aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 052 2016

Reacercándose a Mahler: Nuevas perspectivas sobre el autismo normal, simbiosis, escisión y constancia libidinal de objeto desde la teoría cognitiva del desarrollo

Autor: Gergely, György

Palabras clave

Mahler, autismo, Simbiosis, Escision, Objeto libidinal, Teoria cognitiva del desarrollo.


Reapproaching Mahler: New Perspectives On Normal Autism, Symbiosis, Splitting and Libidinal Object Constancy From Cognitive Developmental Theory fue publicado originariamente en J Am Psychoanal Assoc 2000 48: 1197

Traducción: Eduardo A. Reguera Nieto

Resumen: el trabajo pionero de Margaret Mahler sobre el nacimiento psicológico del niño ha generado más debate crítico que la mayoría de las teorías psicoanalíticas del desarrollo psicológico. Pero mientras las fundamentadas críticas desde un punto de vista empírico, teórico y metodológico están generalmente justificadas, sus críticos fallan a la hora de considerar algunas de las intuiciones más intrigantes y creativas que sus formulaciones teóricas trataron de capturar. El presente artículo trata de reformular dichas intuiciones usando las nuevas herramientas conceptuales que provee la actual teoría cognitiva del desarrollo. La fase propuesta por Mahler del autismo normal es reconsiderada desde la óptica de la teoría de la detección de contingencia como una fase inicial de la preocupación primaria a través de una perfecta y autogenerada respuesta contingente a los estímulos. Su concepto de la simbiosis normal es refundado con la ayuda de la visión desde la teoría del apego acerca de la regulación homeostática y con el modelo de la biofeedback social sobre el reflejo parental del afecto. Finalmente, sus ideas acerca del desarrollo de la escisión y la constancia libidinal de objeto son reconsideradas de acuerdo a las recientes teorías sobre el desarrollo representacional primitivo y la mentalización.

La teoría de Margaret Mahler sobre la separación e individuación fue una de las primeras tentativas sistemáticas desde la teoría psicoanalítica de integrar conceptos clínicos derivados del análisis del desarrollo primitivo con la evidencia empírica procedente de la investigación con niños  y de detalladas observaciones longitudinales de vínculo madrehijo. Esta tentativa pionera anticipó un nuevo interés entre investigadores y teóricos en basar los abordajes psicoanalíticos del desarrollo sobre el marco proporcionado por la investigación en niños, la teoría del apego y la psicopatología del desarrollo.

Mahler y los críticos

El trabajo de Mahler ha generado una gran cantidad de debate crítico, parte del cual deriva de la investigación del desarrollo normal y de los actuales modelos de los orígenes en el desarrollo de la psicopatología adulta. Estas críticas se centran en tres aspectos centrales de la teoría de Mahler: sus concepciones de las dos primeras fases que ella denominó autismo normal y simbiosis normal, y su caracterización del período de reacercamiento.

Una importante línea crítica estaba basada empíricamente, y rechazó algunas de las proposiciones de Mahler sobre la base de que resultaban incompatibles con los resultados actuales de la investigación en niños. Consideraron que las pruebas sobre las sofisticadas capacidades innatas de los niños para procesar aspectos relevantes desde un punto de vista funcional del medio externo desde el nacimiento refutaban la noción clásica de una barrera constitucional frente a los estímulos, lo cual constituía un punto central de la fase de autismo normal propuesta por Mahler. De modo similar, la existencia de mecanismos perceptivos para diferenciar entre el sí mismo y el otro fue considerada como incompatible con los conceptos mahlerianos de la indiferenciación inicial y fusión simbiótica durante la fase de la simbiosis normal. En la misma línea, se ha interpretado que la investigación reciente sobre la teoría del apego sugiere que el típico comportamiento de “ambitendencia” que Mahler describió como una característica universal del período de reacercamiento puede solamente caracterizar a un subgrupo de niños con algunos tipos de patrones inseguros de apego.

Una segunda línea crítica, de naturaleza más teórica y metodológica, estaba relacionada con las interpretaciones “patomórficas” de Mahler sobre las fases tempranas del desarrollo normal. Sobre la base del modelo clásico de la fijación/regresión, Mahler interpretó sus observaciones sobre el desarrollo normal temprano en términos de constructos clínicos derivados de su trabajo con niños psicóticos gravemente perturbados y pacientes fronterizos y narcisistas. Ella propuso que las experiencias patológicas de indiferenciación y fusión podrían estar relacionadas con la fijación a las fases autística y simbiótica del desarrollo que ella pensaba que caracterizaban a las etapas primitivas del desarrollo normal. Del mismo modo, sugirió que la escisión y proyección como las observadas en la transferencia de pacientes fronterizos y narcisistas están originadas en la fijación a un conflicto agudo en la fase de reacercamiento, la cual se manifiesta en sí misma en las ambitendencias comportamentales de la crisis de reacercamiento. Los críticos de Mahler han argumentado que este enfoque patomórfico y retrospectivo ha dado lugar a una distorsión en la visión de los patrones normales del desarrollo.

En general, no tengo nada que objetar a estas críticas, que me parecen importantes y bien fundadas. No obstante, siento que su enfoque ha sido demasiado estrecho; el consiguiente rápido rechazo y disminución del interés en la teoría del desarrollo de Mahler no hacen justicia a la riqueza de la introspección empírica y a la fineza de las formulaciones teóricas que caracterizaron su trabajo. Hay mucho más que decir sobre los conceptos de Mahler acerca del autismo normal, simbiosis normal, los orígenes en el desarrollo de la escisión y la constancia libidinal de objeto. Por tanto, en el presente artículo me “reacercaré” a la teoría de Mahler y arrojaré nueva luz, desde la perspectiva de la moderna teoría cognitiva del desarrollo, sobre sus constructos teóricos centrales acerca del desarrollo temprano. Sin embargo, el espíritu de mi trato será crítico y algunos pueden pensar que en mi reformulación de los constructos mahlerianos acerca del desarrollo me alejo extensamente de sus intenciones originales.

He estructurado el artículo como sigue. Primero expondré un breve resumen de los conceptos de Mahler acerca del autismo normal y simbiosis normal, y las asunciones que subyacen a los mismos. Consideraré estas fases desde la óptica de nuestro conocimiento actual de las sofisticadas capacidades tempranas del niño para la detección de contingencias, y las distintas funciones en el desarrollo de esta capacidad. Entonces propondré que el concepto de Mahler acerca del autismo normal puede ser entendido en términos de una fase inicial de preocupación primaria a través de una autogenerada (perfecta respuesta a la contingencia) estimulación, cuya función psicológica sería la de establecer la representación primaria del sí mismo corporal. En la siguiente sección argumentaré que la noción de Mahler acerca de la simbiosis normal debería ser reconceptualizada en términos de regulación homeostática biosocial del afecto a través de la interacción madre niño, más que en términos de indiferenciación perceptiva. La visión de Mahler sobre el desarrollo representacional temprano y la naturaleza de los conflictos intrapsíquicos durante el segundo año será reconsiderada desde la óptica de las actuales teorías sobre el desarrollo de las capacidades de los niños pequeños de comprender los estados mentales de los otros. Finalmente, se ofrecerá una nueva perspectiva cognitiva del desarrollo acerca de los orígenes representacionales e interpersonales de la escisión.

Autismo normal reconsiderado

El recién nacido y el mundo externo

De acuerdo a la clásica visión de Freud, el recién nacido es un sistema cerrado, cuya relación con el mundo externo puede asemejarse a la de un pollito rodeado por el cascarón que todavía no ha salido. El organismo básicamente pasivo vive en un estado de narcisismo primario; la libido catectiza solamente partes internas del cuerpo, y el niño está protegido de la estimulación exterior por una barrera estimular innata. Mahler adoptó esta visión. De acuerdo con ella, durante la fase del "autismo normal" en los dos primeros meses de vida el niño está rodeado de una "barrera estimular cuasisólida", un "caparazón autístico que mantiene los estímulos fuera", lo cual da lugar a "la falta de respuesta del recién nacido frentea los estímulos exteriores". Esta fase es seguida desde los dos a los seis meses por la "fase simbiótica", durante la cual la catexis libidinal cambia desde la estimulación corporal interoceptiva a los estímulos propioceptivos periféricos y a los estímulos exteroceptivos procedentes de la superficie corporal. Al mismo tiempo, la barrera estimular se extiende para cubrir la "órbita simbiótica de la unidad dual madrehijo".

Dicha caracterización de las fases tempranas no parece sostenible, sin embargo desde la óptica de la reciente evidencia empírica. En cuanto a la noción de barrera estimular, en el momento actual existe un amplio consenso que durante la fase de "alerta tranquila" el niño desde el inicio de la vida se orienta hacia, y procesa, estímulos exteroceptivos, mostrando esperanzas y preferencias innatas y específicas hacia ciertos aspectos del mundo físico y social. Por mencionar solamente unos pocos ejemplos sobresalientes: los recién nacidos muestran una sensibilidad innata hacia la configuración de la cara humana; una preferencia precableada por la voz femenina; una capacidad innata para imitar ciertos gestos faciales (como la protrusión de la lengua o la apertura de la boca) e incluso quizá algunas expresiones emocionales básicas; una habilidad temprana para el seguimiento visual de objetos, y una habilidad innata para transferir información a lo largo de diferentes modalidades sensoriales.

A pesar de que Mahler, Pine y Bergman conocían la existencia de períodos de "inactividad vigilante" que implicaban una "capacidad de respuesta a los estímulos externos" existían ya durante la fase autística, claramente subestimaron su importancia en el desarrollo temprano. Las críticas empíricamente basadas de Lichtenberg, Stern y otros apuntan a la existencia precoz de mecanismos perceptivos para la diferenciación entre el sí mismo/otro, algo que es aceptado por los discípulos de Mahler; sin embargo, en su búsqueda en los orígenes del desarrollo de los fenómenos simbióticos característicos de la psicopatología adulta, ellos han continuado poniendo el énfasis en la supuesta importancia formativa de los intensos, afectivamente cargados, "momentos de experiencia de falta de límites o fusión" (como por ejemplo quedarse dormido en los brazos de la madre después de haber sido alimentado). Este razonamiento está basado en la asunción (derivada de la teoría pulsional clásica) de que tales experiencias están asociadas con un intenso placer, y que ese placer de alguna manera provee un poder dominante, que persiste a lo largo de la vida posterior, a las representaciones mnémicas codificadas de tales episodios simbióticos. Sin embargo, según apunta Stern, "irse a dormir después de una comida no constituye una evidencia observacional de un intenso placer", y la evidencia actual a la hora de comparar experiencias que implican afectos positivos en la infancia con sucesos similares experimentados con afectos neutros indican que los primeros no son necesariamente mejor codificados que los últimos.

Sobre la base de tal evidencia, el concepto mahleriano de la barrera estimular, y su concepción del desarrollo de la libido basada en el narcisismo primario, han sido rechazados por la mayor parte de los actuales investigadores en psicología del desarrollo, en el psicoanálisis moderno de las relaciones objetales y en la teoría del apego.

Fusión simbiótica y diferenciación sí mismo/otro

De acuerdo con Mahler, los primeros seis meses están caracterizados por "un autismo normal y una simbiosis normal, los cuales constituyen las dos etapas más tempranas de indiferenciación la primera sin objeto, la segunda preobjetal". Durante este período de tiempo incluso las funciones más rudimentarias del yo estarían ausentes y no hay "todavía una diferenciación entre lo interior y lo exterior, entre el sí mismo y el otro". El estado del bebé está caracterizado por una "fusión simbiótica" con la madre cuyo rasgo principal es "la ilusión de un límite común" alrededor de la órbita simbiótica madreniño.

Sin embargo, la asunción de Mahler acerca de que el niño no puede inicialmente diferenciar entre el yocorporal y el mundo externo ha sido asimismo refutada. Los recientes estudios sobre la detección de contingencia en niños demuestran la presencia temprana de poderosos mecanismos perceptivos que automáticamente registran las relaciones espaciales, temporales y de intensidad relativa entre las respuestas motoras eferentes del niño y los consecuentes estímulos. A través de la diferenciación de distintos grados de relación de contingencia entre respuestas y estímulos, este mecanismo de detección de contingencia innato puede identificar aquellos estímulos que son necesariamente consecuencia de las respuestas motoras eferentes del bebé (y por tanto, pertenecientes al sí mismo), en oposición a aquellos [estímulos] que emanan de fuentes externas.

Por ejemplo, Bahrick y Watson en un estudio clásico sentaron a bebés en tronas enfrente de dos monitores, de tal manera que podían mover libremente sus piernas. Un monitor presentaba la imagen en vivo del sujeto moviendo las piernas, proveyendo un estímulo que era perfectamente contingente con las respuestas del bebé. El otro monitor presentaba una imagen con un retardo temporal de las piernas del niño; los movimientos en el vídeo de esta manera no eran contingentes con los actuales movimientos de piernas del bebé. Se observó que incluso los bebés investigados (3 meses de edad) eran capaces de diferenciar esos dos niveles de contingencia, de modo que mostraban una preferencia significativa por las imágenes perfectamente contingentes de sus piernas en movimiento que las imágenes no contingentes.

Hay que remarcar que las propias acciones motoras generan un estímulo que es necesaria y perfectamente contingente a la respuesta (como un doble contacto tocar el propio cuerpo y al mismo tiempo sentirse tocado o mirar las manos propias mientras se mueven) mientras que las percepciones de estímulos que emanan del mundo exterior muestran niveles bajos de respuesta a la contingencia. De esta manera, tal y como propusieron Bahrick y Watson, la detección de un grado perfecto de contingencia entre los patrones eferentes (motores) de activación y los estímulos percibidos consecuentemente puede constituir el criterio original a la hora de diferenciar el sí mismo del mundo externo.

Sobre la base de tal evidencia, las críticas recientes rechazan la teoría de Mahler sobre una fase temprana de autismo normal. Esta teoría ha sido criticada como una reconstrucción patomórfica errónea, resultado de la extrapolación retrospectiva de fenómenos patológicos adultos (como una inadecuada diferenciación o tendencias fusionales) en las fases tempranas del desarrollo normal.

Autismo normal reconsiderado

Mientras que tales críticas parecen estar bien fundadas, sostengo que el resultante rechazo frontal a la teoría de Mahler sobre el autismo normal, y el consecuente abandono de sus formulaciones sobre el desarrollo, ha tenido el desafortunado efecto de oscurecer la existencia de una fase cualitativamente distinta en el desarrollo, que Mahler trataba de capturar. La inferencia de Mahler estaba basada en una observación doble de que durante los dos primeros meses los niños muestran una relativa falta de reactividad frente a la estimulación social por un lado, y por el otro, una aparente preocupación por las consecuencias sensoriales directas de sus movimientos corporales. En efecto, durante el primer par de meses los bebés se ocupan preferentemente de realizar repeticiones cíclicas de sus actividades centradas en el cuerpo (las reacciones circulares primarias de Piaget) así como en una exploración sistemática no nutritiva de objetos. Se debe tener en cuenta que ambos tipos de actividad generan una estimulación perfectamente respuestacontingente en el entorno cercano del niño. Esto sugiere la existencia de una fase inicial durante la cual los bebés están ocupados de forma primaria en explorar las consecuencias sensoriales perfectamente contingentes con su propia actividad motora, y relativamente desinteresados en el entorno lejano del mundo social[1]. Sin embargo, esto no tiene que ver con la existencia de una barrera estimular o la incapacidad para diferenciar entre el sí mismo y el otro; de hecho, podemos sostener que la principal función de esta etapa temprana de preocupación en torno a los estímulos perfectamente repuestacontingentes es de hecho la de establecer tal diferenciación, a través de la construcción de una representación primaria del esquema corporal.

Todo ello va en la línea con las hipótesis de Watson de que durante los dos a tres primeros meses los mecanismos de detección de contingencia están genéticamente dispuestos para buscar y explorar estímulos que son perfectamente contingentes con las propias respuestas motoras del niño. Watson hipotetizó que la función de esta tendencia inicial era la de desarrollar una representación primaria del sí mismo corporal como un objeto distinto en el entorno, a través de la identificación de aquellos estímulos que son necesariamente consecuencias sensoriales de las acciones motoras del cuerpo y sobre los cuales el niño ejerce un perfecto control.

El estudio de 1985 de Bahrick y Watson proporciona evidencia acerca de esto, demostrando que los bebés mayores de tres meses dejan de mostrar preferencia por los estímulos perfectamente contingentes con el sí mismo que es característico de los bebés más pequeños. De hecho, los bebés mayores miraban significativamente más tiempo al feedback demorado no contingente con los movimientos de sus piernas. En estudios posteriores encaminados a aclarar este hallazgo, Watson demostró que después de los primeros tres meses de edad, la preferencia inicial por estímulos perfectamente respuestacontingentes es reemplazada por una orientación activa hacia altos pero imperfectos grados de contingencia respuestaestímulo que son característicos de los comportamientos dirigidos a los bebés procedentes de objetos sociales "suficientemente buenos" y bien sintonizados afectivamente. Para explicar este cambio en la preferencia, que tiene lugar en torno a los tres meses, Watson hipotetizó que, una vez establecida la representación primaria integrada del esquema corporal, el sistema motivacional y atencional "cambia" a una preferencia por estímulos con altos pero imperfectos grados de respuesta contingente. Este cambio probablemente madurativo redirige el organismo hacia la exploración y representación del mundo social, representado por los comportamientos dirigidos al bebé (no perfectamente respuesta contingentes) procedentes del entorno parental[2].

Simbiosis normal reconsiderada

Regulación simbiótica del equilibrio homeostático

¿Pero quieren decir los hechos referidos antes que Mahler estaba seriamente equivocada   al   caracterizar   las   fases   iniciales   de   las   interacciones   madrebebé  como simbióticas? En la medida en que la simbiosis se refiera a una incapacidad para diferenciar perceptivamente entre las fronteras del cuerpo propio y la del otro, o una falta de sensibilidad a estímulos externos o distales, la respuesta deber ser "sí". Sin embargo, llegamos a un veredicto muy diferente si nos acercamos a la cuestión usando el clásico significado biológico de simbiosis, que se refiere a una coexistencia íntima entre dos organismos en la cual alguna de las funciones más vitales de uno de los participantes es realizada o facilitada por las actividades del otro. Acorde al espíritu de este concepto biológico, una de las introspecciones principales  de la  teoría de Mahler  fue  darse cuenta  de que  la  regulación  de los  estados internos  dinámicamente  cambiantes  del  bebé  es  vitalmente  dependiente  del  entorno materno. Inicialmente, los bebés no tienen prácticamente medios para regular o afrontar los impulsos  afectivos  por   solos;  cuando  están  alterados  tienen  que  depender  de  las intervenciones modulatorias de su estado por parte de sus madres para recuperar su equilibrio homeostático. Durante esta fase temprana de dependencia "simbiótica" es la madre, en su función de yo auxiliar, quien cumple las funciones de control y de regulación de estado que finalmente serán internalizadas por el niño a través de tales interacciones.

Sugiero, por lo tanto, que la denominación apropiada de la relación "simbiótica" madreniño es la de función homeostática reguladora del afecto del entorno maternal temprano, que ejerce el control sobre los estados afectivos dinámicamente cambiantes del bebé a través de un sistema abierto de interacciones. Para ilustrar esta aseveración, describiré brevemente dos modelos recientes de desarrollo emocional temprano, los cuales ejemplifican bien la verdadera naturaleza simbiótica de los procesos primitivos reguladores del afecto.

La teoría de Hofer sobre la regulación externa simbiótica de los estados internos.

En sus estudios comparativos animales, Hofer demostró que los típicos patrones de reacciones fisiológicas y comportamentales frente a la separación de la madre, descritos por primera vez en humanos por Bowlby, pueden ser también observados en un amplio rango de otras especies animales (como ratas y monos rhesus). Hofer mostró cómo la composición de elementos fisiológicos y conductuales que componen las reacciones de separación de las crías de ratas pueden ser independientemente alteradas al presentar los elementos individuales del complejo estimular del entorno maternal de forma separada. Por ejemplo, la disponibilidad de calor corporal o leche materna en ausencia de la madre tenía efectos específicos sobre ciertos componentes del complejo de reacciones de separación, como la frecuencia cardíaca o la motricidad. De acuerdo con Hofer, los elementos particulares de los patrones de respuesta fisiológica del organismo están bajo el control directo de componentes estimulares específicos del entorno maternal. Como resultado, las reacciones del organismo a la separación pueden ser interpretadas como síntomas de abstinencia que emergen debido al cese de una influencia continua (activadora o inhibidora) que los estímulos parciales de la madre ejercen sobre los estados internos del organismo.

Para Hofer, la existencia de tales reguladores externos indica que los sistemas homeostáticos del bebé son más "abiertos" de lo que previamente se pensaba, y que parte del control del mundo interior del bebé se debe a la influencia directa del entorno maternal. Hoffer sugiere que la articulación de los sistemas homeostáticos de dos individuos en una organización  de  orden  superior  podría  ser  correctamente denominada  "simbiosis"  tras  el primer uso de este término por el botánico Anton DeBary en 1879 para describir "la asociación íntima de dos organismos diferentes que contribuyen de varios modos al apoyo del otro".

Hofer señala que, al menos en el caso del bebé humano, la función de la influencia reguladora de la emoción fruto de la interacción con los padres es posteriormente asumida por estructuras representacionales mentales, las cuales, como aspectos internalizados del entorno maternal, permiten al niño regular sus estados afectivos de forma autónoma.

El mecanismo del biofeedback social en la especularización parental del afecto

¿Pero cómo tiene lugar la gradual internalización de la función parental reguladora del afecto?  La  introspección  clínica  ha  llevado  a  los  psicoanalistas  a  atribuir  una  importancia capital en este proceso a un aspecto particular del comportamiento, específicamente humano, por el que los padres regulan los estados afectivos del niño; principalmente el fenómeno de la especularización afectiva. Ninguno de estos acercamientos especifica sin embargo el proceso psicológico por el que las interacciones de reflejo afectivo que proveen los padres conducen a la regulación del afecto y a la consecuente internalización de la función de la regulación emocional en el desarrollo del sí mismo.

Recientemente, Watson y yo propusimos por ello un modelo específico en nuestra teoría de la biofeedback social de la especularización afectiva parental. Dicho modelo aplica la teoría de la detección de contingencia al caso especial de la demostración de estímulos de reflejo afectivo, e identifica varias funciones importantes por las que la especularización afectiva puede estar al servicio del desarrollo temprano.

El efecto regulador de estado de las interacciones de reflejo empático

Imagine un cuidador empático que está tratando de consolar a un bebé frustrado, rabioso o asustado. Además de proveer un contacto físico suave, un padre sensible y entonado afectivamente tenderá a mostrar pequeños momentos de expresiones especulares faciales y vocales que encajen con las muestras de emociones negativas del bebé. Puede parecer paradójico que tales expresiones de especularización afectiva contribuyen a la regulación emocional en vez de a una escalada en el estado negativo del bebé: después de todo, la visión de una madre temerosa o enfadada es normalmente inductora de un alto estrés para el niño. Sin embargo, hay tres características distintivas de estas manifestaciones de especularización afectiva que, según creemos, bloquean la atribución de la emoción negativa expresada a los padres, y generan una inclinación positiva en el niño, contribuyendo directamente de esta manera al efecto calmante.

Marcaje. Primero, las muestras de especularización afectiva tienden a ser destacadamente "marcadas" como distintas de las correspondientes emociones reales de los padres. El marcaje se consigue típicamente exagerando la demostración de las emociones reales, como sucede en el modo "de mentira" mediante el que se muestra la emoción en el "juego como si". Nosotros hipotetizamos que el destacado marcaje de la especularización bloquea la atribución a los padres de la emoción percibida, a través de dar la impresión al bebé de que "esto no es real": la madre no está realmente furiosa ni asustada.

Inconsecuencia. Esta interpretación [del bebé] es reforzada por el hecho de que las expresiones marcadas de especularización afectiva son inconsecuentes: o sea, las consecuencias en la conducta normalmente esperables frente a la exhibición de emociones negativas en la realidad (ella me va a gritar, me va bajar de los brazos, me va a dejar solo, me va a pegar) no son la continuación de las mismas expresiones marcadas de especularización afectiva.  De  este  modo,  a  través  del  marcaje  y  la  inconsecuencia  de  las  muestras  de especularización afectiva, incluso aunque las emociones negativas sean reconocidas por el propio bebé, su atribución a los padres será inhibida: será "desacoplada" de los padres.

Relación de contingencia. Dado que la exhibición marcada de especularización afectiva muestra un alto grado de relación de contingencia con las expresiones emocionales faciales y vocales del bebé (son temporalmente contingentes así como similares en cuanto al patrón espacial y la intensidad relativa), el sistema de detección de contingencia del bebé automáticamente encontrará un alto grado de control causal del bebé sobre dichas expresiones especularizadas. Hay evidencia acerca de que la detección de altos grados de control contingente induce una excitación positiva en los bebés. De esta manera hipotetizamos que, debido a la percepción del control causal sobre las muestras de reflejo afectivo de los padres, el inicialmente desvalido bebé empieza a experimentar una sensación de eficacia e instrumentación. La excitación positiva así generada contrarresta e inhibe los estados afectivos negativos del bebé, y de este modo contribuye activamente al efecto calmante general de las intervenciones de los padres.

La función de construcción representacional de la especularización afectiva parental.

Nosotros asumimos que las emociones básicas precableadas del bebé son automatismos no conscientes dirigidos a estímulos que al principio no están bajo control voluntario. El conocimiento consciente y el control deliberado sobre los estados afectivos primarios se hace posible solamente mediante el acceso a las representaciones secundarias que, durante el desarrollo temprano, se acaban asociando a los estados emocionales primarios. Sugerimos que la experiencia repetida de las muestras de reflejo afectivo de los padres puede constituir la base original para la construcción de tales representaciones secundarias.

Brevemente, debido a las tres características distintivas (marcaje, inconsecuencia y alto grado de relación contingente) de las expresiones emocionales de reflejo afectivo, el niño construye representaciones para tales muestras de especularización que son diferentes de las representaciones correspondientes a las emociones reales. Como hemos expuesto anteriormente, gracias a este "marcaje" las expresiones de especularización afectiva serán "desacopladas" referencialmente del padre que las está mostrando: en otras palabras, serán representadas como "no teniendo que ver" con el estado emocional actual de los padres. No obstante, el niño necesitará "anclar" referencialmente la representación de las muestras marcadas de afecto como expresando que "tienen que ver" con las emociones de alguien. La base de este proceso de anclaje es la experiencia de un alto grado de control contingente que las reacciones emocionales primarias del niño ejercen sobre las muestras de especularización afectiva. Como resultado, las representaciones de dichas expresiones marcadas de especularización afectiva acabarán asociadas con los estados emocionales primarios del niño, y de esta manera conformarán representaciones cognitivas secundarias y accesibles que expresan o "tienen que ver" con aquellos estados afectivos primarios.

Especularización afectiva y aparición del sentido de sí mismo como agente autorregulador.

De acuerdo a nuestra comprensión basada en la contingencia, cuando la regulación de un estado afectivo negativo de un bebé es llevada a cabo mediante interacciones de especularización afectiva por parte de los padres, el niño se experimenta como un agente causal activo en dicho proceso. Además de sentir eficacia causal en producir una versión externalizada de los estados emocionales primarios como los mostrados por los padres a través de los reflejos afectivos, el niño también registra la consiguiente modificación positiva del estado emocional negativo. De esta manera los niños aprenden de las interacciones de especularización afectiva mediante la externalización de sus estados emocionales internos que pueden conseguir una regulación homeostática exitosa sobre sus impulsos afectivos.

En estas etapas tempranas, la especularización afectiva de los padres es vital para este proceso como el medio de externalización. Más tarde, sin embargo, un niño que ya ha establecido las representaciones secundarias de los estados emocionales primarios a través de la internalización de las expresiones marcadas de especularización afectiva del cuidador será capaz de autorregular sus estados negativos mediante la externalización de impulsos afectivos sin la mediación de los padres. Esto se puede observar durante el uso adaptativo del juego como si en lo relativo a la regulación del afecto, en el que los niños pequeños, reflejándose a ellos mismos, dan lugar a expresiones marcadas de sus propios conflictos emocionales y de sus impulsos afectivos dolorosos a través de su proyección sobre los protagonistas participantes en los escenarios "como si".

Especularización afectiva como un medio para sensibilizar a los niños hacia sus estados emocionales primarios: la hipótesis de la biofeedback social.

Previamente, expuse cómo las clásicas asunciones mahlerianas sobre una barrera estimular innata que plantea una fase inicial caracterizada por una falta de sensibilidad a los estímulos externos y una elevada sensibilidad a la estimulación interna visceral y fisiológica, incluyendo los estados afectivos ha sido puesta en duda. De este modo, hemos abandonando esta asunción para examinar la hipótesis contraria: la de que el sistema perceptivo está originalmente dispuesto con una tendencia a prestar atención y explorar el mundo externo, y construye representaciones primariamente sobre la base de los estímulos exteroceptivos.

En esta visión, los niños inicialmente carecen de un conocimiento introspectivo diferencial de sus estados emocionales básicos precableados, del mismo modo como los adultos no son conscientes de ciertos estados viscerales fisiológicos internos (como la tensión arterial). Sin embargo, la capacidad de reconocer los cambios dinámicos de los propios estados afectivos parece ser una precondición necesaria para el control de tales impulsos emocionales.

¿Qué es lo que entonces facilita el desarrollo de un conocimiento emocional de dichos estados durante la infancia?

Nosotros hipotetizamos que los niños acaban siendo conscientes de sus propios y diferentes estados emocionales de forma gradual, como resultado de un entrenamiento de sensibilización social provisto por las muestras de reflejo emocional llevadas a cabo por los padres. Este proceso de sensibilización es similar en su naturaleza al demostrado en los procedimientos de biofeedback en adultos, y se piensa que está mediado por los mismos mecanismos perceptivos (o sea, detección de contingencia y maximización)[3]. En el entrenamiento en biofeedback, a los sujetos se les presenta de forma repetida estímulos externos (por ejemplo, un bip) que aparecen de forma contingente con el comienzo de un cambio en un estado interno diana del cual los sujetos al principio no son conscientes (como por ejemplo un incremento de su presión arterial). La exposición repetida a esta representación externalizada y contingente de cambios en un estado interno diana finalmente da lugar a una sensibilización, y en ciertos casos un control, sobre los estados internos corporales.

De una manera similar, presentando de forma repetida una versión externa contingente de las reacciones emocionales automáticas del niño, la especularización afectiva de los padres provee una especie de entrenamiento natural en biofeedback social, dando lugar a una gradual sensibilización del niño frente a los diferentes estados afectivos internos. Este conocimiento perceptivo de los propios estados emocionales es una precondición para el desarrollo de un autocontrol afectivo, y de este modo representa un papel crucial en el desarrollo emocional.

En resumen, de acuerdo al modelo de biofeedback social, la inclinación instintiva de los padres a reflejar empáticamente mediante el marcaje las expresiones afectivas del niño, junto con los sofisticados mecanismos de éste de detección de contingencia y construcción de representaciones secundarias, da lugar a una internalización gradual de la originalmente simbiótica función reguladora de la emoción del sistema biosocial interactivo madrehijo.

La visión de Mahler sobre el rol de la especularización afectiva de los padres en el desarrollo temprano del sí mismo.

Mahler tenía un conocimiento penetrante de la importancia funcional de la especularización parental temprana, y se dio cuenta de que ello estaba de forma inherente relacionado con el desarrollo del sentido del sí mismo en el niño. Sin embargo, ella no tenía clara la dirección de la relación causal entre esos dos constructos. A veces ella parecía sugerir que el establecimiento de del sentido del sí mismo es una precondición para la internalización de la función especular: "Una de las más importantes consecuencias del sentido del sí mismo como agente es la capacidad del niño para internalizar algunos de los patrones maternos de organización comportamental sus acciones calmantes". Otras veces, sin embargo, argumentaba que esa influencia causal fluía en la dirección opuesta: "Durante la simbiosis y la subfase de diferenciación la especularización del cuidador es el ingrediente más importante en el desarrollo del sentido del sí mismo". La última aseveración parece más plausible en el contexto del modelo de biofeedback social de la especularización afectiva: el sentido del sí mismo como agente autorregulador aparece como consecuencia de una internalización exitosa de las interacciones especulares del afecto procedentes de los cuidadores, a través del trabajo del mecanismo de detección de contingencia.

Para concluir, se puede argumentar que la teoría de Mahler acerca de la simbiosis temprana representa una introspección biosocial significativa sobre la función homeostática reguladora de estado de la relación objetal más precoz. Su aproximación, que enfatizó la dependencia básica del niño respecto de las intervenciones adaptativas del entorno materno a la hora de establecer una regulación de los estados afectivos, implica un sistema abierto, interactivo, biosocial, de regulación del estado simbiótico. Sin embargo, Mahler intentó integrar esta perspectiva moderna de las relaciones objetales con las nociones clásicas de la metapsicología de Freud y de la teoría pulsional, que describe al niño como un sistema pasivo, orientado internamente y cerrado. El concepto freudiano de la barrera estimular que Mahler adoptó fue creado para cumplir la misma función reguladora de estado defendiendo el balance homeostático del organismo inmaduro en presencia de excitaciones del entorno como la llevada a cabo por las adaptativas interacciones de los cuidadores reguladoras de la emoción (incluyendo la especularización del afecto) en el seno de una actual visión dominante del niño como un sistema biosocial abierto con una orientación perceptiva activa hacia el mundo externo.

La propuesta teórica de Mahler sobre que durante la fase simbiótica la barrera estimular se extiende para cubrir la órbita simbiótica de la unión dual madreniño puede ser vista como quizá de forma desafortunada una formación de compromiso teórica, cuya función era la reconciliar su revolucionaria y empíricamente basada perspectiva de las relaciones objetales  con las clásicas tesis de la metapsicología freudiana a la que ella se mantuvo fiel.

La constancia libidinal de objeto reconsiderada

La crisis de reacercamiento y el rol de la constancia libidinal de objeto en su resolución.

Una de las contribuciones más originales de Mahler fue la identificación de una fase particularmente sensible del desarrollo que denominó período de reacercamiento. Éste comienza aproximadamente a los 15 meses, y culmina con la crisis de reacercamiento (entre los 18 y los 24 meses) que se resuelve a su vez con el establecimiento de la constancia libidinal de objeto durante el tercer año.

La subfase de ejercitación precede al período de reacercamiento, cuando el niño, al madurar sus capacidades motoras y las funciones del yo, abandona la órbita simbiótica de la unión dual madrehijo y comienza a prestar atención al mundo objetal más amplio. El niño empieza a alejarse de la madre, la cual, en el caso óptimo, provee una base segura para explorar, y para la "recarga emocional". Una sensación de omnipotencia narcisista, y un placer en la individualidad recién descubierta, se desarrolla a lo largo de este período cuando el niño descubre nuevas capacidades para conquistar el entorno.

Esta fase de júbilo afectivo, sin embargo, da pronto lugar a una nueva e inherente actitud ambivalente hacia la madre a medida que la fase de reacercamiento progresa de forma correcta. Ello se caracteriza por ambitendencias comportamentales como por ejemplo, un alternativo ocultarse y escaparse, un aumento en la ansiedad de separación, y una simultánea búsqueda y rechazo del contacto corporal con el cuidador. El progresivo conocimiento del niño de que los recientemente descubiertos poderes individuales de la subfase de ejercitación son de hecho bastante frágiles conducen a una tendencia renovada a establecer contacto con la madre, cuya separación se va consiguiendo gradualmente, y a reestablecer el lazo simbiótico omnipotente y seguro con ella. Mahler interpreta la contratendencia de rechazar agresivamente el contacto corporal y el escaparse como debidos al miedo a ser "engullido" por la madre omnipotente, y la amenaza que ello implica como desintegración de la frágil individualidad del sí mismo recientemente descubierto y narcisísticamente investido.

La fase de reacercamiento desde el punto de vista de la teoría del apego

La base observacional para la teoría del reacercamiento eran las tendencias comportamentales ambivalentes vistas en los niños hacia sus madres durante las separaciones y acercamientos. De acuerdo con Mahler, este es un aspecto universal y normativo del desarrollo, derivado del conflicto inherente a la naturaleza del proceso madurativo de la separación e individuación. Es interesante comparar la caracterización de Mahler de este período con los hallazgos y conceptos de la teoría del apego, la cual proveyó una gran base de datos de observaciones controladas sobre las reacciones de los niños frente a las separaciones y posteriores acercamientos a sus cuidadores. De hecho, a la luz de la evidencia provista por la teoría del apego, podemos cuestionar si las observaciones sobre las cuales el grupo de Mahler basó su caracterización de la fase reacercamiento son de hecho representativas; después de todo, la teoría de Mahler se basó después de todo en datos observacionales de solamente nueve de sus niños estudiados más concienzudamente.

De esta manera, Lyons Ruth, una investigadora del apego, desafió la proposición de Mahler acerca de que la ambivalencia exhibida hacia la madre durante la fase de reacercamiento es una característica universal del desarrollo normativo infantil, e igualmente su aseveración de que ello es el resultado de un universal "dilema específicamente humano que surge del hecho de que... el niño está obligado, por la rápida maduración del yo, a reconocer su separación". LyonsRuth apunta que "los comportamientos independientes o ambivalente que Mahler que Mahler tendía a enfatizar como normativos durante este rango de edad son aquellos que los recientes investigadores del apego han encontrado como característicos solamente de una minoría de niños con relaciones de cuidado menos positivas" y que exhibirían varios tipos de organizaciones de apego "inseguro". (Tal ambivalencia comportamental hacia el contacto físico con los padres es especialmente pronunciada en niños inseguros de madres depresivas, maltratadoras o alcohólicas). Por el contrario, en el caso de los niños con apego seguro que reciben un cuidado sensible y responsable "la interacción armónica y la ausencia de ambivalencia evidente durante las reuniones constituye el patrón predominante... en torno a los 20 meses de edad y probablemente más tarde". De esta manera, LyonsRuth considera la típica ambivalencia comportamental del período de reacercamiento como relativa en el desarrollo a patrones específicos insensibles, irresponsables, inconsistentes o maltratadores, en cuanto a los estilos de cuidado, y no como un conflicto universal e inherente al desarrollo como propone Mahler, en el proceso madurativo de separación e individuación.

Representaciones objetales escindidas y el establecimiento de la constancia libidinal de objeto

Otra de las influyentes introspecciones teóricas de Mahler concernía al cualitativamente nuevo nivel de organización de las representaciones objetales que se establece durante y después de la fase de reacercamiento. Mahler hipotetizó que como resultado de la ambivalencia aguda e inherente hacia la madre que caracteriza a la crisis de reacercamiento, puede ser defensivamente escindida en un objeto benevolente totalmente bueno y un objeto totalmente malo con intenciones persecutorias. La tarea en el desarrollo en el tercer año sería así la de establecer una constancia libidinal de objeto: la integración de estas representaciones objetales escindidas en un objeto unificado constante e internalizado que pueda retener su identidad incluso cuando sea catectizado de forma ambivalente. Mahler propuso que los orígenes en el desarrollo de la escisión defensiva como une estilo cognitivo dominante de organizar la experiencia y el mundo representacional (que es característico de ciertas patologías como el trastorno límite de personalidad) pueden ser rastreados hasta el fallo sistemático de los intentos en esta etapa del niño para lograr la constancia libidinal de objeto integrando las representaciones escindidas en un objeto interno unificado y duradero.

La visión de Mahler de los orígenes ontogenéticos de la escisión y la proyección difieren significativamente de la concepción psicoanalítica del desarrollo de Melanie Klein. Klein argumentó que la escisión es una característica original de la organización de la experiencia en la posición esquizoparanoide, presente ya durante los primeros cinco meses de vida, y que el establecimiento de representaciones integradas de objeto se alcanza durante la posición depresiva, que comienza tan pronto como a los seis meses. Mahler, sin embargo, sostuvo que los prerrequisitos representacionales para la escisión y la posterior integración objetal con conseguidos solamente al final del segundo año, y de esta manera situó los orígenes ontogenéticos de estos fenómenos en la fase de crisis de reacercamiento y su resolución, que comienza con el tercer año y puede extenderse más allá.

¿Cuáles son los prerrequisitos representacionales necesarios para la escisión y proyección? Tanto para Mahler como para Klein, el propósito de estas dos defensas era mantener los impulsos agresivos que amenazan al yo como no experimentados perteneciendo al sí mismo. El afecto negativo es escindido y proyectado en el objeto externo. Como resultado, el sí mimo es experimentado como un sujeto no agresivo víctima de un ataque agresivo del objeto externo. Esto presupone una representación diferenciada del sí mismo y del otro, y eso implica también la atribución de acción causal a la representación del objeto externo, pero no al sí mismo, en tanto el sujeto experimenta las frustraciones como causadas por la acción agresiva de un agente externo. Y lo que es más, en las concepciones de ambos autores este análisis causal es interpretado mentalísticamente: la frustración y dolor del sujeto es sentida como el resultado de intenciones persecutorias atribuidas al objeto. La escisión y proyección, de esta manera, requieren la capacidad para representar al sí mismo y al otro no solamente como entidades físicas separadas y constantes, sino también como teniendo mentes separadas con estados mentales causales no idénticos, como las intenciones o los deseos.

Mahler estaba buscando una teoría representacional del desarrollo que aprehendiera estas introspecciones, y de esta manera adoptó y modificó la teoría cognitiva de Piaget acerca de la permanencia objetal para construir su propia noción de la constancia libidinal de objeto. De acuerdo con la visión de Piaget, solamente en torno a los 18 meses de edad el niño es capaz de representar mentalmente objetos físicos como entidades separadas que existen de forma continua en el espacio y en el tiempo incluso después de sufrir transformaciones como el cambio de localización, o una desaparición temporal de su vista. No obstante, la teoría de Piaget se ocupó sólo de las representaciones de objetos físicos y sólidos inanimados, y de ellos solamente en términos de relaciones espaciales y características sensoriales, mientras que Mahler se dio cuenta de que las representaciones del niño acerca de la experiencia interpersonal (o sea, las relaciones de objeto) implican de forma crucial la representación de actitudes emocionales y estados mentales causales, incluyendo intenciones y deseos asimismo como atributos del objeto.

Por tanto, Mahler consideraba el logro de la constancia objetal piagetiana que tenía lugar al final del segundo año como una condición representacional necesaria pero no suficiente para el establecimiento de representaciones integradas de objeto en la esfera interpersonal. Esto sitúa el límite ontogenético más bajo para tales estructuras representacionales entre los 18 y los 24 meses de edad. Mahler teorizó asimismo que una posterior tarea del desarrollo a la que se enfrentan los niños pequeños, desde el momento en que sus representaciones mentales de los objetos físicos del mundo interpersonal (o sea, personas) deben incluir no solamente propiedades espaciales y características perceptivas, sino también atributos mentales (como actitudes emocionales, deseos o intenciones).

Esto constituye un nuevo problema representacional para el niño; el objeto debe ser representado de tal forma que retenga su identidad no solamente bajo condiciones de cambios en propiedades físicas (espaciales y distintivas), sino también bajo condiciones de cambio o presencia simultánea de propiedades mentales que pueden ser ambivalentes o contradictorias, como por ejemplo actitudes emocionales o intenciones incompatibles. Como resultado, las condiciones para la identidad del objeto deben ser renegociadas al nivel de la representación de propiedades mentales como deseos, creencias, intenciones y emociones, una tarea que se alcanza solamente durante el tercer año, y en ocasiones incluso después. Era el establecimiento de este nuevo nivel mentalístico de representaciones objetales integradas lo que ella quería aprehender con su concepto constancia libidinal de objeto.

Constancia libidinal de objeto desde la óptica del desarrollo en la Teoría de la Mente

La evaluación del constructo de Mahler de la constancia libidinal de objeto desde el punto de vista de la actual teoría del desarrollo cognitivo sugiere que Mahler estaba tratando de captar introspecciones empíricas correctas, pero que ella se basó en la teoría errónea cuando basó su concepto sobre la noción piagetiana de la permanencia de los objetos físicos. La investigación reciente sobre la cognición infantil ha demostrado que los bebés son capaces de representar propiedades espaciales y temporales de los objetos físicos (como por ejemplo su continuidad de existencia o su solidez) tan pronto como a los tres o cuatro meses de edad, y que esta capacidad puede formar parte de una teoría primitiva de la física, un sistema representacional precableado destinado a representar mentalmente y razonar sobre las características más invariables del mundo físico. De esta manera, parece que la teoría de Piaget acerca de la permanencia del objeto subestima seriamente las capacidades representacionales del niño al sugerir que la capacidad para representar objetos como existentes de forma continua a pesar de transformaciones en el espacio o en sus características se consigue solamente al final del segundo año.

Lo que es más, los actuales acercamientos específicos del desarrollo cognitivo sugieren que la evolución nos ha equipado con dos sistemas representacionales separados y estructuralmente diferentes para representar y razonar sobre el comportamiento de los objetos inanimados y sobre el comportamiento de los objetos con mentes. Los términos "teoría primitiva de la mente" o "capacidad de mentalización" han sido usados para referirse a la capacidad en desarrollo del niño pequeño para interpretar y predecir las acciones humanas en términos de inferencia de estados mentales causales.

Un gran cuerpo de investigación indica que tal interpretación mentalística del comportamiento humano es un logro relativamente tardío comparado con la comprensión temprana bastante sofisticada de los sucesos físicos. Incluso aunque una temprana comprensión de la acción dirigida a un objetivo parece estar presente al final del segundo año, esta capacidad puede que no implique la atribución de estados mentales. De hecho, muchos investigadores creen que el entendimiento representacional de estados mentales causales se establece solamente en torno a los cuatro años de edad, como lo evidencia la comprensión incipiente de falsas creencias y la capacidad de engañar. Otros, sin embargo, sostienen que una interpretación mentalística de la acción está presente ya en los juegos "como si", lo cual aparece tan pronto como a los 1824 meses. Existe una evidencia convergente acerca de que para el final del segundo año el niño es capaz de representar las acciones humanas en términos de una simple "psicología del deseo" mentalística, lo cual implica la capacidad de comprender y razonar sobre los deseos de las otras personas incluso cuando estos no coinciden los propios deseos del niño.

De esta manera, mientras que la evidencia procedente de la investigación de la teoría de la mente contradice la visión de Melanie Klein acerca de que los niños pueden representar las acciones de los demás en términos de intenciones incluso durante los primeros meses de vida, sí que es acorde con las propuestas de Mahler. Ella identificó el período de la crisis de reacercamiento (entre los 18 y los 24 meses) como la fase del desarrollo durante la cual aparecía por vez primera una comprensión de los estados mentales intencionales. Como ella escribió acerca de este período: "Junto con el conocimiento incipiente de la separación el niño se daba cuenta de que los deseos de la madre parecían no ser de ninguna manera siempre idénticos a los suyos  y a la inversa, que sus deseos no siempre coincidían con los de su madre".

Escisión y desarrollo en la Teoría de la Mente

Parece entonces que, solamente en torno a los 18 a 24 meses de edad, la representación de los otros significativos en las relaciones de apego pasa a contener atributos mentales, como intenciones, deseos y actitudes emocionales que el niño infiere de los típicos episodios interactivos con el cuidador. Es en este punto cuando emerge la tarea del desarrollo consistente en representar el objeto como una agente mental que retiene su identidad a pesar de transformaciones en sus intenciones o en el contexto de múltiples intenciones atribuidas simultáneamente (y potencialmente ambivalentes).

Hipotetizo que la integración de diferentes intenciones en la representación de otro está guiada por una básica asunción nuclear en la teoría primitiva de la mente que es denominada principio de "coherencia" o "consistencia". La teoría de la mente evolucionó par asegurar que las acciones de los demás son predichas suficientemente eficiente de tal forma que las reacciones apropiadas que promuevan la supervivencia puedan ser generadas. La acción anticipada será la que parezca la más racional dadas las particulares creencias, intenciones y deseos que el individuo infiere y atribuye a los otros. Esto, sin embargo, presupone que las intenciones de un agente racional son consistentes. De lo contrario, ninguna acción racional puede ser deducida que satisfaga intenciones contradictorias o ambivalentes. De este modo, la interpretación mentalística de los aspectos causales de la experiencia interpersonal está basada en una idealización de las personas como agentes racionales, cuyas diferentes intenciones y acciones consiguientes pueden ser integradas en representaciones globales de objeto coherentes y no contradictorias.

Desde este punto de vista, se puede considerar que el desarrollo de esta teoría primitiva de la mente provee una nueva perspectiva sobre los orígenes de la escisión de representaciones objetales. Tomado el caso de un cuidador que en algunas circunstancias abusa física o sexualmente de un niño, mientras que en otras se comporta de una manera cuidadosa. Claramente, las intenciones generales (persecutorias) inferidas de las consecuencias traumáticas de los actos abusivos son contradictorias con la disposición benevolente que se infiere de las interacciones cuidadosas. Ya que en tal caso las actitudes intencionales y emocionales atribuidas a la figura de apego no pueden ser integradas racionalmente de acuerdo con el principio de coherencia, la predicción del comportamiento basada en los estados mentales intencionales de los demás se hace imposible, y sobreviene una sensación de incertidumbre e impotencia.

Ya que la función básica para la cual nuestra capacidad de mentalización ha evolucionado es la de anticipar las acciones probables de otros agentes y planear de esta manera reacciones adaptativas, el fracaso de esta función representa un potencial peligro para el organismo, y la incapacidad para interpretar y predecir las acciones de los demás coherentemente da lugar a ansiedad. De esta forma, podemos hipotetizar que es el fallo a la hora de integrar el conjunto de intenciones generales atribuidas al cuidador de acuerdo al principio de coherencia, y los consiguientes sentimientos de impotencia y ansiedad, lo que dispara la escisión (defensiva) del objeto. Dividiendo el conjunto de intenciones atribuidas en subconjuntos no contradictorios (todo bueno y todo malo), y asignando diferentes identidades a la representación de la persona asociada con estos subconjuntos, la asunción de coherencia entre diferentes estados intencionales puede ser mantenida. Como resultado, la predicción y razonamiento acerca de la acción sobre la base de estados mentales intencionales se hace posible de nuevo, y la ansiedad, impotencia e incertidumbre previamente percibidas y evocadas por el fallo en la tentativa de integración, son evitadas. El precio para esta construcción defensiva de la experiencia es, desde luego, la consiguiente distorsión de la realidad y la generación de respuestas desadaptativas cuando las acciones son incorrectamente anticipadas al basarlas en las representaciones escindidas de los demás.

¿Qué tipos de experiencias interpersonales promueven los esfuerzos del yo por conseguir una identidad personal a pesar de la ambivalencia percibida? Nosotros conjeturamos que experiencias repetidas con un otro regulador del sí mismo ejemplificas por el tipo de intervenciones especulares de los padres discutidas anteriormente, puede proveer la base para tal capacidad de integración. Durante experiencias interpersonales como esas, el niño experimenta el cambio de un afecto sentido negativamente en un estado emocional positivo como resultado de la actividad reguladora del afecto del cuidador. El niño, habiendo percibido las consecuencias afectivas de las acciones del otro, infiere una intención benevolente en el cambio del estado negativo de afecto a una experiencia placentera, y se lo atribuye al cuidador.

Podemos entonces hipotetizar que si tales intenciones benevolentes reguladoras de afecto son sistemáticamente atribuidas al otro, las consecuencias negativas percibidas de ciertas acciones serán más fáciles de tolerar, de modo que así resulta posible para el niño fantasear la potencial intención del cuidador de regular de forma benevolente los afectos negativos inducidos. De hecho, tales fantasías serán a menudo corroboradas por los actuales esfuerzos reparadores del otro benevolente en las consiguientes interacciones calmantes. De esta manera, desde el punto de vista del desarrollo en la teoría de la mente, la noción de “confianza básica” puede ser reconcebida como la capacidad para posponer la escisión cuando aparece la frustración, fantaseando intenciones reparadoras y atribuyéndolas a la mente del otro frustrante.

Para resumir, la actitud general benevolente atribuida al otro sobre la base de experiencias repetidas de interacciones calmantes exitosas puede proveer el “pegamento representacional” que mantiene unida la identidad de las representaciones de objeto en presencia de experiencias emocionales negativas provocadas por las acciones de los demás. El desarrollo de las capacidades para tolerar la ambivalencia y posponer la escisión, y la capacidad de retener una representación coherente y constante de los demás en presencia de intenciones atribuidas potencialmente contradictorias, puede ser vista como dependiente de interacciones reguladoras de la emoción repetidas y exitosas con una figura significativa de apego.

Por el contrario, si las experiencias reguladoras del afecto con el cuidador son típicamente carenciales, o dan lugar a una escalada (más que a una modulación) de los afectos negativos durante el período crítico del desarrollo en el que se genera la comprensión mentalística de los demás, un estilo defensivo cognitivo de escisión se convertirá en el modo predominante de construir la experiencia bajo condiciones de ambivalencia percibida.

Desde este punto de vista, el énfasis de Mahler en la importancia crítica de la capacidad del cuidador para tolerar, contener y regular satisfactoriamente los comportamientos y reacciones emocionales ambivalentes del niño durante la crisis de reacercamiento parece estar bien fundado. Las experiencias interpersonales de este período pueden ser así claves en el desarrollo de la capacidad de mantener la representación de una identidad constante del otro incluso cuando sus intenciones percibidas son ambivalentes o contradictorias.

Conclusión

Pocas teorías psicoanalíticas del desarrollo han generado tanta discusión crítica como el trabajo clásico de Mahler sobre el nacimiento psicológico del niño. En el presente artículo he argumentado que las críticas previas empírica, teórica y metodológicamente basadas a la teoría de Mahler, aunque generalmente justificadas, fracasan al considerar algunas de las creativas e intrigantes introspecciones que sus formulaciones teóricas trataban de recoger. He tratado de desenterrar y reformular estas ideas usando las nuevas herramientas conceptuales provistas por la actual teoría cognitiva del desarrollo. He usado el marco de la teoría de detección de contingencia para reconceptualizar el estadio de Mahler del autismo normal en términos de una fase inicial de preocupación primaria sobre la estimulación autogenerada y perfectamente respuestacontingente. He aplicado las actuales nociones de la regulación homeostática procedentes de la teoría del apego, y el modelo de biofeedback social de las interacciones especulares de reflejo afectivo llevadas a cabo por los padres, para reformular el concepto mahleriano de la simbiosis normal. Finalmente, he reformulado las ideas de Mahler acerca del desarrollo de la escisión y la constancia libidinal de objeto en términos de las teorías recientes del desarrollo representacional temprano y el despliegue de la primitiva teoría de la mente de los niños pequeños. Creo que, a pesar que estas reconstrucciones conceptuales a menudo implican desvíos radicales respecto de las propuestas nucleares de la visión teórica de Mahler, ilustran no obstante la continua influencia creativa de sus teorías en las recientes aproximaciones al desarrollo psicológico temprano.

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[1] Claramente, sin embargo debemos concebir esta fase en términos de grados de atención, más que una total falta de capacidad para procesar estímulos externos. Hay una gran evidencia que muestra que incluso los recién nacidos son capaces de procesar y reaccionar frente a estímulos que no son perfectamente contingentes con sus actividades, como por ejemplo demuestra el fenómeno de la imitación neonatal.

[2] Se ha propuesto recientemente que la etiología del autismo infantil podría estar relacionada con un mal funcionamiento del "mecanismo de cambio" que normalmente redirige la orientación desde el sistema de detección de contingencia alrededor de los tres meses de edad. Dicha hipótesis sugiere que el sistema de detección de contingencia queda "bloqueado" para siempre en su disposición inicial: que es la de buscar y procesar de forma preferente estímulos perfectamente respuestacontingentes. Como resultado, los niños autistas continúan empleados en contingencias perfectas (generadas por autoestimulación estereotípica o por manipulación de objetos) a lo largo de sus vidas, mientras que muestran una falta de interés en las contingencias imperfectas procedentes de su entorno social. De tal déficit primario en el sistema de detección de contingencia, pueden derivar toda una serie de síntomas diana asociados con el autismo infantil, tales como la preponderancia de las estereotipias y ritmicidades conductuales, intolerancia al cambio en las rutinas, dificultades para inhibir respuestas predominantes (o sea, recientemente activadas y por lo tanto todavía parcialmente activas o dominantes) o habituales implicadas en déficits en las funciones ejecutivas, aversión a objetos sociales, e incluso una falta de sensibilidad a señales sociales que implican las habilidades para comprender la mente de los otros.

[3] La discusión en torno a los componentes específicos del mecanismo de detección de contingencia y maximización está más allá del alcance de este artículo. Para una exposición detallada, ver Gergely y Watson (1996).