aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 030 2008 Revista Internacional de Psicoanálisis en Aperturas

El campo implícito en las parejas y la terapia de pareja

Autor: Shimmerlik, Susan

Palabras clave

El campo implicito en las parejas y la terapia de pareja.


"The implicit domain in couples and couple theray" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Dialoges, 18: 371-389, 2008.

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató

En este momento de la evolución de nuestro campo, los desarrollos en el psicoanálisis y los sistemas familiares, así como los hallazgos de la neurociencia cognitiva y la investigación en desarrollo infantil, apuntan a convergencias en nuestra comprensión de la experiencia humana. Un punto central de convergencia ha sido la comprensión de modos implícitos de experiencia, concretamente en lo que se refiere a la comunicación afectiva. A través de la lente de las parejas y la terapia de pareja, este artículo examina cómo el patrón de las relaciones de pareja y familiares, tiene lugar en el campo de la puesta en acto, mediante procesos de comunicación implícitos, no conscientes. Con la comprensión de que en la naturaleza de la experiencia implícita está el que debe ser puesta en acto para acceder a ella, este artículo sostiene que algo de lo que se almacena en el campo implícito permanece incrustado y puesto en acto en las relaciones más íntimas de una persona y por tanto sólo se puede acceder a ello dentro del contexto de esas relaciones. Este artículo explora, por tanto, algunas de las implicaciones de los procesos implícitos en lo que se refiere a la tríada del terapeuta y la pareja en la terapia de pareja.

 

En este punto de la evolución de nuestro campo, los desarrollos en psicoanálisis y en los sistemas familiares, así como los hallazgos de la neurociencia cognitiva y la investigación en desarrollo infantil señalan a convergencias en nuestra comprensión de la experiencia humana. A través de la lente de las parejas y la terapia de pareja, este artículo aborda un punto crucial y crítico de convergencia, es decir, la comprensión de los modos implícitos de experiencia, concretamente en lo que se refiere a la comunicación afectiva. El estudio de la relación psicoanalítica, la relación infante/cuidador, y la relación de pareja adulta, tienen cada una su contribución única para la comprensión de la complejidad de los procesos diádicos. Es más, al mirar a las relaciones diádicas, necesitamos tener en mente que las díadas no existen aisladas, sino que forman parte de configuraciones más amplias. Aunque la díada es la unidad más pequeña de interacción a estudiar, los principios que las caracterizan también caracterizan los sistemas de tres o más personas (p. ej. Bowen, 1978). Comienzo este artículo examinando los procesos de comunicación implícita en la díada fijándome en estos procesos en las parejas. Luego amplío la lente examinando los procesos implícitos en el sistema de tres personas de terapeuta y pareja y en su papel central en el proceso terapéutico. Aunque mi foco se encuentra en los procesos implícitos en las parejas y en la terapia de pareja, focalizar en las parejas puede ayudar a ampliar nuestra comprensión del lugar cada vez más importante de los procesos implícitos en la teoría psicoanalítica y en la práctica del psicoanálisis.

Comencemos con un ejemplo clínico. Estoy sentado con una pareja, Debbie y Bob, ambos profesionales de éxito, y ambos desesperados por las dificultades que están afrontando en este que, para los dos, es su segundo matrimonio. Él se presenta como distante y desconectado, con una capacidad de reflexión extremadamente limitada.  Bob a menudo no está concentrado en la sesión, espera a que Debbie plantee las cuestiones pero luego se enfurece con facilidad si siente que ella ha planteado algo mal. Debbie es muy emocional y extremadamente reactiva y le cuesta mucho contener sus reacciones hacia Bob. Su relación se ha caracterizado por enfrentamientos y escaladas acaloradas en cada momento decisivo de su relación. Al principio de nuestro trabajo, cuando comenzamos a hablar de su familia, le pregunté a Bob cómo entiende él la llamativa discrepancia entre su descripción de su relación distante con su hermano hoy en día y la estrecha relación que tuvieron de niños. Bob parece desconcertado, tal vez algo confuso, aparentemente un poco más cerca de alguna experiencia interna. Por un momento, percibo su vulnerabilidad. Luego, en unos segundos, Debbie comienza a sollozar. Él se vuelve hacia ella, como fascinado, mostrando confusión acerca de qué le sucede, y el momento de él para abrirse se pierde. ¿Cómo podemos entender esto? ¿Cómo es que en cuestión de segundos el dolor al que él está comenzando a acceder parece estar ubicado en ella?

Actualmente existe un importante cuerpo de literatura que emerge de la neurociencia y de la investigación de la relación infante/cuidador que conceptualiza y documenta el desarrollo como un proceso recurrente  en el que los procesos neurobiológicos, relacionales e intrapsíquicos se influyen mutuamente los unos a los otros. En estos modelos, la relación infante/cuidador se conceptualiza como un sistema (p. ej. Beebe, Jaffee & Bachmann, 1992; Sander, 1983, 2000; Tronick, 1989) en el que se considera que la experiencia interna emerge de la experiencia relacional y está inextricablemente unida a ella. Estos modelos enfatizan la importancia de la regulación mutua en la relación temprana infante/cuidador (Schore, 1994; Tronick, 1989). Estas interacciones reguladoras se consideran bidireccionales, es decir, la influencia de ambos participantes es mutua, aunque no necesariamente simétrica, y se caracteriza por el microintercambio de información mediante sistemas perceptuales y despliegues afectivos (Stern y col., 1998; Tronick, 1989) que da lugar a patrones de interacción identificables (Beebe y col., 1992). Estas comunicaciones se llevan a cabo mediante la sincronía de conductas en campos no verbales: tono de voz, ritmos vocales, movimientos corporales, y gestos, concretamente expresiones faciales. Mediante estas comunicaciones, que pueden tener lugar en menos de medio segundo (Beebe, Lachmann & Jaffe, 1997), el cuidador ayuda a regular los estados de excitación del infante, pavimentando el camino para el desarrollo gradual de la capacidad de autorregulación del infante.

Para entender este proceso es crucial el papel de la memoria. Ahora está bastante fundamentado el que diferentes tipos de memoria tienen lugar en diferentes partes del cerebro y que debe distinguirse la existencia de, al menos, dos sistemas de memoria, la memoria explícita y la implícita (Schachter, 1996). La memoria explícita, o declarativa, es la memoria de conocimiento factual consciente y de acontecimientos autobiográficos e incluye la memoria narrativa. La memoria implícita, por otra parte, es una forma temprana de memoria que no requiere procesamiento consciente. Es la memoria que implica la codificación directa de la experiencia en representaciones somáticas, perceptuales, emocionales y conductuales; permanece fuera de la conciencia; y se piensa que no implica un sistema interno de recuerdo (Siegel, 1999). Una forma de memoria implícita es la memoria procedimental, que tiene que ver con patrones de respuestas de acción tal como montar en bicicleta. Lo que es crítico para la presente discusión es que ahora se cree que comenzando en la temprana infancia, la información afectiva y relacional se comunica, se procesa y se almacena mediante el sistema implícito o procedimental, algo a lo que Lyons-Ruth (1999) y Stern y col. (1998) se refieren como “conocimiento relacional implícito”. Amini y col. (1996) sostuvieron que durante el intercambio vital de señales entre infante y adulto se detectan, extraen, codifican y almacenan patrones subyacentes y regularidades en la relación de apego. Así, el infante que está creciendo adquiere conocimiento relacional implícito relativo a cómo son las relaciones y a cómo se dirigen de modos que nunca fueron conscientes.

Cada vez hay más pruebas de que a lo largo de la vida continuamos procesando, almacenando y comunicando sin darnos cuenta información relacional, afectiva, mediante el sistema implícito, o a lo que Lyons-Ruth (1999) se refiere como el campo de la puesta en acto (enactive). Según Lyons-Ruth (1999) “el aprendizaje implícito, operando fuera de la conciencia, es fundamental para el funcionamiento adulto complejo…” (p. 588). Este campo implícito o de puesta en acto puede contrastarse con el inconsciente dinámico. En pos de la claridad, y acorde con alguna de la literatura actual (p. ej. Boston Change Process Study Group, 2005, de aquí en adelante BCPSG), uso los términos implícita, de puesta en acto o no consciente indistintamente en cierto modo. Reservo el término inconsciente para referirme al inconsciente dinámico, es decir, lo que una vez fue consciente.

Actualmente existe un cuerpo cada vez mayor de literatura psicoanalítica que intenta aplicar estas ideas a la relación de transferencia/contratransferencia (p. ej. Beebe, Knoblauch, Rustin & Sorter, 2005, Beebe y Lachmann, 1998, 2002; Clyman, 1991; Fosshage, 2005; Schore, 2003; Siegel, 1999; Stechler, 2000; Stern y col., 1998). Stern y col. (1998) hablaron de los “conocimientos implícitos, estables, entre analista y analizando, sus mutuas percepciones y aprehensiones del otro” a lo que se refieren como “relación compartida, implícita” (p. 917), conocimientos que tienen implicaciones para el cambio terapéutico mediante su transformación en la relación terapéutica.

Sin embargo, este marco emergente ofrece un importante vínculo para comprender los complejos procesos comunicativos en familias que ofrecen el contexto de desarrollo humano a lo largo de la vida.

Volviendo a Bob y Debbie, lo que los tres llegamos a entender con el tiempo es que lo que yo había presenciado era una secuencia afectiva interactiva muy establecida, mutuamente construida, llevada a cabo mediante el campo implícito o de puesta en acto, en el que Debbie está muy sintonizada con el dolor de Bob y éste cuenta con ella en cierto modo para que los distraiga, permitiéndole a él no sentir su dolor y permitiéndole a ella sentir su dolor a través de él. Bob se queja de la intensa reactividad de Debbie pero se siente más seguro teniéndola a ella para expresar sentimientos a los cuales él tiene acceso limitado y que lo hacen sentir fuera de control. Por otra parte, aunque ella se queja de la distancia y la insensibilidad de Bob, se siente extremadamente ansiosa cuando él muestra de algún modo su vulnerabilidad. Sentir que él tiene un dolor desencadena en ella experiencias de responder y cuidar a su madre deprimida y discapacitada y a su hermano pequeño cuando su padre se marchó, dejándola sin la oportunidad de expresar sus propias necesidades. Este proceso entre ambos sirve a funciones de regulación del afecto. Con el tiempo, Debbie y Bob han llegado a sintonizar de forma exquisita con lo que ellos mismos y el otro pueden tolerar. Cuando Bob se siente ansioso o vulnerable, sabe a cierto nivel qué puede hacer para desencadenar la reactividad de Debbie, lo que lo ayuda a no reconocer la vulnerabilidad como propia y le permite a ella expresar su dolor de un modo que a ella misma le parece que es por Bob.

Esta formulación de un proceso recursivo mutuamente construido, representa un aspecto central del enfoque de sistemas familiares. A lo que los terapeutas de familia siempre han prestado atención es a observar la conducta en el contexto de patrones de relación, y concretamente la secuencia reiterativa de conductas entre personas en las interacciones y cómo estas adquieren propiedades de auto-reforzamiento (p. ej. Haley, 1976). Sin embargo, la comprensión del procesamiento, almacenaje y comunicación de información en el modo implícito nos da ahora un modo de comprender las posibles vías mediante las cuales se desarrollan, se organizan y se mantienen estas interacciones de complejos patrones. Lo que ayuda a vincular estas dos corrientes de pensamiento es incluir en el término “conducta” toda la gama de fenomenología de la experiencia, es decir, la secuencia de percepciones, pensamientos, reacciones fisiológicas, afectos etc. añadidos a la conducta externa según tienen lugar entre las personas.

Volviendo a la pareja, ahora podemos considerar cómo los mensajes implícitos se envían y se registran fuera de la conciencia de la pareja y el terapeuta. Así Bob tal vez sólo es confusamente consciente del dolor que se registra con él antes de que Debbie se haya hecho cargo de él y rompa a llorar. Ella y yo ahora sentimos una gestalt de toda la información implícita que él está comunicando: su cambio de postura, el cambio en su expresión facial, su silencio cada vez mayor que representa una experiencia escasamente simbolizada, o nada en absoluto, para él. Desde su perspectiva, podemos pensar en esto como un afecto “potencial”, uno que ha sido cortado desde su desarrollo, tal vez similar al “conocimiento no pensado” de Bollas (1987), una experiencia potencial que continua hasta ser cortocircuitada dentro del contexto de su relación. Para ella, esto se registra casi instantáneamente. Schore (1994, 2003) ha citado investigación que sugiere que las expresiones faciales de afecto pueden registrarse en fracciones de segundo.

Es interesante que los hallazgos recientes sobre las neuronas espejo ofrecen alguna comprensión sobre cómo estos procesos tienen lugar tan rápidamente. Las neuronas espejo son neuronas, descubiertas por primera vez en los macacos, que se encenderán si uno está haciendo una actividad concreta, como coger comida, o si uno está observando a alguien hacer esa misma actividad (Gallese, Fadiga, Fogassi & Rizzolatti, 1996; Rizzolatti, Fadiga, Gallese &Fogassi, 1996). Estudios recientes han demostrado la presencia de un sistema de neuronas espejo en el cerebro humano (para una revisión, ver Rizzolatti, Fogassi & Gallese, 2001). Ahora hay algunas pruebas que sugieren que la activación de las neuronas espejo es más probable si la conducta que se observa forma parte del repertorio del observador (p. ej. Buccino y col., 2004; Calvo-Merino, Grezer, Glaser, Passingham, & Haggard, 2006). De modo que podemos considerar que mientras que Debbie siente que su dolor es por Bob, está claro que también está accediendo al suyo, un dolor que nunca se permitió expresar de niña.

Lo que es crucial aquí es que estamos hablando de una forma de procesamiento, de memoria y comunicación que no se ha simbolizado, que está fuera de la conciencia y que puede tener lugar en fracciones de segundo. También estamos hablando de interacciones muy pautadas. Goldstein y Thau (2004), trabajando dentro de un modelo de terapia de pareja basado en el apego, resaltó cómo los esquemas de apego de la infancia “se vuelven redes de memoria procedimental implícita, no consciente, que se evocan en las experiencias interpersonales, concretamente en las relaciones de apego” (p. 216) y cómo el patrón interactivo dentro de la pareja puede servir a las funciones reguladoras del apego que “son la base del aumento o la disminución de la conexión emocional entre los miembros de la pareja” (p. 222).

Beebe y Lachmann (2002), al discutir las aplicaciones de la investigación en infantes al tratamiento adulto, subrayaron el concepto de coordinación. Afirman: “La coordinación bidireccional (o ‘influencia’) se refiere a la probabilidad de que la corriente conductual de una persona puede ser predicha por la del otro, y viceversa” (p. 210). Es decir, para cada uno de los participantes “los patrones de expectativas se construyen mediante la secuencia de las acciones propias en relación a la del compañero…” (Beebe, Jaffe, Lachmann, Feldstein, Crown & Jasnow, 2000, p. 103). Según Beebe y col. (2000) la variable crítica en la coordinación no es el acoplamiento sino la predictibilidad, es decir, por ejemplo, lo predecible que sería la conducta de Bob a partir de la de Debbie, aun cuando sean conductas diferentes.

El trabajo de Beebe, Jaffe, Lachmann, Feldstein, Crown & Jasnow (2000) sobre la coordinación del ritmo vocal es un interesante ejemplo de una dimensión de la coordinación en el campo implícito. Basándose en la idea de Sander (1977) del ritmo como crucial para la coordinación, estudiaron el ritmo en las interacciones infante-cuidador. El ritmo es definido como incluyendo “pausa, interrupción y su resultado, turnos, velocidad del habla y la pausa que sigue al final del turno de una persona y supone el comienzo del turno del compañero” (p. 100). Rastreando el proceso momento a momento, describieron tres gamas de coordinación, cada una de ellas asociada con diferentes patrones de apego y predictivas de patrones de apego al año. En el grupo con un bajo grado de coordinación, cada participante se comportaba de forma relativamente independiente del otro, de forma similar a lo que los terapeutas de familia describirían como desconectado (Minuchin, 1974). Este grupo se asoció con un patrón evitativo de apego en el infante. El grupo con un alto grado de coordinación se asoció con los patrones de apego ansioso resistente y desorganizado. En este grupo, los participantes eran vistos como “enganchados, demasiado vigilantes, demasiado predecibles (contingentemente sensibles)” (p. 113), a lo que los terapeutas de familia se referirían como enredado (Minuchin, 1974). El grupo con un grado medio de coordinación se asoció con el patrón de apego seguro. De hecho, Bebbe y col. (2000) sostenían que la coordinación de grado medio es óptima en tanto que permite la flexibilidad, variabilidad e incertidumbre y por tanto permite que entre nueva información, haciendo posible las transformaciones de la relación.

Volviendo a la pareja, podríamos considerar que la interacción de Bob y Debbie recuerda la descripción del grupo demasiado estrechamente coordinado. El patrón de ritmo de la intensa reactividad de Debbie y la retirada y el silencio de Bob pueden entenderse como una manifestación de esto. Así, cuanto más se retira él, más reactiva se vuelve ella, cuanto más reactiva es ella, más se retira él hasta que explota en un enfado. En términos de la teoría de sistemas dinámicos, estas interacciones repetitivas tienen las propiedades de sistemas autoorganizativos (p. ej. Ghent, 2002) y adquieren vida propia. Es importante anotar aquí que mientras que la contribución de Bob es claramente más tranquila, él está muy sintonizado con Debbie y su retirada está calibrada, o coordinada, de acuerdo a sus respuestas. En otras palabras, el parecer insensible es una respuesta en la escalada entre ellos. Watzlawick, Beavin y Jackson (1967) hablaron de la imposibilidad de no comunicar, es decir, en presencia de otro toda conducta tiene un impacto comunicacional, lo pretendamos en algún nivel de la conciencia o no.

De hecho, hay una evidencia cada vez mayor de que la mayoría de lo que los individuos se comunican está fuera de la conciencia. Pally (2005), en su resumen de la investigación en neurociencia relevante para las formas de intersubjetividad, realizó varias aportaciones concretamente relevantes para esta discusión: 1) “En todas las fases del desarrollo, desde la infancia y a lo largo de toda la vida, la inmensa mayoría de la actividad cerebral tiene lugar fuera de la conciencia y, por tanto, es no verbal e implícita” (p. 194); 2) “La neurociencia enfatiza que los procesos no conscientes, no verbales, influyen en el nivel de excitación, emoción y conducta entre individuos que interactúan” (p. 195); y 3) “La investigación sugiere que muchas conductas no verbales están diseñadas de forma innata para desencadenar una conducta no verbal en los otros…” (p. 195).

Curiosamente, la velocidad en la que se producen estos intercambios comunicacionales puede ser parcialmente entendida extrapolando el hallazgo de Beebe y col. (1997) de que en las interacciones bidireccionales infante/cuidador existen en realidad dos contingencias que tienen lugar simultáneamente. “Es decir, antes de que se complete la conducta de uno de los participantes (extremadamente breve), el otro ya ha comenzado a tener una conducta” (p. 159). Pally (2005) sostenía que el “cerebro organiza las interacciones de un individuo más de acuerdo con las predicciones implícitas que con los acontecimientos reales” (p. 209). Así, tras interminables repeticiones, tanto Debbie como Bob pueden responder a la más ligera señal, en una especie de experiencia de “parte por el todo” (Bateson, 1972; White y Epstein, 1990). Así, por parte de Bob, podríamos decir que espera ser interrumpido por el disgusto de Debbie; podríamos incluso decir que cuenta con su interrupción e, incluso, la provoca para evitar su propia vulnerabilidad, es decir, para regular su propio afecto. Este tipo de elevada redundancia (Hoffman, 1982) no permite el acceso a nueva información y bloquea la ampliación de la autoconciencia reflexiva.

Estos procesos interactivos no son estáticos, sino que siempre están  fluyendo. Bateson (1972) habló de “la danza infinita de coaliciones cambiantes” (p. 241) para captar las fluctuaciones a menudo pequeñas que subyacen a la estabilidad de una organización relacional. Beebe y col. (2000) hablaba de cómo “la variación momento a momento es fundamental para la comunicación: ofrece un medio esencial para detectar al otro participante” (p. 101). El BCPSG (2002) discutiendo sobre la relación terapéutica, señalaba que la interacción momento a momento es cómo los individuos en una relación resuelven cómo estar juntos: “Las interacciones de dos participantes se construyen momento a momento en el proceso continuado mediante la continua creación de gestalts de las intenciones y estados propios y del otro” (p. 1054). En otra parte (BCPSG, 2005) se refieren a esto como los “momentos más tranquilos y cotidianos del compromiso” (p. 698). Podemos pensar estas fluctuaciones como un proceso regulador normal en las interacciones humanas que se produce en el campo implícito.

Si estos procesos comunicacionales implícitos están fuera de la conciencia, ¿qué relación hay entre el campo explícito y el campo implícito/de puesta en acto? Lyons-Ruth (1999), uniendo la investigación de la neurociencia cognitiva, el apego en infantes y el psicoanálisis, propuso un modelo de sistemas paralelos. En este modelo

Las representaciones afectivas y conductuales que guían las interacciones con los otros continúan hasta volverse más articuladas y complejas con el desarrollo, con la capacidad verbal recientemente adquirida incorporada  estrategias interactivas sin que estas estrategias como tales dependan de la articulación verbal (p. 601).

Es más, el BPCSG (2005) sugería que muchas formas de aprendizaje implícito son acerca de “cómo hacer cosas con palabras” (p. 697). Así, sostenía Lyons-Ruth (1999), mientras los campos implícito y explícito se influyen mutuamente el uno al otro, el aprendizaje en una arena puede tener escaso impacto en el aprendizaje en la otra.

Ya en 1967, Watzlawick y col. (1967) describían las paradojas inherentes en estos dos distintos campos al describir la distinción entre la comunicación digital, toscamente verbal y explícita, y la comunicación analógica, esencialmente lo que ahora llamamos lo implícito. Sostenían que cada modo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El lenguaje tiene una “sintaxis lógica muy compleja y poderosa pero carece de la semántica adecuada en el campo de la relación” (p. 67). Nos permite crear y transmitir significados sutiles y complejos pero es mucho más limitado en su capacidad para transmitir sentimientos. El lenguaje hablado es lento, lineal y extremadamente ineficaz en su capacidad de captar el proceso recurrente entre individuos. Y mientras que el lenguaje puede aclarar y ampliar la autoconciencia reflexiva, también puede oscurecer y distorsionar la experiencia con propósitos defensivos (D. N. Stern, 1985). Incluso en las mejores circunstancias, las narrativas, tanto individuales como compartidas, no pueden captar toda la experiencia vivida (Siegel, 1999; White y col., 1990) y las experiencias, tanto conscientes como fuera de la conciencia, que no encajan con esas narrativas, pueden permanecer “amorfas, sin organización y sin forma” (White y col., 1990, p. 12). Por otra parte, el tipo de comunicaciones implícitas, analógicas de las que estamos hablando también tienen límites. Como señalaron Watlzawick y col. (1967), al igual que en la dinámica inconsciente y en los sueños, no hay negativo, no hay subjuntivo, no hay distinción entre pasado, presente y futuro, y la abstracción es casi imposible.  Es más, mientras que el afecto expresado en un mensaje analógico/implícito puede ser certeramente registrado en el momento más breve, el complejo significado de dichas comunicaciones puede perderse, oscurecerse o malinterpretarse con facilidad dentro de un campo intersubjetivo.

Así que ¿cómo entender la naturaleza del cambio en el campo implícito? Lyons-Ruth (1999) sostenía que “el conocimiento de puesta en acto se desarrolla y cambia mediante procesos que son intrínsecos a este sistema de representación… y no se basan en la traducción de procedimientos en conocimiento reflexivo (simbolizado)” (p. 579). Es decir, uno tiene que intervenir en los procedimientos mismos. Es más, Lyons-Ruth (1999) afirmaba que “la organización de la memoria y del significado en el campo implícito o de puesta en acto sólo se vuelve manifiesta en el hacer” (p. 578). En otras palabras, puesto que estos intercambios implícitos tienen lugar fuera de la conciencia y puesto que se vuelven rápidamente pautas dentro de una relación, crean poderosos contextos de arraigo que no son accesibles fuera del contexto de la relación. Necesitan ser puestos en acto para poder acceder a ellos. Y puesto que nunca fueron conscientes, no pueden ser contados. Así, aspectos de la experiencia arraigados en estas relaciones centrales a menudo no son accesibles y no están disponibles para ser contados en el trabajo psicoanalítico individual.

La comprensión de los procesos implícitos en el trabajo de parejas se hace aún más compleja cuando consideramos la triada del terapeuta y la pareja. Mientras que un importante debate en la teoría psicoanalítica ha sido la relación entre la psicología  unipersonal y la bipersonal (p. ej. Aron, 1990; Ghent, 1989), la terapia de familia siempre ha considerado el sistema tripersonal, o triángulo, como la unidad básica de las relaciones interpersonales, con la idea de que las díadas siempre están incrustadas en configuraciones tripersonales más amplias. Al principio del desarrollo de la terapia familiar, Bowen (1978) sostenía que los sistemas bipersonales son inestables y que, bajo estrés, involucran a una tercera persona. Una de las ideas centrales de Bowen era que los patrones de triangulación no son estáticos y en sistemas de más de tres personas pueden implicar una serie de triángulos entrelazados. Describía, por ejemplo, cómo la ansiedad puede atravesar un sistema mediante estos triángulos entrelazados.

El trabajo al que he recurrido para comprender la comunicación implícita en parejas ha abordado principalmente los sistemas bipersonales, que ya de por sí son complejos de estudiar. Sólo hace relativamente poco se ha prestado atención a los procesos de comunicación afectiva implícita en sistemas tripersonales (ver p. ej. Fivaz-Depeursinge & Favez, 2006). Sin embargo, como hemos apuntado anteriormente, la comprensión del campo implícito ofrece una vía para comprender los complejos procesos comunicacionales en configuraciones más amplias que la díada, especialmente tal como éstos se manifiestan en las familias. Asimismo, lo que hemos aprendido sobre los procesos implícitos debe ser tenido en cuenta al comprender el contexto interpersonal tripersonal del terapeuta y la pareja.

Stechler (2003) ha subrayado recientemente la importancia de la presencia afectiva del terapeuta para que tenga lugar el compromiso real y, por tanto, el cambio. Sostenía que “el proceso terapéutico implica la especificidad de ser conocido y conocer al otro, aunque sea de forma incompleta. Se relaciona con un nivel de comunicación afectiva y sintonización que siempre es imperfecto y siempre cambiante…” (p. 725). Como sugiere la literatura sobre procesos implícitos en la relación psicoanalítica, mucho del compromiso afectivo del terapeuta tiene lugar fuera de la conciencia en el terreno no consciente. Mucho de esto es trasfondo, de nuevo, de lo que Beebe y col. (2000) hablaron sobre cómo “la variación momento a momento es fundamental para la comunicación” (p. 101). Sin embargo, al igual que en psicoanálisis, los fenómenos de transferencia y contratransferencia están presentes en la terapia de pareja (ver p. ej.  Solomon y Siegel, 1999) y adquieren significados ampliados con tres personas en la sala.

Una diferencia importante entre la terapia de pareja y la de familia, por una parte, y el psicoanálisis, por otra, es que mientras que el principal locus de cambio en el psicoanálisis está en la relación de transferencia/contratransferencia, en la terapia de pareja y familiar éste locus se halla en las relaciones dentro de la familia, aunque haya ocasiones en las que se deban abordar los fenómenos de transferencia/contratransferencia y éstos puedan facilitar el proceso terapéutico. Excede el alcance de este artículo abordar los numerosos modos en los que se manifiestan la transferencia y la contratransferencia dentro de la terapia de pareja, y las cuestiones relevantes a cuándo y cómo se abordan más productivamente con una pareja. Por ejemplo, más allá de la interacción de dinámicas de la pareja concreta y el terapeuta concreto, existen ciertos temas generales tanto desde la perspectiva del terapeuta como desde la de la pareja. Desde la perspectiva de la pareja, está la importante cuestión de qué significa para cada miembro de la pareja poner en acto su relación frente a una tercera parte y cómo eso influye en la dinámica tanto entre los miembros de la pareja como entre los miembros de la pareja y el terapeuta. Desde la perspectiva del terapeuta, están los numerosos significados de ser tanto participante como testigo de una relación potencialmente íntima en un proceso en el que, cuando todo va bien, el terapeuta se hace cada vez menos importante.

Lo que es crítico para esta discusión es comprender el papel del campo implícito en estos procesos y sus implicaciones para el transcurso de la terapia con parejas. Al igual que en psicoanálisis, necesitamos reconocer que mucho de lo que está sucediendo entre nosotros y los miembros de la pareja, así como entre los miembros de la pareja es tan incognoscible para nosotros en el momento en que sucede como lo es para la propia pareja. Volviendo al trabajo con Debbie y Bob, la comprensión de uno de los principales patrones organizadores en la pareja, descrito más arriba, evolucionó durante muchos meses de trabajo y ciertamente no estaba en absoluto claro en el momento  del incidente con el que abría este trabajo. Eso incluyó mi esfuerzo por comprender cómo mi participación implícita estaba influyendo y siendo influida por la pareja. Puesto que este proceso es tan rápido, a veces todo lo que podemos obtener es un vislumbre, una vaga conciencia de que algo pasa, similar a lo que D. B. Stern (1997) describió como “experiencia no formulada”. Esto se manifiesta a menudo en cambios de estado repentinos, entre uno o todos los participantes. El  incidente que describía al principio ocurrió tras varias sesiones en las que yo me daba cada vez más cuenta, y me sentía incómoda por ello, de un sentimiento de que el enfado y el disgusto de Debbie ocupaban gran parte de las sesiones y me resultaba difícil conectar con Bob. A pesar de mi determinación al final de cada sesión de ayudarla a contener su reactividad y de dedicarme a él, tras la sesión me sentía en cierto modo desconcertada, dándome cuenta de que otra vez ella se había convertido en el foco de gran parte de la sesión. En el momento del incidente que narré, no comprendí qué estaba pasando. De lo que me dí cuenta fue de un cambio repentino desde un compromiso incipiente con él y la percepción de su vulnerabilidad a verme de nuevo dedicada a ella, un cambio repentino de estado no sólo en la pareja sino también en mí. No creo que fuera la primera vez que sucedía pero fue la primera vez que se registró algo al respecto en mi conciencia. Cuando lo noté en el momento, fui capaz de detener la acción y preguntar “¿Qué acaba de pasar?”, pregunta dirigida a nosotros tres. Creo que representaba una pequeña ventana a una dinámica central en la relación de pareja en la que yo había sido triangulada. Quedó pendiente para los tres desenmarañar esto con el tiempo.

¿Cómo no me di cuenta de esto antes? Es imposible saberlo con seguridad pero según continué luchando con esta pareja me daba cada vez más cuenta de mi propia ansiedad por ayudar a Debbie a contener su reactividad. Inicialmente lo traté como impasse diádico entre Debbie y yo y luché por comprender qué estaba siendo puesto en acto entre nosotros que me dejaba indefenso, tanto en términos de lo que significaba para ella como por lo que estaba siendo evocado en mí de mi propia historia. Sólo cuando fui capaz de ir más allá de la díada, de considerar la posibilidad de mi propia necesidad de hacer esto entre ella y yo, coludiendo con ellos en proteger a Bob de su vulnerabilidad, sólo entonces pudimos superar el impasse. Fue en este punto cuando pude considerar la participación de Bob en esta compleja puesta en acto triádica. Comencé a notar que incluso en los momentos en que conseguía calmarla y ayudarla a hacer sitio para Bob, éste respondía para volver a enfurecerla y para desviar mi atención hacia ella. Este es un ejemplo de cómo las interacciones diádicas no pueden comprenderse plenamente sin  comprender cómo están incrustadas en configuraciones interpersonales más amplias. Según fuimos cada vez más capaces de definir esto como una colusión entre ellos, en la cual yo había participado, fue más posible mirar cómo este patrón de interacción los protegía a cada uno de ellos. Así, por ejemplo, cada vez más, según continuaba ayudando a Debbie a contener sus reacciones hacia Bob en las sesiones, me quedó claro que esto le resultaba extremadamente difícil. Se enfadaba conmigo, sintiendo que sus necesidades estaban siendo ignoradas e invalidadas como lo habían sido en su familia. En un momento dado, Debbi incluso amenazó con dejar la terapia. Sin embargo, con cada repetición de detener la acción e intentarla ayudar a acceder a una gama más amplia de su propia experiencia, ella fue cada vez más capaz de reconocer su ansiedad y contenerla. Gradualmente, comenzó a identificar algo del contenido de su ansiedad, por ejemplo el temor de que su culpa subyacente diera como resultado silenciarse a sí misma, al igual que se había sentido silenciada en su familia. Gradualmente, también, comenzó a comprender que su reactividad sólo era un punto dentro de una compleja interacción entre ambos, mutuamente construida, que servía como una extraña especie de protección para los dos, manteniéndolos atrapados en una perpetua lucha y bloqueando no sólo el acceso de Bob a sí mismo sino el acceso de Debbie a otras partes de sí misma. Con esta comprensión, Debbie comenzó a trabajar duro en las sesiones para contener su reactividad y monitorizar su propia experiencia subjetiva, dándole a Bob, a su vez, más espacio para colocarse en  (sentarse con) su experiencia y procesarla.

Según se abría más espacio para Bob y él era menos capaz de comprometer a Debbie para evitar su propia experiencia desmentida, fuimos capaces de rastrear los modos en los que él señalizaba inconscientemente para que ella respondiera de tal modo que apartase el foco de él. Gradualmente, entró más en contacto con la ansiedad en torno a su vulnerabilidad, la cual fuimos capaces de conectar con las experiencias que había tenido de niño cuando su padre lo humillaba a él y a su hermano por cualquier muestra de debilidad, emoción o vulnerabilidad. También se dio más cuenta de cómo provocaba a Debbie para que se comportara de modo tal que le permitiera enfadarse con ella, en lugar de percibir los sentimientos dolorosos de pérdida contra los que se había defendido durante tantos años.

En otro ejemplo, común en la terapia de pareja y en el psicoanálisis, me vi sintiendo un afecto que parecía apropiado para el contenido de la sesión pero que ni Bob ni Debbie parecían estar sintiendo. Comenzaron una sesión con una intensa discusión sobre los detalles de una visita al cementerio que estaban planeando por el aniversario de la muerte de la tía de Bob, una persona que había intentado llegar a Bob cuando era pequeño y a la que Debbie se había sentido muy cercana. Según escuchaba, comencé a sentirme muy triste. No estaba segura de cuánto de mis sentimientos de tristeza estaba desencadenado por mis propias asociaciones personales con los acontecimientos de los que hablaban y cuánto era que estaba resonando con los sentimientos que desmentían, comunicados a mí implícitamente, acerca de esta profunda pérdida para ambos. Les dije: “No estoy segura de dónde proviene, pero según los escucho y lo enfadados que están, me doy cuenta de que me siento triste. Sé qué importante era esta mujer para los dos. Me pregunto cómo es que me estoy sintiendo triste y ninguno de ustedes parece estar sintiendo tristeza.” Según hablábamos más sobre esto, fueron lentamente capaces de contactar con su propia tristeza. Más tarde, pude explorar con ellos, de nuevo, cómo sus peleas los protegían de los afectos dolorosos. De nuevo, era imposible entender exactamente cómo fue que yo podía percibir sentimientos que inicialmente ellos habían desmentido. Ser un observador participante hace extremadamente difícil explicar exactamente lo que está ocurriendo. Sin embargo, tener una comprensión del campo implícito puede darnos un marco de trabajo para intentar prestar atención y rastrear a las pequeñas microcomunicaciones que tienen lugar.

¿Cómo figuran los procesos implícitos en el proceso general de la terapia de pareja, y tal vez en toda la terapia psicodinámica? Aquí resulta útil hacer una distinción entre una comprensión general de los patrones de pareja y las dinámicas basadas en sus narraciones de lo que sucede fuera del consultorio, las descripciones de sus experiencias y reconstrucciones de sus historias versus cómo estos patrones son puestos en acto en el consultorio. Cada una de estas fuentes puede servir en una relación dialéctica con el otro. Mientras que esta dialéctica es extremadamente importante, mi experiencia ha sido que acceder al nivel implícito de experiencia es a menudo la ruta más poderosa para obtener acceso a los aspectos escindidos de la experiencia. En este contexto, el BCPSG (2007) desafió las ideas más tradicionales de lo que es profundo y lo que está en la superficie en el psicoanálisis, es decir “la capa supuestamente ‘superficial’ de la interacción inmediata y la capa supuestamente ‘profunda’ de las entidades intrapsíquicas tales como “el conflicto y la defensa” (p. 856). Sostenían que “la vida relaciona es la capa profunda de la experiencia” y adoptan la postura de “redefinir el nivel intrapsíquico como experiencia vivida que se representa en el nivel implícito” (p. 856).

Uno de los dilemas a los que se enfrentan los clínicos continuamente es la disyuntiva entre lo que uno comunica implícitamente y lo que comunica explícitamente. Además, lo que uno está comunicando implícitamente puede estar reñido con la experiencia consciente que uno tiene de sí mismo pero puede ser registrado con precisión por el compañero dentro o fuera de la conciencia. Esto crea dilemas concretos en las relaciones íntimas. Por una parte, es importante ayudar a los miembros de una pareja a comprender la naturaleza subjetiva de la experiencia, a desarrollar respeto hacia los límites del otro, y a comprender que en último lugar cada individuo tiene la autoridad final sobre su propia experiencia. Por otra parte, una fuente de profundas luchas en las relaciones es el fracaso de uno de los participantes en validar los mensajes afectivos y relacionales implícitos que está comunicado a su compañero/a, lo cual puede permanecer totalmente ajeno a la conciencia del emisor. Stechler (1996) sostenía que la expresión de afecto es una de nuestras primeras experiencias de ser sujeto agente. Asimismo, leer los afectos de los otros contribuye a desarrollar un sentimiento de ser sujeto agente en las relaciones sociales, como se ve, por ejemplo, en la referenciación social ((Sorce, Emde, Campos & Klinnert, 1985), en la cual un infante en la segunda mitad del primer año mirará a la madre en una situación ambigua para determinar como proceder. Nahum (1994), parafraseando las ideas de Sander (1983), dijo que “cuando la validez de la percepción interna está en juego en una interacción, el self como agente es extremadamente vulnerable al control por parte de otro” (p. 9).

Desde una perspectiva clínica, encuentro importante hablar a los pacientes acerca de la idea de que mucho de lo que comunicamos a los otros y registramos de ellos tiene lugar fuera de la conciencia, a menudo en una fracción de segundo, y que la comunicación emocional es compleja y a menudo ambigua. También es importante ayudarlos a comprender que un miembro de la pareja puede estar registrando con precisión una comunicación relacional afectiva que está fuera de la conciencia del otro miembro, aun cuando el significado subjetivo potencial de esa comunicación sea extremadamente complejo. Según tienen lugar las interacciones en el consultorio, podemos interrumpirlas, trastocarlas y luego hacer la pregunta “¿Qué acaba de pasar?” con la comprensión compartida de que está teniendo lugar un proceso que puede parecer ilusorio pero es muy real, aun cuando lo que realmente sucede en cualquiera de estos momentos puede no llegar a conocerse nunca totalmente. Goldstein y col. (2004) resaltaron la importancia de enseñar a las parejas el lenguaje de la emoción  y los procesos neuropsicobiológicos  que subyacen a diferentes reacciones emocionales tales como la valoración del peligro de modo que sean más capaces de leer las señales verbales y no verbales del otro así como de entender sus propios niveles de excitación. Animo a los pacientes a intentar prestar atención a toda la comunicación no verbal de sus compañeros, como la expresión facial, la postura corporal y el tono de voz.  Asimismo, es crucial ayudar a los pacientes a estar más atentos a sus propias sensaciones corporales y procesos fisiológicos. Así, por ejemplo, en un momento en que Bob negó la “acusación” de Debbie de estar enfadado, me uní a ella preguntando qué había notado que le hizo sentir que Bob estaba enfadado. Cuando respondió que su voz, fuimos más capaces de establecer que sentía un tono de aspereza en su voz. Luego pude preguntarle a Bob si se daba cuanta de algo que pudiera sonar como aspereza en su voz y, de ser así, qué pensaba que podía estar pasándole.  Me he dado cuenta que este tipo de intercambio se vuelve crucial no sólo para ralentizar y comenzar a acceder a aspectos de la experiencia que de otro modo pudieran no ser accesibles, sino también para validar la experiencia del perceptor de captar algo respetando, sin embargo, los límites de la experiencia subjetiva del emisor.

Con el tiempo y tras muchas repeticiones, se puede abrir un espacio intersubjetivo ampliado en el que pueda tolerarse cada vez más la ambigüedad y pueda tener lugar un intercambio más explorador. A menudo es una señal de éxito en el trabajo cuando uno de los miembros de la pareja puede decir “sentí que lo que tú decías era malo y agresivo, no sé si lo pretendías, pero así es como me hizo sentir”, y el otro puede responder: “No me doy cuenta de haber sentido eso, pero pensaré en ello”.

Lo que también es crucial para la discusión actual es que como terapeutas necesitamos mantener la conciencia de que somos necesariamente participantes no conscientes en un campo intersubjetivo en el cual nuestras impresiones y formulaciones son, en parte, un reflejo de nuestra propia subjetividad y están sujetas a nuestros propios principios organizadores no conscientes. Como ha señalado Stechler (2003) “en los encuentros sociales, otras personas, incluyendo nuestros pacientes, pueden darse más cuenta de nuestros afectos que nosotros mismos” (p. 714). En este sentido, estamos trabajando en un campo elaborador de significados, en el que, junto con nuestros pacientes, intentamos construir una comprensión significativa que resuene con las experiencias de nuestros pacientes  y que, en último lugar, tenga el efecto de abrir la experiencia interna a una gama más amplia de afectos, cogniciones y conductas. En este contexto, la construcción de significado tiene que ser una construcción conjunta entre nosotros y nuestros pacientes. Lo que planteamos como hipótesis inicial, o como pregunta, a menudo necesita ser reelaborado y reconstruido con el tiempo de un modo colaborador.  Y al trabajar con procesos no conscientes, necesitamos recordarnos que nunca podemos saber exactamente qué sucede y que ninguna interacción necesita ser descrita con precisión.

Comprender los procesos de comunicación implícita en las parejas y familias tiene importantes implicaciones para el psicoanálisis y la teoría psicoanalítica. Un punto central en mi argumento ha sido que las experiencias escindidas, o experiencias que nunca fueron simbolizadas, a menudo están integradas en un campo implícito, puesto en acto mediante el no-consciente, dentro del contexto de las relaciones más íntimas que uno mantiene. Aun cuando como analistas haciendo análisis individual podemos creer que tenemos una percepción bastante buena de lo que está sucediendo en las relaciones más íntimas que las personas mantienen fuera de nuestro consultorio, a lo que a menudo no tenemos acceso es a la participación no consciente, de puesta en acto, de nuestros pacientes en esas relaciones. Puesto que esa participación tiene lugar en el campo implícito, a menudo no está disponible para ser contada y, así, con frecuencia no es accesible en el trabajo psicoanalítico individual.  Aquí resulta útil considerar el trabajo sobre múltiples estados del self y disociación, concretamente el trabajo de Bromberg (p. ej. 1998) y Davies (p. ej. 1998) y considerar cómo los distintos contextos relacionales pueden desencadenar distintos estados de self y diferentes configuraciones self-otro.

¿Podemos suponer que estos aspectos escindidos del self se mostrarán en la relación transferencia/contratransferencia?  Creo que la respuesta es que a veces sí, pero no necesariamente. Mi experiencia ha sido que acceder a estos ciclos de puesta en acto, e intervenir en ellos en el contexto de la pareja o la familia no sólo conduce a alguno del trabajo más profundo y productivo en terapia de familia y de pareja, sino que puede ayudar a los pacientes a obtener acceso a aspectos de la experiencia a los que el trabajo psicoanalítico individual no ha conseguido acceder pero que, a su vez, pueden dar lugar a una profundización en el trabajo psicoanalítico individual.

Además, creo que como analistas es crucial que sepamos que a menudo no tenemos acceso a aspectos de las experiencias de nuestros pacientes que se ponen en acto fuera de nuestros consultorios. Sólo el saber que no sabemos puede permitirnos abrirnos a un marco más complejo desde el cual entender la experiencia de nuestros pacientes.

[*] Una versión anterior de este artículo fue presentada en el Programa Postdoctoral en Psicoterapia y Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York, Nueva York, 26 de marzo de 2006. Le agradezco a los Dres. Roanne Barnett, Donald Brow, Phyllis Cohen y Mary Liberty sus valiosos comentarios a los primeros borradores de este artículo

  

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