aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 023 2006 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Duelos intersubjetivos: el duelo segregado de Charles Darwin

Autor: Juri, Luis

Palabras clave

Ansiedad de separacion, Apego seguro, Bowlby, J, Duelo cronico, Duelo infantil, disociación, Duelo de charles darwin, Envidia primaria, Falso self, Freud, Introyeccion del objeto, Juicio de realidad, Melanie klein, Metapsicologia economica, Paradigma vinc.


“…mis hermanas, que estaban profundamente conmovidas por su muerte,
nunca hablaban de ella ni pronunciaban su nombre…”

                            Charles Darwin, Autobiography

1.                 Tres teorías sobre los duelos.

2.                 Los sistemas segregados en los duelos.

3.                 El duelo segregado de Charles Darwin.

La primera parte de este escrito (*) trata sobre los paradigmas y el “trabajo de duelo”. Se le presta especial atención a los sistemas segregados en los duelos. En la segunda mitad, y empleando las poéticas palabras de C. S. Lewis, tendremos “una pena en observación”. Seguiremos el itinerario del duelo segregado de Charles Darwin por la pérdida de su madre, desde la infancia del pequeño Charles hasta la adultez del gran naturalista. Como en la actualidad los duelos sufren una minimización, tanto de sus consecuencias psicopatológicas como de su extensión en el tiempo, confiamos en que estas páginas ayuden a combatir esa tendencia.

1. Tres teorías sobre los duelos

En “Duelo y Melancolía” (1917) Freud introdujo la expresión “trabajo de duelo” (trauerarbeit) para describir la reacción de un sujeto a una pérdida significativa, ya sea real o simbólica. Ha sido mérito de Freud señalar que el duelo no es una decantación por el paso del tiempo sino “un trabajo” que exige una tarea interior. El trabajo psíquico tendría un objetivo muy preciso: desligar al deudo del objeto perdido. El resultado normal del duelo (producto del trabajo de duelo) consistiría en "...un quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo..." (Freud, 1917, p.246). El desasimiento se ejecuta bajo el mandato del examen de realidad, quien dicta el veredicto de la desaparición y emite la orden de retirar la libido del objeto. Como Freud lo ha reiterado, el sujeto es renuente a abandonar la posición libidinal ganada pero finalmente, “arrastrado por las satisfacciones narcisistas del vivir”, la abandona. Estas ideas se mantuvieron a través de toda su obra (1913, 1917,1926) con algún atenuante que ya comentaremos ¿Por qué Freud ha teorizado en estos términos el trabajo de duelo? Para ubicarnos en su perspectiva debemos tener presente que el creador del psicoanálisis metaforizó el aparato psíquico con una analogía entre el psiquismo y los sistemas hidrodinámicos y los circuitos eléctricos. Como no podía ser de otro modo, Freud empleó los conceptos disponibles en la ciencia de fines del siglo XIX, dominada por la física. La metapsicología económica ("fisicalista") le atribuye al aparato psíquico la tarea de control y descarga de las excitaciones, supuesto que atraviesa toda su obra. Esta premisa contiene la influencia de Helmholtz, y también la de Fechner, Meynert, Brück y otros, y revela el interés de Freud por ubicar al psicoanálisis en el concierto científico de la época. La razón de un inusual tono imperativo que Freud le impuso a sus ideas sobre el trabajo de duelo derivan, a mi entender, de las premisas energéticas de su metapsicología. La realidad, escribió en “Inhibición, síntoma y angustia”, exige al sujeto "...categóricamente separarse del objeto porque él ya no existe más" (Freud, 1926, p.160). La premisa subyacente a este imperativo es que el principal peligro para el psiquismo es “…la perturbación económica por el incremento de las magnitudes de estímulo…” (1926, p. 130) o sea la acumulación de estímulos no controlados. Si bien Freud percibió claramente el deseo del deudo de retener al objeto (por vía alucinatoria, identificatoria o a través de los sueños) colocó como tarea central del trabajo de duelo la necesidad – económica- de desprendimiento del objeto. Sus ideas sobre el trabajo de duelo se articulan con la noción más general de elaboración psíquica (Laplanche y Pontalis, 1971) siendo éste el requerimiento del aparato mental de ligar las impresiones traumatizantes.

La afirmación de que el deudo debe “categóricamente” separarse del objeto encontró un atenuante en la nota de pésame que le envió a Ludwig Binswanger en ocasión de la muerte de su hijo. En esa nota Freud escribió:

"Aunque conocemos que tras una pérdida así persistirá el estado agudo de duelo, sabemos también que permaneceremos inconsolables y no hallaremos jamás un sustituto. No importa aquello que pueda llenar el vacío; aunque quede completamente lleno, algo permanecerá, no obstante. Y así debe ser, efectivamente. Es el único modo de perpetuar aquel amor al que no queremos renunciar." (Bowlby, 1979, p.113).

La nota no alteró sus ideas sobre el trabajo de duelo y resulta coherente que así haya sido, ya que su perspectiva sobre ese proceso se encuentra estrechamente relacionada con las premisas básicas de su metapsicología económica. Aún así, hemos querido recordar que Freud en alguna ocasión pensó el duelo de ese modo, y el interés en el punto radica en que en este trabajo se sostiene una posición similar a esa nota de pésame.

La metapsicología económica condujo a representar el psiquismo como una entidad cerrada o casi cerrada, con una “energía psíquica” circulante en su interior. Para este modelo, el desenlace normal o patológico del duelo es algo que se determina dentro del aparato mental. La libido "sobreinviste" ciertas representaciones, las "desinviste", "desplaza" sus catexias a un nuevo objeto o queda "fijada" en el objeto perdido. El destino del duelo dependería de los “itinerarios intrapsíquicos de la libido”. El resultado normal es el desplazamiento de la libido hacia un objeto nuevo; en un resultado patológico la libido se desplaza desde la investidura de objeto hacia el narcisismo. El cambio del amor de objeto por la identificación da lugar a las afecciones narcisistas (posteriormente la identificación adquiriría en las teorizaciones de Freud un carácter más general). El texto fundamental de la teorización freudiana sobre los duelos, “Duelo y melancolía”, no contiene referencias a los familiares del deudo. En las páginas de ese escrito, el trabajo de duelo es pensado en términos de un psiquismo aislado (endogenismo). Si bien Freud abrió el aparato psíquico a la influencia de “los otros” al sostener que las instancias psíquicas se forman por medio de identificaciones (1923) no incluyó esa influencia en la noción de trabajo de duelo, conservándolo como un proceso intrapsíquico (Laplanche, J.B. y Pontalis, J. B., 1971).

Melanie Klein adhirió al modelo freudiano de 1920 de las pulsiones de vida y de muerte. Su psicopatología y la teorización sobre los duelos pivotearon alrededor de ese esquema pulsional, lo que profundizó el endogenismo (Klein,1940). Klein remitió los duelos a los primeros meses de vida del niño. Existiría un duelo originario, por el pecho materno y por la madre, dañados en la fantasía a causa del sadismo de fuente pulsional (Posición Depresiva). Según Klein los duelos posteriores revivirían los duelos tempranos, supuesto que J. Bowlby consideró una contribución central de la autora.

Los factores más importantes para superar los duelos serían el juicio de realidad, en lo que Klein coincidía con Freud, junto con la introyección del objeto bueno interno, en lo que se apartaba de él. Si para Freud el trabajo de duelo consistía en una paulatina liberación del objeto, Klein consideraba que en el trabajo de duelo logrado se produce la reinstalación en el mundo interno del objeto perdido, conservándose el vínculo libidinal.

El duelo será normal o patológico - junto con el juicio de realidad que vence la omnipotencia - por la capacidad del sujeto de introyectar un objeto bueno. En la medida que el bebé va entrando en la Posición Depresiva y restaura el objeto interno destruido por su agresividad, va instalando el “objeto bueno” con el que se irá identificando. De la posibilidad de instaurar el objeto bueno depende el buen desenlace del duelo; de su imposibilidad nacen los cuadros psicopatológicos. Según Klein quien no ha vencido la Posición Depresiva en los primeros meses de vida estableciendo objetos buenos internos, fracasará en el trabajo de duelo en la adultez. ¿Cómo se instala el objeto bueno? Un punto clave a tener en cuenta es que para Klein las fantasías de origen pulsional y las proyecciones moldean el objeto interno. Si bien las frustraciones o gratificaciones externas colaboran, las experiencias vividas por el niño son alteradas “…por sus propias fantasías e impulsos” (1940, p. 280). Así, la envidia primaria (innata y pulsional), expresión de la pulsión de muerte, al atacar al objeto bueno produce su transformación en un “objeto malo” y rompe la necesaria disociación entre objeto bueno y malo. El objeto devenido “malo” a causa de los ataques envidiosos no puede ser entonces un objeto bueno introyectado (1). La introyección del objeto bueno dependerá de la capacidad interna de amor del sujeto proyectada en el objeto (libido) y de su posterior identificación con él, así como de la confianza en restaurar al objeto perdido y su mundo interior también perdido. El “objeto bueno” introyectado cumplirá una importante función, pues formará el núcleo del yo y proveerá de un sentimiento de confianza que permitirá primero al bebé y luego al adulto tolerar y superar las adversidades y los momentos de odio y frustración. Mostraremos similitudes entre este concepto y la noción de “apego seguro” de John Bowlby.

Klein compartía con Freud la visión de que el duelo transcurre y se resuelve o no en el interior del psiquismo del deudo: el juicio de realidad y la instauración del objeto bueno interno vencen el duelo. Si bien en la obra de Klein no escasean las referencias a las experiencias externas, e incluso la autora ha destacado el papel positivo de los allegados al deudo (1940, p. 295) la carga teórica pulsional enfatizó fuertemente los procesos endógenos. Al ambiente le cabría la función de modulador de las fantasías pulsionales.

John Bowlby fue el creador de la teoría del apego (attachment theory) un edificio conceptual que constituye “un nuevo paradigma” (Bowlby, 1988; Juri, 1999). Es interesante señalar que, pese a rechazar el paradigma pulsional adoptado por Klein (y el concepto de fantasías autogeneradas), Bowlby afirmó que “…sus ideas contienen la simiente de una manera provechosa de ordenar los datos” (1980, p. 58).

Bowlby mantuvo coincidencias con las teorizaciones freudianas, y también varias discrepancias. La principal disidencia fue el abandono de la metapsicología económica y el modelo pulsional, incluida la noción de libido, postura que lo convirtió en “hereje”. Si el concepto de “energía” fue central en la conceptualización freudiana de fines del siglo XIX y comienzos del XX, el concepto de “información” lo ha sido en los escritos de Bowlby de la segunda mitad del siglo XX. Si Freud se inspiró en la física, Bowlby lo hizo con el evolucionismo darwiniano. Para Bowlby, el individuo no sería una fuente energética en sí misma sino un sistema abierto que intercambia información con su ambiente. A las motivaciones sexuales y de nutrición postuladas por Freud, Bowlby agregaría el apego (attachment) cuya función es brindar protección y seguridad a la cría, humana o animal. El apego satisfecho se convierte en un lazo de amor entre cuidador y apegado. La importancia adjudicada al vínculo de apego (1969) se articula con la importancia psicopatológica atribuida a la ansiedad de separación (1973) y a la pérdida y el duelo (1980). Bowlby no le atribuyó al psiquismo la tarea de control y descarga de los estímulos (modelo económico), sino de procesamiento de información con la función de sostener el vínculo (modelo informacional/vincular).

Tales cambios implicaron una modificación parcial en la teorización del trabajo de duelo. El imperativo de que el deudo debe “categóricamente” separarse del objeto pierde en este marco conceptual su fuerza, emanada del supuesto de los peligros energéticos. El núcleo del trabajo de duelo no consistiría en el retiro de catexias libidinales de la representación del objeto perdido (Freud), o en la acción del juicio de realidad que vence la omnipotencia o la lucha pulsional entre amor y odio (Klein), sino en la imperiosa necesidad del sobreviviente de llamar y buscar la figura perdida. En el deudo coexisten la creencia en que la muerte ha ocurrido y la incredulidad, que impulsa la búsqueda. La amarga realidad es aceptada sólo luego de que el sobreviviente fracasa, “una y otra vez”, en sus imaginarios intentos de recuperación, lo que conduce - en las resoluciones favorables - a una reorganización de los modelos representacionales del self y de los otros. Nos apresuramos a declarar que de ninguna manera Bowlby ha ignorado la realidad (el examen o juicio de realidad) y que, al igual que Freud y Klein, sostiene que el desenlace favorable del duelo implica la aceptación realista de lo perdido, pero lo central del proceso sería la búsqueda y recuperación de la figura de apego, que el sobreviviente intenta por todos los medios. El “anhelo del objeto perdido” ha sido señalado tanto por Freud como por Klein, aunque los motivos eran libidinales en un caso (Freud) y restauratorios y reparatorios en el otro (Klein) y no contemplaban la urgencia del sobreviviente por llamar y buscar a la persona perdida. Según Bowlby tal urgencia posee raíces primitivas. El llamar (cry) y el buscar (search) han tenido valor de supervivencia para la cría animal y humana. Alucinaciones, ilusiones, sueños, identificaciones, intentos de suicidio y hasta conductas de deambulación y fugas en estado disociativo se encuentran motivados por la búsqueda no consciente del muerto (Bowlby, 1979; Marrone, 2001) (2).

Las diferencias entre los terapeutas en torno a la esencia del trabajo de duelo (paradigma económico/pulsional o paradigma vincular) pueden guiarlos a distintas percepciones sobre el tiempo que insume el duelo, sobre sus características y sobre la normalidad o anormalidad del proceso.

Conjuntamente con C. Murray Parkes, Bowlby sostuvo que el duelo atravesaba determinadas fases (Bowlby, 1979, 1980; Murray Parkes, 1972). Las fases son: 1) breve fase de embotamiento; 2) fase de anhelo y búsqueda del perdido; 3) fase de desorganización y desesperanza; y 4) fase de reorganización de los modelos representacionales. El duelo patológico sería una deformación del duelo normal y deriva del uso desmedido de los mecanismos defensivos normales. Existen dos variedades principales de duelo patológico:

1) En la fase 1 el embotamiento (numbness) y la anestesia se han intensificado y extendido en el tiempo. Los casos de “ausencia prolongada de aflicción consciente” son un ejemplo;

2) En la fase 2, donde se intenta la recuperación del perdido, la patología es el “duelo crónico”. Muchos rasgos del duelo crónico pueden ser entendidos como la eternización del deseo de buscar y encontrar al amado desaparecido. Suelen ser comunes los “museos familiares”, que inconscientemente esperan el retorno del muerto. La depresión y la desorganización que siguen al fracaso de este anhelo son propias de tal condición crónica (fases 2 y 3).

Bowlby recurrió a estudios prospectivos para obtener información sobre los duelos, con lo que transgredía un principio metodológico sagrado para un psicoanalista, quien sólo confiaría en la información retrospectiva que obtenía en su consultorio. Aunque nunca renunció a los datos retrospectivos surgidos del consultorio e incluso apoyó sus ideas sobre el duelo en informes clínicos, sus posturas metodológicas no lo volvieron muy popular entre sus colegas. El empleo del método prospectivo trajo algunas sorpresas, que no sorprenderían al epistemólogo Thomas Kuhn, para quien los datos no son ni independientes ni “dados” como su etimología lo sugiere (“datum”) y dependen del paradigma y de los métodos del observador. Los trabajos de Parkes en Londres y Boston sobre la evolución del duelo en viudas y viudos (estudios prospectivos) le hicieron comprobar a Bowlby que los que pasaban por un duelo persistían en la idea de la presencia de la figura perdida, aun transcurrido largo tiempo desde el fallecimiento. Si el trabajo de duelo (trauerarbeit) poseía una función precisa que sería alejar los recuerdos del muerto (Freud, 1913, 1917, 1926) los deudos no parecían cumplir esa orden. Los sujetos no retiraban su libido del objeto ausente, aunque el juicio de realidad señalaba su inexistencia. Alguien podría sostener que las viudas y viudos de Boston no podían olvidar a sus cónyuges porque utilizaban una obstinada defensa contra la realidad, lo cual indudablemente puede ser cierto. Pero si bien el anhelo de reencontrar al perdido corresponde en parte a una defensa, no cabe colocarla por entero dentro de tal categoría. La búsqueda de la persona ausente cumple también una función, que es recobrar el vínculo.

La presencia afectiva del muerto no refleja necesariamente una “fijación” y puede ser positiva para el deudo, permitiéndole mantener un sentimiento de identidad y confianza y eventualmente reorganizar su vida. Una viuda decía que cuando se estaba lavando la cabeza tenía la sensación de que su esposo estaba allí para protegerla en caso de que alguien entrara por la puerta. Su presencia imaginaria le brindaba un sentimiento de seguridad. (Murray Parkes, C., 1972). Un final favorable del duelo no implica desprenderse necesariamente de los recuerdos y afectos hacia la figura perdida, e incluso el lazo de amor con la persona muerta puede coexistir con la aparición de un nuevo vínculo afectivo.

 El concepto de “apego seguro” de Bowlby se aproxima a la noción de “objeto bueno introyectado” de Klein (otras nociones cercanas son la “dependencia madura” de R. Fairbairn y la “confianza básica” de E. Erikson). Los conceptos de seguridad/inseguridad eran centrales para Bowlby. Este autor se refirió a personas con alto grado de confianza y seguridad en sí mismas (self-reliance) que les permite enfrentar situaciones adversas, no derrumbarse y solucionarlas, mostrando resiliencia. El sentimiento de seguridad interior (security) deriva de la relación del bebé o niño con una madre/padre empáticos que funcionaron como “base segura” (Bowlby, 1988). El apego interior del deudo con una figura que le brinda seguridad y le permite afrontar las adversidades opera al estilo del objeto bueno interno de Klein. Por supuesto, existen diferencias. En tanto para Klein la pulsión libidinal modela la representación del objeto bueno interno (con la colaboración de las buenas experiencias), para Bowlby son las experiencias positivas las que construyen los modelos representacionales que brindan seguridad. Considera a los modelos representacionales (tanto del self como de los otros) como provenientes de las experiencias vividas. Si los modelos representacionales de Bowlby deben considerarse copias fieles o versiones distorsionadas de las experiencias de un sujeto es un punto clave de reflexión para algunos psicoanalistas (Fonagy, 2001).

El lector no encontrará el término “intersubjetividad” en los textos de Bowlby, pero no distorsionamos sus ideas si decimos que su pensamiento es intersubjetivo. Para Bowlby y para autores como H. Bleichmar, M. Marrone y L. Juri entre otros, el duelo no es un “proceso intrapsíquico” sino un producto del intercambio entre psiquismos. Adaptando conceptos de Robert Stolorow definimos “duelo intersubjetivo” como “...una formación en la intersección de mundos subjetivos en interacción”. La intersección entre el psiquismo del deudo y los psiquismos familiares determinará el destino del duelo.

Una condición clave para el destino del duelo es la presencia o ausencia de empatía ambiental. Un clima familiar donde se censuren los anhelos y dolores propios del duelo empuja al deudo hacia la exclusión defensiva de ideas y emociones, promoviendo un sistema disociado inconsciente. A la inversa, en un clima empático un niño puede formular las preguntas que le despierta la ausencia de la persona querida: ¿dónde fue?, ¿cuándo volverá? y recibir información adecuada. Un ambiente de empatía le permite al niño (o adulto) expresar sus deseos de reencuentro con el fallecido, por más irreales que sean, su amor frustrado, su rabia contra el destino, su odio hacia el muerto por el “abandono”, etc. frente a una figura significativa que las acepta como reacciones naturales y no como “locuras”, lo que estimula la resolución favorable del duelo.

Bess, una niña de tres años y medio cuya madre había fallecido hacía un tiempo (Furman, citado por Bowlby, 1980) una noche se acercó a su padre y le dijo: “Mamá vino y dijo que cenaría con nosotros” ¿Una alucinación? Para C. Murray Parkes no es inusual la presencia de alucinaciones y/o ilusiones en los primeros tiempos del duelo. En algunos casos sirvieron de ayuda o sostén al sobreviviente (Parkes, 1972). La reacción del padre ante la difícil situación planteada por Bess resultaba crucial. Si el padre calificaba con palabras o gestos lo dicho por su hija como “locura” o “no realismo”, o daba a entender que “no se debe hablar de la muerte de mamá”, para sentirse aceptada Bess tendría que ocultar sus ideas y emociones sobre la madre ausente. Afortunadamente, el padre tuvo una empática comprensión de lo que Bess sentía y, en tono suave, le contestó: “Echamos tanto de menos a mamá que nos gusta pensar que realmente no está muerta. Supongo que tendremos una cena muy triste”. El padre respondió empáticamente a la alucinación de su hija, comprendiendo que era fruto de la nostalgia. Bess buscaba a su madre… y la había encontrado.

La respuesta empática no intensifica los mecanismos defensivos normalmente empleados para amortiguar el golpe, como el desmentido, la escisión, la segregación, la proyección, etc. - que aumentados generarían vulnerabilidad – y favorece la simbolización, la creatividad y la elaboración mental de la pérdida (Juri, 2005).

 Los duelos infantiles no resueltos se convierten en fuente de vulnerabilidad adulta. Los sociólogos G. Brown y T. Harris (Harris y Bifulco, 1991) investigaron una muestra de mujeres adultas con depresión en grado invalidante correlacionando lo endógeno y lo ambiental y pesquisando los factores de vulnerabilidad. Según Bowlby esos estudios epidemiológicos le otorgan apoyo a la hipótesis nacida en la clínica que afirma un vínculo entre la pérdida de la madre en la infancia (o del padre) y la vulnerabilidad adulta a la ansiedad y/o las depresiones. Pero hay restricciones teóricas que son de interés para este trabajo. Una pérdida temprana se convierte en fuente de vulnerabilidad sólo cuando el niño carece del apoyo empático de las figuras sustitutas (Brown y Harris) o cuando el duelo no es elaborado (Bowlby). ¿Qué debe entenderse por vulnerabilidad? Puede ser definida como “el grado en que una persona es afectada por las adversidades de la vida”. Al adoptar esta definición estamos articulando una disposición interior (vg. el grado en que se es afectado por pérdidas o amenazas de pérdidas) con sucesos ambientales (muerte esperada, muerte súbita y/o prematura, muertes múltiples, ausencia o presencia de apoyo, etc.). Así entendida, la noción de vulnerabilidad rompe una larga tradición dicotómica en psicoanálisis entre lo “endógeno” y lo “ambiental”, ubicándose en la frontera entre ambos mundos.

2. Los sistemas segregados en los duelos

Los sistemas segregados son una forma de procesos disociativos. Según M. Marrone (2001) la disociación es “el proceso por el cual el sujeto de manera inconsciente separa entre sí partes y funciones de su self” (p. 298). Si bien la disociación es producto de un conflicto, no existen entre las partes disociadas formaciones de compromiso, sino una coexistencia alternante. Digámoslo así: no hay una formación de compromiso entre el Dr. Jeckyll (el caballero) y Mr. Hyde (el rufián): cuando uno aparece y toma el control el otro no se encuentra, y viceversa (R. L. Stevenson: “El extraño caso del Dr. Jeckyl y del Sr. Hyde”).

 El concepto de disociación ha sido empleado dentro de un marco endogenista y dentro de un marco intersubjetivo. En los escritos de Melanie Klein se hace un abundante -y brillante- empleo del concepto de disociación (splitting). En la Posición Esquizo-Paranoide el objeto es dividido entre uno idealizado y otro persecutorio, como separación defensiva contra el sadismo. El Yo se escinde y proyecta afuera la parte que contiene la pulsión de muerte y lo mismo ocurre con la libido, creando dos objetos separados: el pecho ideal y el pecho persecutorio. Estas son disociaciones frente a peligros internos, emanados de la pulsión de muerte. En una perspectiva intersubjetiva las disociaciones han sido relacionadas con experiencias infantiles. Phil Mollon las vincula con situaciones traumáticas vividas en los vínculos de apego (Marrone, 2005). La disociación sería una forma de enfrentar traumas como el abuso sexual infantil por parte de figuras parentales (Sinason, 1998; Marrone, 2001). Ante una situación insoportable el abusado se divide entre un self que se mantiene en la escena y otro que escapa de ella (“Yo no estoy aquí”). A su vez el abusado escinde la figura del abusador, “desconectando” al diurno padre cariñoso del señor aterrorizante que lo visita durante la noche. El niño disociado “no desea saber” que su padre de día -su figura protectora- es el mismo que lo llena de miedo por las noches (“…es mejor ser pecador en un mundo gobernado por Dios, que vivir en un mundo regido por el Diablo”, anticipaba hace algunos años R. Fairbairn). A su vez, el abusador ejerce presión sobre el abusado para que olvide, calle o disocie. Ciertas formas sutiles de presiones son aquellas donde el padre se muestra de día como si fuera otra persona, completamente distinta (disociada) de la nocturna (Bowlby, 1985). La amnesia y la confusión del abusado suelen ser los síntomas de estas disociaciones. Por el lado del niño, la disociación del self y de la figura paterna es un proceso de selección y borrado de información para conservar la figura necesitada y proteger su propia autoestima, herida por la culpa o la vergüenza. Por el lado del adulto la disociación le permite al padre sostener una representación favorable de sí mismo y desconectar al “otro padre”, al abusador que no puede reconocer. Según Valerie Sinason es posible que muchos padres que abusan de sus hijos lo hagan durante estados disociados seguidos de amnesia.

Los procesos de disociación son comunes en los duelos. Para enfrentar el duro golpe el self del sobreviviente se escinde en dos partes coexistentes: una que “sabe” que la persona querida ha muerto y otra que paralelamente “reniega” (verleugnung) de esa realidad (Freud, 1927; Klein, 1940; Bowlby, 1980; Murray Parkes, 1972). Como no imaginamos una “mente aislada del deudo” tampoco pensamos la disociación en los duelos como un exclusivo proceso intrapsíquico. Ante una muerte un niño puede disociar información para él dolorosa, pero los padres pueden presionar para que excluya algo no tolerado por ellos. En un ambiente no favorable a la elaboración del duelo es común que los padres ejerzan presión para que el niño excluya de su mente lo que prefieren que se mantenga oculto (el pesar, las lágrimas, etc.) o lo que no deba mencionarse (los nombres, ciertas circunstancias del fallecimiento, los aniversarios, etc.). Los duelos no elaborados de la historia de los padres presionan sobre sus hijos y sus duelos, algo notorio entre las víctimas del Holocausto (Bergmann y Jucovy, 1982). Obviamente, los niños aceptan las presiones paternas debido a un deseo básico: ser queridos y aceptados.

 Nos ocuparemos de una forma particular de disociación en los duelos: los sistemas segregados. ¿Qué son los sistemas segregados? Cuando las condiciones de un duelo son desfavorables y el deudo -niño o adulto- no puede expresar sus más profundos anhelos, dolores y sentimientos, puede optar por ocultarlos convirtiéndolos en sistemas segregados, excluidos pero activos (Bowlby, 1980). Para Bowlby en determinados sujetos (especialmente en el caso de un deudo, aunque no exclusivamente pues los encontramos en otros casos de disociación) suelen existir dos “sí mismos” o “sistemas principales” de conducta, sentimientos y recuerdos:

1) el sistema principal consciente que rige la vida cotidiana;

2) el sistema segregado, mayormente inconsciente, que a su vez contiene:

a) los sentimientos

b) los recuerdos

c) los deseos

d) las representaciones del sí mismo y de los otros, que han sido excluidos defensivamente de la conciencia.

Si en el sistema principal consciente el deudo se representa aceptando la muerte de la persona querida, sin experimentar emociones sobre el tema, el sistema segregado inconsciente puede encontrarse organizado bajo la premisa de la recuperación del muerto, ya sea en este mundo o en el Más Allá, con toda la constelación de sentimientos asociados y con una representación del sí mismo como necesitado de amor, frustrado y/o triste. Cuando emerge el sistema segregado emergen otras representaciones del si mismo, otros sentimientos, modelos, recuerdos y motivaciones.

 El concepto de sistemas segregados es especialmente útil para comprender la ausencia prolongada de aflicción consciente. En estos casos, la aflicción (dolor, anhelos de reencuentro, odio, tristeza, etc.) no se encuentra presente en la conciencia del que ha sufrido la pérdida, quien actúa como si nada hubiera ocurrido. Esta curiosa condición fue identificada por Helen Deutsch en 1937, sorprendida ante sujetos que mostraban una falta de pesar en los duelos. Para J. Bowlby, la ausencia prolongada de aflicción consciente es una variedad patológica del duelo, una intensificación de la primera fase de anestesia, que puede durar décadas. En la ausencia prolongada de aflicción consciente, el sujeto actúa como si nada hubiera ocurrido, o su referencia a las pérdidas carece de resonancia emocional. Para un observador que se adhiera a los ideales circulantes en nuestra cultura sobre el ocultar los sentimientos dolorosos y los anhelos de reencuentro con el muerto (Ariés, 1971) o que coincida con la minimización del duelo que se observa en numerosos familiares e incluso en algunos psicoterapeutas (Bowlby, 1980; Juri, 2005), estos pueden parecer sujetos resilientes, que enfrentan con elevado espíritu las adversidades de la vida. Pero existen señales de que no es así. Algo transcurre en forma subterránea. No se habla (no se debe hablar) de la pérdida, y si se hace suele ser en un tono carente de afectividad. Existe un estado de tensión corporal y/o psíquica y en ocasiones surgen muestras de irritabilidad. También se presentan síntomas de neto corte psicosomático, como dolores de cabeza, palpitaciones o dolores generales. La presencia de insomnio revela el estado tensional y, ocasionalmente, emergen durante el dormir sueños o pesadillas angustiantes. Debido al bloqueo emocional, algunas de estas personas suelen desdeñar los sentimientos y las manifestaciones afectivas. Prefieren vivir sin lazos de amor, autosuficientemente. Tales sujetos se encuentran expuestos a inesperados quiebras de sus defensas. En un día soleado, estalla un trueno. En condiciones comunes existe (aunque no en forma absoluta), una exclusión de toda entrada sensorial que pudiera activar el sistema segregado, pero acontecimientos especiales como un aniversario, una nueva pérdida o una amenaza de pérdida pueden despertarlo, y el sistema segregado pasa a tomar el control del sujeto. La disociación se rompe y lo segregado reingresa a la conciencia a través de sueños, conductas de deambulación, síntomas psicosomáticos o irrupciones sorpresivas de angustia, pánico o depresión (Bowlby, 1980; Marrone, 2001). Al romperse el caparazón defensivo exhiben un agudo contraste entre épocas donde lucían seguros de sí mismos y un estado que los muestra inseguros, angustiados, deprimidos o llorosos, sorprendiendo a familiares, amigos e incluso a terapeutas.

Existen parentescos entre los “sistemas segregados” de Bowlby y el concepto de Freud de “escisión del yo”. Al examinar la escisión del yo en los duelos, Freud (1927) se refirió a “dos corrientes psíquicas contradictorias” en el deudo, una de las cuales desmiente la realidad de la muerte. Para Freud el desmentido (verleugnung) implica una “escisión en el yo”, ya que éste se ha dividido en dos corrientes psíquicas o creencias. En los deudos coexistirían dos creencias: a) la que reconoce la muerte del ser querido; y b) la que reniega de su muerte y desea que el muerto siga con vida, o sea el desmentido de la realidad. No es algo muy distinto lo que expresa Bowlby cuando escribe sobre dos sí mismos coexistentes, uno de ellos segregado, aunque pueden señalarse algunas diferencias. Acorde a su modelo del psiquismo, para Bowlby el sistema segregado es una constelación de deseos de apego, anhelos de reencuentro, recuerdos, modelos representacionales y todas las emociones propias del penar del duelo. La segregación de lo indeseado es una “exclusión de información”. El sujeto no quiere “tomar noticia” de lo segregado o excluido, que pasa al inconsciente, lugar del cual se le impide volver por medio de la desactivación del sistema, borrando toda información que pudiera activarlo. El modelo de psiquismo abierto de Bowlby toma en cuenta las presiones familiares hacia la disociación, lo que suele ocurrir en los duelos cuando se le hace notar al niño (o no tan niño) que no debe alterarse por la muerte de su mamá, ni llorar, ni extrañarla,  ni incluso mencionar su nombre, o sea que debe borrar esas ideas y sentimientos.

Para D. Winnicott, ante casos de pérdida en la infancia seguida de ausencia prolongada de aflicción consciente se debe pensar en un “falso-self” (Bowlby, 1980, p.174). Coincidencia con el concepto de sistemas segregados de Bowlby, lo que no debería sorprender porque éste mostraba muchas afinidades con Winnicott y había adoptado los conceptos de falso y verdadero self. El deudo -niño o adulto- no pudiendo expresar sus más intimas y genuinas emociones ante la pérdida debido a un ambiente que no es “suficientemente empático” tiene que escindir esos sentimientos y protegerlos con un “falso-self” (Winnicott) o convertirlos en sistemas segregados inconscientes (Bowlby). Para Winnicott en ocasiones un falso-self puede estar representado por la actitud de “…no decir las cosas con franqueza y sinceridad” (1965, p. 186), concordancia con Bowlby, para quien al no poder “ponerle palabras a la pena” el deudo debe excluir sus pensamientos y sentimientos, convirtiéndolos en sistemas segregados inconscientes.

3. El duelo segregado de Charles Darwin

Charles Darwin nació en Shrewsbury, Inglaterra, en 1809 y murió en 1882 en su casa de Down a los 73 años de edad. Su padre, Robert, era médico, y su madre, Susannah, pertenecía a una familia de fabricantes de porcelana. Charles tuvo 5 hermanos, cuatro de ellos mayores y uno menor. La madre de Darwin murió en 1817 a los 52 años de edad, cuando Charles tenía 8 años y medio, de problemas tumorales en la zona abdominal luego de una larga postración. Darwin desarrolló una personalidad vulnerable a las pérdidas o amenazas de pérdidas a raíz de una infancia ensombrecida por la invalidez y muerte de su madre y por su duelo no resuelto (Bowlby, 1990).

No existen biografías neutrales. La subjetividad del biógrafo se introduce subrepticiamente ya sea por los hechos que deja de lado o por aquellos a los que les otorga relieve, y esto ha sido notorio en el caso del naturalista inglés. Cierta tradición psicoanalítica (Kempf, Hubble, Greenacre) ha creído ver la raíz de los conflictos emocionales de Darwin en la relación con su padre. Existe gran cantidad de evidencia que apoyaría este punto de vista. La influencia aplastante del padre y su afilada lengua fueron construyendo en el hijo una inhibición y una represión de los sentimientos hostiles, así como una vulnerabilidad ante las críticas. En general, los psicoanalistas que se ocuparon de la biografía de Darwin hicieron hincapié en la conflictiva relación con su padre, no otorgándole mayor relieve a lo acontecido con su madre. Si bien Kempf aludió al duelo de Charles por su madre, este punto de vista no había prosperado.

La visión de Bowlby desde la teoría del apego, con su inclinación a considerar los vínculos más tempranos, así como su énfasis en la importancia psicopatológica de los duelos depositó la atención en lo acontecido con su madre. Sin descuidar la influencia paterna, Bowlby puso el acento en la temprana muerte de su madre y en el duelo no elaborado, un hito en general ignorado por los anteriores biógrafos. Curiosamente (pero no tanto si se piensa en términos de paradigmas) se observa en el estudio biográfico de Darwin la repetición del proceso que tuvo lugar con la revisión del historial clínico de Juanito. Freud (1909) examinó el vínculo del pequeño con su padre, dejando parcialmente en las sombras a la madre del niño. Si bien Freud de ningún modo ignoró a la madre de Juanito, la carga teórica de su paradigma inclinó la balanza hacia el polo pulsional y la rivalidad edípica del pequeño con su padre. La revisión de Bowlby de la clásica zoofobia infantil desplazó la cuestión hacia la relación de Juanito con su madre y, continuando la revisión, Juri ha planteado que el padre del pequeño no era centralmente un rival edípico, sino una figura de apego que suministraba seguridad ante la inseguridad creada por las amenazas maternas de abandono (Bowlby, 1973; Juri, 1999, 2001).

Darwin niño: la muerte de su madre.

El fallecimiento de Susannah Wedgood fue un acontecimiento que impactó profundamente no sólo a Charles sino a su padre Robert y a sus hermanos. Luego de la muerte de su madre las hermanas mayores, Marianne y Caroline, se hicieron cargo, respectivamente, de los cuidados de la casa y de los hermanos menores. Para comprender la dirección que tomó en Charles el duelo por la muerte de su madre es preciso abandonar la premisa endogenista del duelo como proceso intrapsíquico y adoptar una visión transgeneracional e intersubjetiva de ese proceso (Bowlby, 1980; Bleichmar, 1997; Juri y Marrone, 2001). La transgeneracionalidad del duelo muestra enlazadas tres generaciones de los Darwin: el abuelo Erasmus, el padre Robert y Charles. Erasmus Darwin (1731-1802) fue un destacado personaje de su época, y ejerció una gran influencia intelectual sobre su nieto. Perdió tempranamente a su esposa y a su hijo mayor y preferido, que falleció a los 20 años. La pérdida fue devastadora para el abuelo Erasmus, quien nunca pudo asimilar su muerte. La personalidad de Erasmus parecía guiada por una actitud de hostilidad hacia el dolor y hacia los duelos. Evitaba toda expresión de sentimientos, especialmente los dolorosos. Su máxima era: ¡Para sentirte contento debes parecer contento! Lo cual traducido quiere decir: ¡Esconde el dolor! Erasmus Darwin pensaba que la única cura posible para los problemas emocionales era el olvido (Bowlby, 1990). La regla de Erasmus de evitar los recuerdos dolorosos parece haber sido adoptada por el padre de Darwin en relación a la muerte de su esposa. El Dr. Robert Darwin (1766-1848) se vio muy afectado por la muerte de Susannah y se dedicó frenéticamente a su profesión de médico. Tan frenéticamente se dedicó a ella que el psiquiatra Jeremy Holmes lo ha calificado de “workaholic”, un adicto al trabajo (Holmes, 1995). La adicción del Dr. Robert servía a los fines de disipar y ocultar el dolor de la pérdida no asimilada.

 La regla del “ocultamiento del dolor” del abuelo Erasmus y el “muro de silencio” de su padre y de sus hermanas crearon en Charles un vacío de recuerdos respecto a su madre y a su muerte. Darwin adulto no recordaba gran cosa sobre su madre, lo que resulta una significativa ausencia de recuerdos, al margen de la escasa edad de Charles cuando ella falleció. Tenía memorias de la cama mortuoria, de un vestido y de algunos muebles, pero sin mayores detalles y con ausencia de emoción. Con un año menos de edad, su hermana Catherine recordaba mayor número de eventos de la época. El propio Darwin (1952) en su autobiografía  consideró extraño que tuviera tan limitados recuerdos acerca de su madre, y una de las razones que conjeturó (razonablemente) fue que sus hermanas mayores sentían una gran pena por la muerte de su madre y por eso no permitían hablar de ella ni mencionarla. Tres generaciones de los Darwin intentaron lidiar con el dolor de las pérdidas recurriendo al olvido, segregando y enterrando los recuerdos y sentimientos o desviando la atención hacia otros pensamientos o actividades.

El “duelo no hablado” por la muerte de su madre tuvo honda repercusión sobre la vida emocional del gran naturalista inglés, siendo uno de los determinantes de su futura vulnerabilidad. A Charles no le quedó otro camino que acudir al olvido y a la anestesia emocional. En una carta al Profesor Henslow poco antes de viajar con el HMS Beagle alrededor del mundo Darwin escribió lo siguiente: “Hasta ahora había sido afortunado por no haber perdido a ninguna persona por la que sintiera estima o afecto” (Burkhardt, 1999, p. 39)

Sorprendentemente, Charles afirmaba a los 22 años no haber perdido a nadie de importancia afectiva. Los recuerdos de su madre, junto con los afectos correspondientes, habían desaparecido. Se podría sostener que Charles era muy pequeño cuando falleció su madre y que no podía sentir el dolor del duelo, pero esto no ha sido así. En sus memorias Darwin ha relatado que a un mes de la muerte de su madre se encontraba en la escuela cuando por la ventana del aula vio pasar el cortejo fúnebre de un dragoneante. El caballo del soldado iba con la montura vacía y llevaba colgando el rifle que perteneció al muerto. Una salva de disparos homenajeó al soldado en el momento de su entierro. La escena conmovió profundamente al pequeño, quien la conservó entre sus recuerdos (Desmond, A. y Moore, J. 1991). La emoción despertada por el anónimo soldado parece la irrupción (desplazada) de las emociones sofocadas por un ambiente familiar que no podía tolerar el dolor del duelo. El “verdadero-self” de Charles, o sea el amor por su madre muerta y su tristeza y dolor por la pérdida, se había activado ante la escena, pero luego quedaría oculto por el “falso-self” de la anestesia de los sentimientos. Se convertiría en un sistema segregado inconsciente.

El joven Darwin: un intrépido naturalista.

Ciertas azarosas coincidencias hicieron que Charles Darwin fuera invitado a unirse al “Beagle”, que viajaría alrededor del mundo al mando del Capitán FitzRoy. Durante la travesía, el joven naturalista de 22 años fue un activo y audaz científico. En una carta enviada desde Valparaíso a su hermana Caroline el 13 de octubre de 1834 le comentaba que disfrutaba enormemente vagabundeando por zonas precordilleranas, martillo en mano, como si estuviera en Gales. Cuando escribió esa carta venía de estar en cama 15 días y con fiebre, pero ello no parece haber sido un impedimento para sus aventuras geológicas. En la misma carta estampó esta resiliente frase: “Un hombre enfermo tiene mucha más fuerza en su interior de lo que cree” (Burkhart, 1999 p. 65). En una nota a la autobiografía de Darwin, su nieta y editora Nora Barlow comenta con sorpresa que el naturalista había pasado 40 años de existencia inválida en su adultez, pero que eso había sido un tanto inesperado, dado que siendo joven tuvo una remarcable fortaleza cuando viajó alrededor del mundo (Barlow, 1958).

Poco después del regreso del “Beagle” y luego del casamiento con Emma, la vulnerabilidad y el duelo segregado golpearon a la puerta de Darwin. Ahí comenzaron los derrumbes emocionales y las desventuras de Charles con sus enfermedades, que durarían desde los 30 a los 60 años.

Darwin adulto: Emergen los síntomas.

La sorpresa de la nieta y editora Nora Barlow parece justificada. Un hombre con la energía, la falta de temor, el arrojo y otras cualidades mostradas en la travesía no congeniaba con el que posteriormente se encontró inmerso en un cúmulo de enfermedades somáticas y psicológicas que llegaron al punto de invalidarlo. Es cierto que antes de embarcarse en el “Beagle” Charles ya había sufrido algunos episodios de ansiedad y taquicardias (cuando estaba en Plymouth esperando subir a bordo tuvo síntomas cardíacos) pero su vida posterior se encontró plagada de malestares orgánicos y emocionales. Darwin se mostró seguro durante el viaje pero luego, cuando las condiciones cambiaron (se casó, tuvo hijos, algunos de los cuales fallecieron, murió su padre, la Sociedad lo vituperó, etc.) se vio envuelto en una maraña de síntomas y en el drama de su vulnerabilidad.

Darwin fue un gran genio, y también un gran enfermo. En su etapa adulta padeció los siguientes síntomas: palpitaciones, vómitos frecuentes, eczemas, dolores estomacales, dolores alrededor del corazón, problemas respiratorios, problemas gástricos, flatulencias, ansiedad, ataques de pánico (con miedo a morir) y depresiones que por meses lo convertían en un inválido. En su juventud, si bien experimentó algunos de ellos (palpitaciones, problemas gástricos) en general gozaba de buena salud. Cuando viajó alrededor del mundo con el “Beagle” estuvo muy activo y enérgico, excepto por algunos mareos en el mar y una fiebre que lo mantuvo en cama por seis semanas en Valparaíso, pero a partir de los 30 años lo invadieron variados e intensos síntomas. El origen de esos síntomas ha sido y sigue siendo motivo de aguda controversia, y las hipótesis son abundantes. Darwin desorientó a los médicos de su época, y aún hoy forman un abanico las conjeturas que intentan explicar la sintomatología del científico. Las hipótesis se han extendido desde la piorrea, gota, apendicitis o úlcera abdominal hasta un daño causado por los mareos en el mar (Barlow, 1958). Se ha dicho que las situaciones sociales que tuvo que enfrentar en la Inglaterra Victoriana por sus teorías fueron la causa de sus males. También que sus ideas evolucionistas entraron en colisión con las creencias religiosas de su esposa Emma, lo que no se ajusta a la realidad.

¿Mal de Chagas?

Entre las hipótesis de corte orgánico se ha destacado una que tiene numerosos adherentes y que remite los malestares de Darwin a la picadura de un insecto durante su periplo sudamericano. La hipótesis fue propuesta en primer lugar por el parasitólogo Saúl Adler en 1959, y luego por Ralph Bernstein en 1984, y es fuertemente sostenida por algunos estudiosos de Darwin. Afirma que sus males se originaron en el Mal de Chagas, afección contraída en sus viajes por Chile y Argentina, zona endémica de la enfermedad. El Mal de Chagas es una infección transmitida por la picadura de la vinchuca. El tripanosoma que la vinchuca transmite por defecación en el ser humano y/o en los animales una vez introducido en la sangre circula por el organismo, se multiplica en los tejidos y se aloja particularmente en el corazón. Produce una lenta destrucción de células musculares, dando lugar a sintomatología cardíaca y gastrointestinal, lo que podría coincidir con los síntomas de Darwin relacionados con el corazón y con los frecuentes e insoportables vómitos que lo afectaron en la vida adulta ¡En algunas épocas Darwin vomitaba a diario, y durante meses! Según Bowlby la hipótesis del Mal de Chagas tiene algunos datos en contra. Entre ellos que ciertos síntomas de Darwin, como las palpitaciones y los problemas gástricos, ya se habían presentado poco antes de embarcarse para la expedición a Sudamérica. Estando en el puerto de Plymouth esperando subir a bordo, con la lógica ansiedad de la partida, Darwin tuvo síntomas cardíacos. El hecho de que la aparición de los síntomas se relacionara tan directamente con situaciones sociales y psicológicas (la separación de su familia por varios años al embarcarse en el “Beagle”) es un argumento a favor de la raíz emocional de sus síntomas orgánicos. Otro dato, al parecer definitorio, es que sus síntomas se atenuaron en los últimos diez años de su vida, lo que significaría una remisión espontánea de la enfermedad de Chagas. Como el mal aún no había sido identificado a mediados del siglo XIX, pues recién en 1909 el médico brasileño Carlos Chagas hizo una descripción de la enfermedad, es improbable que la medicación de la época hubiera provocado una mejoría. Por otra parte el Mal de Chagas es de difícil remisión una vez que aparecen sus síntomas, ya que instaladas en el organismo las lesiones destructivas no es posible alcanzar la restitución integral de la zona afectada. De acuerdo a Bowlby y a otros autores, incluidos diversos especialistas (Huxley, J. y Kettlewell, H.1985), los datos conducen a considerar los síntomas de Darwin como de origen psicológico y psicosomático. Nora Barlow, nieta y editora de Darwin ha observado en una nota a la autobiografía que se efectuaron muy variadas conjeturas (no probadas) sobre un diagnóstico orgánico específico de los síntomas de su famoso abuelo, pero que en los últimos tiempos los diagnósticos se habían inclinado en dirección de la neurosis y/o la psicosis (Barlow, 1958).

Hiperventilación/pánico

Si descartamos el origen orgánico de los síntomas cardíacos y/o gástricos derivados del Mal de Chagas la atención se vuelve hacia los factores psicológicos. Los síntomas de Darwin que involucraban al corazón y al aparato respiratorio (palpitaciones, dolores, dificultades para respirar) han sido atribuidos al síndrome de hiperventilación o ataque de pánico. La hiperventilación es una respiración rápida y profunda, o hiperrespiración como se la denomina, que suele dejar a la persona sin aliento. En ocasiones puede tener baja intensidad y pasar desapercibida ante los ojos externos. Si bien la hiperventilación puede ser una reacción normal ante sucesos estresantes, y de breve duración, ocasionalmente puede tener mayor persistencia, lo que coincidiría con la historia de Darwin. El síndrome tiene dos caras: una fisiológica y la otra psicológica. Cuando el diagnóstico es emitido desde la cara fisiológica la condición es llamada síndrome de hiperventilación. Cuando el diagnóstico es orientado desde la cara psicológica es llamada desorden de ansiedad con ataques de pánico. La expresión somática de la ansiedad tiene lugar especialmente en pacientes que suelen eludir las situaciones emocionales, lo que sin duda ha sido el caso. La familia Darwin evitaba la expresión de los sentimientos, cosa que ocurrió con el duelo por la muerte de la madre de Charles. Según Bowlby los reportes clínicos muestran repetidamente que aquellos que padecen el síndrome de hiperventilación, ataques de pánico y depresión han sufrido la muerte de la madre en la infancia, o han tenido una historia significativa de conflictos con ella en esa época. Es muy probable que una persona en esa situación (la del síndrome de hiperventilación) suponga que sus problemas respiratorios y sus dolores cardíacos, así como otros síntomas, se deban a razones orgánicas, lo que alimenta una de las principales características de la condición: el miedo a la muerte. Así, el pánico y la hiperventilación que origina pueden entrar en un círculo vicioso: el pánico conduce a la respiración hiperrápida y la respiración hiperrápida genera pánico. Una contribución involuntaria al miedo de Darwin a la muerte provino de los diagnósticos médicos de la época, que al no poder identificar las manifestaciones psicosomáticas y/o psicológicas del paciente (Freud no llegaría a este mundo hasta 1856) remitieron sus síntomas a supuestos problemas orgánicos. Por ello Darwin solía temer que sus síntomas gástricos fueran fatales, lo que no debe sorprender, considerando que además de haberse diagnosticado orígenes orgánicos para sus males su madre había fallecido por problemas en esa zona del cuerpo.

El retorno del duelo segregado

La vulnerabilidad de Charles Darwin le provocó numerosos síntomas e importantes derrumbes emocionales (breakdowns) en su adultez, de los cuales examinaremos los más relevantes para los temas de este trabajo. El primer derrumbe ocurrió en 1839, cuando Darwin tenía 30 años de edad, al quedar embarazada Emma. Quizás se suponga que un embarazo no resulta tan adverso como para provocar un derrumbe, pero esto no es así. Mirémoslo más detenidamente: Darwin había desarrollado no sólo una vulnerabilidad a las pérdidas concretadas, sino a las “amenazas de pérdida”. Charles estableció una intensa relación emocional con su mujer - a quien por décadas supo llamar “Mammy” – y tenía miedo a perderla. Sus malestares aparecieron cuando conoció su estado de embarazo, y el colapso se produjo tres días antes del parto. En esa época comenzó a tener vómitos en forma periódica y por 18 meses no se encontró en adecuadas condiciones para trabajar. Durante el embarazo estuvo sumamente ansioso por la seguridad de Emma. La amenaza de pérdida (fuente de ansiedad y/o pánico) se incrementó notablemente en la mente de Darwin. Los cambios físicos de su mujer a raíz del embarazo parecen haberle hecho recordar las alteraciones corporales de su madre en los agónicos meses previos a su fallecimiento. Debido a tales asociaciones y desplazamientos Darwin rememoró con angustia la muerte de su madre, y pudo temer el mismo destino para su esposa. Según Emilce Dio Bleichmar, el embarazo convirtió automáticamente a Emma en “madre”, una representación apta para despertar angustias en su esposo (Dio Bleichmar, 2004). El duelo segregado, mantenido inconsciente, hizo su aparición. La cáscara del “falso-self” (Winnicott) se había roto y el verdadero self, que contenía la angustia y/o pánico por la pérdida de la madre, salió a la superficie. La experiencia de la muerte de su madre parece haber originado en Charles un modelo representacional de la persona amada como “potencialmente perdible”, constituyéndose en una fuente interna de inseguridad. Los modelos representacionales operan de dos modos: a) efectúan evaluaciones del estado del self y del vínculo; y b) formulan pronósticos. El modelo o creencia de su esposa como “potencialmente perdible” parece haber favorecido una evaluación del vínculo como “en alto riesgo”, emitiendo pronósticos angustiantes (¿muerte?) y desencadenando la angustia y/o pánico. H. Bleichmar (1997) hubiera completado el cuadro agregando la representación de Charles niño como “impotente” frente a la enfermedad y muerte materna, creencia actualizada ante el nuevo riesgo.

Otro derrumbe importante tuvo lugar en 1848 cuando murió su padre. Charles reaccionó con síntomas somáticos y con depresión cuando la pérdida parecía inminente y luego con una fuerte depresión cuando ésta se concretó. En esa época sufrió de repetidos e intensos vómitos. Se sentía desanimado y abatido y se definía a sí mismo como “deprimido” y “melancólico”. En una carta a su amigo Hooker le escribió que estaba “completamente cansado de la vida”. Si bien todo indicaba que Darwin se encontraba sufriendo una severa depresión como reacción a la pérdida de su padre, Bowlby ha observado que en ninguna de las cartas de la época el naturalista relacionó su estado emocional con esa muerte (Bowlby, 1990). Darwin sufría una depresión a raíz de la muerte de su padre, pero no atravesaba un duelo. Bowlby ha propuesto una hipótesis, y es que Charles evitaba el duelo para no revivir resentimientos de aquellos tiempos en que se encontraba sometido a la lengua sarcástica de su padre. Experimentar emociones de pena, angustia, tristeza, también arrastraría sentimientos de odio hacia su padre, algo con lo que no podía lidiar. La ambivalencia hacia el muerto, que según Freud puede aparecer ante el cajón del difunto (Freud, 1913), era evitada por Darwin bloqueando el duelo por la muerte de su padre.

Varias depresiones y derrumbes del naturalista tuvieron que ver con la muerte de Annie, su hija preferida, quien falleció en 1851 a los 10 años de edad. Su muerte le produjo una gran depresión y despertó en Charles ansiedad y/o pánico por la suerte de sus otros hijos, “potencialmente perdibles”, como le ocurrió con el embarazo de Emma. Temía que hubieran heredado de él un mal gástrico fatal, lo que no estaría lejos de la creencia de que él también lo había heredado, contribuyendo a sus propios miedos a la muerte y mostrando una identificación con su madre.

Annie falleció en Malvern, un instituto de cura al cual Darwin solía concurrir. Su tumba se encontraba en ese lugar y Darwin sufrió uno de sus peores períodos de enfermedad luego de una visita a la ciudad y tomar conocimiento del estado de la tumba de su hija. Cuando se encontraba próximo a viajar a Malvern se hallaba deprimido, pero cuando llegó sufrió un colapso. Según la biógrafa Janet Browne, el período de mala salud de Darwin que siguió a su visita a Malvern fue el peor que había experimentado (2003, p. 231). Darwin padeció una severa depresión luego de la visita, y existían razones para ello. Hacía 10 años que Annie había muerto. El duelo se había convertido en crónico y la aproximación a su tumba debió ser un duro golpe para el eterno anhelo de reencuentro que suponemos detrás de los duelos crónicos. El dolor, la tristeza y la depresión de Darwin serían una consecuencia del choque entre el anhelo de recuperar a su hija y la realidad de la tumba, que certificaba su muerte.

Darwin sufrió otra severa depresión en abril de 1865, y la única explicación que Bowlby encontró fue una “reacción aniversario” a la muerte de Annie, quien había fallecido 14 años atrás, justamente en el mes de abril. No hay que sorprenderse por el largo paso del tiempo y la eternización del duelo por Annie. La muerte de la pequeña fue “un duelo nunca cerrado” para sus padres, lo que nos recuerda la nota de pésame de Freud a L. Binswanger. También recordamos la larga cadena de duelos no resueltos en la familia de los Darwin y el duelo infantil segregado de Charles por la muerte de su madre. La “ausencia prolongada de aflicción consciente” de su infancia y juventud era ahora un “duelo crónico con depresiones” por la muerte de su hija. A veinte años del fallecimiento de Annie, Darwin escribió en su autobiografía: “Mis ojos se llenan de lágrimas cuando pienso en su dulce carácter”. Estas palabras surgieron de la pluma de un Charles Darwin de 67 años emotivo y con un gran dolor consciente, muy distante de aquel joven que a los 22 años, envuelto en un caparazón anestésico que protegía su pena, fue el intrépido explorador en una travesía que alteraría el lugar del hombre en el Cosmos.

 
NOTAS

1. Según H. Bleichmar (1997) Klein ha tenido el mérito de señalar que la hostilidad interior (independientemente de su origen) puede ir modelando las representaciones, convirtiendo al objeto en “malo”.

2. El anhelo del ausente y la “fijación” al mismo reconocen múltiples motivaciones, que han sido detenidamente examinadas por H. Bleichmar (1997).

 

(*) Versión modificada y ampliada del trabajo leído en las Jornadas sobre Vulnerabilidad y Resiliencia del Internacional Attachment Network (I.A.N.), Sevilla, España, 2004.

Mario Marrone leyó el original y le aportó sus fundadas opiniones. Estoy en deuda con Isaac Abecasis por sus elaborados comentarios sobre los síntomas psicosomáticos de Charles Darwin. Luis Ferrari contribuyó con la lectura de determinados temas. Le agradezco a Fernando Segal sus observaciones sobre el falso y verdadero self. Cristina Teijeira, mi mujer, ha cuidado el estilo.


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