aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 040 2012

La tradición relacional: panorama y canon

Autor: Harris, Adrienne E.

The relational tradition: Landscape and Canon fue publicado originariamente en el Journal of American Psychoanalytic Association, 59: 701-735 (2011).

Traducción: Marta González Baz
Revisión: Mónica de Celis Sierra

Este ensayo traza los orígenes, influencias y evolución de la tradición relacional en el psicoanálisis contemporáneo. Considerando las influencias teóricas y filosóficas de americanos [N. de T.: la autora usa el término “americano” aquí y en el resto del documento  como sinónimo de “estadounidense”] del siglo XIX como William James y C.S. Pierce, y apuntando el importantísimo trabajo moderno de Steven Mitchell y Jay Greenberg en cuanto a la apertura de una crítica a la teoría pulsional centrada en lo individual, el ensayo sigue los desarrollos a lo largo de un cuarto de siglo. Se revisan las señas de identidad del enfoque relacional: construcción social, psicologías bipersonales, estados del self múltiples, regulación social y construcción de identidades tales como el género y la orientación sexual, y una teoría en evolución de la práctica clínica. También se revisan nuevos desarrollos en la teoría clínica, en el estudio de categorías de identidad, en el trabajo sobre corporeidad y puesta en acto, y en los modelos evolutivos.

Para conmemorar el centenario de la Asociación Psicoanalítica Americana, los editores de esta revista han encargado una serie de artículos sobre distintas tradiciones psicoanalíticas y me han invitado a contribuir con un ensayo sobre el psicoanálisis relacional, una orientación relativamente nueva, ahora a punto de superar la marca del cuarto de siglo.  En este ensayo, describiré la historia y evolución de esta perspectiva, sus bases y ascendencia teóricos, y su emergencia como una potente crítica a la vez que una alternativa a los movimientos psicoanalíticos más clásicos. 

Pero, primero, unas palabras acerca del psicoanálisis comparativo. Cuando pienso ahora, en 2010, en los distintos movimientos dentro de nuestro campo, me llama la atención que una de las dimensiones importantes es el aspecto dinámico e interdependiente de la teoría analítica y el trabajo analítico. Ninguna de las tradiciones –relaciones objetales, psicología del self, freudiana moderna, kleiniana, relacional- son ya exactamente entidades específicas. Lo que históricamente eran diferencias sustanciales, parecen ahora distinciones más sutiles. Existen muchos puntos de influencia entre las perspectivas dominantes: algunos reconocidos, otros negados, algunos ignorados. Los desarrollos en el uso de términos como puesta en acto, contratransferencia, terceridad, e intersubjetividad, por nombrar algunos, vienen y van entre las distintas escuelas de pensamiento. En muy distintos puntos de vista, por ejemplo, existe una fuerte convicción del poder de la contratransferencia, su utilidad y presencia en gran parte de la acción mutativa de los tratamientos, aun cuando esta idea se traduzca en muchos modelos distintos de trabajo y proceso clínico. Más adelante en este ensayo, en un apartado sobre el proceso clínico, detallaré algo más el espectro de diferencias en el modo en que los analistas relacionales trabajan con la contratransferencia.

Un segundo  término en esta discusión del centenario de la Asociación Psicoanalítica Americana también merece ser desmontado. Americano. Al pensar en cómo la teoría relacional manifiesta algo de sus orígenes culturales e históricos, Steven Mitchell y yo misma (Mitchell y Harris, 2004) abrimos una discusión con los colegas y entre nosotros. ¿qué hay de americano en el psicoanálisis americano?, nos preguntamos, y en ocasiones nos sorprendieron las respuestas de nuestros colegas y las nuestras propias.

Lo que es más central, nos parecía que el pensamiento americano (y, ciertamente, el relacional) emergió de la importante tradición teórica del pragmatismo y la semiótica, evolucionando a partir del trabajo de finales del siglo XIX de William James y C.S. Pierce. Aquí recurro a nuestro ensayo.

Existen numerosos aspectos del relevante pensamiento de William James  (1890, 1907, 1910) que podemos resaltar a la luz de la evolución del psicoanálisis americano. James desconfiaba de la abstracción pero no la repudiaba. Estaba decidido a basar cualquier concepto en la experiencia subjetiva, la inmediatez y el flujo continuo de la vida consciente. James intentó ampliar el alcance de la psicología para que abarcara, además de los problemas de conocimiento, los problemas de creencia y de ética. Las pasiones son tan cruciales como la mente para los modos de conocimiento. Aquí hay varios temas familiares: un tirón instintivo hacia la indeterminación, para múltiples tipos de conocimiento. En James, este impulso democrático, o tal vez dicho con más precisión igualitario, está basado en la filosofía, no en la ideología.

James (1907) al escribir sobre el pragmatismo, sobre la experiencia del

 self, sobre su teoría del empirismo radical, produjo una importante e influyente red de ideas que les resulta muy familiar a los analistas relacionales. Su foco estaba centrado en la experiencia. Su interés siempre en el caso particular, no en el concepto general. Su foco en la experiencia –no simplemente de las cosas, sino de las cosas y las relaciones- y su atención a un tipo de relación hermenéutica circular entre la creencia, el deseo y la acción, debe impactar en un lector americano (especialmente en un lector psicoanalítico interpersonal) como algo profundamente familiar. Este enfoque en filosofía y teoría crítica pretendía, de forma simple pero al mismo tiempo genial, entender las múltiples intersecciones (en palabras de James) entre el conocimiento de los objetos por parte del individuo, la naturaleza compartida de ese conocimiento, y el problema de cómo una mente conoce a otra. Estas ideas son fuertes anclajes para el psicoanálisis americano contemporáneo, donde lo intrapsíquico y lo interpersonal se co-construyen, donde la mente es simultáneamente social, individual, pública y privada.

En medio de las controversias acerca de la atribución y verificación de la verdad o significado, James (1907) hace un potente alegato a favor de un cierto tipo de perspectivismo y sin duda de una  teoría pragmática y también narrativa. "La verdad en ciencia es lo que nos da  el máximo posible de satisfacción, incluido el gusto, pero la consistencia con la verdad anterior y con el hecho novedoso es siempre el criterio más imperioso" (p. 104). Lo cierto es que James y otros pragmáticos posteriores identifican la verdad con la conveniencia y la utilidad, pero para James, esta identificación debe tener como corolario el estar abierta a la revisión y al error. Su oposición más aguda fue a la noción de verdad fundamental, absoluta, separada de la experiencia. En este sentido, James sentía un desagrado casi visceral hacia la metapsicología.

Ciertamente, uno puede leer a James a la luz de Sullivan (1953, 1964) y el psicoanálisis interpersonal, encontrando temas y preocupaciones que no pueden simplemente atribuirse al conductismo por defecto. Puesto que el psicoanálisis, en todo su espectro, insiste en la importancia de la elaboración de significado, la teoría del significado de C.S. Pierce (1955) podría verse como una influencia de fondo en el perspectivismo y en el interés actual por la intersubjetividad. Peirce construyó una compleja estructura triádica que distinguía la palabra, su significado para el que habla y el significado distinto pero concurrente y casi compartido que tiene para el que escucha.  Este complejo modelo de significado en tanto intersubjetivo ha tenido enormes influencias en la academia (Mitchell y Harris, 2004, pp. 169-170)

Volviendo a la escena contemporánea, podemos ver que ahora hay más diálogo, pero, incluso sin diálogo, existe una gran influencia mutua. No pretendo suscribir la noción de Wallerstein (1992) de terreno común sino más bien contemplar las perspectivas analíticas como conviviendo con cierto tipo de interacción e interpenetración. La teoría relacional emergió a la velocidad de la luz, pero evolucionó y cambió como respuesta a las afiladas críticas y controversias que despertó casi inmediatamente.  En este ensayo, prestaré atención a estos momentos transformadores (en cuanto a la subjetividad analítica, a cuestiones de género y sexualidad, a la ubicuidad y forma del trauma, al poder del desarrollo temprano y los estados primitivos).

En la historia del psicoanálisis, la interrupción y el cese de las conversaciones sobre técnica, o metapsicología, o teoría, han sido costosas. Pienso aquí en la ruptura de Freud y los freudianos con Ferenczi (Haynal, 2002; Aron y Harris, 1994), una escisión que mantuvo el concepto de trauma enormemente aislado, distinto y polarizado en relación con el concepto de fantasía inconsciente. Ferenczi es una figura importante para el mundo relacional, realmente un antepasado crucial, tal vez la madre originaria. Aprovechando la evocadora imagen de Loewald, la reintegración  de Ferenczi a las culturas psicoanalíticas, un fuerte proyecto de los relacionalistas desde el principio, era volver a convertir un fantasma en un antepasado. La vuelta a Ferenczi era también una esperanza para la emergencia del debate sano sobre la técnica, así como sobre el trauma y sus extensas secuelas en la vida psíquica.

La cuestión de la influencia y las múltiples perspectivas es particularmente crucial al pensar en la tradición relacional. Aquellos de nosotros que pertenecemos a lo que podría llamarse la primera generación de Psychoanalytic Dialogues (Lewis Aron, Neil Altman, Anthony Bass, Jessica Benjamin, Philip Bromberg, Jody Davies, Muriel Dimen, Emmanuel Ghent, y yo misma) éramos (junto con Mitchell) inmigrantes, habiendo llegado a un puerto relacional desde distintas culturas analíticas de fondo. Hay una interesante distinción entre las perspectivas relacionales con "r" minúscula y "R" mayúscula, entre los relacionalistas a quienes les gusta la hibridez (los modelos mixtos) y aquellos que quieren profundizar y particularizar la tradición relacional. Mis inclinaciones son hacia la hibridez, pero pienso que el diálogo dentro del mundo relacional en torno a estos temas es muy saludable.

Desde el principio, quiero remarcar un aspecto llamativo del giro relacional. El psicoanálisis relacional se inició por el intenso genio y el potente trabajo de Steven Mitchell (1988, 1993a, b, 1997, 2000; Mitchell y Aron, 1999). Si bien existen muchas tendencias, muchas influencias, y muchas figuras e intérpretes significativos, activos desde el principio del movimiento relacional, Mitchell fue la estrella polar, el catalizador, el autor y pensador de más potente imaginación que lanzó este movimiento y lo dotó de su credibilidad y potencial iniciales.

Mitchell murió, de forma repentina e inesperada, en la cima de su poderío intelectual y organizativo, en el 2000 a la edad de 54 años, cuando el movimiento relacional apenas llevaba una década de su rápida trayectoria. Una segunda figura fundamental en esta tradición, Emmanuel Ghent, murió en 2005. Esto ha significado que el grupo que, junto con estas figuras, inauguró la tradición relacional, ha continuado evolucionando dentro de un contexto que incluye la pérdida traumática y las diversas tareas de duelo.

En la colección compilada de Martin Bergman Disidencia y Controversia (2004), él y otros autores señalan que el psicoanálisis, en sus formas clásicas, emergió en su primer medio siglo con su fundador aún escribiendo, trabajando y teorizando. Uno puede pensar en retrospectiva que existen costes y beneficios en los largos periodos de dominación por un único líder, por una parte, y por otra en la emergencia de una nueva teoría en el contexto de las primeras rupturas y pérdidas.

Ideas relacionales en formación

Los primeros trabajos de Mitchell (1978, 1981) eran críticas al trabajo psicoanalítico canónico en torno a la homosexualidad, al que él acusaba de ser poco psicoanalítico y claramente moralista. Uno puede ver su determinación por establecer una alteridad, un espacio de diferencia, y una implicación crítica con la teoría pulsional. Su reconocimiento temprano de los efectos destructivos del juicio moral y de la patologización de la comprensión y el tratamiento de la homosexualidad fue llamativo tanto por la confianza que Mitchell tenía en su voz y su visión , como por la atención que prestó a los impulsos sociales y reguladores (que no era una palabra que él utilizara) de la teoría psicoanalítica. 

Primero con Jay Greenberg, en Relaciones Objetales en la Teoría Psicoanalítica (Greenberg y Mitchell, 1983), Mitchell revisó un amplio rango de teorías, marcando lo que denominaron una "alternativa radical" a la teoría pulsional unipersonal en trabajos tan diferentes como los de Klein, Winnicott, Kernberg y Kohut. Mitchell y Greenberg consideraron que estos teóricos, a pesar de sus diferencias, estaban unidos  en un compromiso fundamental con la primacía de los vínculos objetales y lo que ya entonces se llamó experiencia "relacional". En este primer libro, asoma la perspectiva jamesiana. Resumiendo su trabajo, defienden que los enfoques clínicos y teóricos sean juzgados según su utilidad (p. 380).

Después de 1983, en una serie de libros escritos sólo por él, Mitchell (1988, 1993b, 1997, 2000) desarrolló la perspectiva relacional, abordando temas metapsicológicos, el proceso clínico, modelos de la mente y una comprensión llena de matices acerca del flujo diádico en el trabajo analítico. Su trabajo, constituyente de la teoría relacional, fue dinámico, impulsor y abierto a la transformación desde dentro y fuera de la cultura relacional.

En Hope and Dread (Mitchell, 1993b), esbozó la revolución relacional, la r minúscula. Iba a ser una revolución en cuanto a lo que el analista sabía (aquí hay ecos de Lacan), y una revolución en cuanto a lo que el paciente quería (ecos de Ferenczi). Al final de su vida, Mitchell había reconectado con una figura anterior e importante, Hans Loewald. A través de la lente del desarrollo temprano que Loewald había pulido, Mitchell comenzó a fijarse en aquellos aspectos de la relacionalidad que emergen en los vínculos más tempranos. Volveré a este trabajo más adelante en este ensayo.

Mitchell era una persona a quien le gustaba construir estructuras, organizaciones, escribir proyectos y dar conferencias. Psychoanalytic Dialogues se fundó a finales de los 80 y comenzó a publicarse en 1991. Incluso en su comienzo, Mitchell era consciente del poder de la conversación para cambiar la teoría y la práctica. Cuando Mitchell inauguró la revista, apuntó que

"Perspectivas Relacionales" en el subtítulo de la revista sugiere nuestra creencia de que todas las corrientes importantes dentro del pensamiento psicoanalítico postclásico han lidiado, en distintos grados y cada una a su manera, con el reemplazo de la metapsicología "pulsional" de Freud por un marco teórico basado más fundamentalmente en las relaciones entre el self y los otros. Ha habido importantes cambios paradigmáticos en numerosos niveles de elaboración teórica: clínico, evolutivo, técnico y epistemológico.

La influencia mutua también ha dado lugar a claras diferencias. El proceso psicoanalítico es extraordinariamente complejo y ambiguo, imposible rastrearlo en una sola voz, abarcarlo en una sola perspectiva. Algunas de las importantes diferencias entre las escuelas psicoanalíticas actuales se desarrollaron como reacción, tal vez desmedida, a las omisiones o al escaso énfasis dado a algunos temas en otro modelo. El énfasis interpersonal en la situación real fue en parte una respuesta al énfasis de Freud en la "realidad psíquica" y la fantasía; la importancia atribuida al cuidado parental real dentro de las teorías de las relaciones objetales fue en parte una respuesta al énfasis de Klein en los conflictos y terrores universales y a priori. La posición central de la esperanza en la psicología del self es en parte una respuesta a la prominencia de la envidia y el terror en las formulaciones kleinianas y neo-kleinianas, etcétera. Sacadas de contexto, cada una de las perspectivas psicoanalíticas actuales parecen sesgadas  o desequilibradas en una u otra dirección. Examinadas en el contexto de las respuestas implícitas y a menudo no reconocidas que se dan entre sí, las teorías psicoanalíticas contemporáneas pueden ser entendidas como voces singulares dentro de una discusión más amplia, voces que pueden captarse y apreciarse más plenamente sólo cuando uno tiene acceso a los otros participantes en la conversación [Mitchell, 1991, p. 1].

Mitchell se unió a Emmanuel Ghent, Philip Bromberg, James Fosshage, y Bernard Friedland para fundar la vía relacional en NYU (New York University) en 1989. Las estructuras y escenarios que Mitchell construyó e inspiró estuvieron disponibles para muchos colegas, con perspectivas teóricas que se solapaban pero que no siempre eran idénticas. El mundo relacional en su origen era un lugar maravilloso en el que pensar. Los analistas, jóvenes y menos jóvenes, eran animados a encontrar su propia voz, lo que palpablemente era uno de los aspectos distintivos del personaje analítico de Mitchell. Desde el inicio en el mundo relacional, uno tenía el sentimiento de haber sido autorizado a hablar y a operar con considerable libertad frente a la ortodoxia.

¿Cuáles eran los temas distintivos del pensamiento relacional? ¿En qué pensaba la gente?

Psicologías bipersonales

Este es tal vez el concepto más impactante que inauguró el giro relacional. La idea de que las mentes emergen en la matriz de las relaciones sociales, de que la mente es interpersonal además de individuada, ha sido crucial para el proyecto relacional. Este elemento, el aspecto intersubjetivo de la mente, y la dualidad incluso dentro de la individualidad), es el que diferencia el pensamiento relacional de al menos cierto pensamiento basado en las relaciones de objeto. Mediante el trabajo y la influencia de Emmanuel Ghent, la perspectiva esencialmente diádica de Winnicott acerca del espacio transicional y los objetos transicionales, se convirtió en un sólido componente del trabajo relacional. Las brillantes evocaciones de Ghent acerca de las ideas winnicottianas sobre el poder de la interacción (en concreto los efectos constituyentes de los intentos del bebé de destruir y agredir al otro) produjeron un conjunto de artículos que ampliaron nuestra comprensión del uso de la relacionalidad como algo crucial para la formación  de representaciones internas y para el establecimiento de distinciones entre realidad y fantasía (Ghent, 1990, 2002). El sadismo y el masoquismo, sostenía él, tienen, en el fondo, proyectos relacionales. Para el sadismo, el objetivo era el hallar un objeto y para el masoquismo, la retirada del contacto, o, por usar el término preferido de Ghent, la huida de la entrega.

Para los evolutistas como yo, esta determinación por considerar lo social como constitutivo de lo individual, se relaciona con las teorías social y cognitiva de Vygotsky (1934, 1978). Así es como me imagino yo la utilidad de Vygotsky para el psicoanálisis:

Nosotros adquirimos el lenguaje y el lenguaje nos adquiere a nosotros. Estamos insertos en la experiencia y obtenemos cierto dominio sobre la experiencia del habla. Pero no hay un acoplamiento perfecto entre el habla y el self, el texto y la subjetividad. La relación del habla y el ser, incluyendo el ser de un género determinado, es de exceso e interrupciones.

El interés de Vygotsky en la intersección de habla y pensamiento se centró en lo que podríamos llamar metacognición, una forma de saber qué él llamó co-conocimiento y una forma de conciencia y conciencia de uno mismo que consideró un sistema múltiplemente configurado.  [1934, 1078]. El funcionamiento reflexivo era una capacidad muy particular derivada de la experiencia social de ser conocido, de ser hablado y pensado. La meta-conciencia sería tanto representacional como instrumental, parte de un sistema de acción y regulación. El self vygotskyano es por tanto privado y público, social y personal, consciente e inconsciente. Un niño vygostkyano emerge con un self intencional o aspectual, una formación surgida de las relaciones sociales, y a la que los psicoanalistas llamarían ahora intersubjetividad [Harris, 2005, p. 38].

Para los analistas investigadores tales como Beebe (Beebe y Lachmann, 2005; Beebe y col., 2005), Seligman  (2003, 2005; Seligman y Harrison, 2011), y el Boston Change Process Study Group (Stern y col., 1998), estas ideas fluían de la observación padres-infante. La fuerza y el potencial de los esquemas de interacción tempranos creaban un patrón para las formas de interacción posteriores. Beebe y Lachmann (2005) establecieron el concepto de tres formas de  importancia –regulación continuada, ruptura y reparación-, y momentos afectivos intensificados como base de la clínica y de la vida relacional temprana. Junto al trabajo del Boston Change Group sobre el poder de los momentos de "ahora", y el trabajo de los teóricos del apego, existió un foco en la intensa y pertinaz presencia de las formas de representación e interacción no verbales y preverbales. Todos estos autores, algunos relacionales y otros más de la psicología del self, cambiaron el modo en que los clínicos relacionales (y otros muchos) veían la "realidad" clínica. La bipersonalidad, se podría decir, era ya siempre un aspecto de la individualidad.

Para Irwin Z. Hoffman (1998) en el contexto de su fundamental trabajo con Merton Gill, la bipersonalidad se convirtió en un aspecto del construccionismo social, una forma que para Hoffman era bastante radical en su naturaleza. Al pensar en la ubicuidad de la construcción social como un aspecto de la mente y de la cura, Hoffman se centró en los elementos de sugestión, poder e intimidad en toda vida analítica diádica. Hoffman siempre ha prestado atención a la dimensión temporal de lo intersubjetivo y lo intrapsíquico, mostrando los modos en los que a partir del proceso de construcción social de la realidad compartida e individual, el pasado es remodelado junto con el futuro.

El trabajo de Jessica Benjamin sobre la complementariedad (1988, 1995, 1998) ha sido una idea nuclear que apuntala el pensamiento relacional en cuanto a la bipersonalidad. Su trabajo estaba influenciado por una tradición filosófica arraigada en la escuela de Frankfurt, Theodor Adorno y Walter Benjamin. En el doble proceso de la formación de apegos y negociación de la separación, observaba Benjamin, se encuentra el potencial para la emergencia de nuevas formas de relacionalidad, de distintos tipos de terceridad en el proceso de negociar la subjetividad y la objetividad. La diada siempre es más que el ser dos. De hecho, como ella sostuvo y como podemos ver ahora en muchos encuentros clínicos, una forma demasiado simétrica y estática de bipersonalidad deja a ambos participantes de la diada atrapados en una danza sadomasoquista. El activo y el pasivo. Este colapso del reconocimiento mutuo, para muchos relacionalistas (Benjamin, Aron, Joyce Slochower, Stuart Pizer) dio lugar inevitablemente al impasse clínico.

Desde otro ángulo de la bipersonalidad, Donnel Stern (2010) ha examinado recientemente la atestiguación en el proceso clínico, sosteniendo que la experiencia y la conciencia del self surgen en el contexto de ser atestiguado por el otro y que las puestas en acto son momentos en los que el funcionamiento del testigo se ha colapsado y debe ser restaurado. Stern, a un nivel micro, y Gerson (2009) a un nivel macro, se enfrentan al impacto del reconocimiento o de su colapso sobre los procesos de crecimiento y auto-coherencia o inteligibilidad.

Stern es una figura interesante en la que detenerse. Se basa tanto en la tradición interpersonal como en la relacional. Decididamente parte de la generación inmigrante, es híbrido también en el uso que hace de la hermenéutica como base para la teorización psicoanalítica. En su trabajo, uno percibe su atención a la fragilidad y la cualidad interpersonal de cualquier forma de conocer al otro, la inestabilidad e incertidumbre de los límites y significados, la difícil necesidad de "exponerse a la sorpresa".

Construccionismo social, regulación social

Al trabajar sobre la cuestión de la construcción social de lo inconsciente y lo intrapsíquico, así como de la vida interpersonal, los relacionalistas se centraron en la díada pero sintieron cada vez más la necesidad de ir más allá. Existen influencias de Fromm (1941, 1947) y Levenson (2006), sacadas de la tradición interpersonalista, que hicieron de la formación cultural un elemento importante en la psique individual. Pero, lo que tal vez es más importante, hubo fuertes influencias de Foucault (1961, 1976, 1988), de la teoría crítica y de la crítica ideológica, y del activismo político en el pensamiento relacional. Para aquellos de nosotros que trabajamos especialmente en las áreas del género y la sexualidad, han sido cruciales los insights de Foucault y Althuser (1970), y para la generación posterior los de Zizek (1989) y Levinas (1974 [traducción al inglés 1998]). Un aspecto intrigante de estos teóricos es su demanda de que los analistas desplieguen una cierta autoconciencia en cuanto al método. Curamos con herramientas contaminadas. Las ideas psicoanalíticas pueden haber surgido de un margen radical de la vida cultural (ver Schorske, 1961), pero el psicoanálisis ha formado también parte del establecimiento de diversas hegemonías culturales y de las ideas de normatividad que modelan cuántos aspectos de la identidad llegan a ser entendidos y percibidos por todos nosotros.

Muriel Dimen (2003) es una figura relacional ejemplar cuya atención está consistentemente en sintonía con lo psicológico, lo político y lo social, puesto que estas fuerzas entran en juego de modo consciente e inconsciente. Su trabajo sobre sexualidad, basado en una larga carrera en psicoanálisis, una formación en antropología y enraizado en el feminismo, insiste en el doble carácter público y privado de la sexualidad. El asco, la excitación, el exceso, atraviesan y entran en combustión con las redes de poder y regulación que controlan y producen la sexualidad. En su trabajo, el objetivo es siempre mantener vivo el diálogo entre lo inconsciente y lo social, el cuerpo y la cultura. Virginia Goldner (1991, 2003) también trabaja en esta tradición. Dimen y Goldner (2002), en una colección de ensayos acerca del trabajo relacional sobre género y sexualidad, identifican el momento en que la teoría relacional y el feminismo psicoanalítico se encuentran:

Puede decirse que estos ensayos se encargan de, además de ocupar, muchas tensiones que producen paradojas útiles. Una de ellas es entre el modernismo y el postmodernismo. En la visión modernista, el género constituye una categoría fundamental y transhistórica de la mente y la cultura, mientras que en términos postmodernos, el género se entiende como una construcción social fluida y variable. De forma importante, estas categorías emergieron en tándem en el psicoanálisis, puesto que en el mismo momento en que el género estaba siendo revivido como un tema de interés crucial y como una categoría de pensamiento psicoanalítico, también comenzó a decaer crítica y creativamente, perdiendo su coherencia filosófica y experiencial [p. xvi]

Otra figura crucial en esta apertura de una perspectiva psicoanalítica feminista y relacional es Jessica Benjamin. Al esbozar sus teorías de la intersubjetividad, de la prevalencia de la complementariedad, y de la relación agente/paciente como fuente de impasse en los encuentros clínicos y de otro tipo, Benjamin también estaba teorizando un nuevo modo de imaginar la feminidad y la maternalidad, como un lugar de diferenciación pero también de fusión.

Ken Corbett (1993, 1999, 2009) sitúa su trabajo en una tradición relacional y en la teoría queer. Unas palabras acerca de la terminología. Los diálogos entre la teoría psicoanalítica y los diversos movimientos de liberación y activismo social son multidireccionales y complejos. Volviendo a los años 70, podemos ver que, en lo relativo al feminismo, el encuentro con el psicoanálisis (Chodorow, 1976; Dinnerstein, 1976) fue una circunstancia afortunada para esos movimientos sociales. Partiendo de una idea bastante débilmente conductual acerca del cambio de roles se profundizó hasta culminar en un sugestivo encuentro entre psicoanálisis, género y sexualidad. La determinación y la incertidumbre que son parte de la fantasía inconsciente y del proceso intrapsíquico, señas de identidad del psicoanálisis, no correspondían con  la manera en que los tempranos feministas entendían las formaciones sociales y las vidas individuales. Fue preciso un gran input de lo que se describió de manera amplia como feminismo psicoanalítico, una práctica teórica que es más que simplemente relacional; de un enfoque más freudiano o de relaciones objetales; y de Dimen, Goldner, Harris, Corbett y otros, para conseguir modificar la comprensión básica en esa perspectiva política.

El poder de la dominación, la atracción que muchas mujeres sentían hacia la sumisión y el masoquismo, y las angustias que muchas mujeres tenían acerca de la agresión y la sexualidad, cuando se incorporaron al feminismo convirtieron ese cuerpo de ideas en una teoría y una práctica mucho más complejas.

En esos primeros años, un análisis de la teoría en su dimensión de regulación social desveló una historia crucial y dolorosa de la patologización de la discordancia de género y sexual. En los años 80, comenzó un movimiento en la dirección contraria, del activismo a la teoría mediante la teoría crítica, los estudios culturales y muchos elementos de postmodernismo y postestructuralismo. La teoría queer (y la que tal vez sea su figura central desde la filosofía, Judith Butler [1990, 2005]) comenzó a reelaborar las teorías psicoanalíticas de género y sexualidad (Grosz, 1994). El psicoanálisis de lo queer puede ser un modo de describir los proyectos actuales en cuanto al género, raza y clase. Muy en general, muchas de estas figuras se basan en algunos o varios elementos de la teoría relacional y los utilizan.

Dimen y Goldner (2002) de nuevo:

Si puede decirse que el feminismo de los 70 se ha preguntado "Género, ¿qué es eso?", estos ensayos plantean una cuestión más básica: "Género, ¿verdad?" Cuando se inspecciona el significado del género, su coherencia se adscribe ahora más frecuentemente a la construcción social, a las prácticas del lenguaje, la cultura y la psique. Cualquier identidad de género determinada ya no es una estructura psíquica autoevidente. En realidad, la multiplicidad de significaciones del género puede deconstruirse en un campo de fuerza de diferencia(s) modulado por el poder [p. xvi]

En el trabajo de Corbett sobre la masculinidad (2009; Corbett y Salamon, 2011) y en el trabajo sobre heterosexualidades masculinas (Reis y Grossmark, 2009), la masculinidad está siendo finalmente deconstruida, vista con sus muchas implicaciones limitadoras y traumáticas. Los efectos traumáticos de la presión sobre los chicos para hacer normativa la separación temprana son finalmente más visibles. Las complejidades de las masculinidades finalmente se unen con la deconstrucción de la feminidad, que ciertamente comienza con Freud. Pero con la vuelta hacia la deconstrucción de la masculinidad, lo canónico se ha vuelto sintomático.

Al pensar en la comunidad de analistas que trabajaron sobre el sexo y el género y las cuestiones de identidad dentro de esta tradición relacional, es imposible imaginar estos desarrollos fuera del contexto de la vida cultural y política americana  y la explosión de movimientos liberadores desde los derechos civiles hasta el feminismo y la liberación gay que caracterizaron las décadas de los 60 y los 70. El empoderamiento para decir lo que se piensa, la revaloración crítica de todas y cada una de las ortodoxias y la participación en amplios movimientos sociales a favor de la justicia y la libertad fueron el contexto social y a menudo real para la generación de analistas que desarrollaron la teoría relacional.

Ninguna categoría de identidad fue inmune a la interrogación y la resignificación, por usar un término de Judith Butler (2005). Este telón de fondo es fundamental, pero creo que no es casualidad que muchos de nosotros nos sintiéramos atraídos por el psicoanálisis para profundizar e involucrarnos con las categorías sociales y políticas que se habían convertido en imperiosas. "La 'construcción social' ha significado muchas cosas para los relacionalistas, pero para aquellos que trabajan con el género y la sexualidad, lo social ha sido tanto micro como macro, el crisol de la familia atravesado por las redes de poder y significado a través de las cuales las fuerzas sociales a varios niveles conseguían definir y dar forma a las vidas individuales y colectivas.

La cuestión del contexto cultural en que se producen la teoría y la práctica psicoanalíticas es enormemente compleja. En el simposio "¿Qué hay de americano en el psicoanálisis americano?", una teórica cultural, Shirmeister (2004), era de la opinión de que la recepción inicialmente positiva de las ideas psicoanalíticas se debió en parte a que en 1912 América seguía siendo una cultura en duelo. Se refería a la larga sombra de la Guerra Civil y a su moldeamiento de la conciencia americana (y especialmente la sureña).

Uno puede ver también otros periodos de tensión. El periodo de postguerra de la II Guerra Mundial, a menudo caracterizado como la Era de la Certidumbre fue también un periodo de enorme trauma y dificultad. Están los analistas europeos refugiados que traen a América el psicoanálisis de mediados de siglo (Jacoby, 1983); está la generación de analistas americanos que trabajan con los veteranos en la sombra de la experiencia de postguerra; está el periodo de represión política y temor que introduce la era McCarthy, la lista negra y la Guerra Fría (Schrecker, 1998). El duelo asociado a las secuelas de la guerra, a la pérdida de ideales y esperanzas progresistas en la era de la Guerra Fría, así como el sufrido por la comunidad europea que llegó a los Estados Unidos en la década de los 30 y los 40, todo ello puede haber tenido un papel sutil pero inexorable en la estructuración de la teoría y la práctica psicoanalíticas en las décadas de postguerra. Tal vez puede decirse que esta cualidad de certidumbre, en un clima en el que el pensamiento y el sentimiento se habían vuelto cada vez menos seguros, también estaba aderezada de angustia y formación reactiva.

La enorme apertura del pensamiento y la acción críticos que caracterizó a la década de los 60 –el telón de fondo del pensamiento relacional, sugiero- se produce entonces tras un gran silenciamiento y un clima represivo. Parte de lo que puede hacer difícil el diálogo y el intercambio entre las generaciones es la gran brecha entre los años 50 y los 60, una brecha definida no sólo por la oposición entre conformidad y espontaneidad/rebelión, sino por el silencio y la represión por una parte y, por la otra por la insistencia, sin duda atrasada, en la confrontación y las demandas de justicia.

Múltiples estados del self: metapsicología relacional

Otro elemento clave en estas transformaciones de cuestiones de identidad en el pensamiento relacional es la persistente preocupación relacional por los múltiples estados del self y por una metapsicología en la cual los estados de identidad cambiantes, potenciados por los procesos disociativos de diversa intensidad, explican muchos aspectos del trabajo de la diada analítica y de la naturaleza fluida y constante de la identidad y las identificaciones. La hibridez. La multiplicidad. Los estados del self cambiantes, las escisiones verticales: para unos, estos son las señales del trauma, para otros son modelos normativos de la mente.

El trabajo acerca de los estados del self cambiantes y múltiples condujo inevitablemente a un modelo de la mente que presenta escisiones verticales, la potente presencia de la disociación y los procesos disociativos tanto en las diadas como en los individuos (Davies, 1994, 1996, 2001; Bromberg, 1998, 2006). Comenzando con las importantes contribuciones de Davies (Davies y Frawley, 1994) acerca del impacto del abuso sexual en la estructura mental y el proceso psíquico, el trabajo relacional fue, tal vez, más conocido y más notorio por hacer un gran uso de la subjetividad analítica y la contratransferencia.

En este contexto, consideremos la evolución del trabajo de Phillip Bromberg, un analista imbuido tanto de la tradición interpersonalista, transformado en su encuentro con Mitchell y Ghent, como del influyente trabajo de Bollas. Bromberg ha continuado, en la última década, centrando su interés en el proceso disociativo, un interés impulsado por la experiencia clínica y sensible a ella. Una función importante de los procesos disociativos, sostiene Bromberg, es el manejo del espacio relacional. Paradójicamente, la disociación se utiliza al servicio de ciertos tipos de falsas continuidades y coherencias. Los estados del self intolerables y basados en la vergüenza deben mantenerse apartados para que el individuo pueda evitar desacoplarse de los otros significativos. De nuevo, en una circunstancia paradójica, la disociación puede ser el pegamento (si ese es el término) para el apego. En su trabajo clínico, Bromberg rastrea los momentos, vividos y revividos sin fin, en los que el paciente repite, bajo un antiguo mandato de no notar ciertos aspectos fundamentales de sí mismo o de los otros, un estado de escisión que mantiene una conexión. Es el coste de estas escisiones, la dificultad para deshacerlas, lo que aborda el trabajo de Bromberg.

Desarrollo, motivación, función emergente

El trabajo en este campo ha atravesado varias transformaciones generacionales. Ghent, formado al principio en las relaciones de objeto, siguió y amplió el trabajo de Winnicott en un artículo que estudiaba el masoquismo en relación con la sumisión y la entrega. Cito ampliamente este artículo para ilustrar su amplitud de espíritu y perspicacia clínica:

Sin embargo se necesita "no por el impulso destructivo del bebé, sino por la posibilidad de que el objeto no sobreviva" (una idea de Winnicott). Las variedades de no supervivencia incluyen la retaliación, la retirada, el estado defensivo en cualquiera de sus formas, un cambio global en la actitud en el sentido de la suspicacia o una menor receptividad y, finalmente, una especie de desmoronamiento, en el sentido de perder la capacidad de funcionar adecuadamente como madre, o, en el marco analítico, como analista.

Esta concepción del desarrollo que implica el difícil paso de la relación de objeto al uso del objeto implica un abandono radical de la noción analítica usual de que la agresión es reactiva al encuentro con la realidad externa (el principio de realidad). Aquí es la destructividad la que crea la cualidad de lo externo.

Pero la principal razón para esta discusión del desarrollo de la capacidad de usar el objeto es explorar su relación con la entrega, el masoquismo y, ahora, el sadismo. La esencia de la experiencia transicional y de la transición hacia el uso del objeto es el emocionante y maravilloso mundo de la experiencia creativa, en el que el self y el otro tienen la oportunidad de convertirse en reales. Los fallos en una o en ambas de estas corrientes evolutivas conducen al desarrollo de una u otra variedad de falso self; desde el punto de vista del bebé bien pueden llamarse fallos de fe.

Una causa principal del fallo en la experiencia transicional es algo a lo que nos hemos referido como el impacto del cuidador. Hemos visto cómo esta intrusividad interfiere con la vivencia verdadera de "llegar a ser", con el doloroso resultado de que para que el infante "exista" se requiere el impacto continuado. Aquí vemos los comienzos del masoquismo. He sugerido también que en muchas personas existe un impulso a entregarse, tal vez para volver a convocar esa área de la experiencia transicional, y el aborto de ese impulso o anhelo aparece como masoquismo o sumisión.

Ahora sugiero la posibilidad de que el fallo en la transición de la relación de objeto al uso del objeto resultaría de un fallo diferente (aunque probablemente relacionado) en el cuidador: retaliación, estado defensivo, negatividad por parte del cuidador o desmoronamiento de éste o de su efectividad. En cualquier caso, la triple desgracia es que el objeto subjetivo nunca se vuelve real sino que sigue siendo un conjunto de proyecciones, y no se descubre la cualidad de externo; como corolario, al sujeto se le hace sentir que es destructivo; y, finalmente, se desarrolla el temor y el odio al otro y, con ellos, toma cuerpo la destructividad caracterológica. En resumen, tenemos el marco para el desarrollo del sadismo (en lo que sigue siendo un self unitario, un self como aislado), la necesidad de controlar agresivamente al otro como una perversión del uso del objeto, en gran parte como hemos visto en el masoquismo como perversión de la entrega [Ghent, 1990, p. 125]

Creo que Ghent y Benjamin tuvieron una gran influencia en el cambio de Mitchell hacia un interés por el desarrollo. Me gusta pensar que mi trabajo también formó parte de ese empuje. En sus primeros escritos, Mitchell se mostraba antagonista a lo que él denominó la "inclinación evolutiva" en la teoría clásica, un foco que a él le parecía que infantilizaba la compleja escena interpersonal negociada en el análisis de adultos. En esta crítica se puede apreciar la influencia de la tradición interpersonalista. Pero recientemente, Steven Cooper (en prensa) sugiere que el artículo de Bromberg sobre la regresión fue otra influencia crucial en el giro de Mitchell hacia el desarrollo y los estados intersubjetivos tempranos.

Al final de la demasiado breve vida de Mitchell, él había reconectado con una temprana afinidad con Loewald y estaba profundamente interesado en la emergencia del self en un contexto que incluiría al self y al otro, una idea que Loewald (1972) había desarrollado con una complejidad única. En Relacionalidad, Mitchell (2000) apuntaba hasta qué punto eran visibles los términos e ideas relacionales en el mundo psicoanalítico. De lo que no se estaba dando cuenta tan explícitamente era de los cambios en la teoría relacional, y en su propio trabajo, como respuesta al crecimiento dentro de la perspectiva y como respuesta a las demandas críticas de que se aclarase el rol y la función de lo inconsciente en la vida psíquica, así como el destino y el estatus de los estados primitivos. En manos de Mitchell, Loewald puede verse como un poderoso visionario de la noción de subjetividad humana como emergente dentro de una matriz relacional, caracterizada desde los primeros momentos como un sitio de densidad primaria, del cual emergen los estados del objeto y la subjetividad.

Leyendo Relacionalidad ahora en 2010, al preparar este ensayo, me llama la atención cómo Mitchell distingue a Loewald del interpersonalista Harry Stack Sullivan y del investigador de la infancia Daniel Stern. Uno puede pensar que el compromiso de Sullivan con el poder del lenguaje como una fuerza que separa de los procesos diádicos tempranos puede haber puesto a la orientación interpersonal en una posición antievolutiva.  Pero Mitchell se preocupa de describir el modelo de Loewald del interjuego de procesos primarios y secundarios como un modelo donde predomina la interpenetración. Las palabras prenden fuego en el contexto relacional, en la vida afectiva diádica. La clave para Loewald era el equilibrio, la constante fuerza vitalizante de los estados de afecto y las representaciones lingüísticas. Para mí, esto posiciona a Loewald y a las ideas relacionales sobre estados tempranos y desarrollo más en paralelo con Laplanche (1989, 1999), un teórico para quien la inestabilidad de dentro/fuera, self y otro, exceso y vitalización es clave en la constitución de la identidad y la sexualidad.

La relacionalista que más uso ha hecho de Laplanche es Ruth Stein, y en eso se nota la hibridez de su formación, freudiana y relacional. En su artículo sobre la sexualidad como exceso, que obtuvo el premio JAPA, Stein (2006, 2008) integra ideas clásicas acerca de la excitación, explicaciones laplanchianas de la constitución simultánea y coincidente de la sexualidad y lo inconsciente en un encuentro con el otro (sin duda una explicación bipersonal de la sexualidad) junto con insights acerca de la vergüenza y la transgresión obtenidas de la teoría queer contemporánea: "La idea intrigante tanto en Laplanche como en Bersani es que para que la estructura psíquica evolucione, necesitaría no sólo estructuras más evolucionadas sino también un esfuerzo positivo hacia un 'otro excesivo' que es difícil de entender, cuyo efecto puede ser abrumador, incluso potencialmente demoledor" (Stein, 2008, p. 54).

Se ha dejado para la siguiente generación de relacionalistas el profundizar y aprovechar la fuerza y el valor de la literatura del apego, la investigación y teorización acerca de la mentalización y las cuestiones de moldeamiento evolutivo. ¿Qué permanece? ¿Qué se transforma? ¿Cómo considerar el surgimiento de la subjetividad humana?

Es curioso que las figuras centrales en esta evolución del pensamiento relacional son todas personas que tienden puentes entre disciplinas. Híbridos. De la salud mental infantil, sistemas familiares, observación de infantes,  psicología del desarrollo y psicopatología del desarrollo, emerge un cuadro de los procesos evolutivos y su impacto en la experiencia clínica. El ensayo de Seligman  que revisa esta materia (2003) comienza con una descripción de la capacidad del infante, una descripción que establece el escenario para comprender las implicaciones que tienen para la psique del infante estas amplias capacidades de procesamiento. Para Seligman, la sensibilidad y la capacidad de integración del niño se establecen en el contexto de la matriz relacional y de transformaciones continuas, de reedición y reinscripción. Esto es como los modelos de motivación de Ghent y de Edelman. Seligman es también portavoz de la necesidad de sutileza al utilizar paradigmas de tipos de apego, para trascender el uso monolítico de la investigación y lograr algo más variable y matizado en la relación padres-hijos.

Beebe y Lachmann (2005), muy notablemente, y también el Boston Change Process Study Group resaltan la potencia y permanencia de la vida diádica temprana, la impresión de las primeras transacciones y la experiencia no verbal, afectivamente constituida, como una plantilla, capaz de transformación pero también, en ciertos sentidos, inmutable. Esta tensión entre lo que ofrece la teoría del desarrollo –una teoría de crecimiento y una teoría del poder del pasado y los esquemas generalizados- es uno de esos puntos calientes en el pensamiento relacional, un lugar de debate y diálogo centrado en torno a cómo se observa la experiencia clínica (Beebe y col., 2005).

En la última década, desarrollos importantes en neurociencia ofrecen interesantes puntos de diálogo e integración. Damasio (1999) y Ledoux (1996) en cuanto al enredo esencial de emoción y cognición, Gallese (2009) sobre las neuronas espejo, y las tradiciones de investigación relativas a la mente del infante (para revisiones de estas tradiciones, ver Melzoff, 1990; Fonagy, 2001; Gopnik, 2010), todos ellos creando un campo de investigación dedicado a pensar en qué se desarrolla, qué es interpersonal, cómo se vuelven intrapsíquicas las matrices relacionales. Ya existen muchos argumentos a favor de la necesidad de cautela, de modos de pensar en las traducciones interdisciplinarias que no sean reduccionistas, pero su utilidad –para la metáfora, para la construcción de teorías, para la escucha clínica- me parece innegable.

Proceso clínico

Si bien existen debates dentro del grupo relacional acerca de cómo o incluso si se debe codificar la técnica relacional, es en el área del proceso clínico donde se inició por primera vez el profundo cambio que el psicoanálisis relacional pretendía llevar a cabo.

En el campo del proceso clínico es donde surgen las controversias y conflictos más señalados con el mundo más clásico del psicoanálisis. Parte de este debate se captó en un ensayo de Charles Spezzano (1998), titulado con una ironía no exenta de exasperación "¿Qué hacen los analistas relacionales entre las revelaciones y las puestas en acto?" La teoría relacional es un ejemplo de un campo de teoría radical, una teoría en la cual el campo social y el individual son enormemente interdependientes. Otros ejemplos de este tipo de teorización incluyen el trabajo postbioniano de Ferro (1996) y Lombardi (2008, 2009).

Las implicaciones para el trabajo clínico surgían, para Mitchell (y para otros autores especialmente interesados en el proceso clínico), de la ubicuidad de la contratransferencia y las implicaciones de una psicología bipersonal. Las figuras clave en la evolución de las ideas sobre el proceso clínico son Bromberg, Aron, Hoffman, Davies, Bass, Spezzano, Slochower, Stuart Pizer, Cooper y, más recientemente, Philip Ringstrom (2007) y Steven Knoblauch (2000); por la parte de los interpersonalistas, Donnel Stern (2010) y Darlene Ehrenberg (1992) han hecho importantes contribuciones. (Ver también Samuel Gerson [2004] acerca del inconsciente relacional). ¿Cómo hará uso el analista de su subjetividad? ¿Es peligrosa, narcisista, la visibilidad y revelación personal, haciendo más importante al analista que al paciente, pervirtiendo y abusando del tratamiento, gratificando a los participantes, evitando tener al paciente trabajando de modos más sutiles, menos interactivos? ¿Podrían esos tratamientos más activos e interactivos evitar u ocluir los procesos inconscientes? Todas estas cuestiones aparecieron en diversas formas en las primeras reacciones a las ideas relacionales. Pero estas cuestiones también surgían en candidatos y estudiantes jóvenes interesados en aprender acerca de la teoría relacional y a quienes no les parecía fácil saber qué hacer.

Si bien  las respuestas que determinados relacionalistas han dado a estas preguntas son variadas (las examinaré más adelante en mayor detalle, dejando que los autores hablen por sí mismos), me gustaría hacer algunas observaciones generales. El cambio en el campo de nuestra comprensión de la contratransferencia y de la subjetividad del analista altera inevitablemente las dinámicas de poder en el marco clínico. Si piensas que tu presencia (en términos conocibles y no conocibles) marca una diferencia en la posibilidad y la forma en que el analizado puede pensar, o hablar, o sentir, eso te conducirá a un cambio esencial en tu concepción del encuadre analítico. Todo el mundo piensa que el paciente puede afectar al modo en que el analista es capaz de pensar, sentir o funcionar. Esto ha sido así desde que Bion y Rosenfeld establecieron la idea de identificación proyectiva y proyección como formas de comunicación. La cuestión es, ¿puedes imaginar que el proceso de perturbación de la función psíquica funcione en la otra dirección, del analista al analizando? La cuestión es cuán generalizado te parece este movimiento dialéctico y qué haces al respecto.

La forma en que concibes el marco, cómo se establece, lo que piensas que motiva al analista o al analizando, y qué información es relevante cuando decides qué hacer o decir o no decir: todas estas cuestiones estimulan a los analistas relacionales a la hora de pensar sobre el proceso clínico. La teoría clínica relacional opera como una especie de teoría de sistemas radical en la que no es posible concebir el análisis como una escena más o menos estática con alguien que produce un material que hay que entender (mediante el habla o la acción) y otra persona que es quien sabe.

Los relacionalistas están convencidos de que muchos elementos de nuestro trabajo nos hacen visibles, y por tanto funcionan como revelaciones. Aron (1991, 1992, 1996, 2001, 2006) y otros (Davies, 2001, 2003; B. Pizer, 2005) se fijan en las revelaciones explícitas e implícitas. El silencio no es garantía de opacidad ni de que exista espacio psíquico disponible en el que el analizando pueda trabajar.

Este fue uno de los aspectos que Davies desarrolló al responder a las reacciones a su artículo "Love in the Afternoon" (1994) en el que describía cómo había revelado a un paciente fantasías sexuales que había tenido con él. Su argumento se centraba en la demanda concreta de honestidad y autenticidad con pacientes cuya historia incluye un trauma importante, en especial un abuso sexual. Este punto de vista puede encontrarse en el trabajo de Ferenczi sobre el abuso y en muchos estudios modernos sobre sus secuelas. Si bien es importante lo que realmente le sucede al niño, parece que la posibilidad de predecir dificultades posteriores y efectos sobre su funcionamiento psicológico depende bastante de si un acontecimiento fue reconocido y elaborado. Este hallazgo de la literatura del trauma es el que guía parte del pensamiento relacional en cuanto a qué revelar, incluyendo las revelaciones y la exploración de errores o pasos en falso que el analista piense que puede haber cometido.

Ahora bien muchos analistas anteriores a Mitchell han operado con algunas o, incluso, muchas de estas ideas: Ferenczi, James McLaughlin, Sacha Nacht, Theodore Jacobs, Margaret Little, Paula Heimann, Madeleine y Willy Baranger, Heinrich Racker, Thomas Ogden y Owen Renik, por nombrar a los que tal vez son más conocidos. Pero estas ideas son la base de la teoría relacional, aun cuando sean puestas en práctica en modos y estrategias muy diferentes entre sí.

Una primera preocupación tenía mucho que ver con el poder. ¿El análisis era ahora una democracia, o una anarquía? Aron, en concreto, trabajó sobre esta cuestión, defendiendo una mezcla de mutualidad junto con el mantenimiento de la asimetría. Hoffman defiende la espontaneidad y las reglas para el ejercicio de la libertad, la alegría y la interacción. Hoffman, diría yo, aboga por la autenticidad y la responsabilidad. El trabajo de Davies, generalmente, está guiado por su percepción de los cambios en los estados del self; los patrones relacionales desplegados entre ella y su paciente requieren una involucración activa. Escribe acerca de una de las demandas más desafiantes para un analista, la necesidad de vivir como objeto malo del paciente, de ver y decir cuándo y cómo uno puede ser imaginado como, o incluso ser, el perpetuador del abuso, el otro significativo potencialmente violento o devastador (Davies, 2004). La fuerte influencia de las relaciones de objeto está presente en estos modelos de acción terapéutica, pero se trata de relaciones que están constantemente cambiando e invirtiéndose. Los procesos que uno puede querer denominar proyección o identificaciones proyectivas son de doble sentido e inevitablemente aportan incertidumbre. ¿De quién es esta vida? ¿De quién la mente? ¿De quién la acción? ¿De quién el significado? Para un proceso clínico relacional, estas cuestiones siempre están vivas.

Lo que me parece útil y necesario añadir a las consideraciones sobre la intersubjetividad en el proceso clínico es la idea de negociación y paradoja, sobre todo asociada con Bass (2003, 2007), Stuart Pizer (1998, 2004) y Slochower (1994, 1996). Si la experiencia analítica es de negociación continua en torno al significado, el trabajo clínico tiene una incertidumbre intrínseca, irreductible y a menudo bastante sustancial. A este respecto, Bass, que ha escrito acerca del marco y del proceso de negociar temas tanto concretos como abstractos en los tratamientos, hereda el legado de las ideas de Ferenczi acerca del análisis mutuo. Bass trabaja con la suposición de que él es parte del proceso y de que los insights del analizando sobre la subjetividad del analista necesitan ser tomados en cuenta. Trabajar en este sentido, sugiere Bass, otorga una gran libertad y crea unas enormes demandas de precisión y reflexión en ambos participantes. La presencia continuada desestabilizante y reestabilizante de la terceridad puede ser otro modo de describir este modo de trabajar.

Pizer y otros muchos autores (Aron, Benjamin) se han centrado en la experiencia de impasse, o la paralización de los tratamientos, como un modo de hablar del papel que la subjetividad del analista tiene en la transformación. Pizer consideró el impasse como un signo del colapso de la capacidad de negociación, una reducción de la vitalidad creativa en ambos participantes, tal vez un lapsus en la contención, inevitablemente, como sugieren Aron y otros, un punto ciego, un lapsus en el analista, sea lo que sea que haya sucedido. Aron consideró diversos movimientos técnicos –interpretación, puestas en acto (intencionales y no intencionales) y revelaciones- que permitieran la ventilación y mantuvieran el movimiento y la reflexión psíquica en ambos participantes.

Una interesante variación sobre esta cuestión de la subjetividad analítica es la que ofrece Slochower (1994, 1996, 2006), quien toma la idea más convencional de Winnicott y Bion de sostén y contención, y ve su especial potencial en los tratamientos con pacientes muy perturbados, para quien la mutualidad parece imposible. Ella considera el sostén como una especie de sostén para el paciente en que el analista contiene la crueldad del paciente, su narcisismo y autoinculpación hasta que el paciente puede empezar a absorber todo esto como estados del self. El sostén, entonces, es una especie de dosificación del fracaso analítico. Este modelo tiene tanto mutualidad como asimetría y, al menos en algunos estadios del trabajo, contiene la subjetividad analítica al tiempo que hace un uso intenso de la misma.

Otra forma de investigar la contratransferencia es la de Cooper (2000, 2010), quien está interesado en cómo el analista sostiene la teoría; cómo nuestros diálogos mentales (lo que Donnel Stern podría llamar atestiguar), modelan cómo trabajamos y a menudo cómo tenemos que cambiar el modo en que trabajamos. Cooper dirige su atención hacia la reverie analítica, hacia lo que él denomina sus “propiedades melancólicas ". En sus manos, el instrumento analítico es un conjunto de procesos vívido, altamente complejo, que impide y posibilita el progreso en el trabajo. Existe un vínculo, diría yo, entre el proyecto de Cooper para involucrar al paciente y hacer que sienta curiosidad por su cuerpo/mente y su modelo de la involucración del analista con el campo, concebida de forma amplia y profunda.

Muchos analistas, en sus escritos, hacen hincapié en la creatividad, lo que Stern llama "buscar la sorpresa" y Pizer valora como un elemento de autenticidad analítica. Recientemente, esto ha dado lugar a interesantes debates dentro del campo relacional en torno a la improvisación y el juego como elementos del trabajo analítico. Ringstrom (2007), basándose en su formación en la teoría de sistemas y el trabajo con parejas, habla de los placeres y peligros de la improvisación. Hay complicadas cuestiones filosóficas en torno a las nociones de decisión e intencionalidad que atañen a cualquier acto comunicativo. El trabajo de improvisación no es inmune a estas cuestiones. Basándose en su experiencia como músico de jazz, Knoblauch (2000) ha señalado que la improvisación no es precisamente anárquica, requiriendo un equipo de trabajo ingenioso, movimientos interactivos cuidadosos y colaboración, valores todos ellos cruciales para el trabajo clínico relacional.

Todos estos autores están trabajando un modelo de proceso clínico en el cual el dinamismo es una condición permanente y el impasse un colapso en el funcionamiento individual y diádico. Un concepto como el de reacción terapéutica negativa necesita transformarse en bipersonal. No es necesario cambiar el foco sobre el analizando para estar atento al impasse entendido como una interrupción en el reconocimiento del otro que surge en ambos participantes. Ente otros temas, se puede considerar que la reflexión del analista sobre su propia contribución moldea la función analítica de autorreflexión.

Mi propio interés en estas cuestiones de trabajo en la contratransferencia y acerca de ella se ha centrado en la vulnerabilidad analítica (Harris y Sinsheimer, 2008; Harris, 2009). Trabajar de este modo supone un examen despiadado de uno mismo pero también la protección contra un uso del self demasiado despiadado. Muchas de nuestras figuras más idealizadas y celebradas (Winnicott y Ferenczi especialmente) a menudo parecen defender formas extremas de sacrificio al servicio del tratamiento. Nuestros ideales de cuidado analítico a menudo pueden desviarse hacia lo masoquista. Exigimos mucho en el clima actual de trabajo con pacientes a menudo muy difíciles y dañados, nuestras demandas hacia nosotros mismos de autoescrutinio y nuestra comprensión de las profundas interdependencias entre el self y el otro, entre mente y cuerpo. Esto requiere, en mi opinión, una gestión tanto individual como colectiva: más revelación a los colegas, más franqueza en situaciones en las que el analista se halla en dificultad, más diálogo. El trabajo de Gabbard (1994, 1995; Celenza y Gabbard, 2003) y más recientemente de Dimen (2011a) habla de los dilemas que plantean en todo el campo las violaciones de límites y el compromiso con un diálogo abierto como un correlativo necesario para las condiciones profundamente privadas y, a menudo, solitarias, de nuestro trabajo.

Un artículo de Slochower (2003), que describe las fallas menores y  mayores en la función del analista, plantea la ubicuidad de estos problemas, problemas de autogestión para los cuales el viejo modelo de renegación parece insuficiente, aun cuando los modelos más recientes de puesta en acto y presencia del analista tienen sus propios peligros (y oportunidades).

Un tema que se remonta a Ferenczi, y es recogido de diversas formas por distintos analistas en diferentes contextos (Racker, Nacht, McLaughlin, Harold Searles) forma parte del canon relacional en el trabajo con la contratransferencia. (…). Estas cuestiones de impasse y obstáculos para el cambio centrados en el analista se plantean a menudo cuando se piensa sobre las puestas en acto y su lugar en la acción mutativa. Estas cuestiones se exploran en un nuevo libro sobre temas relacionales que se ocupa de la terminación (Salberg, 2010) y en un análisis con influencia de Levinas sobre cómo el analista puede reconocer al paciente sin colonizarlo (Rozmarin, 2007

 

Nuevas direcciones

Social/Histórica

Puesto que la primera generación relacional tenía gran interés en el feminismo, en el pensamiento progresivo y, más tarde, en la teoría queer, categorías tales como el género y la sexualidad siempre estuvieron sujetas a examen. Más recientemente, la clase y la raza también han sido sometidas a la lente psicoanalítica relacional. Los relacionalistas que trabajan en estas áreas están también ciertamente en deuda con el trabajo de Kimberlyn Leary (1997, 2000) y Maurice Apprey (2006), autores más identificados con la tradición clásica. Altman (2009) ha trabajado en deconstruir la intersección entre pobreza y tratamiento psicodinámico, un interés que requiere confrontaciones en cuanto al racismo internalizado en la teoría analítica y los analistas, y también en lo referente a la ceguera en las teorías e instituciones ante las exigencias de clase, cultura y raza tal como se representan en los procesos de transferencia-contratransferencia más convencionalmente concebidos. El trabajo de Altman (2005, 2009) –y el de Melanie Suchet (2007), Gillian Straker (2004), y Cleonie White (2007) sobre la raza en el contexto del apartheid, y el de Steven Hartman (2007) y Jill Gentile (2007) sobre la clase y la dimensión material como un aspecto de corporeidad y psique- depende del proyecto relacional de examinar la contratransferencia propia y ver las profundas imbricaciones de lo social en lo intrapsíquico y por consiguiente en la diada clínica.

Suchet (2007) y Sarah Hill (2008) estudian el modo en que la raza se introduce y escinde la vida relacional de la familia y, por tanto, cómo los primeros apegos conllevan angustia, duelo y vínculos creativos que a menudo permanecen en secreto incluso para el niño que los soporta. Estas ideas son muy relevantes para muchos debates sociales actuales en torno al recurso a personas externas a la familia para el cuidado de los niños, las divisiones de clase y a menudo de raza y de etnia que son aspectos de la naturaleza cambiante del trabajo (tanto en las mujeres del "Primer Mundo" como en las del "Tercer Mundo").

Las deudas con el feminismo, el feminismo psicoanalítico y la teoría queer son considerables, y si bien los aspectos transformadores del trabajo relacional basado en categorías de identidades sociales  son fascinantes, este trabajo a menudo parte del examen de aspectos dolorosos de la subjetividad y circunstancias del analista/teórico.

La conciencia política y social  ha dado un nuevo giro en el reciente trabajo de Aron sobre el modo en que se teorizan las distinciones entre psicoterapia y psicoanálisis. Aron está "explorando cómo el psicoanálisis en una época en que tenía un gran poder cultural, prestigio y status, y estaba abrumadoramente dominado por médicos masculinos, se definía a sí mismo escindiendo todo lo que era vulnerable y precario en el terapeuta y ubicaba el cuidado y la relacionalidad en la psicoterapia, quedando el análisis abogando por la autonomía y la individualidad. Desde este punto de vista el "psicoanálisis relacional" era un oxímoron. El psicoanálisis era civilizado, masculino y promovía la autonomía del yo; la psicoterapia era primitiva, femenina y se basaba en el apoyo y la dependencia" (Aron y Starr, en prensa).

Existe una tradición fuerte y venerable en el psicoanálisis, que ciertamente antecede al trabajo relacional, que usa la teoría para hacer crítica y trabajo políticos junto con la práctica clínica usual. Lo que se llamó la izquierda freudiana fue enormemente influyente (comprensiblemente) en Europa en el periodo entreguerras (la escuela de Frankfurt, Wilhelm Reich, y muchos analistas de Berlín, un relato de la transformación sufrida por una cultura psicoanalítica compleja políticamente durante el proceso de emigración y exilio lo podemos encontrar en Jacoby (1983)”. Los relacionalistas, muchos de ellos formados en el intenso crisol de los años 60 (los derechos civiles y los movimientos antibélicos y más tarde de liberación feminista y gay), han estado trabajando en esta intersección de lo sociopolítico y lo psicoclínico. Altman (2005) y Rachael Peltz (2005) escriben acerca de los estados maniacos como una adaptación social moderna. Lynne Layton (1998, 2006), Philip Cushman (2007), y otros autores han trabajado en analizar los problemas contemporáneos de identidad en relación con el capitalismo tardío. La tarea difícil es cómo usar una teoría tan bien articulada en la consideración de la cualidad social de la diada y ampliar su alcance y su ámbito. Éste fue uno de los temas en una ponencia de  Chodorow (2010) y también orienta el trabajo de Vamik Volkan sobre grupos y odios étnicos (2006); estos intereses no son exclusivos de los analistas relacionales (ver Suchet, Harris y Aron, 2007). Recientemente, Dimen y sus colegas han elaborado la teoría relacional de un modo que permite tener en cuenta el colectivo, el entorno social más amplio, y el peso de la historia a la hora de deconstruir los momentos clínicos. El volumen compilado que resultó se titula Culture in Mind (Dimen, 2011b).

El trauma y su transmisión intergeneracional

El trauma es, por supuesto, una de las primeras preocupaciones para los pensadores relacionales (Davies y Frawley, 1994; Davies, 1994, 2001). Los efectos a largo plazo del trauma temprano y acumulativo en la forma de abuso, abandono y diversas formas de invasión psíquica o abandono es un tema que continúa dominando muchas obras y proyectos clínicos (Grand, 2000). Pero existe también un interés en el trauma en la edad adulta, el impacto en concreto de la guerra y lo bélico en la vida psíquica e interpersonal (Boulanger, 2002; Grand, 2000). Un aspecto crucial de estas ideas es el elemento transgeneracional. Creo que este concepto tiene raíces en numerosas fuentes, pero especialmente en el trabajo de Abraham y Torok (1984) y su noción de identidades encriptadas, secretos transmitidos en comunicaciones inconscientes que siguen siendo secretos para el transmisor y el receptor. El trabajo de François Davoine (2007; Davoine y Gaudilliere, 2004) desarrolla estos puntos. Y esta idea, de un fantasma intergeneracional, aparece en el trabajo de Susan Coates (Coates y Moore, 1997) y otros muchos (p. ej. Puget, 2006; ver también Guralnik y Simeon [2010] sobre disociación e interpelación). La comunicación inconsciente también fue del interés de Ferenczi (1911, 1931, 1932) y reflejaba su percepción de las potentes formas de transmisión: en el habla, en la vida corporal, en los modos de relacionarse. Estos intereses han sido absorbentes para muchos relacionalistas y constituyen el foco del trabajo sobre el cuerpo, trabajo que considero en la siguiente sección.

Corporeización y apego

En dos compilaciones (Aron y Anderson, 1998; Anderson, 2009), el cuerpo se ha convertido en un foco central, clínica y teóricamente (ver también K. Gentile, 2006). Esto puede reflejar uno de los modos en que los teóricos relacionales han asumido la crítica. El cambio de foco de lo individual a lo bipersonal, ¿había convertido la noción del individuo y el inconsciente en demasiado plana o superficial? ¿Había triunfado lo intersubjetivo sobre lo intrapsíquico? Para desarrollar respuestas a estas preguntas, los relacionalistas se vieron abocados a recurrir a otras disciplinas, filósofos del cuerpo en general (Merleau-Ponty, 1945; Lakoff y Johnson, 1999) y feministas/postmodernos (Grosz, 1994; Butler, 1990).

La corporeización es ahora una pieza central para gran parte de la teoría del desarrollo (Daniel Stern, el Boston Change Group), tal que las muchas formas de representación (preverbal, no verbal) se consideran la base necesaria para la memoria temprana, el apego temprano y estrategias relacionales posteriores. Podemos ver aquí el enorme legado de las ideas de Loewald acerca del entremezclado de proceso primario y secundario, un equilibrio necesario para la mente madura. De hecho, Loewald es una figura crucial para el trabajo final de Mitchell sobre relacionalidad y experiencia temprana, así como una influencia en el complejo lugar que ocupa la temporalidad en el desarrollo y la reverie clínica.

Ha aparecido nuevo y potente trabajo en este campo, con relevancia teórica y clínica (Seligman, 2005, 2009). También destacaría el nuevo trabajo de Goldner (2008) sobre cómo el trabajo con parejas puede entenderse psicodinámicamente como la aplicación de la comprensión del trauma relacional en parejas atrapadas e atormentadas por crisis. Basándose en el trabajo sobre procesos de apego tempranos no verbales, en el trabajo de Allan Schore (1994) sobre los elementos biológicos que sostienen el apego y el desarrollo, Goldner aplica una lente psicoanalítica relacional al análisis de procesos de pareja en circunstancias en las que, como él dice, "cada persona se ha convertido en la pesadilla del otro".

También hay un interés nuevo y éticamente exigente en los fenómenos del transgénero, tema de un simposio recientemente publicado en Psychoanalytic Dialogues (2011, vol. 21, nº 3). En el trabajo relacional sobre el transgénero, podemos ver cómo los temas que comenzaron en el borde más externo de la experiencia clínica, considerados al principio simplemente como una patología, migran al centro. La exploración de los fenómenos de transgénero está revisando muchas de las ideas que tenemos sobre el trauma de la ansiedad social reguladora para muchas experiencias de género (Corbett, 2009; Corbett y Salamon, 2011), la naturaleza del cuerpo y la diferencia sexual (Salamon, 2010), y la necesidad de tener en cuenta la raza, la clase, la psicosis, el trauma y la historia de relaciones de objeto en los estudios clínicos sobre identidad, de manera amplia (Saketopoulou, 2011).

Vergüenza

Un desarrollo tal vez no intencionado pero sin embargo muy potente en el trabajo relacional reciente sobre disociación (Bromberg), variación de género (Corbett), sexualidad (Dimen) e impasse (Aron, Harris, Benjamin y Pizer) es el foco en la vergüenza como un afecto poderoso que es inherentemente interpersonal así como intrapsíquico. Escasamente teorizado, ahora me parece un tema de lo más crucial en relación tanto con la metapsicología como con el proceso.

La vergüenza, tal como han mostrado investigadores como Tompkins (1963) y analistas como Morrison (1989), Broucek, (1982) y Lombardi (2008), es contagiosa. Uno se avergüenza y entonces se avergüenza de estar avergonzado, un incendio de sentimientos que Schore y Michael Lewis (1992) han visto por separado como un potente desregulador de los estados de completud del self. La vergüenza es una especie de crac gigante de sistemas, haciendo descarrilar y arruinando el self y el self en relación con otros. Si, como sugiere Bromberg, la vergüenza es un mecanismo clave en los estados del self disociados, secuestrado y escindido como "no yo" o si, como sugiere Corbett, reside en el corazón de la variación de género como una parte profunda de la experiencia del sujeto de pertenecer a un género, o de ser objeto o sujeto de deseos y anhelos socialmente transgresores, manejar clínicamente la vergüenza se convierte en un desafío notable.

Existen, quizá, tantas estrategias y formas de intervención cuidadosa como analistas hay, pero un aspecto de la teoría relacional que la hace potencialmente útil en el trabajo con la vergüenza es la atención prestada a la contribución del analista como iniciador o mantenedor de un estado de vergüenza. Rastrear los estados de vergüenza en la contratransferencia, intentar sostener la incertidumbre de a quién pertenecen esos estados, decidir cuándo se usarán, o si se usarán, esos estados en las comunicaciones y el trabajo analítico, todo esto tiene el potencial de crear una sensibilidad compartida nueva (menos acerca de la revelación que de condiciones humanas comunes) donde puede desarrollarse cuidadosa y respetuosamente el trabajo sobre la proyección y el carácter.

Conclusión

¿Qué podemos decir sobre el psicoanálisis americano en este punto centenario? Un potente periodo de movimientos en torno a la raza, el género y la sexualidad abrió de golpe muchas puertas comenzando con fuerza al principio de los años 60 y explotando en la era de Vietnam y con los movimientos en torno a las políticas de identidad que surgieron en los 70. Los psicoanalistas contribuyeron a esos movimientos y fueron transformados por ellos, y desde entonces estas fuerzas sociopolíticas han constituido un potente encuentro dialéctico con una amplia variedad de tradiciones psicoanalíticas. La vida social y política se profundiza y mejora con la comprensión psicoanalítica. El libro de Ruth Stein sobre terrorismo (2010) es un ejemplo estelar. Y las teorías psicoanalíticas se han enriquecido con desafíos tonificantes, y se han transformado por la experiencia contextual y la intervención directa de teóricos, académicos, y activistas de estos terrenos políticos. De nuevo estamos en un periodo de enfrentamientos bélicos letales y costosos, y nuestras instituciones y profesionales se han visto desafiados a ofrecer cuidados y a exigir una conducta ética por parte de nuestros colegas (Harris y Boticelli, 2010). Estos son viejos y nuevos problemas.

¿Qué podríamos decir, en resumen, de la tradición relacional? El psicoanálisis relacional supone la comprensión, a veces reticente, a veces ansiosa, y a veces alegre y confiada, de que el trabajo analítico procede con un grado irreductible de incertidumbre. No trabajamos sin saber nada de nuestra conciencia, nuestra claridad de propósitos, nuestras intenciones y nuestras decisiones, espontáneas o elaboradas; pero todos estos fenómenos tienen ciertos aspectos de fuerza inconsciente que no nos permite ser dueños completos de nuestra propia casa. Ese es nuestro desafío y nuestra carga. Si crees que la mente es algo bipersonal, que cuerpo y mente están relacionados entre sí y co-creados, y que la subjetividad emerge en primer lugar en la densidad primaria que es social e interpersonal en las elaboradas redes de la vida relacional posterior, estás comprometido con una serie de otras ideas clave que guiarán tu forma de trabajar, cómo ves lo que está pasando en el consultorio, y cómo entiendes la acción mutativa del psicoanálisis. Para que un individuo cambie, cambiara un sistema y viceversa.

Escribir un ensayo sobre un movimiento teórico/clínico es, tal vez, inevitablemente, un acto de imperialismo, una forma de colonización, plantar banderas en ciertas parcelas o campos de ideas. Comencé con la esperanza de que pudiéramos ver las poderosas interrelaciones que tienen las teorías, aun en periodos de fuerte desacuerdo. Me doy cuenta de que el párrafo anterior puede ser suscrito por muchos analistas que no se consideran relacionales. Esto me parece esperanzador. También tengo la esperanza de haber dado cuenta de un trabajo cuyos productores se consideran relacionalistas, de uno u otro tipo. Las grandes ideas prosperan cuando son compartidas.

Bibliografía

Abraham,  N.,  & Torok, M. (1984). "The  lost  object-me": Notes  on identification with the crypt. Psychoanalytic Inquiry 4:221-242.

Althusser, L. (1970). Ideology and ideological state apparatuses (notes toward an investigation). In Lenin and Philosophy and Other Essays, transl. B. Brewster. New York: Monthly Review Press, pp. 127-186.

Altman, N. (2005). Manic society: Toward 1he manic society. Psychoanalytic Dialogues 15:321-346.

Altman, N. (2009). The Analyst in the Inner City: Race, Class, and Culture through a Psychoanalytic  Lens. 2nd ed. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Anderson, F.S., ED. (2009). Bodies in Treatment: The Unknown  Dimension. New York: Taylor & Francis.

Apprey, M. (2006). Difference and the awakening of wounds in intercultural psychoanalysis. Psychoanalytic  Quarterly 75:73-93.

Aron, L. (1991). The patient's experience  of the analyst's  subjectivity. Psychoanalytic Dialogues 1:29-51.

Aron, L. (1992). Interpretation  as expression of the analyst's  subjectivity. Psychoanalytic Dialogues  2:475-507.

Aron,  L. (1996). A Meeting of Minds: Mutuality in Psychoanalysis. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Aron, L. (200 1). Intersubjectivity in the analytic situation. In Self-Relations in the Psychotherapy Process, ed. J. Christopher Muran. Washington, DC: American Psychological Association, pp. 137-164.

Aron, L. (2006). Analytic impasse and the third: Clinical implications of intersubjectivity. International Journal of Psychoanalysis  87:349-368.

Aron, L., & Anderson,  F.S., Eds. (1998). Relational Perspectives on the Body. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Aron,  L., & Harris, A, Eds. (1994). The Legacy of Sandor Ferenczi. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Aron, L., & Starr, K. (in press).  Defining  Psychoanalysis: The Surprising Relevance  of Racism, Anti-Semitism, Misogyny,  and Homophobia.  New York: Taylor & Francis.

Bass, A (2003).  Enactments in psychoanalysis: Another  medium,  another message. Psychoanalytic Dialogues 13:657-676.

Bass, A (2007). When  the frame doesn't fit the picture. Psychoanalytic

Dialogues 17:1-27.

Beebe,  B.,  Knoblauch, S.,   Rustin, J., & Sorter,   D. (2005). Forms  of Intersubjectivity in Infant  Research  and Adult  Treatment.  New York: Other Press.

Beebe, B., & Lachmann, F.M. (2005). Infant Research and Adult Treatment. New York: Routledge.

Benjamin, J. ( 1988). The Bonds of Love. New York: Pantheon.

Benjamin, J. (1995). Like Subjects, Love Objects. New Haven: Yale University Press.

Benjamin, J. ( 1998).  The Shadow  of the Other: Intersubjectivity and Gender in Psychoanalysis. New York: Routledge.

Bergmann, M. (2004). Understanding Dissidence and Controversy. New York: Other Press.

Boulanger, G. (2002). Wounded by reality: The collapse of the self in adult onset trauma. Contemporary Psychoanalysis  38:45-76.

Bromberg, P.M. (1998). Standing in the Spaces: Essays in Clinical Process, Trauma, and Dissociation. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Bromberg, P.M. (2006). Awakening the Dreamer: Clinical Journeys. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Broucek,  F.  ( 1982). Shame and  its  relationship to  early   narcissistic developments. International  Journal of Psychoanalysis 63:369-378.

Butler, J. ( 1990). Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. New York: Routledge.

Butler, J. (2005). Giving an Account of Oneself. New York: Routledge.

Celenza, A, & Gabbard, G.O. (2003). Analysts who commit sexual boundary violations.  Journal of the  American Psychoanalytic Association 51:617-636.

Chodorow,  N.J.  ( 1976). The  Reproduction of Mothering. Berkeley: University of California Press.

Chodorow, N.J. ( 1992). Heterosexuality as a compromise formation: Reflections on the  psychoanalytic theory of sexual development. Psychoanalysis  & Contemporary Thought 15:267-304.

Chodorow, N.J. (1994). Femininities, Masculinities, Sexualities: Freud and Beyond. Lexington: University Press of Kentucky.

Chodorow, N.J. (20 I   0). Beyond the dyad: Individual psychology, social world. Journal of the American Psychoanalytic Association 58:207-230.

Coates,  S.,  &  MooRE,  M.S. ( 1997).  The  complexity of  early   trauma: Representation and transformation. Psychoanalytic Inquiry 17:286--311.

Cooper,   S.H.  (2000). Mutual containment in  the  analytic situation. Psychoanalytic DiaZogues 10:169-194.

Cooper, S.H. (20 I0). A Disturbance in the Field: Essays  in Transference­ Countertransference Engagement. New York: Routledge.

Cooper,  S.H. (in press).  Discussion of Bromberg/Gill correspondance. Psychoanalytic Dialogues.

Corbett, K. ( 1993). The mystery of homosexuality. Psychoanalytic Dialogues 10:345-357.

Corbett, K. (1999). Homosexual boyhood: Notes on girlyboys. In Sissies and Tomboys: Gender Nonconformity and Homosexual  Childhood, ed. M. Rottnek. New York: NYU Press, pp. 107-139.

Corbett, K. (2009). Boyhoods: Rethinking  Masculinities. New Haven: Yale University Press.

Corbett, K., & Salamon, G. (20 II).  Speaking  the body/mind juncture: An interview. Psychoanalytic  Dialogues 21:221-229.

Cushman, P.  (2007). A burning world, an absent god: Midrash, hermeneutics, and relational psychoanalysis. Contemporary  Psychoanalysis 43:47-88. DAMASIO, A. (1999). The Feeling of What Happens: Body and Emotion in the Making ofConsciousness.New York: Harcourt Brace.

Davies, J. (1994). Love in the afternoon: A relational reconsideration of desire and  dread  in  the  countertransference.  Psychoanalytic Dialogues 4:153-170.

Davies,J. ( 1996). Linking the "pre-analytic" with the postclassical: Integration, dissociation, and the multiplicity of unconscious process. Contemporary Psychoanalysis 32:553-576.

Davies, J. (200 I). Erotic overstimulation and the co-construction of sexual meanings in transference-countertransference experience. Psychoanalytic Quarterly 70:757-788.

Davies, J. (2003).  Reflections on Oedipus,  post-Oedipus, and termination. Psychoanalytic Dialogues 13:65-75.

Davies, J. (2004). Whose  bad objects  are we, anyway?  Repetition and our elusive love affair with evil. Psychoanalytic Dialogues 14:711-732.

Davies, J., & Frawley, M.G. (1994). Treating the Adult Survivor of Childhood Sexual Abuse: A Psychoanalytic  Perspective. New York: Basic Books.

Davoine,  F.   (2007). The  characters of  madness in  the  talking cure. Psychoanalytic Dialogues 17:627-638.

Davoine, F., & Gaudillliere, J.-M. (2004). History beyond Trauma: Whereof One Cannot Speak, Thereof One Cannot Stay Silent. New York: Other Press.

Dimen, M. (2003).  Sexuality, Intimacy, Power. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Dimen,  M. (20 IIa). Lapsus linguae, or a slip of the tongue? A sexual violation in  an analytic treatment and  its  personal and  theoretical aftermath. Contemporary Psychoanalysis 47:36--70.

Dimen, M., ED. (2011b). CultureinMind: Psychoanalytic Stories. NewYork: Routledge.

Dimen, M., & Goldner, V, EDS. (2002). Gender  in Psychoanalytic Space: Between Clinic and Clture. New York: Other  Press.

Dinnerstein, D. (1976). The Mermaid and the Minotaur: Sexual Arrangements and Human Malaise. New York: Harper  & Row.

Ehrenberg,  D. ( 1992). The  Intimate Edge:   Extending the  Reach  of Psychoanalytic  Interaction. New York: Norton.

Elise, D. (1997).  Primary femininity, bisexuality, and the female ego ideal: A re-examination of female developmental theory. Psychoanalytic Quarterly 66:489-517.

Elise,  D.  (2002). The  primary maternal oedipal situation and female homoerotic desire.  Psychoanalytic  Inquiry 22:209-228.

Ferenczi, S. (191 I). First Contributions to Psycho-Analysis. London: Karnac Books,  1994.

Ferenczi,  S. ( 1931 ). Final Contributions to the Problems  and Methods  of Psycho-Analysis.  London: Kamac Books, 1994.

Ferenczi, S. ( 1932). The Clinical Diaries of Sandor Ferenczi, transl. M. Balint & N.Z. Jackson. Cambridge: Harvard University Press, 1988.

Ferro, A (1996). In the Analyst's Consulting  Room, transl. P. Slotnik. New York: Brunner-Routledge, 2002.

Fonagy,  P. (200 I). Attachment Theory and Psychoanalysis. New York: Other Press.

Foucault, M. (1961 ). Madness and Civilization: A History of Insanity in the Age of Reason, transl.  R. Howard. New York: Vintage  Books, 1988.

Foucault, M. (1976). The History of Sexuality: Vol.!. An Introduction, transl. R. Hurley.  New York: Vintage  Books,  1990.

Foucault, M. (1988),  On power. In Politics, Philosophy, Culture: Interviews and Other Writings, 1977-1984. New York: Routledge.

Fromm, E. ( 1941 ). Escape from Freedom. New York: Avon.

Fromm, E. (1947). Man for Himself. New York: Fawcett.

Gabbard, G.O. (1994).  Sexual excitement and countertransference love in the analyst.  Journal of  the  American Psychoanalytic Association 42:1083-1106.

Gabbard, G.O. ( 1995). Countertransference: The  emerging common ground. International  Journal of Psychoanalysis  76:475-485.

Gallese, V (2009). Mirror neurons, embodied simulation, and the neural basis of social  identification. Psychoanalytic Dialogues 19:519-536.

Gentile, J. (2007). Wrestling with  matter: Origins of intersubjectivity. Psychoanalytic  Quarterly 76:547-582.

Gentile, K. (2006). Creating  Bodies:  Eating Disorders  as Self-Destructive Survival. Mahwah, NJ: Analytic Press.

Gerson,  S.  (2004). The relational unconscious. Psychoanalytic Quarterly 73:63-98.

Gerson, S. (2009). When the third is dead: Memory, mourning, and witnessing in the aftermath of the Holocaust. International Journal of Psychoanalysis 90:1341-1357.

Ghent, E. (1990). Masochism, submission, surrender: Masochism as a perversion of surrender. Contemporary  Psychoanalysis  26:108-136.

Ghent, E. (2002). Wish, need, drive: Motive in the light of dynamic systems theory  and Edelman's selectionist theory.  Psychoanalytic Dialogues, 12:763-808.

Goldner, V  ( 1991 ).  Toward a critical relational theory of  gender. Psychoanalytic Dialogues 1:249-272.

Goldner, V (2003). Ironic  gender  I authentic sex. Studies in Gender  & Sexuality 4:113-139.

Goldner, V (2008). When love hurts: Romantic bonds, binds, and ruptures. Paper presented at NYU  Postdoctoral Program in Psychotherapy and Psychoanalysis, September  26, 2008.

Gopnik, A  (20 I0). The Philosophical  Baby: What Children's Minds Tell Us about Truth, Love, and the Meaning of life. New York: Picador.

Grand, S.  (2000). The  Reproduction of  Evil:  A Clinical and  Cultural Perspective. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Greenberg, J., & Mitchell, SA ( 1983). Object Relations in Psychoanalytic Theory. Cambridge:  Harvard University Press.

Grosz, E. ( 1994). Volatile  Bodies: Toward a  Corporeal  Feminism. Bloomington: Indiana University Press.

Guralnik, 0., & Simeon, D. (20I 0). Depersonalization: Standing in the spaces between recognition and  interpellation. Psychoanalytic Dialogues 20:400--416.

Harris, A (2005). Gender as Soft Assembly. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Harris, A. (2009).  "You must remember this."  Psychoanalytic Dialogues, 19:2-21.

Harris, A., & Sinsheimer (2008). The analyst's  vulnerability: Preserving  and fine-tuning analytic bodies. In  Bodies  in  Treatment: The  Unknown Dimension, ed. F.S. Anderson. New York: Taylor & Francis, pp. 255-274.

Hartman, S.  (2007).  Class  unconscious: From  dialectical materialism to relational material. In Relational Psychoanalysis: Vol. 3.New Voices, ed. M. Suchet, A Harris, & L. Aron. Hilldale, NJ: Analytic Press, pp. 209-226.

Haynal, A. (2002). Disappearing and  Reviving: Sandor  Ferenczi  in the History of Psychoanalysis. London: Kamac Books.

Hill, S. (2008). Language and intersubjectivity: Multiplicity in a bilingual treatment. Psychoanalytic Dialogues 18:437--455.

Hoffman, I.Z. (1998). Ritual and Spontaneity in the Psychoanalytic Process: A Dialectical-Constructivist View. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Jacoby,  R. (1983). The Repression  of Psychoanalysis:  Otto Fenichel and the Political Freudians. New York: Basic Books.

James, W ( 1890). The Principles of Psychology. 2 vols. New York: Henry Holt. jAMES, W  (1892). Psychology (Briefer Course). New York: Henry Holt. jAMES, W  (1907). Pragmatism. Cambridge:  Harvard University Press, 1978.

Knoblauch, S. (2000). The Musical Edge of Therapeutic Dialogue. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Lakoff, G., & Johnson, M. ( 1999). Philosophy  in the Flesh: The Embodied Mind and Its Challenge to Western Thought. New York: Basic Books.

Laplanche, J. ( 1989).  New  Foundations for  Psychoanalysis. London: Blackwell.

Laplanche, J. (1999). Essays on Otherness. New York: Routledge.

Layton, L. ( 1998). Who's That Girl? Who's That Boy' Clinical Practice Meets Postmodernism. Northvale, NJ: Aronson.

Layton, L. (2006). Racial identities, racial  enactments, and normative unconscious processes. Psychoanalytic Quarterly 75:237-269.

Leary,  K. ( 1997).  Race,  self-disclosure, and "forbidden talk":  Race and ethnicity  in contemporary clinical  practice.  Psychoanalytic Quarterly 66:163-189.

Leary,  K. (2000).  Racial enactments in dynamic  treatment.  Psychoanalytic Dialogues 10:639-653.

Ledoux, J. ( 1996). The Emotional Brain: The Mysterious  Underpinnings of Emotional life. New York: Simon & Schuster.

Levenson,  E.A. (2006). Fifty years of evolving interpersonal psychoanalysis. Contemporary  Psychoanalysis 42:557-564.

Levinas,  E. ( 1974). Otherwise Than  Being, or beyond  Essence, transl.  A. Lingis. Pittsburgh: Duquesne University Press, 1998.

Lewis,  M. (1992). Shame: The Exposed Self. New York: Free Press.

Loewald, H.W (1972). The experience of time. Psychoanalytic Study of the Child 27:401--410.

Lombardi, R. (2008). The body in the analytic session: Focusing on the body­mind link. International  Journal of Psychoanalysis  89:89-109.

Lombard I,  R. (2009). Symmetric frenzy and  catastrophic  change: A reconsideration of primitive mental states in the wake of Bion and Matte Blanco. International  Journal of Psychoanalysis  90:529-549.

Meltzoff, A (1990). Foundations for developing a sense of self: The role of imitation in relating self to other, and the value of social mirroring, social modeling, and self-practice in infancy. In The Self in Transition: Infancy to Childhood, ed. D. Cicchetti  & M. Beeghly. Chicago:  University  of Chicago Press, pp. 139-164.

Merleau-Ponty, M. ( 1945). Phenomenology  of Perception, transl. C. Smith. London: Routledge, 2002.

Mitchell,  SA (1978). Psychodynamics,  homosexuality,  and the question of pathology. Psychiatry: Journal of Interpersonal Processes 41:254-263.

Mitchell, SA (1981 ). The psychoanalytic treatment of homosexuality: Some technical considerations.  International Review  of Psychoanalysis 8:63-80.

Mitchell, S.A. ( 1988). Relational  Concepts in Psychoanalysis. Cambridge: Harvard University Press.

Mitchell, S.A. ( 1991 ). Editorial philosophy. Psychoanalytic Dialogues 1:1-7.

Mitchell,  S.A. (1993a). Aggression and the endangered self. Psychoanalytic Quarterly 62:351-382.

Mitchell, SA (1993b). Hope and Dread in Psychoanalysis. New York: Basic Books.

Mitchell,  S.A. (1997). Influence and Autonomy in Psychoanalysis.  Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Mitchell, S.A. (2000).  Relationality: From Attachment  to Intersubjectivity. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Mitchell, S.A., & Aron, L., Eds. ( 1999).  Relational  Psychoanalysis: The Emergence of a Tradition. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Mitchell, S.A., & Harris,  A. (2004). What's American about  American psychoanalysis?  Psychoanalytic Dialogues 14:165-191.

Morrison, A. ( 1989). Shame: The Underside  of Narcissism. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Peirce, C.S. (1955).  Philosophical Writings of Peirce, ed. J. Buchler. New York: Dover.

Peltz, R. (2005). The manic society. Psychoanalytic  Dialogues 15:347-366. PIZER, B. (2005). Passion, responsibility, and "Wild Geese": Creating a context for  the  absence of conscious intention. Psychoanalytic  Dialogues 15:57-84.

Pizer,   S.A.  ( 1998). Building Bridges:The Negotiation of  Paradox in Psychoanalysis.  Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Pizer, S.A. (2004). Impasse recollected in tranquility: Love, dissociation, and discipline in clinical dyads. Psychoanalytic Dialogues 14:289-311.

Puget, J. (2006). The use of the past and the present  in the clinical setting: Pasts and   presents.  International  Journal of  Psychoanalysis 87:1691-1707.

Refs, B., & GROSSMARK, R.  (2009). Heterosexual Masculinities: Contemporary Perspectives from Psychoanalytic Gender Theory. New York: Taylor & Francis.

Ringstrom, P. (2007). Scenes that write themselves: Improvisational moments in relational psychoanalysis. Psychoanalytic  Dialogues 17:69-99.

Rozmarin, E. (2007). An other in psychoanlysis: Emmanuel Levinas's critique of  knowledge and  analytic sense. Contemporary Psychoanalysis 43:327-360.

Saketopoulou, A. (2011). Minding  the gap: Intersections between  gender, race, and class in clinical work with gender variant children. Psychoana­ lytic Dialogues 21:192-209.

Salamon, G. (20 I0).  Assuming a Body:  Trans gender  and  Rhetorics  of Materiality. New York: Columbia  University Press.

Salberg, J. (20 I 0). Good Enough Endings. New York: Taylor & Francis.

Schirmeister,   P.  (2004). Freud  in America. Psychoanalytic Dialogues 14:265-286.

Schore,  A.N.  (1994). Affect  Regulation and  the Origin  of the Self:  The Neurobiology of Emotional Development. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Schorske, C. (1961 ). Fin de Sif cle Vienna: Politics and Culture. Cambridge: Cambridge University Press.

Schrecker,  E. ( 1998). Many  Are the Crimes: McCarthyism in America. Boston: Little, Brown.

Seligman, S. (2003). The developmental perspective in relational psychoanalysis. Contemporary Psychoanalysis 39:477-508.

Seligman, S.  (2005). Dynamic systems theories as a metaframework for psychoanalysis.  Psychoanalytic DiaZogues 5: 285-319.

Seligman, S.  (2009). Paper  presented to the International Association of Relational Psychoanalysis and Psychotherapy, Tel Aviv.

Slavin,  M.O. (1996). Is one self enough? Multiplicity in self-organization and  the  capacity to  negotiate relational conflict. Contemporary Psychoanalysis 32:615-625.

Slochower, J.A.  ( 1994). The  evolution of object  usage  and the  holding environment. Contemporary  Psychoanalysis 30:135-151.

Slochower, J .A. ( 1996).  Holding and  Psychoanalysis: A Relational Perspective. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Slochower, J.A. (2003). The analyst's secret delinquencies. Psychoanalytic Dialogues 13:451-469.

Slochower, J.A. (2006). Psychoanalytic Collisions. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Spezzano, C. (1998). Listening and interpreting: How relational analysts kill time between  disclosures and enactments. Psychoanalytic Dialogues 8:237-246.

Spezzano, C. (2007). A home  for  the  mind.  Psychoanalytic Quarterly 765:1563-1583.

Stein, R. (2006).  Unforgetting  and excess, the re-creation andre-finding of suppressed  sexualty. Psychoanalytic Dialogues 16:763-778.

Stein, R. (2008). The otherness of sexuality: Excess. Journal of the American Psychoanalytic Association 56:43-71.

Stein, R. (20 I   0). For Love of the Father: A Psychoanalytic Study of Religious Terrorism. Stanford: Stanford University Press.

Stern, D.B. (20 I  0). Partners in Thought: Working  with  Unformulated Experience, Dissociation, and Enactment. New York: Routledge.

Stern, D.N., Sander, L.W, Nahum, J.P., Harrison, A.M., Lyons-Ruth, K., Morgan, A. C.,  Bruschweiler-Stern, N., & Tronick,  E.Z. ( 1998). Non-interpretive mechanisms in psychoanalytic therapy: The 'something more' than  interpretation. International Journal  of Psychoanalysis 79:903-921.

Straker, G. (2004). Race  for  cover: Castrated whiteness, perverse consequences. Psychoanalytic Dialogues 14:405--422.

Suchet,  M.  (2007). Unravelling whiteness. Psychoanalytic Dialogues 17:867-886.

Suchet, M., Harris, A.,  & Aron, L. (2007). Relational Psychoanalysis: Vol. 3. New Voices. Hillsdale, NJ: Analytic Press.

Sullivan, H.S. ( 1953). The Interpersonal Theory  of Psychiatry.  New York: Norton.

Sullivan, H.S. ( 1964). The Fusion  of Psychiatry  and Social  Science.  New York: Norton.

TOMPKINS, S. ( 1963). Affect  Imagery  Consciousness: Vol. 2. The Negative Affects. New York: Springer.

Volkan, V (2006). Killing  in  the Name  of Identity. Charlottesville, VA: Pitchstone  Press.

Vygotsky, L.S. ( 1934). Thought  and Language,  transl.  E. Hanfmann & G. Vakar. Cambridge: MIT Press, 1962.

Vygotsky,  L.S. ( 1978).  Mind  in  Society: The  Development of  Higher Psychological  Processes. Cambridge: Harvard University Press.

Wallerstein, R.S. ( 1992). The Common Ground of Psychoanalysis. Northvale, NJ: Aronson.

White,  C. (2007). Fertile ground at the edge of difference:  Self, other, and potential space: Commentary on paper by Gillian Straker. Psychoanalytic Dialogues 17:171-187.

Zizek, S. ( 1989). The Sublime Object of Ideology. London: Verso.