aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 035 2010

Reconocimiento temprano de las emociones ajenas por parte de los infantes [Rapacholi, B.M. y Meltzoff, A.N., 2007]

Autor: Bleichmar, Hugo

Palabras clave

Rapacholi b.m., Meltxoff a.n., Reconocimiento emociones ajenas.


Los niños pueden discriminar entre varias expresiones emocionales de sus figuras significativas, sean faciales y/o vocales, en los primeros meses de su vida. Alrededor de los 12 meses  buscan indicadores de los personajes significativos para resolver sus incertidumbres acerca de la forma de reaccionar frente a un evento, lo que se conoce como referenciación social. Habitualmente los infantes se aproximan y juegan con un objeto si  la reacción del adulto es positiva y muestran evitación si la actitud es de temor. Pero la toma de referentes emocionales del infante para reaccionar va más allá de esto, veamos los datos experimentales.

Infantes de 18 meses observan la cara de disgusto  que un experimentador muestra cuando prueba galletitas en forma de pescaditos y de alegría al probar brócoli. Luego el experimentador le pide que le dé alguna de las dos, el infante le da el brócoli aun cuando  prefiera para sí la galletita. Este experimento, realizado por dos investigadoras de la Universidad de Berkeley, fue el primero que demostró que los bebés de 18 meses ya son capaces de reconocer qué es lo que prefiere el otro (Repracholi & Gopnik, 1997).

A partir de ese experimento, Repacholi y Meltzoff –uno de los investigadores más importantes en el campo de los procesos de imitación temprana- exploraron cómo el infante se guía por las reacciones emocionales  que alguien siente frente a un tercero, adoptando esa misma actitud emocional de preferencia o de rechazo. Pero lo interesante es que no sólo reaccionan frente al tercero en base a cómo vieron que lo hacía la figura significativa, sino que Repacholi y Meltzoff (2007) comprobaron que los infantes tenían una reacción emocional diferente según que la figura significativa los estuvieran mirando o no cuando repetían ellos mismos las preferencias de la figura significativa. Cuando la figura significativa lo miraba, el infante reproducía la reacción afectiva de éste frente a un tercero, pero si la figura significativa dejaba de estar presente o no lo miraba, entonces el  infante ya no se guiaba en su respuesta emocional por la que había visto que era la de la figura significativa. O sea que la incorporación de la respuesta emocional de la figura significativa frente a un tercero no es pura imitación, sino que tiene en cuenta cómo la figura significativa reaccionaría ante la conducta del niño (Repacholi & Meltzoff, 2007).  Esto hizo que estos investigaciones pusieran, con ironía, a uno de sus trabajos el subtítulo “”Si ella no puede verme hacer eso, no se enojará”.

La pregunta que podemos formularnos es: ¿no sucede algo semejante con algunos pacientes que  modifican su forma de relacionarse, de responder afectivamente con el terapeuta porque éste está presente y sin embargo fuera del tratamiento su reacción emocional  y conductual consiste en la repetición de los viejos patrones? ¿Cómo superar lo que es simple acomodación en el proceso de referenciación social –tomar la respuesta afectiva del otro como referente para moldear la propia- de lo que es cambio que vaya más allá de conducta aplacatoria en presencia de la figura de referencia atemorizante? ¿Cómo generalizar el cambio basado en la relación terapéutica? La comprensión de este proceso de generalización de la relación en la terapia a otras relaciones, cómo se produce, qué factores intervienen, cómo promoverla, es uno de los desafíos no resueltos de la psicoterapia.

A los 3 meses un infante dirige más la atención a objetos que son mirados con temor por un otro que sirve de referente emocional

Hoehl, Wiese y Striano (2008), intentando superar la limitación que supone a edades muy tempranas utilizar como indicador de respuesta ya sea lo verbal o los movimientos del infante, registraron los electroencefalogramas de niños de 3 meses en un experimento en que se les mostraba en un monitor una cara asustada o una cara con expresión neutra junto con un objeto. Los infantes prestaron más atención al mismo objeto –medida mediante el electroencefalograma- cuando estaba acompañado por la cara asustada que por la cara de expresión neutra.

Lo interesante de este experimento es que conduce a la pregunta ¿qué efectos puede tener en desarrollar una atención selectiva de la figura significativa para ir creando un mundo de objetos atemorizantes?

Aplicación a la terapia

Si tenemos en cuenta los estudios que muestran el fenómeno de la referenciación social –es decir, que la respuesta afectiva frente a diversas condiciones depende de la respuesta afectiva que tenga la figura de referencia-, la conclusión que se desprende es que la reacción emocional del terapeuta transmitida mediante  señales no verbales –inflexiones vocales, gestos, expresiones faciales- va a influir de manera significativa en las reacciones de rechazo, aceptación, miedo, tristeza, alegría, etc. por parte del paciente no sólo frente a objetos, personas sino, también, a sus propios pensamientos. Factor que va a intervenir en el posible cambio del paciente frente a objetos, personas, pensamientos, incluso a cómo reacciona ante sus estados emocionales.

En los intercambios con las figuras de referencia, todo es afectado por las respuestas emocionales de éstas en cuanto a preferencias, rechazos, miedo, etc. De lo cual se deriva otra conclusión: en los grupos –nacionales, políticos, religiosos, deportivos, científicos-, el fenómeno de referenciación social hace que se rechace, se odie, se tema, es decir, se reaccione no con juicio intelectual sino con las más primitivas de las reacciones emocionales hacia el tercero grupal e individual frente a las cuales las figuras de referencia hayan mostrado cierta y determinada reacción emocional. Fenómeno automático, inconsciente, ante el cual la única salvaguarda, aunque lamentablemente con limitaciones, es la continua vigilancia y reflexión sobre la reacción emocional de las figuras de referencia –no lo que piensa sino lo que siente frente a terceros y a uno mismo- para ir luchando contra la fusión emocional y por la autonomía emocional.

Aplicando estas conclusiones a la situación terapéutica, el paciente tiene que ser ayudado, estimulado, a preguntarse: "¿Cuáles son las preferencias del terapeuta? ¿Cómo me afectan esas preferencias? ¿Qué diferencia puede haber entre sus preferencias y las mías? Si reemplazo mis preferencias por las del terapeuta, ¿es por temor, por necesidad de mantener el vínculo?"

Para que estas preguntas puedan ser formuladas por el paciente, es necesario que el terapeuta supere las formas más primitivas de gratificación narcisista, las angustias de pérdida, de persecución. Como las necesidades narcisistas del terapeuta no pueden ser eliminadas, lo que éste sí puede hacer es construir como ideal del yo el de ser alguien que se narcisice a través de verse como capaz de colocar la autonomía y libertad del paciente en un plano jerárquicamente superior. En otros términos, ir variando su sostén narcisista desde "Yo soy el que te digo..., te enseño la verdad…" hacia "yo soy valioso porque, a pesar de que desearía ardientemente ser el que te transmita la palabra 'verdadera', soy capaz de superar este deseo -en sí legítimo pues los humanos hemos sido criados para albergarlo- por este otro: ayudarte a que puedas llegar a pensar y sentir por ti mismo". Por tanto, es posible recurrir a un ideal narcisista que también toma en cuenta al otro para superar un ideal narcisista sólo autocentrado.

Bibliografía

Hoel, S., Wiese, L., Striano, T (2008) Young infant's neural processing of objects is affected by eye gaze direction and emotional expression. PLos One, 11, 3 (6), e2389.

Rapacholi, B.M., Gopnik, A. (1997). Early reasoning about desires: Evidence from 14- and 18-month olds. Developmental psychology, 33, 12-21.

Rapacholi, B.M. ,  Meltzoff A. N. (2007). Emotional eavesdropping: infants selectively respond to emotional signals. Child development, 78 (2): 503-21.