aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 046 2014 Revista Internacional de Psicoanálisis

Una contribución al problema de la contratransferencia (Racker, H.)

Autor: Urosa, Andrei

Palabras clave

contratransferencia, Racker, Rol del analista.


Racker, H. (1953). A Contribution to the Problem of Counter-Transference. Int. J. Psycho-Anal., 34:313-324. (1953). International Journal of Psycho-Analysis, 34:313-324

Este artículo, realizado por Heinrich Racker trata el tema de la contratransferencia, elemento de análisis e investigación durante los últimos años en los anales de la teoría psicoanalítica. El autor sostiene en este trabajo que dependiendo de la significancia que se le adjudique al rol del analista en el proceso psicoterapéutico, se le proporcionará una mayor o menor importancia a la contratransferencia y a los problemas correspondientes.

Para el autor, existen dos caras en el rol de analista: por un lado es el intérprete de los procesos inconscientes del paciente, pero al mismo tiempo es objeto de estos mismos procesos. Como consecuencia esperada, este fenómeno puede intervenir e interferir en el analista como intérprete, pudiendo ayudar en algunos casos, pero también generando el efecto de distorsionar u ocultar la percepción de los procesos inconscientes del paciente.

Más aún, la percepción puede ser correcta, pero el analista puede también provocar reacciones contraproducentes neuróticas en el paciente que afecten su capacidad de análisis. La contratransferencia, dice el autor, afecta la manera y comportamiento del analista, que a su vez incide en la imagen que el analizando se forma de él. A través de la forma en que el analista expresa sus interpretaciones: su voz, el tiempo, su actitud, y su lenguaje no verbal, el paciente percibe consciente o inconscientemente el estado psicológico en el cual se encuentra, dándose por entendido un proceso dinámico. El autor plantea algo muy importante a tener en cuenta, que así como los analistas observan a sus pacientes, son observados a su vez por ellos, tanto consciente como inconscientemente. Así, nos encontramos con el hecho de que la contratransferencia, afectando al analista y su entendimiento, influencia e incide sobre el paciente y específicamente su transferencia, es decir, influye en el proceso mediante el cual la resolución de sus conflictos por cambio de sus relaciones objetales se hace posible. Esta aproximación coloca a la contratransferencia como un elemento central, y no periférico, de estudio y abordaje dentro de la práctica psicoanalítica.

Abatiendo los tabúes presentes en los círculos psicoanalíticos, Racker trae a colación el tema casi obvio: en la situación terapéutica, así como entra en juego la totalidad de la personalidad del analizando: su parte saludable y la neurótica, su pasado, presente, realidades y fantasías, así también ocurre con el analista, aunque con diferencias cualitativas y cuantitativas en cuanto a su relación con el paciente. Estas relaciones difieren sobre todo a través de las diferentes situaciones externas e internas del analizando y del analista, así como del hecho esperado que éste último haya sido analizado. Sin embargo, cabe recordar que el analista no es libre de neurosis. El autor trae a colación el tema de que parte de su libido permanece fijada en la fantasía (de los objetos introyectados) y por ende susceptible de ser transferida. Fragmentos de conflictos psíquicos permanecen no resueltos, y continúan presentes en las relaciones con los objetos externos.

El autor considera que la profesión del analista y su situación social y financiera son sujetas a la contratransferencia de escenarios personales. Se menciona que la relación directa con el paciente lleva de por sí la transferencia del analista, porque la decisión del psicoanalista de su profesión, como todas sus decisiones, están basadas en sus relaciones de objeto de la infancia. Así como el conjunto de las imágenes, sentimientos e impulsos del analizando hacia el analista están determinados por su pasado, de la misma manera actúan en el analista hacia su paciente. Cada una con una posible expresión de forma patológica denominada neurosis (transferencial, pero, también, contratransferencial)

La transferencia siempre está presente y siempre revela su presencia. De la misma manera, la contratransferencia siempre está presente, sin embargo puede ser más difícil de percibir e interpretar. Lo que le interesó a Racker es que la parte neurótica de la contratransferencia perturba el trabajo del analista y por ende al bienestar del paciente. Cada analista que trabaja en este ámbito, conoce o intuye que él o ella mismo no está completamente libre de dependencias infantiles, de representaciones neuróticas y de mecanismos de defensa patológicos hacia objetos y sujetos. Racker también plantea que la contratransferencia y sus efectos han estado presentes desde los inicios del análisis y siendo pasados por alto en muchas ocasiones. El hecho que antes se negara su incidencia en el análisis, no quiere decir que esto fuera realmente así.

Ciertos hechos recuerdan las dos maneras de “conocer” que propuso Freud cuando se refería al tema de conocer los significados de la transferencia. El conocimiento de la contratransferencia neurótica es, como regla, y al principio, un conocimiento teórico, pero para el analista sus propias resistencias deben ser vencidas para poder ser elaboradas y hacer consciente lo inconsciente; trayendo como consecuencia deseable el poder llevar a cabo elaboraciones libres de neurosis.

Racker examina algunos de los hechos que señalan la existencia de las resistencias al fenómeno contratransferencial. Lo primero que llama la atención, es lo poco que se ha escrito (hasta la fecha del artículo propuesto por este autor, en 1953) acerca de este tema. El hecho de que el número de trabajos publicados es muy pequeño, y además no sean abordados con la misma amplitud o dedicación, puede ser reflejo que el tema no es susceptible de ser publicado o investigado. La contratransferencia ha sido pocas veces mencionada y, a menudo, tratada de manera superficial. Para Racker, esto se debe en gran parte a una resistencia por parte de los grupos de investigación en psicoanálisis.

Parecería que dentro de los temas a abordar en el psicoanálisis, la contratransferencia a menudo es tratada como un hijo del que se tiene vergüenza, digamos que sería la “oveja negra” del conocimiento psicoanalítico. Pero esta “vergüenza”, comenta el autor, no hace más que alusión a un posible peligro que amenaza a la autoestima del analista y la estima de otros, al admitir que él o ella, una persona analizada y en el rol de analizar a otras, continúa siendo neurótica. Esto en teoría no sería más que la expresión superficial que causa su resistencia al ser consciente de su propia contratransferencia. Debajo de todo esto existe el hecho que los miedos y las defensas inherentes en su neurosis, y su situación profesional, solo maquilla los impulsos antiguos, imágenes y ansiedades en un nuevo lenguaje, pero de otra manera.

Racker menciona que pasó por un proceso de observar su propia contratransferencia. Su intención residía en sugerir un punto de vista en el cual este fenómeno pudiera ser aprovechado. Explicaba también que la parte patológica de la contratransferencia es una expresión de la neurosis como cualquier otra, y por ende debe ser investigada con todos los medios de los cual el psicoanálisis dispone.

De la misma manera que la neurosis original, y la que se observa en la transferencia, la correspondiente a la contratransferencia también se centra en el complejo de Edipo. Así, explica el autor, cada paciente masculino representaría al padre, y cada femenino a la madre. Por supuesto, atendiendo a todas las características biográficas que presente la persona (edad, humor, estado general, posición económica) que inevitablemente evocarán un aspecto u otro en cuanto a su situación edípica.

Racker considera la contratransferencia separadamente para los dos sexos:

1) Paciente femenina, analista masculino

El analista tendrá una predisposición latente a las experiencias y sentimientos que dirigió hacia su madre durante la fase edípica. De acuerdo con la naturaleza positiva de esta relación, se asume que estará predispuesto a sentimientos positivos e impulsos sexuales, incluso antes de conocer a la paciente. Como se observa en la relación del niño con su madre, la situación analítica es análoga en el sentido que lleva implícita la prohibición del comportamiento sexual-genital, por lo que estos sentimientos vendrían acorde a lo que el autor refiere como carácter fálico-pasivo. Según el autor, el deseo inconsciente generaría un enamoramiento del falo del analista por parte de la paciente. Sin embargo, esta situación conlleva importantes consecuencias: cuando exista un deseo del paciente de enamorarse del analista, y este deseo encuentre continuamente frustraciones por la imposibilidad de consumación, surgirán sentimientos de rechazo y odio en el paciente. Por parte del analista, la aspiración de unirse eróticamente a la madre encontrará expresión en el deseo de que el paciente no establezca nuevas relaciones extra-transferenciales. Este peligro se ve aumentado por la regla de la abstinencia, sobre todo con respecto a las actuaciones, cosa que probablemente provoque en que el analista incurra en racionalizaciones respecto a su deseo. Por otro lado, puede ser que el analista se encuentre inhibido de sugerir o informar la regla de abstinencia (o de emitir alguna interpretación de acuerdo a esta posición) como una formación reactiva en contra del deseo culposo de mantener al paciente unido, y para combatir el deseo de usar esta regla al servicio de su deseo.

Como menciona este autor, el deseo de mantener al paciente unido también corresponde al deseo de los padres de “no dejar” libres a sus hijos. Como la liberación del paciente de la dependencia infantil y su equivalente transferencial son el núcleo del tratamiento analítico, Racker expresa que como gremio debemos admitir que existe un deseo inconsciente en el analista de no curar al paciente, junto al deseo contrapuesto de curar, que igualmente posee raíces profundas en el inconsciente. Encontramos, entonces, tendencias analíticas contrapuestas.

En la transferencia erótica, el paciente tarde o temprano sentirá al analista como objeto rechazante, y frecuentemente tenderá a vengarse del objeto rechazante. Esta venganza puede ser vivida por el analista en su inconsciente como odio y conducta desleal hacia él, lo que provoca irritación y desengaño. En este caso, el analista podrá a través de las palabras del paciente, revivir la escena primaria de una manera directa o simbólica, por lo que esto puede significar para él, como niño, una agresión hacia él de sus padres, específicamente su madre debido a ser una paciente femenina.

Algo análogo puede ocurrir con respecto a la relación sexual entre la paciente y su pareja. Una paciente que había empezado con una transferencia positiva (y el analista joven con una buena contratransferencia) eliminó a su esposo completamente de sus asociaciones. Este rechazo por parte de la paciente, en conjunto con la expresión implícita de una intensificación de su vida sexual con el esposo, fue experimentado por el analista como su propia situación edípica: él en tanto niño presenciando la sexualidad de sus padres y siendo rechazado. El analista, al sentirse decepcionado, reaccionó con animadversión hacia la paciente (la “mala madre”) y con sentimientos de envidia e inferioridad hacia su esposo (representado como padre castrador) El odio proyectado de la paciente hacia el analista, se expresaba asimismo con una resistencia hacia cumplir las bases fundamentales de un tratamiento, lo cual llevaba como consecuencia la frustración profesional para el analista  añadida a la frustración antes mencionada; ambas con significados edípicos.

En casos en los que la transferencia de la paciente era superficialmente muy positiva, y donde el analista representaba el intensamente padre deseado, el esposo de la paciente representaba en este nivel, la madre prohibitiva. Pero para el inconsciente del analista, el esposo sería su padre, por el cual la madre le engañaba con él. Esta situación era por una parte satisfactoria, pero por otra parte a veces aparecían expresiones de ansiedad y sentimientos de culpa hacia el esposo (simbolizado como padre). Sin embargo, con la “victoria” del analista, el esposo se convirtió en el hijo rechazado, lo que en el fondo sería el analista mismo debido a que la paciente mantenía su díada marital. Esta identificación con el esposo entonces permitiría al analista desear conscientemente que la paciente debería tener relaciones sexuales satisfactorias con su esposo. Pero no podía admitir que otro hombre representase el padre que le roba sexualmente la madre, lo cual generaba sentimientos encontrados.

El autor describe que otro aspecto del trauma edípico fue vivenciado por un joven analista en el caso de una chica que después de varios meses de análisis confesó que no había sido franca con él: no le había dicho que no era virgen (mientras el analista así lo asumía) y antes del tratamiento había empezado relaciones sexuales y las había continuado durante el análisis. Esta confesión revivió un antiguo trauma, se parecía a la experiencia de una “iluminación sexual” como si él mismo estuviese pensando de nuevo “mis padres han estado haciéndolo, pero me lo han ocultado y prohibido: me han engañado” Al principio la contratransferencia había sido muy positiva, había sido la madre pura pero ahora se habría convertido en la prostituta. Además de esta frustración sexual, afectiva y narcisista, el análisis pasó por una frustración profesional. La falta de sinceridad de la paciente retrasaba el éxito terapéutico.

La profesión de analista tiene un significado edípico, el cual es añadido a la contratransferencia hacia la persona bajo tratamiento. Se pudiera asumir que la falta de perspicacia del analista en observar la realidad más tempranamente, el hecho de querer tener siempre una transferencia positiva, además de las habilidades de la paciente para ocultarlo, pudieran residir en los bloqueos neuróticos del analista en no ver lo que ocurría. Y esto estaba en gran parte motivado por sus deseos (edípicos) de tener una paciente pura o en otras palabras, solo para él;

En resumen, en la situación analítica se pueden dar sentimientos de amor u odio hacia la paciente y también pueden generarse deseos de amor genital hacia ella. Esto a su vez lleva implícito el hecho que también se pueda sentir rivalidad hacia la pareja del paciente, y todo esto tiene raíz en las propias experiencias edípicas que ha sufrido el analista.

Racker plantea, de manera novedosa, que aunque las reacciones neuróticas de la contratransferencia pueden ser esporádicas, la predisposición hacia ellas es continua. Surgen cuando ciertas circunstancias de la vida del paciente hacen resonar situaciones externas e internas en el analista. La cuestión surge de si estas situaciones son de carácter general o no. Ya es admitido que la neurosis y el análisis son interminables, así como lo es el complejo de Edipo. Dentro de un aspecto u otro se expresará a sí mismo, y por ende, en cada contratransferencia. Lo que varía es su forma de elaboración, el grado de intensidad y consciencia que se le tenga. Racker plantea que esto no sólo varía de persona a persona, sino que también varía de hora a hora y es diferente en diversos periodos de la vida. Pero, incluso en el mejor de los casos, las experiencias vividas en la situación de análisis trasladan al analista a esos sentimientos atávicos del primer amor/odio que se siente en las experiencias edípicas, sobre todo cuando el paciente es del otro sexo. Este autor piensa entonces que, aún a pesar de las diversas experiencias personales, existe una base general para pensar que esto ocurre en todas las situaciones analíticas.

2) Hacia el paciente masculino

Existe también bajo ciertas circunstancias, una posición correspondiente al complejo de Edipo “positivo” (aquel que se evidencia por el triángulo afectivo que se resuelve a favor del progenitor  de sexo opuesto; la hostilidad por tanto, será dirigida hacia el progenitor del mismo sexo la madre en el caso de la niña y el padre en el caso del varón)  es decir, rivalidad y odio. Esto ocurre de manera más intensa cuando un paciente ha vivido (o sigue viviendo) ciertas tendencias que el analista en sí mismo ha querido satisfacer pero ha reprimido, como por ejemplo el deseo de robarle a un hombre su mujer. En consecuencia, pueden surgir en el analista no sólo envidia y odio hacia el paciente, que perturba su posición analítica interna, sino también satisfacción maliciosa en encontrar inhibiciones y miedos en otros aspectos de la vida del paciente. Racker menciona que tiene la impresión que el complejo de Edipo positivo aparece más comúnmente en mujeres que con hombres, y viceversa. Esto posiblemente se deba a que el analista masculino, según Racker tiene desde el principio una posición preeminentemente libidinosa hacia los pacientes de distinto sexo.

Una aclaratoria importante que hace Racker es proponer que un analista debe posponer cualquier labor interpretativa hasta que haya analizado su estado emocional y lo haya superado. Se pudiera decir que las labores interpretativas que obedecen a impulsos neuróticos serían la compulsión en las cuales el analista siente que debe formular la interpretación, lo cual sería un signo de ansiedad.

III.

El autor plantea que la situación de contratransferencia que más frecuentemente se da en este nivel es, quizás, el deseo de ser amado por el paciente masculino. Se estaría lidiando aquí con el hecho de ser poseído por la figura del padre analmente. Como es un deseo que es violentamente rechazado, se convierte en el deseo de poseer al padre activamente, entonces el ano del padre podría ser remplazado por su boca, y tanto el acto anal, como la felación implicada al mismo tiempo que el hombre (padre o hermano) somete al sujeto por medio de su deseo libidinoso a través de su pene, y puede ser dominado debido a esta dependencia.

Racker propone de manera novedosa que hacia el paciente masculino hay, entonces, un deseo de ser amado por él, virtual o realmente. La tendencia para entregar, y más profundamente, manifestar todas las tendencias de naturaleza homosexual, tanto pasiva como activamente se ven inhibidas. Esto se encuentra expresado por ejemplo en el amor que el analista tiene por el paciente cuando este último funciona bien en su análisis, venciendo resistencias, y se somete por lo tanto al analista. Si el paciente no lo hace, los deseos homosexuales del analista se ven comprometidos; y detrás de las resistencias del paciente sentirá odio que, añadido a la frustración implícita en el análisis, algunas veces provocaría el odio en el analista también.

Racker propone que la sumisión del paciente, de manera oral o anal, y su amor homosexual, significan para el analista que el padre pertenece a él y no la madre. De esta manera el analista está protegido contra su envidia latente y su odio a su padre por su satisfacción sexual con la madre; protegido contra su propia envidia y odio hacia la mujer por su satisfacción sexual con el hombre, y en contra de su rabia con cualquiera de ellos por darle lo que quieren a alguien más y no a él.

Como ejemplo, Racker presenta la experiencia de un analista en formación de lidiar con un paciente masculino con intensas formaciones reactivas en contra de la dependencia anal y oral, y una marcada tendencia a tomar venganza por las frustraciones sufridas en un nivel edípico positivo. De hecho, una de las razones inconscientes que llevaron a este paciente al análisis fue el deseo de realizar una venganza hacia su madre y su padre. Ahora, este deseo también existía hacia el analista. El analista percibió la marcada agresividad en contra de los hombres en general, y contra él en particular, lo que generó frustración de sus deseos homosexuales hacia el paciente. La frustración, entonces, le abrió los ojos a la naturaleza de sentimientos negativos (odio y sus consecuencias como la envidia, celos, etcétera) de los cuales el amor homosexual lo debería haber protegido, además de la satisfacción obtenida en lograrlo.

Cuando el paciente es femenino, la imagen que el analista se hace de ella también pudiera fusionarse con aquella de la madre odiada en el complejo de Edipo negativo. (en esta forma el progenitor del mismo sexo la madre, en el caso de la niña, y el padre en el caso del varón, se convierten en los depositarios del complejo edípico)

Para Racker resulta evidente que todas estas situaciones de contratransferencia correspondiente al nivel de Edipo negativo, una vez que llegan a cierta intensidad y continúan inconscientes y fuera de control, ocasionarán serias dificultades para el analista a la hora de entender e interpretar el caso y sus comportamientos hacia el paciente.

IV.

Racker plantea que, de acuerdo a la conformación del superyó y la experiencia edípica correspondiente, existe una situación interna específica: la libido está, en parte, unida a los objetos introyectados en el superyó (el padre, y más profundamente, la madre). Los sentimientos de culpa exacerban la necesidad de ser amado por estos objetos. La aceptación del yo por el superyó o por los padres re-proyectados debe evitar la catástrofe, especialmente la castración y la pérdida de objetos.

En la contratransferencia, la situación de estos objetos introyectados pueden ser transferidos hacia el paciente de dos maneras: directa e indirecta. La primera se nota en el paciente como individuo particular; mientras que en la segunda se observa al paciente como un factor importante dentro de otras relaciones de objeto del analista. En cuanto a la primera manera, la directa, la mayoría de las situaciones de la contratransferencia descritas anteriormente, pertenecen a la imagen de que los pacientes por sí mismos representan al padre y la madre. La segunda forma se refiere a la transferencia en el analista de los objetos introyectados como partícipe dentro una sociedad en general -y por ende, desea ser aceptado a través de su actividad profesional y científica, o sea aceptado por un grupo social como el grupo analítico al que pertenece, o por algún individuo, (otro analista, un miembro de la familia, un amigo, etc.). En todos estos casos, los objetos introyectados son al mismo tiempo también transmitidos al paciente, pero de una manera indirecta.

El peligro que amenaza al analista es en primer lugar la castración, en lo que se refiere a la práctica de la profesión. A nivel edípico sería el castrar al padre y conquistar a la madre. La ansiedad de castración lleva entonces a procesos regresivos y a mecanismos de defensa viejos, implicando el revivir de lo que ha sido llamado el conflicto depresivo básico de la neurosis y psicosis. En defensa de esta situación, esto es, cuando el yo se defiende a sí mismo contra la persecución de un superyó severo, surgen los mecanismos paranoicos, maniacos y otros. El cruel superyó es, a nivel edípico, el padre que castra.

El autor plantea algunos ejemplos a tener en consideración:

1. Uno de los mecanismos de defensa ante los peligros apuntados anteriormente es el de la sumisión masoquista hacia los deseos de los objetos introyectados. Racker menciona el caso de una paciente femenina que había sido enviada a un analista en formación por un “padre-analista” cuya valoración como capacidad de ser su futuro analista era muy importante para él. La paciente tenía un gran nivel de ansiedad y un gran monto de “hambre” interpretativa y analítica. El analista en formación la “alimentó” tanto como pudo y después de unos meses, había mejorado considerablemente. Pero proporcional a la gravedad de la enfermedad del paciente, el analista se sintió ansioso durante el tiempo que su paciente presentó síntomas: no había cumplido los deseos del objeto introyectado y reproyectado, es decir del “padre-analista”. No la había “curado a tiempo”. En sus esfuerzos, él se estaba entregando a ella, abandonándose a sí mismo, o como decía él, “matándose” por ella, lo que reflejaría la situación que su yo sufrió ante los embates de su superyó.

Finalmente, el analista en formación por sí mismo cayó en malestar. Sabía que este sentimiento estaba conectado con el análisis del paciente. Como parte de su defensa, culpó a la paciente y a su “vampirismo”, y la odiaba hasta que se dio cuenta que estaba proyectando, y que en realidad era su propia hambre, y el peligro de las frustraciones correspondientes, que causó su molestia. Su propia “hambre” tenía que ver más con la voracidad de su superyó que había proyectado que con la actitud de la paciente.

2. Otro mecanismo de defensa ante las catástrofes antes mencionadas es la identificación con el superyó y la proyección de su yo culpable en el paciente. En términos superficiales: “no soy incompetente, es el paciente que no es bueno”. En el caso de una paciente femenina, la dependencia del analista en formación de su superyó fue llevado a cabo por la circunstancia de haber sido el primer caso que presentaba en el seminario de técnicas. La paciente habló muy poco y lo que dijo ella no fue del todo sincero. Era un caso difícil, y el candidato estaba particularmente ansioso para que ella progresara, deseaba mostrar en el seminario lo que sabía y de lo que era capaz. Pero todo fue en vano: el analista en formación sabía que era un principiante, lo que quiere decir que fantaseaba que el caso podría haber sido manejado de una mejor manera. Escasamente, ninguna de sus interpretaciones fue exitosa con el paciente y llegó a un punto en que tenía momentos de odio hacia ella. Para defenderse de estos sentimientos de inferioridad, acusaba a la paciente. Aquejado por el fracaso, entonces se expuso a la persecución de su propio superyó que ya había proyectado en el director del seminario y, hasta cierto punto, en la propia paciente, la cual se convirtió en un objeto de persecución y él el perseguido. Pero en rebeldía y defensa ante estos asuntos, y confiando en el apoyo de aquellos objetos importantes (como la opinión del director, así como del resto de los candidatos en el seminario) invirtió la situación: él se convirtió en el perseguidor, y la paciente en la perseguida.

3. En otra situación, el superyó continúa actuando como perseguidor. Pero se han encontrado otros estados en los cuales el objeto malo (originalmente introyectado en el yo y ahora proyectado en el paciente) es subjetiva y temporalmente experimentado como superado o eliminado; o, por ejemplo, cuando el superyó se muestra a sí mismo como un objeto bueno que ama y acepta. En ambos casos surgen situaciones maníacas. Aquí el estado depresivo continúa en el fondo, pero la batalla defensiva es, temporalmente, ganada y la victoria aparente libera al sujeto de ansiedad y culpa

Racker comenta el ejemplo de otra paciente: una mujer de 35 años, soltera, que acude al analista por pedido de su pareja. Las razones que exponía eran su gran agresividad hacia él y una frigidez completa. El caso pronto se mostró como muy serio, con un marcado núcleo melancólico, así como ramificaciones paranoides (intentos de suicidio, erotomanía, eritrofobia); al mismo tiempo, la paciente mostraba poca conciencia de su malestar. Las defensas conscientes e inconscientes eran muy grandes, y el joven analista pronto se mostró dubitativo acerca de si podía ayudarla. Sin embargo, no deseó dejar el caso porque, según lo que dijo, el análisis era “la verdadera esperanza” de la mujer. El superyó del analista, por lo tanto, demandaba que la ayudara, pero su yo era insuficiente. En vista del hecho que la mujer estaba estrechamente conectada con el círculo analítico, la idea del tratamiento fallando, adquirió el significado de castración, o de la pérdida de los objetos introyectados. En contra del peligro y la ansiedad, el analista comenzó a acusar a la paciente, a odiarla. Sin embargo, estos mismos sentimientos de odio provocaron sentimientos de culpa. El analista oscilaba entre acusaciones a la paciente y autorreproches. Pero un día, un evento externo provocó un cambio en la situación: su pareja terminó la relación. La paciente entró en un estado de depresión y pensó seriamente en el suicidio. El odio del analista, ahora sin tener un objeto, cesó y sus sentimientos de culpa empezaron a agudizarse. En su inconsciente, el analista era culpable de esta ruptura. La paciente, a su vez, proyectó gran parte de su odio. El analista, perseguido por esas acusaciones y las amenazas de su propio superyó, también sucumbió a la agresividad y la voracidad de su paciente: llegó a ofrecerle horas de análisis libres de cargo, ella se quedó en casa del analista durante los fines de semana, llorando, acusándolo y amenazándolo con el suicidio. El analista, de forma masoquista, consintió en ser “devorado”, mordido y parcialmente castrado por ella, para contribuir a la catástrofe total.

Poco a poco, la paciente mejoró, pero sólo superficialmente. Una cura a mayor profundidad, era más de lo que el analista podía esperar. Así, que cuando ella encontró un nuevo objeto de amor, él aceptó que ella decidiera abandonar el análisis, una cosa que él no había aceptado mientras ella estaba deprimida. Lo que él sintió en el momento en que ella abandonó el análisis, era verdaderamente un estado maníaco. Él se habría librado del “objeto malo” y liberado del superyó persecutorio.

El autor menciona que en los casos presentados en esta sección, el tratamiento del analista constituyó el campo externo, en el cual fue vivido el conflicto interno. Más precisamente, fue la victoria o la falla en la actividad terapéutica que terminó siendo decisiva por la batalla entre el yo y el superyó. Algo similar, aunque de menor intensidad y frecuencia, es también puesto en escena por otras actividades en la profesión psicoanalítica, como, por ejemplo, escribir trabajos científicos. En el caso de una paciente, el analista había considerado escribir un informe de su tratamiento. Los síntomas de los pacientes fueron muy interesantes y el comienzo del análisis había sido satisfactorio. Pero en sus ganas de hacer un trabajo fructífero y apacible, empezaron las grandes dificultades, y el analista consideró que estaba ante un caso “científicamente estéril”. Sintió el odio detrás de las grandes resistencias de los pacientes, y aunque conscientemente sabía suficientemente bien que ésta agresividad estaba dirigida hacia los objetos introyectados de su infancia, no pudo sino empezar a tener resentimiento a la paciente. Es por esto que no pudo tolerar el odio “justo” de la paciente hacia él y, entonces, empezó a actuar su propio rechazo, a manera de una identificación proyectiva.

Racker propone de una manera novedosa que en la profesión psicoanalítica tanto en el trabajo terapéutico, como el científico y de investigación se mantiene entonces la búsqueda inconsciente de ser amado por los objetos introyectados y proyectados, así como también de dominarlos (en este caso, los propios pacientes). Como consecuencia de la situación neurótica, un exhibicionismo es algo a tomar en cuenta en tanto en cuanto una tendencia a negar los distintos sentimientos de inferioridad como el incesto, la castración y la homosexualidad latente. Este exhibicionismo no solo interviene en aspectos importantes de la profesión como ya se ha visto, pero también en pequeños detalles, como por ejemplo, la satisfacción del analista y el consecuente aumento de su amor por el paciente, cuando el último le proporciona una oportunidad de realizar una observación interesante, o confirmar una opinión compartida. Racker sin embargo, aclara que la dependencia interna y externa descrita en ésta sección, se dará más ante el caso de un novato en la profesión que con un analista más experimentado. Aún así Racker subraya que es un fenómeno de validez universal, por lo que independientemente de la experiencia del analista siempre debería ser tomado en cuenta. El autor apunta así a estar atento al yo-observador durante las sesiones con un paciente teniendo en cuenta los fenómenos antes mencionados.

V.

En este apartado, el autor considera la situación en la cual el conflicto básico es vivido de forma directa con el paciente. Anteriormente, se ha mencionado las múltiples fuentes de la necesidad del analista de ser amado por el paciente (sea masculino o femenino), el complejo de Edipo positivo o negativo, los correspondientes sentimientos de culpa, el rechazo de los impulsos y los subsecuentes deseos impasibles. Podemos añadir aquí el amor pasivo oral por un lado y el sadismo oral por el otro, la percepción inconsciente en las cuales se cargan los sentimientos de culpa intensos, que a su vez incrementan la necesidad de ser amado; ésta última situación constituye el núcleo del conflicto depresivo básico. Si la necesidad de ser amado del analista se ve frustrada, su capacidad de percibir objetivamente al paciente se verá mermada.

El autor señala la importancia de que también ocurran reacciones paranoicas, depresivas y maniacas hacia el paciente. Algunos ejemplos servirían para ilustrarlo:

A) En el caso de un candidato analista encontrado con pacientes femeninas en la cual percibe que reprimen su transferencia sexual, un antiguo pensamiento de él pudiera resurgir: la mujer paciente no se pudo enamorar de él porque era muy feo, indeseable o poco masculino. En éste pensamiento estaría presente el conflicto depresivo oral: no es lo suficientemente bueno por un lado (tiene mucho odio) y por el otro no ama lo suficiente porque sólo quiere recibir, tomar y robar.

B) La frustración oral de una paciente no colaborativa señalaría por una parte la imagen de una madre mala, voraz y miserable, y por otra parte la envidia con el correspondiente odio a sí mismo por el sentimiento paranoico de tener una autoimagen de “ladrón”, es decir la posición más depresiva de “robarle” al objeto amado. Todo esto crearía peligros de una visión paranoica en la contratransferencia, sobretodo en los casos en los que la paciente satisface esas tendencias sádicas-orales que el analista mismo representa.

Racker menciona algunos comentarios generales en reacciones contratransferenciales a las resistencias del paciente porque normalmente estarían conectados con los mecanismos paranoicos antes descritos. La resistencia algunas veces provocaría molestia e incluso odio profundo; esto sería mayor en la medida que el analista se sienta más incapaz acerca del problema que confronta. Este odio puede ser rastreado hacia su miedo al fracaso y todo lo que eso significaría. Es, entonces, la expresión misma del mecanismo paranoico descrito anteriormente.

Este sentimiento, según las ideas del autor, hacen que surja en el analista la percepción que la resistencia es odio que el paciente siente por él. Podemos pensar que esta sensación era nada más una expresión de la vieja ecuación: frustración es igual a odio/agresión hacia el frustrante. Bajo reflexión, el autor sostiene que los sentimientos reflejan una verdad objetiva: las resistencias centrales, son una manifestación de conflictos con objetos introyectados, que por la misma razón de su naturaleza frustrante son temidos, rechazados y odiados. Por ende entonces la resistencia, es uno de esos aspectos: es odio hacia el analista porque este actúa como una persona que frustra sus resistencias, el cual a veces reacciona a su vez con rabia, es decir, el analista cae en la “trampa” hecha por la misma neurosis del paciente.

Es cuando el analista cree al paciente que le atribuye esas características, es decir que en ocasiones cae en la introyección del objeto malo proyectado, de la identificación proyectiva. El analista le cree porque el paciente tiene un aliado poderoso en la propia personalidad del analista, los propios objetos malos introyectados que odian ambos, quizá por eso un analista puede llegar a detestar a un paciente que está en intensa resistencia: esta resistencia a veces lleva a que el analista sea perseguido por su propio superyó de que tiene que vencer las resistencias del paciente, devolviéndole una autoimagen de poderoso. Se defiende entonces por medio de la proyección de los objetos malos introyectados en el yo, y la identificación simultánea con el superyó proyectado en el paciente, lo que a su vez lleva a un sentimiento de odio y de “sentirse con rabia” cuando no se observa una mejoría en el analizando.

El autor presenta un caso para ilustrar lo que menciona: una paciente mostraba resistencias; daba al analista la impresión que hablaba como si estuviese recitando, por lo que quería aparentar ser refinada, sensitiva y femenina. Se pudiera argumentar que también estaba intentando que él se enamorara de ella, pero para dominarlo. El analista sintió un intenso rechazo por parte de esta maniobra inconsciente de su parte. Analizando el rechazo, el analista se pudo dar cuenta que reflejaba una parte de él mismo, una autoimagen de rechazado; era un deseo de dominar sus introyecciones y proyecciones que algunas veces le inducían a adoptar una sumisión en apariencia, a dar la impresión de ser indulgente. Era precisamente esta postura de ser un “lobo con piel de cordero” lo que odiaba en sí mismo, y a su vez fuera de él. Dos cosas deberían mostrarse en este ejemplo: primero el mecanismo de la rabia que se encuentra con la resistencia. La resistencia sería, por una parte, la expresión de su encono y sus objetos internos malos, los cuales ella quería dominar. El odio de ella encontró un aliado para sus propias resistencias en el superyó del analista (amenazando a su vez el éxito del análisis) pero también provocó en él un miedo a su superyó. El analista, entonces, se defendió a sí mismo en contra de esta agresión superyoica con su rabia hacia el paciente. En segundo lugar, este ejemplo ilustra “directamente” la contratransferencia paranoica, porque el “lobo” odiado en el paciente era justamente una autoimagen reprimida (o tendencia) de sí mismo.

En este trabajo, el autor destaca que la resistencia intensa del paciente representa, como regla, una frustración del analista. Pero la frustración externa, generalmente, se suma a frustraciones internas de origen primario o infantil. Racker plantea, entonces, que los sentimientos de molestia del analista al enfrentar las resistencias del paciente siempre tienen una parte neurótica. La frustración que el paciente genera en el analista proviene de las resistencias, pero es justo por esto que él o ella vienen al tratamiento.

Si como analistas nos molestan sus resistencias, actuamos (al menos internamente) como un doctor que se molestara con el paciente por una enfermedad física, pero esto solo reflejaría, en parte, el desasosiego al darse cuenta que sus conocimientos en medicina son insuficientes. En el caso de un paciente que no se tome una medicina que lo cure, es normal que un médico se moleste con un paciente; no así para un psicólogo, porque éste debería saber que detrás del rechazo a la medicina (en el caso del analista: las reglas del setting, las interpretaciones, etc.) se halla justo el conflicto psicológico. La irritación del analista sería, en parte, de una naturaleza infantil, la cual no puede ser evitada por completo, pero es importante conocer su origen. Así que el niño que existe dentro del psicólogo no lo moleste más de lo que puede ser evitado; y así prevenir que los dos “niños”, el del analista y el del paciente, se encuentren y “exploten”. Parecería obvio decirlo, pero estas luchas nunca llegan a su fin, así como el análisis en su más puro origen pudiera no darse por concluido.

C) El autor también plantea algo interesante: en los casos en los que una paciente ama o se enamora del analista, a veces puede generar una leve manía; y esto a pesar del hecho de que el analista conoce del carácter transferencial de éste amor. En el mismo sentido, la duda puede invadir su mente de si es “sólo transferencia” y las razones inconscientes de esta duda se hacen claras.

D) Los sentimientos de culpa por su carencia de amor (sobre su propio odio edípico, su sadismo oral, etc.) que el analista siente con algunos pacientes, pueden llevar también hacia una sumisión masoquista. En los casos de las pacientes que frustran genitalmente al analista y que le “quitan su pecho”, además de odiarlo, pueden generar sentimientos de culpa por lo que, en ocasiones, se puede plegar a la voracidad y la agresión del paciente (como por ejemplo, acceder a dar más sesiones por menos precio, o incluso gratuitamente, derivados de una envidia edípica y odio oral) Asimismo, en la situación de contratransferencia indirecta también hallamos relación directa con el paciente bajo ciertas circunstancias: la misma dependencia neurótica, el mismo conflicto depresivo y los mismos mecanismos de defensas

VI.

En este trabajo, Racker sostiene que existen muchos problemas que se derivan de la contratransferencia neurótica, siendo en primera instancia el entendimiento, las interpretaciones y el comportamiento hacia el paciente.

En primer lugar, en referencia al entendimiento, Racker se basa en la analista Helene Deutsch, la cual diferencia de dos componentes: a) la identificación del analista con ciertas partes del yo del paciente, impulsos y defensas y b) la “posición complementaria” o la identificación con las imágenes de los pacientes de acuerdo a las fantasías de transferencia. Por ende, si el analista reacciona, por ejemplo, con resentimiento hacia la avaricia de un paciente, esto no le impide identificarse intelectualmente con sus mecanismos de defensa, y así él es capaz de entender que el paciente es un avaricioso porque para este, el analista es una especie de ladrón (haciendo las veces de madre voraz). Pero esto no implica que se identifique emocionalmente, porque para el analista, es el paciente quien tiene estos sentimientos y significados.

Más que nada, la contratransferencia es instrumental al hacer notar un hecho psicológico del paciente, ya que para el analista, observar las propias experiencias de frustración lo hicieron consciente de la avaricia del paciente. Sin embargo, en el fondo, su reacción es neurótica y no puede evitar reaccionar, pero aspiraría más bien a reaccionar entendiéndose y entendiendo al paciente. Esto último solo se puede dar una vez haya analizado y superado su situación, y sea capaz de identificarse con el yo emocional del paciente. Aun así, no siempre se cumple la regla de permanecer callado en aquellos momentos de irritación. En algunas de estas situaciones, el autor plantea que es posible que el paciente perciba la agresividad del analista hacia éste, por lo que pudieran provocar, a su vez, más resistencias y defensas, esta vez con reacción ante realidades percibidas y no tanto fantaseadas, debido a que el paciente también puede sentir las emociones que se deriven del analista .

Un peligro especial involucrado en la contratransferencia neurótica es lo que se puede conocer como inducción o injertación, en la cual el analista induce o injerta parte de su neurosis en el paciente. El analista conoce su tendencia hacia ciertos errores como consecuencia de su propia neurosis analizada. Por ejemplo, el caso de un analista joven que quería proporcionar o inducir a una paciente con la cual tenía una transferencia positiva una independencia que él mismo no poseía, precisamente, por esto. No lo incitaba directamente, pero sus preguntas llevaban este rumbo. El autor plantea que los analistas también pueden persuadirse de que sólo haciendo preguntas no corren riesgo a nivel contratransferencial. Sin embargo, las preguntas estaban dirigidas a lo que él deseaba, es decir una vida independiente de la paciente (las preguntas obedecen también a una transacción entre el yo, ello y superyó, motivada en este caso por ideales superyoicos)

Racker añade unas palabras para finalizar las conclusiones prácticas que siguen este trabajo. Subraya, en primer lugar, la evidencia necesaria de mantenerse atento a las resistencias con respecto a la contratransferencia y sus problemas correspondientes. Expone que la transferencia ha estado muy estudiada, no así la contratransferencia. Para los analistas jóvenes, propone el quiebre de las resistencias del candidato que, luego, llevarán a una disminución de su dependencia neurótica en su análisis didáctico y favoreciendo, así, la introyección de un objeto bueno.

Unas últimas palabras de Racker en su artículo: Freud una vez dijo que sus pupilos habían aprendido a lidiar y afrontar con una parte de la verdad aprendida y aceptada acerca de ellos mismos. La profundización del conocimiento de la contratransferencia está de acuerdo con este principio. Racker considera que sería bueno, si aprendemos como analistas a lidiar con esta verdad conocida acerca de cada uno de nosotros, compartiéndola con otras personas.