un objeto es idéntico a sí mismo. Se ve en lo anterior que el principio de identidad, además de un principio ontológico y lógico, parece ser una propensión de “la razón” unificante que da consistencia a una Weltanshauund basada en “lo Uno”.

También es una disposición de nuestra mente concebir el mundo alrededor de un centro y de un único origen, una prueba de ello es el Génesis, en especial el mito del Edén, que tiene en su núcleo a este hombre creado a imagen y semejanza de Dios. No ha sido fácil poner estas ideas en duda, sabemos de los sufrimientos de Galileo cuando las hizo titilar y Freud nos explicó como Copérnico, Darwin y el mismo se ganaron la antipatía de la mass media, en tanto sus modos de pensar descentraban a la tierra, hábitat del hombre; descentraban el origen del hombre, concibiéndolo como un paso más en la evolución de los antropoides y ya no heredero de la perfección de la deidad; y además determinado su pensar más allá de su conciencia. Todas ellas fueron terribles heridas narcisistas.

Está presupuesto, desde el sentido común, que todos discurrimos de modo semejante, que en nuestro modo de pensar subyace una lógica uniforme, lo que implica que todos razonamos igual

Convengamos que es necesario un esfuerzo para advertir que en nuestra vida de relación sólo establecemos un consenso sobre un modo de denotar y connotar, y que esto no quiere decir que sentimos igual, que pensamos igual, sin embargo, sentido común mediante, nos deslizamos de uno a otro modo de pensar, en tanto contiene, el sentido común, la tentadora ventaja de hacernos sentir más seguros en la vida, sabemos lo que debemos procurarnos, como debemos colocar nuestros afectos e intereses de la manera más acorde.

El pensamiento único excede nuestras conversaciones ordinarias, también impregna el discurso académico

También admitamos que esta Weltanshauung no sólo suele teñir nuestras conversaciones habituales, sino también las discusiones entre miembros de una misma comunidad de conocimiento. Esto es problemático, sobre todo en el discurso científico, ya que en este modo de pensar, al que propuesto llamar “pensamiento único”, en tanto está incluido en él una función unitaria o unificante, ninguna cuestión permanece abierta y todo lo que recaba nuestro interés halla su lugar preciso, desaparece toda incógnita.

El pensamiento único, en tanto impregna el imaginario social define la demanda que nos consulta

Este común modo de sentir, tiene entre sus atributos no concebir un sujeto dividido, la crisis o lo negativo, como inherente a lo humano, y congruentemente con ello reclama la restauración de un sujeto con formas de pensar similares y relativamente sin conflicto. Esta aspiración contiene el anhelo de vivir en un mundo donde “la felicidad” dada por lo absoluto sea posible. Advirtamos que lo no-absoluto es, para lo que subyace al sentido común, algo que surge por defecto y casi siempre para este punto de vista – el del sentido común – de causa accidental, un ejemplo privilegiado se lo puede encontrar en como es estimada, evaluada, la muerte o la locura, sabemos que casi nunca son esperadas como parte del devenir del vivir.

Contiene este modo de pensar, en tanto lo suponemos parte del “sentido común” la creencia de un orden natural o incluso de una ley natural una concepción basada en la existencia de lo absoluto.

Ilusoriamente el pensamiento único resuelve el malentendido estructural del que somos víctimas, en tanto humanos con modos de sentir diversos y usuarios del lenguaje

Ilusoriamente el pensamiento único resuelve el malentendido estructural del que somos víctimas en tanto humanos con modos de sentir diversos y usuarios del lenguaje. El ser usuarios de un lenguaje nos genera un inevitable malestar, que se aspira eliminar considerando la diversidad en el sentir y la polisemia de las palabras sólo como un conocimiento intelectual.

Pensamiento único y teoría de la universalidad fálica

No resulta sencillo, desde esta perspectiva, hacer temblar (en el sentido que le da Kierkegaard a temblar) la aspiración a Lo Uno. Esta cosmovisión basado en “Lo Uno”, fundamento de la completud narcisista persiste en el niño, a través de la “teoría de la universalidad fálica”, una de las teorías sexuales infantiles que dan sustento a la epistemología con la que piensa un chico –que sostiene la igualdad de todos los humanos; en otras palabras no hay otro ser diferente a mí-, epistemología entonces desde la que construimos y miramos el mundo en nuestros primeros años de vida, y sabemos, la clínica psicoanalítica así nos lo enseña, que no sólo esto fija las coordenadas con las que reflexionamos en esa etapa etárea; en nuestra adultez, con frecuencia, seguimos pensando desde esos ejes.

Esta epistemología, fundamentada en teorías sexuales infantiles, que entre otras cosas asevera la analogía de todas las personas, sigue vigente en nuestra forma de pensar, hace a nuestra esencia humana, y en tanto es así condiciona nuestro pensamiento y nuestra percepción. Tal es su fuerza que tratamos de acomodar las ideas y los perceptos a esta teoría, suponiendo que algo falta en las niñas o puede eventualmente faltar en los varones, cuando nos encontramos con experiencias que hacen insostenible las exigencias de dicha teoría. Por ejemplo lleva a ver que falta algo, donde en rigor no falta nada. La noción de “castración”, tan cara el pensamiento psicoanalítico, piedra esencial de nuestra comprensión clínica, tiene el presupuesto de un individuo que presupone la no-existencia de sujetos diferentes como, contra toda evidencia, lo asegura la teoría de la “universalidad fálica”.

Pensamiento único y contrato narcisista

También forma parte de esta cosmovisión, afín con el pensamiento único, la creencia sin discusión de los “enunciados de fundamento” de la sociedad a la que advenimos. Nos culturalizamos mediante esta incorporación a-crítica de los valores, proscripciones y prescripciones vigentes en esa cultura que nos acoge(13); es el precio que tenemos que pagar para tener un lugar dentro de ella.Creemos que lo que crea un mundo compartido entre sujetos es precisamente la fantasía de tener una fantasía en común(14). Esta fantasía construida en común - no por fantástica es menos eficaz en sus efectos- es precisamente lo conjunto.

Una ejemplificación clínica que muestra la importante correlación entre “pensamiento único” y narcisismo

Juan y María, un matrimonio de mediana edad, me consultan porque el más chico de sus hijos, Enrique, un muchacho veintiañero – este matrimonio tiene otros dos hijos, una hija con dos años más que Enrique y otro varón cuatro años mayor –, luego de terminar el colegio secundario se ha retirado del mundo, no ha buscado ningún trabajo, ni se ha propuesto proseguir su formación a través de estudios terciarios. Enrique prácticamente ha dejado de hablar, ha perdido su red social y se pasa los días retirado en su habitación, casi siempre a oscuras. En algunas oportunidades toca el piano que está en su dormitorio, trata de no participar de ninguna actividad familiar, sólo mantiene algún contacto formal con la hermana del medio, que todavía convive con ellos. El mayor de sus hijos se ha casado y vive en otra ciudad y lo ven muy de vez en cuando; hay un tono de queja respecto de él, por haberse apartado y solapadamente culpan a su mujer y a la familia de la nuera de haberlo capturado y separado de ellos.

En la primera entrevista que tuve con Juan y María me cuentan que han realizado una serie de consultas previas las que han naufragado, nunca han convencido a Enrique pese a los denodados esfuerzos que han hecho, ellos y los psicoanalistas o psiquiatras de turno, para que él se avenga a ir a un consultorio. Luego de realizar un par de entrevistas más, me convenzo que si sigo con ellas me convertiré en uno más de la serie de profesionales que han fracasado. Ante este panorama, se me ocurre como posible vía de acceso, ir yo a la casa de ellos, e intentar hacer entrevistas familiares allí; cuando voy, me doy cuenta que me resulta muy difícil sustraerme a las reglas y los sobreentendidos con los que se mueven; no parecía existir para ellos otro modo de funcionamiento, ni normas que no fuesen las que circulaban dentro de la familia, sin que estas necesitasen alguna convalidación; eran para ellos coextensas con el mundo y la vida misma, eran “naturales”, eran de “sentido común”. Dado este clima no me resultaba sencillo instalar un clima de entrevista, en donde yo fijara pautas que me permitieran pensar y operar desde mi posición profesional. Me era notorio que cada prescripción que se me ocurría proponer, sonaba ectópica o antinatural. Les resultaba raro que les sugiriera que a la hora que yo llegaba nos reuniéramos, o que no se levantaran mientras duraba mi visita, o que no compartiéramos una comida mientras transcurría la entrevista; yo era incorporado como parte del habitual funcionamiento familiar.

Las entrevistas en la casa, en un comienzo eran con los padres y la hermana de Enrique; él mientras tanto permanecía en su dormitorio. Luego empezó a asistir y permanecía callado, y el discurso de los padres se concentraba en el mutismo de Enrique. Cuando pude descentrar las miradas sobre Enrique, se hizo manifiesto para mí, como la madre tenía una absoluta convicción de que los miembros de la familia no podían cuidarse, e incluso sobrevivir sin su ayuda. No dudaba ni por un momento, que de no mediar su intervención, ellos ingerirían comidas que los matarían; esta creencia no era una metáfora, era literalmente así para ella. Esta certidumbre no sólo incluía las comidas, teñía toda la cotidianeidad. Esta mujer “sabía” de todo y de todos; “percibía” lo que le pasaba a cada uno, mejor que ellos mismos; “consideraba” que tenía un contacto “empático” con el modo de sentir de los miembros de su familia, resultando todos ellos a “sus ojos” “transparentes”. Este efecto de “transparencia”, era para ella tan “natural”, tan de “sentido común”, que no necesitaba otro fundamento que su propia convicción de tener esta virtud. El marido y la hija, en los inicios, no sólo compartían la cosmovisión que tenía María sobre sus “capacidades”, ellos se unían además con María en la “desesperación” que ella sentía por este hijo, Enrique, que no se avenía a ser salvado por una madre capaz de anticipar necesidades y peligros.

Yo me sentía conminado para que los ayude a ayudar a este hijo que en forma tan extraña se oponía a esta mirada materna que sabía sobre él más que él mismo. Tenía la impresión que si yo decía algo que se apartara del catecismo familiar, pasaría a ser también un extraño. La cordura para este contexto era compartir esta Weltanshauund. Cuando pude pensar con más detenimiento, me hice la siguiente composición de lugar: Enrique para no ser victima de esta intrusión enloquecedora, no había encontrado otra solución que aislarse; y aunque no comprendía demasiado lo que sucedía en esta casa presumía que Enrique no había podido irse como su hermano mayor y debía jugarse algo distinto en esta familia en el ser mujer o varón. Esto se volvió más claro, cuando me di cuenta que María fundamentaba su peculiar lugar, como una prolongación del sitio que en su familia de origen había tenido su propia madre (la abuela materna de Enrique). Esto explicaba en parte el destino distinto de Enrique y su hermana. También debía tener alguna significación especial ser el más chico.

Junto con Guillermo Seiguer (1996)(15), hemos estudiado este tipo de funcionamiento familiar, y en un intento de tipificación las hemos llamado “familias sagradas”, por el tipo de discurso que portan: una verdad revelada, un “pensamiento único”; lo sagrado alude “a lo intocable, a lo inviolable, a una fuente de significaciones que refieren a algo imperecedero y sin límites. Hay en lo sagrado una verdad fuera de todo juicio que pretende responder a la esencia de lo natural”. Se espera del analista, en estas familias, que no contradiga al portavoz, habitualmente la madre.

Con el tiempo se avinieron a que las entrevistas fuesen en mi consultorio, y se diluyó el acuerdo sin fisuras de Juan con María. Se hizo evidente que Juan pensaba que María estaba loca, pero por pereza o por suponer que confrontar con las ideas de María era una batalla perdida de antemano tomaba una actitud prescindente. Enrique comenzó a increparlo a Juan por su actitud hipócrita y cínica; Juan cuando se sentía encerrado por los reproches de Enrique dictaminaba que si bien lo de María era exagerado, a María la movía la bondad. Esta respuesta sacaba de las casillas a Enrique y enojaba a María, que entendía la actitud de Juan no como un cuestionamiento a su delirio de bondad, sino como que la dejaba sola en esta cruzada salvadora en la que estaba embarcada.

Sin embargo este movimiento, que su padre aunque de modo endeble diera otra versión del mundo, tuvo como efecto que Enrique saliera parcialmente de su encierro y me solicitara tener entrevistas a solas con él.

Lo vi a Enrique en una psicoterapia durante unos dos años, en donde si bien realizó progresos, el menos en su vida social, empezó a trabajar, jugaba al fútbol con muchachos del barrio, mantenía sin embargo, casi sin modificar, una fuerte reticencia y desconfianza hacia mí, en tanto me sentía como un agente de la madre, hasta que un dia hubo un corte de luz en el edificio. Enrique ese dia subió los diez pisos, yo lo esperé con la puerta abierta, ya que no había luz en el palier. Al llegar estaba totalmente desencajado, desorientado, confuso, con su mirada perdida, no se daba cuenta por que puerta se entraba a mi consultorio, yo le resultaba extraño, él se sentía extraño. Si me veía forzado a hacer una caracterización psicopatológica diría que Enrique estaba en medio de un cuadro confusional, con la correspondiente despersonalización y sentimientos de desrealización.

Luego de varias sesiones, pudimos comenzar a construir la escena que provocó el cuadro confusional. El pasillo al que da mi consultorio, es relativamente amplio, en una de sus paredes están dos ascensores, en la pared que los enfrenta llega la escalera y en las dos paredes restantes hay cuatro puertas de entrada a cuatro departamentos distintos. Enrique siempre llegaba al pasillo desde el ascensor y al llegar desde la escalera se encontró con panorama distinto del esperado por él.

La hipótesis que me hice es que para Enrique lo exterior al orden establecido, no debía tener significación, era un inexistente. Cuando esa inexistente fuerza su inclusión en el universo semántico, se suscita en él un rechazo. Lo diferente en tanto desestimado, al rechazarse la pertenecía a su mundo, adquiría cualidad de exterior, retornando como siniestro y no como diferente, ya que esta categoría para él y su mundo (el prefigurado por su madre) no existía.

La elaboración de este episodio fue muy interesante, en tanto nos abrió a la perspectiva de que hay diversos puntos de vista sobre una misma cosa. Un hecho azaroso nos ayudó. Enrique vivía en la planta baja y un día subió a la terraza del edificio donde él moraba. Se sorprendió cuando vio que los pasillos de los otros pisos, no eran idénticos al que daba su departamento. Él esperaba que todos fuesen iguales, y cuando vio que esto no era así no hizo un nuevo cuadro confusional. Vino a la sesión siguiente muy contento a contármelo; él empezó a pensar que este no era sólo un problema que le planteaba la arquitectura, correspondía a un modo que él tenía para ver el mundo. Pudo pensar que hay muchos mundos posibles y cada uno de ellos admite diversas miradas y que ni los múltiples mundos, ni los diferentes puntos de vista son totalmente anticipables. Más aun, tomó insight, acerca de cómo el conocimiento previo puede operar como un obstáculo para conocer. Este poder de anticipación era claramente relacionable con la madre, pero para Enrique era ya evidente que este modo de pensar se había hecho carne en él; ahora podía no solamente separarse de la omnisciencia de la madre, sino de la propia; pero traía como contrapartida no poder ya refugiarse en la seguridad del mundo restringido en el que había vivido.

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Moguillansky, R. y Seiguer, G. (1996). La vida emocional de la familia. Buenos Aires.

NOTAS

(1) Entropía, es una noción nacida de la física, en el seno del segundo principio de termodinámica. Sadi Carnot, (1796-1832) en su enunciación afirma que en un sistema cerrado tiende a disminuir la complejidad, o lo que es lo mismo que aumenta la entropía. La energía en un sistema aislado tiene, según este principio, una dirección, en tanto el universo tiende a un máximo de desorganización. El universo avanza hacia la “muerte del universo”. En el universo la entropía va en aumento.

En el terreno del psicoanálisis Freud ha utilizado implícitamente la noción de entropía- heredera del segundo principio de termodinámica -para describir la postulación del Proyecto acerca de la tendencia de lo psíquico de disminuir toda diferencia energética (energía psíquica/afecto), a cero.

Esta tendencia de lo psíquico, descripta por Freud en el Proyecto, es, a mi juicio, el prolegómeno teórico de la vertiente “oceánica del narcisismo” en la metapsicología del quince y del “Principio de Nirvana” en “Mas allá …”

David Liberman ha hecho en sus consideraciones psicopatológicas un amplio uso de esta idea.

(2) Ferrater Mora, J. (1979). Diccionario de Filosofía. Alianza, Madrid, 1980.

(3) Rene Descartes, Principios de Filosofía, primera parte.

(4) Gaston Bachelard (1984). La formación del espíritu científico, Siglo XXI, México.

(5) Esta conferencia había sido publicada en la Philosophical Review en 1943, y más tarde fue un capítulo del libro de A. Koyre (1973) “Estudios de Historia del Pensamiento Científico”, Siglo XXI, México, 1977.

(6) Gregory Bateson (1972). Pasos a una ecología de la mente. Planeta, Carlos Lohle, Buenos Aires. 1991

(7) A. Korzibski (1941). Science and Sanity, New York, Science Press.

(8) ibid

(9) Jorge Luis Borges (1960). Obras Completas, Emecé editores, Buenos Aires.

(10) Wilfred Bion, (1944). Cogitaciones, Ed. Promolibro, Valencia 1966

(11) Bion, construyó una tabla en la que cruza niveles progresivos de abstracción en el pensar en el eje de ordenadas con usos del pensar en el eje de absisas. Dentro de este ultimo eje, se destaca la “columna 2, en donde ubica la tendencia a no considerar otro significado que aquel que se manifiesta a los órganos de los sentidos. Tiene un sentido parecido, la columna 2, a la noción de “obstáculo epistemológico” que teorizó Bachelard.

(12) Ferrater Mora, J. (1979). Diccionario de Filosofía. Alianza, Madrid, 1980.

(13) Meyerson, (1908) identité y réalité, traducida al español como Identidad y Realidad en 1929.

(14) Esto ha sido notablemente descripto por Piera Aulagnier (1975) en lo que ella ha llamado “contrato narcisista”.

(15) Esta definición acerca de Lo conjunto: que lo que crea un mundo compartido entre sujetos es precisamente compartir la fantasía – la creencia en la existencia de esa fantasía - de tener una fantasía en común la hemos acuñado recientemente con Guillermo Seiguer.

 

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