aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 066 2021 Monográfico. El psicoanálisis ante la sexualidad y el género en nuestro tiempo

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#MeToo, el psicoanálisis y la política contra la coerción sexual [Goldner, Guralnik y Ceccoli, 2020]

#MeToo, psychoanalysis and politics against sexual coercion [Goldner, Guralnik y Ceccoli, 2020]

Autor: Drucaroff, Eduardo

Para citar este artículo

Drucaroff, E. (2021). #MeToo, el psicoanálisis y la política contra la coerción sexual [Goldner, Guralnik y Ceccoli, 2020]. Aperturas Psicoanalíticas (66), Artículo e11. http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001145

Para vincular a este artículo

http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001145


Reseña de tres artículos de Psychoanalytic Dialogues, 30(3) (pp. 239-266) Virginia Goldner, Orna Guralnik y Velleda C. Ceccoli.

 

En el número 30 de la publicación Psychoanalytic Dialogues, revista dedicada a la perspectiva relacional en psicoanálisis, encontramos artículos temáticos a los cuales agrupamos bajo el título de #MeToo, el psicoanálisis y la política contra la coerción sexual. Se trata de: “Pleasure can hurt: The erotic politics of sexual coercion” (“El placer puede doler. La política erótica de la coerción sexual”) de Virginia Goldner; “#MeToo, I was interpellated” (“#MeToo. Yo fui interpelada”) de Orna Guralnik y “Liminal space, sexuality, and the language of #MeToo” (“Espacio liminal, sexualidad y el lenguaje del #MeToo”) de Velleda C. Ceccoli. Las tres autoras son editoras asociadas de la revista fundada por Stephen Mitchell

Con el propósito de ubicar al lector transcribimos el siguiente comentario de Virginia Goldner en su introducción al panel: "Time’s Up?” (¿Se acabó el tiempo?). La política psicodinámica de la coerción sexual en la era del #MeToo”:

Al deconstruir la alquimia de la sexualidad, inundada de placeres dolorosos, estos artículos consideran cómo el eros de la presión erótica puede convertirse en trauma de la coerción sexual. También consideran cómo, desde una perspectiva feminista, “lo personal es (todavía) político” pero, desde una perspectiva psicoanalítica, el puro desorden del sexo hace que sea extremadamente difícil asignar responsabilidades. En la sexualidad, la entrega y la sumisión viven en espacios muy cercanos, lo que hace que la “coerción” sea un asunto muy complejo”. (Goldner, 2020a, p. 237)

El placer puede doler: la política erótica de la coerción sexual. (Pleasure can hurt: The erotic politics of sexual coercion) por Virginia Goldner, Ph.D.

A modo de introducción la autora nos dice que la

coerción sexual es una práctica inestable, realizada con nerviosismo en el límite entre el coqueteo y la violación, la adulación y la coerción. Y que si bien es cierto que la sexualidad a veces puede vivirse en una dimensión liminal (de frontera y transición), donde está inmunizada de la moral por la presión del deseo (mutuo), también es cierto que el deseo puede ser comandado por todo tipo de malignidades que mantienen atrapado lo erótico en un registro traumático. (Goldner, 2020b, p. 239)

En este ensayo la autora se enfoca en la coerción sexual y explora muchas de sus variedades sombrías, al tiempo que busca deconstruir la alquimia de la sexualidad, inundada de sus placeres dolorosos, para terminar planteando algunas preguntas sobre si podemos y cómo podemos posicionar la sexualidad completamente en un registro moral/político. Los analistas sabemos que esto es imposible.

El marco de esta publicación es el de la lucha del movimiento #MeToo, en EEUU, por visibilizar y condenar los abusos sexuales de poder que, hasta épocas recientes, estaban naturalizados e invisibilizados. “La lista de depredadores sexuales de primer nivel, que han aparecido a la superficie es larga, pero ahora algunos de ellos son vistos como víctimas del pánico moral (reacción exagerada) que rodea el problema” (Goldner, 2020b, p. 239).

El título de los apartados puede dar una idea del contenido del artículo: -Realización erótica/retribución erotizada; Política sexual del acoso sexual; Una perversión del reconocimiento mutuo y del “consentimiento"; El acoso sexual como doble vínculo; Violaciones de los límites sexuales; Ataque sexual por diversión; Víctima = ¡Yo no!; Víctima = ¿Yo también?; Excitación sexual y Coerción sexual.

Realización erótica / retribución erotizada

En este apartado la autora reflexiona sobre el hecho de que armamos nuestro cuerpo a través de una práctica de coqueteo solitario: cada uno de nosotros estudiamos exhaustivamente nuestra imagen para determinar cómo maximizar lo que es mejor y camuflar lo que no cumple con el estándar. Señala que aprobamos las prácticas de modificación corporal, debido a nuestro embelesamiento por la búsqueda omnipotente de rehacernos a nosotros mismos a la imagen de un ideal tipo, que constituye una práctica desgarrada por la contradicción. En esta búsqueda por convertirse en un objeto viable de deseo, se vive una paradoja que Muriel Dimen considera endémica de la feminidad y que, como ella argumentó, fue vivida como una formación de compromiso: “ni sujeto ni objeto, sino sujeto-como-objeto… “Queremos que nos quieran, pero también queremos que nos dejen solas”… “Si bien este doble mensaje, `Mirá, pero no toques´ puede ser deslumbrantemente seductor, también puede leerse como una burla para ser desafiada” (Dimen, 1986, citada en Goldner, 2020b p. 240). Para refrendar esta observación Goldner cita a la comunidad online INCEL (Involuntariamente Célibe) de hombres que han fracasado en el mercado sexual y que valoran su rabia asesina hacia las mujeres como un castigo apropiado.

Nuestra autora afirma que mientras las mujeres se culpan a sí mismas cuando pierden en este juego, redoblando sus esfuerzos en dieta, ejercicio, cirugía y, psicoterapia, estos hombres culpan a las mujeres con una sed de sangre que ha llevado incluso a asesinatos en los que “los atacantes resultan ser misóginos violentamente obsesionados con el rechazo femenino” (Goldner, 2020, p. 240). 

Política sexual (erótica) del acoso sexual

Citándose a sí misma la autora califica al acoso sexual como “una relación erótica, realizada con nerviosismo en el límite entre el coqueteo y la violación, la adulación y la coerción” (Goldner, 2018, citada en Goldner 2020b p. 240). Pasa a relatar vívidamente las escenas que se suceden una vez que se cruza esa línea: "él" sentirá un placer sádico obsesivo al violarla todos los días con su sexualización intrusiva, forzándola a "ella" a una preocupación obsesiva por sus intenciones: a medida que le es robada la dignidad del trabajo, ella se verá obligada a operar en un registro masoquista/traumático”. (Goldner, 2020b, p. 240) ("No quiero nada de esto, pero debo pensar en ello todo el tiempo"). Él, por otro lado, puede disfrutar pensando en aquello todo el tiempo, y volviendo a representar su escenario cuando le place. En un juego del fort-da siniestro, agotador e interminable, se escapa de la dinámica de el que hace/al que le hacen al estilo de la competencia masculina (“Si no gano, pierdo”) convirtiendo el riesgo temido de volverse alguien pasivo derrotado, en la vanidad de ser alguien importante. “No puedo correr el riesgo de ser rechazado / No te podés reír de mí, o hacerme pasar el ridículo / No me podés decir que no”. Mientras ella lucha por respirar, él regresa a su jornada laboral tranquilo por la escena que ya ha compartimentado y que apenas recordará.

La autora reafirma que los requisitos eróticos de esta práctica vibran en el “filo de la navaja”. El objeto de deseo debe seguir siendo un sujeto, no un bulto que gime en el suelo. El objetivo (target) debe estar todavía ahí, luchando por sí mismo, pero perdiendo, cosa que no funciona si está completamente derrotada. El placer que se tiene es el de ver a la mujer traicionarse a sí misma mientras intenta proteger su personalidad, y mientras él la desmantela en un goteo lento de degradación.

Describe, a continuación, los cambios que se producen habitualmente a nivel de la atención y las emociones predominantes a medida que el lugar de trabajo se sexualiza: ponerse ansioso se vuelve un lugar común y la mente de trabajo de la acosada cede a su antepasado ancestral o sea a la mente de las emociones (la amígdala de lucha/huida/congelamiento). El acosador puede disfrutar del placer de tener un plan cuyas líneas generales no son claras para su objeto-blanco (target), provocando ansiedad ante la incertidumbre. ("¿Qué sucederá? ¿Sucederá esta vez? ¿Sucederá cada vez? ¿Cuándo sucederá? ¿A qué hora?")

Una perversión del reconocimiento mutuo y el “consentimiento"

En este apartado siguen las ricas descripciones acerca de la posición subjetiva de ambos protagonistas, para acuñar dos conceptos que, a nuestro juicio, son para destacar: La perversión (en el sentido de alteración, desnaturalización) tanto del reconocimiento mutuo como del consentimiento: El acoso sexual es presentado como una forma de coerción que recurre a una variante perversa del reconocimiento mutuo. (“Quiero que hagas lo que yo quiero”) no es una simple relación de objetalización (objectification), porque el perpetrador se preocupa por la subjetividad del objeto, no solo por su cuerpo. Aclara Goldner que la objetalización sexual es obviamente fundamental en la mezcla, pero el objetivo final es la subjetivización sexual. (“No quiero que se someta simplemente, quiero que se traicione a sí misma en el acto de sumisión, convirtiéndose en mi objeto sado-erótico al estar simultáneamente comprometida y precariamente confundida”). En otras palabras, no se quiere una víctima cuya mente siga siendo suya. Concluye nuestra autora:

El placer que se puede tener en este deporte extremo es el de la perversión del consentimiento. A diferencia de la violación donde se vence el consentimiento, o la reciprocidad erótica, donde se ratifica, el placer del acoso sexual está dado cuando se obtiene el consentimiento, bajo una forma particular que es el “consentimiento” bajo coacción, una repetición de la lógica de “la opción menos mala”, y nos aclara la autora: una forma de razonamiento que todas las niñas aprenden a dominar cuando comienzan a besarse. (Goldner, 2020 b, p. 241)

Nos parece particularmente destacable la siguiente reflexión de Goldner: Hasta que irrumpe en la escena pública la sentencia de Harvey Weinstein (¡hace 23 años!), era probable que tanto los amantes (o sea los involucrados en la acción) como los expertos en el tema, malinterpretaran la concesión erótica de una mujer como el equivalente de su consentimiento. A menos que se defendiera o estuviera totalmente destrozada, la mujer estaba implicada y, a menudo, se sentía implicada. En lugar de ser reconocidas como víctimas que encontraron una manera de sobrevivir, las mujeres en estas circunstancias se sintieron avergonzadas por el hecho mismo de su supervivencia, lo que a menudo las llevó a décadas de silencio autoimpuesto.

Es importante subrayar que el acosador en realidad no busca el consentimiento del objetivo-blanco. Su consentimiento genuino sería verdaderamente amenazante. A continuación la autora nos propone el siguiente supuesto diálogo interno del acosador:

Si ella realmente comienza a quererme, tendría que actuar para satisfacerla, encontrarla y ser encontrado por ella; la necesitarla de una manera que podría comprometerme. Pero entonces ella podría reclamar un momento de triunfo: "Lo hice arrastrarse", una inversión de la dinámica de poder que siempre me ha servido. Pero yo puedo recuperar mi ventaja. Tu poder erótico es inútil fuera de mi órbita”. Rematando el diálogo interno: “Vos sos un cuerpo. Yo soy el Gran Jefe. Todos me aclaman. (Goldner, 2020 b, pp. 241-242)

El acoso sexual como una forma de sadismo erótico

Continuando las reflexiones acerca de las políticas del acoso sexual nos dice Goldner que la estrategia evolucionará y se complicará con el tiempo, dado que es una práctica de objetalización por placer recreativo o diversión. Pasa a describir las condiciones bajo las cuales habitualmente se desarrolla la escena. El acosador-depredador tiene que estar en un trabajo (puesto que no es un crimen callejero), tiene que tener gente a cargo (o sea algún grado de éxito) y corromper a otros para que se queden callados y para organizar el escenario preparado estratégicamente (set up). Esta es una estrategia cínica que prescinde de la necesidad de la fuerza bruta porque convierte a los testigos potenciales en cómplices, aislando así al objetivo-blanco (target), al enviarle el mensaje diciendo que “a nadie le importa en absoluto”.

El acoso sexual es una forma de sadismo erótico, orquestado y deliberado, a diferencia de la violación, que es típicamente un acto impulsivo destinado a vencer al objeto. El acoso sexual está diseñado para atormentar a la víctima, siendo una peculiar forma de derecho, de autorización, al erotismo sádico, que puede brindar placer sexual sin siquiera requerir contacto físico. El placer que se busca no puede reducirse a una "satisfacción" sexual, sino a un anhelo de tensión erótica en sí misma, a comprobar si el objetivo-blanco (target) puede ser convencida de traicionarse a sí misma y cuándo lo hará. Goldner nos comparte la siguiente reflexión: si algunos de estos hombres podrían tener a casi cualquier persona ¿Por qué se arriesgan tanto e innecesariamente? ¿Por qué se toman semejante molestia? Cita para ello casos públicamente conocidos de famosos: Charlie Rose, Matt Lauer, y Les Monvees, todos ligados al mundo de la televisión en su carácter de directivos o estrellas.

Los factores que motivan semejante despliegue serían: la adicción al riesgo, el eros de ir más allá, la corrupción de la decencia, trasladando a la oficina el juego sexual sobre la oficina, lo cual contribuye al significado del sexo. Y nos ilustra que todas sus víctimas informan que si bien el sexo que finalmente exigió Harvey Weinstein resultó ser breve y patético, su búsqueda fue ingeniosa y ominosa.

En esta ecuación erótica, la satisfacción del depredador radica en lograr que la mujer “se rinda” a pesar de sí misma, no porque él logró que lo desee. Todo esto viene a Ilustrar la tesis clásica de Robert Stoller (1975) de que la perversión es una "forma erótica de odio", que él vio como una erotización de la historia traumática del sujeto, historia que, en el caso de Weinstein, nos es desconocida tal como nos aclara Goldner (2020 b, p. 242)

El acoso sexual como doble vínculo

Basándose en Gregory Bateson (teórico de los sistemas e investigador) y sus formulaciones acerca del doble vínculo dice Goldner que:

El tormento psíquico consiste en una serie de mensajes contradictorios que crean una tramposa confusión asfixiante que no se puede nombrar, y de la cual no hay salida” (Bateson et al.,1962). En resumidas cuentas el guión sería: "Te sorprendo, te objetalizo, te perturbo mentalmente y vuelvo a los quehaceres, descalificando tu prueba de realidad a medida que avanzo". “Esto no está sucediendo”. “No podés ponerle palabras, no podés clarificar la situación, si querés trabajar en la industria no podés escapar. (Goldner 2020b, p. 243)

Por otra parte, si la acosada comenta la situación tóxica paradójica se puede convertir en la que lleva el sexo al lugar de trabajo, en quien crea la crisis.

Violaciones de los límites sexuales

Este apartado está dedicado a la situación analítica, a la pareja analítica. Gabbard (1996/2016) y Celenza (2011) han descrito una taxonomía de infractores de límites sexuales, pero aquí la autora se ocupa sólo del terapeuta "enamorado", deslizándose por una "pendiente resbaladiza” al intentar rescatar un tratamiento estancado y cruzando la línea en un desastroso intento de curar a un paciente herido.

Se trataría de un movimiento que implica un colapso entre Ambiente madre (léase Apego) y el Objeto madre, del modo en que concebía estas personificaciones.

[…] la madre como objeto que puede satisfacer las necesidades urgentes del niño (relación del ello) y la madre que proporciona activamente el cuidado (relación del yo) son muy diferentes para el [bebé]. Es la madre-ambiente quien recibe todo lo que se puede llamar cariño y coexistencia sensual; es la madre-objeto la que se convierte en el objetivo de una experiencia excitante impulsada por una cruda tensión instintiva... El fracaso de la madre-objeto para sobrevivir o de la madre-ambiental para brindar la oportunidad de reparación puede llevar a la escisión y la desintegración. (Winnicott, 1963, citado en Goldner 2020b p. 244)

Es la combinación de cuidado y romance que subyace al trabajo psicoanalítico, con el riesgo de una violación de los límites sexuales vía actuación (enactment).

Formula la autora una interesante hipótesis de trabajo:

Nuestra cultura del individualismo, con su miedo fóbico a la dependencia, ha separado el romance del apego, alineando el eros con el peligro y la masculinidad agente (“libido”), mientras que el apego está consignado a la niñez, la debilidad y la feminidad. Sería ésta una escisión que también se refleja en nuestra manera de pensar psicoanalítica, como si el enunciado de Freud (“donde aman no pueden desear, donde desean no pueden amar”) fuera la Ley, la acción y el legado del tabú del incesto quizás, todavía dejando su huella. (Goldner 2020b, p. 244)

Agregamos nosotros: podría tratarse de la persistencia de un paradigma epocal trasmitido a través de generaciones de analistas.

Los analistas, comenzando por Freud, por supuesto, han buscado discernir las relaciones entre la sexualidad y el apego (la libido es buscadora de objeto) de la misma manera que buscamos normalizar la inevitabilidad del eros parental hacia el bebé polimorfo (Atlas, 2016).

Haciendo hincapié en los paradigmas alternativos que atraviesan al psicoanálisis, nos dice la autora que la escritura analítica tiende a deshacerse de la relación de dos personas a favor de una persona demoníaca en las discusiones sobre experiencias sexuales poderosas.

Sigue Goldner proponiendo hipótesis de trabajo:

[…] contratransferencia erótica mediante, todavía podemos sentirnos abrumados por el terror a la exploración de la vida sexual de nuestros pacientes. Al presionarlos para que vayan más allá de su zona de confort para arriesgarse a desarmarse al servicio de la curación analítica, estamos representando una especie de insistencia que en realidad puede convocar una escena de presión sexual. Hora tras hora, fomentando revelaciones cada vez más íntimas. Todos sabemos lo que es juzgar incorrectamente, pedir más de lo que el paciente puede soportar. (Goldner, 2020b, p. 245)

A medida que el ambiente y el objeto madre/otros se entrelazan, la pareja analítica debe encontrar una manera de mantener la tensión entre hablar de sexo, un acto de habla erótico que materializa lo que pretende explorar, y la medicalización, un discurso impulsado por la ansiedad que asegura que cualquier sexualidad emergente estará muerta al llegar. ¿Qué es aquello que constituye una violación de límites ocurrida sin contacto? Puede aparecer en escena analítica la confusión: "¿Qué acaba de pasar?", una analogía en el adulto del tormento inherente al abuso sexual infantil, nos dice la autora.

Para el analizando, una representación erótica significa el colapso del estado de encantamiento que impregna la tensión real/no real del espacio transicional, que es lo que le da una oportunidad a la imaginación. El paciente puede sentir que en lugar de ser ayudado por la terapia, ha sido consumido por ella (Guralnik, 2020a).

Ataque sexual por diversión

Se trata de una práctica donde se actúa en situación de grupo transformado en masa. La autora recure a un concepto acuñado por Corbett, falicismo fantástico (Cobert, 2009), como una construcción que captura y materializa la forma en que los niños y los hombres se reconocen mediante el intercambio maníaco de actos atrevidos: Grande, Más grande, el Mejor. ("Puedo-hacer-cualquier-cosa-mejor-que-tú"). Es un ejemplo la supuesta agresión sexual denunciada por Christine Blasey Ford en la escuela secundaria por parte de Brett Kavanaugh ("Estamos todos borrachos, ¡ataquemos a esa chica!"). Escena, aterradora para ella, que podía haber tenido significados muy diferentes para él, impulsado por la fantasía del falicismo fantástico

Goldner (2020b, p. 246) se pregunta, ¿Realmente habría intentado violarla? Es poco probable. Eso habría sido muy oscuro y solitario, pero fue oscuro-amigable: un ataque descuidado destinado a ser realizado entre amigos. (“¡Mirame haciéndosela!”) La subjetividad de Blasey no le interesaba a Kavanaugh. Ella era solo un daño colateral, algo que se lanza en un juego fálico de niños, juego practicado por otro sujeto que publica en sus redes sociales a modo de proeza-trofeo el “logro” de que "¡cuando la primera vez que tienes relaciones sexuales es una violación!" Al igual que con las agresiones sexuales cometidas por ejércitos en tiempos de guerra, el punto no es "tener" a la mujer, sino "arruinarla"; eso es lo que se necesita para poder sentarse entre los chicos.

Víctima = yo no

En este apartado y el siguiente Virginia Goldner contrasta las razones para la negación (Víctima yo no) con aquellas que promueven la revelación (Víctima yo también). Ninguno de nosotros quiere ocupar la posición de víctima.

La violación es pérdida. Priva a la víctima de algo vital, cuya importancia solo se reconoce cuando ya no está. El cambio es permanente e irreversible. … Soy peor por haber pasado por eso. No fue una experiencia de aprendizaje, una prueba de fuego, un desafío superado triunfalmente o... una prueba existencial a soportar. Es una sentencia de muerte con suspensión indeterminada de la ejecución. (Raymond Douglas, 2017 poeta y víctima de violación citado en Goldner, 2020b. p. 247).

El sufrimiento de las víctimas es demasiado agudo, vergonzoso, próximo. Todos queremos estar (con) el objeto brillante, no el arruinado.

Víctima = ¿yo también?

Siguiendo con el acento en el estado mental que requiere la entrega a una situación sexual, Goldner reflexiona acerca de que la sexualidad a veces puede vivirse en una cuarta dimensión liminal, donde está inmunizada de la moral por la presión del deseo mutuo, pero que también es cierto que el deseo puede ser comandado por todo tipo de malignidades, cooptando finalmente lo erótico en un registro traumático.

El eros de la presión sexual se desarrolla típicamente en una secuencia sexy entre líder y liderado, poderoso y vulnerable, agente activo y objeto pasivo ("Sabes que quieres esto..."). Pero la tensión erótica entre la convicción sexual y la incertidumbre sexual siempre tiene el potencial de un defecto del eros de "líder/liderado" al trauma del “hacedor/al que le hacen” porque “consentimiento” y “sumisión”, “deseo” y “derecho” son estados mentales que no se quedan quietos estabilizados.

La reciprocidad surge cuando la excitación triunfa sobre la ansiedad, la incertidumbre o la vergüenza, pero también puede desaparecer rápidamente si la necesidad de moderación de uno de los miembros de la pareja es experimentada como una herida narcisista por el otro. Incluso la complementariedad sadomasoquista ("Me gusta cuando me lastimas [de la manera correcta]") puede oscurecerse en una violación sadomasoquista ("Insisto en lastimarte [a mi manera]") porque las partes nunca conocen completamente sus intenciones, sus límites y su apertura a la persuasión.

Excitación sexual

Una experiencia sexual conjunta requiere la sinergia de la coautoría. Esta es la razón por la cual el consentimiento no es sólo moralmente crucial, sino también eróticamente esencial. Ambos deben optar por dejar atrás su Yo cotidiano, dejando espacio para la aparición de un otro sexual excitado que va a co-convocar la situación erótica con el otro exterior. Cuando se consiente, no se trata tanto de dar permiso a la pareja para realizar un comportamiento específico, sino más bien de darse permiso para entregarse a un estado del Yo alterado para quien ese comportamiento sería bienvenido. (Saketopoulou, 2019).

La transformación del Yo ordinario cotidiano en el auto-estado transgresor del sujeto erótico es el movimiento que constituye un estado mental sexual. Pero es este el interruptor que acciona, a voluntad, el acosador sexual, atrapando a su objetivo en el foco de su mirada.

Podemos pensar en la excitación sexual, como un encuentro entre un Yo subjetivo familiar y un Yo menos conocido o múltiples yoes reales que pueden ser invocados por una fantasía incipiente desencadenada por una imagen, un toque particular, una sensación o afecto interior, un recuerdo inconsciente, por una mala palabra, una experiencia de la experiencia del otro, etc.

La sexualidad, si se hace bien, es verdaderamente traicionera. Cuando el Yo que uno conoce, se encuentra con los Yo que han sido encerrados, pero ahora están excitados y buscan la extrañeza de las contrapartes eróticas de su amante, el encuentro resultante puede ser una revelación o una catástrofe.

Lo familiar y lo novedoso, el cuerpo que conocemos y necesitamos, y el que descubrimos y destruimos están involucrados en la experiencia.

Coerción sexual

El puro desorden del sexo hace que sea extremadamente difícil responsabilizarlo, especialmente porque, en la zona de lo erótico, rara vez queremos las cosas que deberíamos, y el deseo con mucha frecuencia nos toma por sorpresa. ¿No es de extrañar que prefiramos el atractivo del romanticismo erótico, con su pantanoso estado perdido y encontrado, a la sobriedad del feminismo, con sus absolutos inquebrantables?

¿De qué otra manera podemos vivir con el hecho de que (quizás deseemos) lastimar a quien amamos, o que (todavía) amamos a quien nos lastima? En el tumulto de una situación sexual, el consentimiento y la abyección, la entrega y la sumisión viven en lugares muy cerrados, lo que hace que la coerción sea difícil de desenredar. A la luz de la mañana, la acción psíquica de los aprés coups puede transformar el significado del encuentro sexual de anoche. Lo que había sido ambivalentemente excitante mientras se desarrollaba en tiempo real ahora puede leerse, a través de una interpelación feminista retroactiva, como algo mucho más traumatizante, quizás incluso una violación en una cita.

¿Cómo podemos procesar el significado que está para siempre en el proceso de deslizamiento y reorganización en función de los estados cambiantes del Yo y los alineamientos con ideologías contradictorias, todas las cuales interpelan nuevos significados retroactivos sobre los antiguos?

En esa multitud de partes del cuerpo, objetos parciales y estados del Yo, ¿quién puede decir si queremos que nos pierdan o nos encuentren, o quién consintió a quién sobre qué?

#Me Too, yo fui interpelada (#MeToo, I was interpelated), por Orna Guralnik

La autora, hace centro en la pregunta que surge reiteradamente en los casos de acoso sexual: ¿Qué pasó? y plantea que… lo que pasó… no es tan obvio y, sin embargo, el movimiento #MeToo apunta a que los eventos que ocurren en la línea de sexo/género/poder sean sacados del ámbito donde son juzgados, ámbito que, según este movimiento, siempre juzga bajo el prisma de la obviedad del maligno patriarcado supremacista.

A la pregunta simplista sobre qué pasó, la autora le contrapone una pregunta más compleja acerca de “¿Cómo se fija?” el significado de un evento sexual, intrínsecamente impregnado de enigma.

Toma prestado del análisis textual (traducción, más allá, supervivencia del texto) para comprender mejor la naturaleza inestable del significado, a medida que se desliza entre diferentes estructuras ideológicas.

Con unos pocos casos breves en los que cada uno se solapa, a la par que deshace en parte al anterior, la autora aspira a demostrar la naturaleza problemática de intentar fijar “¿Qué pasó?”. En lo que se refiere a la construcción de significado, el tiempo, el contexto y el discurso hacen cada uno sus propias demandas sobre el mismo

#MeToo nos invita a contrarrestar la verdad maestra, del orden simbólico hetero-patriarcal, según el cual no pasó nada, con alternativas feministas colectivas. La autora propone en cambio que -una vez desalojados del poder omnímodo que detentaban, personajes como Harvey Weinstein[1]-, nos quedan por desarrollar narrativas alternativas que definan la buena relación entre Sexo, Género y Poder (con mayúsculas en el original).

El #MeToo es un esfuerzo para desarrollar su propia ideología restrictiva e informar a nuestros Aparatos de Estado sobre la ideología actual del Buen Sexo (dicho esto con ironía). Como tal, el lenguaje #MeToo nos acorrala en conceptos rígidos, como distinguir el consentimiento del no consentimiento, enmarcar los eventos en términos penales y legales por la necesidad de determinar si alguien debe ser encarcelado o si se puede aplicar el término de trauma por razones de diagnóstico y cobertura de salud.

La autora quiere dejar lo más claro posible su posición, al decir que si bien argumenta a favor de la hipótesis de que el significado se desliza entre los sistemas ideológicos cambiantes, no desea que se suponga que está sugiriendo una perspectiva moral relativista según la cual todo vale. Nos aclara que

comparte con muchos de nosotros el ideal ético de una sociedad igualitaria y justa, una creencia innegociable de que cualquier tipo de misoginia está mal y un deseo implacable de abolir el patriarcado por el bien de todos los seres…Sin embargo, el hecho de que un evento pueda entenderse de manera diferente dentro del contexto de su tiempo no significa que sea correcto o no destructivo. Las interacciones pueden considerarse inequívocamente incorrectas, mientras que todavía nos siguen interesando las intenciones que evolucionan en el proceso o la experiencia subjetiva de los participantes. (Guralnik, 2020b, p. 252)

Vamos a los casos expuestos en el artículo.

Joey

Es derivada debido a su trastorno de despersonalización. Joey es una joven modelo presionada para tener relaciones sexuales con un colega, bajo la influencia del alcohol y con el corazón roto. Aquella noche, describe Guralnik, seguía en ella como fragmentos de memoria, en parte dado que a la mañana siguiente sus supuestos amigos la avergonzaron tratándola de puta. Ejemplo de cómo un grupo puede inducir una especie de "estado de hechizo" que funciona para bloquear ciertos recuerdos, para que no se conviertan en pensamientos (Guralnik, 2018). En ocasiones la vergüenza es tan intolerable que hace que alguien se vuelva fóbico a la memoria. Así se sintió Joey, sucia, y por eso enterró la experiencia desarrollando gradualmente la despersonalización. Recién años después llegó a significar lo sucedido como violación.

¿Qué pasó? aparentemente no es una cosa fácil de determinar. Guralnik nos dice que está la realidad kantiana de un momento y el asunto benjaminiano de darle sentido. La autora Cita a Freud (1896) en carta a Fliess acerca del Nachträglichkeit: “el material presente en forma de rastros de memoria (está) siendo sometido de vez en cuando a un reordenamiento de acuerdo a nuevas circunstancias, a una re-transcripción” (Guralnik, 2020b, p. 252).

Aplicando esto a Joey, sirve para distinguir el evento de su traducción repetida al lenguaje del tiempo y el lugar, un acto de traducción que no solo está determinado internamente, sino que depende en gran medida del entorno discursivo y temporal de uno. En carácter de contexto la autora pasa a describir a la familia de Joey: en el noreste rural, padres conservadores partidarios de Trump. Su mamá fue abusada sexualmente de niña: "Encontré una manera de hacer las paces con eso, ya sabes cómo son los hombres". En ese contexto familiar, Joey no fue violada.

Este estado de hechizo particular, compartido por un colectivo, durante un momento de la historia, hace posible deslizarse en las ideologías supremacistas subyacentes que atribuyen el poder, la riqueza y el derecho sexual a los hombres blancos de clase alta. (Guralnik, 2020b, p. 253)

Joey concurre luego a una universidad prestigiosa, donde fue influenciada por varias ideologías. Por un lado, amigas, textos feministas y grupos en el campus, apoyados por la línea del partido de la universidad "empoderamiento de las chicas y tolerancia cero hacia la intimidación, el acoso y el abuso sexual". Por otro lado, como era común antes de la ola de Time’s Up[2], las acciones reales de la administración contradecían la línea del partido. Joey estaba en una relación perversa con un estudiante popular que intimidaba a las chicas y representaba juegos de poder violentos con ellas. Separar los vínculos dobles y triples que presentó la universidad fue doloroso.

Guralnik pasa a describir el trabajo psicoanalítico realizado con Joey que incluyó dos vertientes diferentes: 1) trabajar en el trauma/disociación y la capacidad de desarrollar pensamientos/recuerdos que tengan la cualidad de acercamiento, en lugar de estar inmerso en la inmediatez y atemporalidad de la experiencia, donde uno está bajo el hechizo de la ideología y la historia; 2) desarrollar la propia postura ideológica de Joey, descifrando los mensajes contradictorios que provienen de las fuerzas en competencia que interpelan su experiencia, consolidando lentamente su propia postura moral/ética, y luego aceptando los matices: la compleja interacción entre el deseo, los roles sexuales,  y la complejidad del consentimiento. La propia Joey se dio cuenta de que alternaba entre el deseo de vivir más allá de los paradigmas de poder, el deseo de superar a sus amantes y el atractivo del macho alfa.

Continuando el relato de las alternativas del tratamiento nos dice que la elección de Trump trajo una nueva elaboración de estos traumas, especialmente después de muchas discusiones con la familia sobre la misoginia esencial y la historia depredadora de Trump. Esto generó que Joey naciera como activista política. En el momento de las audiencias de Kavanaugh desarrolló un proceso de pensamiento no lineal sobre su propia experiencia de violación, entendiéndose a sí misma y a su perpetrador, como atrapados en un sistema que los cegó a ambos. Este nuevo marco cambió su experiencia emocional de esa noche e hizo accesibles muchos más recuerdos. “Estaba traumatizada, pero ya no me siento así. Me siento triste por él y fuerte en mí misma".

Guralnik  avanza a partir de aquí sobre la idea freudiana de la reelaboración del significado y la memoria de los acontecimientos encontrando una mayor elaboración con el après coup de Lacan y el después de Laplanche. Remite a los escritos de Derridá y Walter Benjamin sobre el más allá de un texto: todos los textos se definen por un potencial infinito de traducción, pero también por las restricciones en su traducción”. Agrega también que es Derridá quien le añade la noción de la "supervivencia" [survie] del texto al ser "traducido": "la obra no vive simplemente más tiempo, vive más y mejor, más allá de los medios de su autor" (Guralnik, 2020b, p. 254).

Nuestra comprensión de nuestras propias experiencias sigue el mismo proceso, nos dice la autora. “El significado nunca vive en la letra, la palabra, sino que está conformado por todo lo que vino antes y después, sólo para ser reescrito continuamente” (Guralnik, 2020b, p. 254), citando como ejemplo la traducción de Ann Carson de la Antígona de Sófocles -Antigonick- donde la crítica de arte expone lo que potencialmente estaba oculto en una pieza al revelar las suposiciones de género ocultas en el texto, hasta su traducción.

Al informar sobre una experiencia sexual, la interpretación del evento puede deslizarse fácilmente entre los siguientes factores: a) a lo largo de la temporalidad; b) a lo largo de tiempos político-históricos; c) entre estados del Yo; d) intersubjetivamente; e) interculturalmente.

Respecto de lo traumático Joey solo pudo decir que estaba "traumatizada" años después de “haber sido violada”. Pasa a describir la autora que tenemos diferentes formas de definir el trauma: "demasiada cantidad de dolor" versus "brechas en la significación". Surge una pregunta inquietante: ¿Joey quedó traumatizada durante el acto sexual? ¿A la mañana siguiente? ¿Un año después? Y en consecuencia, ¿Cómo pensamos su perpetrador? (Guralnik 2020b, p. 254)

Se refiere luego al rasgo unario o significante único, haciendo uso del marco de referencia lacaniano: los acontecimientos sexuales pueden asentarse en la mente de los participantes en un estado de huella mnémica que espera ser descubierta o traducida, grabada en la memoria con un solo significante. Según el modelo lacaniano este rastro mnémico/significante único apunta y oscurece simultáneamente la escena original desconcertante. Permanece “mudo”, ya que no se asocia con otros elementos que le confieran significado. Solo cuando este significante único puede formar parte de una cadena significante, puede permitir que el sujeto confiera significado y sentido a sus experiencias. Esto sucede en el momento en que el sujeto se da cuenta, por primera vez, del significado completo de la experiencia original, y en este punto se vuelve traumatizado por ello. Sin embargo, el significado completo dependerá de la matriz discursiva del significado colectivo compartido.

Las restricciones de la masculinidad y el trauma. Chris, Liam y Chance

Chris: “Un chico mayor hizo cosas conmigo cuando yo tenía 11 años. Era un secreto que nunca le había contado a nadie durante muchos años. No lo recordé hasta los 20 años. Estaba en el armario, en el cobertizo”. Estos recuerdos continúan viviendo en Chris como eventos incomprensibles que se inmiscuyen en sus pensamientos todos los días. Se encoge de hombros cuando habla de estos fragmentos de memoria y su enigmática interferencia; "Es casi como un sueño. No podría decirte si fue real o no, si realmente sucedió o no. Todo lo que sé es que creo que puedo recordar ciertas cosas, es como si fuera una película de terror, y eso fue una escena... estoy confundido y muy apegado a estos fragmentos”. Una especie de telón de acero que cae sobre sus pensamientos, “Es lo que hace un hombre, soportar las cosas estoicamente sin tener sentimientos. Sin palabras…”

Liam también fue abusado sexualmente cuando era un adolescente: Más tarde, todo lo que hizo fue tratar de ser grande: esteroides, culturismo, convertirse en stripper y tener mujeres en cantidad. “Nunca fui agredido sexualmente, sabes. Quizás lo fui, cuando me desnudaba. No lo llamaría agresión sexual. ¿Lo fui? Tantas mujeres me objetalizaron. Pero ahora se llamaría agresión sexual”.

Chance, a los 15 años, “se involucró” con una mujer de 23 años. "Ella lo ató a su cama durante meses", "bromea" su esposa, mientras Chance afirma que lo único que tiene que decir sobre esa experiencia es que "aprendí que puedo coger". Insiste firmemente en que esa experiencia no lo traumatizó de ninguna manera.

En los tres casos los pacientes se preguntan repetidamente: ¿Tiene algún sentido pensar en la experiencia? Aducen que el pensamiento trae problemas y sin duda serían muy resistentes a pensar en sí mismos como traumatizados. Surge la pregunta: ¿Deberían entenderse como fuentes dañinas de ciclos perpetuos de dolor y violencia las limitaciones a la experiencia que vienen con la ideología masculina de “los hombres no deben sentir ni llorar”? (Guralnik 2020 p. 255).

Guralnik, reflexionando con nosotros sobre el estado del trauma y el contexto sociopolítico, nos dice que estas historias nos dejan con muchas preguntas, como la de la diferencia entre la temporalidad física y psíquica. ¿Fue el trauma en el evento en sí y la conciencia se aplazó? ¿O el trauma mismo se constituyó en una fecha posterior? Una construcción retroactiva, una inversión del tiempo altamente dependiente del contexto socioideológico. El estatus resbaladizo del trauma, nos dice, está ligado a determinantes políticos a gran escala. En un trabajo anterior sobre el trauma y la disociación la autora detalló acerca de cómo el discurso enmarca nuestra comprensión de los eventos y su significado, si éstos serán experimentados como traumáticos. (Guralnik, 2020 pag 255). En líneas generales, propone que cada estado del Yo está esencialmente marcado por gramáticas ideológicas y morales muy diferentes, a veces opuestas, cada una de las cuales refleja diferentes estructuras sociales y diferentes tiempos/épocas.

Sam, -el quinto caso- es presentado como de interferencia generacional. Guralnik se propone ilustrar lo que está en juego cuando chocan los marcos interpelativos imponiéndose a los actos sexuales, exigiendo más claridad de la posible, y arrinconando a las personas en trampas imposibles. Sam, de género no binario, tenía 16 años cuando se conocieron con Paxon, quien era un chico malo, muy cis, heteronormativo hasta la médula. Una tarde, los amigos de Sam los dejaron solos durante menos de una hora y a partir de allí Sam ya no era virgen. Una vez que los otros niños regresaron Paxon se fue y Sam se encontró llorando, ¿O quizás se estaban riendo? Pasaron las siguientes semanas tratando de encontrar la gramática de las palabras "Sexo con Paxon".

Luego, aproximadamente dos meses después del acto sexual, sucedió algo más; alguien en la escuela escuchó rumores de que Sam había tenido relaciones sexuales sin consentimiento. Llamaron a los padres y estos se llevaron a Sam a casa. La mamá, completamente sorprendida por lo que descubrió, entró en pánico. Confundidos e incapaces de reconocer a su propio hijo, los padres decidieron restringir tanto sus salidas como lo que se le permitía escuchar. Lo que siguió fue un intento de suicidio y hospitalización.

La historia de Sam habla de la violencia involucrada en la aplicación de tales sistemas de significado en el complejo y enigmático reino de la sexualidad, el género y el poder. Concluye la autora: La adolescencia es un momento particularmente importante en el que estos paradigmas se experimentan y se intercambian entre pares y generaciones de padres e hijos. Con cada corrección, algunas partes de la historia serán destruidas.

Espacio liminal, sexualidad y el lenguaje del #MeToo (Liminal space, sexuality, and the language of #MeToo) por Velleda C. Ceccoli, Ph.D.

En su artículo la autora se pregunta acerca de cómo dar cuenta de los caprichos de la sexualidad humana y su naturaleza transgresora, a la par que no dejamos de asignar responsabilidades a los abusos individuales y colectivos de poder. Nos dice que al respecto el movimiento #MeToo se ha anticipado claramente en nominar y performar lo que se piensa y se habla de los abusos sexuales en situación de poder. Funcionando como grupo, (lo cual les da una fuerza particular) las víctimas y sus seguidores, han creado una plataforma poderosa desde donde parte la simbolización de aquello que, por nuestra parte, los analistas hemos considerado tradicionalmente como muy difícil de traducir en palabras, o impensable.

Nos presenta dos ideas-fuerza[3]: 1) que el lenguaje falla en sostener y simbolizar la sexualidad debido a que esta presenta un exceso afectivo y a sus cualidades impulsivas y enigmáticas, y 2) que lo sexual es metabolizado en la acción con el otro y no mediante las palabras y el lenguaje.

Afirma que los límites entre lo que está permitido y lo que no lo está, es negociado en ambos niveles del conocimiento de cada sujeto: consciente e inconsciente. Esto es calificado por la autora como el área liminal[4] de la sexualidad.

Según la propia autora nos hace saber, sus ideas son desarrolladas desde un marco de referencia post-lacaniano y sugiere que el psicoanálisis debe actuar en la interfase, comunicándose e interactuando con otras disciplinas, con la finalidad de brindar mayor profundidad a nuestra consideración de la sexualidad en su modo más transgresivo, así como también para ayudar a extender la función simbólica del lenguaje.

Comenzaremos por ubicar a nuestros lectores con una aclaración de la autora acerca del uso del término sexualidad. Se remite a como lo elaboró Laplanche: “una comunicación enigmática que abarca la experiencia erótica temprana comunicada a través de la seducción inconsciente del bebé por parte de los padres”, por lo tanto “contiene una experiencia que solo puede metabolizarse mediante la acción, ya que no ha sido simbolizada y/o mentalizada” (Ceccoli, 2020, p. 258).

¿Cómo podemos comenzar a pensar y cuestionar la sexualidad desenfrenada (unrestrained) y sus transgresiones (su exceso, su éxtasis, su agresión y potencial violencia) reconociendo a la par la crueldad del acoso sexual y la coerción? Ceccoli nos dice que #MeToo insiste en que la coerción sexual de cualquier tipo es inaceptable y debe cesar, pero como es lógico para un movimiento político y social, necesariamente falla en dar cuenta de las peculiaridades de la sexualidad humana y los varios niveles en los cuales lo sexual define, no solo quienes somos, sino la experiencia de nosotros mismos estando cara a cara con los otros, así como en qué nos convierte a nosotros, a nuestro comportamiento y a lo que fantaseamos. De esto último es de lo que debe dar cuenta el psicoanálisis.

La fantasía inconsciente versus la consciente tiene un límite poroso que se activa con lo sexual, conectándonos con lo desenfrenado y transgresor dentro nuestro. Dirigirse a lo sexual implica sostener ideas y sentimientos contradictorios en mente: la naturaleza polimorfa de la sexualidad, el poder de la fantasía inconsciente, la cualidad enigmática del deseo, el impulso hacia la acción, el deseo y el temor de entregarse a otro o dominarlo, por nombrar algunos. Continúa la autora: lo sexual nos ubica en un límite que lleva a la disociación, donde los pensamientos y sentimientos se contradicen y no pueden alinearse, y donde tenemos la tarea de pensar lo impensable y nombrar lo que no es fácil de simbolizar. Donde debemos descubrir partes de nosotros mismos que pueden estar o no en sintonía con nuestra experiencia de quien somos o queremos ser.

Para el psicoanálisis, dice la autora, esto significa sostener un espacio liminar donde considerar el desenfreno (unruliness) de la excitación sexual y sus peligros, mediante el proceso de significación del lenguaje y su habilidad para metabolizar afecto. Esto requiere que atendamos a un cambio temporal y cultural enquistado en el lenguaje (languaging) de la sexualidad y el deseo, así como en el del acoso, la coerción y el abuso como aspectos claves que amplían y configuran su significado simbólico.

Continúa Ceccoli diciendo que además, lo sexual y lo erótico parece estar a contramano del proyecto psicoanalítico, el cual se basa en palabras para procesar, comprender y sostener la complejidad de la sexualidad humana y su inherente transgresión, incluso, o tal vez especialmente, cuando se vuelve desviada.

El lenguaje modela nuestra experiencia y conocimiento, pero también falla en capturar y contener la naturaleza de la sexualidad y su vívida expresión, especialmente cuando la experiencia sensorial y la cognición se encuentran en conflicto.

La autora propone que

la intensidad del afecto involucrado en el sexo, su calidad de impulso y la excitación física es lo que fractura el lenguaje y fragmenta el significado, exigiendo en su lugar un significante físico y corporal. Donde la acción se convierte en el medio para significar la experiencia. Los niveles de conocimiento consciente e inconsciente de lo sexual, abarcan significados idiosincráticos individuales así como sociales y culturales arraigados (Ceccoli, 2020, p. 259).

Esto se define como el área liminal de la sexualidad.

Lo sexual interrumpe el lenguaje y busca un significado mediante acciones, no palabras, necesitando a un otro físico, tangible, como para simbolizar y metabolizar su exceso.

La naturaleza paradojal de la sexualidad nos exilia y encarcela en una laguna de no saber, sin poder sostener lo que sabemos y sentimos, teniendo que negociar en el entre, en lo liminal. Mientras que el #MeToo y el psicoanálisis acuerdan en la crueldad del acoso sexual y la coerción y su secuela traumática, también se enfrentan a la pregunta de cuán salvaje, dañina y estimulante puede ser la sexualidad, y es aquí donde el lenguaje falla en su potencial significante y contenedor.

El lenguaje de lo sexual - la talking cure y el #MeToo

La autora plantea que el psicoanálisis como cura por la palabra (talking cure) implica un proceso de narración y re-narración dentro de un uso del lenguaje co-creado que nos ayuda a metabolizar la historia personal, la memoria y las experiencias nuevamente. Movimientos sociales como el #MeToo también implican lenguaje y re-narración. La autora remarca tener en cuenta el impacto que el lenguaje de género ha tenido en la forma de la experiencia cultural, dado que el lenguaje es un poderoso portador de significado, contexto y experiencia, acentuado por los elementos prosódicos de nuestra voz -su tono, su ritmo, su cualidad y su afectación-, extendiendo los elementos de significación de la palabra hacia significados particulares. Como destaca la autora es necesario recordar que casi siempre fallan o son limitadas para capturar las experiencias carnales y sexuales, donde la intensidad afectiva es determinante del uso narrativo.

A continuación propone analizar palabras involucradas en la temática que motivo del artículo que estamos comentando. Por ejemplo: mala conducta, inapropiado, indecoroso, acoso, evidencia, consentimiento: palabras que, dentro del contexto del #MeToo y sus secuelas, han cambiado considerablemente su significado y su uso. Vayamos al detalle de este vocabulario reformulado por el nuevo contexto.

La mala conducta sería un problema exclusivamente interpersonal, un desacuerdo o una transgresión que causa una ofensa, un delito en el lenguaje legal, que no necesariamente daña al otro.

El acoso, es permitido por un sistema: el jefe, el departamento de recursos humanos, una cultura laboral de la indiferencia. Requiere una habilitación del entorno para ser efectivo, una cultura de la misoginia que lo nutra y un sistema legal que lo habilite (Mann, 2018). Nos aclara Ceccoli que el acoso sexual tiene que ver con el poder reclamado, asumido y (mal) utilizado por un grupo (generalmente masculino) sobre otro (generalmente femenino). Su objetivo es apropiarse y controlar los cuerpos de las mujeres mientras invaden sus mentes.

Antes del #MeToo, la palabra inapropiado se usaba para describir una serie de fallas menores contra los códigos de comportamiento social. Hoy activa una alarma y señala un comportamiento que es vergonzoso y conlleva posibles consecuencias que alteran la vida. Incluye bromas subidas de tono, charlas de chicos, burlas en el vestuario, miradas lascivas y lo que se ha denominado el lenguaje de la cultura de la violación.

Evidencia, término legal que se usa para probar que un evento ha ocurrido realmente. La coerción sexual se requiere demostrar que ocurrió realmente. Debe ser visible: huesos rotos, contusiones, cortes, sangre. Prueba de que ha tenido lugar una lucha: la visibilidad de un NO. La evidencia debe ser recopilada, vista e interpretada por muchos. Y ahí está el problema: muchos otros deciden lo que significa. Desde puntos de vista que generalmente difieren de los de un psicoanalista.

Como analistas sabemos que en situaciones traumáticas suele haber un desplazamiento temporal, entre lo sucedido y las reacciones emocionales que lo siguen. Que el afecto toma tiempo para ser procesado y metabolizado, porque la disociación interviene para ayudar a la víctima a sobrevivir y seguir adelante, y que la experiencia subjetiva y la comprensión de lo acontecido podrían llegar a ser conscientes mucho más tarde, si es que llegan.

La interpretación funciona de manera diferente según el sistema en el que opera (la clínica, el tribunal, las redes sociales), lo que permite variaciones en la forma en que se escuchan la narrativa/testimonio y los sobrevivientes/víctimas: ¿El sujeto miente, es olvidadizo, manipulador, vengativo, histérico, traumatizado, disociado? Las palabras como significantes fluctúan según el contexto en el que se articulan, quién las dice, o las usa y cómo se pronuncian. Donde están involucrados el afecto y la experiencia carnal, el lenguaje falla. En ese espacio las palabras se pueden usar de formas variables, apropiadas por la intención, la interpretación y la porosidad del lenguaje.

Nos dice Ceccoli que la interpretación es una gran parte de la cura por la palabra, familiar para todos los psicoanalistas. La interpretación y las decisiones a las que conduce, abren la puerta al mundo desregulado de la sexualidad: donde el deseo puede golpear ardiente y ser seguido por un cambio de opinión. El espacio donde cambia el deseo es precisamente el área donde la interpretación es clave pero sigue siendo cuestionable. Todos podríamos estar de acuerdo en que no significa no y que cuando ese no se ignora en una situación sexual, es violación. Sin embargo, sin la ayuda del psicoanálisis y su comprensión de la motivación humana, podría ser mucho más difícil explicar el hecho de que una mujer pueda aceptar una situación sexual no deseada por miedo. Donde la sumisión y la resignación son la forma de sobrevivir y donde no habrá ninguna evidencia visible del NO en términos de lucha física. ¿Sigue siendo violación? El psicoanálisis y el sistema legal pueden diferir en su respuesta.

Las interpretaciones se basan en la experiencia subjetiva y la narración que se puede ofrecer como calificación objetiva. Si bien el psicoanálisis se esfuerza por atender la naturaleza dual y la co-construcción de las interpretaciones, esto no es así en el sistema legal, ni es así en la sociedad y la cultura en general. ¿Cómo interpretamos lo que se negocia en el liminal? reflexiona Ceccoli.

Otra palabra clave es, resistencia, necesidad de evidencia visible. Los signos de resistencia deben ser visibles porque las palabras no son suficientes para significar la experiencia para todos. Los psicoanalistas nos encontramos en una posición particularmente importante para reconocer y abordar la paradoja inherente de tener que demostrar que se ha resistido a la par que se tiene en cuenta la propia supervivencia como motivación para no resistirse, de manera que quede evidencia física de la misma. Estamos en una posición única para ayudar a dilucidar la naturaleza de la sexualidad y los muchos estados del Yo que componen la identidad. Sabemos además que el deseo tiene una larga historia inconsciente de apegos que determinan su naturaleza y expresión, y que son los aspectos inconscientes del deseo y la fantasía los que son más aterradores y probablemente impulsan los abusos de poder sexualizados.

Ceccoli se basa en los tres registros de Lacan en lo que respecta al deseo y lo sexual: lo Imaginario mantiene una unidad identificatoria temprana del Yo con la imagen del cuerpo que anticipa un (inalcanzable) dominio que continúa siendo perseguido a través de los registros de lo Simbólico y lo Real. Esto es más evidente en la relación del sujeto con su propio deseo de un otro especular, que junto con la agresión produce la promesa de goce. Dentro del nudo borromeo de Lacan, lo Imaginario sostiene la estructuración temprana del Yo, de manera fluida y rígida de modo que lo Real debe ser convocado de ciertas y particulares formas, donde la naturaleza duradera del apego impulsa la conducta. Y concluye la autora que es la imposibilidad misma de simbolizar lo Real, lo que lo vuelve crucial para la organización de la sexualidad humana. También es lo que le infunde una cualidad traumática y quizás lo que implica el descubrimiento de partes del Yo que van más allá de los límites conocidos en lo que a lo erótico se refiere.

Pasemos por último, al significado del consentimiento y las dificultades inherentes a la palabra. ¿NO siempre significa NO? se pregunta Ceccoli. Lo sexual complica las cosas: infunde excitación al cuerpo y confunde los límites entre sí, tal vez y no. A su vez, la coerción y el acoso convierten lo sexual y lo erótico en trauma. Consideramos particularmente interesante las ideas contenidas en el trabajo de Saketopoulou (2011, 2019) que cita Ceccoli (2020 p. 262), sobre el consentimiento límite que no requiere un acuerdo previo y depende, en cambio, de la sintonía emocional diádica que hace posible el riesgo de transgredir los límites dentro de una relativa seguridad, mientras que el consentimiento afirmativo presupone que el estar informado mantiene cubierto al sujeto. Para considerar lo que significa el consentimiento en el ámbito de la sexualidad, necesitamos ambas cosas y más: necesitamos delinear un espacio en el que el lenguaje pueda comenzar a transmitir lo que el inconsciente contiene y cómo impulsa la experiencia y el comportamiento eróticos. De hecho, esta es la tierra que inicialmente exploró Freud y que hemos heredado como psicoanalistas. Además, como analistas, debemos seguir pensando y dialogando con movimientos como #MeToo para ayudarlos a crear y mantener un espacio para el pensamiento, la acción y la libertad de hablar y ser escuchado, reconociendo la mutabilidad de la sexualidad y el deseo.

Dentro del contexto del #MeToo y sus secuelas, el significado y uso de estas palabras (mala conducta, inapropiado, indecoroso, acoso, evidencia, consentimiento, resistencia) han cambiado considerablemente. Ahora se vuelven a narrar, en un intento de proporcionar un contenedor temporario para que la experiencia sea conocida y validada. Un ejemplo de lo personal y no simbolizado que irrumpe en la conciencia colectiva e impacta en lo social y lo cultural, y quizás también en lo político.

El poder y lo sexual

En este apartado la autora se propone reflexionar sobre la interdependencia del poder con lo sexual. Ceccoli cita a Rose (2018) quien llama al acoso sexual el gran performativo masculino “el acto a través del cual un hombre pretende convencer a su objetivo de que él es quien tiene el poder -lo cual es parcialmente cierto- pero que su poder y su sexualidad son la misma cosa" (en Ceccoli, p. 263). Aquí es donde el acoso abre la puerta a la coerción: “Estos hombres pueden tener el poder, pero hacen lo que hacen precisamente porque no son nada seguros”. La masculinidad puede volverse tóxica, si la vulnerabilidad no es reconocida: “La masculinidad fuera de control y en pánico es la que tiene más probabilidades de volverse fea”.

Si bien el psicoanálisis hizo de la sexualidad y la agresión una de las piedras angulares de la identidad, según el punto de vista de la autora se ha descuidado el poder y la forma en que éste fácilmente fusiona e infunde ambos. Fueron las primeras psicoanalistas feministas y, en particular, la antropóloga /psicoanalista Muriel Dimen quienes llamaron la atención sobre el poder y las múltiples formas en que este impacta en las relaciones de género y la sexualidad.

Nos dice la autora:

La sexualidad está profundamente arraigada en nuestra vida inconsciente, enigmática y llena de excesos, impulsando la excitación a través del cuerpo. Se trata de una realidad corporal que ata la sexualidad al cuerpo y los sentidos, pasando por alto el significante y la palabra, fracturando el lenguaje pero impregnando la psique y la identidad. Lo que nos excita y nos enciende está determinado y filtrado de forma múltiple a través de nuestros cuerpos, los primeros apegos, los momentos relacionales y la ensoñación. Un aspecto clave de la excitación sexual es que interrumpe la coherencia del Yo y que tal interrupción ocurre desde adentro. Una experiencia tan desregulada del Yo a menudo se siente ajena, desconocida e incluso "no Yo". (Ceccoli, 2020, p. 264)

Según algunos pensadores psicoanalíticos (Fonagy, 1999, 2000; Scarfone, 2014), es precisamente la perturbación interna (del Yo) inherente a la excitación sexual lo que lleva a uno a la búsqueda de otro que pueda asimilar nuestra disrupción carnal, disfrutarla y devolvérnosla en forma simbolizada a través de su placer. Esto es así cuando las cosas funcionan bien. Pero dice la autora,

cuando el sexo va mal, la búsqueda de otro implica control para asegurar la disponibilidad física y la exteriorización de la desregulación que acompaña a la excitación. Literalmente se deshace y se "pone" en el otro sin tener en cuenta su participación o placer. En tales casos, los elementos perturbadores de la sexualidad no pueden simbolizarse, permanecen ajenos y requieren una disposición continua (en el otro). (Ceccoli 2020, p. 264)

Estas observaciones, dice Ceccoli, tienen implicaciones obvias cuando consideramos la coerción, el acoso y el abuso sexuales.

Con la sexualidad y el deseo, lidiamos con un exceso afectivo, que fractura el lenguaje y transmite significado, no a través de la palabra sino a través del cuerpo y los sentidos, a través del impulso de actuar. Tal experiencia afectiva se resiste a la representación por su intensidad y, como es el caso del trauma, permanece disociada de un significante verbal de modo que revivir el afecto (re-traumatización) es un intento de lograr la simbolización.

El trauma se registra lentamente (si se hace), su dolor y angustia primero deben ser simbolizados con un otro, un testigo y un compañero de experiencia, a fin de ser significados y dichos. El trauma a menudo nos obliga a vivir sin palabras y donde el afecto es móvil, atrapado en el deseo y sus apegos particulares. Dice Ceccoli que es útil considerar que lo sexual opera en el espacio liminal.

Argumenta la autora que el significado de excitaciones y niveles de comodidad, lo que podría ser una palmadita amistosa y lo que es una excitación sexual, se sienten, capturan y negocian en un nivel sub-simbólico (donde el lenguaje falla y el cuerpo habla a través de las sensaciones). Las decisiones no siempre son estáticas o definitivas porque es la naturaleza del deseo y la excitación sexual empujar nuestros límites conscientes y conocidos, impulsados por la experiencia corporal que pertenece a lo sexual y alimentado por el inconsciente y sus muchos mensajes enigmáticos. En esos momentos, un no puede convertirse en y volver a no. El lenguaje nos falla en contener y demarcar el significado sexual, y necesariamente es así. El espacio interpersonal e intersubjetivo que crea la reciprocidad y la sintonía no es tan claro cuando se trata de lo sexual. Como un área para la negociación en curso de umbrales personales, lo (sexual) liminal elude la definición. El tacto y sus significados eróticos asociados tienen que ser negociados una y otra vez dentro del contexto en el que ocurren. Lo liminal incluye nuestra experiencia sentida de nuestro cuerpo, que a menudo fragmenta el lenguaje y el pensamiento, estructurándose a sí mismo a través del impulso de acción. Las líneas que delimitan la seguridad, la excitación, el exceso y el peligro deben negociarse tanto intrapsíquicamente como relacionalmente. La negociación carnal tiene lugar en el espacio intermedio -el liminal- y entre tú y yo en relación. Lo liminal como un espacio intermedio captura las capas individuales, enigmáticas, relacionales y socioculturales del deseo, la excitación y la sexualidad. Dentro de este, los umbrales sensoriales, corporales y cognitivos personales fluctúan y dan forma al significado de un toque, una sonrisa e incluso un silbido.

Concluye nuestra autora con la reflexión de que esto es más fácil de pensar y decir para un psicoanalista que de lidiar para un movimiento social o de regular para la legislación. Sin embargo, vivimos en un momento en el que lo personal debe volverse político, mientras que los psicoanalistas debemos unirnos al diálogo e interactuar con otras disciplinas y sistemas para dar cuenta de lo que sigue impulsando la motivación humana y la forma en que puede apropiarse y dar forma a la cultura y el significado.

Comentario del autor de la reseña

La fuerza con que el feminismo en general y los movimientos tipo #MeToo y Time’s Up han irrumpido en el escenario mundial en general y en el norteamericano en particular, dan lugar a estas reflexiones de tres destacadas psicoanalistas, editoras asociadas de la publicación Psychoanalytical Dialogues fundada por Stephen Mitchell y orientada a la discusión acerca de la perspectiva relacional en psicoanálisis.

Forman parte de esta efervescencia las revelaciones recientes acerca de numerosas situaciones de coerción sexual, ocurridas y silenciadas durante décadas enteras, forzamientos en la búsqueda de concretar relaciones sexuales que van más allá del mutuo consentimiento entre adultos. Se destaca en particular, en un extremo, el juicio y condena a 23 años de Harvey Weinstein y en el otro extremo los debates generados por las denuncias de Christine Blasey Ford, al juez Brett Kavanaugh, respecto de un episodio ocurrido cuando ambos estaban en la escuela secundaria y acusación de gran repercusión política y de lo cual Kavanaugh fue absuelto y promovido a un cargo superior.

Las autoras desarrollan con mucha prolijidad una serie importante de consideraciones acerca del discurso político y social de estos movimientos motivados por sus propias razones de ser, contrastando por otra parte con las peculiaridades del enfoque psicoanalítico, idiosincráticamente opuesto a la fijación de un significado universal, dadas las subjetividades en juego y la naturaleza elusiva de la sexualidad en sus diferentes versiones. Partiendo de la base de las tempranas formulaciones freudianas sobre lo perverso-poliformo y pasando por el mensaje enigmático de Laplanche (1981, 1987), más los desarrollos más recientes acerca de las problemáticas de género, los psicoanalistas detentamos una posición de no alineamiento -y menos aún automático-, con el coro de voces que aseguran saber qué pasó casi de antemano o en el otro extremo el clásico no pasó nada de la cultura patriarcal, actualmente tan cuestionado.

Pensamos que los aportes de las autoras son minuciosos, juiciosos e imprescindibles para contribuir al debate al que los psicoanalistas estamos llamados, tanto en la singularidad de cada tratamiento que conducimos, como en la postura ante la sociedad que regularmente requiere de nuestras opiniones.

Virginia Goldner a través de las descripciones realizadas nos lleva de la mano a escenarios conocidos, pero a su vez poco explorados, en los cuales vale la pena adentrarse para facilitar su re-conocimiento cuando se presentan en la clínica.

Las consecuencias que se derivan del culto de las prácticas de modificación corporal para el embellecimiento, predominantemente en las mujeres. La paradoja femenina de ni sujeto ni objeto; sujeto-como- objeto. El mírame y no me toques seductor y a la vez potencialmente enfurecedor.

La política sexual-erótica realizada en los límites entre el coqueteo y la violación, la adulación y la coerción. Ese filo de la navaja donde el objeto de deseo (el blanco- target) debe seguir siendo un sujeto y no un bulto que gime en el suelo; luchando, pero perdiendo, traicionándose a sí misma en el intento de conservar el trabajo y/o la vida.

Las vicisitudes del reconocimiento, que en estos casos dista de ser mutuo y la perversión del “consentimiento” realizado bajo coacción. El análisis de las situaciones donde el acoso sexual se realiza desde lugares de poder máximos y por ende por parte de individuos que teniendo a su alcance “lo que quieran” se arriesgan, lo que demuestra el carácter compulsivo que guía sus conductas.

El acoso sexual visto como una forma de sadismo erótico, orquestado y deliberado, a diferencia de la violación, típicamente un acto impulsivo destinado a vencer al objeto.

Las violaciones de los límites cometidas en el marco de la situación analítica cuya frecuencia no es fácil de establecer.

Los ataques sexuales por diversión generalmente enmarcados en la patota.

Las razones por las cuales se tiende a negar lo sucedido (A casi nadie le gusta ser visto como víctima) o sea el “YoTampoco” en contraposición con las razones por las cuales muchas mujeres se están sumando al #YoTambién.

Las alternativas de la excitación sexual compartida, a diferencia del acoso sexual coercitivo.

Todos estos constituyen los tópicos por los cuales la autora nos lleva de la mano brindándonos la oportunidad de incursionar en facetas potenciales de la vida de algunos de nuestros pacientes que para todo analista es necesario tener enfocados desde una visión apropiadamente psicoanalítica para, como ya dijimos, re-conocer las situaciones típicas que acompañan a la singularidad de cada caso.

Los aportes más sustanciosos de Orna Guralnik se pueden dividir en teóricos y clínicos. Entre los teóricos se encuentran aquellos que se centran en la aplicación del criterio del análisis de textos inspirado en Derridá, y que apunta a que el significado se desliza entre sistemas ideológicos cambiantes, lo cual es aplicable a movimientos como el #MeToo y su perentoriedad por establecer “¿Qué pasó?” con una precisión y exactitud incompatible con la índole de los sucesos en la órbita de la sexualidad y los arreglos de pareja necesarios para las diversas prácticas sexuales. Acordamos con que las necesidades de un movimiento político son diferentes que las del psicoanálisis. Aquel brega por establecer qué pasó por razones entre otras de adecuación a los sistemas legales y sanitarios (de cobertura de seguros sociales). El psicoanálisis por su parte, como todos sabemos, busca resguardar la índole de la experiencia subjetiva (la propia y la del otro), y sus sucesivas elaboraciones y reelaboraciones, con un sistema de significaciones que se desliza y está pronta a volver a hacerlo, todo lo cual lejos de verse como una contradicción inaceptable se valora en su capacidad de revisión de las posturas rígidas.

Consideramos que el aporte clínico de Guralnik es muy valioso, pues en 4 o 5 breves viñetas logra ubicar al lector, con comodidad, en las sutilezas de la clínica psicoanalítica cuando nos enfrentamos con casos donde lo traumático de la experiencia sexual cobra nuevas significaciones elaborativas gracias al relato y la co-construcción de una nueva perspectiva. Estas viñetas hacen alusión a la importancia del entrelazamiento de lo intrapsíquico, lo intersubjetivo y el discurso social.

Velleda Ceccoli nos presenta interesantes ideas-fuerza, con las que no podemos menos que coincidir: 1) el lenguaje falla para simbolizar la sexualidad dado que ésta presenta un exceso afectivo y cualidades impulsivas y enigmáticas y 2) lo sexual es metabolizado en la acción con el otro y no tanto mediante las palabras y el lenguaje 3) Los límites entre lo que está permitido y lo que no, es establecido a través de una “negociación” donde intervienen los niveles concientes e inconcientes del conocimiento. A esto último la autora lo llama espacio liminal. 

Coincidentemente con Guralnik y basándose en una de las ideas troncales de cualquier proceso psicoanalítico, se destaca que la talking cure entraña un proceso de narración y renarración co-construido entre analista y analizando y por lo tanto son fundamentales los sistemas de significación desde los cuales cada uno habla y semantiza. En este punto se registra la fuerte conmoción con que el lenguaje utilizado por las corrientes políticas y de opinión de #MeToo y Times Up interpelan al Psicoanálisis y lo conmina a reconsiderar algunos conceptos cuyo uso coloquial está en revisión: mala conducta, inapropiado, acoso, evidencia, resistencia o no resistencia al ataque sexual y consentimiento. Reflexionar sobre estos tópicos nos resultó refrescante. Acompañamos a la autora cuando nos dice que el Psicoanálisis tradicionalmente ha descuidado el factor del ejercicio del poder en sus consideraciones acerca de la sexualidad y la agresión y que por lo tanto vale la pena tomar en cuenta el fuerte reclamo que las corrientes feministas y de género están motorizando para que el factor poder ocupe el lugar que se merece en las consideraciones acerca de las fuerzas que intervienen en la motivación humana.

 

[1] Harvey Weinstein es un afamado productor de cine norteamericano, acusado de varios  delitos sexuales (violación, abuso sexual y conducta sexual inapropiada, acto sexual criminal) y condenado por dos de ellos. La gran difusión que alcanzó su caso, y por tratarse de lo que los abogados llaman leading case (caso destacado), fue muy importante para propulsar el movimiento #MeToo.

[2] Time's Up es un movimiento contra el acoso sexual fundado el 1 de enero de 2018 por celebridades de Hollywood en respuesta al efecto Weinstein y al movimiento feminista y #MeToo.

[3] Se denomina idea fuerza a lo que constituye la esencia de un mensaje. Suele estar compuesta por unas pocas palabras con un fuerte carácter simbólico y que reflejan, por sí solas, un significado completo. Por ejemplo, la frase que hizo celebre Barak Obama en su campaña electoral: “Yes, we can!” (Si, ¡podemos!).

[4] La liminalidad es un concepto relacionado al espacio-tiempo de transición, en estado de apertura y ambigüedad que se sitúa entre otros 2 (espacio-tiempos) más claramente definidos.

Referencias

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