aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Último Número 076 2024 Contexto en transición y adolescencia

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La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico [Aberasturi y Knobel, 1971]

Normal adolescence. A psychoanalytic approach [Aberasturi y Knobel, 1971]

Autor: García Campos, Luis

Para citar este artículo

García Campos, L. (2024). La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico [Aberasturi y Knobel, 1971]. Aperturas Psicoanalíticas, 76, artículo e7. https://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001267

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Reseña del libro Aberastury, A. y Knobel, M. (1971). La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico. Editorial Paidós. Colección Paidós Educador.

 

Releer este trabajo fundamental en la comprensión de la adolescencia comporta una revisión no sólo de contenidos, sino también del valor de las aportaciones psicoanalíticas para el desarrollo de las personas y de nuestra cultura.

Su introducción, fechada en 1970, nos coloca en un momento fundamental para la historia del psicoanálisis y de una manera especial en el psicoanálisis argentino.

Los enunciados de autores e investigadores psicoanalíticos van a generar una impronta fundamental en el reconocimiento de las condiciones de la experiencia humana. En esos momentos esta realidad es aún más clara en la forma de entender a la infancia y la adolescencia.

Desde la organización de contenidos y su distribución en el libro, querríamos destacar dos características a nuestro juicio relevantes: en primer lugar, la publicación recoge las elaboraciones de un grupo de trabajo. Esto da un carácter singular a la obra, en la que recogiendo en distintos momentos las aportaciones de diversos psicoanalistas participantes, proyecta una forma de redactar y comunicar particular, que incluye matices e inflexiones complejos, producto de la discusión y la elaboración colectiva.

Por otro lado, sin dejar la pista formal, es en el epílogo cuando Knobel y Aberastury hacen referencia a los contenidos repetidos en sus páginas. Reiteraciones que los autores consideran necesarias para subrayar la relevancia de algunos de los nudos conceptuales propuestos.

Sobre los ejes fundamentales de desarrollo de los contenidos del trabajo de Aberastury y Knobel, a nuestro juicio hay dos cuestiones destacables. La primera tiene que ver con enfrentar y analizar la adolescencia como proceso y no como etapa, liberándola de una posición prefijada por acontecimientos como la edad, evitando quedar atrapados en elementos naturalistas y permitiendo dar el sentido de ajuste y transformación personal, más allá de las condiciones concretas, de los tiempos y los ingredientes de un proceso que va a ser individual, a la vez que pueden establecerse aquellos elementos fundamentales para que ese proceso tenga lugar en todas las personas.

La intención de esta reseña no es sustituir la lectura del texto, bien al contrario, buscamos motivar su visita y dar motivos para volver a él. En ese sentido no hemos asumido una descripción proporcionada de sus contenidos, sino más bien establecer los núcleos fundamentales que van a ser desarrollados a lo largo del texto, independientemente de la extensión de sus capítulos.

Prefacio

Empezando por el principio, el Prefacio del libro, que firman Aberastury y Knobel en diciembre de 1970, señala cómo sus páginas son producto de una década de actividad y del trabajo de una “comunidad de ideas”, una comunidad que ha podido establecer una relación fructífera entre teoría y práctica, parte de la cual es firmante de los distintos capítulos que componen la publicación. Y le ponen título a esa comunidad, la denominan “escuela de Arminda Aberastury”. Desde esta perspectiva comunitaria proponen que los contenidos del libro sean una contribución a un trabajo de conocimiento interdisciplinar sobre la adolescencia.

Introducción

En la Introducción, firmada por Knobel, ya se enuncia uno de los ejes fundamentales de la investigación sobre la adolescencia. Se la define en primer término como un proceso, que se va a organizar en la interacción de elementos intrapsíquicos -que van a surgir espoletados por el desarrollo psicosexual- y las condiciones del contexto, de la “realidad humana que nos rodea” (p. 10). Esta tensión dará lugar a lo que el autor denomina “síndrome normal de la adolescencia”, que cargado de perturbaciones, es visto como necesario para todo adolescente, preciso para adquirir una identidad propia, lo que es entendido como un objetivo vital en ese momento del desarrollo.

Un proceso que es fundamentalmente un proceso de duelos. En esto Knobel recurre a lo conceptualizado por Aberastury, señalando la necesidad de que en la adolescencia se transiten tres duelos: por el cuerpo infantil perdido, por el rol y la identidad infantiles que comporta la renuncia a la dependencia y la asunción de roles de responsabilidad extrañas hasta ahora; el duelo por los padres, que pierden su capacidad para mantenerse como figuras de amparo ante la avalancha de situaciones nuevas que la adolescencia genera.

A estos tres duelos, se añade un cuarto: el vinculado a la pérdida de la bisexualidad infantil, una cuestión que parece invisible en muchas de las coyunturas en las que actualmente tenemos que intervenir. Aunque por seguir las indicaciones editoriales, dejaremos esta cuestión para la segunda parte de esta reseña.

Knobel va a señalar que esos procesos de duelo van a pasar por distintos momentos, algunos que podríamos considerar normales y otros patológicos, aunque subraya que en la “adolescencia normal” estos últimos son transitorios y fugaces. Y en los dos casos, el síndrome se construye en la relación de la persona con su medio social. Señalando cómo de ese marco social en el que la adolescencia se desarrolla, los padres son figuras fundamentales en las condiciones y los límites de todo proceso adolescente. No sólo en lo que tienen de valor en la construcción intrapsíquica del adolescente, también, complementariamente (a veces resonantemente) desde su posición de sujetos interpelados en el mundo externo por las nuevas realidades y exigencias de los hijos e hijas adolescentes. Recurrimos a dos expresiones rotundas de Knobel para subrayar este enunciado: “el adolescente aislado no existe” y “la patología es siempre expresión del conflicto del individuo con la realidad”.

Y en la tensión entre normalidad/patología, Knobel señala cómo “se produce un cortocircuito del pensamiento en donde se observa la exclusión de lo conceptual lógico mediante la expresión a través de la acción” (p. 12). Y esto ocurre igual en los procesos normalizados y en los psicopáticos, estableciendo como diferencia un elemento cuantitativo: en los procesos no patológicos, estos episodios serán temporales, fugaces, transitorios. En los otros casos se tenderán a estabilizar y a persistir, constituyéndose en elementos caracteriales.

Por último, Knobel va a señalar a un aspecto concreto de gran valor en la interacción adolescencia-contexto familiar, la vulnerabilidad que los y las adolescentes tienen ante las proyecciones de sus interlocutores más próximos: padres, hermanos, amigos…, quienes van a depositar en la figura del adolescente muchos elementos que, si son acogidos en la conflictiva personal del adolescente, van a dar lugar a situaciones de dificultad intra e interpersonal muy poco manejables, en las que el adolescente, depositario de conflictos interpersonales, va a actuar estas tensiones depositadas.

Knobel acaba esta introducción subrayando los riesgos de esas depositaciones masivas, tanto por sujetos próximos como por tendencias sociales más generalizadas, que colocan en los y las adolescentes problemáticas complejas y a los que después se segrega y condena como responsables de estas conflictivas sociales.

Capítulo 1: El adolescente y la libertad

Firmado por Arminda Aberastury, comienza señalando la necesidad del triple duelo enunciado por Knobel: por el cuerpo infantil, por la identidad infantil y por el lugar de los padres en ese tiempo infantil. Y va a continuar describiendo un proceso lleno de fluctuaciones, polarizaciones y cambios tanto físicos como psíquicos y sociales, en el que para alcanzar la “madurez biológica, afectiva e intelectual” el adolescente va a pasar previamente por una multiplicidad de identificaciones contemporáneas y contradictorias” en combinaciones inestables de diversos cuerpos e identidades.

Aberastury incluye a los padres del adolescente como una variable determinante de la ecuación en un doble lugar. Por un lado, en términos de receptores de toda esa confusión y multiplicidad experiencial e identitaria adolescente. Por otro, subrayando la importancia de su papel activo en las condiciones del proceso adolescente, a través de sus deseos, temores, conductas y expectativas. Por otro lado, los padres van a tener que elaborar duelos propios, precipitados por la pérdida de ese niño o niña que cambia de lugar, por ser respondidos por ellos enjuiciando desde nuevas posiciones su experiencia adulta, por verse más próximos al envejecimiento y a la muerte. Expresamente, la autora señala que la comprensión del proceso adolescente será incompleta “si no se toma en cuenta la otra cara del problema: la ambivalencia y la resistencia de los padres a aceptar el proceso de crecimiento” (p. 20). Aberastury llega a describir el conflicto generacional entre adolescentes y padres como una forma de lucha de clases.

Independizarse del ser “con” y “como” los padres es la finalidad de un proceso que desembocará en manejar activamente la realidad que tiene entre manos. Donde podrá proyectarse en el futuro, construir un proyecto propio y diferenciado de lo que recibe como propuestas de otros.

Y en ese intenso proceso, constantemente salpicado de idas y vueltas, el mundo interno del adolescente, se convierte en un refugio donde resguardarse de las confrontaciones con el mundo exterior, donde los procesos internos no se tienen que ver en un contraste continuo con las exigencias del entorno, ni chocar con el mundo del adulto.

Un mundo adulto que va más allá de los progenitores. Aberastury habla en general de esa sociedad (recordemos que estamos en los primeros años ’70) que responde violentamente al cuestionamiento adolescentes y al enjuiciamiento de los jóvenes de esa época.

La autora vincula en esta lógica del desarrollo adolescente la construcción de una identidad y la de una ideología, una forma de entender y posicionarse ante el mundo, donde va a resultar posible plantear las cosas de otro modo, dando lugar a la creatividad. Y se plantean formas distintas de entender la libertad; las relaciones amorosas y sexuales; y los desarrollos formativos y profesionales.

Para ello, señala Aberastury, además de atravesar los duelos sobre su cuerpo, su identidad infantil y el papel que sus padres han jugado hasta ahora, también es preciso que el adolescente y la adolescente abandonen la fantasía omnipotente de la bisexualidad. (será un duelo transversal a los otros tres, que los atraviesa y se construye –o no- con ellos).

Y en este proceso la autora señala con claridad una línea de acompañamiento para los progenitores: escuchar, no exigir información; dejar espacio al mundo interno y a las fantasías adolescentes; evitando controlar ese mundo interno tratando de exigir horarios, salidas y entradas, planes vocacionales, relaciones… Reconociendo una autonomía parcial en ese tiempo de contradicciones y decisiones precarias, que es necesario para que cada adolescente pueda irse reconociendo en sus nuevos lugares y adquisiciones. Dejar espacio, desprenderse, convertirse en espectadores activos son acciones que van a permitir acompañar el proceso, sin caer en una desatención y un abandono que oscurezcan los momentos dependencia imperiosa ni envenene los de autoafirmación. Aberastury habla de “dejar libertad con límites” incluyendo “cuidados, cautela, observación, contacto afectivo permanente, diálogo” …

Capítulo 2: El síndrome de la adolescencia normal

Viene firmado por Mauricio Knobel y comienza con un apartado titulado “Normalidad y patología en la adolescencia”. En él, Knobel explicita una definición de adolescencia tras defender una posición integradora entre perspectivas organicistas y ambientalistas:

la etapa de la vida durante la cual el individuo busca establecer su identidad adulta, apoyándose en las primeras relaciones objetales-parentales internalizadas y verificando la realidad que el medio social le ofrece, mediante el uso de los elementos biofísicos en desarrollo a su disposición y que a su vez tienden a la estabilidad de la personalidad en un plano genital, lo que solo es posible si se hace el duelo por la identidad infantil. (p. 39-40)

Y destaca que es este último elemento, el duelo -sus formas, sus momentos y sus alcances- el que va a articular todo el proceso experiencial y psíquico de la adolescencia y el que va a determinar desarrollos equilibrados o patológicos en este tránsito.

Knobel va a describir como una entidad semipatológica lo que él denomina “El síndrome normal de la adolescencia”, en el que cada sujeto, en función de su estructuración psíquica, va a presentar defensas variadas –maniacas, fóbicas, psicopáticas…- que en ciertos momentos van a ser preminentes y van a mostrar expresiones inquietantes para cualquier observador, pero que, si no cristalizan o se cronifican, van a ser parte de lo que el autor considera “una patología normal”, que va a mostrar momentos de conflictividad y perturbación importantes, entendiendo que si estos momentos no se presentaran, estaríamos ante un desarrollo anormal de este proceso. Señalamos brevemente los diez planos en los que se juega el “síndrome de la “adolescencia normal”.

Búsqueda de sí mismo y de la identidad

Partiendo de que el proceso de individuación es una de las funciones esenciales de esta etapa, produciendo una cristalización que dará lugar a un determinado carácter y personalidad, Knobel realiza un itinerario conceptual en el que recurriendo a distintos autores recoge elementos como “entidad yoica”, “autoconcepto”, “sí mismo” (self), en los que el cuerpo y el esquema corporal van a tener un protagonismo importante en la relación conflictiva entre urgencias instintivas y exigencias del medio. En el texto se recurre a Erickson para defender que la identidad es “un proceso psicosocial que preserva algunos rasgos esenciales tanto en el individuo como en su sociedad”, vinculando esta lectura compleja a los avatares bio-psico-sociales. Y continua definiendo la identidad adolescente recurriendo a otros conceptos: mismidad; continuidad; uniformidad entre pares; identidad negativa o por oposición; pseudoidentidad; identidades transitorias; identidades circunstanciales… momentos y formas que, en situaciones de equilibrio y desequilibrio, de desestructuración y de restructuración, permiten llegar a la constitución de una identidad adolescente propia, en la que el papel jugado por los padres, tanto en su función de acompañantes externos en el proceso como en su rol de figuras internalizadas, es fundamental. En todos esos movimientos han de jugarse los duelos ya mencionados: al cuerpo infantil; al rol infantil; y a los lugares que ocupan los padres en ese periodo que se abandona. En este sentido, una identidad adolescente equilibrada es aquella que ha conseguido sostenerse desde un mundo interno que “mantiene y refuerza su relación con los objetos internos” con referencia explícita de las figuras parentales interiorizadas.

La tendencia grupal

En el grupo de iguales se produce una “sobreidentificación masiva”, en la que la “uniformidad” se ofrece como un recurso defensivo ante las exposiciones de las idas y venidas identitarias del devenir adolescente. En palabras de Knobel, se transfiere al grupo de iguales “gran parte de la dependencia que anteriormente se mantenía con la estructura familiar y con los padres en especial”. El fenómeno grupal va a favorecer el desarrollo de mecanismos esquizoparanoides, lo que permite explicar tanto los investimentos masivos al líder del grupo adolescente como esas conductas de “irresponsabilidad” que aparecen en acontecimientos colectivos en los que los actos realizados parecen eximidos de cualquier sentimiento de crítica o responsabilidad personal. En este sentido, los vínculos grupales facilitan la “conducta psicopática normal en el adolescente”, actuaciones motoras y afectivas típicas de la psicopatía pero que en proceso adolescente van a tener presencias puntuales, circunstanciales y transitorias dentro de su desarrollo normal, sin que constituyan –como en la personalidad psicopática- un rasgo estable y crónico en el que la “mala fe” motive la conducta.

Necesidad de intelectualizar y fantasear

Knobel afirma que la vivencia de fracaso o de impotencia que comportan los duelos por el cuerpo y el rol infantiles, así como por el lugar de los padres en la infancia y por la bisexualidad infantil lleva al adolescente a utilizar el pensamiento para compensar esas pérdidas cruciales e inevitables. La fantasía y el pensamiento se constituyen en recursos para sobrellevar el empuje de las exigencias externas y de la descomposición de un mundo interior infantil que empieza a pertenecer al pasado. Se menciona el “autismo positivo” definido por Aberastury, que surge por un incremento de la intelectualización, lo que lleva a preocupaciones éticas, filosóficas, sociales y políticas. El refugio en la fantasía y el pensamiento es en ocasiones un factor determinante en la producción artística, literaria y filosófica de muchos adolescentes, que llevan a la producción creativa sus inquietudes.

Las crisis religiosas

En este aspecto, Knobel fija la atención en la intensidad de las frecuentes posiciones adolescentes, a veces místicas, a veces ateas, posiciones que con facilidad se dan en alternancia. En el proceso adolescente la duda y la indecisión dan cabida a la preocupación metafísica. Según el autor “las frecuentes crisis religiosas… son intentos de solución de la angustia que vive el yo en su búsqueda de identificaciones positivas” y del enfrentamiento de los duelos adolescentes. Aquí aparece también una nueva conciencia de la muerte. La divinidad se presenta como una imagen que idealizar en la conflictiva asociada a la crisis de las imágenes de las figuras parentales. Knobel va a incluir estas expresiones como elementos importantes en la construcción de esa ideología de vida que va a acompañar la construcción de la nueva identidad adolescente.

La desubicación temporal

El autor considera “que la percepción y la discriminación de lo temporal sería una de las tareas más importantes de la adolescencia, vinculada con la elaboración de los duelos típicos de esa edad”, describiendo este estado como parte de la resolución exitosa del proceso adolescente. Antes de ello, se subraya que durante ese proceso el adolescente vive en proceso primario el eje temporal, con constantes urgencias y frecuentes postergaciones que parecen no tener fundamento. Aquí Knobel recurre a Bion y a Bleger para señalar cómo estos episodios son expresiones de las partes no discriminadas de la personalidad, que requieren de una evolución progresiva. Será en este apartado en el que de forma más explícita se traten elementos psicóticos y cuestiones relacionadas con la ambigüedad blegeriana (1971). La dificultad adolescente para discriminar pasado, presente y futuro se suma a la de diferenciar interior-exterior. Esta situación requiere un trabajo de discriminación y desambiguación. En esta línea se recupera la tesis de Rascovsky que habla de una temporalidad maniaca, ligada a un núcleo aglutinado o psicótico. Knobel plantea una diferenciación entre tiempo vivencial y tiempo conceptual y señala que “aceptar la pérdida de la niñez significa aceptar la muerte del yo y de sus objetos para poder ubicarlos en el pasado”, lo que comporta pasar de situaciones más ambiguas a otras más depresivas. Cuando el adolescente “puede reconocer un pasado y formular proyectos de futuro, con capacidad de espera y de elaboración en el presente, supera gran parte de la problemática de la adolescencia”.

La evolución sexual desde el autoerotismo hasta la heterosexualidad

El autor propone como estación de término de este plano del proceso adolescente la “capacidad para asumir el rol parental” una vez arribada la madurez. Knobel recuerda a Freud para hablar de genitalidad en la infancia y recupera las tesis de Aberastury sobre la fase genital previa, que comenzaría tras el fin del vínculo oral, marcado por la aparición de la dentición. Es en estas circunstancias, y con la aparición del tercero, se establece el Edipo temprano. Éste deja de tener características orales y pasa a caracterizarse genitalmente. Vinculadas a este momento aparecen las fantasías genitales incluidas en el vínculo genital de “lo penetrante para lo masculino y lo penetrado para lo femenino”. Estas fantasías, a lo largo de la infancia van a convivir con otras que permiten sostener una posición bisexual, y éstas últimas van a verse confrontadas con la realidad psicobiológica cuando en la pubertad el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios va a conllevar el duelo por el cuerpo infantil perdido, forzado por la aparición de la menstruación y del semen. Knobel recuerda cómo en todo el proceso de desarrollo sexual de la infancia es fundamental la conducta de los padres y cómo esta va a serlo también en la forma de modular y acompañar las confrontaciones, los duelos y las adquisiciones adolescentes, que pasan, según los planteamientos del autor, por resolver la cuestión de la bisexualidad, identificarse con uno de sus progenitores, desarrollando mecanismos de defensa que eviten la consumación del incesto. Recuperamos algunas de las afirmaciones de Knobel: “Alcanzar la posición heterosexual adulta exige un proceso de fluctuaciones y aprendizaje en ambos roles” … “La raíz de la homosexualidad es preciso buscarla en la circunstancia de que el padre no asume sus roles o está ausente” … “La actividad masturbatoria en la primera infancia tiene una finalidad exploratoria y preparatoria para la futura aceptación de la genitalidad” … “Cuando la niña o el varón se masturban reconstruyen con una parte de su propio cuerpo el sexo que no tienen” … Knobel elabora una síntesis del proceso que reproducimos a continuación:

Es posible resumir lo expuesto diciendo que la masturbación, como fenómeno normal de la adolescencia, le permite al individuo en esta etapa de su vida, pasar por la etapa esquizo-paranoide de su personalidad, considerar a sus genitales como ajenos a sí mismo, tratar de recuperarlos e integrarlos, y finalmente realizar el proceso depresivo a través de una angustia, primero persecutoria y luego depresiva, e integrar sus genitales a todo el concepto de sí mismo, formando realmente una identidad genital adulta con capacidad procreativa, independencia real y capacidad de formar una pareja estable en su propio espacio y en su propio mundo. Es decir, habrá llegado el individuo a la genitalidad procreativa. (p.86-87)

Actitud social reivindicatoria

Vinculada con el proceso de identificaciones grupales, aparece la protesta como recurso para la separación. Knobel señala la importancia del grupo familiar también en este plano y recurre al concepto de “ambivalencia dual” donde “en la misma situación ambivalente que presentan los hijos separándose de sus padres, la presentan estos al ver que sus hijos se alejan” y continúa señalando cómo las condiciones sociales son determinantes para definir procesos y productos del devenir adolescente en cualquier momento histórico. El autor enuncia que es casi imprescindible la actitud reivindicativa del adolescente, entendida como una fuerza reestructuradora, personal y socialmente, citamos: “En la medida en que el adolescente no encuentre el camino adecuado para su expresión vital y la aceptación de una posibilidad de realización, no podrá nunca ser un adulto satisfecho”. El empuje transformador y cuestionador adolescente es respondido por el mundo adulto, que trata de controlar e inhibir esa fuerza que lo cuestiona. Frente a ese intento de someter las fuerzas instituyentes juveniles, Knobel señala dos salidas para los adolescentes, una que mediante crisis violentas trata de superar esas confrontaciones sociales absurdas, u otra desarrollando una “reestructuración yoica revolucionaria” que permita liberar al adolescente de un “superyó social cruel y limitante”. Continúa Knobel señalando que si este proceso no finaliza en una “madurez serena” las necesidades psicológicas de una adolescencia se prolongan sin límite en una vivencia de inquietud, inestabilidad y una sensación de fracaso.

Contradicciones sucesivas en todas las manifestaciones de la conducta

Citando al autor, “en el adolescente, un inicio de normalidad se observa en la labilidad de su organización defensiva”, por el contrario “sólo el adolescente mentalmente enfermo podrá mostrar rigidez en la conducta”. Una conducta que “está dominada por la acción” en una personalidad, la adolescente, donde los procesos de proyección e introyección son intensos, variables y frecuentes. “Es el mundo adulto el que no tolera los cambios de conducta de los adolescentes, el que no acepta que el adolescente pueda tener identidades ocasionales, transitorias, circunstanciales”(p. 96-97).

Separación progresiva de los padres

Desde el esquema de Aberastury, este es un duelo fundamental del proceso adolescente. “La intensidad y calidad de la angustia con que se maneja la relación con los padres y su separación de estos, estará determinada por la forma en que se ha realizado y elaborado la fase genital previa de cada individuo” (p. 97). Knobel señala tres variables relevantes para el proceso: la presencia internalizada de buenas imágenes parentales; unos progenitores con roles bien definidos; y una escena primaria amorosa y creativa. A esto hay que sumarle en la actualidad de la relación adolescente, cómo los progenitores reviven sus propias situaciones edípicas, que se ven revividas en los nuevos lances que portan sus descendientes adolescentes. Las posiciones de los padres ante la emergencia de la sexualidad genital en sus hijos y la toma de distancia que estos precisan establecer con ellos son determinantes en las condiciones del proceso adolescente. En función de las experiencias edípicas previas y de las contingencias que puedan aparecer en la adolescencia, el autor describe fórmulas de identificación diversas, unas cercanas a la psicopatía, otras mediadas por los mecanismos esquizoparanoides, fórmulas para soslayar las exigencias intrapsíquicas y las limitaciones del contexto de desarrollo.

Constantes fluctuaciones del humor y del estado del ánimo

Entendiendo el proceso adolescente en su esencia, alrededor de los duelos a realizar, es importante reconocer la normalidad de los diversos estados de ánimo, cambios de humor y estados de abatimiento y tristeza que van a acompañar este proceso. Analizar este plano del desarrollo adolescente pasa por dar sentido de normalidad y pertinencia a “fluctuaciones dolorosas”, repliegues autistas, frustración, desaliento, aburrimiento… “El adolescente se refugia en sí mismo y en el mundo interno que ha ido formando durante su infancia preparándose para la acción…, elabora y reconsidera constantemente sus vivencias y sus fracasos” (p. 101).

Capítulo 3: Adolescencia y psicopatía

Firmado por Aberastury, Dornbusch, Goldstein, Knobel, Rosenthal y Salas, comienza recordando los duelos que van a ser atravesados en el proceso adolescente. Y cómo esas elaboraciones van a poder permitir llegar a la construcción de una identidad nueva y a poder proyectarse en el futuro, en forma de decisiones como la vocación. Sobre este último elemento vital, los autores plantean que la dificultad para elegir no tiene tanto que ver con el adquirir algo o el qué adquirir, como con perder, la renuncia que comporta elegir.

Y además se señalan las distintas formas en las que ese proceso puede encallar, desviarse o dar lugar a distintas formas patológicas. En la manera de entender la relación entre proceso normal y patología no se señalan tanto caminos distintos como formas distintas de resolver las mismas cuestiones, vinculadas cómo y en qué medida los duelos centrales de la adolescencia son resueltos.

Por ejemplo, se discrimina entre el uso intenso que realiza el adolescente del pensamiento y de su mundo interno, frente a la actuación sin pensamiento de que se da en la psicopatía. El proceso adolescente lleva a pensar y hablar mucho, frente al psicópata, que fundamentalmente actúa. Cuando por algún motivo la comunicación se ve limitada en el adolescente, aparece la actuación. Los autores señalan que la palabra y el pensamiento cumplen la misma función que el juego en la infancia, permiten integrar la realidad y manejarse en ella.

Otra de las cuestiones que van a producirse en el proceso de duelo adolescente será la definición de una identidad sexual adulta, distinta de las condiciones en las que esas identidades se juegan en la infancia y precedida con frecuencia por situaciones experimentales con formas diversas. También será relevante la aceptación de la muerte, que requiere integrar los sentimientos de pérdida. Si esto no ocurre, como acontece en la psicopatía, “no existe el cuidado por el objeto ni por sí mismo, el afecto está negado y la capacidad de goce en la vida disminuida”.

Capítulo 4: Adolescencia y psicopatía, con especial referencia a las defensas

Viene firmado por los mismos autores que el anterior y se describe como una producción grupal, a partir del material obtenido en el análisis de dos jóvenes psicópatas, con la intención de mostrar con material clínico lo que hasta ahora se ha planteado teóricamente sobre la adolescencia.

Capítulo 5: El pensamiento en el adolescente y en el adolescente psicopático

Firmado por Gela Rosenthal y Mauricio Knobel, vuelve a revisarse la elaboración de los tres duelos señalados por Aberastury en el plano del pensamiento. En el duelo por el cuerpo infantil, los autores vinculan estos procesos mentales, dentro de lo que se denominó anteriormente el síndrome de la adolescencia normal, a un fenómeno de despersonalización que pasa por proyectar en las ideas y las palabras investidas con una importante carga libidinal, lo que permite manejar con menores niveles de intensidad las conflictivas relacionadas con el cuerpo. Si este proceso de despersonalización, que es fluctuante en la adolescencia normal, cristaliza y estabiliza, nos encontraríamos con el desarrollo de una psicopatía.

En cuanto a las derivadas del pensamiento en el duelo por la identidad y el rol infantil, plantean que la transición adolescente lleva a sus actores a un fracaso de personificación, utilizando los mecanismos de proyección e introyección para depositar en los iguales y en los padres elementos que permitirían cierta responsabilización de sus condiciones y de sus actos. Este mecanismo sostiene expresiones como la desafectación, la desconsideración hacia los otros, la “falta de carácter” o situaciones de crueldad que, siguiendo patrones psicopáticos, reducen el sentimiento de vinculación con el otro y eliminan la culpa en acciones que se viven irresponsablemente. Si estos procesos se convierten en prominentes y estables, los autores hablan de psicopatía, donde, a costa de un empobrecimiento del yo, se trata de mantenerse en una situación irreal de irresponsabilidad infantil.

En cuanto al duelo por el papel de los padres, los autores vuelven a señalar la complejidad de una situación de “doble duelo” donde los actores, tanto hijos como padres, son determinantes en su resolución, unos dependientes de las actitudes, posiciones y resoluciones de los otros. También se destaca la relevancia de otras figuras idealizadas que van a pasar a sustituir, temporal y fragmentariamente, las depositaciones que anteriormente se colocaban en los progenitores.

Con respecto al tiempo en el adolescente, Rosenthal y Knobel plantean que en este proceso se da una “crisis de temporalidad”. El abordaje de los duelos permitirá establecer un pasado, lo que ya no es ni se es, y proyectarse hacia fantasías y representaciones del futuro, que pueden dar lugar a un proyecto de vida. Frente a esto, el psicópata queda enredado en una atemporalidad regida por el pensamiento primario.

 Por último, los autores abordan la identidad sexual en la adolescencia, recordando cómo la pubertad tiene un marcado nexo con lo que aconteció en el Edipo temprano, en el primer año de vida, y que ahora van a recolocarse para aceptar una identidad que comporta la renuncia a la fantasía de la bisexualidad, a través de momentos de confusión, duda y representaciones adolescentes, itinerario valioso en la elaboración de los duelos mencionados. Frente a esto, plantean cómo la psicopatía deja al sujeto en una “bisexualidad fantaseada que tiene para él todo el significado de realidad psíquica y que impide relaciones amorosas de objeto” (p. 153).

Capítulo 6: El adolescente y el mundo actual

Aberastury cierra el texto señalando la importancia del contexto social en las coordenadas del desarrollo adolescente.

La autora realiza una lectura etimológica del término adolescente significativamente distinta a la que relaciona adolescencia y falta: “Literalmente adolescencia (latín, adolescencia, ad: a, hacia + olescere: forma incoativa de olere, crecer) significa la condición o el proceso de crecimiento”.

Habla de “una sociedad difícil, incomprensiva, hostil e inexorable a veces frente a la ola de crecimiento lúcida y activa” que comportan las nuevas generaciones de adolescentes. Y de cómo las situaciones bélicas y los conflictos sociales (pensemos en el mundo de los años 60 y 70) configuran un contexto que eleva la intensidad de las angustias y dificulta la construcción sólida de identidades nuevas.

Aberastury acaba señalando algunas cuestiones de época, como el efecto de la transición de sociedades tradicionales, agrícolas y rurales a la modernidad caracterizada por la industria y la tecnología.

Una lectura desde 2024

Leyendo La adolescencia normal hace casi tres décadas aprendí que la adolescencia es un proceso que comienza siendo biológico y acaba siendo social, atravesado todo por las condiciones psíquicas con las que los y las infantes se presentan y sazonado con los avatares, acontecimientos y circunstancias que se cruzan a lo largo del proceso.

A mi juicio el texto de Aberastury y Knobel realiza tres aportaciones fundamentales, en primer lugar, hace una lectura de la adolescencia desde una perspectiva interaccional entre lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo, entre lo que se desarrolla en el psiquismo de cada adolescente y lo que el entorno va a aportar como determinante en el proceso. En segundo lugar, estaría la consideración de proceso, que libera a la adolescencia de la consideración estática y cronológica de etapa, En tercer lugar, planteando el “síndrome de la adolescencia normal” defiende en sus páginas una mirada despatologizadora de muchos comportamientos adolescentes que incómodos e incomprensibles para los adultos, remiten a tensiones y conflictos congruentes con el proceso psíquico adolescente, dándoles sentido y valor para su desarrollo exitoso.

Volver a leerlo para elaborar esta reseña me ha dado la oportunidad de recolocar y redefinir con más precisión muchos de los enunciados que comparten los autores y además me ha llevado a reflexionar sobre las condiciones y circunstancias en las que actualmente se desarrolla la adolescencia. Lo que más me evocó la relectura del texto de Aberastury y Knobel era sobre lo que se mantiene y lo que ha cambiado en la forma de mirar a la adolescencia en estos más de cincuenta años transcurridos desde su primera edición. Si ha cambiado la actualidad de la adolescencia de 1970 a nuestros días.

Recojo el término actualidad de la mano de Armando Bauleo (1997) y de otros con los que coincidió -pienso en Deleuze (1989)-, que planteaban la discriminación de lo que fuimos o lo que fue con lo que somos o lo que es como parte de un trabajo de esclarecimiento que atañe al trabajo analítico, incluyendo no sólo la clínica individual, sino como Bauleo afirmaba, también la clínica de lo social.

Cuando comencé a bosquejar la presente crónica me vinieron tres interrogantes casi de inmediato, relacionados con la actualidad, ligados al paso del tiempo entre el libro y nuestros días ¿adolescencia? ¿normalidad? ¿libro?

Y empiezo por la última cuestión recordando una anécdota viajera, de los primeros noventa, cuando un librero de la porteña calle Corrientes, mientras me ponía al tanto de las últimas publicaciones de psicología y psicoanálisis argentinas, me decía, muy winnicottiano, que no podía entender cómo se organizaban las cabezas de los estudiantes de psicología si ya no leían libros, si lo que hacían era compartir y estudiar en fotocopias que eran una montaña de fragmentos del pensamiento científico, sin unidad, sin coherencia, sin desarrollo. A día de hoy, cuando esos capítulos fotocopiados se han sustituido por las presentaciones que el profesorado universitario utiliza en sus clases y luego distribuye, y cuando las tesis doctorales quedan resumidas en un formato de artículo, y cuando las publicaciones científicas se ven obligadas por motivos de “novedad” a recurrir exclusivamente a citas recientes, obviando las fuentes originales, tenemos que pensar que la forma de generar y compartir conocimiento ha cambiado. Pongo un solo ejemplo: revisando bibliografía contemporánea sobre apego, en muchos de los textos académicos consultados en la última década Bowlby no aparece citado… Píldoras de conocimiento que sintetizan puntos independientes e intercambiables en líneas disciplinarias maleables y plásticas en la que frecuentemente cuesta visibilizar direcciones, seguir desarrollos y reconocer raíces. Pensamiento que por la exigencia constante de novedad y por su forma expositiva parecería efímero (Lipovetsky, 1990).

Para continuar con interrogantes que nos permitan describir algunas condiciones del campo, de ese aquí y ahora en el que se es o se piensa la adolescencia, tendríamos que interrogarnos por la resistencia a la frustración de los adultos que -en hogares, escuelas y otras instituciones- señalan cualquier discrepancia o diferencia con lo esperado como síntoma a diagnosticar y tratar. La ansiedad de los adultos ante cualquier “desviación” de lo esperado y de lo alcanzable atiborra de consultas a profesionales y de visitas a las webs de influencers. En búsqueda de remedios inmediatos y radicales a cualquier desviación de lo esperado.

Y en este sentido uno de los valores más relevantes del trabajo de Aberastury y Knobel, a mi juicio, es dar carta de normalidad a muchos comportamientos que, entendidos en su proporción, su valor y su sentido, están más allá o más acá de diagnósticos, patologías o criterios de enfermedad. Los autores atienden al desarrollo adolescente desde su complejidad, desde el necesario malestar y sufrimiento que comporta su proceso de duelos, señalando la necesidad de que se den tiempos y condiciones para que acontezcan.

Una cuestión a mi juicio significativa es cómo los autores contraponen desarrollo normal con psicopatía. Tenemos que preguntarnos si ahora el contraste entre el “síndrome normal” y lo patológico estaría con los trastornos límites y con todos esos procesos no concluidos que se instalan de forma difusa en patologías dispersas y muy poco manejables, las que llenan nuestro sistema de salud mental con muchas necesidades y pocas perspectivas de evolución. ¿serán síndromes adolescentes truncados? En este sentido recordaríamos cómo Erik Erikson (1978) –autor que se menciona en numerosas ocasiones en el libro- plantea el desarrollo adolescente en la tensión Identidad-Confusión de rol. Y desde ahí podríamos sumarnos a esa lectura, que en nuestra actualidad podría llevarnos a pensar en las dificultades en las que los límites se establecen en el desarrollo de la adolescencia, a los jóvenes de vidas grises que describe A. M. Fernández (2013). Y también analizar los numerosos “derrumbes” adolescentes desde los desarrollos de Laufer (1995), así como las distintas lecturas propuestas de Rother Hornstein (2006) de las adolescencias turbulentas.

Una forma de pensar lo equívoco de los límites adolescentes tendría que ver con las identidades sin cuerpo, la inclusión de las experiencias virtuales en las que se puede ser infinitamente, indeterminadamente, en espacios en los que el encuentro con el otro acontece sin la presencia del cuerpo. Y relacionarse sin cuerpos no necesariamente como algo complementario a las relaciones corpóreas, sino como algo que puede generalizarse o perpetuarse a voluntad, en función de deseos, condiciones y temores, configurando múltiples identidades posibles, habitando múltiples comunidades imaginadas en las que otros se presentan y comunican también sin la limitación del cuerpo y dando lugar a experiencias intersubjetivas de difícil metabolización en los espacios intrapsíquicos.

En términos de actualidad, también tendríamos que reflexionar sobre las condiciones en las que puede estarse desarrollando en nuestro tiempo el Edipo temprano, la articulación del tercero y la marca que ese cambio de lo oral a lo genital se describe en el libro como un hito fundamental que será retomado, entre otros momentos, en el devenir adolescente. Y queremos preguntarnos de una forma tan vaga como convencida en cómo en estos cincuenta años que distan en nuestra cultura de la publicación del libro a ahora, pueden haberse alterado los patrones de crianza en términos de desarrollo psíquico. Y en los que la condición y los efectos del tercero podrían verse alterados de forma significativa.

Tomemos como emergentes cuestiones como el colecho o la lactancia prolongada, y cómo cambian los márgenes de triangulación en lo cotidiano y en lo intrapsíquico y la forma en la que es posible clivar esos elementos simbióticos de la personalidad que Bleger (1967) señala como fundamentales en el desarrollo neurótico. Recordamos aquí que este autor (Bleger, 1971) hizo público casi a la vez de la aparición de La adolescencia normal un trabajo sobre la identidad adolescente en la que se vuelve a defender esta tesis, que a mi juicio sirve para abordar algunas de las transformaciones que la realidad presenta en nuestros días, en cuanto señala a las consecuencias de fenómenos que no permiten el clivaje de ciertos elementos psíquicos.

Estaríamos señalando fundamentalmente a la cuestión del límite, del corte, que pasada la modernidad parecería un anacronismo y esta cuestión, que nosotros pensaríamos de algún modo relacionada con el declive del patriarcado (García, 2013), precisa de una revisión social y de un análisis psicoanalítico en cuanto a las formas de estructuración intrasubjetivas, los efectos de estas posibles nuevas organizaciones psíquicas en términos de conductas, malestares y síntomas, y en las nuevas organizaciones familiares que se organizan en lo intersubjetivo y que van a definir los contextos de desarrollo de los y las adolescentes.

También desde la temporalidad, pensaría cómo la infancia se ha visto invadida por ciertas cuestiones adolescentes que han modificado significativamente el periodo de latencia. Una observación previa a la cotidianidad de internet, pero que ahora, con el acceso libre para los niños y niñas a contenidos de todo tipo, en sus dispositivos móviles o en los de sus padres, han cambiado la exposición de la infancia a numerosos estímulos. Una buena cantidad de ellos sexualizantes de la infancia, muchos otros ofreciendo producciones con contenido sexual adulto que son digeridos de formas peculiares por niños y niñas.

Y si la entrada a la adolescencia parece haber variado en costumbres, conductas y exposiciones, la salida se ha visto aún más alterada, cuando no impedida. Por un lado, parecería que en muchos sectores sociales es imposible que se produzca un conflicto generacional como el que se describe en las páginas del libro reseñado. La permeabilidad de los códigos, la permisividad de convivencia entre adolescentes y jóvenes sexuados y sus progenitores, la prolongación de la formación “básica” requerida para iniciar la vida autónoma, la percepción de barreras infranqueables en el contexto habitacional y laboral como argumentos postergatorios… hacen que el fin de la adolescencia quede suspendido en el tiempo en muchas personas.

En este mismo sentido, hablar del duelo por la bisexualidad infantil y señalar a la identidad heterosexual reproductiva como resultado del proceso también parecería requerir una relectura, tanto por el cambio social acontecido en las últimas décadas sobre la diversidad sexual, como por el lugar que ocupa la reproducción en muchos y muchas jóvenes. Recordemos que en muchas ciudades del mundo desarrollado son más las personas jóvenes que se hacen acompañar en su independencia por mascotas que por vástagos.

La dificultad para el conflicto generacional, la elusión de la dialéctica, la invitación a seguir siendo niños grandes y progenitores jóvenes, la insoportabilidad de la tensión generacional son condiciones en las que la cuestión del conflicto intergeneracional queda diluida (Tío, 2021), desde formas de autoridad lábiles, que buscan en muchas ocasiones sustituir con argumentos y diálogos la determinación normativa, sin permitir condiciones de confrontación, sin margen para la identidad reactiva, sin capacidad para discriminarse cuando se buscan otras posiciones, cuando se defienden otros argumentos, cuando se necesita ocupar otros lugares.

En varias ocasiones los autores aluden al “doble duelo” el que los hijos que atraviesan la adolescencia tienen que hacer y, a la vez, complementariamente, el que los progenitores tienen que hacer tanto por la pérdida de la infancia de sus descendientes como por el salto de condición que comporta para ellos el pasaje a la posición de padres de adolescentes, cuestión que comporta enfrentar la pérdida de la generatividad, la aproximación a la vejez, con lo que esto comporta a nivel psíquico, físico y social. Pensaríamos que podría fraguarse una doble alianza para tratar de eludir esos duelos tanto desde el lugar de los padres, como del de los hijos, con los consiguientes costes psíquicos.

Y podríamos señalar otra fuente de dificultad del desarrollo adolescente desde las características actuales del conflicto generacional, siguiendo esta línea y llevándola un poco más lejos. Si pensamos en términos pichonianos (Pichon-Rivière, 1975) de sociodinámica familiar muchos de los conflictos que los y las adolescentes presentan de forma irresoluble y que en muchas ocasiones son motivo para pedir ayuda profesional, parten de situaciones de enfrentamiento regular y constante con alguno de sus progenitores, cuando estas posiciones y conflictos son producto de un conflicto no explicitado entre los padres, del que el adolescente es portavoz, depositario de unas tensiones irresolubles en cuanto no le son propias, sino que le son asignadas por alguno de sus progenitores en los conflictos de pareja que este tiene con el otro.

Otra cuestión para reconsiderar las lecturas actuales sobre la adolescencia es la dificultad de proyectarse en el futuro. En un marco social híperacelerado, regido por la inmediatez, donde todo tiene que ser ya. En esta realidad social, escojo el término hipermodernidad de Lipovetsky (1990) y Lipovetsky y Charles (2006), en los que la aceleración y el presentismo son condiciones temporales para todo lo posible y donde pensar en tiempos necesarios, en cadencias, en ritmos, parecería del todo imposible. Desde aquí pensaríamos la actualidad adolescente como un proceso complicado por la falta de continente, la dificultad de cierre, la proyección infinita en el tiempo.

Desde estas condiciones del contexto tendríamos que pensar en las dificultades que los y las adolescentes de hoy tienen para atravesar y elaborar duelos que van a requerir de tiempos, de momentos, de tensiones, que parecerían inadmisibles e insoportables para quienes tendrían que ser sus continentes, sus figuras de contención frente a los que producir nuevas y distintas identidades.

Una cuestión a incluir en la lectura y las formas actuales de pensar en la adolescencia es la de señalar la diversidad como un elemento que la atraviesa. Si hablamos de organizaciones sociales y familiares que pasaron de la modernidad a la hipermodernidad, tenemos también que señalar que en nuestra realidad social la convivencia de modelos distintos es una realidad incuestionable. Siguiendo a Margaret Mead (1970), cuando hablaba a los jóvenes de los setenta, en nuestra realidad hay familias en las que los padres enseñan a los hijos, otras en las que progenitores e hijo aprenden a la vez, y otras en las que son los más jóvenes los que enseñan a sus mayores. Pensaríamos en familias y entornos sociales premodernos, modernos y postmodernos. Y en las tensiones que vivir entre todos esos mundos conlleva.

La globalización en la multiplicidad de adolescencias hacen que convivan en los mismos espacios físicos experiencias muy distintas, referenciadas en marcos sociales y contextos de desarrollo muy distintos, pensemos en una chica árabe, nacida en Europa, que vive en una familia de coordenadas “modernas” en cuanto a su organización y sus normas, que disfruta cotidianamente vídeos de Shakira y de Rosalía y que se enamora con 15 años viviendo una relación romántica que por la intermediación de distintos profesionales e instituciones acaba sufriendo un ingreso psiquiátrico de 15 días como respuesta a sus “dificultades de adaptación”. Y la diferencia con otra compañera de edad y de grupo escolar que mostró una turbulenta entrada en el instituto cuando sus padres decidieron cambiar de domicilio, pasando de un piso a un chalet en una localidad vecina, amputando de forma abrupta todas las relaciones sociales de la menor, sus fantasías de futuro que había compartido con su grupo de amigas con las que confiaba “hacerse mayor” en los próximos años.

Antes de terminar y subrayando un aspecto fundamental de la obra, como es el incluir a los demás, los vínculos, como factores determinantes de los procesos intrapsíquicos –tanto en lo próximo, en el papel de los progenitores, como en lo social amplio-, nosotros entendemos que en la actualidad, con la universalización de la educación, cabría también prestar una atención detallada a la institución escolar, por convertirse en un espacio de socialización complementario a lo familiar, en el que se juegan muchas cuestiones del proceso adolescente, a través de proyecciones e identificaciones con los iguales, la autoridad y las tareas académicas. Un escenario fundamental para transitar de los espacios infantiles a las condiciones de desarrollo adultas, en el que en buena medida se fraguan la identidad y la ideología adolescentes. Y volvemos a reencontrarnos aquí, desde nuestra actualidad, con la cuestión del límite, en un modelo educativo que se articula desde la formación “permanente”, infinita, inconclusa siempre, que trae también una dificultad para encontrar el límite de la adolescencia y traspasarla al universo adulto.

Terminamos estas reflexiones preguntándonos si de alguna manera mucho de lo que vemos en la clínica adulta es efecto de esos procesos adolescentes que de algún modo quedaron interrumpidos, pendientes o fueron complicados por algún acontecimiento.

Referencias

Bauleo, A. (1997). Psicoanálisis y grupalidad. Paidós.

Bleger, J. (1971). La identidad adolescente, fundamentos y tipicidad. En Revista Área 3. Cuadernos de temas grupales e institucionales. 17. Invierno de 2013. http://www.area3.org.es/Uploads/a3-17-adolescencia.JBleger.pdf

Bleger, J. (1967). Simbiosis y ambigüedad: un estudio psicoanalítico. Paidós.

Deleuze, G. (1989). Qué es un dispositivo. En Michel Foucault, filósofo. Gedisa. pp. 155-163.

Erickson, H.E. (1978). Infancia y sociedad. Hormé.

Fernández, A. M. (2013). Jóvenes de vidas grises. Psicoanálisis y biopolíticas. Nueva Visión.

García, J. (2013). Los adolescentes, la declinación del patriarcado y las nuevas estructuras familiares. En Revista Uruguaya de Psicoanálisis. 117. http://publicaciones.apuruguay.org/index.php/rup/article/view/369/319

Laufer, M. (1995). El adolescente suicida. Biblioteca Nueva.

Lipovetsky, G. (1990). El imperio de lo efímero. Anagrama.

Lipovetsky, G. y Charles, S. (2006). Los tiempos hipermodernos. Anagrama.

Mead, M. (1970). Cultura y compromiso. Granica.

Pichon-Rivière, E. (1975). El proceso grupal. Nueva Visión.

Rother Hornstein M. C. (comp.) (2006): Adolescencias, trayectorias turbulentas. Paidós.

Tío, J. (2021). Conflicto, emancipación y utopía en la adolescencia. En Cruz, D., Mollejo, E., y González F. (Coords.): Adolescencias nuevos retos, nuevas transiciones. AEN.