aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 059 2018 Monográfico. El psicoanálisis en los últimos veinte años II. La técnica

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Técnica de la psicología del yo contemporánea (PYC): una síntesis

Technique in contemporary ego psychology: A synthesis

Autor: Paniagua, Cecilio

Para citar este artículo

Paniagua, C. (octubre, 2018) Técnica de la Psicología del Yo Contemporánea (PYC): una síntesis. Aperturas Psicoanalíticas, nº. 59. Recuperado de: http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001038

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Resumen

La técnica de la PYC representa la forma más coherente y jerarquizada del análisis de las defensas. Con esta técnica se exploran sistemáticamente las resistencias interpuestas a la labor asociativa como método más eficaz para desentrañar el funcionamiento mental en el conflicto inconsciente. El analista repasa junto con el analizado unos fenómenos resistenciales que no son considerados como meros obstáculos, sino como material que proporciona información esencial acerca de los mecanismos de defensa que contribuyeron a la formación de los rasgos del carácter. Se enfatiza la inducción en el analizado del desarrollo de las capacidades yoicas para la auto-observación. La aplicación de esta técnica facilita un conocimiento más detallado del Yo en conflicto y un acceso más naturalista a la exploración del Ello.

Abstract

Contemporary ego psychology represents the most coherent and hierarchical form of defense analysis. The application of its technique implies a systematic exploration of the resistances opposed to the associative work as the preferred method to unravel mental functioning in unconscious conflict. Together with the analysand, the analyst examines resistance phenomena not conceptualized as mere obstacles to analytic work, but material which provides essential information about the defense mechanisms that contributed to the formation of character traits. The development of ego abilities for self-observation is emphasized. This technical practice facilitates a more detailed approach to the ego in conflict as well as a more naturalistic access to id exploration.

 


Palabras clave

Analizabilidad, Análisis de las defensas, Busch, Modelo estructural, Psicologia del yo, Técnica de la segunda tópica.

Keywords

Defense analysis, Analyzability, Busch, Gray, Structural model, Ego psychology, Technique of the second topique.


 

Texto modificado a partir de los siguientes escritos del autor: “Técnica en la psicología del yo contemporánea”; el Epílogo de Técnica psicoanalítica: Aportaciones de la Psicología del yo; y el Prólogo al libro de Busch Creating a Psychoanalytic Mind.

 

En un principio, para Sigmund Freud la patogenia de los síntomas neuróticos radicaba en el conflicto entre unos deseos instintuales inconscientes y las exigencias de una moralidad consciente. Más tarde hubo de reconocer que todos los elementos en dicho conflicto podían ser inconscientes (Freud, 1916/1973d, 1923/1973f). La experiencia clínica había mostrado al padre del psicoanálisis que ciertos recuerdos infantiles de acontecimientos traumáticos eran a veces rememorados espontáneamente, mientras que algunas motivaciones anti-instintuales como la culpa podían ser totalmente inconscientes. Fue el reconocimiento de que tanto lo reprimido como las fuerzas represoras podían estar más allá de la consciencia lo que hizo que no pudiese continuar manteniéndose el concepto del conflicto mental basado sólo en una primera tópica o teoría topográfica que dividía el psiquismo en un Inconsciente y un Preconsciente/Consciente.

En 1894/1973a y 1896/1973b, Freud había escrito sobre la naturaleza inconsciente de las defensas, pero por entonces el concepto de ‘represión’ de la primera tópica subsumía todo tipo de actividades del Preconsciente por mantener alejados los contenidos psíquicos conflictivos. No es hasta 1926/1973g que Freud decidió que el término defensa debía ser reconceptuado como una acepción capaz de denotar con mayor especificidad mecanismos diversos, como la represión misma, el aislamiento del afecto, la proyección, la formación reactiva, el desplazamiento, etc.

La consideración de que tanto los impulsos como las contrafuerzas defensivas podían hallarse más allá de la percepción consciente fue lo que llevó a Freud a formular una segunda tópica, el paradigma estructural, en el que el conflicto inconsciente comprendía, además del material pulsional, las defensas yoicas y los imperativos éticos e ideales. Este nuevo modelo permitió comprender la vida mental desde una novedosa perspectiva tridimensional y decididamente más completa: síntomas, sueños y parapraxias pudieron ser conceptuados como resultado de transacciones inconscientes entre el Ello, el Yo y el Superyó. Las fantasías en las neurosis y la psicopatología de la vida cotidiana fueron reinterpretadas como consecuencia biográfica de unos compromisos entre estas instancias, intersistémicos unas veces e intrasistémicos otras (como en el caso esto último del conflicto superyoico de lealtades).

La lógica de esta evolución en el pensamiento de Freud es conocida por todos los psicoanalistas. Sin embargo, lo que no parece haberse reconocido suficientemente es la repercusión inacabada que este revolucionario cambio en su metapsicología tuvo sobre la técnica analítica. En efecto, en la práctica los conceptos topográficos y estructurales continuaron siendo utilizados indiscriminadamente. Después de El yo y el ello (Freud, 1923/1973f), el significado descriptivo del concepto de ‘lo inconsciente’ tendría que haber sido el único que permaneciese válido clínicamente, sin embargo, las antiguas nociones sistémicas (Inc, Prec, Cc) continuaron siendo usadas junto con los nuevos términos estructurales (Ello, Yo y Superyó) de un modo casi universal.

Es obligada la mención de que los términos primera y segunda tópica nunca fueron utilizados explícitamente por Freud, como tampoco lo fue la denotación estructural para referirse a la noción tripartita Ello, Yo, Superyó (May, como se cita en Teusch, 2016). La denominación teoría estructural para referirse a la segunda tópica freudiana es debida a los pioneros de la psicología del yo, David Rapaport, Heinz Hartmann, Ernst Kris y Rudolph Loewenstein. Con la idea de un modelo estructural estos autores quisieron enfatizar que en la nueva psicología los fenómenos clínicos debían conceptuarse como determinados por las transacciones entre dichas estructuras psíquicas (cf. Rangell, 2018). El adjetivo estructural acabó adoptado más tarde por los analistas anglo y germanoparlantes.

Cuando en El yo y el ello (1923/1973f) introdujo Freud su segunda tópica, no pareció percatarse de que su nueva división de la mente en tres instancias inconscientes, el Ello, el Yo y el Superyó, iba a tener consecuencias cruciales para la técnica psicoanalítica (Bergmann, 2004). Tras haber reconocido que en el Yo existía “algo que se conduce idénticamente a lo reprimido, o sea, exteriorizando intensos afectos sin hacerse consciente por sí mismo”, Freud (1923/1973f) apuntó que la apercepción de ese “algo” requería “una especial labor” (p.2704), pero ni especificó en qué consistía dicha “labor” ni trasladó a su técnica las medidas lógicas que se desprendían de su cambio de paradigma.

La noción de una instancia mental, el Yo, que determinaba qué contenidos mentales eran representables y cuándo y bajo qué forma podían representarse, debería haber hecho que el análisis de las defensas inconscientes se convirtiese en práctica estándar por su superior eficacia clínica sobre el anterior método de descodificación de contenidos pulsionales latentes. La época en que la finalidad de la técnica psicoanalítica era primordialmente la simple eliminación de la represión y la catarsis y elaboración de los traumas de la infancia debió haberse dejado atrás. Sin embargo, lo que sucedió fue que tanto Freud como muchos analistas posteriores continuaron utilizando la técnica primitiva, empleando terminología de la segunda tópica, con las ecuaciones simplistas Inc = Ello, Prec-Cc = Yo.

Fred Busch (1993) ha discutido las dificultades a que se enfrentó el padre del psicoanálisis a la hora de asumir las consecuencias técnicas derivadas del hecho de que los mecanismos defensivos eran también inconscientes. Un reconocimiento así debería haber allanado inmediatamente la vía conducente a un abordaje más efectivo del análisis del carácter, pero eso no fue lo que ocurrió. Paul Gray (1996g) comentó:

No mucho después de haber descubierto que, en el paciente, el Yo que resultaba crucial para la resistencia era también inconsciente, Freud abandonó … a sus colegas, haciendo que tuvieran que debatirse ellos con gran parte de la metodología encaminada a hacer consciente el Yo inconsciente. (p.140).

En efecto, Freud no pareció interesarse por generar procedimientos adecuados a una exploración sistemática de las defensas y nunca modificó las recomendaciones de sus famosos trabajos sobre técnica en los que afirmaba que la tarea propia del analista consistía en la traducción interpretativa del (supuesto) simbolismo inconsciente implícito en el material del paciente (cf. Arlow, 1994). 

Después de un hiato de medio siglo desde la introducción por Freud de su modelo tripartito de la mente, fue precisamente Gray (1996a) quien emprendió la tarea de pormenorizar un método de intervenciones sobre las defensas basado en el modelo estructural freudiano y en el trabajo posterior de teóricos de la técnica como Anna Freud y Charles Brenner. El establecimiento de una forma más coherente y jerarquizada de hacer análisis de las defensas inauguró la técnica de la llamada psicología del yo contemporánea (PYC) que se ha desarrollado hasta nuestros días. Ésta prescribe una metodología significativamente distinta de la empleada en la modalidad topográfica precedente que buscaba superar, manejar o suprimir la resistencia apoyándose en la transferencia de autoridad del paciente. Recordemos que fue Freud (1919/1973e) quien recomendó al analista recurrir en las interpretaciones a su ascendiente transferencial con el fin de modificar las creencias patogénicas del analizado. Con la PYC, Gray (1996c) puso de especial relieve que la transferencia filial positiva podía ser explotada, en vez de analizada, para superar la resistencia, comentando que esta estrategia técnica continuaba practicándose en la clínica más de lo que solía reconocerse.

También Busch (2014) ha escrito sobre cómo Freud, después de su crucial conclusión en Inhibición, síntoma y angustia de 1926/1973g de que el Yo era tanto la sede de la angustia como de las defensas contra ésta, no consiguió idear un método nuevo para el análisis de las resistencias que no fuese el de exponerlas y contrarrestarlas apoyándose en la transferencia positiva del analizado. En su día, la dicotomía entre el reconocimiento de la importancia del análisis de las defensas, por una parte, y la interpretación directa de lo reprimido, por otra, culminó en la paradójica conceptuación de Wilhelm Reich (1930/1974) de la resistencia como respuesta de un yo amenazado junto con la recomendación de atacar frontalmente la coraza caracterial.

Gray (1996h) describió una técnica de escucha e intervenciones de “proceso cercano” [close-process] con un enfoque sistemático en el material preconsciente al que el analizado podía acceder, evitando el anterior salto interpretativo al vacío de los supuestos contenidos latentes. Esta técnica, que Busch ha calificado de “nuevo paradigma interpretativo” (2000, p.241), facilitaba en el paciente una labor asociativa capaz de descubrimientos más veraces en la investigación de su inconsciente. Tanto Gray como sus seguidores (cf. Goldberger, 1996) intentaron elaborar fundamentos más sólidos sobre los que asentar los conceptos de los primeros analistas que abogaron por una exploración organizada de las defensas.

Mientras que Gray (1996i) escribió en sus publicaciones acerca de las diferencias entre la técnica de la PYC y la de la teoría topográfica freudiana, Busch (1999) centró su crítica más en las diferencias entre este moderno enfoque y la técnica de la psicología del yo de los comienzos, sobre todo la mainstream de Ralph Greenson, Jacob Arlow y Charles Brenner, que en su día fue hegemónica en el psicoanálisis norteamericano. Señalemos que en la técnica analítica de los pioneros de la psicología del yo, aunque las interpretaciones eran significativamente distintas de las empleadas en la modalidad topográfica precedente, las defensas inconscientes seguían abordándose por el método de la descodificación directa (cf. Fenichel, 1941/1960). La técnica de la PYC se inclinó preferentemente por hacer al analizado consciente de forma progresiva del poder autoanalítico de su mente. Esta capacidad se adquiere más a través de la identificación paulatina con la función analítica del analista que por medio de una internalización de la figura misma del analista (cf. Strachey, 1948).

La técnica propuesta por la PYC mantiene que el mejor método para demostrar al analizado la existencia de resistencias inconscientes consiste en hacerle notar, en un repaso conjunto del material, los obstáculos interpuestos a la labor asociativa. El examen de la secuencia intraclínica que tiene lugar desde la manifestación de ideas y sentimientos al intento automático de anularlos o contrarrestarlos pone de relieve los mecanismos defensivos inconscientes. Aquí resulta particularmente pertinente el adagio de que el análisis de la resistencia se centra en la investigación de los modos en que el analizado “desobedece” la regla fundamental de la libre asociación.

La introducción de una técnica congruente con el modelo estructural supuso una innovación que permitió ver los fenómenos resistenciales no como meros obstáculos a la libre asociación, sino como material que proporcionaba información esencial sobre los mecanismos de defensa inconscientes que habían sido erigidos ante temores y deseos inmanejables por la inmadurez psicológica del niño. Estos mecanismos contribuyen definitivamente a la formación de los rasgos del carácter, cuya patología es considerada por la PYC como indicación princeps del tratamiento analítico.

Seguramente la famosa monografía de Anna Freud de 1936 (A. Freud, 1954), debe ser considerada el primer texto sistemático sobre la técnica del análisis de las defensas. En él, la hija de Freud enfatizó la conveniencia clínica de obtener información acerca de las fuerzas pulsionales a través de las manifestaciones reactivas del Yo. Arthur Couch (2007), uno de los últimos analizados de Anna Freud, describió sucintamente cómo se fraguó la técnica del análisis de las defensas, (también denominada clásica, técnica de la escuela de Viena, técnica de la segunda tópica, técnica estructural y técnica de la psicología del Yo):

Se pensó que ya no era suficiente llevar el material inconsciente hasta el Consciente del paciente a través de la interpretación. Antes se suponía que esto crearía una resonancia que tendría como resultado una internalización. La técnica clásica propuso la conveniencia de llevar a cabo un esfuerzo interpretativo más gradual que no sortease la resistencia ni las defensas por medio de interpretaciones profundas. (p.29).

En el decir de Robert Waelder (1960), la antigua pregunta del analista "¿qué deseos inconscientes tiene el paciente?" debió ser suplementada por una segunda: "¿qué teme éste que le pueda suceder como consecuencia de sus deseos?" Y el reconocimiento de que las defensas eran inconscientes y distintivas de cada analizado hubo de extender la atención del analista a una tercera pregunta: "cuando el paciente experimenta angustia, ¿a qué estrategias recurre?" (p.183). Debe añadirse aquí una importante cuarta puntualización descrita por Anna Freud: estas "estrategias" se manifestarán inexorablemente como "transferencia de la defensa" (1936/1954, pp.31-34).

Los progresos derivados de la aplicación técnica de la segunda tópica tuvieron un seguimiento desigual en el tipo de tratamientos practicados en las distintas regiones psicoanalíticas, pero, en general, puede decirse que su influencia ha estado por debajo de lo que habría cabido esperar, a pesar de su relevancia para la clínica. En efecto, el cambio revolucionario en la metapsicología freudiana sobre la amplitud de las estructuras inconscientes no conllevó una modificación paralela suficiente en la técnica psicoanalítica.

Tras la publicación de El Yo y los mecanismos de defensa de A. Freud, esta técnica analítica tuvo cierta elaboración por parte de un grupo de pioneros cercanos a los Freud, entre los que hay que destacar a Otto Fenichel (1941/1960), pero el desarrollo del análisis de las defensas sufrió luego un estancamiento que duró varias décadas. Esto fue debido sobre todo a que, en la llamada edad de oro de la psicología del yo en Estados Unidos, los grandes autores emigrados de Europa central, especialmente Hartmann (1969) y Rapaport (1959), mostraron mucho menos interés en adecuar la técnica a las conclusiones de la segunda tópica que en crear una psicología psicoanalítica general que coronase la metateoría freudiana. El siguiente paso decisivo en la evolución del análisis de las defensas fue el llevado a cabo por la psicología del yo contemporánea (PYC), originada y desarrollada en los Estados Unidos en las cuatro últimas décadas. Este progreso en materia de aplicaciones clínicas basadas enla segunda tópica freudiana es, por lo general, bastante desconocido y poco practicado en los medios psicoanalíticos hispanoparlantes.

Aunque la PYC se practica principalmente en Norteamérica, tiene antecedentes en Europa. Algunos de sus pioneros semiolvidados, como el alemán Hellmuth Kaiser (1934/1976) o la británica Nina Searl (1936), mostraron notable clarividencia en cuanto a las recomendaciones técnicas que debían derivarse del modelo estructural freudiano. En la Inglaterra posterior a Anna Freud hay que destacar a autores como Clifford Yorke, Joseph Sandler, Arthur Couch o Susan Loden. En la actualidad, hay autores continentales como los finlandeses Pentti Ikonen (2002) o Leo Kovarskis (2008) que escriben sobre dicho enfoque. Debe hacerse mención también de la contribución de Otto Kernberg (1979, 1983) al rapprochement entre la teoría de las relaciones objetales y la moderna psicología del yo, así como del progresivo interés de algunos autores post-kleinianos, como Betty Joseph (1985) o Edna O’Shaugnessy (2013), por el análisis detallado de ciertos aspectos de las defensas inconscientes.

No obstante, hay que señalar que, si bien el desarrollo técnico de la PYC ha tenido su epicentro en Estados Unidos, tampoco allí el psicoanálisis ha conseguido incorporar satisfactoriamente a su horizonte “oficial” el antedicho aggiornamento en la práctica del análisis de las defensas, a pesar de que autores como Busch (1999, 2014) han mostrado convincentemente cómo otras corrientes dentro del psicoanálisis norteamericano, como la intersubjetiva representada por Owen Renik o la Psicología del self de Heinz Kohut pueden ser articuladas dentro de una técnica moderna basada en el modelo de la segunda tópica. En efecto, aun hoy día suele mantenerse que el abordaje técnico acorde con el modelo topográfico y el correspondiente al análisis de las defensas representan una perspectiva integrada, cuando en realidad suponen dos métodos de exploración distintos (Busch, 1992; Paniagua, 1995).

En 1982 Gray (1996b) expuso las razones que daban cuenta del “retraso en el desarrollo” [developmental lag] de la técnica psicoanalítica anterior. La técnica primitiva permitía al analista cierta arrogación de omnisciencia y abría la puerta a las proyecciones contratransferenciales, además de facilitar la supresión de unas percepciones realistas por parte del analizado potencialmente hirientes para el narcisismo del analista. Esta serie de gratificaciones irracionales puede dar cuenta de la adhesividad de la técnica de la primera tópica que ha enlentecido el progreso en cuestiones de metodología clínica (Paniagua, 2001).

El analista adscrito a la PYC se aproxima más al polo unipersonal que al intersubjetivo y también se inclina más al polo positivista que al constructivista. La labor psicoanalítica, ese “estudio sistemático del autoengaño y sus motivaciones” de que hablara Hartmann (1959, p.20), implica necesariamente la creencia en algún tipo de verdades psíquicas comprobables. El enfoque técnico que fusionaba las interpretaciones asociativas del propio analista con las manifestaciones transferenciales del analizado dificultaba o imposibilitaba el examen naturalista de las dinámicas del paciente (cf. Paniagua, 2003; Busch, 2019). Ciertamente, los analistas de cualquier orientación reconocen que la objetividad absoluta es un mito y que la subjetividad forma parte de sus percepciones acerca del analizado. Sin embargo, un subjetivismo a ultranza supone la renuncia a cualquier pretensión científica del psicoanálisis.

En la PYC se pone especial énfasis en la abstinencia, evitando proporcionar al analizado elementos interpretativos que puedan reforzar su tendencia defensiva a las justificaciones racionalizadoras e intelectualizadoras (supuestos insights no infrecuentemente adquiridos en tratamientos anteriores). Este último tipo de interpretaciones tiende a desviarle de una exploración más vivenciada de las transacciones entre pulsión y defensa a que tuvo que llegar en la conformación de sus rasgos caracteriales.

En la técnica de la PYC el analista dirige sus esfuerzos a examinar los motivos represores de origen infantil que bloquean la capacidad del analizado de conocerse a sí mismo. Esta técnica va encaminada a hacer al paciente consciente, de forma progresiva, del poder analítico de su propia mente. Los fenómenos clínicos que dan pie entonces a las intervenciones analíticas suelen ser aquéllos en los que el analista percibe en el material clínico “una tensión intrapsíquica que obliga al yo a interferir con el material emergente del ello, impidiendo una mayor manifestación en la consciencia del elemento pulsional en conflicto” (Gray, 1996e, p. 1087). Estos momentos de estrés constituyen los puntos de urgencia para un analista adscrito a la PYC.

En la técnica moderna de la psicología del yo se presta una atención más inmediata y constante al curso de las palabras, a la secuencia de las asociaciones, a las entonaciones y otras exteriorizaciones de los afectos, con el fin de detectar los derivados instintuales que, en el camino hacia su manifestación consciente, tropezaron con el Yo, que los consideró peligrosos y con el Superyó que los juzgó reprobables. Este tipo de Angstsignal conforma la "superficie trabajable" preferible para el análisis de los elementos del Ello que han generado la necesidad de la defensa (Paniagua, 1991). La conceptuación de dicha superficie requiere la evaluación empática y juiciosa del analista respecto a la capacidad del analizado para “digerir” emocional y cognitivamente sus intervenciones. 

El analista intenta explorar, en alianza con el Yo observador del analizado, qué fantasías temió éste que le aflorasen a la consciencia en el momento mismo del conflicto constatable en el proceso clínico (el "aquí y ahora" sandleriano, cf. Sandler, Dare y Holder, 1992). Este abordaje analítico hace hincapié en los aspectos cognitivos de la interpretación por lo que, frecuente y erróneamente, ha sido calificado de intelectualizado. 

David Tuckett (2011) señaló que, seguramente, lo que debería marcar los cambios significativos de paradigma en nuestra ciencia era su repercusión en la práctica clínica. Aunque todos los analistas compartimos la idea de que la producción mental y conducta de los pacientes se hallan guiadas por motivaciones inconscientes, diferimos mucho en la metodología que empleamos para el examen de dichas motivaciones. Como Busch (2000) ha escrito,

No se han perfilado aun suficientemente las diferencias entre aquellos analistas que creen que su tarea principal consiste en traer a la superficie los elementos más distónicos y alejados de la consciencia, y aquéllos que opinan que las interpretaciones con mayor significado son las que se hallan más próximas a lo consciente. (p.237).

La técnica primera de desciframiento de contenidos latentes, solía implicar un análisis deficiente de los fenómenos resistenciales que constituyen una parte fundamental de la actividad mental inconsciente. Busch (2000) subrayó la importancia de distinguir entre “profundidad de interpretación y profundidad de comprensión” (p. 241). La técnica de la psicología del yo no aboga por el tipo de profundidad que requiere la credulidad regresiva del paciente, sino por aquella que atiende a la receptividad yoica de este a la hora de integrar en su economía mental las intervenciones analíticas. En cuanto a estas, se considera esencial el tacto del analista a la hora de juzgar la capacidad del analizado en la sesión para reconocer con suficiente significado introspectivo unos sentimientos o recuerdos que tuvo que reprimir en su día.

Con la técnica primera de interpretaciones “profundas” que “piden del analizado una subordinación de su potencial yoico a las facultades del analista” (Busch, 1999, p.77), se menoscababa el desarrollo de la autonomía mental del paciente. En la técnica topográfica, el analista se instauraba en el papel de experto en sentimientos inconscientes y dinámicas ocultas. A través de las interpretaciones basadas en esta premisa se pretendía metamorfosear la incertidumbre en explicación plausible, la duda desasosegante en sensación de certeza. Recordemos que la mente busca coherencia antes que verdad. De aquí el irónico comentario (corroborado por la psicología cognitiva) de que a la hora de justificar sus impresiones, el ser humano tiende a pensar más como un abogado que como un científico.

Las interpretaciones profundas que invocaban un material pulsional latente, típicas de la técnica topográfica, resultaban innecesariamente co-creativas. Estas interpretaciones profundas (o pseudo-profundas) no rara vez acababan aceptadas por el paciente porque, inconscientemente, eran percibidas como oportunidad para evadir la exploración de significados más auténticos, culpógenos y ofensivos. Esto da cuenta tanto de la atracción de esas interpretaciones primitivas como del riesgo que supone el recurso a la inspiración del analista en vez de al rigor de la observación en la búsqueda de realidades psíquicas. Con este abordaje técnico era más factible que el analista entrase en colusión con la resistencia del analizado. Es bien conocido el aserto de Edward Glover (1955) de que la dimensión terapéutica de este tipo de interpretaciones estribaba en sus componentes de sugestión. 

La técnica derivada de la segunda tópica en la que se conceptuaban como inconscientes todas las instancias en el conflicto psíquico hizo posible que tuviésemos una visión más global del funcionamiento mental en las manifestaciones clínicas. En principio, la mayoría de los analistas consideraron ventajosa esta evolución, pero la transición de la técnica de la primera tópica a la propia de la tópica posterior fue tardía e incompleta. Una de las razones de esta lenta transición fue la idea errónea de que la técnica derivada del antiguo modelo topográfico era la que se ocupaba del auténtico inconsciente. Esto indica el prejuicio, aún vigente, de que las pulsiones constituyen la materia genuina del análisis, mientras que las actividades inconscientes del yo no lo son. En realidad, las defensas inconscientes debían tomarse, en sí, como asunto central de exploración en todo análisis. Las defensas se manifiestan con caleidoscópica variedad desde el principio al fin del tratamiento y su examen detallado está lejos de ser tedioso. Sigue existiendo problema a la hora de conceptuar los mecanismos de defensa y el fenómeno intraclínico de la resistencia como parte integrante del “inconsciente real”. Suele aún pensarse que el análisis de las defensas es un prefacio cuya finalidad es solo la de hacer emerger los derivados pulsionales.

En contra de lo que se supone frecuentemente, los elementos instintuales se manifiestan de un modo más natural y veraz usando una técnica congruente con el modelo estructural que recurriendo a la técnica topográfica de los comienzos. Creo que Bernard Apfelbaum y Merton Gill (1989) estaban en lo cierto cuando escribieron que, “La introducción del análisis del Yo por parte de Freud no supuso un paso preliminar sofisticado al análisis del Ello, sino una aproximación original a los contenidos de este” (p.1073). En efecto, el análisis del propósito de la defensa que se manifiesta en la sesión misma, proporciona al analizado un acceso más autónomo a los afectos vivos. El hecho de que el análisis de las defensas resulte más eficaz no sólo para la exploración del Yo y Superyó inconscientes, sino también como método para analizar los contenidos del Ello parece haber sido contraintuitivo y rara vez se menciona (Paniagua, 2008).

La labor analítica se halla facilitada por la propensión natural de las fuerzas instintuales a plasmarse en la conducta verbal y paraverbal. No es necesario ir activamente a por ellas: ellas vienen a nosotros. Un enfoque técnico basado en el modelo estructural suele llevar con más frecuencia a descubrimientos insospechados, a veces sorprendentes y perturbadores también para el analista (Paniagua, 2006). En efecto, esta modalidad de análisis hace que el analizado dirija una variedad más intensa de derivados pulsionales, con la subsiguiente angustia, no sólo a su percepción transferencial del analista, sino también a la evaluación objetiva de las particularidades de éste.

El psicoanálisis se ideó para la exploración de la mente inconsciente en conflicto (cf. Kris, 1947). Para que exista conflicto deben haberse desarrollado en el analizado estructuras yoicas suficientemente capaces de una contraposición a los derivados pulsionales. El discernimiento de dinámicas y significados requiere que contemos con una competencia cognitiva en el analizado que le posibilite distinguir entre su mundo fantasmático y la comprobación de la realidad. Recordaré aquí la convincente reflexión de Winnicott (1945/1975), “las fantasías se hacen plenamente tolerables solo cuando el paciente puede evaluar bien la realidad objetiva” (p.153).

Así pues, la técnica que puede ejercer idóneamente la función investigadora, reconstructora y terapéutica del análisis (al menos el clásico) será aquella que pueda contar con unas funciones evolucionadas del psiquismo, es decir, aquella en la que resulte posible desentrañar la complejidad de las transacciones entre lo pulsional, el Superyó y el Yo de las defensas. Esto lleva a resaltar la importancia de la “función sintética del Yo”, descrita por Hermann Nunberg (1931), que consiste en la capacidad para utilizar los derivados pulsionales previamente reprimidos para la sublimación, para la supresión voluntaria, o bien para una descarga directa más apropiada. Dicha función sintética se considera fundamental en la determinación de los criterios de analizabilidad (Waldhorn, 1960). Otro concepto esencial en los criterios de analizabilidad es el de escisión terapéutica: la aptitud del paciente a la hora de escindir su Yo en la parte que experimenta los sentimientos y la parte que puede contemplarlos racionalmente (Sterba, 1934/1969).

En la técnica moderna derivada de los conceptos estructurales el primer paso a dar en la comprensión de las dinámicas inconscientes es la averiguación de por qué al analizado no suelen resultarle evidentes aquellos significados que a nosotros nos parecen obvios. La investigación de este fenómeno equivaldrá a analizar la génesis de las represiones y sus consecuencias en el desarrollo psicológico del paciente.

De acuerdo a la PYC, para la exploración del psiquismo inconsciente del analizado son menos importantes las conjeturas del analista que su habilidad técnica a la hora de facilitar el camino para que el paciente llegue a unas conclusiones propias. Esto es indicativo de una revolución copernicana de la técnica no reconocida aun suficientemente: las interpretaciones más eficaces en la versión estructural de la técnica moderna no serían tanto las del analista, como las del propio analizado (cf. Paniagua, 2017).

Ya en 1934, Kaiser escribió, “La tarea principal del análisis no es la de adivinar o sacar conclusiones acerca de las experiencias olvidadas o reprimidas del paciente ... Su función esencial es la de producir cambios en su capacidad de buscar acceso a sus propios insights” (1976, pp.411-412). Más recientemente, André Green (1975) diría, “La finalidad última de la interpretación no reside en la producción directa de insight, sino en la facilitación de un funcionamiento psíquico que lleve al insight” (p.5). Los poderes autocurativos o sintéticos de un yo relativamente intacto en pacientes analizables harán que estos insights lleven a transacciones más adaptativas en sus vidas que las soluciones neuróticas a que tuvieron que llegar en la niñez.

La introducción de una técnica basada en el modelo de la segunda tópica no supuso que nuestro interés se desviara de las pulsiones instintuales al análisis exclusivo de las funciones yoicas (suponiendo que eso fuese posible). Significó que comenzamos a prestar mayor atención a la articulación entre las pulsiones inconscientes y las defensas también inconscientes. Así es como se exploran los mecanismos con los que el Yo se defiende, por una parte, y contribuye, por otra, a la formación de fantasías inconscientes (Brenner, 1989). La constatación de que todas las partes implicadas en el conflicto intrapsíquico podían encontrarse dinámicamente más allá de la consciencia permitió formular el concepto de inconsciente de modo más adecuado. Se hizo evidente que la labor analítica debía oscilar, de acuerdo a la feliz frase de Freud (1937/1973h) “igual que un péndulo, entre un fragmento de análisis del ello y otro del análisis del yo” (p. 3354).

El modelo de la segunda tópica proporcionó la posibilidad de que, en materia técnica, conceptuáramos la resistencia no como impedimento, sino como una forma inadvertida de asociación que nos daba información esencial acerca del funcionamiento psíquico del analizado. Del repertorio resistencial utilizado por los pacientes, el analista podía inferir el tipo de defensas a que, inconscientemente, tuvieron que recurrir en su pasado; defensas que acabaron sedimentadas en el desarrollo caracterial. Esto debió ser considerado claramente ventajoso a efectos de una aplicación interpretativa, sin embargo, al parecer, la exploración particularizada de los mecanismos defensivos no suscitó el interés esperado entre los analistas: un gran número de ellos mostraron “resistencia al análisis de la resistencia” (Gray, 1996h).

En realidad, el paciente, por medio de las asociaciones y la resistencia a su libre expresión, comunica al analista qué asuntos resultan explorables en cada momento. Ante la evidencia de conflicto intrapsíquico en la sesión, el analista puede intervenir haciendo referencia a un material al que el yo consciente del paciente tiene acceso perceptual con solo dirigir su atención a él, examinando a continuación de manera gradual y conjunta las asociaciones subsiguientes. Los analistas de la PYC pensamos que la perspectiva técnica que hace énfasis en los aspectos cognitivos de un yo no irremisiblemente abrumado por los afectos, constituye el método que privilegia óptimamente la alianza terapéutica con los aspectos maduros del psiquismo del analizado, el que mejor da cuenta del funcionamiento de la mente en conflicto y, a la postre, el más eficaz en la exploración de lo inconsciente.

La técnica de la PYC propugna una sensibilización especial de nuestro oído analítico ante las manifestaciones resistenciales con el fin de inducir al analizado a hacer uso de sus capacidades yoicas para la observación de sus actividades intrapsíquicas en conflicto. El análisis procede explorando en detalle cómo las señales de angustia movilizan mecanismos destinados a anticiparse y contrarrestar la cascada de afectos displacenteros que amenazan alcanzar la percepción consciente. Las fantasías implicadas resultan temibles porque van a desencadenar angustia, culpa, vergüenza o depresión, poseyendo, por tanto, una cualidad de afecto-señal que despierta los automatismos defensivos (Brenner, 1989). Se necesita una “atención cercana al proceso” (Gray, 1996f) para el apercibimiento de cuándo y cómo en el curso de la sesión el yo inconsciente moviliza mecanismos controladores ante el asomo de una ansiedad que augura la emergencia de fantasías intolerables o la proximidad de unos recuerdos excesivamente dolorosos.

Las fantasías siempre tienen una dimensión transferencial y resulta esencial que el paciente experimente la sensación de anacronismo de éstas durante el tratamiento. El analista dirige sus esfuerzos a examinar los motivos represores de origen infantil que siguen bloqueando la capacidad del analizado de reconocer que dichas emociones y convicciones son de naturaleza pretérita y no se corresponden con la realidad actual en su relación con el analista –de ahí la importancia del anonimato y la neutralidad de este. No obstante, es necesario resaltar que la práctica consistente en centrar el foco perceptual primordialmente en los datos de la sesión no es lo mismo que solo atender a la transferencia. Los adjetivos intraclínico y transferencial no son sinónimos. El análisis detallado del material resistencial observable siempre revela la existencia concomitante de dimensiones genéticas y extratransferenciales. Tradicionalmente se mantiene que la tarea de entrelazar a lo largo del tratamiento estos últimos elementos con las manifestaciones transferenciales es lo que mejor caracteriza el concepto de elaboración [working through] (Waelder, 1960).

Los analistas adscritos a la PYC creemos que nuestro abordaje técnico es el que menos necesita recurrir a la poderosa influencia de la sugestión y el que menos se apoya en la transferencia positiva del paciente para fines terapéuticos. El énfasis en unas normas de correspondencia que conectan más rigurosamente lo observable con la teoría clínica parece hacer esta técnica más comprensible, especificable, más accesible a la investigación y, por ende, científicamente más defendible.

A continuación resumiré en unos puntos esquemáticos las características del enfoque clínico de la psicología del yo Contemporánea como la última derivación técnica de la teoría estructural freudiana:

1.     El analista privilegia la alianza de su Yo observador con el Preconsciente del analizado como “única luz que nos guía en las tinieblas de la psicología de las profundidades” (Freud, 1923/1973f, p. 2704), asemejándose sus intervenciones más a lo que Bibring (1954) llamó "clarificaciones" que a las interpretaciones “profundas” de la técnica primera.

2.     La labor analítica va dirigida predominantemente a explorar los obstáculos que se oponen a la manifestación verbal de unos temores y unos impulsos instintuales que, se presupone, presionan constantemente por obtener gratificación (Freud, 1915/1973c; A. Freud, 1936/1954).

3.     El analista procura atender al material no con una atención flotante basada en sus sentimientos contratransferenciales, sino con atención consciente a las resistencias a la libre asociación. Sus intervenciones se hallan fundamentadas más en la lectura textual de lo que el analizado muestra que en su "tercer oído" intuitivo (Reik, 1948), centrando más la atención en lo que puede constatarse en el material que en lo que supone que está gestándose en la mente del analizado. En breve, el analista basa sus conclusiones más en lo que observa que en lo que siente (Gray, 1996f).

4.     Las interpretaciones analíticas son formuladas de acuerdo con lo que el paciente puede entender en su estado de regresión yoica. Como argumentó Busch (1999), “La interpretación más brillante beneficiará poco al paciente si éste no está preparado para escucharla” (p.83).

5.     Se presta especial atención a las secuencias y a los cómos defensivos, explorando de forma más microanalítica puntos nodales de la superficie clínica, como los cambios temáticos, las fluctuaciones en el tono afectivo, las pausas, las omisiones, la comunicación paraverbal, etc. (Paniagua, 1985; Davison, Pray, Bristol y Welker, 1996). Este es el tipo de exploración que conduce de modo más productivo y verosímil a los porqués de la resistencia.

6.     Se procura relacionar las reacciones subjetivas del analista en la sesión, importante fuente de información respecto a las proyecciones del analizado, con el material clínico accesible a la retrospección (Busch, 1995), lo que difiere notablemente del uso por parte del analista de sus propias reacciones como si perteneciesen al analizado.

7.     La actitud de docta ignorantia del analista suele llevar a hallazgos que pueden sorprender más al analista que al mismo analizado (Smith, 1995; Paniagua, 2006).

8.     En la medida de lo posible, el analista, en sus intervenciones-y en las comunicaciones científicas-separa sus propias perspectivas personales y socio-culturales de las del analizado (Schwaber, 1996).

9.     Se pone énfasis en el análisis del Superyó (intimidatorio o apaciguador) como estructura caracterial de naturaleza defensiva, no conceptuando esta instancia como la manifestación de una inexorable tendencia biológica destinada a devolver la vida a un estado inorgánico (Gray, 1996d).

10.  En contra de la tendencia a relegar al analizado al papel pasivo de proveedor de material, mientras que el analista descifra sus significados, se procura facilitar los descubrimientos del mismo paciente (Busch, 1997; Poland, 2000; Couch, 2007). Se potencia en él la capacidad yoica auto-observadora, por haberse comprobado que el desarrollo de mecanismos auto-analíticos es distintivo de los tratamientos exitosos (Schlessinger y Robbins, 1983; Falkenström, Grant, Broberg y Sandell, 2007).

11.  La técnica que se llevaba a cabo, en palabras de Freud (1919/1973e), "utilizando la transferencia del enfermo sobre la persona del médico para infundirle nuestra convicción [cursivas añadidas] de la falta de adecuación de las represiones desarrolladas en la infancia" (p. 2457) se considera hoy día didáctica, sugestiva y más propia de las psicoterapias (cf. Waelder, 1962).

12.  En las sesiones el énfasis se pone más en la exploración del proceso analítico que en la investigación de la biografía del paciente. El foco analítico se aplica más a la fenomenología intraclínica (no siempre sinónima de transferencia) que a las circunstancias pretéritas o recientes de fuera de la sesión (Gray, 1996a; Busch, 2014).

13.  En aquellos casos considerados analizables, se supone que la "función sintética del Yo" (Nunberg, 1931) conseguirá dirigir durante el tratamiento los derivados pulsionales que habían estado reprimidos hacia soluciones más adaptativas.

 

 

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