aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 025 2007 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

La escena de la contratransferencia en Francia [Duparc., F., 2002]

Autor: Liberman, Ariel

Palabras clave

Duparc, F., Alienacion, Anaclitosis, contratransferencia, Dominio, encuadre, Espacio analitico, Permeabilidad, Resonancia.


Reseña: La escena de la contratransferencia en Francia. The countertransference scene in France. Autor: François Duparc. En R. Michels, L. Abensour, C. Laks Eizirik, R. Rusbridger (comp.) Key Papers on Countertransference. IJP Education Section. Editorial: Karnac, London-New York, 2002


Este texto forma parte de un libro monográfico de la serie “Key Papers” que se edita en colaboración con el International Journal of Psychoanalysis. En este volumen dedicado a la Contratrasferencia participan autores que recorren el concepto en diferentes áreas geográficas y tradiciones teóricas. El texto que reseñamos tiene como objetivo mostrar las vicisitudes de este concepto en Francia. Desde su inicio Duparc sostiene que no tiene pretensiones de exhaustividad sino de resaltar aquellos autores que, según su visión y experiencia, han sido centrales como influencia de las conceptualizaciones de los psicoanalistas de su generación.

Comienza reconociendo un hecho: las publicaciones en Francia sobre este asunto antes de 1970 son relativamente escasas y de aparición más tardía si se las compara con los países de lengua inglesa y latinoamericanos. Es a partir de entonces, con los trabajos de Viderman y Neyraut, que este tema comienza a cobrar relevancia. Piensa Duparc que esto puede estar relacionado con la influencia que Lacan tuvo en el psicoanálisis francés. Esta afirmación será luego matizada sosteniendo que lo que comienza siendo una dificultad para la aceptación de este concepto tendrá a la postre, como consecuencia, cierta originalidad que para él caracteriza a las posiciones francesas al respecto.

Como se sabe Lacan fue muy crítico con este concepto, incluso con su término, citado generalmente en inglés para indicar su carácter foráneo al lenguaje original del psicoanálisis según él lo entendía. La razones de este rechazo eran las siguientes: existía excesiva simetría entre este concepto y el de transferencia, lo que era visto como un tipo de vínculo especular, propio de las alienaciones imaginarias del yo; enfatiza la comunicación pre-verbal, el afecto y lo materno, lo para Lacan, como sabemos, descuida la centralidad de lo paterno y del orden simbólico a él vinculado. Como decíamos, Duparc sostiene que, paradójicamente, las críticas de Lacan a la contratransferencia dieron nacimientos años más tarde a formas originales de comprenderla. En el período post-Lacan que, como con Freud, comienza antes de su muerte, el psicoanálisis francés abre sus horizontes y recupera muchas de las corrientes subterráneas y marginales. Antes de abordar la descripción de las contribuciones más precisas de ciertos psicoanalistas, el autor toma el texto que Louisa de Urtubey presenta en el congreso de Lisboa de 1994 y que deviene una referencia imprescindible, para los autores de lengua francesas, para organizar y trazar los grandes grupos en los que podemos incluir las diferentes concepciones de la contratransferencia. Esta autora diferencia cuatro grupos.

  1. En el primero incluye a los psicoanalista que adhieren a la teoría clásica en el que la contratransferencia es comprendida como residuos no analizados por el analista que deben ser controlados y minimizados con un encuadre rígido de neutralidad y silencio en dónde toda expresión de afecto por parte del analista queda excluida. Aquí incluye la autora a Glover, Ida Macalpine, Annie Reich, Shafer y Sandler –a estos nombres Duparc piensa que hay que agregar el nombre de Lacan.
  2. El segundo grupo incluye la teoría que denomina “totalista” en la que la contratransferencia refiere la totalidad de las emociones y sentimientos que el paciente despierta en el analista. La comunicación inconsciente a inconsciente hace del analista un receptor pasivo de las experiencias del paciente; sólo emerge activamente en la interpretación. Esta tendencia, sostiene el autor, se remonta a Ferenczi y a mucho de los analistas de la escuela británica en dónde es enfatizado el modelo materno de la contratransferencia, léase Balint, Winnicott, Bion, Searls, Grinberg. En Francia estarían vinculados Nacht, McDougall, Chasseguet-Smirgel.
  3. El tercer grupo gira alrededor de la contratransferencia neurótica pero útil, que corrige los excesos de los dos modelos previos. El autoanálisis del analista es un elemento esencial del proceso analítico. Aquí ubica a autores como Margaret Little o H. Searls y, en Francia, Pontalis.
  4. Este cuarto grupo es al que Urtubey se siente más identificada y piensa que también representa mejor a muchos autores franceses así como sudamericanos. Este grupo podría resumirse en la comprensión de la contratransferencia como un componente del espacio analítico. Ya no se trata de algo perturbardor o total o sujeto a autoanálisis sino que sirve para la comprensión de la situación analítica. Transferencia y contratransferencia son una unidad, algo que debe comprenderse conjuntamente. La asimetría sigue en pie ya que el analista es responsable del encuadre y, como tal, con menos prerrogativas para la regresión. Los autores representantes de este grupo serían para la autora M. y W. Baranger, Viderman, Neyraut, Donet, de M’Uzan y Faimberg entre otros.

Piensa Duparc que aunque esta clasificación ofrece una primera orientación no es suficiente para definir el enfoque específicamente francés. Piensa que la noción de espacio analítico es central pero no sólo porque acople transferencia y contratransferencia sino porque el espacio analítico como un todo rápidamente es comprendido como una escena, como un espacio psíquico y metapsicológico, sostiene, en el que la topografía de la interacción y del encuadre es más importante que la mera experiencia de uno de los participantes. La historia del sujeto también se divide entre el encuadre y el proceso tranferencial-contratransferencial y nunca se disuelve en la experiencia presente. Piensa que el origen de esta comprensión está en una integración particular de Nacht y de Lacan. En Francia fue Viderman quién abrió el debate sobre la contratransferencia, el espacio analítico y las construcciones. Duparc también resalta el rol que ciertos “outsiders” jugaron en este debate. La figura principal fue Winnicott quién influenció fuertemente a la tercera generación de analistas (Green, Laplanche, Pontalis) tanto como Lacan. Una de las contribuciones de Winnicott fue hacer tomar conciencia a los analistas de que el encuadre, como un espacio ambiguo, transicional, que no tiene ni adentro ni afuera, es una creación conjunta que no pertenece completamente a ninguno de los participantes, sino que marca los límites de un área que posibilita la representación del conflicto que de otro modo sería irrepresentable y que podrá ser simbolizado gracias al inter-juego transferencia-contratransferencia. También, sostiene, el trabajo de J. Bleger sobre el encuadre fue un catalizador esencial entre el encuadre fijo (teórico-técnico) y el manejo de la transferencia así como de su mutua influencia.

Por último, el psicoanálisis francés no aborda la contratransferencia sólo en términos duales en la línea del aquí y ahora sino como una entidad en un espacio topográfico y temporal triangular. Los asuntos contratransferenciales emergen en tres contextos: 1) construcciones de la historia del sujeto y la parte del analista en esa creación; 2) la experiencia transferencial-contratransferencial entre afecto y lenguaje, cuerpo y verbalización, conciente e inconsciente; 3) el encuadre en todos sus aspectos –imaginario, concreto y teórico (que incluye la teoría del analista)-, la responsabilidad del analista en su manejo, y la responsabilidad del paciente en ponerlo a prueba.

A continuación Duparc desarrolla el pensamiento de los autores más sobresalientes en Francia sobre este asunto a partir de 1970. Comienza con Serge Viderman quién, como ya ha señalado, abre el debate con su concepción del espacio analítico. En este espacio, sostiene, una original pareja transferencia-contratransferencia, junto con las interpretaciones del analista, permite construir historias que tal vez no hubiesen existido. Esta visión se encuentra a las antípodas del ideal científico arqueológico freudiano, es decir: la reconstrucción del pasado infantil. El analista es para Viderman no sólo un espejo sino un espejo hablante que, de este modo, interviene en la transferencia. El deseo de pureza, sostiene este autor, de no seducción, es un mito. “La neurosis de transferencia es así una creación original y no la mera repetición del pasado reprimido” (p. 126). Viderman sostendrá que lo reprimido primario nunca se hace conciente, salvo bajo el modo de construcciones del analista: la reconstrucción de la historia deja lugar al mito, a las construcciones meramente probables del analista, es decir, construcciones que incluyen en su seno la incertidumbre. Por otro lado, la interpretación y el análisis de la resistencia están también imbuidos en la contratransferencia. La asimetría está al servicio de dejar que se despliegue la transferencia mientras que el analista debe limitar la expresión de la contratransferencia. “Permanecer en silencio o intentar mantenerse distante de la propia contratransferencia es también una forma de contratransferencia, aunque negativa” (p. 126). Por otro lado, insiste Duparc en su exposición del pensamiento de Viderman, no es sencillo delimitar el campo de la contratransferencia, es decir, distinguir entre la tendencia universal a formar transferencias y el residuo neurótico de análisis del analista. “La contratransferencia es inevitablemente, en cierta medida, un punto ciego” (p.127). Viderman sostiene en 1970. “Es por la contratransferencia que eso se nos escapa; pero también es en virtud de la contratransferencia que percibimos todo lo otro” (p.49). Según Viderman, la desconfianza de Freud de la contratransferencia lo llevó a imponer una medida tras otra, como el análisis del analista o la pureza del encuadre. Sin embargo, sostiene, esto no resolvió el problema sino que llevó a una actitud rígida y defensiva. Sostiene en 1974, como reacción a ciertas críticas que le hicieron: “El proceso analítico es posible sólo en un espacio de intersección de afectos y contra-afectos...El espacio analítico es un espacio imaginario y ambiguo, igual que el vinculo transferencia y contratransferencia” (p. 369, Duparc p.127). Duparc piensa que esta posición significa que el poder del analista se ejerce, en última instancia, sólo sobre el encuadre, es decir, que es un poder técnico. Por tanto, este poder ambiguo sobre el encuadre abre la posibilidad de su elaboración.

Michel Neyraut es otro de los psicoanalistas franceses que han trabajado originalmente este asunto. En su libro sobre la transferencia sostiene, lo cual ha generado diversas controversias, que la contratransferencia precede, lógica y temporalmente, a la transferencia. Para este autor la transferencia aparece en Freud como un efecto retroactivo de su descubrimiento, como un obstáculo a un pensamiento constituido y a una técnica. Para que la transferencia exista, sostiene, debe existir previamente un analista que desee practicar el psicoanálisis sobre dicha persona. Neyraut distingue dos campos contratransferenciales que en la práctica aparecen fusionados: el campo externo que remite al carácter de las metas, de la concepción del análisis y de la subordinación a ideales implícitos de una sociedad dada; el campo interno es la reacción de interés y seducción hacia las asociaciones del paciente y la transferencia. Mientras la interpretación procede de lo manifiesto a lo latente, el pensamiento va de lo latente a lo manifiesto. Al analista se le paga para que suspenda sus propios pensamientos y se abandone a las asociaciones de otros. Igual que Viderman, sostiene Duparc, este autor no piensa que exista algo así como una escucha neutra o una escucha sin identificación con un objeto –sea de deseo o de odio. La única solución para el analista es ser capaz de identificarse y desindentificarse. El peligro mayor, sostiene, es cuando es cuando la resonancia que surge entre analista y paciente se encuentra a nivel del carácter, lo que da lugar, continua, a un impasse. Por último Neyraut resalta la ausencia en Freud de una formulación metapsicológica de los aspectos dialécticos del encuadre. Esto se debe a haber ignorado la función del objeto en la construcción psíquica así como por su desconfianza en la contratransferencia. El entrelazamiento transferencia-contratransferencia lo lleva a Neyraut a articular las intersecciones entre afecto y representación: cuando el afecto está en una parte la representación puede estar en la otra –es su manera de formular la comunicación inconsciente-inconciente de un modo alejado de la psicosis.

Duparc continúa su revisión con los aportes de Piera Aulagnier. Para esta autora la asimetría aparece como fundamental para preservar la situación analítica, como señala Duparc, por su trayectoria institucional (se escinde del lacanismo en 1967 por problemas de política institucional entre otros) ha advertido de manera insistentemente frente a la violencia interpretativa y a la alienación. En relación a este último tema sitúa el riesgo de cuando la contratransferencia incluye el deseo de alienación del paciente en lo que ella denominará “pasión de transferencia” (1978).

Por su parte Michel de M’Uzan es, para Duparc, uno de los pensadores más originales de la contratransferencia. Sus trabajos sobre estos asuntos se remontan a 1976. La originalidad de su idea radica en la observación de su propio funcionamiento en la sesión: todo un conjunto de representaciones, imágenes, reveries, etc., que no se encuentran directamente vinculadas a lo que está ocurriendo y que el analista tiene la tendencia de excluirlas del proceso remitiéndolas a la contratransferencia en sentido restringido. Puede dominar esta experiencia un cierto sentimiento de extrañeza o despersonalización. No se trata de lo que planteó P. Heimann en términos de resonancia afectiva, sino que pueden presentarse en forma de enunciados concretos. Estos enunciados son pensados por de M’Uzan como un momento de obliteración de los límites del yo del analista, el aparato psíquico del analista es puesto a disposición del paciente para operar, sostiene Duparc, en un sistema paradójico como una creación hecha por dos inconcientes, una especie de “quimera”. Estos fenómenos suponen para su autor satisfacer determinadas condiciones: 1) el analista debe estar preparado para recibir al paciente en lo más profundo de su ser –de M’Uzan lo denomina “silencio fundamental” o la “boca del inconciente”. Esta capacidad de identificación primaria permite la recepción de fragmentos inconcientes del paciente. Lo describe como un proceso de interpenetración facilitado por la amplitud del espectro de identidades del analista de su permeabilidad preconciente. En los años 90 de M’Uzan distingue entre la creación de una “quimera” de la empatía y de la contratransferencia en un sentido ordinario. Cuando el analista alcanza estos niveles de recepción psíquica facilitada por la tolerancia a la regresión hacia límites en que la misma capacidad de representación puede perderse. En este estado el analista desarrolla lo que de M’Uzan denomina “antena oculta o disimulada”. La resistencia contratransferencial está en su punto culminante y puede asumir tres formas: 1) deposición en el aparato psíquico del paciente,  lo que significa el deseo de revertir el proceso de identificación proyectiva, 2) avidez o codicia, o el intento de usar el material del paciente en primer lugar para el autoanálisis del analista, 3) dominación, el analista busca ejercer un estricto control sobre el funcionamiento psíquico del paciente.

Joyce McDougall ha aportado diversas reflexiones de este tema en diferentes ámbitos –anti-analizantes, psicosomática, neo-sexualidades. Ella combina, sostiene Duparc, una constante preocupación por el análisis de su propia contratransferencia con cierta flexibilidad en el manejo de encuadre. En su texto “Contratransferencia y comunicación primitiva” (1975) sugiere que acontecimientos traumáticos tempranos, preverbales, no se registran a nivel preconciente ni son accesibles al recuerdo (igual que Viderman). Pacientes con estas características usan sus palabras como actos, haciendo sentir al analista lo que para ellos es innombrable. El analista siento los efectos, pues, sostiene Duparc, de este tipo de comunicación primitiva. Esta evacua fragmentos de experiencia afectivas primarias en una transferencia fundamental que busca abolir la diferencia si mismo-otro. Si el analista acepta esto se produce un retorno a un estadio en el que existía un cuerpo para dos y una mente para dos. Esto es cercano, sostiene Duparc, a la “quimera” de de M’Uzan. Esta tesis MacDougall la desarrollará en sus posteriores publicaciones con su metáfora del teatro, elemento recurrente, piensa Duparc, en el psicoanálisis francés. En su libro, “Las mil caras de Eros” (1996) sostiene que es necesario “poner al psicoanálisis en el diván”, es decir, afirma Duparc, realizar una serio análisis de las contratransferencias teóricas, ideológicas e institucionales, frente a las cuales los analistas sucumben.

J.-.B. Pontalis se encuentra, según Duparc, entre aquellos que más han escrito sobre contratransferencia. En 1975 Pontalis presta especial atención a aquellos pacientes por los que el analista no sienta nada, manifestación de la contratransferencia aún más compleja, sostiene Duparc, porque no está encarnada. Estas contratransferencias, sostienen los autores, mortifica al analista y lo afecta “con muerte”. En 1990 describe en detalle una escala de contratransferencia: el primer nivel es el proyecto, la empresa analítica del analista, que no es susceptible de generalización y, por tanto, según el autor, no es reducible al “deseo del analista” en el sentido de Lacan; el segundo nivel es el de la sorpresa, dónde el analista es “touched to the quick”, movimiento psíquico de resonancia con un punto sensible en el analista; el tercer nivel es donde la contratransferencia “take hold” (lugar asignado permanentemente al analista por el paciente) y cuanto menos corresponda este lugar al asignado por el analista a si mismo, más el proceso es probable que no se estanque; el cuarto nivel es el del dominio (en sentido freudiano), la contratransferencia propiamente dicha la que, para este autor, es la única que amenaza salud o competencia intelectual del analista o lo aterroriza.

Jean-Luc Donnet, quién ha trabajado mucho el conflicto entre el encuadre y lo que él denomina el “sitio-lugar (site) analítico”, comienza sus primera reflexiones junto a André Green en 1973 sobre la relación triangular que surge entre paciente, analista y la teoría del analista. Si bien André Green escribió poco sobre contratransferencia, sostiene Duparc, su teoría ha sido un elemento esencial en la comprensión francesa del encuadre y del negativo de la representación, lo que es importante en cómo la contratransferencia “take hold” (se afirma, se apodera, toma posesión). Donnet continua sus ideas en “Contratransferencia, transferencia sobre el análisis” (1976). Muchos pacientes, sostiene Donnet, cuestionan el encuadre analítico, en particular la neutralidad. Aquí surgen diferentes posibilidades que quedarían englobadas en esta alternativa: priorizar el ideal analítico o priorizar el tratamiento del paciente individual. Donnet sostendrá, posteriormente, la importancia de que esté presente como meta en el análisis del analista la desidentificación y la desidealización de los objetivos institucionales. 

Finalmente Duparc traza el pensamiento a este respecto de Jean Guillaumin quién hace no mucho ha escrito un libro al respecto: “Transferencia, Contra-transferencia” (1998). Este autor habla de la “transferencia en anaclitosis” (anaclitosis) (significando sostén y apego) y de “contratransferencia fundamental” en la que el analista “queda pegado a la transferencia” y esta parcialmente preparado para dejar de lado el discurso y el elemento tercero. En la visión de Guillaumin, sostiene Duparc, esto se asemeja a la contratransferencia “insondable” que ocurre en el análisis. Parte de esta contratransferencia no será nunca elucidada y, por tanto, incluida en el trabajo interpretativo. También, como otros, ha trabajado estos temas en los analistas en formación. Alerta del riesgo de que los modelos de los análisis de formación sean internalizados sin una saludable modulación por medio del duelo, la supervisión y un rol adecuado de tercero jugado por la institución.

Termina el trabajo Duparc lamentando todos los aportes que no ha podido incluir y presentando un conjunto de ideas personales que para él son el resultado del pensamiento francés sobre este tema. Sin contratransferencia, sostiene, sólo nos queda una analista-computadora (ordenador). Pero, se pregunta, ¿cómo optimizar su rol y comprensión? Sitúa una serie de principios que le fueron facilitados por la tradición de la que proviene: 1) Un principio de diversidad: evitar posiciones contratransferenciales repetitivas. Esto es posible si el analista es capaz de registrar la diversidad de transferencias, estilos interpretativos y teorías que subyacen a la técnica que utiliza con dicho paciente; 2) Un principio de vida psíquica: el valor de la contratransferencia es ayudar al paciente a lograr una mejor vida representacional que incluya afecto, imaginación y lenguaje; 3) Un principio de historia y temporalidad: este facilitará un espacio psíquico que permita los movimientos de identificación y desidentificación, en analista y paciente, que ayude a darle sentido a su propia vida e historia.

A continuación, y para finalizar, haremos una apretada síntesis de los lugares y aspectos de la contratransferencia que sitúa Duparc:

1) En el centro se encuentra la respuesta variable  del analista a la transferencia directa. En este nivel lo que determina la receptividad del analista es la regresión profunda que ha alcanzado en su propio análisis junto con la capacidad de reponerse de ella, hacer el duelo sin excesivos residuos. Cierta capacidad para la locura, con pacientes perturbados, es de fundamental importancia.

2) Allí donde el paciente ofrece huellas bien elaboradas, imagos o roles asignados por la transferencia deben ser bien identificados. El analista puede estar preparado para asumir estos roles. Es importante, para Duparc, que la diversidad de principios permita al analista no ubicarse en único rol demasiado tiempo.

3) Los pacientes en ocasiones necesitan traer áreas de historia y experiencia que no han sido representadas y que persisten en forma de huellas preceptúales o traumáticas, aspectos del comportamiento no representable en palabras, sueños o imágenes. El analista debe tomar esto dentro de sí, elaborarlo, “soñarlo”, y luego entregárselo al paciente. Aquí es donde ubica lo que los autores han trabajado sobre la contratransferencia en el encuadre que incluye las teorías y la formación del analista y es lo que puede o no otorgar flexibilidad en el ritmo y duración de la sesiones así como de la interpretaciones.

4) La forma más temida es la contratransferencia lateral, en la que el analista descuida una parte de la transferencia que no está dirigida al analista.

 

Comentario Personal

Es muy difícil comentar los comentarios de un autor sobre una gran cantidad de analistas que han pensado sobre este asunto. Sólo me gustaría resaltar, por un lado, el esfuerzo de Duparc y el respeto que parece mostrar sobre el pensamiento de dichos autores; por otro lado, me parece que este es un buen ejemplo –no el único, lamentablemente- en el que la geografía y/o la lengua se transforman en barreras para el pensamiento y lo confinan a sus respectivos territorios; por último, resaltar cierta originalidad que uno puede intuir en este grupo de pensadores aunque, y este sería mi objeción final, no parece claro en qué estas contribuciones han promovido serias revisiones en la teoría de la técnica dentro del pensamiento francés.

 

Nota: Para las referencias, se remite al trabajo original.

 

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