aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 071 2022 Clínica de la intersección de lo social y lo intrapsíquico

Cara y cruz de la seducción carismática

Heads and tails of charismatic seduction

Autor: Abella, Adela

Para citar este artículo

Abella, A. (2022). Cara y cruz de la seducción carismática. Aperturas Psicoanalíticas (22). http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001202

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Resumen

La relación entre el individuo carismático y sus seguidores puede verse desde el punto de vista de la idealización y la seducción. Esta conferencia abordará el doble valor de la seducción desde un punto de vista psicoanalítico. Por un lado, puede ser vista como un estímulo al desarrollo del pensamiento. Por otro lado, la seducción carismática puede invadir la libertad personal y llegar a adoptar un tono fundamentalista. A partir del caso clínico de un adolescente, discutiremos la forma en que la adhesión a un sujeto carismático responde a necesidades universales de afirmación de la propia identidad, de búsqueda de poder y de certidumbre. En consecuencia, la fragilidad frente a los líderes carismáticos abusivos aumentará en contextos personales y sociales en los que abundan la falta de perspectivas, la inseguridad y la débil cohesión familiar y social.

Abstract

The relationship between the charismatic individual and his followers can be seen from the point of view of idealization and seduction. This lecture will address the dual value of seduction from a psychoanalytic point of view. On one hand, it can be seen as a stimulus to the development of thought. On the other hand, charismatic seduction can invade personal freedom and take on a fundamentalist tone. Based on the clinical case of an adolescent, we will discuss the way in which adherence to a charismatic subject responds to universal needs for the affirmation of one's own identity, the search for power and certainty. Consequently, fragility in the face of abusive charismatic leaders will increase in personal and social contexts where lack of prospects, insecurity and weak family and social cohesion abound.


Texto presentado originariamente en la asociación Grupo de Psicoterapia Analítica de Bilbao (GPAB) el 11 de diciembre de 2021. Publicado con autorización de GPAB.

 

La idea central que intentaré desarrollar es el interés de contemplar una dualidad fundamental en el fenómeno carismático: a la vez promotor de desarrollo y traba a la libertad personal.

Dicha dualidad se encuentra ya en su definición en el diccionario:

se entiende por carisma la especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar por su presencia, su palabra o su personalidad. El individuo carismático se impone en la vida pública por la fuerza de su imagen, dotada de un encanto, un magnetismo y una magia particular.

Fascina, convence y seduce. Así definido, el término toma un carácter específicamente relacional: lo característico del fenómeno carismático se situaría esencialmente a un nivel intersubjetivo. Cabe entonces interrogar los aspectos emocionales y fantasmáticos movilizados a dos niveles: por un lado, en el estrato interactivo y grupal y, por otro, en el estrato intrapsíquico e individual. Es decir, lo que pasa entre el individuo carismático y sus seguidores y lo que hace que estos le sigan. A retener igualmente el carácter no racional de este fenómeno, que apela fundamentalmente a la emoción.

Una segunda acepción dada por el diccionario es la siguiente: “En el cristianismo el término carisma alude a la gracia o don concedido por Dios a algunas personas en beneficio de la comunidad”. Este matiz es importante, volveré a ello. Es evidente, sin embargo, que, en el terreno social, político e institucional, el sujeto carismático no actúa siempre en beneficio de la comunidad: abundan los ejemplos contrarios de líderes carismáticos manipuladores y abusivos cuyos efectos son imparablemente destructores.

En el terreno psicoanalítico se puede abordar el fenómeno carismático en términos de sugestión y seducción. Hecho interesante: si las diferentes culturas psicoanalíticas adoptan una posición crítica frente a la sugestión, proponiendo sustraerse a sus efectos, no ocurre lo mismo con la seducción[1]. Esta doble valencia se refleja en la manera en la que diferentes “parroquias” psicoanalíticas[2] comprenden el valor de la seducción en el desarrollo del bebé y en el tratamiento psicoanalítico. Brevemente resumido, según un primer punto de vista, el individuo (bebé o paciente)[3] necesita ser estimulado, atraído hacia pensamientos y emociones, seducido por su interlocutor. Esta posición evoca un modelo “deficitario” ligado a la noción freudiana de Hilflosigkeit: el individuo es totalmente dependiente del objeto y necesita, por tanto, ser activado por el otro. Según un segundo punto de vista, el psicoanálisis persigue ofrecer al paciente el máximo espacio posible de libertad personal: las dinámicas seductivas son inevitables, pero exigen ser desveladas y reducidas con el fin de prevenir los efectos de influencia y adoctrinamiento. Esta segunda línea está más próxima de la comprensión actual del bebé: se estima que el recién nacido dispone de competencias capaces de impactar fuertemente su medio, que es activo desde los primeros días de la vida, capaz de anticipar, iniciar y modificar una interacción (Abella y Déjussel, 2017).

Señalemos la gran proximidad entre estas dos posiciones contrastadas en el psicoanálisis y las acepciones del término seducción en ciertas lenguas: español y francés en particular. En ellas sus connotaciones se sitúan en dos planos no sólo diferentes sino opuestos. El significado predominante es negativo: “engañar con arte y maña; persuadir suavemente al mal. Conseguir mediante engaños o halagos que una persona haga una cosa, inducirla a relaciones sexuales no deseadas. Por otro lado, seducir puede revestir también un sentido positivo, por ejemplo, bajo la forma de una atracción sexual no manipuladora ni abusiva, que atrae sin buscar a violentar la libertad del otro.

Es interesante observar que, en inglés, el término seduction es menos ambivalente y recubre fundamentalmente acepciones negativas, tales como “entice (someone) to do or believe something inadvisable or foolhardy”. Esta acepción negativa es particularmente esclarecedora si consideramos que es precisamente el psicoanálisis anglosajón el que insiste en los aspectos abusivos de la seducción. Esta coincidencia entre contenido teórico y lengua de origen no es sorprendente: el psicoanálisis, como los otros campos del conocimiento, se desarrolla en un contexto cultural dado y al interior de un lenguaje determinado, con sus preconcepciones y sus penumbras de significados tanto conceptuales como emocionales.

La comprensión del fenómeno carismático exige, por su propia naturaleza, un trabajo interdisciplinario. Su estudio convoca diversos campos del saber distintos del psicoanálisis tales como la sociología, la antropología, las ciencias políticas, etc. La pregunta se plantea entonces, ¿qué puede aportar el psicoanálisis y qué no puede aportar? ¿cuál es su contribución especifica y cuales sus límites? Me parece que la contribución del psicoanálisis se sitúa en la reflexión sobre los distintos ropajes emocionales y fantasmáticos que adopta un fenómeno dado, el inconsciente que le alimenta y el grado de ambivalencia que le anima y esto en los distintos niveles en que se presenta, individual y grupal.

Un ejemplo clínico

Juan consulta a los 18 años tras un accidente de moto, la separación de su novia y la pérdida de su mejor amigo, Alberto. Los brazos cubiertos de quemaduras de cigarrillo, Juan detalla su amistad con este amigo, 10 años mayor que él, con quien había compartido profundas discusiones sobre el sentido de la vida, la práctica intensiva del boxeo y la militancia en una organización neo-nazi. Esta amistad, medio gemelar medio filial, había sido su primera relación “verdadera” y le había permitido salir del marasmo de los años precedentes.

Juan describía una vida de abandonos y de fracasos. Nació prematuro, después de varios abortos, en un parto difícil que puso en peligro la vida de la madre y del hijo. Pasó largas semanas en la incubadora. Pensaba que sus padres se habían interesado poco en él: demasiado ocupados por sus propias vidas profesionales habían puesto todas sus ilusiones en la restauración de una vieja granja. Además, la relación entre sus padres era tan fuerte que no dejaba cabida a nadie más: en el círculo familiar no había sitio para él. Dos años más tarde nació un hermanito, el “principito”, niño adorado que lo hacía todo mejor que él.

Juan había sido, en efecto, un niño difícil desde siempre: enfermizo, con problemas escolares y un comportamiento inestable y agresivo. Había pasado por varias instituciones e internados especializados y recordaba un sinnúmero de psicólogos y psiquiatras que no le habían ayudado en nada. Tras abandonar precozmente los estudios, había sobrevivido gracias a trabajos ocasionales y vivía en un squat. Pensaba que ahora había “tocado fondo” y estaba decidido a salir adelante: por primera vez en su vida consultaba a un psiquiatra por iniciativa propia.

Al principio de nuestra segunda entrevista, Juan hace une sorprendente y conmovedora confesión: yo soy la mejor psiquiatra que ha encontrado nunca, la primera que le comprende y está convencido de que conmigo va a “salir del agujero”. Pienso que esta idealización es probablemente defensiva pero que encierra, también, el deseo y la confianza en la posibilidad de una relación “verdadera”. Al mismo tiempo, una lucecita roja me alerta sobre los riesgos de sugestión y seducción, tanto en él como en mí.

En el curso del tratamiento, Juan relata una fantasía en la que solía refugiarse de niño: convertido en un pirata famoso y terriblemente temido por su total dominio sobre el lago Léman, Juan desembarcaba en Ginebra reduciéndola a fuego y sangre. Atónitos, sus padres reconocían su inmenso poder y le suplicaban piedad. Juan recordaba todavía el inmenso sentimiento de felicidad al ver reconocidos su poder y su gran generosidad.

Juan inviste la terapia con gran intensidad y hace rápidos progresos. Retoma estudios nocturnos y abandona el uso de drogas. Su relación conmigo es totalmente armoniosa, se comporta como el paciente perfecto: no solo respeta escrupulosamente los horarios, al precio a veces de esfuerzos considerables, sino que se convierte en un acérrimo partidario del psicoanálisis. Empieza a leer libros sobre Freud y a usar términos como subconsciente, al principio tímidamente, como si fuera un osado atrevimiento y dudara de mi aceptación. Le digo que no está seguro de si va a ser bienvenido en el fascinante círculo del psicoanálisis.

Se siente más fuerte, orgulloso de sus éxitos, legítimo en sus aspiraciones, pero siempre atento a lo que yo pueda pensar o desear de él. En paralelo, su adhesión se acompaña de una excitación y una satisfacción evidentes. No sólo me alaba a mí y canta maravillas de Freud, sino que promulga el psicoanálisis como la única vía salvadora que permite conocerse a sí mismo. Insiste para que sus padres y sus amigos inicien un análisis y se desespera de la ceguera de los incrédulos (de hecho, todos los que le rodean). Todo esto se lo voy diciendo.

Lo que no le digo todavía son ciertas preguntas que me planteo. Por un lado, aprecio su entusiasmo y me alivia asistir a la restauración narcisista de la imagen de sí mismo. Por otro lado, percibo un toque de inautenticidad y de fundamentalismo sutilmente agresivo. Se inicia en este punto la fase más penosa del tratamiento. Previamente, Juan había utilizado la terapia para construir una imagen aceptable de sí mismo apoyándose en su ilusoria participación en un círculo idealizado. Los sentimientos predominantes habían sido de alivio y seguridad, pero también de euforia, omnipotencia y excitación. Pienso que esta fase inicial del tratamiento ha sido una segunda versión de su relación con su amigo neo-nazi.

En una segunda fase, nos confrontaremos gradualmente con una tristeza compartida (aunque no abiertamente confesada por mi parte) frente a la imposibilidad de una fusión totalmente armoniosa, sin diferencia ni separación, que nos obliga a reconocer los límites propios y del otro, empezando por los límites del analista y del análisis. Juan percibe que no soy perfecta y también que no me sumo a él en el movimiento de idealización de mi persona y del psicoanálisis. Parecería que ni siquiera yo pienso que el psicoanálisis es la solución mágica. No es solo que no se siente aceptado en el círculo de los elegidos. Más grave aún: el círculo de los elegidos no existe. El psicoanálisis cesa de ser el nuevo icono heroico. Dejo de ser la imagen carismática que había buscado anteriormente en su amistad con Alberto. El psicoanálisis no se presta a reemplazar las ilusiones de fusión con un objeto maternal omnipotente que había previamente depositado en la ideología neo-nazi. Juan pierde la posibilidad de sentirse él mismo engrandecido y reconfortado por su relación con la imagen salvadora.

Una intensa tristeza invade las sesiones que se transformará lentamente en una nostalgia más suave. Juan va sintiéndose contento de sí mismo de una forma más realista, expresa un humor más desmitificador y tierno, sus críticas (de sí mismo y de los otros) se hacen más tolerantes. Retoma la relación con sus amigos, luego con su familia.

Empieza a pensar que el distanciamiento de sus padres podría haber sido motivado por su trágico nacimiento y que habían tenido miedo no sólo por la vida de su madre sino también por él. Eso significaría que sus padres le habían querido. Juan se va reconciliando con su historia y consigo mismo, se siente más seguro y está más tranquilo, va haciendo el duelo de sus fantasmas grandiosos.

Idealización, fanatismos y populismos

Podemos abordar esta viñeta apoyándonos en algunos conceptos descritos por Freud, en particular en “La psicología de las masas y el análisis del yo” (1921/1973). En este texto la relación del individuo con el líder es comparada con el enamoramiento y con el hipnotismo (proponiendo considerar a este último como un grupo de dos). El individuo deposita su Ideal del yo en el líder, la persona de quien está enamorado o el hipnotizador, estableciendo así un vínculo sumamente gratificante de idealización y dependencia. Simultáneamente, el individuo establece vínculos laterales con los otros partidarios del líder, lo que le proporciona la tranquilizadora convicción de formar parte de un grupo, evitándole así inquietantes sentimientos de soledad y abandono. Este doble mecanismo refuerza el sentido de identidad del individuo: por un lado, sabe cuales son sus ideales y expectativas, encarnados por el personaje carismático. El carácter idealizado y omnipotente de este último contribuye a su engrandecimiento personal al darle la ilusión de compartir la grandeza de su líder. Sabe quien es y siente que es valioso. Por otro lado, forma parte del grupo de los seguidores lo que le permite reposarse en un sentido de pertenencia. Sabe quien es, siente que es valioso y no está solo.

Se admite clásicamente que el Ideal del yo tiene una doble raíz: por un lado, puede ser visto como heredero del narcisismo infantil. La sobrevaloración de sí mismo (soy perfecto, omnipotente y tengo derecho a todo) a la que uno se ve obligado a renunciar en la infancia es depositada en un sujeto sobrevalorado: el líder carismático es perfecto, omnipotente y tiene derecho a todo, de forma que escapa a toda limitación (el líder carismático no está sujeto a ninguna de las reglas habituales). La fusión con el líder y con sus seguidores (reales o fantaseados) proporciona así la convicción de la legitimidad de escapar a las restricciones morales habituales y se acompaña de una disminución de la habilidad, y de la necesidad, de pensar, lo cual afecta a la capacidad de juicio. Este componente narcisista permite entender el inmenso placer que acompañan al enamoramiento, al hipnotismo y a la relación a un líder carismático, con inefables sentimientos de elación, omnipotencia y engrandecimiento de sí mismo acompañados de irracionalidad e inmoralidad.

Por otro lado, el Ideal del yo se forja sobre los ideales sociales transmitidos por los padres, de forma que es un factor de socialización, es decir de sumisión a las normas sociales. Así, el líder carismático encarna una serie de ideales, valores y aspiraciones, con frecuencia arraigados en el grupo cultural de origen. En efecto, un individuo es carismático en una sociedad determinada, en un contexto sociopolítico dado y en un momento dado. Lo determinante para que cuaje el carisma no es solo la personalidad del individuo carismático sino su capacidad de dar salida a las expectativas y ansiedades del grupo que lo erige como respuesta a las necesidades grupales

La doble naturaleza -narcisista y social- del vínculo carismático permite comprender las grandes variaciones cualitativas entre diferentes personas y en la misma persona en diferentes momentos y en situaciones particulares. Así, en un individuo dado o en un cierto grupo, el Ideal del yo puede presentarse con un carácter más o menos integrado y maduro que admite cierto grado de incertidumbre y de crítica. Otras veces, por el contrario, puede regresar a configuraciones fundamentalmente narcisistas, omnipotentes y mágicas. Se torna entonces intolerante, ciego a la realidad y agresivo hacia quienes no lo comparten.

En efecto, la adhesión a un líder carismático abarca un amplio abanico entre lo normal y lo patológico: hay adhesiones inocuas, como las de ciertos fans de futbol, y hay adhesiones peligrosas, como las de muchos populismos. Lo curioso en comprobar cómo individuos que parecen perseguir un Ideal del yo sensato y maduro en su vida en general pueden, en un sector delimitado de su existencia, mostrar actitudes sorprendentemente fanáticas (un ejemplo reciente son ciertos negacionismos vacunales en personas con cierta formación que disponen de una información adecuada).

A un nivel más interdisciplinario, se ha intentado comprender el carácter fanático de la adhesión a un líder como derivado de tres afanes universales: la necesidad de reafirmar la identidad propia, la lucha por el poder y el ansia de certeza (Abella, 2018). Cuanto más intensos sean estos tres anhelos en un individuo o un grupo dado más grande será el riesgo de una actitud fundamentalista. Así, la adhesión a un líder tomará un carácter más fanático e intransigente en aquellos contextos en los que el sentido de identidad y de pertenencia se ve amenazado, cuando uno se enfrenta a situaciones difíciles con un grave sentimiento de indefensión o cuando nos sentimos demasiado débiles para aceptar la incertidumbre y la duda. Un líder populista podrá, en estos casos, atizar la llama del fanatismo en los sectores más desfavorecidos[4] de la sociedad si promete seguridad, poder o sentimiento de pertenencia a un grupo de elegidos.

En este sentido se puede pensar que los populismos, las teorías complotistas, los influencers, etc. encontrarán terreno abonado en contextos sociales donde abunden la falta de perspectivas, la inseguridad y la debilidad de la cohesión familiar y social. La estima de sí mismo no es únicamente un fenómeno intrapsíquico: se verá reforzada o debilitada por el entorno. El grado de irracionalidad y fanatismo que les acompañan dependerá igualmente de la capacidad excitante o calmante del grupo, de la agresividad que le anima y del mesianismo de sus promesas. Así, en situaciones de grave descalabro social, el individuo encontrará una vía de reafirmación de sí mismo, de expresión de su descontento y de inserción social en cualquier movimiento que le ofrezca algo en lo que creer y por lo que pueda luchar en el seno de una comunidad.

Sabemos que todo joven, incluido el joven que cada uno de nosotros lleva en sí mismo, en distinta forma y medida, experimenta una necesidad vital de aventuras apasionantes, de heroísmo y de exaltación de la omnipotencia, de la solidaridad y del altruismo. Estas necesidades pueden ser satisfechas parcialmente por la vida cultural y, de manera muy potente, por los grupos que ofrecen un sentimiento de poder al tiempo que otorgan la protección que acompaña la experiencia de cohesión social. En el seno de grupos más o menos “racionales”, los fantasmas de omnipotencia pueden seguir diferentes vías. Existe la posibilidad de que sean sublimados y sufran una cierta transformación, contribuyendo al desarrollo del individuo y de la sociedad. También pueden seguir una vía de alienación y empobrecimiento, en la que el individuo se somete a dictados cargados de intransigencia[5].

De esta forma, es importante pensar que, si a nivel social estos movimientos son deletéreos, aportan al individuo un equilibrio personal, incluso si es provisional y de naturaleza defensiva (entendiendo por defensiva aquella actitud cuyo objetivo principal es recubrir necesidades más profundas que permanecen insatisfechas). Es esta su fuerza y en ella reside su peligro.

Doble valor de la idealización y la seducción en la psicoterapia

Ciertos fantasmas y defensas descritos son fácilmente identificables en el tratamiento de Juan. En su relación con su amigo neonazi y en la primera parte de su terapia conmigo, Juan buscó reconstruir su estima de sí mismo (su relación interna con su Ideal del yo) a través de una fusión a-conflictual con el objeto carismático, neo-nazi o psicoanalítico – (poco importa con tal de que permita la idealización). Habiéndose sentido siempre perdido, abandonado y dañado, buscó reconstruir una imagen aceptable de sí mismo a través de la identificación ilusoria y mágica con un ideal omnipotente. Experimentaba entonces la excitación, el placer sin límites, la expansión de sí mismo a través del otro y la ausencia de crítica que caracterizan el enamoramiento.

En términos bionianos[6], podemos decir que según los momentos predominaron los sentimientos de insuficiencia personal y de dependencia desesperada hacia al líder; en otras ocasiones resaltaba la cólera hacia los extraños incrédulos y descreídos; finalmente la esperanza mesiánica le impregnaba a veces de ilusiones cuasi místicas.

Se puede apreciar igualmente en el tratamiento de Juan la doble valencia del vinculo con un personaje carismático. La fusión fantasmática con un personaje idealizado (su amigo Alberto y la ideología neonazi primero, el analista y el psicoanálisis después) permitió a Juan reconstruir su imagen de sí mismo, sentirse valioso y apreciarse a través de su vínculo con el otro. Sin embargo, el precio de este rescate narcisista era sumamente alienante: implicaba una fuerte dependencia y una renuncia a sus propios valores, ignorando su diferencia con el otro. Juan podía valorarse a sí mismo en tanto y únicamente en la medida en que fusionaba con el objeto idealizado.

En este sentido, la psicoterapia aportó a Juan una pasarela transitoria, una prótesis provisionalmente tolerada pero que pudo posteriormente ser señalada como falsa (la idealización del analista y del análisis). Esta desilusión progresiva le permitió a Juan desarrollar poco a poco piel nueva. La prótesis carismática le fue útil durante un tiempo, le permitió incorporar y desarrollar capacidades importantes y le sacó de su doloroso aislamiento restaurando su vínculo con el mundo. Con una imagen más fuerte de sí mismo, Juan necesitó menos una fusión absoluta e intransigente con un líder carismático salvador.

Se ve aquí la diferencia esencial entre la idealización de un líder sectario, político o religioso y la idealización de un terapeuta: la primera tiende a perpetuarse, obedece a objetivos ajenos al individuo y ofrece seguridad únicamente a cambio de sumisión. La segunda busca la renuncia y el duelo de la idealización: se esfuerza por autodisolverse, persigue el interés del paciente y busca su independencia.

Podemos observar aquí los riesgos de una psicoterapia: en este contexto, la tentación es grande para el analista de dejarse llevar por las formas, a veces muy sutiles, de la seducción. ¡Qué alivio, en un tratamiento difícil, el de dejarse seducir y/o seducir ya sea en relación a la propia persona (me ven / me veo idealizado y omnipotente) o en términos del psicoanálisis que uno encarna (el psicoanálisis es perfecto y omnipotente y yo participo de dicha perfección y omnipotencia en tanto que psicoanalista)! ¡Qué agradable pensar que uno es el mejor analista que ha encontrado un adolescente con serios problemas o que el psicoanálisis sea la única vía salvadora! En el marco de un trabajo con frecuencia penoso, ¡que tentador vivir momentos de fusión totalmente harmoniosa como versión sublimada de un enamoramiento fuertemente narcisista!

Fundamentalismo y carisma en las sociedades psicoanalíticas

Si suponemos que las aspiraciones propias al fundamentalismo –afianzamiento del sentido de identidad, búsqueda de certeza y de poder- tienen un carácter universal, no nos extrañará encontrarlas en el psicoanalista y en el psicoanálisis como entidad social.

En el terreno clínico me parece que las distintas culturas psicoanalíticas hacen grandes esfuerzos por controlar los fenómenos de influencia y adoctrinamiento. El énfasis colocado en la escucha del paciente y en la escucha de la escucha, la consideración de la contratransferencia y la noción de la relación psicoanalítica como espacio revelador de fantasmas inconscientes o, alternativamente, como campo donde se co-construyen comprensiones móviles y evolutivas… estas y otras concepciones dan fe de la reflexión constante sobre lo que podrían ser formas de seducción carismática en la cura.

Por el contrario, las manifestaciones de dogmatismo fundamentalista agresivo e intolerante son más aparentes en el terreno público y asociativo: publicaciones que citan a Freud y otros precursores como se cita un texto sagrado, estilos argumentativos donde prima la elocuencia frente a la interrogación honesta y que buscan convencer más que transmitir, demonización de la parroquia vecina a quien se niega el carácter psicoanalítico (el tan repetido anatema: “esto no es psicoanálisis”), coloquios envenenados y esterilizados por rivalidades asesinas, etc. Un antídoto posible a una Babel tribal y guerrera, e igualmente pernicioso, es el relativismo postmoderno de “todo vale”: bajo cobertura de un ecumenismo superficial renunciaríamos al debate crítico y creativo, a la identificación de áreas dudosas en nuestra teoría y en nuestra práctica. Sería como reemplazar una religión única por un aglomerado de religiones pequeñitas pero consideradas incuestionables e infalibles.

En esta línea, los individuos carismáticos en el desarrollo del psicoanálisis tienen un doble efecto. Por un lado, en un eje diacrónico, pueden aportar importantes desarrollos al pensamiento y la práctica del psicoanálisis, fecundándolo, renovándolo y enriqueciéndolo. En un segundo tiempo, sin embargo, en la medida en que son sacralizados y sus innovaciones son transformadas en mantras, se convierten en obstáculos al desarrollo. A semejanza de una psicoterapia, se precisan quizá dos fases[7] para que una innovación teórica o técnica dé sus frutos: una primera fase en la que se expande y fascina, una segunda en la que se resitúa su valor y se parte de ella para nuevos desarrollos que pueden contradecirla. Como dice Bernardi (comunicación personal, 2021): “es necesario hacer con las ideas lo mismo que con los hijos, es decir, dejarlas vivir por sí mismas y mirarlas con objetividad en sus fortalezas y debilidades”.

Conclusiones

El principio de continuidad genética ofrece una gran generatividad: los mismos fenómenos se encuentran a lo largo de un continuum que va de lo normal a lo patológico con presentaciones que difieren entre sí tanto el en plan económico (nivel de investimiento pulsional) como en términos de su contenido fantasmático (más o menos integradas y maduras). Las hipótesis freudianas permiten comparar la dinámica grupal con el enamoramiento y la sugestión hipnótica. La definición de carisma en el diccionario, que incluye utilizaciones al servicio del poder pero también al servicio del bien común va en la misma dirección. Lo mismo se puede decir del término sugestión.

Hay un aspecto en el que el caso de Juan es ilustrativo. Cuanto más débil sea el narcisismo de un individuo, cuanto menos se sienta respetado y cuantas menos expectativas de futuro se le ofrezcan, más necesitará recomponer su estima de sí mismo por cualquier medio. En consecuencia, más importante será el riesgo de caer en seducciones carismáticas y más fanática, más irracional e intolerante será su adhesión a las mismas.

A nivel grupal, sociólogos, politólogos, antropólogos etc. han señalado una serie de factores de vulnerabilidad frente a fenómenos autoritarios y populistas. Su riesgo aumenta tanto más cuanto que un grupo humano se sienta desvalido, traumatizado, despojado de su cultura y de su identidad, sin horizontes. Esto se refiere no sólo a poblaciones con grados extremos de sufrimiento individual y social provocados por desastres tales como genocidios, persecuciones religiosas, políticas, raciales o sexuales, escalofriante explotación y destrucción masiva de ecosistemas y de culturas, etc. Hay que contar también con el sufrimiento más discreto, pero sumamente destructivo e invasor, de sociedades consumistas donde el único valor es el disfrute inmediato, fugaz y finalmente insatisfactorio de tantos gadgets como sea posible, al tiempo que se cierne sobre nosotros la amenaza de un desastre ecológico irreversible. Es en términos de este sufrimiento omnipresente e invasivo que podemos entender la adhesión a teorías complotistas y los negacionismos (ecológicos, vacunales, etc.) por parte de individuos educados, gozando de una buena situación sociocultural y que (aparentemente) “tienen todo”. Justamente, tienen todo lo superficial pero falta el sentido y la perspectiva que permiten los valores compartidos.

En tanto que psicoanalistas podemos intentar entender estos fenómenos, con su doble valor, en la clínica y a nivel grupal. En la clínica podemos estar atentos a las sutiles manifestaciones de la sugestión y la seducción en la relación terapéutica.

A nivel social, ¿que puede aportar el psicoanálisis a fenómenos como los fanatismos, negacionismos y populismos carismáticos? Podemos participar en el debate interdisciplinario señalando los elementos inconscientes que subyacen a los deseos, necesidades y creencias del individuo y del grupo, el valor de la relación interpersonal y la importancia de preservar valores y culturas y de respetar/cuidar – al planeta, al otro y a nosotros mismos. No es mucho, pero puede pesar en la balanza -personal y social.

Por el contrario, lo que si está en nuestras manos es cuestionar nuestras convicciones y expectativas en el contexto asociativo de nuestra profesión. Podemos recordar que el psicoanálisis no aportará ni certeza ni reducción de la complejidad a través de un único sistema de pensamiento -el psicoanálisis- pervertido en instrumento idealizado y omnipotente de dominio ilusorio de una realidad inquietante y múltiple. Se abre así una vía de curiosidad y respeto por el pensamiento del otro, de mayor humildad, pero también de crecimiento personal e institucional.

 

[1] Una de las raíces de esta discordancia entre la apreciación psicoanalítica diferente de dos fenómenos en realidad próximos: la sugestión y la seducción, tiene probablemente raíces históricas. El hecho de que el psicoanálisis se haya desarrollado sobre las cenizas de la sugestión, negándola e intentando superarla al tiempo que se nutre de su herencia, ayuda a entender esta divergencia. Lo negado en la sugestión (su potencialidad terapéutica) reaparece en algunas de las teorías psicoanalíticas sobre la seducción, por ejemplo, en los desarrollos muy ricos de Laplanche. Como dice el refrán francés: “ce que l’on chasse par la porte revient au galop par la fenêtre”.

[2] Tomo esta expresión de A. Green (2005), quien quería expresar con ella las diferencias notables entre diferentes culturas psicoanalíticas, fuente de incomprensiones entre posiciones inconciliables.

[3] Se ha señalado con frecuencia como el modelo (explícito o implícito) que un analista adopta con respecto al desarrollo de la vida psíquica en el bebé se corresponde con su modelo (explícito o implícito) sobre los mecanismos de la patología y de la curación.

[4] Desfavorecidos no únicamente en términos socio-económicos: la privación de cualquier necesidad vital puede ser terreno propicio a la tentación de satisfacciones rápidas y adictivas. Por ejemplo, la necesidad insatisfecha de aventuras, de participación en una vida de grupo y de enaltecimiento de la propia persona, con frecuencia frustradas en nuestro mundo cínico, hiperacelerado y consumista puede llevar a ciertos jóvenes educados de clase media a enrolamientos jihadistas. Como lo señala el antropólogo Scott Atran, director de investigación en antropología en el CNRS (Paris) lo que caracteriza a buen numero de afiliados al ISIS no es tanto una psicopatología previa o el hecho de carecer de educación o de una posición socioeconómica confortable sino la atracción de una cruzada que promete aventura, heroísmo, gloria y fusión con un grupo solidario animado por valores e ilusiones (citado en Abella, 2018).

[5] Me refiero aquí no a grupos sectarios y marginales sino a grupos “racionales” : culturales, profesionales, deporticos, incluyendo los grupos psicoanalíticos.

[6] Bion (1962) ha estudiado las diversas configuraciones emocionales que pueden tomar las fantasías grupales. Estas se resumen a tres: dependencia, ataque y fuga, apareamiento. En la primera, se viven intensos sentimientos de dependencia; en la segunda, predomina la agresión y la hostilidad y en la tercera triunfa la esperanza mesiánica.

[7] Estas dos fases no se siguen necesariamente de forma cronológica: pueden seguirse, superponerse o alternarse: lo importante es que se den los dos movimientos opuestos, de adhesión entusiasta y de crítica más serena.

Referencias

Abella, A. y Déjussel, G. (2017). Conviction, suggestion, séduction. PUF.

Abella, A. (2018). Can psychoanalysis contribute to the understanding of fundamentalism? An introduction to a vast question. International Journal of Psychoanalysis, 99(3), 642-644.

Bion, W. R. (1962). Experiencia en grupos. Paidós.

Freud, S. (1973). Psicología de las masas y análisis del yo. En Obras completas (Vol. III, pp. 1563-2610). Biblioteca Nueva. (Obra original publicada en 1921)

Green, A. (2005). The illusion of common ground and mythical pluralism. International Journal of Psychoanalysis, 86(3), 627-632.