aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 009 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

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El cambio terapéutico a la luz de los conocimientos actuales sobre la memoria y los múltiples procesamientos inconscientes

Autor: Bleichmar, Hugo

Palabras clave

Ansiedad de castracion, Descentramiento de la propia mente, Deseo, Edipo, Escision vertical, Estados afectivos, Inconsciente efecto de procesos defensivos, Inconsciente originario de las interacciones, Inconsciente originario por identificacion, Memoria.

 

"Es amigo Platón,
pero más amiga es la verdad" *

        El psicoanálisis está en un momento muy especial: crisis, renovación y expansión se entrelazan. Luego de más de un siglo de existencia, sus hipótesis fundamentales sobre la importancia del inconsciente en la determinación de la conducta, durante mucho tiempo cuestionadas, han recibido comprobación empírica desde la neurociencia y la psicología cognitiva (ver la excelente revisión de Westen (1999) y también el trabajo experimental de Shevrin y col. (1996). Se lo combate al mismo tiempo que se incorporan, en otras formas de psicoterapia y en la psicología académica, sus conceptos sobre las motivaciones inconscientes, las defensas, el papel de las relaciones tempranas en la organización del psiquismo, la transferencia, etc. El conductismo radical ha cedido ante la evidencia de los procesos mentales que desdeñaba estudiar. En la actualidad, su aplicación a la psicoterapia toma la forma de intervenciones cognitivo-conductuales. La psicoterapia cognitiva está yendo más allá de los pensamientos automáticos acesibles a la autoobservación e intenta desentrañar las redes asociativas inconscientes de las cuales los pensamientos conscientes son derivados.

        Pero, a pesar de todo ello, un profundo y legítimo malestar recorre el campo psicoanalítico. Es suficiente leer las principales revistas psicoanalíticas para constatar que la insatisfacción con la teoría y la técnica terapéutica es ya una cuestión que se debate a cielo abierto. Excepto los grupos endogámicos que se cierran en la repetición de sus dogmas, la necesidad de revisión se ha convertido en una corriente que avanza poderosamente. El respeto y admiración a Freud no es obstáculo para la crítica y reformulación de muchas de sus aseveraciones. Parafraseando: es amigo Freud, pero más amiga es la verdad. Y lo mismo vale respecto a las grandes figuras que impulsaron el desarrollo del psicoanálisis.

        Es creciente el número de autores que se colocan por fuera de las “escuelas” y de sus fronteras y que no sólo buscan la integración de lo mejor de las diferentes corrientes (ver Leiberman y  Bleichmar, 2001)), o el diálogo mutuamente fructificante del psicoanálisis con otras disciplinas –neurociencia, psicología cognitiva, etc.- sino, y esto es lo esencial, que intentan hacer avanzar el conocimiento mostrando la complejidad del funcionamiento del psiquismo, no contentándose con la repetición de viejas fórmulas simplificantes con las cuales se pensaba poder abarcar todo. Desde el lado de la neurociencia, que muchos psicoanalistas recelan como amenazante y con hostilidad, voces calificadas reafirman su fe en el futuro del psicoanálisis a condición de que sea capaz de no quedar congelado en el pasado. Eric Kandel, premio Nóbel de Medicina del 2000 por sus descubrimientos en neurociencia, dice refiriéndose al declive de la influencia del psicoanálisis en los medios académicos y hospitalarios: "Este declive es lamentable dado que el psicoanálisis representa todavía el punto de vista más coherente e intelectualmente satisfactorio de la mente" (Kandel, 1999. p. 505). En ese mismo artículo agrega: "Un diálogo genuino entre la biología y el psicoanálisis es necesario si vamos a alcanzar una comprensión coherente de la mente" (p. 519).

        Pero el progreso del psicoanálisis no podrá venir del lado de la neurociencia o de su diálogo con la psicología cognitiva -con toda la importancia que le asignamos- sino de una verdadera transformación interna. Hoy lo que aparece como tarea indispensable es dar cuenta de la complejidad del psiquismo, de la complejidad de los procesamientos inconscientes y, especialmente, una descripción de las múltiples modalidades de reglas operatorias que regulan:

a) Cómo se combinan las representaciones conscientes e inconscientes, cómo se relacionan entre sí los diferentes tipos de procesamientos inconscientes. No más “el inconsciente”, en singular, homogéneo, como bien destaca Westen (1999) sino constituido por múltiples modalidades de funcionamiento, de origen y de tipos de inscripciones.

 b) Cómo están organizados los diferentes sistemas de memoria: procedimental, declarativa, etc. (Tulving & Craik, 2000); los límites en que la memoria procedimental puede ser reinscrita como declarativa, las consecuencias de esta reinscripción (Clyman, 1991; Davis, 2001; Fonagy, 1999; Westen, 1999)  y, con ello, el lugar del insight en el cambio terapéutico así como el de la práctica de nuevas experiencias emocionales. Igualmente, el papel de los recientes hallazgos sobre “reconsolidación” de la memoria para la técnica del tratamiento (Nadel & Land, 2000; Nader, Schafe, & LeDoux, 2000; Sara, 2000).

c) Cómo se articulan los estados emocionales, cómo algunos desencadenan automáticamente a otros de manera que para ciertas personas se pasa, de manera automática, del miedo a la agresividad, a veces explosiva, o del miedo al embotamiento emocional, llegándose a fuertes estados disociativos tipo catatonoide, o de la tristeza a la manía, etc.

d)  Cómo la cognición activa ciertos estados emocionales pero, también, cómo los estados emocionales guian a la cognición inconsciente y consciente, debiéndose otorgar a los estados afectivos no el papel de simple subordinado de la cognición sino un lugar relevante en la organización de ésta (Ablon, 1994; Jones, 1995; Killingmo, 1999; Schore, 1984). Se suele hablar de afectos como si éstos fueran entidades aisladas que acompañan a la cognición o que son pura consecuencia de ésta cuando, en realidad, como lo muestran los estudios actuales, la cognición existe dentro de estados afectivos, formando parte de éstos y no antecediénlos (para una discusión sobre la teoría psicoanalítica de los afectos y las concepciones de la neurociencia, véanse las amplias reseñas de M. de Iceta en "Aperturas Psicoanalíticas", No. 7 y 8 del 2001, de las discusiones publicadas en "Neuro-Psychoanalysis, vol 1, No. 1, 1999).

Además, los estados afectivos exceden simplemente a las descripciones en términos de tristeza, alegría, angustia, excitación, curiosidad, etc. Son estructuras complejas -piénsese en el enamoramiento o en la ternura o en la irritabilidad o en el odio o en la excitación sexual-  en que cierta cualidad emocional que domina está integrada con ciertas cogniciones -primitivas, elementales, o discursivas de alto nivel de simbolización-, ciertas conductas, ciertas representaciones del self y del otro. Durante el tratamiento, la vía regia al inconsciente son los estados afectivos que el paciente va desplegando, sea en el material el relato de un sueño, de una relación que el paciente mantiene con una figura externa o la forma en que se está relacionando con el terapeuta.

e) Cómo se articulan las ideas y los estados afectivos con el sistema neurovegetativo, con las peculiaridades de éste en cada persona;  el tipo de activación neurovegetativa que modula a ciertas memorias (Cahill, 1997; Gold & Greenough, 2001; O'Carroll, Drysdale, Cahill, & Shajahan, 1999), de enorme significación para los trastornos de estrés postraumáticos. La influencia que la activación neuroquímica/hormonal tiene para regular/desregular en un sentido u otro la cognición consciente e inconsciente, guiando y seleccionando qué red representacional se activará (Panksepp, 1998).

f)  Las relaciones entre disposiciones innatas y las influencias ambientales que desarrollan algunas de ellas, inhibiendo otras. Es decir, los fenómenos de plasticidad cerebral (ver Aperturas Psicoanalítica, No. 5, 2000). Ni una concepción endogeinista, en que el desarrollo sigue líneas rígidas, ni una orientación ambientalista que desconozca el papel de los sistemas innatos que posibilitan la acción de lo externo.

g) El conocimento de la  acción de numerosos sistemas motivacionales y no únicamente de simples dualismos simplificantes (pulsión de vida vs. pulsión de muerte, pulsiones sexuales vs. de autoconservación, etc.) que sirvieron como primera aproximación pero que deben dar paso al estudio de mecanismos específicos. El psicoanálisis no puede quedarse en un estado equivalente a la etapa de la biología de hace siglos en que se pensaba en términos de principios como el  “élan vital” para explicar la vida. Si el concepto de pulsión debe ser mantenido en psicoanálisis como diferente del instinto, como el resultado del encuentro entre lo innato y lo ambiental, como la forma en que lo provisto por la biología sufre la impronta del otro –corporal, simbólica- (Laplanche, 1992), lo será en la medida en que se particularice en términos de procesos detallados, diversificados para el apego, para la sexualidad, para la defensa frente a los estímulos aversivos, para la agresividad (Westen, 1997), y que tenga en cuenta la importancia del género en moldear a la identidad y a la sexualidad (Dio Bleichmar, 1994; Dio Bleichmar, 1995; Dio Bleichmar, 1997; Levinton, 2001), tema este último que durante mucho tiempo fue desatendido por el psicoanálisis y que recién ahora, ante la fuerza de las evidencias, va siendo incorporado.

        Estas son, por lo menos, algunas de las dimensiones de análisis que posibilitarían superar el reduccionismo que, no inhabitualmente, domina en psicoanálisis la teorización y la práctica clínica. La organización inconsciente no difiere de una persona a otra exclusivamente por el tipo de fantasías, por las narrativas que en ella se procesan, por las inscripciones particulares que la biografía imprimió, por la memoria procedimental en que están registradas los vínculos -la conducta del otro y la reacción del sujeto-, o el recuerdo de los acontecimientos vitales, o los sentimientos de pérdida y de persecución, o los deseos y angustias que forman el motor de las variantes de las fantasías y de las conductas, de lo que se busca y de lo que se evita. Todo esto constituye una dimensión de análisis de importancia notable, sin duda, pero que no cubre suficientemente a una otra dimensión, a la que designamos como "operatorias inconscientes" como, por ejemplo, los fenómenos de desactivación sectorial en el inconsciente que determina que la mente ante el trauma casi deje de funcionar -quede en blanco-, se perturbe en su capacidad de simbolizar y pueda llegar  al estado que Ogden (1982) denomina de "no experiencia" (caso Robert, p.184) ; o el acoplamiento automático, casi como un fogonazo, entre ciertos contenidos inconscientes y la producción desbordante de angustia, o las descargas en el sistema neurohormonal y de neurotransmisores, con las consiguientes retroacciones sobre las representaciones conscientes e inconscientes, o el acoplamiento entre representaciones y zonas del cuerpo que da lugar a cuadros psicosomáticos.

         Hiperconexiones con el cuerpo o desconexiones de él que no son simples fenómenos de escisión entre el inconsciente y la conciencia, de represión, de negación, es decir, de procesos defensivos que operan en la interfase entre el inconsciente y la conciencia. No es igual el procesamiento inconsciente -es en esto en lo que insistimos- del que fue objeto de experiencias aterrorizantes ante las cuales se perturbó severamente la función simbólica y la construcción de significados que el de aquel que reprimió algo desagradable pero que sí conserva intacta su capacidad de atribuir sentidos a la experiencia. Tampoco es equiparable la activación neurovegetativa o los desequilibrios biológicos –hormonales y cerebrales- del trastorno de estrés postraumático en que el hipocampo queda afectado y hay una disminución estable del cortisol en sangre (Mingote, Machón, Isla, Perris, & Nieto, 2001; Yehuda, 2000), con las consiguientes consecuencias en el nivel representacional, que los fenómenos de represión o de de escisión por los que se rechaza el acceso a la conciencia de ciertas experiencias penosas.

         Sostener que “el” inconsciente funciona de acuerdo al proceso primario -libre desplazamiento y condensación- y que la conciencia lo hace en base al proceso secundario fue una primera caracterización diferenciadora entre ambos sistemas. Pero esta correlación entre sistemas consciente/ inconsciente por un lado, y modalidades operatorias por el otro, matizada por el mismo Freud (Lo inconsciente (1915b), y que lo llevó a tener que crear el enfoque estructural -la llamada segunda tópica,-se referiría, en el mejor de los casos, a sus propiedades más generales, universales para cuaquier sujeto . Si no hay contenidos inconscientes que sean iguales en todos los sujetos, en sus temáticas, en las biografía de la cual son en parte sedimento y en parte producción propia en base a la combinación de los  "ladrillos" circunstanciales provistos por la historia del sujeto, tampoco es igual la organización inconsciente pujante, pasional, del sujeto que recibió la activación erógena por parte de un otro significativo que le "regaba" de libido, que la organización inconsciente "seca" de alguien criado por padres depresivos o que sufrió la desactivación a la manera de los bebés descritos por Spitz en el cuadro del hospitalismo, en que la  parálisis psíquica no es un problema de la conciencia que rechaza ciertos contenidos sino de la desactivación de la función deseante tanto en la conciencia como en el inconsciente.

        Tampoco es igual la estructura y funcionamiento inconsciente de aquellas personas en quienes la fantasía es diferente de la acción, en que la primera precede a la segunda, de la de aquellos otros en quienes la forma de funcionar tiene lugar en términos de esquemas cognitivos/ afectivos/ motrices, a la manera del bebé en que el rechazo existe -no es que exprese un otro contenido mental- bajo la forma de alejar la cabeza o el tronco o en dejar caer los brazos en un estado de atonía muscular tipo polichinela de paño. O, con un ejemplo de la clínica del adulto, en que la depresion existe como pérdida del tono muscular o profunda desvitalización. Fenómeno no de la conciencia -en ésta no se sabe nada de esto, no se la describe, la descubre el observador-, constituyendo esa atonía y desvitalización la reacción ante la pérdida del objeto de amor o ante el sentimiento de irrealizabilidad del deseo, reacción que puede resultar de la fijación en términos de memoria procedimental a experiencias de impotencias tempranas.

        Por ello la diferenciación entre contenidos, temas, narrativas de los procesos inconscientes, por un lado,  y la operatoria que manipula esos contenidos, por el otro, resulta esencial.

        Hay un tipo de procesamiento inconsciente pleno de representaciones verbales en que las combinaciones se producen por el significado o por los juegos de palabras, por las asonancias, y hay otra modalidad en que un estado emocional desencadena a otro como sucede en aquellas personas en quienes la angustia -de cualquier contenido temático-, o simplemente el dolor corporal, activan una estado de agresividad -a la manera del animal herido-, agresividad que hará recorrer ulteriormente, convocándolas, las representaciones que le irán dotando de contenido ideativo (Bleichmar, 1997). Nivel cognitivo que retroactuará sobre el estado afectivo primitivo reforzándolo, en un circuito reverberante.

        Diversidad, por un lado, de la operatoria en cuanto a  los procesamientos inconscientes y, por el otro, del tipo de conexiones entre los procesamientos conscientes e inconsciente -grado de permeabilidad entre ambos -, sin dejar de mencionar la diversidad de la operatoria en  la conciencia.  Lo ilustra el fenómeno de escisión -disociación, "splitting", "spaltung"- entre contenidos de la conciencia: se sabe de algo y, simultáneamente, no se cree en ello o se desatiende.  Escisión que para diferenciarla de la separación entre conciencia e inconsciente se suele denominar "escisión vertical". Fenómenos de disociación de la conciencia en que lo apartado defensivamente no está reprimido -se continúa sabiendo de ello- sino desprovisto de significación emocional. El paciente tiene la información de que cierta realidad existe, de que hay determinado peligro pero funciona como si ello no existiera.

        Diversidad también entre dos modalidades básicas con las que el psiquismo de diferentes personas enfrenta la angustia. Por un lado, mecanismos de huida: la represión, la evitación fóbica y la postergación, la renegación, la disociación, que son todas ellas variantes de un procedimiento de alejarse de pensamientos o situaciones y no, pese a sus diferencias, categorías sin vinculación alguna entre sí. Por el otro, el intento de control de lo angustiante / temido mediante la vigilancia, la hiperconexión con lo amenazante, propio del pensamiento obsesivo que en vez de alejarse busca  activamente lo angustiante para no ser sorprendido, para intentar dominarlo (Bleichmar, 1986). Diferencia, en consecuencia, en la estrategia más general de cada psiquismo para encarar la angustia, la que se nos presenta bajo la forma de pacientes que no pueden recordar o que, por el contrario, no pueden olvidar, rememorando obsesivamente, en vigilancia continua para que lo temido no vuelva a suceder. O entre aquellos que escapan de la situación en la realidad a la que temen o, por el contrario, de los que, temiendo también a ciertas realidades se lanzan contrafóbicamente a intentar modificarlas.

        ¿Cuál es la consecuencia de lo que venimos de exponer, a manera de introducción para lo que luego desarrollaremos? Si hay diversidad en los tipos de organizaciones inconscientes,  en las relaciones entre éstas y la conciencia, en la estructura de ésta, en las conexiones a doble vía entre ideas y afectos, entre ideas y cuerpo, entre estados afectivos con baja simbolización  y los que se despiertan por niveles asociativos y simbólicos sofisticados, entonces  surge la pregunta ¿el trabajo analítico consiste sólo en descubrir fantasías inconscientes, en recorrer la geografía de sus temáticas, en interpretar lo reprimido para desreprimir? O, más bien, ¿tal diversidad de organización inconsciente y su relación con la conciencia y el cuerpo no requiere de intervenciones que sean diversificadas y coherentes con las modificaciones que se espera poder producir en la operatoria  del psiquismo en sus múltiples niveles?

        En este sentido, el presente trabajo debe ser entendido como una profundización de lo que en publicaciones anteriores tratamos de resumir como objetivo de la psicoterapia analítica bajo la formulación sintética de "ampliación de la conciencia, modificación del inconsciente" (Bleichmar, 1994, 1997). Es decir, una reafirmación del proyecto freudiano de hacer consciente lo inconsciente pero para incluirlo dentro de una perspectiva más amplia que contemple los desarrollos que se han producido a partir de su obra. Y, sobre todo, de las consecuencias que se derivan de los conocimientos actuales sobre los distintos tipos de memoria para el desarrollo de formas de intervención terapéuticas que sean específicas.
 

El reduccionismo en psicoanálisis

        Si observamos la literatura sobre casos clínicos publicados, o sobre los objetivos del tratamiento analítico, o sobre las conceptualizaciones del psiquismo, no puede menos que llamar la atención el predominio de las posiciones reduccionistas. La superación de las mismas no es fácil pues en un campo fuertemente ideologizado y profesionalizado como el del psicoanálisis los argumentos no bastan para superar las pertenencias y los sentimientos de fidelidad que hacen desechar cualquier postura que ponga en peligro la relación con el grupo al que se está afiliado. Se lee aquello que puede ser comentado con los otros miembros del grupo de afiliación; se lee para estar con el otro. La curiosidad intelectual es avasallada por las necesidades de pertenencia, por el apego reasegurante. Una recorrida por la bibliografía que acompaña a los trabajos permite constatar que se suele citar sólo aquello que no pone al autor en el peligro de apartarse -o de ser apartado- de su grupo. Esta causa del reduccionismo -necesidad de mantenimiento de la afiliación al grupo- se distingue de un otro tipo de reduccionismo en el que han incurrido las grandes figuras del psicoanálisis quienes, entusiasmados por la importancia de sus descubrimientos, fueron llevados a plantear sus aportes en términos de contraposición excluyente con respecto a otras posturas. Por ello, cuando a continuación examinemos las limitaciones conceptuales de los modelos propuestos por Freud, Klein, Lacan, Kohut, etc., la crítica que podamos realizar a esos modelos tendrá siempre la marca de nuestro reconocimiento por constituir jalones decisivos para poder llegar a lo que hoy en día sabemos.
 

Freud

 A) El deseo

        Estudió a éste en su temática (deseo erótico, agresivo, de grandiosidad fálica, etc.) pero no en la variedad de su estructuración, es decir, si estaba constituido o no, o en su mayor o menor fuerza en el inconsciente. Como el deseo, para Freud, derivaba de la pulsión, y ésta se hallaba asegurada por la biología, su intensidad se daba por supuesta y siempre era poderoso en el inconsciente. El deseo no fue considerado como constituido por identificación o por los efectos estructurantes de la acción del otro sobre el sujeto en los intercambios que transcurren entre ambos sino exclusivamente por una fuerza interna, siendo sus vicisitudes, en lo esencial, que sufriera o no la represión, o que se canalizase mediante la sublimación hacia otras actividades.

 B) El inconsciente

        Se centró básicamente en lo excluido de la conciencia por la represión, sea la secundaria o la primaria. A pesar de que en "El yo y el ello"   se plantea un yo inconsciente -es decir, una operatoria, mecanismos estructurales por los que se manipulan contenidos temáticos-, no se desarrollan las consecuencias que surgirían a partir de esta conceptualización. El inconsciente reprimido queda como principal interés de la obra freudiana y de los analistas ulteriores. No se reconocen habitualmente otros tipos de  procesamiento inconscientes, entre los cuales debemos considerar, en la actualidad, los siguientes:

            1) El inconsciente originario de las interacciones:  resultado de los efectos de éstas, de los lugares que ocupó el sujeto en la interacción con sus figuras significativas y de las formas de protegerse frente al sufrimiento; ejs.: el del sobrestimulado sexual, cognitiva, afectivamente; el del perseguido y aterrorizado; el del que debe salvar/cuidar/ consolar al otro; el del impotente y abrumado, paralizado en cualquier respuesta que cuestione al otro; el del admirador de un otro que forzó la idealización bajo amenaza de castigo o seducción, etc. Memoria que no es sólo de las representaciones del sujeto y del otro, de las identidades atribuidas, sino que existe en forma de procedimientos (memoria procedimental) cargados afectivamente,  a la manera de cómo ante un alimento nocivo no se  piensa "es malo, lo voy a vomitar" sino que directamente se lo vomita, procedimientos que en el nivel psíquico hacen que cuando el otro se acerque se reaccione, por ejemplo, bloqueando la afectividad o desconectando el pensar o alejando el cuerpo. Y no porque detrás de este procedimiento haya una fantasía  del tipo "lo quiero vomitar, lo quiero expulsar" -ese es el error del abuso de la metaforización y de la conceptualización hipermentalista-, sino porque el sistema del pensamiento, de la afectividad y de la acción se activan o desactivan ante el estímulo cuando éste es sentido como adecuado o no.

        Inconsciente que no es el resultado de la represión por razones afectivas -porque algo no se desea conocer y es rechazado de la conciencia- sino porque, como plantean numerosos autores (ver Westen, 1999) se organizó en forma de procedimientos automatizados de cómo relacionarse con el otro y con el mundo. Cuando el bebé se acomoda –se adapta- a los procedimientos de su cuidador/a, a su forma de hacer contacto, ya sea a través de la expresión facial de éste/a  o de su palabra o del contacto corporal, lo que queda inscrito como memoria procedimental es que estar en contacto consiste en mirarse o en vocalizar o en tocarse o en sonreir; o en mantenerse a cierta distancia óptima porque ésta es la que prefiere el cuidador a través de mostrar placer o fastidio que no son captados a nivel consciente, o la que requiere el niño por su particular constitución neuropsíquica.

        No debe pensarse que la expresión de inconsciente originario se refiere a lo que se constituye exclusivamente en la infancia. La formación de memoria procedimental continúa a todo lo largo de la vida como lo atestigua la relación de pareja en que, para tomar un ejemplo, se llega al acoplamiento sexual –ritmo, forma de entrelazarse los cuerpos, etc.- de manera automática. Que, a posteriori, se pueda reflexionar conscientemente sobre la memoria procedimental relacional que se ha establecido, no implica que las formas de estar con el otro emocional o corporalmente sigan las reglas de la organización verbal o de la conciencia.

        Mientras que el pensamiento y el lenguaje son de naturaleza simbólica –algo representa a otra cosa- la memoria procedimental se inscribe prevalentemente, a veces exclusivamente, como proceso afectivo y acto. Es lo que Clyman(1999), en un trabajo fundamental que está en la base de muchos otros, afirma refiriéndose a lo inscrito procedimentalmente: “No es conocimiento simbólico, la información codificada procedimentalmente no está en representación de otra cosa... El conocimiento declarativo puede ser recordado, el conocimiento procedimental sólo puede ser actuado” (p. 352). Por eso durante el tratamiento analítico no se la recupera como memoria declarativa ni por decodificación de la narrativa del paciente sino como “enactment”, es decir, como actuación en la relación. No es un recuerdo reprimido por la censura sino algo que existe en forma de procedimiento de cómo estar y reaccionar ante el otro. (Para un análisis detallado de la memoria procedimental aplicada a los procesos afectivos véase, además del trabajo de Clyman, los más recientes de Davis (2001), Fonagy (1999), Westen, 1999).

        La represión como mecanismo es en sí misma una operatoria aunque su acción tenga lugar sobre contenidos simbólicos. La represión, y los otros mecanismos de defensa –la disociación, la proyección, etc.- crean inconsciente pero no son el inconsciente reprimido. Es lo que Freud descubrió y que le llevó a postular la concepción del psiquismo conocida como la segunda tópica. En otro lenguaje y modelo conceptual: la memoria de procedimientos es diferente de la pasible de ser evocada sea en palabras o en imágenes. Lo que establece una limitación para poner al descubierto el inconsciente exclusivamente en base al contenido de la narración que va haciendo el paciente durante el tratamiento. Aquello que sirvió en los comienzos del psicoanálisis para analizar un sueño -una narrativa-, buscando un texto insconsciente detrás del manifiesto, no es suficiente para comprender la vida psíquica total de un paciente. El paciente no puede narrar ni por alusión ni por ningún tipo de simbolización lo que es una operatoria, una memoria procedimental de su forma de relacionarse. Es diferente el contenido latente de una narrativa de la operatoria de la memoria procedimental.

        Lyons-Ruth (2000) señala esta diferencia entre dos formas de organización representacional, mereciendo una cita extensa por la claridad con que expone la cuestión:  “El presente artículo sostiene como posición central que el saber actuado evoluciona y cambia por procesos que son intrínsecos a este sistema de representación, y que no se basan en la traducción de los procedimientos a un conocimiento reflexivo (simbolizado). Lo que no significa que la traducción del saber actuado a palabras no sea una herramienta terapéutica de peso o no constituya una etapa evolutiva importante. Lo que sí significa es que el desarrollo no se produce única o primariamente por un movimiento que va desde la codificación procedimental hasta la codificación simbólica (o desde el proceso primario hasta el proceso secundario, o desde las formas de pensamiento preverbales a las verbales). Las formas procedimentales de representación no son infantiles, sino que son intrínsecas a la cognición humana en todas las edades, y subyacen a muchas formas de acción cualificada, incluyendo la interacción social en la intimidad."
"La elaboración de formas simbólicas de pensamiento, con inclusión de imágenes y palabras, contiene la capacidad potencial de contribuir a la reorganización del saber actuado. Sin embargo, yo sostendría que la retranscripción del saber relacional implícito al conocimiento simbólico es laboriosa, no es intrínseca al sistema relacional que se basa en el afecto, no se alcanza nunca de forma plena, y no constituye el modo general en que se logran los cambios evolutivos del saber relacional implícito. Por el contrario, argumentaría que los sistemas procedimentales del saber relacional se desarrollan en paralelo a los sistemas simbólicos, y como sistemas separados que son gobernados por principios que les son propios. Los sistemas procedimentales influyen y son influidos por los sistemas simbólicos mediante múltiples conexiones transistémicas, pero esas influencias son necesariamente incompletas. Es más, el saber relacional actuado se fundamenta en acciones orientadas a fines, igual que las evaluaciones afectivas que guían dichas acciones, con lo que probablemente ejerza una gran, o incluso una mayor, influencia sobre cómo los sistemas simbólicos se elaboren que la influencia que los sistemas simbólicos ejercen de hecho sobre la elaboración de los sistemas relacionales.” .

        Esta diferenciación entre dos sistemas de memoria y sus consecuencias para la terapia es similar, en lo esencial, a la que sostiene Fonagy : "El cambio ocurre en la memoria implícita que lleva a un cambio en los procedimientos que la persona usa para vivir consigo mismo y con los demás" (Fonagy, 1999, p.218). Agregando: "La memoria implícita o representación procedimental de una experiencia del self con otros es lo que Sandler y Joffe han denominado el dominio no experiencial".

        El inconsciente originario no corresponde a la represión primaria (también traducida como represión primordial) tal como fue descrita por Freud cuando sostuvo: "Pues bien, tenemos razones para suponer una represión primordial  que consiste en que a la agencia representante (Representatz) psíquica de la pulsión se le niega la admisión en lo consciente" (Freud, 1915a, p. 143, subrayado nuestro). En cambio, al inconsciente originario no se le niega, no se lo rechaza, es inconsciente sin que la conciencia tenga nada que ver con que se haya constituido y permanezca en ese estado. Además, el inconsciente originario no se refiere al representante de la pulsión en el psiquismo sino a un conjunto muy amplio de inscripciones -por ej.: inscripciones de cómo es estar con el otro; a imágenes, sentimientos del self tal como se van formando en el lactante y como se desarrollan en etapas más avanzadas del desarrollo; a esquemas sensorio/ afectivos/ motrices bajo los cuales están inscritas las relaciones del sujeto con el otro, etc.

        Por todo ello, deseamos no equiparar inconsciente originario y represión primaria para no incurrir en la tentación de introducir conocimientos actuales colocándolos bajo el amparo de ideas freudianas a fin de darles así carta de ciudadanía, con lo cual lo único que se consigue es hacerle decir a Freud lo que jamás pasó por su mente y crear confusión conceptual.

        Por otra parte el inconsciente originario del que hablamos no es el inconsciente cognitivo de Piaget (1973), o simplemente las redes asociativas inconscientes de la psicología cognitiva,  pues el originario del que hablamos está marcado por la afectividad, por los deseos y rechazos que guian procedimentalmente como el sujeto se relaciona con el otro, por las pulsiones incluidas en esos movimientos. Es afectivamente motivado, impulsando conductas pero no por una afectivad cuyo conocimiento es rechazado por la conciencia sino por aquella afectividad que constituye al sujeto en lo profundo de su ser -en la infancia y a toda edad- sin que la conciencia haya sabido nunca de ella, por lo cual no la puede repudiar. En cambio, Piaget da como ejemplos de inconsciente cognitivo a la habilidad de un niño para arrojar una bola atada a una cuerda que revolea para dar en un blanco, o la habilidad para hacer que una bola avance en una superficie plana y retroceda gracias a que se le imprimió un movimiento particular, o las operaciones que subyacen al pensamiento lógico, etc. Es decir a un sector  restringido dentro de la memoria procedimental, instrumental.

                2) El inconsciente originario por identificación:  surgido por la identificación con las figuras significativas en cuanto a sus modos caracterológicos de reaccionar, grado de activación neurovegetativa, intensidad y cualidad de los estados emocionales, tendencia a la acción y, también, sus sus creencias pasionales, sus fantasías, defensas, etc. La identificación al ser, en cuanto desarrollo conceptual, algo tardío en la obra de Freud no fue incorporada ni  para la comprensión de los síntomas ni, especialmente, para estudiar cómo se organizan los procesos inconscientes y los mecanismos de defensa. En relación a éstos, si bien existen disposiciones innatas –todos los humanos están preparados para hacer uso de ellos-, su desarrollo y consolidación, unos u otros, dependen de las interacciones y de las identificaciones con las figuras significativas.

                3)  Un inconsciente efecto de procesos defensivos que eliminan de la conciencia ciertas representaciones o que impiden que algunas representaciones logren llegar al estado de ser conscientes. Este es el inconsciente en el que Freud centró su interés, es el inconsciente reprimido, denominación que toma a la represión como modelo causal que lo constituye aunque los mecanismos que excluyen contenidos de la conciencia vayan más allá de la represión.

  No se nos escapa que una posición en psicoanálisis es la de considerar que el "verdadero" inconsciente, aquel del que debe de ocuparse el psicoanálisis, lo que se ha llamado su "objeto de estudio", es el de este apartado, y que el resto no corresponde el psicoanálisis pues sería un mero inconsciente psicológico o un preconsciente. Nos resulta llamativa esta postura pues corresponde a una teorización que entra en flagrante contradicción con la clínica de aquellos que la sostienen ya que cuando presentan material clínico, al que sí consideran psicoanalítico, hablan de las identificaciones inconscientes constituyentes del sujeto, de la influencia que la conducta de los padres ejerció sobre los síntomas y el carácter del paciente, es decir de procesos estructurantes que no resultaron de la represión de contenidos intolerables para la conciencia.

     Una de las consecuencias graves de trabajar clínicamente con esta organización del inconsciente –lo rechazado de la conciencia por la acción de la defensa-  como si fuera la única,  es que el paciente siempre es colocado en el lugar del que se resiste a conocer. Se equipara hacer consciente lo inconsciente con desreprimir, con vencer resistencias, con superar distintos tipos de defensas. Es la posición de la psicología del yo, como veremos más adelante.

                 4) Un inconsciente en el que, con los componentes anteriores, se producen  combinaciones, desplazamientos, transformaciones, o en el que ciertos sectores quedan "secuestrados", escindidos  entre sí. Operatoria que hace surgir fantasías,  representaciones que  no son mera incorporación de lo externo sino el resultado del funcionamiento creativo de las leyes que regulan el inconsciente; incluso, de la presión que el nivel biológico –la activación de circuitos específicos para determinadas emociones- ejerce sobre el representacional. Procesamiento inconsciente que ocurre bajo diferentes regulaciones combinatorias, como las siguientes:

                      4a) Ciertas representacciones elementales -sensaciones auditivas, tactiles, cenestésicas, visuales, etc.-, se articulan con representaciones semánticas de atribución de sentido en un tipo de procesamiento que puede encadenarse por el lado de las primeras con efectos sobre las semánticas. De esta manera, cierta imagen perceptual activa cierta representación conceptual: ej., el color de piel o de los ojos convierte al que lo posee en bueno o peligroso, despertándose a posteriori todo un mundo representacional en relación a aquél. O, a la inversa, cierta idea genera determinada representación perceptual: porque se tiene hostilidad hacia el otro o hacia el propio sujeto, ello determina que el cuerpo del otro sea visto deforme. La anorexia es un ejemplo de cómo ciertas ideas -el temor a la gordura, las necesidades narcisistas, el deseo del cuerpo andrógino, el temor a las formas incitadoras de la sexualidad, etc..- altera la percepción del cuerpo, creando una representación visual o cenestésica distorsionada en que se siente y cree que los muslos han engordado, que la barriga ha aumentado, etc.

                      4b) Por otra parte, efectos producidos por representaciones que pertenecen a diferentes niveles de simbolización, desde ser simplemente señales, a la manera de como el contacto con el pezón activa el patrón de succión en el recién nacido, hasta los niveles sofisticados que sólo el lenguaje es capaz de proveer. Articulación, a la manera del condicionamiento clásico, entre ciertas representaciones -perceptuales y/o ideativas- y el sistema neurovegetativo /hormonal/ inmunológico, en que basta la activación de las primeras para que se produzca una "reacción en cadena", verdadera cascada de procesos en el segundo. Este es el campo de las afecciones  psicosomáticas en que una imagen, una idea puede hacer contraer una víscera, las arterias, los bronquios, producir hipoglucemia, etc. Articulación, por otro lado, que es a doble vía: no sólo desde el lado representacional se activan los procesos neurovegetativos/hormonales /inmunológicos sino que las modificaciones en el nivel biológico son capaces de activar uno u otro tipo de representaciones. Basta tomar como ejemplo de la influencia del cuerpo biológico sobre la cognición a los psicofármacos antidepresivos que, actuando sobre la bioquímica cerebral, cambian toda la direccionalidad de las representaciones que son convocadas y mantenidas en estado de activación. La prueba de esto es tan abrumadora que resulta sorprendente la tendencia dentro de nuestro campo del psicoanálisis a ignorarla, a sentirla como una amenaza, a pensar que esa es una cuestión de los "biologistas". Se suele restringir la problemática al campo terapéutico -ventajas y desventajas de la administración de antidepresivos: que restringen la asociación libre, que impiden la elaboración de las fantasías, etc. No se ve que se trata de algo de mucha mayor envergadura: su acción ilustra sobre la estructura del psiquismo y su relación con el nivel biológico. En vez de examinarse la acción de los antidepresivos -y con otros psicofármacos la cuestión es similar- en el terreno más abarcativo de lo que informan, se los capta, tanto los psiquiatras biologistas como ciertos sectores del psicoanálisis y del cognitivismo, desde la perspectiva profesionalista de intentar mostrar la superioridad de un tipo de tratamiento sobre otro. La curiosidad acerca de cómo funciona el psiquismo en su relación con lo neurobiológico es aplastada por las preocupaciones de orden profesional, por la repartición del mercado de pacientes. Siempre nos llamó la atención que la mayoría de los psicoanalistas considerasen que la pulsión ("Trieb") es un concepto propiamente psicoanalítico, esencial para su edificio teórico, que se aceptase la posición freudiana de que la pulsión es un concepto límite entre lo psicológico y lo biológico, no algo puramente biológico, no es el instinto -"Instinkt"-, y no se sacasen las conclusiones que de ello se derivan:  si la pulsión es límite entre uno y otro nivel no es que quede por fuera de lo psicológico -ya que no podría ser su estudio parte del psicoanálisis - ni de lo biológico, dado que, precisamente, trata de dar cuenta de la articulación entre ambos. Por ello, el costado biológico de la pulsión carga ciertas representaciones; y el lado representacional activa al nivel biológico y lo modifica.

         La mente humana conserva la organización semiótica del cerebro animal en que un estimulo perceptual -visual, auditivo, olfatorio, etc.- desencadena una conducta compleja, junto a un otro nivel en que un ideal abstracto, un mandato del superyó, organiza al deseo, a la fantasía y la acción. Por ello, la polémica a la que el lacanismo quiso arrastrar entre tener que optar por un inconsciente regido por la llamada lógica del significante versus otro regido por la lógica del significado desatiende la complejidad de los procesos inconscientes.

        e) El inconsciente desactivado. Pero el inconsciente  no consiste sólo en lo que está activo en él, pujando por emerger o produciendo efectos sintomales. En "Avances en psicoterapia psicoanalítica" planteamos una otra condición: ciertos sectores del inconsciente, ciertas representaciones, ciertos deseos quedan desactivados, disminuída su fuerza, habiendo sido objeto de lo que Freud (1924) denominara "Untergang" , y ello como consecuencia de la falta de gratificación o de la acción de temores reales (traumas) o fantaseados. Estamos frente, como dejamos consignado antes, a condiciones similares al del hospitalismo en que el lactante, por la impotencia para hacer retornar al objeto privilegiado del deseo, termina por desactivar el desear (Spitz, 1946). O, en un nivel más general, lo que muestran los trabajos de Bowlby  y los estudiosos del apego sobre la pérdida del objeto libidinal, o las consecuencias que acarrean sus inconstancias (Bowlby, 1980; Fonagy, 2000; Hesse & Main, 2000; Main, 2000; Slade, 2000).

         O, lo que vemos en la clínica diaria: el niño o el adulto, ante la frustración para realizar su deseo, ante la impotencia interior y/o la falla del objeto significativo en dar la respuesta a lo que de él se desea, va desactivando, imperceptiblemente, sectores del inconsciente que sucumben así a la "Untergang". Es lo que encontramos en pacientes larga y severamente desvitalizados quienes no es que tengan fuertes deseos reprimidos -a la manera de las clásicas histéricas freudianas- sino que el desear mismo se ha apagado, lo que plantea todo un desafío para la terapia, especialmente cuando ésta se halla guiada sólo por la búsqueda de una  desrepresión de supuestos deseos activos, vigorosos en el inconsciente. Más adelante ejemplificaremos con un caso.

 C) La angustia

        Se la suele considerar, a partir de Freud, como secundaria al deseo, surgiendo por las características de éste, porque los deseos son infractores. Es el eslogan "el deseo y la prohibición" como causa de la angustia, repetido como dogma. A pesar de que Freud, el del 26,  examinó en "Inhibición, síntoma y angustia, el papel de la angustia señal -el acoplamiento entre una representación y la producción de angustia-, al haber abandonado el concepto de trauma psíquico de causa externa en favor de la fantasía, al no articularse el concepto de angustia señal con el de trauma  y, sobre todo, el de trauma en la interacción con un otro significativo, ello ocasionó el desconocimiento de una organización inconsciente en  que se cree en la inminencia del trauma, en que hay  representaciones que anticipan continuamente el peligro no porque se lo desee o porque el peligro surja por los deseos infractores sino porque esas creencias son la forma misma bajo la cual el psiquismo se estructuró en el momento del trauma -sea trauma al narcisismo, a la autoconservación, al apego, etc.  Edipo no sólo podría haber temido al padre porque deseaba a la madre sino porque la figura del padre fue, desde el comienzo de su vida, la marca de un peligro mortal -Layo envió a Edipo al desierto para que lo matase. Anécdota del mito empleada reiteradamente para señalar que el terror a las figuras significativas puede provenir de lo que éstos hicieron desde la más temprana infancia, o del hecho que el discurso de uno de los progenitores dice  acerca de la amenaza que el otro representa. Es lo que hemos trabajado en "Angustia y Fantasma" (Bleichmar, 1986).
 

    D) El edipo y sus vicisitudes como eje de la psicopatología, como su causa, sea en su versión original -temor a perder el pene- o en su reelaboración, en que la castración es por la pérdida del valor fálico. La consecuencia de este sobredimensionamiento del edipo: relegamiento de las angustias de los sistemas motivacionales del apego y  de la autoconservación que son anteriores a las preocupaciones edípicas narcisistas -pérdida del valor fálico-, que cuando estas últimas surgen y sobreviene la captación de las relaciones de triangulación, con sus rivalidades, odios y amores, reinscriben todo  dentro de los deseos y temores que le han precedido, así como apego y autoconservación son reestructurados en función de lo que el edipo implica en el sistema narcisista y en el sensual/sexual. Un ejemplo de reducción a la problemática narcisista es la conceptualización lacaniana del edipo centrada en la madre-fálica y el hijo-falo, es decir en la completud narcisista.

        Papel importante del edipo, sí, pero ni exclusivo como causa de la estructuración del psiquismo, ni tampoco autosostenido, sino formando parte de los procesos que desde antes de él van organizando la operatoria y los contenidos de la mente. Crear una categoría única como causa de todo -la del edipo- para luego ir ampliándola cada vez más a fin de ir incorporando todo lo que ella no puede dar cuenta, puede servir a los fines de conservar una consigna que otorgue identidad de psicoanalista, pero llega a confundir. Las configuraciones edípicas son lo suficiente importantes en tanto motor del psiquismo como para no necesitar que todo lo nuevo que se descubre quede subsumido bajo las mismas. Igual sucede con la categoría de la sexualidad a la que a veces se la quiere convertir en equivalente a todo aquello de lo que el psiconálisis se ocupa.

        Las angustias de la autoconservación, con las mil fantasías que la imaginarizan, no dependen exclusivamente ni de los deseos transgresores ni de la proyección de las propias fantasías agresivas. Un sujeto puede vivir aterrorizado porque fue perseguido, maltrado, abusado desde pequeño -inconsciente originario de las interacciones-; porque es el hijo de padres aterrorizados con los que se identifica, a veces identificación forzada porque el otro inoculó sus propias significaciones y afectividad en el niño -inconsciente originario de las identificaciones-; o porque tiene deseos vividos como transgresores; o porque proyecta en los demás sus deseos destructivos; o porque ha sufrido un trastorno de estrés postraumático que desequilibró su sistema cognitivo y biológico de modo que todo pasa a ser desencadenante de angustia. O, por la articulación compleja de las causas anteriores. El riesgo es adoptar a priori una posición en que una de esas causas guie la comprensión monocorde de todo tipo de paciente. Así tenemos los análisis rígidamente orientados ya sea por el edipo o, en el campo contrario, por los malos tratos en la infancia.

        E) El énfasis en la conciencia como mero ocultamiento, como deformación, y no como un sistema con funciones decisivas para el funcionamiento psíquico, como adquisición evolutiva. La conciencia no surgió a lo largo de la evolución para ocultar los deseos inconscientes sino  porque permite procesar información y decidir planes de acción con enormes ventajas para el sujeto (Damasio, 1999). Que la conciencia deforma, sin duda, pero no lo hace menos el inconsciente. Que la conciencia es digna de sospecha, sí, pero ¿y las fantasías inconscientes? Pensar que el inconsciente es la verdad y la conciencia sólo el engaño es ignorar que el inconsciente tiene en sus contenidos un imaginario tan arbitrario, o más, que el de la conciencia. La idealización del inconsciente como la verdad es el efecto de una concepción ideológica que tuvo al surrealismo como su inspiración, y que en la actualidad halla su apoyo en ciertas corrientes de la postmodernidad, incluido sectores del psicoanálisis, aunque sus orígenes sean anteriores a estos movimientos.

       Además, la paradoja que hemos señalado reiteradamente: se considera que el inconsciente es lo decisivo, que la conciencia es simplemente deformadora, una mala captación de ese inconsciente al que se privilegia y, sin embargo, la técnica analítica, desde Freud, otorga un valor esencial a hablarle a la conciencia del paciente, a tratar de modificarla mediante la interpretación. La conciencia engaña, pero es lo único que nos permite pensar ese engaño; por ello disminuye -sin anularlo- ese engaño. El nihilismo de oponer verdad versus engaño hace olvidar que hay grados de engaño y que el inconsciente no está ubicado en el mejor de los polos del gradiente.

     F) La técnica: si se considera que el inconsciente es lo reprimido, y lo reprimido resulta de lo excluido de la conciencia por acción de la censura bajo los efectos de la repulsa al saber consciente, la recuperación de lo reprimido en contra de la resistencia al saber de la conciencia pasa convertirse en el objetivo de la terapia. El paciente es visto como alguien que se opone siempre al saber y el analista como alguien que le va a ayudar a saber lo que se empeña en ocultar. Que el analista intervenga con empatía, con sensibilidad ante el sufrimiento del paciente, que sea prudente hasta que éste se halle en condiciones de aceptar lo previamente repudiado, no altera la concepción de fondo: es un saber rechazado lo que será buscado.

         ¿Qué deja de lado esta concepción cuando es la única que orienta al tratamiento? Que, como vimos antes, hay un inconsciente originario que no ha sido excluido de la conciencia por razones de censura sino que constituye la esencia misma del psiquismo, la forma bajo la que se constituyó, la manera en que el deseo, la función deseante, la intensidad afectiva, la activación que se produce en el sistema neurovegetativo, etc. llegó a existir. No son fenómenos dependientes del saber consciente y de no querer enterarse sino de momentos fundantes, y de las reestructuraciones ulteriores, que determinaron las leyes operatorias que regulan cómo funcionan los procesamientos inconscientes en ese sujeto en particular, cómo se articulan las ideas con la afectividad. El hacer consciente este inconsciente originario no es llevar a la luz el contenido latente de un discurso manifiesto ocultante sino el descubrir cómo algo es.

         Que en el proceso de descubrir aparezcan resistencias afectivas no está dado necesariamente porque sean las mismas que provocaron el presunto desconocimiento intencional original -la tesis de que la resistencia en el tratamiento es el equivalente de la represión que creó el inconsciente. En cambio, las  resistencias afectivas podrán tener sus origen en la la rivalidad narcisista con el que colabora en ese descubrimiento, o en la angustia que cualquier reestructuración del mundo de convicciones acerca de cómo son las cosas produce en el sujeto, incluidas angustias por el caos mental resultante del choque de concepciones contrapuestas -la angustia confusional no defensiva. Pero todo se agrava si, además, el analista considera que el paciente deforma para ocultar: el paciente, bajo el peso de la transferencia, toma esa perspectiva como propia y, desde ella  el descubrimiento es codificado como ser descubierto en lo que presuntamente ocultó. Sentimientos de persecución y culpa que llevarán a rechazar la exploración del psiquismo no por el contenido y el conocimiento de las reglas operatorias del mismo sino por el proceso, por el contexto, en que esa exploración tiene lugar. Aquí la posición del analista/ detective en busca del culpable crea la resistencia como defensa de un self amenazado.

         Si, además, en la exploración del inconsciente originario aparecen las figuras de los padres como intervinientes de primer orden en el origen del mismo, y del sufrimiento del sujeto, la resistencia afectiva dependerá -Kohut lo vio claramente- de los sentimientos de culpa y, especialmente, de la angustia por romper con figuras que fueron, y continúan siendo sentidas  como fuente de seguridad a pesar del carácter persecutorio o traumatizante que también tuvieron.

         Por tanto, si el hacer consciente lo inconsciente, constituye tarea esencial de toda terapia analítica, al no existir un único tipo de inconsciente, las angustias y resistencias que se movilizan son de orden muy diferentes, entre otras:

                 1) Las que dependen del contenido temático de lo que se iría haciendo consciente. La conciencia no tolera enterarse de los deseos incestuosos, agresivos, etc. pues ello rompe con la identidad idealizada deseada o hace temer el castigo o el abandono del objeto de amor (angustias narcisistas, de autoconservación, de apego, etc.).

                 2) Las que derivan del proceso de ir conociendo lo desconocido en un contexto intersubjetivo determinado, en que la palabra del otro (el terapeuta) puede ser vivida como avasallante, atrapante, humillante, traumatizante. Resistencia, por tanto, no ante un contenido temático que se rechaza sino ante la modalidad de vínculo que se establece con el otro. Este es el tipo de resistencias que desconocieron los que supusieron un analista neutro, que con su técnica lo único que supuestamente haría sería crear un espacio analítico adecuado, dependiendo de la resistencia y la transferencia del paciente. Es lo que han cuestionado fundadamente Ferenczi, Balint, Kohut, los relacionistas y los intersubjetivistas (Balint, 1952; Balint, 1968; Ferenczi, 1932; Kohut, 1977; Kohut, 1984; Mitchell, 1997; Mitchell, 2000; Orange, Atwood, & Stolorow, 1997).

                3) Las que surgen por las angustias de tener que cambiar modos de funcionamiento que, aunque productores de sufrimiento, constituyen el mundo reasegurante de lo que ya es conocido, incluido el vínculo imaginario con las figuras de apego.

         Por otra parte, el trabajo analítico no consiste exclusivamente en poner al descurbierto lo existente sino, y de manera que no le va a la zaga en importancia, en construir lo previamente inexistente (Bleichmar, S., 2000).
 

M. Klein

        ¿Qué es lo que centra el interés de Klein? La temática de la fantasía inconsciente, con un origen a partir del instinto, fantasía que despierta angustia, siendo ésta el motor  del psiquismo. A punto tal, que la primera angustia sería la de muerte, que provocaría el movimiento proyectivo inicial.

        No es necesario entrar en detalles, a estas alturas, sobre las enormes limitaciones que tiene el modelo, entre otras, el desconocimiento del papel estructurante de la realidad externa, con todas las derivaciones -desatención de los mensajes parentales y de sus acciones-, desatención de las múltiples causas de la agresividad, entre ellas la de ser respuesta de un ser amenazado por figuras traumatizantes o derivar de la identificación con figuras agresivas, etc. Pero, tan grande como sus limitaciones son sus aportes: la descripción del psiquismo en términos de estados emocionales complejos con sus fantasías, deseos y angustias correspondientes, y las razones por las cuales los estados emocionales se van transformando unos en otros en el suceder psíquico. Descripción de un mundo de objetos internos en continua interacción; descripción de ciertos mecanismos del psiquismo -identificación proyectiva, defensas maníacas, diferentes tipos de disociaciones defensivas-; el papel de la envidia en la génesis de la perturbación de las relaciones objetales, de los fenómenos de retracción esquizoides, etc. (Klein, 1935; Klein, 1946; Klein, 1957; Spillius, 1988a; Spillius, 1988b).

        En cuanto a la técnica kleiniana del tratamiento, el objetivo es  el conocimiento de la temática de la fantasía inconsciente, con todas las fallas metodológicas que surgen a partir de creer que se puede tener un acceso directo, más o menos simple, a través del contenido manifiesto del discurso. Debido a que el acceso a la fantasía inconsciente profunda es siempre más que problemático, salvo, y de manera muy restringida, en algunos momentos privilegiados y en algunos pacientes, entonces se la debe de inventar: el analista hace una lectura de tipo analógica-simbólica del discurso manifiesto del paciente, retraduciendo lo que éste dice en términos de la teoría utilizada, además de convertirla en una referencia al vínculo con el analista.

        Lo notable es que una vez que un grupo de analistas comparte un mismo sistema decodificador -no pasa sólo con los kleinianos-, su aplicación continua y, especialmente, la  convalidación por parte de sus colegas hace que su mente trabaje automáticamente como una máquina que va otorgando significados en base a un sistema rígido de decodificación, creando una convicción difícil de modificar. Lo que no se tiene en cuenta en estas condiciones es que las interpretaciones más que describir el estado del paciente hablan del código del analista, de las narrativas automatizadas bajo las cuales interpreta los datos. El analista es guiado, sin saberlo, por el sistema decodificador aprendido.

        En cuanto al papel del analista, éste es visto como un lector neutro de las fantasías del paciente sin que sus deseos de autoconservación -entre otros, de retener al paciente-, de apego, narcisistas, o sexuales, intervengan en la determinación de su conducta, siendo la transferencia algo que se desenvolvería por la mera acción del paciente. A pesar de que se tiene en cuenta el papel de la contratransferencia, de que se admite el campo transferencia-contratransferencia, en la práctica se trabaja como si el proceso fuera determinado exclusivamente por el paciente.

        Volviendo al problema del código del analista desde el que "lee" al paciente, la ceguera ante el papel estructurante de este código se constata en las supervisiones, nuevamente no sólo en las kleinianas, sería injusto centrar en esta escuela lo que es práctica común en el campo analítico. El analista que lleva un paciente a supervisión relata lo que sucedió en la sesión y en vez de que él/la y supervisor/a se pregunten ¿desde qué código suyo construye el relato, desde qué necesidades afectivas, desde qué angustias seleccionó lo que recuerda y lo que describe acerca del paciente, desde qué relación el supervisor va selecciondo lo que destaca y lo que excluye, etc.?, supervisor y supervisado toman el relato como una descripción del paciente y de lo que éste hace. La situación no se soluciona con que de tanto en tanto se haga una mención a la contratransferencia, deseos agresivos, eróticos, etc. Es el código mismo del analista, algo mucho más global que ciertos momentos aislados de la contratransferencia, lo que determina la captación del paciente. Es sorprendente que para el paciente se busquen los códigos caracterológicos desde los que construye la realidad y, en cambio, al analista se lo coloque en un santuario por fuera de esa misma condición.

        Con todo la situación no es simple ni cómoda, hay una condición del marco de la supervisión que obstaculiza: no es un análisis personal del analista que aporta el caso, ni debe serlo. Pero sí es posible que el supervisor/a vaya planteando algunas de las preguntas expuestas antes, aunque las respuestas permanezcan en la mente del supervisado sin necesidad de comunicarlas. Para el supervisor tampoco la tarea es fácil: debe intentar acercarse a una idea del paciente desentrañando el código del informante que tiene enfrente, preguntarse cómo la situación intersubjetiva de la supervisión y el modelo téorico compartido van condicionando lo que se le cuenta y cómo sus propias necesidades, angustias, defensas intervienen. El supervisor tiene la tarea imposible de ser analista -en el sentido del que analiza, comprende, no en el del que interpreta- del paciente al que el supervisor se refiere, analista del supervisado/a, analista de sí mismo, y analista de las interacciones entre supervisado y su paciente, y entre él y el supervisado. Y todo eso, para ser guardado, en gran medida, para sí mismo. El no infringir los límites del encuadre en que transcurre la supervisión debe ser la regla, pero tan imperativo como esto es la obligación de ayudar al supervisado a superar el desconocimiento de que aquello que cree aportar como material objetivo del paciente es una visión marcada por sus propios códigos caracterológicos y teóricos, y por la relación con el supervisor en tanto persona y portavoz de una orientación teórica.
 

Lacan

        Sus méritos, el haber introducido en el psicoanálisis el papel del otro en la estructuración del sujeto, el enfatizar que todos somos efectos de discursos de otros y atravesados por los deseos de éstos, el papel del tercero en permitir al sujeto trascender las capturas identificatorias de la relación dual, el diferenciar el orden de la estructura de las imaginarizaciones de la fantasía inconsciente  y el pensamiento consciente, el distinguir entre el edipo como estructura y las variantes de la anécdota individual que la escenifica. Es decir, haber colocado a las representaciones que dominan al sujeto dentro de un orden simbólico del cual las primeras son consecuencia (Lacan, 1966b).

        Sus limitaciones en el plano teórico y clínico: desatención del conflicto psíquico y de las múltiples angustias que surgen a partir de él, de las defensas erigidas en contra de las mismas, el desprecio de la afectividad caracterizada como sensiblería ciega provocada por el juego del significante y, sobre todo, reemplazo del interés por la descripción del funcionamiento del psiquismo y del inconsciente por grandes concepciones ideológicas-filosóficas. Por tanto, retroceso desde el interés freudiano por averiguar cómo opera el psiquismo, y del examen minucioso de sus leyes, hacia la metodología del discurso filosófico, incluso no del actual sino del precientífico, en el que unas cuantas fórmulas son utilizadas para dar cuenta de la realidad..

        En cuanto al inconsciente, reduccion de éste hasta extremos notables: puro juego mecánico del significante  y no como producto complejo de la interrelación entre múltiples sectores que derivan tanto de la represión -inconsciente formado por lo rechazado de la conciencia por razones afectivas- como de los efectos de la combinatoria de significados, de la memoria procedimental resultante de las interacciones entre el sujeto y los otros, de las identificaciones, además del juego del significante. Su tendencia a la polarización autoidealizante impulsada por la política del poder -los otros son "traidores y canallas", nosotros los "auténticos"- le hizo tomar su parcela de descripción del inconsciente como la totalidad. En vez de considerar al psiquismo y al inconsciente como algo complejo, con múltiples sistemas motivacionales y niveles de estructuración articulados, al cual él podía agregar dimensiones no avizoradas por otros, cada desarrollo propio lo fue con exclusión denigratoria del aporte de los demás. El resultado: un modelo reduccionista, encerrado en unas cuantas fórmulas, seductoras por lo fácil de aprender y de repetir por los discípulos, con una psicopatología caricaturesca en que algo tan complejo como  la psicosis es solventado mediante la simple formulación de que es por la no inscripción de un significante básico, la forclusión del nombre-del-padre (Lacan, 1966a), o las "perversiones" -la estructura "perversa", para ser más precisos-  por la operación de la desmentida de la castración.

        En relación a la técnica lacaniana del tratamiento: en la primera época, el reconocimiento del deseo por las consecuencias que tiene el ahogamiento del mismo, deseo cuya circulación se estimulaba porque cualquier detenimiento en uno particular resultaría ser puro atrapamiento en lo imaginario. Luego, el acto analítico (Lacan, 1967-68), espontáneo por parte del analista, del que se defiende que éste no sabe qué significa ni busca conscientemente que vaya a ningún lado. Esto, derivado de la influencia del surrealismo en el patrocinio de una escritura o una pintura "automáticas", libradas a la espontaneidad del acto creativo.

        Pero, tanto en una concepción de la técnica como en la otra, y en las variantes actuales al aceptar la psicoterapia que durante más de 30 años denigraron calificándola como "ortopedia", lo que domina es una técnica universal, a aplicar sin tener en cuenta las numerosas dimensiones diagnósticas a considerar en cada caso. Si las producciones psicopatológicas quedan comprendidas por unas cuantas fórmulas -por ejemplo la ya mencionada "la psicosis es por la forclusión del nombre-del-padre"-, entonces, las formas de intervención tendrán la limitación de responder a las pocas categorías que son tomadas en cuenta. No basta hablar de "la" anorexia o de "la" neurosis obsesiva y hacer derivar para éstas alguna pequeña variante de la fórmula general del tratamiento, que se convierte ahora en la fórmula general que guía la cura para esa categoría, que se considera homogénea -de ahí "la" anorexia, en singular-, pues ello desatiende subtipos de anorexia, subtipos de estructuras de personalidad en las que el síntoma anorexia es componente y expresión, el interjuego entre dimensiones correspondientes a los diferentes sistemas motivacionales, a las defensas, a las variantes de las angustias, a las modalidades operatorias del inconsciente y de la conciencia.

        El límite infranqueable para cualquier progreso que pudiera realizar el lacanismo en la teoría y en la técnica de la cura está dado por la concepción epistemológica y metodológica que encuadra todos sus desarrollos: el psiquismo no es visto como el resultado de la complejidad de mecanismos y regulaciones que se fueron creando y articulando a lo largo del desarrollo de la mente humana , y cuyas leyes deben ser estudiadas en particular, sino como determinado por unas cuantas fórmulas generales -ej.: lo imaginario, lo simbólico y lo real; o la forclusión, el falo, la castración, etc. Además, el abandono de una línea fértil de los '50 –el estudio de la intersubjetividad- coloca al lacanismo por fuera de la posibilidad de pensar la situación analítica como creada por los dos participantes que intervienen en su desarrollo. En ninguna otra escuela psicoanalítica el abuso del poder del psicoanalista sobre el analizado -a pesar de llamarse a éste "analizante"- ha alcanzado tal extremo. Igualmente la relación entre Lacan y sus discípulos, y entre los actuales jefes del movimiento y sus seguidores, siendo la marca de ello las frases emitidas como consignas que pasan a ser repetidas como verdades a conocer y no como propuestas a discutir.
 

Kohut

        Colocó a las necesidades de todo ser humano de fusión con una figura idealizada y de ser reconocida por ésta como eje del desarrollo normal, del sentimiento de vitalidad y de la cohesión del self, destacando el papel fundamental de la figura externa en satisfacer o frustrar esas necesidades,  y en la estructuración del sujeto, proveyendo las "selfobject experiencias" -las experiencias que el sujeto tiene con el "objetoself". La psicopatología surgiría como consecuencia de las fallas de las figuras significativas -en la infancia y en la vida adulta-  en cumplir con las funciones que permiten desarrollar y sostener al self en todas las áreas de funcionamiento, sea la sexualidad, la autoconservación o los proyectos self. El instinto es considerado como subordinado y moldeado por la respuesta del otro a la búsqueda que el sujeto hace de ese otro. La agresividad sería consecuencia de la frustración del self en ser especularizado adecuadamente o en que se le permitiera fusionarse con la imago parental idealizada (Kohut, 1971, 1977, 1984). Si bien los trastornos debido al conflicto no son descartados -en algunos casos, habla de"el hombre culpable, se reconoce su existencia-, el énfasis recae en los trastornos por déficit, en lo que las figuras significativas no aportaron.

         La teoría de la cura consiste en que el analista no repita las fallas parentales, supliendo al principio aquello de lo que carece el sujeto -especularizar y permitir la fusión de éste con la figura idealizada del analista- y, luego, mediante la internalización de lo previamente provisto por el terapeuta, el paciente  sea capaz de autosostener su autoestima y cohesión del self -la "internalización transmutadora".

        La actitud del terapeuta no es la de ayudar a poner al descubierto conflictos, deseos agresivos o incestuosos sino la de permitir que emerjan los deseos reprimidos del paciente, especialmente en el área del narcisismo -grandiosidad, por ej.- y de tolerar e, incluso, satisfacer temporariamente los mismos cuando ello sea posible, mostrando las raíces en la infancia y, especialmente, las fallas parentales, incluida la patología de estas figuras. La "inmersión empática" -colocarse el terapeuta en la perspectiva subjetiva del paciente-, sin confrontar los reclamos del paciente con la realidad, es considerada la posición terapéutica que permite no reproducir los traumas infantiles.

        El aporte de Kohut, a grandes rasgos, consiste en haber otorgado una dimensión estructurante a las necesidades narcisistas del sujeto y en descentrar la atribución de patología al sujeto mostrando la importancia de la patología de los padres, de las figuras externas actuales, y de lo que éstos hacen. En el campo de la terapia, rompe con el mito del terapeuta neutro, simple lector del inconsciente del paciente, y lo ve como causante importante de las reacciones de éste. Por supuesto, que las contribuciones de Ferenczi, de Fairbairn, de Winnicott, entre otros, están en las bases de sus desarrollos, pero él elabora una teoría del narcisismo y de la figura externa -incluido el analista- con una sistematicidad y especificidad que no encontramos en esos autores (Balint, 1952; Balint, 1968; Fairbairn, 1943; Ferenczi, 1932; Winnicott, 1989).

        Pero todo ello al precio de subestimar el papel de la sexualidad, del conflicto, de la rivalidad, de la agresividad. Y, en el plano terapéutico, una actitud y una técnica que corren continuamente el riesgo de caer en el simple apoyo. Si el paciente descrito por M. Klein es un guerrero samurai destructor, el de Kohut es el de un ser dotado de buenas intenciones al que sería suficiente con proveer de lo que narcisísticamente necesita para que se desarrolle normalmente y la patología se disipe.

        En este sentido no resulta difícil ver, tanto en Klein como en Kohut, la reaparición en el campo del psicoanálisis de grandes ideologías míticas sobre la bondad o la maldad inmanentes del hombre y la relación de éstas con el exterior. Lo que en el relato bíblico aparece como lo bueno externo que se pierde -el paraíso- por el deseo transgresor del sujeto -comer el fruto prohibido-, en Klein toma la forma de que lo bueno externo -el pecho bueno, el analista- se pierden por algo interno del sujeto -el deseo agresivo transgresor. Tanto el relato bíblico como Klein ubican al sufrimiento del sujeto como causado por su propia responsabilidad, de ahí el papel central que toma la culpa y la expiación/reparación. A diferencia de esta concepción, lo que constituye la encarnación de lo malo externo en las diferentes religiones -el demonio- que se apodera del sujeto y lo corrompe, haciéndole sufrir, en Kohut es la figura externa la que viene a perturbar a un sujeto intrínsicamente bueno. El sujeto no es el culpable sino el otro externo que lo abruma con su abuso de poder.
 

La psicología del Yo

        En su adhesión casi literal al Freud de "El yo y el ello", organizan la comprensión de todo en términos del edipo clásico, de los deseos incestuosos y de los impulsos agresivos hacia el rival edípico, deseos e impulsos reprimidos del ello frente a los cuales el yo opone resistencias para su emergencia en la conciencia. El análisis de estas resistencias del yo constituye la esencia del tratamiento, de modo que superadas éstas iría emergiendo, de una manera casi natural, el impulso reprimido para poder irse integrando en un yo que así ampliaría sus recursos. A diferencia de los kleinianos que interpretan lo reprimido -las fantasías inconscientes profundas-, es el desarrollo de la capacidad creciente para la autoobservación por parte del paciente de sus movimientos defensivos aquello que centrará el tratamiento. Con todo, comparten con los kleinianos la concepción de un analista neutro, objetivo, que no determina el proceso sino que es simplemente objeto de las transferencias del paciente; básicamente para la psicología del yo, de tipo sexual/agresivo. Las necesidades de apego y narcisistas previas al período edípico y ulteriores no son foco importante de atención.

        Dentro de la psicología del yo, algunos  autores como Bush o Gray enfatizan el no leerle el inconsciente al paciente pasando por encima de la resistencia y, especialmente, el tratar de promover un yo observador que sea partícipe activo en el proceso de autoconocimiento  (Busch, 1999; Gray, 1996). La posición básica de Gray y de Busch es esperar que el conflicto entre el impulso (drive) y la defensa se haga consciente, es decir, hasta que un impulso del ello emerja y tienda a ser reprimido. Esta es una diferencia con otro de los más conspicuos representantes de la psicología del yo, Brenner (1994), quien interpreta el conflicto inconsciente y considera que se debe descartar el enfoque estructural -segunda tópica- pues todo, incluido lo que llamamos yo, es una formación de compromiso entre impulso agresivos y libidinales, por un lado,  y las defensas, por el otro (Para un síntesis de la obra de Brenner, véanse los dos números 3 y 4  del Journal of Clinical Psychoanalysis, vol. 3, 1994). Como vemos, dentro de la psicología del yo existentes profundas divergencias respecto al papel del yo y a la técnica de intervención..

        Las limitaciones de la psicología del yo son múltiples. En el plano de la concepción del inconsciente, éste surge desde adentro del sujeto, por el efecto de la represión sobre los impulsos (drives) indeseables, predominando el biologismo sobre los sistemas de significación dados por el universo simbólico en que se construyen sus deseos,  creencias, incluso el tipo de defensas. El papel estructurante de los padres para moldear el edipo a través de las interacciones y de la identificación no encuentran su lugar apropiado.

        La realidad sería presuntamente captada por el analista quien ayudaría al paciente a superar sus distorsiones, creadas por los deseos y angustias del edipo infantil. Desde esta perspectiva, domina un realismo ingenuo sin que haya una reflexión epistemológica sobre el sistema desde el cual el analista construye sus interpretaciones y del efecto de sus concepciones y de su persona sobre el desenvolvimiento de la relación analítica. En el plano de la relación terapéutica, existe, a nuestro juicio, una desatención de las profundas necesidades de apego y de consolidación narcisista que el paciente busca en el vínculo con el terapeuta. El temor a caer en el apoyo y en la actuación hacen que el terapeuta se mueva rígidamente dentro de un repertorio reducido de intervenciones.
 

Los intersubjetivistas, los relacionalistas, los interpersonalistas

        Para una revisión de las diferencias entre estas corrientes, ver en Aperturas Psicoanaliticas -No. 5, Julio 2000- el trabajo de Dori Deprati "Diferencias entre dos corrientes psicoanalíticas: la interpersonal y la relacional", en cuya última parte se examinan, también, las postulaciones de los llamados intersubjetivistas. Además, la reseña de Nora Levinton en Aperturas Psicoanalíticas -No. 4, Abril 2000- sobre "Conceptos relacionales en psicoanálisis: una integración"; y las dos reseñas sobre libros de Mitchell en este número de "Aperturas".

        Quizá el aporte más significativo de  estas corrientes -especialmente los relacionalistas y los intersubjetivistas-, dejando de lado, en la generalización que sigue, las diferencias entre las mismas, sea el examen de la situación terapéutica como una co-construcción entre el paciente y el terapeuta, en que los rasgos de personalidad y la psicopatología de uno y otro van determinando, en su entrelazamiento, el decurso del tratamiento. La relación terapéutica es entendida como un encuentro entre las transferencias del paciente y del terapeuta, no siendo la transferencia algo que el paciente trae al análisis y que se despliega espontáneamente ante la mirada de un terapeuta observador, no importando quien éste sea o cómo se comporte. Nadie como ellos han puesto tan en cuestión a la persona del terapeuta, rompiendo el mito del terapeuta neutro/objetivo y de la interpretación como una simple puesta al descubierto de un existente, postulando que mediante la interpretación el analista construye narrativas e inconsciente. Su atención al contexto en que tiene lugar la patología del paciente los acerca a los interpersonalistas, aunque las diferencias con éstos también son importantes (Greenberg, 2001; White, 2001).

        El impacto que los trabajos de estas corrientes han tenido sobre el psiconálisis contemporáneo ha sido enormemente beneficioso pues han puesto en tela de juicio a un realismo ingenuo y a la posición autoritaria del analista como poseedor de verdades, garantizadas por sus teorías, a ser transmitidas a sus pacientes. Además, han incorporado los estudios de la interacción entre los padres y el niño/a, y  los conocimientos actuales sobre el sistema de apego, como parte de la teoría evolutiva que explica la organización del psiquismo.

        El gran déficit  de los intersubjetivistas más radicales (Stolorow, Atwood, Orange), es el creciente desinterés por la descripción del funcionamiento del psiquismo, de las fuerzas que operan dentro de él, del conflicto intrapsíquico, de las resistencias, de la estructura del inconsciente, del superyó inconsciente. Dado que todo es visto como una narrativa subjetiva, serían tan válidas las creencias del paciente como la del analista. El proceso consistiría en una negociación entre realidades subjetivas. No existe un inconsciente real que está ahí al cual es posible ir aproximándose, por más imperfectas que sean las teorías del analista o su visión de él. Bajo la tesis válida de que a la realidad se accede mediante discursos, dado que estos son ineludiblemente subjetivos, se abandona todo intento de ir conociendo progresivamente esa realidad. Posición nihilista, hermeneuticista extrema,  que critica Hanly con fina discriminación conceptual (Hanly & Fitzpatrick Hanly, 2001).

         El énfasis en los efectos terapéuticos de la interacción y el colocarse en la perspectiva del paciente, aceptando su realidad subjetiva, conduce en muchos casos, como bien lo señala O'Connell ( 2001), a desatender la realidad externa, encerrados paciente y terapeuta en una isla en que sólo cuentan sus propias realidades subjetivas.

        Estas objeciones sobre la falta de un modelo amplio sobre el funcionamiento del psiquismo no es aplicable a autores como Mitchell (1997, 2000) o Lichtenberg (1989, 1992).

El atractivo de los grandes relatos míticos

        Lo notable es que el atractivo que ejercen los grandes autores del psicoanálisis, y la pasión mesiánica que despiertan, se debe no sólo a los territorios que descubrieron sino a los grandes relatos míticos que activan en sus seguidores. Cuando M. Klein crea la promesa de expurgar la maldad y que el amor triunfe sobre el odio, o Lacan levanta la bandera de "no ceder sobre el propio deseo" y de romper con la alienación y sumisión al otro, se despiertan anhelos largamente acariciados en cualquier persona. Igualmente, cuando Kohut exculpa al sujeto y ubica la falta en el otro, o cuando Winnicott habla del "medio facilitador" y  de "la madre suficientemente buena", todas las esperanzas se despiertan al ser creídas como posibles: no sentir culpa, ser amados por el otro, vivir sin coerción externa, y ser auténticamente nosotros mismos. O cuando la psicología del yo retoma el aforismo de "donde estaba el ello, el yo debe advenir" seduce con la idea de dominar las pasiones y de colocarlas bajo el dominio de un yo racional. Y cuando los intersubjetivisas indican que todo se co-construye en el diálogo y que no hay verdades, que cada verdad es subjetiva y tan válida como las demás, contribuyen a crear un sentimiento de libertad frente a la realidad externa, de evitación del conflicto y de confrontación con el semejante.

        No es este el lugar para adentrarnos en las promesas míticas que levantan cada una de las escuelas psicoanalíticas -el tipo de deseos que dan como realizables y las angustias que prometen disipar- pero sí, por lo menos, dejar abierta la cuestión de cómo al hacer resonar grandes esperanzas del hombre les permite recibir un apoyo que sus verdades, importantes sin dudas, no serían suficientes para sostener.
 

Primera recapitulación: necesidad de un modelo integrador

        ¿Qué nos muestra este breve recorrido por los aportes que las distintas escuelas psicoanalíticas han ido haciendo a nuestro conocimiento sobre la estructura del psiquismo y la técnica terapéutica? La pérdida que implicaría el encerrarnos en la concepción de una sóla de ellas como si fuera capaz de dar cuenta de la totalidad de las dimensiones en juego y, por tanto, la necesidad de un modelo integrador. Modelo que no puede derivar de un eclecticismo en que tomemos un poco de cada una -especie de yuxtaposición ateórica-, sino que debe basarse en una concepción que dé cuenta de los múltiples sistemas motivacionales organizados alrededor de necesidades y deseos específicos  (hetero-autoconservación, apego, narcisismo, sexualidad, etc.) y su articulación con los subtipos de angustia y los sistemas tendentes a contrarrestar a éstas -defensas, entre ellas la agresividad -, así como una descripción de las modalidades operatorias del inconsciente y la conciencia, y de la interacción recíproca entre el nivel simbólico y el neurobiológico. Es lo que intentamos con el modelo que hemos denominado enfoque "Modular-transformacional", del que se puede encontrar una exposición sintética en la primera parte del trabajo "Aplicación del enfoque modular-transformacional al diagnóstico de los trastornos narcisistas" (Bleichmar, 2000a). Recién a partir de un modelo integrador de cómo funciona el psiquismo normal y patológico es factible pensar una técnica de intervención terapéutica que no sea una mera serie de recetas al uso (Bleichmar, 1997, 1999a,  1999b).
 

Diferentes tipos de inscripciones de la experiencia, de sistemas de memoria

        En la actualidad existe una amplia evidencia sobre la existencia de múltiples sistemas de memoria en cuanto al tipo de información procesada, a sus formas de operar y a las bases neurofisiológicas de las mismas (Tulving & Craik, 2000). No nos detendremos en un examen pormenorizado del tema sino que nos referiremos a dos tipos de memoria cuya diferenciación es pertinente para el trabajo analítico: la "memoria declarativa" y la "no declarativa" (véase la excelente síntesis de Davis (2001). La denominación de "memoria declarativa" se utiliza para referirse al hecho de que un sujeto puede tener en su conciencia y poner en palabras un recuerdo, es decir "declararlo".

        En contraposición con la anterior, la denominación de "memoria no declarativa" alude a distintas condiciones: las habilidades para realizar procedimientos -andar en bicicleta, dibujar, jugar al tenis, etc.- pero, sobre todo, en cuanto a lo que nos interesa a los psicoanalistas, a las formas de inscripción de vínculos, a las reacciones afectivas automáticas que un bebé puede tener ante la modalidad de contacto del otro significativo, a las operaciones de los mecanismos de defensa -la operatoria en sí, no los contenidos sobre los que operan-, a las reacciones afectivas que se desencadenan ante ciertos estímulos -ejs. miedo ante el ceño fruncido del otro: pérdida de vitalidad ante la separación-, etc. Las formas automatizadas de estar con los demás son denominadas por Stern (1998) "conocimiento implícito relacional". Estas formas de existir lo psíquico son inconscientes y, como dice Davis (2001):  "Ellas operan por fuera de la percatación del individuo pero no están reprimidos o, de otra manera, no son dinámicamente inconscientes" (p.82).

         A la memoria declarativa se la suele también llamar "memoria explícita" y a la no declarativa "memoria implícita". A veces se utiliza en la literatura como intercambiables "memoria no declarativa", "memoria implícita" y "memoria procedimental" aunque, en verdad, no son superponibles.  En este trabajo emplearemos la denominación de memoria procedimental para referirnos a la memoria no declarativa. Pero más allá de las connotaciones que sugieren los términos en uso, y de las precisiones terminológicas que se puedan hacer en el futuro, lo que hoy está aceptado sin discusión es que resulta muy diferente aquello  que, por un lado, puede ser pensado, representado en imágenes o puesto en palabras que lo que, por el otro, existe inscrito en términos de procedimientos, de esquemas afectivos-motrices, de operaciones del psiquismo que manipulan a contenidos. La operatoria afectiva, por ejemplo, no está representada, aunque el sujeto pueda luego darle una representación imaginaria que la metaforiza sin que llegue a describirla tal cual realmente es.
 

Aplicación a la clínica

        En lo que sigue presentaremos algunos ejemplos centrados en  ciertas problemáticas muy restringidas pero que, precisamente, por ser circunscritas, nos permiten ilustrar, aunque sea de una manera esquemática, la relación entre la comprensión que tenemos sobre los diferentes tipos de procesos inconscientes, las modalidades en que algo está organizado en la memoria y las formas de intervención terapéutica.
 

La desvitalización: una viñeta clínica

        Es una mujer que llega al tratamiento con una profunda desvitalización a la que subyace un sentimiento de impotencia y desesperanza de que su conducta pudiera tener alguna incidencia sobre la realidad, especialmente la reacción del otro. Habla "para adentro", como tragándose las palabras, casi sin expresión emocional que acompañe a lo que va relatando. La atiendo frente a frente y cuando le formulo una observación o una interpretación se queda mirándome sin que haya ninguna expresión que revele si acepta o rechaza lo que digo, o si le afecta de algún modo. Tiene una actitud notablemente sumisa, que es la misma que caracteriza todos sus vínculos.

        Sabe de sus limitaciones, por eso concurre al análisis, aunque sin muchas esperanzas porque una terapia anterior fue interrumpida por el terapeuta por falta de progresos. Es  inteligente, asocia, trae sueños, incluso entiende algunos de sus significados, pero eso no cambia sus reacciones automatizadas, la forma en que se relaciona con los demás. No se trata de que suprima la expresión externa de un reclamo sino que su estado emocional evoca las descripciones de los casos de hospitalismo en la fase en que desaparece la queja y la lucha por recuperar al objeto de apego tras haber fracasado en lograr su retorno. La paciente había vivido una infancia en que una madre muy inaccesible, egocentrada, no respondía a sus deseos de ser alguien para ella -una hermana ocupaba toda su atención. Un padre débil, sometido a su mujer, no constituyó ningún apoyo o, incluso más, fue el modelo identificatorio de alguien que no se sentía con derechos frente a su mujer.

        El único sector en que subsiste la capacidad de desear y de esperar que su deseo se realice es el de la sexualidad, encontrando en ella solaz y salida transitoria a su desvitalización.  Lo más llamativo es lo poco que espera de los demás, excepto, como dijimos, en  la sexualidad, estando resignada a vivir en los intersticios que los otros le permiten. Es un posicionamiento básico, reproducción del que tuvo con su madre, en que la inhibición del desear en importantes sectores no se debe a la clásica inhibición producida por lo que en Freud se denomina ansiedad de castración, a un fenómeno de represión de un deseo por entrar en conflicto con el superyó, sino a algo mucho más básico, la falta de respuesta del otro, la que tuvo una doble consecuencia: a) un déficit en la fuerza del desear, que siempre depende en su constitución y en su mantenimiento,de la vitalización que le imprima el otro; b) un sentimiento profundo de ilegitimidad que pasó a formar parte de su identidad, pues si la figura significativa no responde para el niño ello indica que lo que pide no es adecuado. En nuestra paciente, desvalorización de sí que corre paralela con la idealización de los otros, frente a los cuales siente que es claramente inferior. Sus sueños son de contemplar cómo otros forman grupos que participan de distintas actividades mientras ella se queda aislada. No hay reproche a los otros sino simple "constatación" -así lo cree- de que no les interesa estar con ella pues no tiene nada interesante que ofrecer. El deseo subsiste, aunque enormemente debilitado, de participar en actividades con los otros pero la convicción de que no será satisfecho inhibe su fuerza y su transformación en acción.

        Queremos insistir en este último punto, distinguiendo entre fuerza del deseo, expectativa de su realización y paso a la acción en la realidad para hacer que obtenga satisfacción real y no solamente en la fantasía. Cuando existe la expectativa de que el otro no responderá afirmativamente al deseo del sujeto, la intensidad de éste disminuye progresivamente, pudiendo llegar a desaparecer, destino que también sufre todo movimiento en la realidad que pudiera ser impulsado por ese deseo. En nuestra paciente era evidente este fenómeno que en otro trabajo lo describimos como "desactivación sectorial del inconsciente", para indicar que no se trata de que el deseo esté reprimido, permaneciendo vigoroso en el inconsciente, sino que que en el mismo inconsciente se encuentra en un estado diferente, habiendo perdido su fuerza; de ahí la denominación de "desactivado" (Bleichmar, 1997).

        En el tratamiento de esta paciente lo que permitió ir cambiando su desvitalización estuvo dado por una serie de intervenciones que transcurrieron en niveles muy diferentes. Por un lado, la reconstrucción histórica de los vínculos con sus padres que fueron los que generaron un sentimiento de profunda inadecuación personal y de falta de esperanza de provocar en el otro el reconocimiento deseado. Este trabajo acerca de la identidad asumida y de las causas que la hicieran sentir inadecuada reinscriben, por implicación, representaciones contrarias a las iniciales. No es la reconstrucción histórica de por si lo transformador –es lo que señala Fonagy (1999)-, sino que en ese proceso va emergiendo otra alternativa, una forma de representarse a sí misma, un camino a seguir, impulsado por un terapeuta que cree que su paciente puede cambiar. La reconstrucción histórica, al transcurrir en un contexto intersubjetivo va creando otra representación del self por ir generando el significado "Tú no eres únicamente esa que estás describiendo, como cualidad intrínsica, inmanente, sino que esa forma de ser fue la manera de reaccionar ante ciertas circunstancias. Puedes ser diferente ahora". Es este significado, compartido en la intersubjetividad, dotado de la fuerza de la creencia del otro significativo -el terapeuta- el que inicia el cambio. Aunque se necesita de algo más.

        Llegó un momento, no muy avanzado el tratamiento, en que ella "sabía" muchas de las razones de su problemas pero, igual seguía reaccionando automáticamente bajo su modalidad habitual Esta problemática de que alguien sabe algo y, sin embargo, no cambia es lo que constituyó un enigma para Freud  (1915b) quien se interrogaba acerca de cómo puede ser que una vez que al paciente se le ha dado la interpretación adecuada, sin embargo no se produce una modificación de la patología. Lo que le llevó en ese trabajo a plantearse la tesis de la doble trascripción -o doble inscripción, como aparece en otras traducciones. Habría una inscripción en la conciencia y una inscripción en el inconsciente. A ésta última la denominaríamos ahora inscripción en forma de memoria procedimental, forma de sentir y de actuar autómatica. La inscripción consciente pasa a ser memoria declarativa. La cuestión es cómo se cambia la procedimental.

        Problema importante de la técnica que encontramos cotidianamente, cuando  el paciente termina sabiendo los acontecimientos infantiles que originaron la conducta actual y, a pesar de ello, ésta persiste. Son tratamientos que al ser llevados a supervisión, el supervisor  dice algo y el terapeuta que trae el paciente responde: "Yo ya se lo dije, eso ya lo trabajamos"; entonces, el supervisor descubre otra nueva veta y se le vuelve a responder "No, no, eso también lo trabajamos". Se han trabajado cosas realmente importantes, pero la conducta del paciente no se modifica. Es lo que vemos en algunos pacientes fóbicos, tímidos, inseguros de toda la vida, con quienes  hacemos una reconstrucción histórica de las causas que justifican la patología, pero, sin embargo, no se produce el cambio.

        Por ello, en el caso de mi paciente, junto al trabajo de reconstrucción histórica,  lo que existió por mi parte fue una actitud de espontánea implicación en el vínculo, de activa intervención en los proyectos y  mil aspectos de la vida cotidiana no porque esperase que una supuesta experticia mía en orientar la vida de la paciente colocase a ésta en el buen camino sino porque el significado vivencial para ella era que el compromiso emocional del terapeuta probaba que sí valía, que ocupaba un lugar en la mente del otro. Además, y no de importancia secundaria, la expresión de mi propia emocionalidad, el permitirme entusiasmos o confrontaciones con cierto grado de pasión, fueron haciendo participar a la paciente en un tipo de vínculo vitalizante, en el placer del encuentro, incluso en el placer del desafío y del desencuentro que narcisiza porque afirma la propia posición. La actitud que la paciente fue teniendo en el vínculo conmigo le permitió inscribir, en forma de memoria procedimental, modalidades de sentir y de actuar que no estaban reprimidas sino que previamente habían sido abortadas en su posible desarrollo.

        Intervenciones del terapeuta que van allá de la simple empatía con la cual se comprende lo que le pasa a la paciente, y se lo hace saber, para pasar a ser conducta y actitud que transfunde la fuerza del deseo, el placer en el encuentro, la expectativa de que sí se podrá obtener una respuesta positiva del otro. Es la calidad del vínculo, la intensidad del mismo, incluso la confrontación polémica que transmite la idea de que lo que el paciente dice al terapeuta interesa a éste, que el paciente y su destino son lo suficientemente importantes para el terapeuta como para "pelear" por participar en la decisión sobre los caminos a transitar.

        Contrariamente a lo que se podría pensar  que un terapeuta apasionado en sus opiniones haría correr el riesgo de aplastar a un sujeto "débil", cuando las opiniones del terapeuta se expresan claramente y no se rehúye la confrontación, el paciente vive la experiencia de participar en un tipo de intercambio vigoroso del que careció en la infancia. Por supuesto, a condición de que haya un profundo respeto por la opinión del paciente y que se metacomunique el placer en la polémica, a la manera del placer que tienen dos oponentes en un juego en el que se respetan mutuamente. Y, especialmente, que las ideas del terapeuta lleven el sello de que son ideas y no verdades absolutas, que se enuncian para ser discutidas, aunque se ponga pasión en ellas. Esto posibilita una identificación del paciente con alguien que legitima sus ideas pero que entiende, al mismo tiempo, de lo relativas que son y que, en última instancia constituyen nada más que opiniones.

        Sabemos del cuestionamiento que se puede hacer a lo que venimos de proponer y la posición clásica en psicoanálisis de que el terapeuta no debe tener opiniones, que se limitará a interpretar, que no es un pedagogo, pero, además de que detrás de toda interpretación hay una opinión, que todo silencio que supuestamente es neutro transmite significados, y que negar esto es autoengañarse y mistificar la experiencia del paciente, en el caso particular de pacientes como la que venimos de describir resulta de decisiva importancia su participación en un diálogo vivo y franco. Nada debilita más que tratar a alguien como débil pues se lo consolida en esa identidad.

        Esta posición que sostenemos es concordante con la que Westen (1999) muestra en el caso de su paciente R. con quien realiza un tratamiento activo, con intervenciones más estructuradas y deliberadas que las de un tratamiento clásico, intervenciones  tendentes a modificar una actitud fóbica frente al elogio proveniente de los otros. Westen deja claro que ello no obstaculiza un trabajo interpretativo: “Es importante hacer notar también como esta actitud estimula en vez de retrasar el insight acerca de algunas dinámicas centrales” (p. 1088). Además, fundamenta ampliamente la técnica empleada en lo que hoy se sabe sobre la modificación de formas de memoria procedimental cuando éstas se convierten en modalidades caracterológicas para las cuales no es suficiente el análisis de las fantasías inconscientes, siendo indispensable el vivir experiencias que modifiquen lo previamente inscrito.

        En el caso de nuestra paciente, una actitud terapéutica clásica de distancia, de la llamada neutralidad afectiva, de abstinencia, centrada únicamente en proveer comprensión, hubiera reproducido -iatrogenia-  el vínculo con una madre que alimentó, vistió, todo correctamente, pero sin hacer participar en formas de intercambio que legitiman al ser, le dotan de la fuerza del desear, le posibilitan sentir y expresar sus emociones con intensidad, y sacan de un estado de confusión. Como afirma Killingmo (1999): "Cuanto más marcado esté un material clínico por residuos de déficit afectivo, tanto más la transferencia estará caracterizada por la urgente necesidad de un objeto que pueda corregir previas experiencias confusas de objeto y que también sirva para la internalización de nuevas,  más benignas y diferenciadas representaciones de objeto"( cursivas nuestras). Agregando poco después: "Tomando como indicador el estado afectivo predominante en el paciente, el analista puede también saber si el paciente -aquí y ahora- es capaz de funcionar en una modalidad que yo llamo de conocer. ¿Es el paciente capaz de formar una alianza con el terapeuta en una actitud exploratoria y, finalmente, sacar provecho de la interpretación, o su sentimiento de inseguridad es tan presionante y su experiencia del self tan fragmentada que el analista debe abstenerse de intervenciones exploratorias y dirigirse a intervenciones afirmativas?  Considero que la evaluación del relativo impacto de la transferencia de conflicto versus la transferencia de déficit es lo más importante en mi actitud de escuchar-comprender."

        Debemos agregar que en nuestra paciente  una actitud clásica también habría reforzado la identificación con una figura paterna no comprometida y emocionalmente apagada, ahora representada por el analista.

        Pero la fundamentación de lo que hicimos con nuestra paciente no se basa simplemente en que fue útil para el tratamiento, o en que son legítimas ciertos apartamientos de la técnica clásica -los llamados "parámetros," a partir de Eissler (1953), sino en una conceptualización de los procesos inconscientes que van más allá de reducirlo al inconsciente reprimido, y que se basa en los conocimientos que disponemos hoy en día sobre los distintos tipos de memoria. Es esto lo que reclama el uso de intervenciones que exceden a la interpretación clásica. Por ello nuestro cuestionamiento a las falsas dicotomías entre los partidarios de que es la interpretación lo que produce cambios versus los que afirman que la relación terapéutica constituye el factor transformador. Todas estas intervenciones son necesarias, depende de qué es lo que queremos modificar, a qué tipo de procesos inconscientes nos dirigimos, cuál es el tipo de inscripción -memoria declarativa, memoria procedimental-, cuál es la capacidad emocional del paciente para recibir lo que se le ofrece. Y si simplemente estamos descubriendo el inconsciente o estamos creando algo que no se constituyó o fue abortado en su desarrollo por la falta de un medio "suficientemente bueno" (Winnicott, 1965). Será ello lo que fijará la modalidad de intervención y no una técnica válida para todos los casos.
 

La "representación-cosa"

        Lo que nos reconduce al tema de que la reinscripción en palabras, a través ya sea de una interpretación o de un pregunta que promueva un descubrimiento por parte del paciente, no es suficiente para cambiar lo que está sólidamente anclado en el psiquismo. Cuestión que coloca en primer plano la pregunta de  cuál es la relación entre el conocimiento consciente -uno de los objetivos básicos del tratamiento analítico- y la modificación y cambio terapéutico. Aquí es pertinente recordar lo que afirmaba Freud (1915b):

 "Por tanto, para una consideración superficial parecería comprobado que representaciones conscientes e inconscientes son transcripciones diversas y separadas en sentido tópico, de un mismo contenido. Pero la más somera reflexión muestra que la identidad entre la comunicación y el recuerdo reprimido del paciente no es sino aparente. El tener-oído  y el tener-vivenciado  son, por su naturaleza psicológica, dos cosas por entero diversas, por más que posean idéntico contenido" (p. 171)

        Diferencia entre "tener-oído" -palabras, representaciones en términos de discurso, de explicaciones, de interpretaciones, de conocimiento sobre sí mismo- y "tener-vivenciado" a nivel emocional y de esquemas de acción, de memoria procedimental , en las relaciones con el exterior en general y con los otros en particular. Freud no conocía de las inscripciones que en la actualidad se ubican como  memoria procedimental pero se dio cuenta que es diferente el hablar de algo y el vivenciar ese algo del cual hablamos.  Sostuvo: "..la representación consciente abarca la representación-cosa más la correspondiente representación-palabra, y la inconsciente es la representación-cosa sóla"  (Freud, 1915b, p. 198).

        El tema de la "representación-cosa" ha merecido una larga investigación en psicoanálisis. Se la ha entendido como que corresponde desde la imagen del objeto que es nombrado por la palabra -la célebre diferencia de Saussure entre la imagen del árbol como significado y la palabra árbol como significante-, hasta la materialidad fónica de la palabra, la huella auditiva de la misma, sin que signifique nada, sólo la articulación fonemática, o imágenes perceptivas carentes de sentido. Por nuestra parte, entendemos a la representación-cosa como algo más abarcativo, comprendiendo también a las inscripciones en forma de memoria procedimental. El inconsciente se halla formado por más elementos que palabras, imágenes, significados. Junto a éstos, a las creencias matrices pasionales, a las fantasías complejas, existen esquemas de acción, esquemas de coordinación entre ideas, afectos y acciones, de coordinación entre los afectos y el cuerpo. De esta manera, el descubrimiento freudiano de la diferencia entre representación-palabra y representación-cosa adquiere toda su relevancia.

        Para lograr el cambio terapéutico no es cuestión simplemente de levantamiento de la represión ni del mero acceso a la conciencia de lo desconocido por el paciente -a pesar de la enorme importancia que esto tiene, y que  buscamos en todo tratamiento- sino de algo que va más allá de la ampliación de la conciencia y que ha sido descuidado durante mucho tiempo en psicoanálisis, a pesar de que numerosos autores insistieron en ello, entre otros  (Balint, 1952, 1968; Gedo, 1979; Killingmo, 1995; Lichtenberg, Lachman, & Fosshage, 1996; Lichtenberg,  1992; Mitchell, 1997; Renik, 1996; Stern, 1998; Winnicott, 1989). Se trata de modificar al inconsciente en múltiples niveles: en las creencias matrices pasionales pero, también, en las formas de reaccionar a nivel afectivo, a nivel neurovegetativo, a nivel de mecanismos anteriores a la proyección, a la represión, a la negación, como son la desconexión del entorno, el bloqueo emocional, la desactivación parcial del desear, incluso el intentar suspender -a veces exitosamente- la actividad mental, tal como hemos mencionado anteriormente en relación al paciente de Ogden. Para cada una de estas condiciones se requieren formas de intervención específica, que integren lo mejor de la producción psicoanalítica (Pine, 1990, 1998). Creemos que implica seguir en el atraso el continuar teniendo una técnica monocorde para no importa qué tipo de paciente o de sintomatología. Por ello la orientación terapéutica que usamos en el caso que venimos de relatar no la proponemos como forma universal, en reemplazo de la técnica clásica, lo que se constará en los pacientes que presentaremos más adelante.

        Retornando a la paciente, ¿qué acerca de su agresividad, de sus deseos transgresores, de su rivalidad, de su envidia, de los conflictos entre sus deseos y las prohibiciones superyoicas? ¿Era un caso puro de trastorno por déficit o había algo más? Su discurso tenía marcas de su rabia, de agresividad encubierta, de envidia, de culpa por lo que supuestamente no debería sentir. Es lo que vemos frecuentemente: todo déficit genera frustración del sujeto consigo mismo, comparación con los demás que se presenta bajo la forma de envidia de distinto grado de severidad, de sentimientos de culpa, etc. No hay trastorno de déficit que no se acompañe de conflicto psíquico, de fantasías agresivas. Pero haber hecho hincapié durante los primeros tiempos de análisis en su envidia o en la  agresividad, que para la cultura y para ella tienen una clara valoración negativa, habría reforzado su sentimiento de inadecuación, perturbando tres sistemas motivacionales: el narcisista -eres mala, inadecuada-, el del apego -angustias de perderme porque yo la vería como alguien a quien no se puede querer-, y el de la autoconservación -incremento de las angustias persecutorias. Recién cuando se pudo sentir mejor con ella, cuando tuvo la convicción profunda de que yo la apreciaba, de que me gustaba, de que no corría peligro de ser rechazada, abandonada, pudimos empezar a encarar esos aspectos y rasgos masoquistas de autoprivación -no se podía comprar cosas que le gustaban, vivía de manera excesivamente frugal. Autoprivación que era la forma en que quedó incorporada como rasgo caracterológico lo que sentía que no tenía derecho a pedir a su madre, y lo que ésta tampoco le daba en las ocasiones que sí se animaba a pedir. Convirtió en activo -el autoprivarse- aquello que vivió pasivamente.

       Un tratamiento que no encare la agresividad, la envidia, los deseos celosos de posesión exclusiva, etc.,  priva al paciente de la posibilidad de disminuir su sufrimiento, de mejorar sus relaciones, de que deje de emplear energía en movimientos defensivos. La cuestión es cómo hacerlo. Cuando Freud, a pesar de todas las fallas en la comprensión del caso de Juanito, le dijo explícitamente que los sentimientos de Juanito de tipo sexual y agresivos eran normales, comunes a la humanidad, dio con algo de trascendencia: el saber que los sentimientos prohibidos por el superyó son propios del ser humano ayuda a no sentir una culpa o un terror abrumador. Para ello es necesario que el diálogo analítico sea mucho más que poner al paciente en contacto con sus rasgos criticados por la cultura y, por tanto, por él mismo. Debe asumir la forma de una conversación -somos conscientes de lo urticante que puede resultar esta idea para la forma tradicional de encarar el tratamiento analítico, aunque se va abriendo caminos en sectores importantes de psicoanalistas-, conversación en que se reflexione sobre los procesos mentales del paciente, intentándose siempre que encuentren su explicación en las condiciones bajo las que creció, en las identificaciones que tuvo, en las formas de defenderse de sus sentimientos de  hallarse en peligro. El hecho de que la situación analítica sea tan insularizada, hace que el paciente pueda sentir que lo que le ocurre es exclusivo de él y no una forma humana, ampliamente extendida, de existir. Esto debe de ser transmitido, de manera implícita o explícita, según las necesidades del caso.
 

La memoria en estado lábil

        Pero antes de proponer una respuesta al problema de cómo modificar el inconsciente, veamos algunos descubrimientos  recientes sobre la estructura de la memoria que significan una verdadera revolución en nuestro conocimiento acerca de la misma (Nadel & Land, 2000; Nader, et al., 2000; Sara, 2000). Hasta ahora se sostenía que las memorias antiguas una vez constituidas, fijadas, permanecían inalterables. Cuando esas memorias eran reactivadas, recordadas, sobrevendría una nueva inscripción que se agregaba a la anterior; aposición de inscripciones que determinaban la consolidación de las mismas. Esta era la concepción vigente conocida como teoría de la "consolidación" de la memoria.

        Los experimentos realizados en animales -no existe ninguna razón para pensar que los mecanismos básicos que se estudiaron no funcionan igual en seres humanos- consistieron en lo siguiente: se los condicionó, condicionamiento clásico, para producir una reacción de miedo. Se apareó un estímulo incondicionado, el shock eléctrico, al cual el animal reacciona de manera natural con los comportamientos de miedo, con un estímulo sonoro -el estímulo condicionado- que es capaz, a partir de ese condicionamiento, de despertar la misma reacción. Se trata, por tanto, de la inscripción de dos recuerdos, el del shock y el del estímulo sonoro.

        Por si hubiera tendencia a desechar los datos de la psicología experimental animal, a crear campos divergentes y no buscar convergencias, bajo el argumento, más que válido, de que el nivel simbólico del hombre lo diferencia claramente del animal, olvidándose que nuestro psiquismo en sus niveles más primitivos -insistimos, en sus niveles más básicos y primitivos- se rige por leyes semejantes a las del animal, o si hubiera necesidad de buscar apoyo en Freud, recordemos que éste reiteradamente mostró la importancia del condicionamiento en la producción de síntomas. El caso de Dora, en que el humo del cigarro del padre pasó a ser señal -estímulo condicionado- que determinó que luego reaccionase ante Freud -por ser fumador como el padre- con la misma respuesta afectiva que tuvo ante su progenitor, es uno de los muchos ejemplos que se encontrarán en la obra freudiana. Si se lee, por otra parte, el concepto de angustia señal en  el texto de Freud de "Inhibición, síntoma y angustia", en que un elemento actúa de señal -de ahí el nombre de angustia señal- de anticipación de una situación catastrófica, a la cual Freud llama angustia automática, se verá con claridad como hay buenas equivalencias con los conceptos de estímulo incondicionado y de estímulo condicionado .

        O, para los que  siguen a Lacan, cuando éste plantea que por la relación de contigüidad temporal, de asociación entre dos elementos o significantes -lo que llama relación metonímica-, el inconsciente hace que el elemento que participó en el primer par pueda generar una reacción que por sí sería incapaz de producir y genere un efecto al asociarse con otros significantes, estamos en las múltiples variantes del fenómeno del condicionamiento.

        Después de este desvío, volvamos a los experimentos sobre la memoria. Una vez que se creó la memoria de que el sonido presagia al shock eléctrico, se realizaron varios experimentos adicionales, de los cuales es de destacar uno: si en el momento en que se presenta el estímulo sonoro, y se reactiva la memoria que produce la reacción del miedo, se le inyecta al animal una substancia en la amígdala cerebral -anisomycin, substancia que inhibe la síntesis de proteínas-, el animal  pierde el condicionamiento, es decir, el carácter alarmante del sonido que, a partir de ese momento, no provocará más la reacción de miedo. Hay un borramiento de la memoria

        Se podría pensar que la substancia simplemente borra la inscripción de la reacción del miedo pero lo interesante es que la pérdida de la memoria del condicionamiento se produce sólo si la substancia se inyecta en el período preciso de la reactivación de la memoria -momento del recuerdo- pero no si se lo hace fuera de ese momento.  Es decisivo que la memoria tenga que haberse activado para que la inyección del anysomicin tenga efecto. Fuera del período de memoria activa, del recordar, no hay efectos de destrucción de la memoria.

        Éste es uno dentro de una amplia serie de experimentos que han llevado a los neurocientíficos al conocimiento de que en el momento en que algo se recuerda la memoria entra en un estado, al cual se denomina de memoria en "estado lábil", en que se reorganiza. Si el momento del recuerdo fuera una nueva inscripción, una duplicación de la inscripción, una adición, lo único que el anysomicin  alteraría, borraría, sería esa nueva inscripción, persistiendo la antigua y,  por tanto la memoria, el recuerdo de las primitivas inscripciones.

    La conclusión -hay múltiples experimentos que confirman esos resultados- es que en el momento del recordar, en ese momento, hay una reinscripción de la antigua memoria, se reestructura, entrando en un estado lábil. Reestructuración que implica la posibilidad de agregado de elementos que  no estuvieron en la situación original. "La idea principal, en síntesis, es que el estímulo contemporáneo activa una red mnésica que, a su vez organiza y provee significado a la actual experiencia perceptual. Desde esta perspectiva no hay una clara demarcación entre recuperar, como se pensaba antes, y consolidación. Cada operación de recuperación disparará un proceso de reconsolidación que permite la integración de la nueva información sobre la base del pasado" (Sara, 2000, 213).

        Esta  teoría de la memoria, que se llama de la "reconsolidación", establece que las memorias antiguas sufren un proceso de reinscripción física en el momento en que son recordadas. Lo cual es concordante con  el concepto freudiano de retroacción o "après-coup": la experiencia actual reestructura a la anterior y le da un significado que antes no tenía; no es un simple agregado. Por tanto, el recordar en el marco de una nueva experiencia, con elementos que cambian el sentido y la vivencia de la primitiva inscripción da lugar a un cambio de ésta.

        Una última cuestión antes de dejar estas investigaciones en neurociencia, lo interesante es que el fenómeno de reconsolidación y de labilidad de la memoria en el momento del recuerdo ocurre no sólo para las asociaciones atemorizantes -lo cual abre una perspectiva para el trabajo con los trastornos por estrés postraumático- sino, también para las conductas apetitivas (Sara, 2000), con sus implicaciones para el tratamiento de las adicciones

        Veamos, ahora, las consecuencias que este conocimiento sobre la memoria en estado lábil y de reconsolidación pueda tener para nuestro campo, para lo que a nosotros nos interesa, para las intervenciones psicológicas reestructurantes de creencias y de inscripciones presimbólicas sólidamente enraizadas en el psiquismo.

        Por de pronto, la necesidad para modificar las creencias pasionales disfuncionales y las configuraciones vinculares disfuncionales, de revivir las experiencias concretas, una a una, no la síntesis conceptual, no las descripciones sobre rasgos de carácter, sino el detenerse en recorrer las experiencias, los acontecimientos que fueron estructurantes, tanto con los personajes importantes como con los actuales, incluido el terapeuta. Pero no basta el revivir en sí, o el recordar con intensidad; eso lo único que produciría sería una reconsolidación. La catarsis no cura, lo sabemos desde Freud. Más aún, en el trastorno por estrés postraumático el factor curativo no deriva del recordar, de la emergencia de los "flashbacks", sino de que en el momento de recordar se produzca un cambio, algo que se le agregue al recordar, que lo reinscriba, que en ese estado lábil de la memoria lo reconfigure dando lugar a otra vivencia, a otro significado.

        Aquí resulta pertinente introducir otro concepto, el de "memoria afectivamente dependiente" que se refiere al hecho de que se recuerda aquello que corresponde a un estado emocional similar al que tiene el sujeto en el momento de recordar. Bajo un estado de alegría se asocia con las experiencias alegres y bajo uno de tristeza se recuerdan las experiencias correspondientes a este estado. La asociación no es por la temática sino que el estado afectivo -tristeza, alegría, miedo, etc.- va convocando todo lo que tenga estas cualidades. De ahí que en el estado depresivo la reconstrucción de la vida se haga de una manera tendenciosa, seleccionando las viviencias negativas. El recuerdo y la asociación por el estado afectivo, la memoria afectivamente dependiente, ha sido relegada en el psicoanálisis y la psicología cognitiva porque se ha privilegiando la asociación por el significado o la asociación por el significante.

        Como se podría objetar que en realidad son las ideas depresivas en sí, la cualidad temática de éstas, las que organizan el recuerdo, sin embargo, la prueba de los antidepresivos nos aportan otra luz. El psicofármaco no puede actuar sobre la significación y, sin embargo, cambia lo convocado en la memoria y las ideas que se van generando en el presente. El psicofármaco actúa sobre las bases biológicas de los circuitos afectivos y, modificados éstos, recién entonces aparece cierta temática.
 

El acoplamiento de experiencias

        Uniendo los conceptos de "memoria lábil" y "memoria afectivamente dependiente", aparecen consecuencias para la psicoterapia, por ejemplo para el tratamiento de las adicciones. Cuando a un paciente afectado por una adicción, el terapeuta le muestra las  motivaciones de la misma, o las consecuencias, ese momento terapéutico está transcurriendo en un estado afectivo que no es el del estado de placer del momento de la adicción. Las asociaciones que va a evocar la intervención terapéutica serán, por su carácter persecutorio -cuestionan al paciente en cierta manera- las correspondientes a estados de miedo, de persecución, de culpa. Se producirá una disociación entre el estado afectivo en la terapia y el del momento en que el deseo por la droga es activado.

        Para evitarlo, se requiere recrear en el tratamiento el momento de la activación del deseo de consumir. No sirven las descripciones en términos de narrativas como "fui al bar y me bebí  la primera copa y después....". En cambio, hay que lograr que el paciente recuerde con carga vivencial, tratando de recuperar, casi de manera alucinatoria, el momento del deseo y el placer de la copa. En el momento en que eso sucede, sí valen las interpretaciones de las motivaciones o de las consecuencias, pues se acoplarán y reestructurarán la memoria del deseo de beber.

        Congruente con la anterior, también se puede proponer al paciente algo que no le será fácil: en el momento de tomar la copa deberá evocar lo trabajado en la sesión, el ámbito físico del consultorio, la figura del analista, etc., y no sólo lo hablado. Se trata de acoplar dos órdenes de experiencia, la del escenario del beber y la del escenario del consultorio y lo vivido con el analista. En términos de Freud: no es lo mismo lo vivido que lo oído. Por ello, la técnica de acoplamiento  que proponemos busca  poner en contacto dos experiencias con sus componentes perceptuales, con los pensamientos, con lo hablado, en síntesis con todo lo vivido en diferentes niveles en que eso vivido queda inscrito.

        Apliquemos ahora este principio del acoplamiento experiencial  como forma de intervención a otro tipo de cuadros, el del trastorno narcisista por déficit de narcisización, con baja autoestima. No resulta suficiente el reaseguramiento, o que paciente y terapeuta recorran los méritos, los logros, -el apoyo narcisista, emocional-, o que se trate de mostrar que la inferioridad corresponde a "falsas creencias" -la terapia cognitiva de Beck-, pues estos reaseguramientos quedarían nuevamente escindidos, separados de las experiencias inferiorizantes, dolorosas, traumatizantes. Resulta indispensable la conexión vivencial de esas experiencias de inferioridad - o de temor-, que se encuentran en estado de memoria lábil en el momento en que se recuerdan en el tratamiento, con otras experiencias  del pasado o con aquellas jamás antes vividas pero experimentadas por primera vez en la relación terapéutica.  Por tanto, nueva vivencia, nueva experiencia afectiva/cognitiva, sí, pero uniéndola con las experiencias pasadas, con su recuerdo, de modo que lo antiguo disfuncional se reconsolide, se reinscriba de otra manera. El pasado y la nueva experiencia deben estar juntas en la memoria para que haya reconsolidación de lo antiguo. Después será necesario que las nuevas experiencias se consoliden a través de su repetición.

        Esto nos conduce a la necesidad de superar un cierto estereotipo interaccional entre paciente y terapeuta que ha sido descrito como que el paciente asocia, el analista interpreta. En cambio, ¿cuáles son las intervenciones requeridas? Como dijimos, el revivir experiencias concretas, para lo cual los recursos técnicos pueden ser de los más variados, y librados a la creatividad del terapeuta y paciente: ej. traer fotos de la infancia, vídeos, cartas, etc., de las reuniones familiares, para mencionar algunos, porque eso crea una conexión emocional particular con el recuerdo. Si el paciente nos cuenta, puede estar contándolo pero sin revivirlo: relata a un otro y la preocupación de que el otro le entienda  puede impedir que el paciente se quede en la vivencia de lo que está relatando. Tenemos que recuperar un aspecto de la cura catártica pero agregándole una otra dimensión que no tenía y la hizo fracasar: se requiere que se promuevan conductas en la relación con los demás que, al tiempo que suceden, se acompañen del recuerdo del pasado.

        Se trata de recrear el recuerdo con intensidad vivencial -momento en que estará en estado de memoria lábil- para que quede insertado en una nueva estructura vivencial de significación al acoplarse con otros recuerdos del pasado de signo diferente o con experiencias del presente -de dentro o fuera de la terapia- que lo reestructuren.

        Esto es lo que hicimos en el caso de un hombre alrededor de 40 años, quien tras una infancia y adolescencia muy humilde había logrado alcanzar una posición económica importante, con múltiples negocios en distintos países de Europa. De niño había sufrido la humillación de pertenecer a una familia que ocupaba una posición claramente inferior en la pequeña comunidad en la que vivía. En la actualidad, y ésta es una de las formas en que se manifiesta su sintomatología, cuando está con gente a la que llama "importante", con clientes o proveedores que él siente que tienen algún poder, le invade la angustia, llega a temblar, le resulta difícil entablar una negociación. Igualmente, cuando de tanto en tanto vuelve al lugar de origen, pese a verse conscientemente como capaz, triunfador, con una inteligencia superior a la de los ex compañeros de colegio, siente miedo ante ellos, se intranquiliza acerca de  sus modales y su ropa. El sentimiento de inferioridad vuelve a emerger dominante, de manera automática, más allá de todo lo que él sabe sobre sí mismo. Cuando vino a verme se sentía asustado, como si estuviera con alguien de enorme jerarquía: la forma de darme la mano conservaba el matiz de la persona que siempre extendió la mano para que el otro se la apriete, signo típico del que no puede apretar la mano del otro porque la prerrogativa de hacerlo está en el que tiene el estatus superior.

        Su temor tuvo como causas predisponentes, además de la situación social de su infancia y de la identificación con padres vistos como inferiores respecto al entorno, el temor a su madre, una figura autoritaria, violenta. El paciente presenta, por tanto, una perturbación en dos sistemas motivacionales importantes: el sistema narcisista y el sistema de la autoconservación. La sexualidad no parecía constituir un problema que tuviera mayor importancia para él.

        ¿Qué es lo que vemos en esta descripción somera de algunos de sus rasgos , qué es lo más llamativo en este hombre más allá de la problemática que tematiza su depresión y ansiedad, más allá de las anécdotas que podamos considerar estructurantes en la organización de su cuadro? La existencia de un doble nivel de convicciones, ambos en la conciencia. Por una lado, sabe lo capaz que es y el poder económico que posee. La repetición que él hace de sus logros constituye algo que llena su entrevista y las sesiones ulteriores. Pero, junto a la convicción consciente acerca de su capacidad de realización, de su inteligencia, de que en realidad ha alcanzado un nivel cultural y socioeconómico superior al de la gente del pueblo, al mismo tiempo siente inseguridad consciente: cuando se encuentra frente a ellos o  a personajes importantes, en ese momento, comienza a dudar si tiene o no  capacidad. El saber consciente de su capacidad y poder no elimina la angustia consciente de si va a actuar adecuadamente. Es dominado, en esas circunstancias, por la anticipación ansiosa de que va a fallar.

        Por tanto, una escisión vertical en el yo, escisión descrita por Freud, con dos ordenes de creencias opuestas, ambas, a su vez, asentadas en la percatación de conductas automatizadas, en conductas que son expresión de memoria procedimental, porque su forma de relacionarse está dada no solamente por lo que piensa sino por cómo actúa: es capaz de actuar eficientemente, de entablar adecuadamente negociaciones, de ir "imponiéndose" -son sus palabras- al otro y, en otros momentos, presentar inhibiciones y temblor. Por tanto, no es solamente un problema de la conciencia, de dos representaciones en la conciencia, de la memoria explícita, sino, además, de dos memorias procedimentales que llevan a ciertos tipos de vínculos actuados en que puede, por un lado, imponerse al otro y, en un momento determinado. colocarse y actuar de una manera inferior frente a ese otro.

        ¿Cómo cambiar estas inscripciones?  Freud (1919), en "Nuevos caminos de la terapia analítica", propuso que el paciente haga algo en la realidad. Todos sabemos que el fóbico, además de comprender, tiene que actuar en la realidad. Pero esto no es suficiente. La nueva inscripción del sentimiento de potencia y eficacia en la realidad puede quedar escindido de las anteriores en que el sujeto sintió lo contrario. Tanto cuando se recuerda o cuando se actúa en la realidad una nueva conducta, el factor terapéutico es el acoplamiento de las inscripciones antiguas con las nuevas. Ni el recuerdo  ni la actuación de por sí producen la modificación profunda a la que aspiramos en terapia. La escisión entre la memoria antigua y la nueva  puede persistir.

        En el caso del paciente que estamos considerando, lo que resultó terapéutico fue que, en aquellos momentos en  que experimentaba temor ante ciertos personajes, se acoplara no las palabras de su terapeuta ni lo que él se decía sobre sus logros sino la memoria de escenas concretas de su vida en las que se ponían de manifiesto su fuerza y su capacidad de enfrentar a los otros desde una perspectiva diferente. Lo reestructurante no fue que probase actuar de manera asertiva –modificación de conducta que, por otra parte, él era capaz de hacer en múltiples ocasiones- sino que acoplase a la experiencia fóbica el recuerdo vivenciado de otra de signo contrario.

La psicoterapia y la memoria

        Lo que antecede va indicando que uno de los grandes temas en este momento es el estudio de la memoria, de sus subtipos, de su complejidad. La psicoterapia es un trabajo sobre la memoria -trata de modificar inscripciones, huellas mnésicas- y sobre su acoplamiento con experiencias, en el presente, que la reconsoliden de manera diferente. Aquí no hay ningún descubrimiento sobre la importancia de la memoria, siempre lo planteó Freud, bastando como muestra la carta número 52 a Fliess (Freud, 1896). Pero sí de lo que se trata es de incorporar los estudios actuales sobre la memoria y derivar de ellos las enormes implicancias que tienen para una reconsideración de la psicoterapia.

        En realidad, es de una conceptualización más detallada de la estructura del psiquismo, de los distintos tipos de memorias, de la relación entre pensamiento, afectividad y acción, como se hace posible plantear formas de intervención que tengan una cierta coherencia con el modelo de cómo funciona el psiquismo y cómo se genera la psicopatología. Significa  un progreso tener un modelo que permita, después, buscar la técnica que sea coherente con el mismo y no una técnica desgajada, que preconice ya sea vivir la experiencia o recordar o poner en palabras algo, como fórmulas universales. No es una cuestión  de poner en palabras lo vivido, es cuestión vivir de otra manera, con palabras incluidas, una cierta experiencia, en donde la palabra forma parte de la experiencia pero no es la experiencia total, porque están los niveles de memoria procedimental que resultan ser tan importantes como la palabra.
 

El tratamiento en fases

        Vayamos al caso de un mujer muy optimista, con sentimiento de grandiosidad, de que todo le es factible. Se embarca en proyectos que, por no sopesar las dificultades, terminan fracasando estrepitosamente, sin que pueda traer al análisis estos desenlaces. La defensa frente a los fracasos y los momentos de descenso de su autoestima no es la proyección agresiva sino la recaída en nuevos proyectos grandiosos. Su narcisismo no es del tipo destructivo (Rosenfeld, 1964) sino libidinal: inunda y desborda a los seres queridos con regalos y atenciones. Es protectora de su familia, impulsada tanto por sentimientos de culpa -no tolera que sus seres queridos sufran- como por la necesidad narcisista de sentirse la "líder" –esas son sus palabras- que cuida de todos.

        La transferencia es del tipo especular, en el sentido clásico de Kohut: despliegue de un self grandioso para que yo la admire. Simpática, cariñosa, impotentizante de la labor terapéutica por lo monocorde de su exhibicionismo. El tratamiento transcurrió en dos fases claramente delimitadas. Al principio, cualquier incursión en el área de los  temores autoconservativos, en el riesgo que corría, era rápidamente rechazada. Representarse en peligro atentaba contra su narcisismo. Sus angustias de autoconservación eran sistemáticamente desatendidas, habiendo existido episodios cardiovasculares importantes en los cuales, para no mostrar debilidad, fueron ocultados a los demás y a sí misma. Lo que muestra que cuando un sistema motivacional está activo puede desactivar a otros, en este caso el narcisista al de la autoconservación. Por ello, el trastorno narcisista debió ser abordado antes de poder pasar a otras problemáticas. Si se le hablaba de su grandiosidad se reía, respondiendo "¿Y qué?", pues su grandiosidad también habia sido narcisizada como rasgo caracterológico, vivida como prueba de que era diferente y superior a los demás.

        En esta paciente el intenso placer narcisista que implicaba su sintomatología constituía una resistencia al cambio. Sucedía algo equivalente a la resistencia que representan ciertas formas de placer sexual a las cuales se ha acostumbrado a englobar bajo la calificación valorativa de "perversiones". La interpretación, el mostrar el caracter defensivo, los perjuicios para sí y para los otros que acarrean la conducta, no es de por sí suficiente. Mientras el paciente no reciba un placer narcisista alternativo que compense el que se le pide que abandone, no lo hará. Sólo cuando, en el caso que nos ocupa, se dotó de valoración narcisista al cambiar -apoyado en el amor de transferencia, el hacer algo para obtener el amor de alquien a quien se valora, el terapeuta-, recién cuando esto sucedió, entonces, pudo embarcarse en un trabajo de elaboración.

        Ello permitió remontarnos a su infancia , a experiencias dolorosas provocadas por la preferencia de su madre por un hermano -"el brillante de la familia"- y, especialmente, cuando se puso al descubierto la creencia de que sólo se la querría si entusiasmaba al otro con sus proyectos, con sus conductas maníacas. Era una adicta al placer de ver en el otro brillar los ojos ante el relato de lo que conseguiría. Búsqueda de esa experiencia de satisfacción, de recreación de la misma, que determinaba su continua repetición.

        La interpretación sistemática de los deseos y angustias que subyacían a su grandiosidad fueron teniendo el efecto de que las conductas que previamente lo narcisizaban, ahora, mirándose ella desde la perspectiva del analista, pasaban a cuestionar su narcisismo. Para conservar su sentimiento de valía tenía que abandonar sus anteriores formas de gratificación narcisista. Verdadera paradoja del trabajo con este tipo de personalidades: cambian conductas narcisistas por otras que le renarcisizan al adoptar los  nuevos valores que van incorporando en el tratamiento -no negar, reconocer rasgos patológicos, cambiar, etc.

        Progreso parcial, sin duda, pero que aún no implicaba una verdadera elaboración de los rasgos anteriores ya que se conservaban la dependencia frente al analista y ante un superyó que había sufrido una conversión religiosa: sólo habían cambiado los valores que determinan su aprobación pero no el sometimiento al mismo. Aunque hubiera sido un error el señalar esto prematuramente. Cuando pudo vivenciar que yo apreciaba el cambio que había realizado pero que la estimaba independientemente de que adoptase criterios míos sobre lo "sano"y lo "enfermo ", que su vida no tenía porqué estar organizada alrededor de despertar mi admiración o la de los demás -como antes lo había sido respecto a su madre-, entonces pudo empezar a preguntarse qué es lo que ella deseaba y qué era bueno para ella.

         Se abrió una nueva fase en su tratamiento en que las angustias de autoconservación pudieron ser reconocidas y tomadas en cuenta. Sentir miedo dejó de ser un estigma para convertirse en un indicador de que existían peligros reales frente a los cuales había que tomar precauciones. El creciente sentido de realidad posibilitó que los planes grandiosos fueran reemplazados, poco a poco, por metas alcanzables. Su sexualidad perdió el carácter de ser una más de entre las pruebas que debía dar a los demás de su grandiosidad -alarde de sus orgasmos y de los que provocaba- para ser vivida como una fuente de gozo sin tensión.

        En este caso el trabajo fue básicamente interpretativo, poner al descubierto las motivaciones narcisistas que la impulsaban a la grandiosidad, las causas en la infancia de las mismas, la gratificación que obtenía en el presente, la necesidad de mantener una identidad idealizada. Sus necesidades de apego no estaban en el centro de sus problemas, ni la autoconservación, ni la sexualidad, ni la agresividad. La técnica no consistió ni en la especularización ni en la fusión con una imago parental idealizada para reconstruir su narcisismo. Por supuesto que un grado de especularización era requerido, pero sólo el mínimo necesario para que tolerase el efecto desnarcisizante de ciertas interpretaciones. Nunca intentó sentirse importante gracias a fusionarse conmigo.
 

Narcisismo paranoide destructivo: el "descentramiento respecto a la propia mente"

        Veamos la diferencia para el tratamiento entre la paciente que venimos de describir y una persona que sufría de narcisismo destructivo, que agredía a los demás, que manifiestaba  hostilidad intensa en el vínculo conmigo, malhumor, reproches. Tratamiento marcado por el sentimiento de que aceptar al terapeuta era someterse, y por la necesidad de ser el que humilla y no el humillado -identificación con el agresor, con padres sádicos, hostiles. Su conducta sádica satisfacía al sistema narcisista y al de la autoconservación: "Soy agresivo, por tanto, poderoso y grandioso; soy agresivo, por tanto poderoso y no corro peligro".

        ¿Cuál fue la forma de encarar el tratamiento". Por un lado, trabajo sobre la identificación proyectiva defensiva (Kernberg, 1992; Sandler, 1989), en que empleé intervenciones del tipo: "Entiendo cómo se debe de haber sentido de pequeño: humillado, teniendo que soportar todo lo que su mamá decidía arbitrariamente. Es como si se hubiera dicho: nunca más voy a estar en esa situación". Además, fui mostrando el lugar en que me ubicaba: "Ahora yo soy el humillado, el que debe aguantar toda arbitrariedad, que Ud. no la siente como arbitrariedad sino que tiene el derecho a maltratarme por lo que yo y los demás le hemos hecho".

         Junto a lo anterior, trabajo sobre su falta de empatía favoreciendo la identificación con el objeto sufriente: "¿Cómo le parece que me debo de sentir yo en este momento con lo que Ud. me dice". "Me doy cuenta que está tan centrado en su propio dolor, en su sentimiento de humillación que no puede sentir lo que pueda sentir yo cuando me critica tan duramente".

        Se puede cuestionar este tipo de intervenciones por ser culpabilizantes. Sin duda lo eran, pero el poder sentir el sufrimiento del otro, el conectarse con que el otro es también un sujeto, para este paciente constituía parte esencial del desmontaje de su narcisismo paranoide destructivo, y ello sólo podía darse en el vínculo conmigo pues si se lo hubiera señalado en relación a otros me hubiera descalificado bajo el argumento de que apoyaba a los demás y no a él.

        También, énfasis en el código paranoide desde el que construía al otro, a sus presuntas ofensas y malos tratos, en la codificación que hacía de la realidad, en cómo seleccionaba los datos que lo confirmaban y desechaba los que no encajaban. Le plantée explícitamente que siempre había mirado las intenciones de los demás y que eso le había impedido reflexionar sobre su propia mente, sobre la forma en que construía sus pensamientos. Le dije que el poder colocarse como observador del funcionamiento de su mente, el preguntarse sobre las necesidades emocionales que le conducían a las convicciones que iba teniendo, el no quedar atrapado en esas convicciones  como si fueran verdades inobjetables, sería un progreso decisivo, nada fácil de alcanzar. O sea,  apelación a su narcisismo para promover el cambio. También le planteé que siempre se había sentido muy diferente de los padres pero que tenía un rasgo en común con ellos: el desconocer que la realidad puede ser vista de muchas maneras, que así como sus padres no podían entender que sus creencias no fueran las verdaderas, él, aunque llegando a distintas conclusiones que los padres, tenía el mismo grado de "fanatismo" que tanto criticaba.

        El desarrollo de la capacidad de reflexionar sobre su propia mente -cómo ésta construye significados- fue convertido en el eje del tratamiento, especialmente cómo el atrincherarse en los pensamientos que su mente iba generando le otorgaban un sentimiento de seguridad, valía, y de que no iba a ser aplastado por el pensamiento de los demás. Por tanto, no simple exposición al paciente de una teoría sobre la mente, sobre las múltiples narrativas que se pueden construir en base a los datos de la realidad, no mera apelación a una epistemología del pensamiento que él debía compartir conmigo, sino trabajo sobre las razones emocionales por las cuales tenía que encerrarse en sus conviciones. La promoción del "descentramiento respecto a la propia mente" requiere la disminución de las angustias que hacen que se equiparen las propias ideas y la realidad, sin fisuras entre aquéllas y ésta.

        El descentramiento respecto a la propia mente es una condición que trasciende a la autoobservación. Una persona puede autoobservarse, decir que siente tal o cual emoción, que tiene tal o cual fantasía, pero lo esencial es que pueda llegar a captar las razones por las cuales su mente construye ciertos significados y no otros. Fenómeno paradógico, jamás alcanzable de manera absoluta, pues al contemplarse a la propia mente en sus procesos de producir pensamientos y sentimientos se lo va haciendo desde ciertas perspectivas, las que, a su vez, pueden ser examinadas, en un movimiento que, sin pretender constituir unar egresión al infinito, constituye la mejor posibilidad del ser humano de no quedar hipnotizado por los propios pensamientos.

        Los efectos de las intervenciones destinadas al descentramiento respecto a sus propia mente permitieron moderar notablemente sus rasgos patológicos más destacados, sin que éstos desaparecieran por completo pues se producía una reactivación en ciertos momentos de estrés, aunque la vuelta a un estado menos reivindicativo no tardaba en producirse ya que había incorporado algo esencial: una concepción de su mente como productora de pensamientos impulsados por necesidades emocionales. Como llegó a poder expresar: "antes creía que lo que pensaba era una fotografía de todo, tal cual como eran las cosas". A lo que yo le contesté que la fotografía también capta la realidad desde la limitación que su material le impone, de los colores que es capaz de detectar. El pudo entender perfectamente la metáfora.
 

Cuando la mente compromete al cuerpo y éste reacciona con hiperactivación neurovegetativa que, a su vez marca a la mente. El concepto de pulsión

        Existen pacientes que reaccionan con descargas neurovegetativas, con hipertensión, con crisis de taquicardia, con diarreas, etc. Es decir, con un cuerpo que se desregula. Esta es la característica distintiva y no el tipo de conflicto en sí pues otra persona podría tener conflictos similares, incluso mayores déficits en su capacidad para simbolizar a éstos  y, sin embargo, un cuerpo en el que  la angustia no da lugar a esas manifestaciones somáticas. Durante mucho tiempo se consideró que las desregulaciones corporales dependían exclusivamente de la calidad de las fantasías que ocasionaban la ansiedad, que la causalidad era unidireccional, de la mente al cuerpo. Las investigaciones actuales en neurociencia prueban que el proceso es a doble vía. Damasio, criticando el mentalismo vigente, desarrolló el concepto de "marcador somático”: lo que otorga valor a una experiencia no es sólo la evaluación cognitiva sino cierto estado somático, dado por la activación de complejos circuitos subcorticales neurohumorales que "marcan" a un pensamiento con una carga específica afectiva y le hacen tomar relevancia (Damasio, 1996).

        Lo que fue una intuición de Freud, la diferencia entre la idea y el afecto, y éste otorgando su carga a la primera, encuentra en la neurociencia moderna una confirmación precisa. Más aún, que algo que no es del orden ideativo, de la significación, es capaz de marcar a ésta, ha recibido validación empírica en una serie de experimentos cuya importancia no se puede soslayar. Por ej.: a 36 sujetos sanos, a quienes se le mostraron 11 diapositivas con escenas cargadas emocionalmente, se los dividió en 3 grupos que recibieron cada uno de ellos, una hora antes de visualizar las escenas, una de las tres sustancias siguientes : 1) yohimbina, que activa el sistema adrenérgico; 2) metoprolol, que bloquea el sistema adrenérgico; 3) un placebo (O'Carroll, 1999).

        Los sujetos que recibieron yohimbina recordaron más detalles y diapositivas de las escenas cargada emocionalmente y los que recibieron el beta bloqueante recordaron menos. Por tanto, el estado biológico neurovegetativo existente en el momento de vivir cierto acontecimiento es el que le otorga valor, lo marca, y no sólamente el significado que el episodio pudiera tener para el sujeto dentro de sus sistemas de significación.

     Ello implica que si una persona posee un alto grado de activación neurovegetativa -sea por razones constitucionales, o porque fue hiperactivado por experiencias infantiles, o por situaciones actuales- lo que vaya fantaseando inconscientemente, o pensando a nivel consciente, o lo que vaya viniendo como estímulo desde el exterior, encontrará a un sistema afectivo preparado para marcarlo de una manera singular.

        Aquí el concepto de pulsión como la articulación entre algo del orden biológico y una representación halla una nueva forma de manifestación. La pulsión no tiene porqué quedar restringida a la sexualidad o la agresividad -y mucho menos a categorías genéricas como pulsión de vida/pulsión de muerte-, las que al encontrar a su objeto contingente quedan fijadas a él. Estas son ejemplificaciones, variantes de lo que constituye una estructura más abarcativa: el concepto de pulsión se refiere a la articulación entre distintos y múltiples sistemas biológicos que, en tanto fuerzas impulsoras, encuentran representaciones a las cuales marcan y a las que quedan fijados. Articulación con un movimiento a doble vía: cuando se activa el lado biológico, se convocan a las representaciones específicas, y cuando algo del entorno o el procesamiento psíquico activa ciertas representaciones el sistema biológico pasa al estado de activación.

        El sistema neurovegetativo constituye una fuente de activación regulatoria que está marcando continuamente al orden representacional, y en el proceso a doble vía que venimos de mencionar, una vez que ha tenido lugar la articulación con ciertas representaciones, éstas activarán al primero.

        Lo que van mostrando las investigaciones en neurociencia es que hay múltiples sistemas biológicamente preparados que actúan como vectores de fuerza para encontrar en el orden representacional aquellas representaciones con las cuales formar articulaciones específicas. Esto implica un progreso substancial en nuestro conocimiento y profundización del concepto de pulsión, y es lo que la neurociencia está aportando al psicoanálisis. Por eso, cuando se descalifican los conocimientos de la neurociencia como que serían ajenos al psicoanálisis, creemos que ello sucede porque no se le ha dado al concepto de pulsión la amplitud que posee, restringiéndolo a unas pocas de sus variantes.

        El psicoanálisis no debe repetir el error de la psicología cognitiva -"De acuerdo a cómo se piensa, así se siente"-, no puede conformarse con ser una psicología cognitiva del inconsciente sino que debe elaborar lo que fue formulado claramente desde Freud: la idea y el afecto son dos entidades diferentes, articuladas, que se dan vida mutuamente. Que el orden de la significación tenga un papel esencial no elimina de la escena a las regulaciones, restricciones, encaminamiento en ciertas direcciones, que los estados emocionales neurovegetativos/hormonales imprimen al sistema de otorgamiento de significaciones. El trastorno de estrés premenstrual, sindrome conocido no sólo por la psicología popular, sino claramente establecido por comprobaciones empíricas que han determinado su incorporación a la psiquiatría como categoría específica, lo pone en evidencia: hay cambio del estado de ánimo, a veces sistemáticos en períodos de pocos días antes de cada menstruación, de disforia, de ideación pesimista, incluso de ideas de suicidio, de hiperemocionalidad y llantos. Ello no ocurre  por una supuesta fantasía de pérdida a la que muchas veces se ha  invocado sino porque algo que tiene lugar a nivel biológico condiciona a la ideación, ya que mejora notablemente con la medicación adecuada (Cohen, 2000; Steiner & Pearlstein, 2000).

        Por tanto, en aquellos pacientes en los que la hiperactivación neurovegetativa es el rasgo distintivo no basta con el análisis de la temática del conflicto que disminuya la angustia, con el aumento de la capacidad de simbolizar y darle representación ideativa a la angustia. Intervenciones indispensables y altamente efectivas, sin dudas, como lo muestra la experiencia de los cambios corporales positivos que sobrevienen durante la psicoterapia. Pero, junto a este trabajo psicoterapéutico clásico es indispensable una acción directa  sobre el cuerpo que disminuya la activación neurovegetativa, la que podrá depender de fármacos pero que, también, es factible hacerla desde la mente.

        La cuestión es cómo se instrumenta esto durante la psicoterapia. Por supuesto hay un aspecto que forma parte del marco mismo de la psicoterapia y de la actitud del terapeuta, de la calma en el diálogo que sea capaz de crear, de su capacidad para  involucrar al paciente en un intercambio sereno, incluso ante circunstancias dramáticas. Esto lo damos por supuesto, aunque la caracterología del terapeuta no en pocas oportunidades -ansiedad o hiperactividad- refuerzan la hiperactivación neurovegetativa del paciente. En realidad, en este tipo de pacientes  buscamos una modalidad de intervención adicional, más específica, consistente en tomar a la activación neurovegetativa como foco explícito en el tratamiento. Para ello podríamos describir dos tiempos:

                 1) Conexión del paciente con su cuerpo: reconocimiento del estado de tensión corporal, de agitación, de la forma tumultuosa, acelerada de hablar y de responder en el diálogo con el otro, de la respiración entrecortada, agitada, del enrojecimiento de la cara o palidez, de la sudoración, etc. O sea, ruptura de la disociación entre la representación de los contenidos mentales y la representación del cuerpo. Es notable que así como el cuerpo erótico o el cuerpo del narcisismo -satisfacción /insatisfacción con la imagen corporal- forma parte habitual del análisis, el cuerpo neurovegetativo si no da claros síntomas  psicosomáticos -digestivos, cardíacos, dermatológicos, inmunológicos, etc.- no es punto de referencia ni para el analista ni para el paciente. Estamos en lo que se ha denominado "negación del estrés" (Breznitz, 1985).

                  El énfasis que en psicoanálisis tomó el poner al descubierto la temática de la fantasía hace correr el riesgo de que el tratamiento transcurra por un nivel puramente ideativo sin repararse que así como existe una caracterología de los mecanismos mentales -defensas obsesivas, histérica, maníacas, proyectivas, etc.- que son estables, de igual manera el sistema neurovegetativo adquiere caracteres estables en su grado de activación y, si bien fluctúa de acuerdo a los contenidos mentales, para cada persona esas fluctuaciones ocurren dentro de una banda que le es propia.

                  2) El "enfriamiento emocional": una vez que el paciente ha encarado la disociación representacional mente/cuerpo, en que los estados de tensión son reconocidos, es factible ejercer una acción sobre el cuerpo neurovegetativo desde la mente, acción que va más allá del recorrido por los temas de las diversas angustias. Tiempo del "enfriamiento emocional" que puede ser logrado de maneras muy diversas: desde las técnicas clásicas de uso de la respiración profunda o de relajación muscular hasta las que consisten en que el paciente vaya creando, al percibir la hiperexcitación, un cierto estado mental difícil de describir en palabras porque es, precisamente, un estado interior de relajación. Las técnicas de biofeedback han mostrado de manera empírica, con datos cuantificables, que es posible crear estados mentales capaces de controlar diversas funciones corporales. En psicoterapia lo podemos hacer sin necesidad del uso de los aparatos empleados en esas técnicas.

                    Este enfriamiento emocional no es represión -se sabe aquello que angustia-, no es negación -se le atribuye importancia a lo que sucede-, no es formación reactiva -lo displacentero no es transformado en agradable-, sino regulación de la intensidad neurovegetativa. Sector, por tanto, no del contenido temático/ideativo de las emociones sino de la reacción corporal, neurovegetativa. Es un nivel que en psicoanálisis ha sido desatendido y no caben dudas que si se mantiene la tendencia a definir la terapia analítica  por lo que cada escuela hace -"psicoanálisis es lo que estoy acostumbrado a practicar"-, convirtiendo lo que no se ha hecho en "no psicoanálisis", entonces, se terminará desatendiendo la importancia de intervenir sobre el cuerpo desde la mente. O recayendo en la concepción de que las desregulaciones en el cuerpo son por la falta de simbolización, por el pensamiento operatorio, o por la alexitimia, dejando de lado la enorme experiencia clínica que muestra que gente que está llena de conflictos que desconoce, que no posee prácticamente ningún conocimiento de sus emociones y de las de los demás, que su nivel de simbolización es muy bajo, sin embargo gozan de una salud inmejorable, no se enferman y no hacen psicosomáticas. En cambio, otras personas, capaces de reconocer y hablar de sus sentimiento y de los de los demás, que simbolizan en sus sueños, que reconocen conflictos y lo que los afecta, sin embargo, su cuerpo sufre continuos padecimientos. No puede dejar de sorprender cómo se pueden seguir repitiendo concepciones que están en abierta contradicción con la experiencia clínica sin que se hayan aportado datos rigurosos que las justifiquen, sólo casos individuales en que se muestra la copresencia entre déficit de simbolización y psicosomática, olvidándose que la copresencia en casos individuales no es correlación causal.

        La concepción por la cual lo que no se simboliza surge como enfermedad psicosomática corresponde a un modelo de pensamiento en el que lo que falta en un lugar reaparecería como patológico en el otro. Es el primer modelo freudiano de la formación de síntomas, no el que encontramos en sus desarrollos más avanzados: lo sustraído de la conciencia, lo que no aparece en ella, es la causa de la patología. Es el paradigma lacaniano de que lo que falta en el nivel simbólico reaparece desde lo real (la falta del nombre-del-padre ocasiona su reaparición desde lo real como delirio o alucinación).

         El error epistemológico deriva de lo que Chomsky  (1984) criticó, en su nivel más general, como principio de homogeneidad. En lo que estamos considerando, en vez de verse que dos sistemas articulados obedecen cada uno a sus propias leyes, se los homogeiniza: lo que falta en uno, reaparece en el otro. Basta la ausencia en un nivel -ciertas representaciones- para que se altere el cuerpo. En cambio, el cuerpo tiene sus propias regulaciones, sus leyes de organización biológicas, y los efectos de lo mental ocurren porque lo que sucede en este nivel repercute, activa, desencadena procesos que siguen las regulaciones de aquél. Si hay conflicto intenso, aunque esté simbolizado, y si el cuerpo tiene vulnerabilidades en el sistema inmunológico, en el neurohormonal, en el vascular, etc., entonces, independientemente del grado de simbolización, se producirán afecciones. No es lo que falta en la mente lo que ocasiona la desregulación en el cuerpo sino que lo que sí está en aquella -ansiedad, por ejemplo- genera efectos en un cuerpo predispuesto.

        Esto nos vuelve a conducir hacia el reconocimiento de un doble componente de los estados emocionales: el cognitivo pero, también, el de la reacción corporal neurovegetativa. Existe desdén por intervenir sobre el cuerpo como si la acción sobre éste se debiera limitar a los procedimientos biológicos y como si  no formase parte de la psicoterapia, dejándose de lado que ésta no es sinónimo de analizar temáticamente conflictos sino que comprende cualquier forma de intervención por medios psicológicos. En este caso, mediante la creación por parte del paciente de un estado mental que disminuya  la sobreestimulación neurovegetativa, proviniendo ésta ya sea, como dijimos antes, de la estimulación patológica a la que fueron expuestos en la infancia, y que los marcó  en la forma de reacción corporal, o por características constitucionales del sujeto, o por las experiencias traumatizantes que haya vivido con ulterioridad. Por tanto, doble nivel de intervención en estos pacientes: por un lado, sobre los conflictos y distintas causas provocadoras de angustia; por el otro, sobre la reacción corporal ante la angustia.

         Lo que acabamos de exponer indica algunas de las limitaciones de la palabra como instrumento terapéutico único y universal, a pesar de su enorme poder tanto en la organización del psiquismo como en sus reestructuraciones. El psicoanálisis es una cuestión de la palabra y del lenguaje, pero no sólo ya que el inconsciente tiene múltiples formas de inscripción y el cuerpo las suyas. Por ello, son preguntas pertinentes: ¿Qué papel juega en cada caso particular la palabra en la posibilidad de reestructuración del psiquismo, qué papel la vivencia, qué papel la imagen cuasi alucinatoria que el paciente puede convocar, qué papel el clima emocional que el analista con su intervención y el vínculo es capaz de producir?
 

Articulación de intervenciones: la queja y el malhumor como rasgo caracterológico

        Condición que era el rasgo distintivo de un paciente que ante cualquier inconveniente o aspecto displacentero de la realidad lo enfrentaba mediante protestas del tipo: "¡cómo es posible que...!", "¡no aguanto más esto!", "estoy harto", etc. Protestas que se quedaban en eso, en protestas, esperando que su sóla enunciación produjera que lo no deseado desapareciera, dotando así a la queja de un carácter mágico-omnipotente. Por supuesto que la insatisfacción frente a la realidad no bastaba para generar esta actitud ante la misma. Se requería, como fuimos viendo en el tratamiento, de:

         a) Una concepción paranoide y un vínculo hostil con el exterior, un posicionamiento global  en que se autoatribuía la identidad de víctima y al exterior -persona o mundo inanimado- de victimario. Posicionamiento de fondo que subyacía y precedía a cualquier juicio sobre acontecimientos particulares, sobre las vicisitudes que el vivir iba deparando.
         b) Una actitud regresiva a la manera del niño que cuando algo le molesta clama para que un otro venga a solucionar su malestar. Relacionado con esto, un tipo de pensamiento mágico-omnipotente en forma de creencias matrices pasionales del tipo "Si algo me disgusta y protesto... las cosas tienen que cambiar".
         c) La protesta mágico-omnipotente dificultaba el desarrollo de los recursos yoicos necesarios para intervenir eficazcamente en la realidad pues ocupaba el pensamiento en una reiteración obsesiva, reemplazando cualquier otra acción. El problema era el carácter impotentizante de la protesta, generándose el círculo vicioso: protesta/ impotencia/ no desarrollo de recursos yoicos/ más protesta.
         d) Además, había adquirido, como forma de contrarrestar su sentimiento de impotencia, el mantener un estado de malhumor que no era simple respuesta a distintas frustraciones sino una forma activa de sentir que si no podía hacer algo en la realidad, por lo menos sí podía mantener un estado de rechazo a los demás -"yo soy el enojado, y sobre mi enojo soy dueño, nadie me lo puede impedir". Malhumor que transformaba en rabia contra sí mismo pues el temor a enfrentar a los personajes externos hacía más fácil el atacarse a sí mismo. Su superyó recibía un aporte para su severidad de la rabia vuelta contra él mismo por las angustias persecutorias.

        El malhumor como expresión masoquista -forma de adquirir un sentimiento ilusorio de poder a través de autoinfligirse un estado de ánimo- fue tema del análisis pues no se resignaba a abandonar esta forma de placer vicariante.  Igual resistencia a renunciar a la  autocrítica que producía un sentimiento de poder: "estoy enojado conmigo mismo, y con mi enojo lograré forzarme a hacer lo que deseo". Interiorización de la forma bajo la que sus padres lo habían criado: se fuerza a alguien a ser como se desea mediante la culpabilización y la denigración.

        El paciente, de manera progresiva, fue pudiendo pasar de una autoobservación destinada a criticarse a estar más atento a sus procesos mentales, a las secuencias que le hacían cambiar en pocos minutos de un estado de ánimo al otro. Se fue produciendo una modificación, no sin dificultad, desde una autoobservación superyoica a una autoobservación yoica impulsada por la curiosidad y el deseo de cambiar lo insatisfactorio. Pero tampoco esto sucedió de manera espontánea simplemente porque se suavizó su superyó o pudiera ver las motivaciones subyacentes. Junto a este factor fue de ayuda que le plantease de manera directa que hay dos maneras de autoobservarse: una, que al constatarse  insatisfacciones ello dé lugar al ataque y otra que sirve para preguntarse cómo puede haberse generado ese rasgo insatisfactorio y qué puede hacer concretamente para cambiar.

        ¿Además de lo que venimos de consignar, cuáles fueron algunas de las intervenciones terapéuticas tendentes a modificar su estructura caracterológica?

        1) Un primer tiempo en que atendí al contenido temático de la protesta pues ello permitió el establecimiento de un vínculo empático con él, aceptando el foco que proponía, ya que de proceder de manera contraria se hubiera corrido el riesgo de reforzar la creencia en la existencia de un exterior hostil -en este caso, yo.

        2) Luego, tiempo de reconocimiento de las variantes de la protesta, es decir, recorrido de las sucesivas e interminables protestas para detectar lo que se ha llamado "forma del contenido" -el tema común a varias de ellas-, lo que permitió ir ubicándolas dentro de los distintos sistemas motivacionales: apego, con sus angustias de ser abandonado; hetero/autoconservación, con los sentimientos de culpa y de persecución; narcisista, desvalorización y, especialmente, vergüenza; sensual/sexual, con la frustración por las dificultades en alcanzar el clima erótico y de enamoramiento al que aspiraba y que era obstaculizado por su propia rabia y malhumor. Esto enmarcado en las grandes narrativas que organizaban su vida emocional: deseos y rivalidades con sus hermanos y padres, triunfos/derrotas frente personas a las que idealizaba y, secundariamene, envidiaba por alcanzar lo que él no podía.  O sea, ubicación de la protesta en un marco más amplio, en la estructura global de la personalidad de la cual la protesta era síntoma parcial.

        3) Desvelamiento del carácter placentero del síntoma: a pesar de creer mi paciente  que aquello que provocaba su protesta le era solamente desagradable, sin embargo obtenía un profundo placer narcisizante al convertir lo exterior en malo y a sí mismo en bueno e injustamente tratado, permitiendo así que su agresividad encuentrase coartada. Esta era otra de las razones por las cuales se aferraba a sus protestas en el tratamiento.

        4) Desvelamiento del carácter defensivo:  desvío al exterior de las insatisfacciones por el self, del sentimiento de fracaso, de poseer limitaciones para la acción. Protesta defensiva típica de ciertas personalidades fóbicas con temor/vergüenza ante la acción para quienes protestar es más tranquilizador que intentar algo en la realidad.

        5) Examen de las fantasías que subyacían a los temores/vergüenza que limitaban su acción en la realidad y que dejaban a la protesta como premio consuelo ante la frustración que las propias limitaciones ile imponían.

        6) Desvelamiento del tipo de vínculo que intentaba establecer a través de la protesta: promover una alianza conmigo, favoreciendo un apego imaginario mediante el inspirar lástima a una figura que protegería y con la cual haría una alianza paranoide en contra de "los malos". También,  forma de agredir al otro a través de hacerle sentir culpable o impotente por su sufrimiento. Por tanto, actuación en la relación terapéutica ("enactment"), y con las figuras externas, de modalidades relacionales que tienen a la protesta como su forma instrumental para favorecer el apego, o expresar hostilidad mediante el torturar al otro.

        7) Trabajo sobre el atrapamiento en el código paranoide por el cual los juicios sobre la realidad eran vividos como descripciones objetivas de ésta y no como captaciones subjetivas desde necesidades, deseos y angustias. Es decir lo que más arriba denominamos "descentramiento sobre la propia mente".

        Intervenciones, las que venimos de describir, que constituyeron el tiempo del insight emocional -con las resistencias que su elaboración implicó- pero que requirieron adicionalmente de un cambio en la acción, es decir, de ensayos en la realidad que permitieron la inscripción de una creciente confianza en el sentimiento de potencia para interactuar con la realidad, para ir consiguiendo lo deseado por medios efectivos y no mágico-omniponentes. Desarrollo, junto al cambio de la representación de sí y de la realidad, de recursos yoicos efectivos.

        Por supuesto que lo expuesto no agota las determinaciones complejas de la queja como rasgo de carácter y sus variantes, ni el papel que desempeña en su transformación el vínculo terapéutico o el deseo del analista en el seno de una transferencia positiva, pero sirve, al menos, como ejemplo de cuál puede ser el diseño de intervenciones basadas en la comprensión del síntoma como resultado de la articulación de componentes que deben ser desmontados, uno a uno, para resolverlo. En este caso, a diferencia de la paciente presentada antes en quien la desvitalización era lo distintivo, el instrumento terapéutico básico no fue el uso de la relación sino la elaboración mediante interpretaciones, en distintos niveles de profundidad, de las razones actuales que mantenían a la protesta, al malhumor y la autocrítica como síntomas de su patología. Trabajo sobre los conflictos internos y sobre los déficits de recursos yoicos.
 

Conclusiones en relación a los casos clínicos

        Lo expuesto hasta aquí, especialmente los casos clínicos presentados, indican la multiplicidad de niveles y de formas de intervención en terapia psicoanalítica: desde el uso de la interpretación clásica de deseos, angustias y defensas -ampliación de la conciencia-, el trabajo sobre el inconsciente reprimido, sobre el inconsciente originario de las interacciones y de las identificaciones, la inscripción de nuevas experiencias emocionales en la relación con el terapeuta y en el mundo exterior -modificación del inconsciente, de la memoria procedimental- mediante los distintos procedimientos que hemos ido describiendo, inscripciones que modifican las anteriores y/o constituyen lo previamente inexistente, hasta las intervenciones sobre el sistema neurovegetativo cuando éste se constituye  en elemento importante en la desregulación psíquica. Por tanto, uso de la palabra, de la relación como factor de cambio y de los ensayos en la acción, todo en un modelo amplio que incluye tanto los fenómenos de conflicto intrapsíquico como los derivados del déficit de estructuras, tanto el trabajo sobre lo intrapsíquico como sobre el nivel intersubjetivo.
 

Las acciones del psicoanalista. La confusión "objeto teórico"/"objeto real"

        Quisiéramos ahora detenermos en en las siguientes cuestiones:  a) lo que dice el terapeuta; b) lo que hace; c) lo que estimula que el paciente haga; d) aquello de lo que el psicoanalista habla con los otros psicoanalistas.

         a) Lo que dice, sea en forma de interpretaciones o de señalamientos o de confrontaciones o de preguntas que permiten ayudar al paciente a ir conociendo, en distintos niveles de profundidad, sus deseos, temores y angustias en formas de fantasías, de creencias matrices pasionales, sus formas de protegerse ante la angustia, los tipos de vínculos que establece con distintos personajes en función de ciertas características de éstos, etc.

            Lo que dice el terapeuta se puede referir a dos órdenes de elementos muy distintos, que no siempre han sido diferenciados: por un lado, a creencias, a fantasías que el paciente tiene sobre sí o sobre los demás, a ideales, a deseos. Por el otro, a formas de reaccionar, a estructuras que articulan lo cognitivo con la afectividad, la acción y el cuerpo. Que ante algo triste se llore intensamente, o  que ante algo angustioso se sea desbordado por la angustia llegando a la desregulación de la crisis de pánico, o que ante un deseo éste dé lugar inmediatamente a la acción, todo ello depende de algo que va más allá del contenido temático del llanto o la ansiedad. Para ser más claros, que alguien ante una idea triste sea desbordado por el llanto o, por el contrario, reaccione endureciéndose, enfriándose emocionalmente, no es por el contenido temático de la fantasía o porque en el primer caso se le dé un significado más terrible que en el segundo, sino por la existencia de una estructura que regula cómo está articulada la cognición con el estado emocional/corporal del llanto. Es un error pensar que alguien llora sólo por el significado inconsciente que tal u otro suceso tiene, por la cualidad de la fantasía que organiza cómo se vive el suceso. Frente a ideas de enfermedad o muerte,  alguien puede darles el significado de que son terribles, no negar,  pero no llorar o no ser inundado por la ansiedad.

             Igualmente, el creer que la regulación emocional, o la tendencia al cortocircuito deseo/acción es por la gravedad, mayor o menor, de la fantasía inconsciente deja de lado una de las razones importante por las cuales Freud pasó de la  descripción del psiquismo de "La interpretación de los sueños" a la de "El yo y el Ello". En la primera descripción, moldeada sobre el análisis temático de la narrativa de los sueños, estaban el deseo, la prohibición, la represión y el retorno de lo reprimido en forma de síntomas. En cambio, en la segunda tópica, surge el concepto de ciertas estructuras con funciones, entre otras, el control de la motricidad o los mecanismos de defensa o el control pulsional. La cuestión no es cuáles son las funciones descritas por Freud sino la concepción de que ciertas actividades, ciertas formas de funcionar de lo psiquico no son contenidos representacionales sino operaciones. El error del lacanismo fue el leer a la segunda tópica desde la primera tópica, considerando al yo como una representación -la primera tópica se centraba en representaciones- y con ello desechar el concepto del yo en tanto categoría construida para agrupar ciertas funciones que regulan actividades. Por supuesto que con el término "yo" no designamos a  una entidad sino a un conjunto de operatorias con un grado importante de organización. Se podrá discutir cuáles son las operaciones a las cuales conviene englobar bajo tal denominación, esa es una cuestión abierta, pero lo importante  es no equiparar la organización del psiquismo con el nivel representacional. La estructura del psiquismo "manipula" representaciones, permite su asociación de determinada manera, pero también establece el paso a la acción, la forma de descarga en el cuerpo, el control de esa descarga.

             b) Lo que se hace en la interacción con el paciente, comprendiendo lo que se hace implícitamente al decir, al interpretar -se acusa, se desculpabiliza, se narcisiza, etc.-, y lo que trasciende el contenido semántico de lo que se dice: tono de voz, actitud emocional y , de manera global, el tipo de vínculo que crea. Por tanto, estado emocional del terapeuta que activa cierto estado emocional del paciente, que produce un "entonamiento" (Stern, 1985) entre ambos o que hace que el paciente se defienda, se desconecte no por el contenido temático acerca del cual habla el terapeuta sino porque no soporta la cualidad emocional que despliega -ej. terapeutas que crean excesiva ansiedad, a la manera de padres ansiosos ante los cuales los hijos huyen para protegerse de la emocionalidad disruptiva de aquéllos.

             Lo que hace el terapeuta, la modalidad en que se debe dirigir al paciente depende de la capacidad que éste tenga de metabolizar, de mentalizar los mensajes que el terapeuta le transmite en múltiples niveles. Refiriéndose a esto, dice Killingmo (1999): "Es bien sabido que el material al que se enfrenta el analista puede variar en cuanto al procesamiento mental. Los estados experienciales están -en grados variables- almacenados en representaciones corporales e icónicas y no en memoria episódica o semántica. En vez de ser expresados en conceptos, lenguaje y simbolizacioones emocionalmente dotadas de significado emocional, los estados afectivos son descargados somáticamente, motóricamente o son externalizados. Por ejemplo, un paciente puede experimentar cualidades disfóricas como estados afectivos aislados sin conexión con imágenes representadas o huellas mnésicas, y su lenguaje puede tomar la forma de 'lenguaje programático', es decir enunciados verbales destinados a imbuir al paciente de un sentimiento de que sí existe un sentido. En tales fenómenos, las representaciones del self no están ligadas afectivamente a la expresión semántica y verbal.... Esto tiene obvias implicancias clínicas. Para ser terapéuticamente productivas las intervenciones del analista tienen que ser concordantes con el nivel, en el paciente, de la representación del afecto en cada momento. El analista tiene que enfrentar preguntas como las siguientes: ¿de qué manera, expresiva, metafórica o verbal/abstracta puedo entrar en un diálogo que tenga sentido con este paciente y estar emocionalmente presente para él? ¿Puede este paciente estar más profundamente motivado por el contenido de mis palabras? ¿Es  la charla del paciente sólo charla vacía al tiempo que su representación del self afectivamente cargada es comunicada más allá de la semántica?" .

            Esta actitud de tener en cuenta la posibilidad del paciente de recibir la intervención terapéutica es la que Rosenfeld (1987), en lo que constituye una rectificación de una técnica kleiniana que él mismo empleara con anterioridad, afirma, cuando habla de pacientes a los que denomina de "piel narcisista delgada" o de "piel narcisista gruesa": "Sin embargo, uno debe estar particularmente en guardia para no aumentar estos traumas (se refiere Rosenfeld a los que sufrieron en la infancia por parte de padres que los humillaban) por cometer errores en nuestro enfoque analítico que humillen a estas personas y las inferiorizen. Estos errores son muy difíciles del remediar después" (p. 275). También, modificando el énfasis de Klein en interpretar sistemáticamente la envidia, dice refiriéndose a pacientes que "... han sido descalificados por los padres, o por otros niños o, en análisis por el analista. En mi experiencia, cuando el paciente se siente aceptado y ayudado en análisis, y siente que tiene algún espacio para pensar y crecer, es que la envidia disminuye gradualmente. Por esas razones  las interpretaciones sobre la envidia no deben ser repetidas con demasiada frecuencia... Este problema debe ser encarado mediante el ayudar a los pacientes a comprender que su progreso en análisis depende de un esfuerzo conjunto de él y del analista y, particularmente, de un buen 'timing' e interpretación sensible por parte del analista" (p. 266).

            Digamos, además, que lo que hace el terapeuta no depende únicamente de su esquema teórico, sino también de sus propias necesidades emocionales. ¿A la pregunta de qué sería lo más reprimido durante el tratamiento? La respuesta podría ser: lo que el analista hace, la emocionalidad que pone en juego, derivada de las necesidades de los sistemas motivacionales desde los que interviene, y de su caracterología. No se trata de autoinculpabilizarnos pues ello es, precisamente, lo que determina las defensas de negación, de represión, de disociación, en nosotros, los terapeutas. Simplemente, preguntarnos: ¿Qué tipo de intervenciones estamos haciendo y qué influencias tienen en el vínculo que establecemos con el paciente, en las respuestas que activan en éste, en la peculiaridad de las transferencias que moviliza? ¿Qué identidades estamos adoptando? ¿La de padre o madre -y dentro de estas identidades, qué tipo de padre o de madre-, la de amigo, la de aplacador, la de perseguidor, la de perseguido asustado, la del seductor narcisista para ser idealizado, la del seductor sexual, la del seductor para ilusionar con la protección que brindamos, la del maestro-gurú que transmite verdades? ¿Qué deseos y defensas nuestros activan estas identidades? ¿Somos fóbicos-evitativos para disminuir tensión y nos refugiamos en la identidad de analista neutro-pantalla, racionalizando con la técnica una necesidad personal? O por el contrario ¿somos hiperactivos, hipomaníacos, controladores, pues nos alivia los sentimientos persecutorios o de impotencia que afectan nuestro narcisismo? Nuevamente, no es para cuestionarnos esas identidades e intentar asumir la identidad de un yo ideal analítico, el que dependerá de cada escuela y que hace correr el riesgo de caer en la impostura y la hipocresía. Uno de los problemas más serios de cualquier formación en psicoanálisis es, precisamente, lo rápido que se adquiere una identidad ritualizada conforme a los parámetros considerados como los que definirían el ser "verdaderamente" psicoanalista. Lo decisivo es adoptar una actitud de yo observador, como la que le pedimos a nuestros pacientes, que nos permita acceder al conocimiento de qué estamos haciendo y del porqué. Así como las identidades ideales bajo las cuales los pacientes necesitan verse impiden que reconozcan y acepten lo que son, de igual manera la “identidad analítica” es un obstáculo formidable en tanto “falso self” –en el sentido de Winnicott- para la emergencia de nuestras mayores potencialidades como terapeutas.

             c) Lo que se estimula que el paciente haga, en sus vínculos y en las distintas áreas de la realidad: estimulación que puede ser implícita -el deseo del analista captado por el paciente-  o explícita a través de la orientación.

             d) En relación a lo que el psicoanalista habla con los otros psicoanalistas, hay un fenómeno que tiene importancia por sus consecuencias: en ciertos sectores del psicoanálisis existe una fuerte tendencia a la disociación entre la teorización y los intercambios entre colegas, por un lado, y el trabajo clínico, por el otro. No nos referimos a que se embellezcan los relatos clínicos, que se inventen las intervenciones que presuntamente se hicieron con los pacientes para adaptarlas a las que canónicamente se consideran correctas en los grupos de pertenencia. Este es un problema individual y corresponde al compromiso de cada psicoanalista con sus colegas, a que se los engañe o no. Lo que nos interesa, más bien, es un fenómeno que trasciende al psicoanalista como individuo y forma parte de una cultura grupal, y que consiste en delimitar epistemológicamente el campo del psicoanálisis -cada escuela lo hace a su manera-, caracterizando lo que sería su objeto de estudio -el inconsciente, la sexualidad, las pulsiones, etc.-, separándolo drásticamente de problemáticas que pasan a ser consideradas ajenas al mismo, como el apego, o el narcisismo en su vertiente de la autoestima, o los recursos e ideales yoicos,  o la organización de la conciencia, etc. Hasta aquí todo sería aceptable en cuanto delimitación epistemológica de un campo teórico, quizá con la única salvedad que cada escuela o autor no hiciera terrorismo ideológico considerando que ese es el verdadero psicoanálisis y que a las concepciones de los demás sólo les cabe quedar ubicadas en el terreno del error. Pero el problema surge cuando esa delimitación epistemológica, que implica un recorte válido del psiquismo en cuanto separa objetos de estudio -psicoanálisis, psicología cognitiva, estudios sobre psicología evolutiva, efectos en  el nivel psicológico de las estructuras neurobiológicas y sus variantes, etc. - es utilizado para el tratamiento de personas cuyo psiquismo jamás  queda circunscrito a un sector definido epistemológicamente. Se confunde demarcación epistemológica -establecimiento del ámbito del que se ocupa una disciplina- con una práctica clínica que se ejerce sobre una persona total. Se confunde "objeto téorico" con "objeto real", para nuestro caso el paciente. Ante lo cual se generan dos actitudes:

            1) Los que son coherentes y se ocupan exclusivamente en sus pacientes de aquello que  delimita el objeto teórico que aceptan. Ven del paciente sólo el sector que han seleccionado como propio de su disciplina, con la  consecuencia que desatienden todas las otras dimensiones del psiquismo que quedan por fuera del territorio cercado. En pacientes con graves déficits, con desregulación afectiva, con tendencia a la confusión, con necesidades de apego desorganizantes cuando no son satisfechas, hacer hincapié sólo en la problemática del deseo o de la sexualidad o del edipo sin tener en cuenta la necesidad de atender a las estructuras yoicas, a la organización del preconsciente y de la conciencia, al desarrollo de recursos yoicos, a la contención de la tendencia a la actuación, hace que quede por fuera del foco de observación lo esencial de las determinaciones de la patología. No es una cuestión de la técnica del tratamiento sino de cuál es el objeto teórico que guia la observación y que establecerá qué es lo será captado.

             Hay un "objeto teórico" del psicoanálisis y hay un "objeto real". Las preguntas que surgen las podríamos formular así: ¿Si el objeto teórico del psicoanálisis, que varía de acuerdo a las distintas corrientes, no recubre al objeto real que es el paciente, cómo estrechar la brecha entre uno y  otro? ¿Seleccionando los pacientes que encajen en el objeto teórico definido de una manera restrictiva, ciñéndose el psiconalista a un sector muy reducido de patologías y de pacientes. Desgraciadamente esto, que sería congruente con lo que el objeto teórico posibilita, no corresponde a la realidad: las escuelas psicoanalíticas entienden que sus seguidores están habilitados para tratar a todo tipo de pacientes, y así se hace.

             2) Los que no son coherentes, teniendo una teoría y una delimitación del psicoanálisis que luego, en su práctica clínica, no es respetada, haciendo cualquier cosa: apoyo, consejo, presión, o interpretaciones kleinianas, especularización kohutiana, acto analítico lacaniano, análisis de las defensas de acuerdo a ciertas corrientes de la psicología del yo, etc. La discordancia de lo que hablan con los colegas, y publican, respecto a lo que sucede en sus consultorios hace pensar en términos de "filósofos de noche, practicantes de la psicoterapia de día". Las implicaciones no son sólo graves para el paciente sino para el propio psicoanalista que se priva de poder pensar su clínica ya que lo que está investido libidinalmente  -su objeto teórico- es ajeno a aquello que le ocupa durante la mayor parte del tiempo en su ejercicio profesional.

            La única posibilidad de salir de la aporía en que nos colocan los partidarios de las definiciones restringidas del campo analítico es considerar que éste comprende el estudio de los múltiples tipos de procesamientos inconscientes -el originario no reprimido, el que es efecto de la represión y otras defensas, el que resulta de los fenómenos combinatorios de los dos primeros, etc.- , de las formas en que éstos guian ciegamente a la persona más allá de la conciencia, de las múltiples formas en que la conciencia puede estar estructurada, de las relaciones complejas entre procesos inconscientes y conscientes, de los múltiples sistemas motivacionales que organizan la fantasía, el pensamiento consciente y la conducta, de las mútiples estructuraciones del yo, de sus recursos, de la influencia sobre el nivel representacional de los sistemas neurobiológicos, de lo inscrito procedimentalmente y en términos de lenguaje y narrativas, de la articulación entre lo intrapsíquico y lo interpersonal, de los fenómenos de déficit y de conflicto, de la relación a doble vía entre cognición y afectividad, de las múltiples condiciones que intervienen en la generación de patología -conflicto, identificación, etc. Enumeración que no pretende ser exhaustiva pero que sirve para indicar la amplitud bajo la cual vemos al campo analítico.

            Por otro lado, el psicoanálisis en su aplicación al tratamiento es trabajo sobre los múltiples códigos y sistemas representacionales del paciente  -también del analista-, sobre sus relaciones de objeto internalizadas moldeadas por la doble influencia de las figuras externas y de las características innatas, sobre los modos en que paciente y analista -aunque se haga centro en el primero- reaccionan afectivamente, neurovegetativamente, sobre los "enactments" (actuaciones) en la creación del tipo de vínculo particular de cada pareja paciente/analista, sobre el grado de simbolización del paciente y su capacidad emocional de hacer contacto y tolerar el sufrimiento.  Lo que se busca, como objetivo final, es el desarrollo creciente en el paciente de la capacidad de  autoobservación y descentramiento respecto de su propia mente mientras transcurre el proceso de la interacción, el conocimiento de cómo reacciona, en función de su caracterología, ante la realidad externa, y cómo se condiciona a ese externo real con la propia  forma de sentir y actuar. La anécdota, por más importante que sea -conflicto de separación con la pareja, dificultades en el trabajo, etc.-, sirve como ejemplificación del código, de los rasgos de carácter. Todas estas circunstancias de la vida requieren de una doble perspectiva: la que deriva de tratar de darle una cierta solución a las mismas pero, por encima de todo, permitir que el paciente reconozca en su forma de reaccionar ciertas modalidades básicas de su personalidad. Es la modificación de estas últimas el objetivo de la psicoterapia psicoanalítica y el autoconocimiento lo que la caracteriza. Que se lo mezcle con apoyo, con orientación, son elementos  que resultan parte del proceso, a veces durante mucho tiempo, pero tenemos que saber que lo único que transforma es el autoconocimiento seguido del ensayo y puesta en práctica de nuevas maneras de reaccionar -insight en la acción e inscripción de nuevas memorias procedimentales-, con la ulterior consolidación inconsciente de estas nuevas formas de reaccionar. Insight en la acción derivado de conductas en la relación con los demás que, al tiempo que suceden, se acompañan de la reflexión y del recuerdo del pasado.

        Hacer consciente lo inconsciente continúa siendo la piedra de toque de todo tratamiento psiconalíticamente orientado. Pero hacer consciente lo inconsciente no es equivalente a recuperar los recuerdos olvidados -llenar las lagunas mnésicas-, ni a desreprimir o recuperar lo escindido o rechazado por los mecanismos de defensa. Como venimos insistiendo, junto al inconsciente reprimido está el inconsciente originario producto de las interacciones e identificaciones, inconsciente inscrito como memoria procedimental que nunca fue objeto de rechazo. Este inconsciente también debe ser llevado a la conciencia para posibilitar su modificación. Aunque la ampliación de la conciencia es sólo el primer paso dado que el autoconocimiento y descentramiento respecto de la propia mente resultan insuficientes si no hay cambio procedimental en las formas de reaccionar, de sentir, de relacionarse con los demás, en las conductas que constituyan la puesta en acto de una conciencia ampliada y de un inconsciente en proceso de reestructuración.

Notas

1. Es notable que se siga sosteniendo que el inconsciente funciona de acuerdo al proceso primario, sin contradicción, coexistiendo los contrarios, sin influenciarse. Los analistas que continúan repitiendo este aserto de la "Interpretación de lo Sueños" (1900), creyendo que siguen a Freud, no sólo desatienden lo que éste afirmara en "Lo inconsciente" (1915) y en "El Yo y el Ello" (1923) sino que entran en contradicción con lo que plantean en su clínica: hablan de sentimientos de culpa inconsciente -o sea, de contradicción inconsciente entre deseos y mandatos-, de que el núcleo del inconsciente es el Edipo -una organización en que existe una lógica de "o yo o el otro", por lo tanto contradicciones, los opuestos no coexisten-; creen en la fantasía inconsciente, que es una organización con causalidad -"porque hice esto, el otro me hará tal cosa",  "porque hice esto, me sucedera tal otra cosa", etc.-, afirman que sus pacientes para aliviar la culpa inconsciente tienen conductas masoquistas de autocastigo -o sea, el significado inconsciente de una conducta anula a otra conducta-; consideran a la angustia de castración como básica -o sea, que el inconsciente opone, hace entrar en contradicción, el ser fálico o castrado-, etc. Rangell (1989), ante esta contradicción entre las formulaciones teóricas y las clínicas que encuentra en muchos analistas dice: "Al tiempo que hay una extendida resistencia a la idea de que el proceso secundario funciona en el inconsciente, estoy atónito y perplejo de cómo un psicoanalista clínico puede prescindir de ella. Cada paciente, cada día, provee ejemplos de su necesidad" (p.197). También Westen (1999) hace hincapié en la imposibilidad de seguir manteniendo la correlación entre inconsciente y proceso primario, por un lado, y conciencia y proceso secundario, por el otro.
    Afirmar que la conciencia funciona de acuerdo al proceso secundario es desconocer que los contenidos de conciencia también se asociacian por contigüidad témporo-espacial, o por semejanza; y basta escuchar la argumentación de cualquiera de nosotros sobre nuestras creencias, o en medio de una discusión, para obtener la prueba concluyente de que los contrarios pueden coexistir, que la contradicción no rige, que la lógica en esos momentos queda reservada a los textos sobre lógica.
Con todo, a pesar de la evidencia, dadas las formas de transmisión del conocimiento analítico, somos escépticos que deje de repetirse que el inconsciente funciona de acuerdo al proceso primario y la conciencia en base al secundario.

2. Killingmo, partiendo de la tesis de que la observación nunca está libre de preconcepciones plantea que la escucha analítica no puede mantener una separación tajante entre escuchar -el concepto de atención libremente flotante- y el de atribuir  significado a lo que se va escuchando. Ambos ocurren simultáneamente. Para mostrar la unidad de escuchar-comprender usa la expresión "listening-perspective", teniendo "perspective" el sentido de perspectiva desde la cual el analista comprende. En el párrafo citado tradujimos "listening-perspective" como escuchar-comprender.
 

 

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*Agradezco al Prof. Luis López-Yarto por haberme hecho conocer este pensamiento.

 

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