aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 051 2015

Freud, Ferenczi, Fromm: el carácter autoritario como ayudante mágico

Autor: Rudnytsky, Peter L.

Palabras clave

Freud, Ferenczi, Fromm, Caracter autoritario.


 

Introducción de Aperturas Psicoanalíticas

En el Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) realizado en Boston, julio 2015, dentro del clima existente actualmente en algunos sectores de la IPA de que puedan expresarse voces que durante mucho tiempo fueron silenciadas, se presentó un trabajo de Peter Rudnytsky en que reivindica a Erich Fromm y a Karen Horney, a la vez que critica severamente la actitud de Freud respecto a las ideas y personas disidentes con su pensamiento. Aperturas Psicoanalíticas quiere ofrecer este trabajo en el espíritu de que el respeto y la admiración por la obra de Freud no están reñidos con la crítica tanto a aspectos de su teoría como a la forma en que trató a los que consideró disidentes. Aquí es apropiada la bien conocida frase: “Platón es mi amigo, pero la verdad es mejor amiga”.

Freud, Ferenczi, Fromm: el carácter autoritario como ayudante mágico

Freud, Ferenczi, Fromm: The autoritharian character as magic helper fue publicado anteriormente en Fromm Forum, 19 (2015): 5-10.

El ejemplo de Ferenczi muestra, no obstante, que no es necesario que la actitud freudiana sea la de todos los analistas.

Fromm, “The Social Determinants of Psychoanalytic

Therapy” (1935)

 

Es probable que los estudiosos contemporáneos de Ferenczi conozcan a Erich Fromm por haber encabezado la refutación a la acusación absurda de Ernest Jones (1957), en el tercer volumen de su biografía de Freud, de que él y Rank, en la etapa final de su vida, “desarrollaron manifestaciones psicóticas que se revelaron, entre otros modos, en un alejamiento de Freud y sus doctrinas” (p. 45). En su refutación sobre la base del testimonio de una serie de testigos presenciales, incluyendo Clara Thompson e Izette de Forest en el caso de Ferenczi, Fromm (1958) fue tan lejos como para defender que la “’reescritura’ [que hizo Jones] de la historia introduce en la ciencia un método al que hasta ahora nos hemos acostumbrado a encontrar sólo en la ‘historia’ estalinista”, donde aquellos que se desvían de las doctrinas oficialmente sancionadas son condenados como “‘traidores” y ‘espías’ del capitalismo” (p. 11). En su réplica a Fromm, Jacob Arlow (1958) afirmó en nombre de la ortodoxia no sólo que “en psicoanálisis no hay una estructura monolítica con una ‘política partidaria’”, sino también que las innovaciones técnicas de Ferenczi “iban más allá de los conceptos psicoanalíticos” y en realidad no dudó en proscribirlas como “no psicoanálisis” (p. 14). El hecho de que Arlow respalde la proscripción que Jones hace de Ferenczi, aun manteniendo que el psicoanálisis no tiene una “política partidaria”, es una ironía que sin duda nos resulta más evidente hoy a nosotros de lo que lo fue para él.

Sólo un año después de acudir en defensa de Ferenczi y Rank, Fromm publicó La Misión de Sigmund Freud (1959), un clásico compacto del pensamiento revisionista en el que buscaba ofrecer una alternativa al enfoque “idolatrante y poco analítico de la biografía de Jones” (p. 20). Centrándose en la relación de Freud con su madre, Fromm sostiene que la “dependencia e inseguridad son elementos centrales en la estructura de carácter de Freud, y de su neurosis” (p. 23), una estructura que se manifestaba en sus relaciones con los hombres provocando que Freud “reprimiera la conciencia de dependencia” en tanto se satisficieran sus necesidades emocionales y que luego “lo negara completamente cuando el amigo fracasaba en cumplir a la perfección el papel maternal” (p. 43). Como apunta Fromm, había poca diferencia si Freud estaba en la posición de alumno, igual, o mentor, puesto que en todas estas relaciones existe no sólo la “dependencia obvia y consciente en la que una persona depende de la figura paterna, un ‘ayudante mágico’, un superior, etc.,”, sino también “una dependencia inconsciente en la que una persona dominante depende de aquellos que son dependientes de él” (p. 52), como Freud lo era de sus seguidores en el movimiento psicoanalítico.

La Misión de Sigmund Freud es otro punto de referencia en la defensa que Freud hace de Ferenczi porque, en su capítulo “El autoritarismo de Freud”, Fromm señala la relación de  Freud con Ferenczi como “el ejemplo más dramático de la intolerancia y el autoritarismo de Freud” (p. 68). Fromm cita una comunicación personal de de Forest en que transmitía la explicación de Ferenczi de su última visita a Freud en Viena, antes del Congreso Wiesbaden donde presentó su ya clásico trabajo “Confusión de Lenguas”, al final de la cual, en palabras de Ferenczi “levanté mi mano en un gesto de adiós afectuoso”, pero “el Profesor me dio la espalda y salió de la habitación” (p. 70). Si bien reconoce que los “devotos de Freud”, tales como Jones, “insisten en negar cualquier tendencia autoritaria en Freud”, Fromm argumenta que esas negaciones muestran una “ingenuidad psicológica”, puesto que no tienen en cuenta el hecho de que Freud era “educado y tolerante” sólo “con las personas que lo idolatraban y nunca estaban en desacuerdo con él”. Precisamente porque “era tan dependiente de la afirmación y la concordancia incondicionales por parte de los otros”, elabora Fromm, Freud podía ser “un padre amoroso con los hijos sumisos”, pero cuando encontraba cualquier oposición, Freud se convertía en “un padre autoritario, severo, con aquellos que se atrevían a estar en desacuerdo” (p. 71).

Que Fromm compare el cuestionamiento de la cordura que hace Jones de los disidentes psicoanalíticos con un enfoque estalinista de la historia, se hace más comprensible cuando uno reconoce que tanto su acusación de “autoritarismo” de Freud como su uso del término “ayudante mágico” se basan en el marco conceptual avanzado por Fromm en su obra maestra de 1941 Escapar de la Libertad. Esta obra es un profundo análisis de la fascinación que el fascismo ejerció sobre muchos alemanes de clase media, a los que Fromm sigue el rastro hasta la elección existencial entre la “libertad positiva” y la retirada a “nuevas dependencias y sumisión” a la que se enfrentan “hombres modernos, liberados de los lazos de la sociedad preindividualista” (p. viii) desde el Renacimiento. Aunque Fromm no menciona a Ferenczi, y su crítica de Freud se limita a una demostración de por qué una adherencia a la teoría de las pulsiones le hizo ver al hombre como un “sistema cerrado” que es “principalmente autosuficiente y sólo secundariamente necesita de otros para satisfacer sus necesidades instintivas”, en lugar de entender que el hombre es “principalmente un ser social”, de modo que “las necesidades y deseos que se centran en las relaciones del individuo con los otros, tales como el amor, el odio, la ternura, la simbiosis y los fenómenos psicológicos fundamentales” (pp. 317-318), Escapar de la Llibertad puede, sin embargo, leerse como un comentario incisivo sobre la relación entre Freud y Ferenczi, en su dimensión personal así como teórica.

Como cuenta Lawrence Friedman (2013) en su biografía, aunque Fromm ha sido miembro del Frankfurt Institute for Social Research desde 1929, y “desempeñó un papel central” (p. 46) en la negociación de su reubicación en la Columbia University en 1934, al final de la década su énfasis en el concepto de carácter social dio lugar a una ruptura con Max Horkheimer y Theodor Adorno. Ambos siguieron apoyando la “teoría pulsional de raíces biológicas” de Freud (p. 61), y Escapar de la Libertad emergió de la inspiración y la solidaridad que Fromm obtenía cada vez más de las visiones culturales e interpersonales del psicoanálisis que respaldaban Karen Horney y Harry Stack Suullivan. Un eje del libro es la tesis de Fromm de que tanto el sadismo como el masoquismo surgen de “la incapacidad de tolerar el aislamiento y la debilidad del propio self” y así tiene como objetivo lo que denomina simbiosis o “la unión de un self individual con otro self (o cualquier otro poder fuera del propio self), de modo que cada uno pierda la integridad del propio self y se vuelvan totalmente dependientes el uno del otro” (p. 180).

Tal como plantea Fromm, tal “carácter sadomasoquista” no se limita a aquellos con perversiones sexuales sino que puede encontrarse en personas por lo demás “normales”, y podría llamarse mejor “el ‘carácter autoritario’” (p. 186). “La autoridad” -apunta Freud- “se refiere a una relación interpersonal en la que una persona considera a otra superior a él”, pero mientras que en las versiones racionales de esas relaciones –entre un profesor y un alumno, por ejemplo- el objetivo es fomentar el desarrollo de quien está en la posición subordinada de modo que “la relación de autoridad tienda a disolverse por sí misma”, según el diferencial de poder disminuye con el tiempo y el alumno “se vuelve más y más como el propio profesor”, en versiones irracionales o perversas de esta estructura –prototípicamente entre un amo y un esclavo- la “superioridad sirve como base para la explotación”, de modo que el diferencial de poder se mantiene, y en realidad la distancia entre las dos partes “se intensifica mediante su larga duración” (pp. 186-187). Fromm introduce el término “ayudante mágico” para describir la dependencia en gran parte inconsciente que muestran las personas hacia una fuente de poder externa a ellos mismos, cuya función esencial es “proteger, ayudar, y desarrollar al individuo, estar con él y no dejarlo nunca solo”, una función que puede atribuirse a alguien a quien entonces “se dota de cualidades mágicas” (p. 197), sea ese otro, que es como un dios, un líder político, un compañero en una relación amorosa, o un psicoanalista con un paciente en las agonías de la transferencia.

El análisis que Fromm hace del carácter autoritario capta con precisión la dinámica esencial de la relación de Ferenczi con Freud. Así, cuando Fromm escribe: “las razones por las que una persona se ata a un ayudante mágico son, en principio, las mismas que hemos hallado en la raíz de las pulsiones simbióticas: una incapacidad para permanecer solo y expresar plenamente sus propias potencialidades individuales” (p. 198), esto resuena asombrosamente con la entrada final del Diario Clínico de Ferenczi (1985), donde confiesa “Yo era valiente (y productivo) sólo hasta que (inconscientemente) recurrí a otro potencial en busca de apoyo, es decir, nunca llegué a “crecer” realmente (p. 212). Puesto que Ferenczi interpreta su anemia perniciosa como un castigo por su intento de emancipación de Freud, siente que debe afrontar la desalentadora perspectiva de que “la única posibilidad para mi existencia continuada” está en “la renunciación de la mayor parte del self propio, para desempeñar hasta el final la voluntad de ese poder más alto (como si fuera el mío propio)” (p. 212).

Un fragmento más amplio de Escapar de la Libertad (1941) subraya la pertinencia de las ideas de Fromm para captar la cualidad perversamente “simbiótica” de la relación entre Freud y Ferenczi:

La intensidad de la relacionalidad con el ayudante mágico es inversamente proporcional a la capacidad para expresar espontáneamente las potencialidades intelectuales, emocionales y sensuales que uno posee. En otras palabras: uno espera obtener todo lo que espera de la vida, del ayudante mágico en lugar de obtenerlo por las acciones propias. Cuanto más sea este el caso, más cambia el centro de la vida de la propia persona al ayudante mágico y sus personificaciones. La cuestión entonces no es cómo vivir, sino cómo manipularlo para no perderlo y conseguir que haga lo que uno quiere, incluso para hacerlo responsable de lo que es responsabilidad de uno mismo. (pp. 198-199)

Un concepto crucial del análisis de Fromm es la ambivalencia que obligadamente surgirá en el miembro subordinado de una díada sadomasoquista. Como él señala: “esta dependencia, que surge y al mismo tiempo conduce a un bloqueo de la espontaneidad, no sólo da una cierta seguridad, sino que también resulta en un sentimiento de debilidad y servidumbre” (p. 199). Debido a la inhibición de su auténtico ser, “la persona que depende del ayudante mágico también se siente, a menudo inconscientemente, esclavizada por ‘él’ y, en mayor o menor grado, se rebela contra ‘él’. Esta rebeldía contra la persona en quien uno ha puesto sus esperanzas de seguridad y felicidad –continúa Fromm- crea nuevos conflictos. Tiene que suprimirse si uno no quiere perderlo, pero el antagonismo subyacente amenaza constantemente la seguridad que se busca en la relación” (p. 109). Puesto que “cualquier persona real será necesariamente decepcionante” si se carga con las expectativas de ser el ayudante mágico, el desencanto que debe seguir a despertar de los sueños que uno tiene argumenta “el resentimiento resultante de la esclavización de uno hacia esa persona” y una vez más “da lugar a continuos conflictos” (pp. 109-110).

Clara Thompson, al haber estado en análisis no sólo con Ferenczi en Budapest, sino también con Fromm en Nueva York, estaba en una posición única para basarse en lo que había aprendido de Fromm para valorar el carácter de Ferenczi. Thompson da su veredicto en “Contribuciones de Ferenczi al Psicoanálisis” (1944):

A pesar de las cualidades obviamente adorables de Ferenczi, sufrió toda su vida la necesidad de ser aceptado y amado. Debido a esta necesidad, su relación personal con Freud fue más importante para él que su propio pensamiento independiente. Era el tipo de hombre que está feliz de trabajar para una persona fuerte; Freud era esa persona fuerte en su vida. (p. 73).

Sin usar el término “ayudante mágico”, Thompson deja claro que Freud cumplía esta función psicológica para Ferenczi. Continúa:

Si Ferenczi no hubiera tenido nada original que aportar, la relación podría haber sido totalmente satisfactoria; pero él era una mente original, y, a pesar de su devoción por Freud, allí ardía una lucha constante por ser él mismo. Al mismo tiempo, temía incurrir en la desaprobación de Freud. Esto hizo que su actitud hacia Freud fuera definitivamente ambivalente; y esta ambivalencia podía verse, creo yo, en sus escritos (p. 7 3).

Thompson especifica que muchos de los trabajos de Ferenczi “le daban a una la impresión de una cualidad apaciguadora” y que demostraba una tendencia a ser “más freudiano que Freud”. Con gran agudeza, Thompson discierne que la ambivalencia de Ferenczi “se manifestaba a pesar de todos sus esfuerzos porque a menudo desarrollaba una idea de Freud hasta tal grado fantástica, que hacía, al final, la situación absurda”, como hizo en Thalassa, donde Ferenczi “rastrea los estados del desarrollo de la libido hasta la Edad de Hielo, convirtiendo así la idea en pura fantasía” (p. 73).

Llamando la atención sobre la inclinación de Ferenczi a parodiar inconscientemente las ideas de Freud llevándolas a conclusiones “absurdas”, Thompson subraya lo que el propio Ferenczi había reconocido en privado en el Diario Clínico (1985) respecto a su “total inhibición al hablar en presencia [de Freud] hasta que él traía un tema a colación, y entonces el ardiente deseo de obtener su aprobación mostrándole que lo había entendido totalmente, y avanzando inmediatamente en la dirección que él había recomendado”, todo lo cual “me revela que he sido  un hijo ciegamente dependiente” (p. 185). Bajo este sentimiento de estar “deslumbrado y asombrado”, sin embargo, siempre acechó una “duda oculta” porque “sólo era la adoración y no el juicio independiente lo que me hacía seguirlo” (p. 185). Ferenczi, también, considera retrospectivamente que Thalassa es un texto que, a pesar de sus “muchos puntos buenos”, sin embargo “se aferra demasiado a las palabras del maestro”, una “nueva edición” de esa obra “habría significado reescribirla completamente” (p. 187). Aunque definitivamente basado en el propio autoentendimiento de Ferenczi, el análisis que hace Thompson de la ambivalencia que parte del conflicto entre el “esfuerzo [de Ferenczi] por ser él mismo” y su miedo a “incurrir en la desaprobación de Freud” está en deuda directamente con la explicación de Fromm del “bloqueo de la espontaneidad” que permite a un individuo intimidado un “cierto grado de seguridad”, mientas que simultáneamente tiene el coste de “un sentimiento de debilidad y servilismo”, y de la lucha continua entre los impulsos de sumisión y la rebelión que es el sello de alguien que se somete a la autoridad irracional de otra persona.

Toda la carrera de Ferenczi constituye una puesta en acto de su ambivalencia inconsciente hacia Freud. En su trabajo clave “Fe, Incredulidad y Convicción” (1913), por ejemplo, cuando Ferenczi describe cuántos de sus pacientes que “no estaban realmente convencidos de lo correcto de las explicaciones psicoanalíticas, pero las habían creído ciegamente (dogmáticamente, como una cuestión de doctrina)… reprimieron con éxito todas sus sospechas y objeciones sólo para mantener seguro el amor filial que habían transferido al doctor” (p. 43) está verbalizando en realidad de un modo desplazado sus propias “sospechas y objeciones” concernientes a Freud. Lo mismo es cierto para “La Representación Simbólica de los Principios de Placer y Realidad en el Mito de Edipo”  (1912), en la que Ferenczi interpreta la referencia de Schopenhauer al mito de Edipo en una carta aparentemente respetuosa a Goethe como la muestra de la “reacción inconsciente [del joven filósofo] contra esta –tal vez bastante extravagante- expresión de gratitud” hacia el sabio de Weimar, “una reacción que permitió una exposición de las tendencias  hostiles que pueden enmascarar lo sentimientos y actitudes fundamentalmente ambivalentes de un hijo hacia su padre” (p. 220). Incluso cuando Ferenczi busca pagar tributo a Freud y defender la universalidad del complejo de Edipo, su comentario sobre las “tendencias hostiles” que acechaban bajo las profesiones de gratitud de Schopenhauer hacia Goethe, refleja de nuevo su propio resentimiento desautorizado hacia Freud, aunque, como Ferenczi observa de Schopenhauer, mientras escribía este trabajo “estaba dominado… por afectos que le habrían impedido el acceso a su insight” (p. 219). No menos irónicos a la luz de los acontecimientos que siguieron son: el papel de Ferenczi como fundador de la International Psychoanalytic Association; su propuesta para la formación del Comité Secreto por un “pequeño grupo de hombres” que serían “concienzudamente analizados” por Freud, “de modo que pudieran representar la pura teoría no adulterada por complejos personales” (Paskauskas, 1993, p. 146); su insistencia de que “al análisis mutuo es una tontería”, mientras que Freud es el “único que puede permitirse hacerlo sin un analista” y “tiene razón en todo” (Brabant, Falzeder y Giamperi-Deutsch, 1993, p. 449); y su carga contra los defectos de Jung y de Rank siendo autor de revisiones críticas de sus libros disidentes. En todos estos casos, vemos que Ferenczi ha “reprimido exitosamente todas [sus] suspicacias y objeciones sólo para mantener seguro el amor filiar que [él] había transferido” a Freud, aunque al final la camisa de fuerza de la ortodoxia que había intentado imponer en los otros sólo consiguió inmovilizar sus propias alas.

Una revisión de las contribuciones de Fromm a la rehabilitación de la reputación de Ferenczi sirve también para realzar nuestra apreciación de lo indispensable que es para la historia del psicoanálisis. De mayor consecuencia que su afiliación manifiesta con Horney y Sullivan es la afinidad que Fromm eligió tener con Winnicott. Aunque hasta donde yo sé Fromm nunca se refiere a Winnicott, ni éste a Fromm, Fromm es un “eslabón perdido” crucial en la tradición de los psicoanalistas independientes que van de Ferenczi a Winnicott y más allá. Así, cuando Fromm rastrea la “raíz de las pulsiones simbióticas” hasta la “incapacidad [de un persona] para estar sola y para expresar plenamente sus potencialidades individuales”, no sólo mira hacia atrás a Ferenczi, sino que también mira hacia adelante a Winnicott (1965) y a sus estudios de la interacción entre los “procesos madurativos y el entorno facilitador”. Como Winnicott, Fromm (1941) rastrea lo que sucede cuando “los padres, actuando como agentes de la sociedad, comienzan a suprimir la espontaneidad e independencia del niño” (p. 201) y éste capta la esencia de la dicotomía de Winnicott entre creatividad y conformidad cuando escribe que “toda neurosis… es esencialmente una adaptación de dichas condiciones tempranas (especialmente las de la infancia) irracionales como son, y, en general, desfavorables al crecimiento y el desarrollo del niño” (pp. 30-31). La antítesis de Winnicott entre creatividad y conformidad es, en sí misma, consecuencia de la distinción nuclear que hace ente el Self Verdadero y el Falso Self y Fromm, de nuevo, llega al mismo destino casi dos décadas antes cuando afirma:

Esta sustitución de pseudoactos a actos originales de pensamiento, sentimiento y voluntad da lugar finalmente al reemplazo del self original por un pseudoself. El self original es aquél que es generador de actividades mentales. El pseudoself es sólo un agente que en realidad representa el papel que se supone que desempeña una persona pero que lo hace bajo el nombre del self (p. 229).

 

Cuando se reconoce que Karen Horney (1942) postula asimismo una antinomia entre el “self real” y el “self falso” (p. 22), queda clara la estrecha afinidad entre el “Middle Group” de téoricos británicos de relaciones objetales y los “neofreudianos” americanos y cómo ambas escuelas han llevado adelante el legado psicoanalítico de Ferenczi.

En vida de Fromm, el daño más grave a su reputación le fue infligido por su antiguo colega de la escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse, en un polémico intercambio en las páginas de Dissent, cuya pieza central Marcuse incluyó como epílogo a Eros y Civilización (1955). Aunque en general se percibía que Marcuse se había llevado la mejor parte, una relectura de su “Crítica del Revisionismo Neofreudiano” muestra que es un esfuerzo sorprendentemente baldío. Al igual que Adorno y Horkheimer décadas antes, Marcuse apostó todo a la teoría del instinto de Freud, afirmando absurdamente que debido al énfasis de Freud en la primera infancia, “las relaciones decisivas son por tanto aquellas que son menos interpersonales” (p. 231). En realidad, según Marcuse, sólo la “hipótesis del instinto de muerte” de Freud, y no así ningún factor social ni ambiental, puede explicar “el lazo inconsciente oculto que une al oprimido con sus opresores” (p. 247). En una reflexión más a fondo sobre la Zeitgeist prevalente, Lionel Trilling, también, afirmó que “la idea del principio de realidad y la idea del instinto de muerte” formaban “la corona de la más amplia especulación de Freud sobre la vida del hombre (1940, p. 53), y castigaba “la tendencia de nuestras clases liberales educadas a rechazar la difícil y compleja psicología de Freud a favor del sencillo optimismo racionalista de Horney y Fromm” (1946, p. 95).

En una carta a Martin Jay, el historiador de la Escuela de Frankfurt, Fromm comentó “toda mi obra teórica está basada en lo que yo considero los hallazgos más importantes de Freud, con la excepción de sus hallazgos metapsicológicos”, que es “el reverso de la posición de Marcuse, que basa su pensamiento totalmente en la metapsicología de Freud, e ignora completamente sus hallazgos clínicos, es decir, el inconsciente, el carácter, la resistencia, etc.” (citado en Roazen, 2001, p. 36). El paso del tiempo a justificado a Fromm en su debate con Marcuse. La suposición de Freud de que los infantes existen en un capullo protector de narcisismo primario ha sido desacreditada por los investigadores empíricos, y hoy en día sería difícil encontrar un analista que esté influenciado por Marcuse. Fromm, por el contrario, tras décadas de marginalización, cada vez obtiene más reconocimiento como pensador psicoanalítico fundamental. Un pionero de este cambio es el brillante libro de Daniel Shaw Narcisismo Traumático (2014) tal como se evidencia la delineación que Shaw hace de cómo “el narcisismo traumatizante recluta a los otros… en una relación que ofrece seductoramente la promesa de la concesión de dones especiales” –como Freud hizo con sus seguidores- sólo para pronto “hallar una causa para acusar al otro de no preocuparse lo suficiente y de ser egoísta” (p. 13). Como hemos visto, un punto clave en el análisis que Freud hace del carácter autoritario es que “la persona dominante es dependiente de aquellos que dependen de él”, sólo que la dependencia necesita que los opresores en esa relación simbiótica permanezcan inconscientes porque, en palabras de Shaw, “han aprendido a defenderse contra su historia de verse avergonzados y subyugados poniendo a otros en la situación en la que ellos estaban, convirtiéndose en los que avergüenzan y dominan” (p. 138). Tomando prestada la terminología de Shaw, y uniéndola con la de Bernard Brandchaft (Brandchaft, Doctors, Sorter, 2010), que ha contribuido también significativamente desde una perspectiva de psicología del yo e intersubjetiva a nuestra comprensión de los “sistemas de dominación relacional”, mientras que Freud desempeñaba la parte del narcisismo traumatizante en su relación con Ferenczi, Ferenczi mostraba las deformaciones que resultaban de sus intentos de acomodación patológica, aunque al final buscaba  liberarse de las ataduras del autoritarismo de Freud y promulgar un psicoanálisis verdaderamente emancipador.

Si, en el memorable pronunciamiento de Michael Balint (1968), “el acontecimiento histórico del desacuerdo entre Freud y Ferenczi actuó como un trauma para el mundo psicoanalítico” (p. 152), yo espero haber mostrado que Erich Fromm, además de ser el defensor incondicional de Ferenczi, nos ha ofrecido con sus conceptos del carácter autoritario y el ayudante mágico, unos bisturíes impagables con los que diseccionar tanto las raíces psíquicas como las dinámicas interpersonales de este encuentro, inmensamente generador pero en último lugar trágico. Pero no debemos olvidar que Fromm no sólo era el analista, sino también la víctima del trauma, puesto que había sido despojado del “Nansen” o afiliación directa en la Asociación Psicoanalítica Internacional que Ernest Jones le había concedido en 1936 por ser emigrante en Nueva York (Roazen, 2001). Al haber sido él mismo expulsado de la “fiesta”, Fromm sabía de lo que hablaba cuando reprendió a Jones por el “estalinismo” en su explicación de la suerte de Ferenczi y Rank en su biografía de Freud. Ahora que Ferenczi, si no Rank, al menos ha alcanzado todo su reconocimiento con posterioridad,  esperemos que en 2015 –este año emblemático en el que el William Alanson White Institute, cofundado por Fromm en 1946, se ha convertido en un componente de la Asociación Psicoanalítica Americana, y por tanto también de la Internacional- Fromm pueda experimentar a su vez una rehabilitación similar.

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Referencias

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