aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 030 2008 Revista Internacional de Psicoanálisis en Aperturas

Abordajes técnicos al análisis del ello

Autor: Paniagua, Cecilio

Palabras clave

Abordajes tecnicos al analisis del ello.


"Id analysis and technical approaches" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Quarterly, LXXVII: 219-250, 2008. Una versión anterior de este artículo fue presentado en el Instituto Psicoanalítico de Nueva Inglaterra, Boston, el 21 de abril de 2007. Traducido y publicado con autorización de The Psychoanalytic Quarterly

El autor expone la tesis de que los progresos técnicos generados tras la introducción por Freud (1923) de la teoría estructural permitieron un abordaje más naturalista y específico al análisis del conflicto inconsciente, facilitando de este modo la exploración del ello. La primera técnica, el abordaje topográfico, subestimó el papel de la sugestión; a menudo supuso una interferencia con la capacidad de los pacientes para la auto-observación, así como para el examen de sus propios derivados del ello. Con el fin de ilustrar la clase de material del ello obtenible por medio del abordaje propio de la psicología contemporánea del yo, se presenta viñetas y comentarios clínicos, señalándose que las clarificaciones, interpretaciones de las defensas y las intervenciones de proceso cercano (Gray, 1994) pueden necesitar adaptación a diferentes medios culturales.

Introducción

No es infrecuente escuchar la opinión de que, en los comienzos, el psicoanálisis consistía en el análisis del ello, mientras que las innovaciones ulteriores dirigieron nuestro interés al análisis de las defensas (cf. Brenner 1976; Kris 1951). La realidad es que este último no excluyó el interés en el primero y los analistas nunca dejaron de estar interesados en la exploración de las pulsiones instintuales. Es más, las técnicas derivadas de la teoría estructural de Freud hicieron posible un acceso más naturalista y fiable a los derivados pulsionales. Anna Freud (1936) opinó que, “únicamente el análisis de las operaciones defensivas inconscientes del yo permítenos reconstruir el conjunto de las transformaciones sufridas por el instinto” (p.37).

Las manifestaciones del ello evidenciadas a través del uso de una técnica basada en el modelo estructural parecen menos coloreadas por los procesos mentales propios del analista que aquellas interpretadas o reveladas al paciente por medio del abordaje anterior: la técnica topográfica. En la era post-positivista estamos más conscientes que antes acerca de la imposibilidad de eliminar las influencias subjetivas, pero la dimensión cuantitativa cuenta, y el nuevo abordaje parece haber establecido una diferencia significativa a este respecto.          

Desde el trascendental descubrimiento de Freud (1923) de que no sólo el ello reprimido, sino también el yo represor operaban inconscientemente, resultó evidente que las contrafuerzas yoicas tenían que ser también analizadas. Existen razones dinámicas obvias que explican por qué los mecanismos de defensa son asimismo inconscientes. Waelder (1967) nos recordó que “no puede mantenerse una idea fiablemente reprimida si al mismo tiempo es uno consciente de haberla reprimido, porque esta consciencia alertaría la mente hacia una indagación, haciendo insegura la represión” (p.354). Es por esto que el análisis de las defensas inconscientes se hizo imprescindible en la tarea analítica.

Sin embargo, sorprendentemente, dicho análisis se ha considerado a veces una parte tediosa del tratamiento. Esto fue expresado de modo irónico por Gray (1982), cuando observó que “al principio del análisis nos ocupamos de las defensas, pero luego es cuando uno lleva a cabo el análisis de verdad” (p.634). No sólo es el análisis de la resistencia “análisis de verdad”, sino que, hemos de recordar, las defensas inconscientes no pueden ser exploradas sin alguna referencia a los derivados del ello contra los que están dirigidas las defensas. Por ejemplo, ¿cómo podríamos analizar mecanismos proyectivos inconscientes sin aludir a la pulsión contra la que se dirige la proyección? Es falaz considerar el ‘análisis del yo’ o el ‘análisis del ello’ como simples proposiciones alternativas (Phillips, 2006).

En realidad, el analista competente necesita una sensibilidad especial para la detección de los derivados instintuales si pretende analizar los momentos en que éstos comienzan a chocar con las defensas erigidas ante la percepción de unos peligros originados en el pasado (pero anacrónicamente presentes). Aquellos analistas que piensan que el análisis de las defensas es un prólogo, o sólo un medio para el atractivo fin de desenterrar derivados pulsionales, podrían quizás tener en cuenta que este objetivo se convierte en más atractivo y “real” cuando el material instintual se evidencia a través del análisis del conflicto entre el ello y el yo. En efecto, este objetivo cobra entonces mayor entidad que en aquellas situaciones en las que se esquiva al yo y dichos derivados pueden sólo presumirse.

Debe reconocerse que los derivados del ello pueden resultar bastante manifiestos en la superficie clínica y no son siempre sencillamente asumidos por el analista. Sin embargo, como Fenichel (1941) señaló hace mucho, el clínico que indica su existencia (diciendo, por ejemplo, “Vd. está furioso” o “Vd. se siente excitado”) sin analizar el conflicto subyacente creado por estos sentimientos, priva al paciente de alcanzar una comprensión dinámica cumplida del enfrentamiento intrapsíquico –y, aun más importante, de las soluciones caracteriales a las que hubo de llegar en su desarrollo infantil. Gray (1992) escribió, “Nuestros oídos han sido entrenados para resonar ávidamente con el material del ello” (p.318). Pienso que no se necesita mucho entrenamiento para desarrollar este tipo de “resonancia”. Lo que sí requiere una formación especial es el aprendizaje de la práctica que Sterba (1953) llamó “análisis del ello plus yo” (p.18).

Gray (1982) describió una serie de “fijaciones” existentes durante los primeros tiempos de la evolución de la teoría y la práctica analítica que dan cuenta del “retraso en el desarrollo” de la técnica psicoanalítica a la hora de progresar desde la teoría topográfica a la estructural. La primera resistencia en su lista respecto a “la desconcertante oposición a aplicar ciertos conceptos yoicos a la técnica” era “la fascinación del analista por el ello” (p.640). Ésta habría postergado el interés de los analistas por la miríada de maniobras defensivas determinantes del carácter a que recurre la mente ante las pulsiones. Sin embargo, querría sugerir aquí que (1) dicha fascinación fue y continúa siendo central en el psicoanálisis, no excluyendo el análisis del yo inconsciente; y (2) el problema de la gratificación en el uso de la primera técnica reside no tanto en el reconocimiento del ello y su magnetismo, como en la satisfacción fantaseada de los anhelos del analista por la omnisciencia y otras pretensiones grandiosas (cf. Paniagua, 2001).

En efecto, en los albores del psicoanálisis, el fascinante descubrimiento de las proteicas manifestaciones del ello dio paso a suposiciones de lectura del pensamiento por parte de sus practicantes. Esta pretensión pareció sobredeterminada por la atracción de lo pulsional, por una parte, y la contrarresistencia a la emergencia vívida de material instintual, por otra. Esta actitud fue la que, al parecer, inclinó a los analistas a formular interpretaciones del ello que resultaran estimulantes, pero que también estuvieran suficientemente alejadas de los derivados sexuales y agresivos genuinos del paciente, sobre todo en la transferencia. A esto se le añadió la “bonificación” supuesta por la arrogación de una sabiduría inspiradora de asombro y la posibilidad de soluciones proyectivas a los conflictos personales del analista (Paniagua, 2003).

Suele reconocerse que la técnica derivada de la teoría estructural freudiana es la más apropiada en el análisis de los mecanismos yoicos inconscientes. Lo que parece haber sido contraintuitivo y rara vez se señala, al menos en algunos círculos psicoanalíticos, es que el análisis de las defensas es también superior como método para explorar los contenidos inconscientes del ello. Al contrario de lo que a menudo se supone, el analizar las defensas hace que los derivados pulsionales se manifiesten de forma más nítida e intensa. Este simple hecho debería inducir al analista a usar una técnica más congruente con la segunda tópica que con la primera.

El propósito principal de este artículo es el de aducir argumentos y ejemplos clínicos a favor de la aplicación de la técnica estructural para el análisis del ello. Espero ser capaz de mostrar cómo la atención a la actividad del yo facilita la posibilidad de explorar de modo más fiable los derivados pulsionales.

Evolución de la teoría topográfica a la estructural

En su nota editorial al caso Dora de Freud, Strachey (1953) escribió que el estilo interpretativo utilizado en ese tratamiento “representaba las perspectivas teóricas y los métodos técnicos de Freud propios del periodo inmediatamente posterior a la publicación de La interpretación de los sueños” (p.5). En efecto, el uso por parte de Freud (1905) de “artes de traducción” (p.999) y el recurso a la “interpretación simbólica” (p.954) en este caso son paradigmáticos de la temprana época preestructural, esto es, de la técnica topográfica, que Freud nunca abandonó y que ha sido empleada por muchos analistas posteriores.

Es bien conocido que tanto Anna Freud como su padre superpusieron los nuevos conceptos estructurales a la primera técnica topográfica (Sandler y Freud, 1985). Ejemplos de ésta son las conclusiones interpretativas de Freud de que el comentario con el que Dora calificaba a su padre como “un hombre de recursos” significaba en realidad que era “un hombre sin recursos” y, por tanto, “impotente” (p.958); el sueño de Dora sobre el “cofrecillo” aludía claramente al “genital femenino” (p.971); y las imágenes de una “estación” y un “cementerio” tenían este mismo significado anatómico (p.988). Es bien sabido que Freud utilizó ecuaciones interpretativas similares en casos posteriores. La gratificación proporcionada por el empleo de este abordaje descifrador de ideas parecería encajar con lo que Fenichel (1941) denunció como “la tentación [del analista] de ser mago” (p.24).

Cuando en 1923 Freud introdujo la teoría estructural, no pareció apercibirse plenamente de que su nueva división de la mente en las instancias inconscientes ello, yo y superyó iba a implicar cambios importantes en la técnica psicoanalítica (Bergmann, 2004). También Sterba (1982) documentó la renuencia de los colegas de Freud a aceptar esta remodelación estructural. Gray (1982) y Busch (1993) han escrito sobre las dificultades de Freud a la hora de adoptar las consecuencias técnicas cruciales derivadas de la identificación de los mecanismos de defensa como inconscientes. El reconocimiento de ésto debió haber resultado en un desarrollo adecuado del análisis de la patología caracterial, pero no fue eso lo que ocurrió realmente. Gray (1992) observó, “Tras descubrir que la parte del yo del paciente encargada esencialmente de la resistencia era también inconsciente, Freud dejó bastante solos a sus colegas en la tarea de elaborar una metodología para hacer consciente el yo inconsciente” (p.308).

No fue sino cincuenta años después de la introducción por Freud de su modelo tripartito de la mente en El yo y el ello (1923) que Gray (1973) describió un método sistematizado de escucha e intervenciones de proceso cercano basado en la teoría estructural freudiana y en el trabajo de otros pioneros de la técnica, como Anna Freud y Otto Fenichel. Hasta entonces el análisis de las defensas había estado insuficientemente definido y cargado de prácticas de antaño. La descripción de Gray de un modo más coherente de practicar el análisis, basado en la segunda tópica freudiana, inauguró la técnica de la psicología del yo contemporánea[1].

Resumiré aquí algunas de las características que distinguen la técnica estructural propuesta por Gray, de los abordajes basados en el modelo topográfico y en elaboraciones anteriores de los principios estructurales. En la modalidad estructural de Gray, el analista toma en mayor consideración las funciones libres de conflicto del analizado con el fin de formar una alianza con su yo observador. El paciente coparticipa en mayor grado en la investigación del material inconsciente. Se presta atención especial a lo que los analizados pueden absorber en un estado regresivo de un modo útil, formulándose las interpretaciones más de acuerdo a esta capacidad que al conocimiento real –o supuesto- del analista de las dinámicas inconscientes del paciente.

Los seguidores de la primera técnica suelen considerarse expertos en la consecución de insights, mientras que los analistas que trabajan de acuerdo a la modalidad estructural, tienden a valorar más su papel de facilitadores de los descubrimientos del propio paciente. En la técnica estructural el analista usará interpretativamente sus impresiones subjetivas (fuente valiosa de datos sobre los mecanismos proyectivos del analizado) cuando quiera que estas contrarreacciones parezcan una respuesta a elementos en el material observable a los que pueda dirigirse la atención del paciente. Esto es distinto de la utilización por parte del analista de sus propias reacciones (contratransferenciales o no) como si éstas pertenecieran al analizado, quien las habría implantado por medio de la identificación proyectiva.

En la técnica estructural se presta una atención más próxima a secuencias y puntos nodales tales como los cambios temáticos, las modificaciones en el tono afectivo, las pausas, las omisiones, la comunicación paraverbal, etc., porque estos puntos resultan particularmente adecuados para la investigación detallada de la psicodinámica (Davison et al. 1996; Paniagua 1985). En la técnica contemporánea derivada de la teoría estructural los fenómenos que dan pie a las intervenciones analíticas son aquellos en los que existe “una tensión intrapsíquica que obliga al yo a interferir con el material emergente del ello, impidiendo una mayor manifestación en la consciencia del elemento pulsional en conflicto” (Gray, 1990, p.1087). Estos momentos de ruptura constituyen los “puntos de urgencia” para un analista estructural. En la psicología del yo contemporánea este tipo de Angstsignal es considerada la “superficie trabajable” preferible para el análisis de los elementos del ello que han motivado la necesidad de la defensa (Paniagua, 1991). Se necesitan una sensibilidad aguzada y una “atención de proceso cercano” para la detección precisa del cuándo y cómo en el curso de la sesión, el yo inconsciente moviliza mecanismos mitigadores del asomo de una angustia que denota la proximidad de fantasías o recuerdos dolorosos conectados con derivados del ello (Gray, 1991a, 1992).

Con esta técnica, las interpretaciones no se formulan de acuerdo a la idea de que una fantasía ansiógena profunda debe ser abordada inmediatamente, como es el caso del “punto de urgencia” kleiniano. Este último tipo de interpretación, basado en un modelo de reducción de tensión, puede resultar de uso práctico en aquellas circunstancias en que los pacientes no pueden discernir eficazmente sus conflictos utilizando sus propias capacidades yoicas. Estas intervenciones suponen medidas de apoyo en tanto en cuanto desvían la atención del analizado del punto acuciante del conflicto hacia intelectualizaciones de colorido instintual. Gray (1996) presentó el caso de un paciente que había iniciado un tratamiento con un analista versado en el abordaje de la psicología del yo contemporánea. El paciente había tenido un análisis anterior relativamente beneficioso. Gray relató que, cuando el nuevo analista invitaba al paciente a reflexionar sobre algún detalle de sus actividades defensivas, éste respondía: “No quiero pararme a pensar en eso. Sólo quiero que me suelte una interpretación” (p.91).

El empleo de una técnica estructural suscita dificultades contrarresistenciales especiales, porque recurriendo a ella, como dijo Gray (1982), “el analista será, desde luego, objeto de derivados pulsionales de una variedad más intensa y detallada” (p.650) por parte del analizado, dirigidos a la percepción real y fantaseada del analista. Mencionaré aquí además otro punto citado por Pray. Este autor se ha preguntado si los problemas a que hubo de enfrentarse Anna Freud (1936) a la hora de conseguir cierta aceptación de su original abordaje estructural (su “apostasía”, p.17), no fueron debidos al hecho de que “sumía en una irrelevancia virtual la investigación de dinámicas que utilizaban...otros métodos que daban la apariencia de penetrar en unos conflictos que en realidad se hallaban fuera de su visión” (Pray, 1996, p.100). Esta reflexión puede arrojar luz adicional sobre nuestras dificultades a la hora de cambiar de paradigmas técnicos [2]

Anna Freud, a la acusación de que con su énfasis en las defensas estaba desatendiendo al ello, respondió: “Me interesa tanto el ello que deseo conocerlo todo” (Gray, 1980). Con estas palabras quiso decir que el abordaje analítico de las defensas que ella inauguró debía ser tomado como el óptimo para el descubrimiento de las manifestaciones pulsionales del paciente. No obstante, en 1936 había escrito, “Las dificultades técnicas del análisis son relativamente menores cuando se trata de llevar a la consciencia los derivados del ello” (p.36, cursivas añadidas). Esta afirmación resulta algo sorprendente porque en ella Anna Freud pareció pasar por alto que esas “dificultades menores” podían ser debidas a la suposición de unos contenidos concretos del ello, una suposición característica de la técnica de la primera tópica.

No deja de ser interesante que la mayoría de los partidarios de la técnica estructural hayan mostrado cierta tendencia a tomar las interpretaciones de contenido ausente -pero asumido- del ello, como “prematuras”, en vez de sencillamente poco fiables. Freud (1913) escribió sobre “la comunicación prematura de una solución” (p.1672). Los analistas clásicos de las defensas, como Anna Freud (1936) o Richard Sterba (1953), dieron por sentado que la técnica de los comienzos era imperfecta porque eludía el análisis del yo inconsciente, pero creían que, aun así, permitía descubrimientos fiables de los derivados pulsionales. Dentro de la tradición de la psicología del yo, algunos analistas temieron que si se aplicaba hasta sus últimas consecuencias lógicas una técnica basada en la teoría estructural podía prestarse una atención insuficiente al análisis del ello –al parecer sin tener en cuenta que dichas adiciones técnicas hacían posible una mejor exploración de éste. Gray (1991a) defendió vigorosamente la idea de que con una versión moderna del análisis de las defensas “se obtendría el acceso más efectivo a los derivados pulsionales” (p.223).

No obstante, la inercia de la técnica temprana se dejó sentir incluso entre los psicólogos del yo contemporáneos, Gray incluido. Algunos continuaron manteniendo una visión “benigna” acerca de los saltos topográficos hacia lo ignoto. En opinión de Gray (1982), éstos simplemente “hacían referencia a asuntos inconscientes desconocidos para el paciente” (p.631). Pensaba que lo que he descrito sintéticamente como técnica topográfica (Paniagua, 2001) en realidad “hizo mucho por traer los derivados pulsionales a la consciencia” (Gray, 1992, p.310). Busch (1995) dijo acerca de las interpretaciones de los colegas que caracterizó como “buzos de las profundidades”: “No juzgo incorrectas esas nociones, sino prematuras” (p.11). Considero significativo el tacto mostrado por estos autores, porque parece justificar parcialmente el abordaje interpretativo de la primera tópica, alentando la postura de quienes mantienen que la evolución de la técnica es una cuestión de grado que no requiere una sustitución definitiva.

¿Por qué el revolucionario cambio de tópicas supuesto por la introducción de Freud (1923) de la teoría estructural no hizo saltar la chispa de una modificación igualmente revolucionaria de la técnica? ¿Por qué apenas se reconoció que las conjeturas verbalizadas del analista acerca de un supuesto material del ello podían no sólo ser extemporáneas, sino, además, fruto de ecuaciones simbólicas fabricadas? ¿Por qué no se entendió enseguida que la familiarización de los pacientes con la “lengua vernácula analítica del ello” (Kris, 1956, p.74) fomentaba una conformidad doctrinal a expensas del despliegue de su yo? ¿Por qué se prestó tan poca atención a la probabilidad de que el analista mezclara elementos proyectados con el material clínico del paciente?

Parece ineludible la conclusión de que la idea de ostentar el poder de revelar (¡y curar!) dinámicas patogénicas no visibles ha poseído un atractivo casi mágico para los analistas. De aquí la adhesividad de este enfoque inicial. La primera técnica brindó una oportunidad mayor para la satisfacción de estos anhelos omnipotentes, aplacando la ansiedad inherente a nuestras limitaciones e incertidumbre. Puede uno recordar aquí el adagio de David Hume, “una explicación es el lugar donde la mente viene a reposar” –con el corrigendum de que, en cuestiones psicológicas, las explicaciones plenas tienden a producir menos “reposo” que las verdades a medias.

La era temprana de los descubrimientos intuitivos básicos ha sido calificada de “optimista” (Bergmann y Hartman, 1976, p.XIV) porque la formulación de interpretaciones y otras “representaciones anticipadas” parecía un ejercicio de certidumbre (Freud, 1910). La incómoda ‘capacidad negativa’ no se consideraba un requisito. No cabía “la intencionalidad borrosa o la indeterminación” en las interpretaciones (Nahum, 2005, p.704). Éstas podían ofrecerse, en palabras de Ferenczi (1933) con “la serena confianza de que uno estaba en lo cierto” (p.186). Se suponía que la curación de las neurosis era un proceso relativamente simple que se llevaba a efecto por medio de la superación de las resistencias a recuerdos y fantasías del paciente que al analista le resultaban “transparentes”. Freud (1913) afirmó que, “para un anal[ista] experimentado no será difícil deducir ya los deseos retenidos del enfermo de la primera relación de sus dolencias” (p.1672). Quizás sea innecesario recordar que la clarividencia putativa del analista tendía a promover (en vez de analizar) la dependencia regresiva del paciente y/o su resistencia.

En realidad, el análisis de las pulsiones tendió a dificultarse cuando éstas se interpretaron de acuerdo a lo que Freud (1913) llamó “diagnósticos instantáneos” (p.1672), porque su calidad prístina resultó entonces menos aprehensible. En efecto, las manifestaciones de los impulsos originales podían acabar demasiado mezcladas -o contaminadas- por las interpretaciones “profundas” del analista –o por sus fantasías personales. En esas circunstancias, como Kaiser (1934) comentó, “el paciente no experimenta el impulso genuino, sino una réplica de laboratorio” (p.403). Esta réplica será utilizada por el paciente al servicio de la resistencia, como una posible explicación de su sintomatología. Nunberg (1931) escribió acerca del “afán apasionado con que todos los hombres buscan una primera causa” (p.130). ¿Por qué suministraron los analistas a sus pacientes “primeras causas”, en vez de allanarles el camino para el discernimiento de las complicadas transacciones entre las instancias psíquicas?

No raramente, el estilo interpretativo que el analista considera profundo es para el paciente un ejercicio intelectual defensivo, si bien a veces son los analizados los que generan sus propias interpretaciones profundas en un esfuerzo por mostrarse transferencialmente “complacientes”. Fenichel (1941) expuso el ejemplo de un paciente con una inhibición neurótica a conducir automóviles que afirmaba, siguiendo unos supuestos dictados de la teoría freudiana, que su síntoma era consecuencia de su sadismo, “porque inconscientemente quiero atropellar a todo el mundo” (p.14). Juiciosamente, Fenichel identificó una intelectualización defensiva en esta explicación, señalándole que no parecía estar hablando de su “sadismo” como una experiencia, sino como una posibilidad abstracta. El paciente protestó porque, según relató Fenichel, “en vez de cooperar con su aparente presteza para analizar, la tomé como una resistencia, como [el] síntoma [de] una constante protección contra sentimientos que temía” (p.15). Estos temidos sentimientos, claro está, se hallaban más próximos a impulsos auténticos del ello.

Los estilos técnicos que intentan dirigirse directamente a procesos del ello suelen perturbar en el analizado, a veces de forma traumática, la necesidad básica de una homeostasis psíquica. Es entonces cuando, comprensiblemente, “los pacientes reaccionan como cualquier persona que se siente amenazada” (Busch, 1999, p.48), i.e., regresando inconscientemente al uso de defensas que les hicieron sentirse seguros y rechazando a veces por completo el tratamiento, como en este caso descrito por Waelder en 1941-42:

“En la primera semana de análisis...la paciente trajo un sueño en el que se vio durmiendo en la Casa Blanca. Ahí mantuvo relaciones sexuales, pero no sabía decir con quién. El analista le interpretó: ‘Con su padre, naturalmente, ¿con quién si no? Acaso no es el hombre en la Casa Blanca el padre de la nación?’ El analista continuó con sus explicaciones y, cuando hubo terminado, la paciente se levantó del diván, le dio las gracias y no volvió. Y, aunque el analista probablemente estaba en lo cierto, la paciente hizo lo correcto” [Guttman, 1987, p.16].

No obstante, la invitación a creer lo increíble no siempre es tomada por el paciente como una forma de violencia (Castoriadis-Aulagnier, 1975). Ocasionalmente, el empleo de una técnica topográfica, en vez de producir hostilidad defensiva, causa una fascinación casi hipnótica. Friedman (1969) ha escrito acerca de la necesidad transferencial del paciente de aceptar las interpretaciones del analista bajo la amenaza de la pérdida del amor, caracterizando dicha actitud de incondicionalidad y apaciguamiento como “servidumbre” en vez de “alianza”. En efecto, los pacientes pueden adherirse a un tratamiento psicoanalítico largo y arduo basados no sólo en una alianza terapéutica, sino también bajo el influjo de la sugestión inanalizada. Subestimando la influencia de la sugestión, Anna Freud expresó perplejidad acerca del hecho de que las llamadas interpretaciones “profundas” no causaran absoluta incredulidad o reforzasen invariablemente las resistencias (cf. King y Steiner, 1991, pp.423-425). El poder enorme de la sugestión no es siempre tenido en suficiente consideración por algunos autores, a pesar de la clara interferencia que supone en la exploración de los derivados genuinos del ello del paciente (cf. Paniagua, 2002).

En 1934, Kaiser indicó que cuando el analista interpretaba directamente un impulso reprimido del paciente, sugiriendo que alguna vez debió experimentar o fantasear la situación correspondiente, “el paciente probablemente responderá con placer e interés, añadiendo gustoso algunas ideas o recuerdos que confirmen la interpretación del analista” (p.408). Con esto Kaiser se refería, naturalmente, a la bien conocida acción de la sugestión sobre la transferencia. En otro trabajo (Paniagua, 2003) expuse los inconvenientes del antiguo estilo interpretativo que “fomenta la producción de pseudoconfirmaciones junto con la creación de convicciones simétricas entre analista y analizado” (p.1112). En la historia de la técnica psicoanalítica la explotación de la influencia transferencial frecuentemente ha relegado a un segundo término al respeto por las capacidades yoicas del paciente.

Daré un ejemplo mío del uso clínico de una técnica de inspiración topográfica: Uno de mis primeros pacientes me relató un sueño en el que se vio desnudo nadando en agua clara. Su desnudez le recordó situaciones profesionales embarazosas en las que temía que sus colaboradores pudiesen constatar fácilmente sus errores. Yo le dije, “Su sueño tiene lugar en el agua y mi apellido acaba en ‘agua’. ¿Qué piensa Vd. de eso?” Con intervenciones de esta índole, ¿cómo podía el paciente discernir sus fantasías de las mías? Mi analizado respondió, “Lo encuentro ridículo. Me parece que está dictando Vd. hoy el programa, aunque es verdad que ayer pensé mucho en Vd.” En retrospectiva, creo que mi intervención fue contratransferencial y estuvo notablemente alejada del afecto del paciente. Éste respondió a esta idiosincrasia mía. No obstante, debo decir que tomé como señal de una alianza terapéutica sólida el hecho de que se atreviera a expresarse de forma abiertamente crítica sin temor a herirme excesivamente o miedo a una venganza por mi parte. De modo bastante típico, intentó congraciarse (“es verdad que pensé mucho en Vd.”) después de su comentario negativo. Cuando los pacientes se sienten suficientemente seguros, pueden mostrarse afirmativos y repudiadores de las tesis del analista, dentro de una conformidad doctrinal.

Pero, ¿por qué nos resultan tan atractivas las conexiones adivinatorias? En su seminario de técnica, Reich (1930) advirtió en contra de la tentación de cortar el nudo gordiano de la patología del paciente y, sin embargo, escribió repetidamente acerca de la desvelación del sentido real de los síntomas antes de analizarlos. ¿Por qué es más tentadora la asignación de un sentido al material que la ayuda al paciente para encontrar auténticos significados por él mismo –significados, por cierto, que el analista puede no haber previsto? Seguramente, la respuesta a estas preguntas se halla en la seducción de las contraproyecciones, en la tentación de representar un papel omnisciente, y en el deseo (descaminado) de hallar un atajo a la resolución del enigma neurótico del paciente. El estilo interpretativo de informar a éste de lo que el material clínico “significa realmente”, especialmente por medio del uso de reconstrucciones ambiciosas, es característico de la técnica topográfica de Freud. Esta técnica suele implicar (1) una coalescencia del material del analizado con las asociaciones (personales o teóricas) del analista, y (2) un análisis precario de la transferencia de autoridad (Gray, 1991b).

A continuación, intentaré ilustrar algunos aspectos de lo que considero una técnica estructural, proporcionando ejemplos detallados de mi práctica clínica.

Ejemplos clínicos

Las viñetas breves aquí utilizadas no están acompañadas de historia, por considerarla innecesaria para el propósito de demostrar la clase de material del ello obtenible a través del uso de clarificaciones, interpretaciones de las defensas e intervenciones de proceso cercano. Estos extractos fueron seleccionados con el fin de ilustrar el despliegue de unos derivados del ello parcial o totalmente imprevistos, resultado del empleo de una técnica no dirigida a revelarlos directamente al paciente.

Desearía subrayar que en esta versión de la técnica estructural no se aborda siempre el material siguiendo la modalidad de proceso cercano que se atribuye a Gray hasta grados a veces caricaturescos. No todas las operaciones requieren microcirugía. Estoy de acuerdo con la opinión expresada por Busch (1999) de que “a medida que progresa el análisis, esperamos una autonomía y flexibilidad mayores en el funcionamiento del yo, llevando ésto a la posibilidad de interpretar las resistencias desde una perspectiva macroscópica de las asociaciones del paciente” (p.108). El examen conjunto de los árboles no debe ser incompatible con una visión del bosque.

Desearía que el lector tuviese en cuenta que el estilo semiconversacional de estas viñetas es debido a la selección de momentos especialmente interactivos en las sesiones y, además, a (1) el hecho de que suelo encontrar particularmente eficaz el uso de múltiples intervenciones breves (Paniagua, 1989); y (2) la adaptación de la técnica a un medio cultural en el que hay una tolerancia menor para las pausas largas [3]. En mi experiencia, el silencio puede ser utilizado por el analista no sólo como un recurso técnico promotor de la regresión, sino también, frecuentemente, como una maniobra protectora similar a la abstención médica cuando in dubio. De cualquier forma, como Gray (1996) indicó, “el analista en una situación analítica orientada hacia la exploración de las defensas es, en contra de lo que suele opinarse, más verbal, por lo general, que aquél que practica un análisis tradicional” (p.96).

Viñeta 1

La paciente, de 24 años, es una estudiante de Medicina. Este texto es de la sesión 322 de un análisis de cinco días a la semana.

PACIENTE: No pude venir ayer porque me sentí revuelta del estómago. Quería venir, pero me imaginé que acabaría vomitando en su cuarto de baño. Es embarazoso hablar de funciones corporales.

ANALISTA: Como en la última sesión que tuvo que levantarse del diván para ir a orinar.

P: Sí. Cada vez que vengo a la sesión tengo que preguntarme, “¿He ido al servicio?” Siento mucha turbación cuando la gente dice que tiene que ir al váter. Me acuerdo de ver en Perú a los hombres orinando contra un muro. La verdad es que tengo otros pensamientos –acerca de los genitales. (Pausa).

A: ¿Puede hablarme más acerca de lo que le ha venido a la mente?

P: Bueno, nada en realidad –sólo eso, la anatomía masculina y femenina.

A: ¿Es Vd. consciente de qué le dificulta entrar en detalles?

P: Bueno, lo de la sexualidad, que es algo sobre lo que una no debe pensar. (Pausa). Veo a hombres y mujeres en ropa interior. Recuerdo mi asombro cuando supe que los curas se ponen bañadores. Hacen todo igual, comen como todos nosotros.

A: ¡Incluso van al cuarto de baño!

P: (Risa). ¡Sí, eso! Es normal para un médico ver todas las partes del cuerpo, pero no pensar en ellas sexualmente. Me acuerdo de cuando vi revistas guarras por primera vez. (Pausa). De niña yo era regordeta y mis hermanos se reían de mí, llamándome ‘bollito’. Nunca fui delgada, pero tampoco desarrollé grandes pechos. Mucho me temo que un hombre sentiría repulsión si me vieran sin ropa.

A: Teme que sintieran lo que Vd. misma siente hacia su cuerpo.

P: Sí, y por eso me parece una tontería intentar siquiera ser seductora, aunque siempre acabe volviéndome loca por alguno. (Describió entonces una serie de jóvenes de los que se había enamorado en su adolescencia). Esta mañana mi amiga Carmen y yo estuvimos hablando de qué hace atractivos a los tíos –cuando salen mojados de la piscina. Pero ¡qué estupidez!, ¿por qué estoy  hablando de esto?

A: Observe cómo justo después de evocar una imagen ‘sexy’ tuvo que tratarla como si no tuviese sentido.

P: Porque es tan embarazoso... Fui educada para creer sólo en ideas racionales elevadas y me resulta muy difícil admitir sentimientos animales. Este sábado conocí en una fiesta a un chico con un Máster en Filología Hispánica y ¡qué bien hablaba! Era muy bien educado y yo no quería meter la pata, pero todo el asunto sexual me estaba volviendo tarumba.

A: ¿A qué asunto sexual se refiere?

P: A su modo de bailar, cómo me agarraba la mano, las insinuaciones sensuales. Todos mis impulsos me estaban diciendo que quería abrazarle y llevarle conmigo a casa. (Describió a continuación ciertos temas de estética que este hombre introdujo en la conversación y que a ella le parecieron particularmente sensuales). Esta mañana estuve hablando con Carmen de él y también de mi dentista, que también es una monada de hombre. Bueno, y también de Vd. (Pausa). Le llamé “el loquero”. Ya sé que suena negativo, pero también es un término cariñoso. Me acuerdo de cuando pensaba que era Vd. malvado y horrible. Todo parecía más fácil cuando estaba enfadada con Vd. (Continuó entonces hablando acerca de su guapo dentista, del último chico con quien había salido y de un pretendiente anterior).

A: Me estaba diciendo que prefería estar enfadada conmigo a reconocer ciertos sentimientos cálidos hacia mí, cuando cambió de tema, hablando acerca de hombres a quienes encontraba Vd. atrayentes.

P: Esos hombres no están aquí y es más fácil hablar en tercera persona.

A: Como si el peligro de hablar en segunda persona fuese...

P: (Con voz trémula)... Desmandarse, perder la lógica. Mis sentimientos me parecen tan toscos. Se me va la fantasía a un montón de situaciones específicas que no puedo manejar todavía bien.

 

En esta sesión podemos constatar un despliegue de derivados sexuales de naturaleza transferencial y extratransferencial que van haciéndose progresivamente tolerables al superyó y al sentido del self de la paciente. Recuerda esto al comentario de Fenichel (1941) sobre “la educación del yo a una mayor tolerancia”, que, según estimó, “no es, en verdad, sino una alteración gradual del superyó” (p.119). Intenté dirigir la atención de la paciente a los mecanismos de defensa movilizados en respuesta a las oleadas del ello provocadoras de angustia.

Creo que la revelación progresiva de este material no habría sido posible si hubiese elegido “revelar” yo a la analizada el significado implícito de, por ejemplo, fantasías cloacales, de la envidia del pene, de empeños edípicos, etc. Pienso, en efecto, que si hubiese recurrido a unas interpretaciones “de contenido ausente” (Searl, 1936), éstas habrían sido puestas al servicio de la resistencia: la paciente las habría usado para esquivar la exploración de sus dinámicas y sentimientos genuinos. De paso habría yo eludido indebidamente la expresión de impulsos explícitos e intensas percepciones por parte de la analizada.

Viñeta 2

Paciente casado de 37 años. El siguiente material es de la sesión 195 de un análisis de cuatro días a la semana.

P: (Tras enumerar una serie de ventajas materiales de las que suponía que yo disfrutaba). Cuando era un chaval deseaba que mi padre fuese rico. Y ahora querría ser tan inteligente y exitoso que Vd. me viera como un pródigo, esto, ah, como un prodigio.

A: Desearía verme como un papá poderoso y Vd. ser mi hijo especial y favorito.

P: ¡Ajá! Haríamos un gran equipo. (Pausa). Estoy pensando ahora en un documental en el que se ve a un niño del gueto de Varsovia. Su cara de desolación, ¡qué terrible! La verdad es que me veo como ese niño, pero, increíblemente, también veo a mi padrastro como un oficial nazi y como al niño judío. Me da pena, pero también le odio porque fueron sus botas las que me dieron patadas. Es difícil odiarle cuando es tan patético. (Pausa). Las personas que me hacen sentir más furioso son las que se ponen por encima de mí, como los jefes a los que solía otorgarles tanto poder. Me tragaba toda la mierda que me echaban. En una ocasión le dije a uno de mis jefes que personalmente había significado mucho para mí como modelo y luego me sentí como un trapo, como si hubiera sido Patty Hearst dándole las gracias a sus secuestradores, como una mujer menstruando, como un niño llorando. Y ahora es cuando deseo levantarme y largarme de aquí.

A: Desea marcharse después de describirse a sí mismo como alguien sin fuerzas.

P: Sí, sería una solución inmediata. (Pausa). Lo que cruza mi mente ahora es jugar al golf, palos de golf, darle un palazo a mi padrastro en los huevos, matar al hombre que me zurró. Ojalá pudiese decirle, ‘¡miserable hijo de puta!’. Siento una enorme rabia por haber sido dominado por ese cabronazo despiadado incapaz de excusarse ni arrepentirse. Tengo buenos motivos para odiarle con toda mi alma y, sin embargo, me pregunto por qué me siento aún ligado a individuos como él. Mi aborrecimiento tiene que estar enmascarando otras cosas. Lo que me duele más es el sentimiento de no tener poder alguno.

A: Entonces el odio restaura alguna sensación de poder.

P: Sí. Siento este enorme deseo de atacar, pero también sé que un niño pequeño puede hacerle poco daño a un padre. (Pausa). ¿No es terrible que haya tenido que depender tanto de él para mi sentido de masculinidad? Ahora me atrevo a llamarle de todo, pero eso no podía hacerlo enfrente de él. No podía permitirme que eso destruyera la posibilidad de que al final acabara queriéndome.

A: Ya.

P: ¿Ya? (Gritando). ¿Es eso todo lo que tiene Vd. que decir?

A: Como hemos visto en otras ocasiones, su enfado hacia mí desvía su atención de la situación que originalmente le hizo sentirse furioso.

P: Aquí con Vd., como con mi padrastro, podría volverme tan jodidamente receptivo... Percibía yo de niño que éste necesitaba humillarme para sentirse competente y me conformaba. Es como si le imaginara sodomizándome para su propia satisfacción. ¡Ahí lo tiene! ¡Un niño sonriente con el culo ensangrentado! (Gritando y con tono amenazante). ¿Me entiende o no? (Pausa). Cuando aguanta la respiración así sé que le estoy afectando.

Considero mi primera intervención tras el lapsus del paciente como una interpretación próxima a un significado implícito obvio. De un modo característico en él, después de permitirse cierto regocijo en su transferencia idealizada de objeto-self, tuvo que invocar una imagen calamitosa (el niño del gueto). En esta sesión preferí no explorar este cambio temático. Tomé como un signo positivo la libertad del paciente en la expresión de su odio vengativo y sus fantasías masoquistas. Su intensa ambivalencia hacia las figuras paternas se hizo evidente, así como las reacciones defensivas contra sus dolorosos sentimientos de impotencia.

La última interpretación de una defensa me hizo pensar en la máxima de Kris (1951) de que “la interpretación se dirige al mecanismo protector y la reacción revela el impulso del que el paciente estaba protegiéndose” (p.21). Sin embargo, he de reconocer que señalé al paciente los aspectos psicogenéticos de su agresividad (la rabia al padrastro) también para darme un respiro en la situación de intensidad transferencial que, según creo, había generado mi abordaje. El paciente detectó correctamente la ansiedad contratransferencial en mi pausa respiratoria. En este breve material no hay interpretación de su probable deseo de ser arrollado por mí. Posteriormente, gran parte del análisis se centró en sus actos sádicos de intimidación y en sus deseos y temores transferenciales de una rendición pasiva.

Viñeta 3

Mujer divorciada de 34 años. El siguiente material es de la sesión 417 de un análisis de cuatro días por semana.

A: (Tras un silencio de cinco minutos). Guardándose sus pensamientos se está Vd. protegiendo.

P: ¡Venga, pues introduzca un tema! ¡Debería estar Vd. empujándome, forzándome!

A: Si fuese yo quien introdujera un tema no veríamos qué tenía Vd. en mente ni qué le impedía verbalizarlo. Además, fíjese en que está Vd. intentando animarme a que la fuerce. 

P: ¿Y qué? Mi mente se queda vacía. (Pausa) Estaba pensando en algo trivial. Ayer nos fumamos un canuto Rafael y yo, y luego nos fuimos a cenar. (Relató detalles del restorán). Luego empezamos a hablar de jacuzzis y playas nudistas, y me sentí increíblemente incómoda. De niña, en casa, nunca nos veíamos desnudos. (Describió los rituales de su familia en el baño). Y sigo sintiendo lo mismo, que mi cuerpo no es para nadie, sino para Falo[4], es decir, para Rafael. (Con una risa embarazosa se defendió diciendo que sabía bien que los analistas estábamos interesados en significados sexuales ocultos). Sea como fuere, todavía soy muy conservadora en mi manera de vestir.

A: Y en su manera de hablar.

P:  Sí, prefiero hablar así.

A: Eso no significa que todos sus pensamientos sean conservadores.

P: Pues no sé cuáles.

A: Necesitó desechar aquí la obvia asociación de ‘Falo’ porque le pareció embarazosa. (La analizada miró sus piernas y se bajó la falda, acción que le señalé).

P: Este jueves tengo que ir a un jurado y no estoy segura de que pueda llegar a tiempo a la sesión.

A: ¿Se ha dado cuenta de que justo después de mi comentario sobre la atención a su falda pensó en estar lejos de aquí?

P: ¿Está sugiriendo que me visto para Vd. igual que me visto para Rafael?

A: No, pero la verdad es que su asociación puede darnos que pensar. Lo que quería decirle es que echa Vd. tierra encima a ciertos sentimientos que experimenta aquí, en frente de mí.

P: Preferiría verle como una máquina o como un eunuco.

A: ¿Qué peligro corre Vd. si no me ve así? 

P: Podría verle entonces como una especie de corruptor. Es curioso, ah, pero lo que temo, ah, es que empezara a gustarle. Desde niña aprendí a ser cautelosa. En casa sentía una tensión horrorosa con mis padres. Lo que voy a decir es embarazoso, pero de verdad sentía que podía convertirme en un imán para los hombres y que tendría que mantenerles a raya toda mi vida.

A: Quiere decir que ellos serían los únicos interesados en acercarse.

P: ¿Qué significa eso de ‘los únicos’? Ah, creo que está Vd. implicando que también yo podía haber estado secretamente interesada. Mmm. Bueno, el hecho es que he tenido un marido y bastantes novios.

En esta analizada, con un carácter histérico, resultaron bastante evidentes ciertos mecanismos de represión y proyección. Respondiendo a intervenciones cercanas a la superficie, verbalizó un material sexual expresado claramente en la transferencia, acompañado de una elaboración basada en recuerdos extratransferenciales y genéticos. Como Anna Freud (1936) nos recordó, “los impulsos del ello...están dotados de una fuerza ascensional propia, de una permanente tendencia a aflorar a la consciencia y satisfacerse, [enviando] sus derivados hacia la superficie” (p.41). Los diferentes abordajes técnicos parecen tener grados distintos de eficacia a la hora de atraer estos derivados a la superficie clínica con un mínimo de influencia extrínseca.

Mi última intervención podía haberse dirigido, alternativamente, al temor de la paciente de que “empezara a gustarme”, o a su sensación embarazosa de ser “un imán para los hombres”. Es difícil sintetizar el material que juzgamos pertinente, la carga afectiva transmitida en la prosodia y las referencias culturalmente sintónicas que pueden inducir a un analista a optar por una interpretación en vez de otra en un momento preciso y en una sesión determinada. Aquí deseaba subrayar mi evitación de conjeturas interpretativas al “estilo topográfico” que pudiesen haber aludido a posibles fantasías de violación, deseos exhibicionistas ocultos, impulsos castrantes u otras “ideas sobrevaloradas” (Britton y Steiner, 1994).

Viñeta 4

Médico casada de 33 años. El texto es de la sesión 896 de un análisis de cinco horas semanales.

P: De niña creía de verdad que mi padre me pertenecía y mi madre me lo había arrebatado con malas artes; y ese es el motivo por el que sueño tan a menudo con ladrones que me roban cosas, pero lo que estoy diciendo es una bobada.

A: Me parece que prefiere pasar por alto esa asociación.

P: Bueno, no sé si la he leído en algún sitio. Me imagino que si Freud me estuviese escuchando, diría, “¿Es Vd. tonta? ¿Es que no ha oído nunca del complejo de Edipo?” Y yo le respondería a continuación... (La paciente emitió una serie de réplicas manidas.) Entonces Freud me gritaría, “Si eso es lo que piensa, ¡largo de aquí!” –pero al final le convencería de que él estaba equivocado.

A: Quiere decir que entraría con él en ese tira y afloja que tanto le gusta jugar, saliendo ganadora.

P: Sí, es el viejo tema de considerarme la chica más lista del barrio. Esto me recuerda a una situación con mi otra analista. (Pausa). Cuando le conté el sueño de la cagarruta que tenía forma de pene, me interpretó inmediatamente, “Claro, y Vd. no quiere que ningún hombre le meta dentro una mierda.” Ella pensaba que era una interpretación astuta, pero eso no era lo que yo tenía en mente. En el sueño el excremento había salido de mí. Ella creía que era una especie de detective perspicaz. En la consulta tenía un montón de viejas fotos de Freud. A mí eso me parecía un culto a la personalidad inadecuado. Esta mujer me daba lástima... Probablemente nunca se había casado. Intentaba demostrarme sus conocimientos con demasiada frecuencia y a mí me parecía bastante burda.

A: Y, como me mencionó hace tiempo, nunca se animó a decirle nada al respecto.

P: Exacto. Habría herido demasiado sus sentimientos. (Pausa). Por lo general, la escuchaba en silencio y luego añadía algo que parecía confirmar su opinión, poniéndola así contenta.

A: Y sintiendo por dentro desdén y superioridad.

P: (Asintió con la cabeza). (Pausa). Anoche soñé otra vez que me habían robado el bolso porque lo dejé de la mano. No me importa regalar cosas, pero no soporto la idea de que nadie se lleve cosas mías. Me acuerdo de cuando al principio solía llegar temprano a la sesión y me hacía Vd. esperar en la salita de espera.

A: ¿Qué le ha hecho pensar en eso?

P: Es como si Vd. hubiese pensado que quería robarle unos minutos. (Pensativa). Mm, bueno, quizás había algo de cierto en eso. (Pausa). En los sueños esos de los bolsos siento como si me arrancaran una parte de mi cuerpo. Asocio el robo a la pérdida de mi virginidad -algo irreparable que fue culpa mía. Me acuerdo de la cara de mi madre cuando le dije que me había metido el dedo en la vagina. Parecía abochornada y alarmada, como si yo hubiese arruinado algo. Más tarde oí a mis tías hablar de una membrana que teníamos las chicas ahí abajo y pensé, ‘La he debido romper con el dedo’. Pero no sé, la verdad es que un bolso no se parece para nada al himen. (Pausa). Lo que me viene ahora a la mente es el día cuando mi madre dejó el bolso en lo alto del armario. Tenía yo siete años y sabía que estaba ocultándome algo. Me subí a lo alto y le abrí el bolso para ver qué secreto escondía. Lo que me encontré fue una compresa ensangrentada.

Objetiva o no, la descripción de la analizada de las interpretaciones de su primera analista se ajusta a una técnica topográfica típica. Sus reacciones de inhibición y secreto desprecio parecen, asimismo, una consecuencia característica de este abordaje. Es imposible no oír resonancias transferenciales en su descripción del “otro analista” y en su enfrentamiento imaginario con Freud. Sin embargo, esto no significó que juzgase yo oportuno –ni, menos aún, urgente- interpretar esas inferencias en esta coyuntura.

La paciente evidenció elementos de su complejo femenino de castración y de sus fantasías edípicas de un modo que consideré bastante libre de influencia teórica. La paciente no había relatado antes el último recuerdo de la sesión. Me congratulé de haber resistido la tentación de formular conclusiones interpretativas ‘prefabricadas’ respecto a la conexión onírica ‘bolso = genital castrado’ (‘una parte arrancada del cuerpo’), porque su asociación habría perdido entonces una parte importante de su espontaneidad. Como señaló Freud (1912), los analistas “obtenemos los mejores resultados...dejándonos sorprender por cada nueva orientación y actuando libremente, sin prejuicio alguno” (p.1656). El material subsiguiente nos proporcionará, por así decir, los ladrillos con los que asistir al paciente a hacer reconstrucciones válidas.

Discusión

En un trabajo anterior (Paniagua, 2001), expuse cómo el cambio de la técnica topográfica a la estructural no supuso que el psicoanálisis dejase de estar inherentemente interesado en lo inconsciente. En este artículo he tratado de poner énfasis en el hecho de que, con dicho cambio, el análisis tampoco cesó de estar interesado en el ello. La comprensión de las motivaciones tras las resistencias yoicas inconscientes del paciente despejó el camino para que el material pulsional pudiese emerger con mayor espontaneidad. Esto, a su vez, nos permitió llevar a cabo un análisis más eficiente del ello.

Probablemente, esta espontaneidad es lo que mejor explica la experiencia de sorpresa en el analista, uno de los rasgos más distintivos de la técnica basada en la segunda tópica freudiana. En efecto, esta técnica facilita la obtención de hallazgos por parte del propio paciente, siendo éstos los que suelen producir sorpresa en el analista, una cuestión elaborada por Smith (1995), Schlesinger (2003) y Paniagua (2006). Este elemento de sorpresa parece representar una garantía de que el material clínico es más un resultado de las asociaciones del paciente que una respuesta a las conjeturas del analista verbalizadas como interpretaciones.

La introducción de la técnica estructural no implicó que nuestro interés como analistas se dirigiera a la exploración exclusiva de las funciones yoicas en vez de a la de las pulsiones instintuales. Lo que esta innovación supuso fue que comenzamos a prestar atención a la interacción entre las pulsiones inconscientes y las defensas también inconscientes. Resultó entonces evidente que enfocar la atención sólo sobre lo uno o lo otro era como intentar dar palmas con una sola mano, y que nuestra labor analítica debería oscilar, de acuerdo a la feliz frase de Freud (1937), “igual que un péndulo, entre un fragmento de análisis del ello y otro del análisis del yo” (p.3354). Después de la introducción de la teoría estructural, la técnica psicoanalítica se hizo más amplia, posibilitando no sólo la comprensión de los mecanismos de defensa, sino también una exploración más fiable de las pulsiones. Acertadamente, Apfelbaum y Gill (1989) comentaron que “Freud presentó el análisis del yo no como una tarea sofisticada previa al análisis del ello, sino como un nuevo abordaje a los contenidos del ello” (p.1073).

En sus Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis (1933), Freud mismo recordó que los objetivos post-estructurales del psicoanálisis eran, “robustecer el yo, hacerlo más independiente del superyó, ampliar su campo de percepción y desarrollar su organización, de manera que pueda apropiarse de nuevas partes del ello” (p.3146). A esas partes del ello que antes habían estado reprimidas y expresadas como síntomas se les abre entonces la oportunidad de descarga o de sublimación. Un yo con una “función sintética” (Freud, 1926; Nunberg, 1931) competente utilizará los derivados del ello, antes inconscientes, para obtener transacciones progresivamente adaptativas –lo que equivale a decir que, en un buen análisis, las síntesis del paciente resultarán cada vez menos patológicas y su comprensión del funcionamiento mental se aproximará gradualmente a la objetividad.

¿Por qué ha resultado difícil conceptuar la técnica psicoanalítica dentro de un marco estructural a pesar de las ventajas que éste ofrece? Gray (1982) pensó que existían varias razones que daban cuenta de este “retraso en el desarrollo”. Descollante entre ellas estaba la contrarresistencia a la transferencia. En efecto, la transferencia de afectos e impulsos se revela más vivamente con el nuevo abordaje. Además está la desmesurada gratificación suscitada por el hecho de “ponerle nombre a los derivados pulsionales de otro ser humano” (p.640). Gray concluyó que este “poner nombre” (i.e., interpretar) implicaba para el analista ciertos beneficios vicariantes de naturaleza instintual.

Ciertamente, los contenidos del ello son magnéticos, pero también pueden ser imponentes y temibles, en cuanto a su potencial para que en la escucha analítica se despierten toda suerte de tendencias instintuales y de angustia. Gray (1982) escribió elocuentemente acerca de “la vulnerabilidad narcisista del analista al ello del paciente” (p.651). Esta vulnerabilidad se acentúa cuando quiera que el analista es sujeto a la variedad específica de derivados pulsionales que puede evocar el uso de una técnica estructural. El problema se hace aun más pronunciado cuando la expresión de dichos derivados se manifiesta a través de “una libertad creciente...en las percepciones de las realidades externas” (Gray, 1973, p.483), lo que para el analizado incluye las características verificables del analista.

En la labor analítica, el clínico se ve asistido por la propensión natural de las fuerzas instintuales a plasmarse en la conducta, tanto la verbal como la no verbal. El ello constantemente “pugna por abrirse paso hasta la conciencia” (Freud, 1909, p.1427), pero las interpretaciones “profundas” típicas de la técnica topográfica tienden a ser indebidamente co-creativas en lo referente a las manifestaciones pulsionales del paciente. A mi parecer, ni la “fascinación con el ello” ni la “resistencia universal a una asimilación auténtica de ciertos conceptos referentes al yo” (Gray, 1982, pp.622-623) bastan para explicar una adhesión, que dura ya un siglo, a esta técnica. Creo que el peculiar atractivo de su característica invocación de unos elementos del ello que se toman como evidentes procede de otras motivaciones poderosas de naturaleza irracional.

Primero, señalemos que la técnica pre-estructural gratifica más directamente los deseos de omnisciencia y omnipotencia del analista. Suele darse por supuesto que una sintonía adecuada con las fantasías subyacentes del analizado permite al analista eludir la incertidumbre, accediendo así a las profundidades del alma humana. Busch (1995) hizo el siguiente comentario:

“Mientras que los científicos y filósofos pueden dedicar toda una vida a la búsqueda de un pequeño fragmento de la respuesta a los grandes misterios de la Humanidad, nosotros creemos llegar a respuestas de este tipo a diario, si no varias veces al día, cuando nos centramos seriamente en nuestra labor” (p.118).

En segundo lugar, el sentimiento de satisfacción epistémica proporcionado por este abordaje va pari passu con la evitación de esas manifestaciones vivas e imprevistas del ello potencialmente perturbadoras para la homeostasis psíquica del analista, especialmente cuando atentan contra su narcisismo. Ya en 1941, Fenichel señaló que, en la práctica clínica, nada hay más delicado para el analista que su vulnerabilidad narcisista. Pero eso no es todo: la predilección de la técnica topográfica por “poner nombres” o interpretar, en vez de explorar analíticamente los contenidos del ello no patentes, como podrá comprenderse, la convierte también en un campo abonado para la proyección defensiva de las fantasías y dinámicas del analista.

Puede uno recordar aquí la definición de Hartmann (1959) del análisis como “el estudio sistemático del autoengaño y sus motivaciones” (p.20). Este fenómeno proyectivo resulta aun más visible cuando las exégesis analíticas se aplican, fuera del ámbito clínico, a manifestaciones culturales, históricas o artísticas. La opción por un abordaje topográfico se ha suplementado a veces con la racionalización de que la adhesión a la posterior técnica estructural, que analiza cuidadosamente el conflicto a través de su estratificación defensiva, es poco imaginativa –e incluso, quizás, una señal de inhibición.

Además, no hay que olvidar que con las técnicas psicoanalíticas primitivas –así como con muchas otras formas de tratamiento- puede conseguirse internalizaciones beneficiosas. Hace más de medio siglo que Glover (1955) llegó a la conclusión de que las interpretaciones profundas inexactas o incompletas resultaban terapéuticas por sus componentes sugestivos. Estas interpretaciones “pseudo-profundas” pueden ser recibidas favorablemente por el analizado, quien, de modo inconsciente, las ve como una oportunidad para evadir la exploración de significados dolorosos más auténticos. La contrarresistencia del analista puede resultar así empeñada en una colusión inadvertida con la resistencia del paciente. Esta resistencia estará predicada no sólo en la predisposición del paciente a ahorrarse afectos displacenteros, sino también en la gratificación de anhelos pasivos de sometimiento al ascendiente parental del analista. Esta interacción transferencial-contratransferencial encaja insensiblemente con el deseo regresivo –sancionado por la tradición médica- de ser tratado por un doctor que todo lo sabe. A veces subestimamos el deseo de dependencia de los pacientes. Freud (1910) nos recordó, “La inmensa mayoría de los hombres es incapaz de vivir sin una autoridad en la que apoyarse” (p.1567).

Adicionalmente, estas atractivas “ventajas” de la técnica topográfica, a pesar de su irracionalidad, se han visto apoyadas por una poderosa inercia histórica: fue la técnica preferida por Freud a lo largo de su carrera profesional, así como la empleada por muchos de nuestros admirados pioneros y modelos (cf. Bergmann y Hartman, 1976; Lohser y Newton, 1996; Roazen, 1995). No es de extrañar entonces que la técnica ulterior para el análisis del ello, derivada de la teoría estructural freudiana, se viese relegada a un lugar que no corresponde con sus méritos.       

 

  Algunos colegas expresan objeciones a la vinculación del análisis de las defensas de Anna Freud con la técnica adoptada por los psicólogos del yo radicados en Norteamérica. Sin embargo, ella misma escribió acerca de la correlación de estos abordajes (1952, 1954, 1966).[2]

  Ver Ronningstam (2006) sobre el estudio de significados y manejo de los silencios en distintas culturas.[3]

Nombre familiar usado ocasionalmente por su novio. [4]

 


 

Bibliografía

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