aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 003 1999

Persistencias transgeneracionales del apego: una nueva teoría

Autor: Fonagy, Peter

Palabras clave

apego, Especularizacion, Funcion reflexiva, mentalización, Modelo de equivalencia psiquica, Modelo intencional, Modelo teleologico, Parentalizacion., Regulacion emocional.


Trabajo presentado en el "Grupo psicoanalítico de discusión sobre el desarrollo", reunión de la Asociación Psicoanalítica Americana, Washington DC, 13 de Mayo de 1999. Traducido con autorización del autor.

El segundo trabajo de Peter Fonagy presentado en esa reunión ("Apegos patológicos y acción terapéutica") será publicado en el No. 4 de "Aperturas Psicoanalíticas".

El sistema de apego como un mecanismo de regulación bio-social de regulación homeostática

    La teoría del apego, desarrollada por John Bowlby (1969, 1973, 1980), postula una necesidad humana universal para formar vínculos afectivos estrechos. Como núcleo de la teoría se encuentra la reciprocidad de las tempranas relaciones, la que es una precondición del desarrollo normal probablemente en todos los mamíferos, incluyendo a los humanos (Hofer, 1995). Las conductas de apego del infante humano ( p.ej., búsqueda de la proximidad, sonrisa, colgarse) son correspondidas con las conductas de apego del adulto (tocar, sostener, calmar), y estas respuestas refuerzan la conducta de apego del niño hacia ese adulto en particular. La activación de conductas de apego depende de la evaluación por parte del infante de un conjunto de señales del entorno que dan como resultado la experiencia subjetiva de seguridad o inseguridad. La experiencia de seguridad es el objetivo del sistema de apego, que es, por tanto, primero y por encima de todo, un regulador de la experiencia emocional (Sroufe, 1996). En este sentido, se encuentra en el centro de muchas formas de trastornos mentales y de la totalidad de la tarea terapéutica.

    Ninguno de nosotros nace con la capacidad de regular nuestras propias reacciones emocionales. Un sistema regulador diádico se desarrolla en el que  las señales de los niños de cambios en sus estados, momento a momento,  son entendidos y respondidos por el cuidador/a pemitiendo, por lo tanto, alcanzar la regulación de esos estados. El infante aprende que la activación neurovegetativa  en presencia del cuidador/a  no dará lugar a una desorganización que vaya más allá de sus capacidades de afrontar tal situación. El cuidador/a estará allí para reestablecer el equilibrio. En estados de activación incontrolable, el infante irá a buscar la proximidad física con el cuidador con la esperanza de ser calmado y de recobrar la homeostasis. La conducta del infante hacia el final del primer año es intencional y aparentemente basada en expectativas específicas. Sus experiencias pasadas con el cuidador/a son incorporadas en sus sistemas representacionales a los cuales Bowlby (1973) denominó "modelos internos activos" (Trad.: traducibles, también, como "modelos internos de trabajo"). Por tanto, el sistema de apego es un sistema regulador bio-social homeostático abierto.

Patrones de apego en la infancia

    La segunda gran pionera de la teoría del attachment, Mary Ainsworth (1969; 1985; Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978) desarrolló el bien conocido procedimiento de laboratorio para observar los "modelos internos activos" de los infantes mientras éstos estaban transcurriendo. Los infantes, brevemente separados de su cuidador/a, en una situación no familiar para ellos muestran uno de cuatro patrones de conducta. Los infantes clasificados como Seguros exploran rápidamente en  presencia de su cuidador/a primario, están ansiosos ante la presencia del extraño y le evitan, son perturbados por las breves ausencias de su cuidador/a, buscan rápidamente contacto con el cuidador/a cuando éste retorna, y son reasegurados por éste. El infante retorna a la exploración. Algunos infantes, que aparecen como menos ansiosos por la separación, pueden no buscar la proximidad del cuidador/a después de la separación, y pueden no preferir al cuidador/a más que al extraño; estos infantes son designados como Ansiosos/evitativos. Una tercera categoría, infantes Ansiosos/resistentes, muestran limitada exploración y juego, tienden a ser altamente perturbados por la separación, pero tienen dificultad en reponerse después, mostrando agitación, tensión, y continúan llorando o molestan de una manera pasiva. La presencia del cuidador/a o los intentos de calmarlo fracasan en reasegurarlo, y la ansiedad del infante y la rabia parecen impedir que obtengan alivio con la proximidad del cuidador/a.

    Las conductas de los infantes seguros están basadas en la experiencia de interacciones bien coordinadas, sensibles, en las cuales el cuidador/a es raramente sobrestimulante y es capaz de reestabilizar las respuestas emocionales desorganizantes del niño. Por lo tanto, ellos permanecen relativamente organizados en situaciones de estrés. Las emociones negativas son sentidas como menos amenazantes, pueden ser experienciadas como teniendo un sentido y ser comunicativas (Grossman, Grossmann y Schwan, 1986; Sroufe, 1979; Sroufe, 1996).

    Se supone que los niños con apego Ansioso/evitativo han tenido experiencias en las cuales su activación emocional no fue reestabilizada por el cuidador/a, o que ellos fueron sobrestimulados por conductas parentales intrusivas; por lo tanto, sobreregulan su afecto y evitan situaciones que pudieran ser perturbadoras. Los niños con apego Ansioso-resistente subregulan, incrementando su expresión de malestar posiblemente en un intento de despertar la respuesta esperada por parte del cuidador/a. Hay un bajo umbral para las condiciones amenazantes, y el niño se convierte en alguien preocupado por tener contacto con el cuidador/a, pero está frustrado incluso cuando este contacto se halla disponible (Sroufe, 1996).

    Un cuarto grupo de niños exhibe conductas aparentemente no dirigidas hacia un fin, dando la impresión de desorganización y desorientación (Main y Solomon, 1990). Los infantes que manifiestan inmovilización, golpeteo con las manos, golpeteo con la cabeza, el deseo de escapar de la situación aún en presencia de los cuidadores son denominados como "Desorganizados/desorientados". Se sostiene generalmente que para tales infantes el cuidador ha servido como una fuente tanto de temor como de reaseguramiento, consecuencia de lo cual la activación del sistema conductual del apego produce intensas motivaciones conflictivas. No es de extrañar que una historia de severa desatención o de abuso sexual o físico esté asociada a menudo con este patrón (Cicchetti y Beeghly, 1987; Main y Hesse, 1990). Yo consideraré este grupo con mayor detalle esta tarde (Trad.: corresponde al trabajo que Fonagy presentó en la misma reunión por la tarde, a publicarse en el número 4 de "La revista web Aperturas Psicoanalíticas").

La continuidad de los patrones de apego

    Bowlby propusó que los "modelos internos activos" del self y de los otros proveen prototipos para todas las relaciones ulteriores. Tales modelos son relativamente estables a lo largo del ciclo vital (Collins y Read, 1994). Las tempranas experiencias de acceso flexible a los sentimientos propios son consideradas como formativas por los teóricos del apego. El sentimiento autónomo del self emerge completamente a partir de relaciones seguras entre los padres y el infante (Emde y Buchsbaum, 1990; Fonagy et al., 1995a; Lieberman y Pawl, 1990). Más importante aún, el incrementado control que tiene el niño "seguro" le permite moverse hacia adueñarse de su experiencia interna, y hacia comprenderse a sí mismo y a los otros como seres intencionales cuya conducta está organizada por estados mentales, pensamientos, sentimientos, creencias y deseos (Fonagy et al., 1995a; Sroufe, 1990). Coherente con esto, la investigación longitudinal prospectiva ha demostrado que los niños con historia de apego seguro son evaluados independientemente como con mayor capacidad de resistencia, autoconfiados, orientados socialmente (Sroufe, 1983; Waters, Wippman y Sroufe, 1979), empáticos para el malestar (Kestenbaum, Faber y Sroufe, 1989), y con relaciones más profundas (Sroufe, 1983; Sroufe, Egeland y Kreutzer, 1990).

Predicción a partir de medidas del apego de adultos

    La estabilidad del apego está demostrada por estudios longitudinales de niños evaluados con el procedimiento de la  "Situación extraña" y seguimiento hasta la adolescencia o temprana adultez con la Entrevista de apego adulto  (AAI) (George, Kaplan y Main, 1996). Yo supongo que la mayoría de ustedes está familiarizada con este instrumento clínico, magnificamente estructurado, que produce historias narrativas de las relaciones de apego de la infancia -las características de las tempranas relaciones, experiencias de separación, enfermedad, castigo, pérdidas, maltrato o abuso. El sistema de evaluación AAI (Main y Goldwyn, 1994) clasifica a los individuos en Autónomos-seguros, Inseguros/despreocupados (Trad.: "dismissing", despreocupado en el sentido que se desentiende mentalmente), Inseguros-preocupados,  o No resuelto en relación a la pérdida o al trauma, categorías basadas sobre las cualidades estructurales de las narraciones de tempranas experiencias. Mientras que los individuos autónomos valoran las relaciones del apego, integran coherentemente memorias en una narración con sentido y las consideran a éstas como formativas, los individuos inseguros son pobres en integrar las memorias de la experiencia con el significado de esa experiencia. Aquellos que se despreocupan del apego muestran evitación al negar recuerdos, idealizando o devaluando (o ambas, idealizan y devalúan) las relaciones. Los individuos preocupados tienden a estar confusos, enojados o pasivos en relación a las figuras de apego,  a menudo quejándose en la actualidad de ofensas en la infancia, de manera similar a las protestas de los infantes resistentes. Individuos de la categoría "no resuelto" (Trad.: otra traducción posible: no elaborado) dan indicaciones de desorganización significativa en su representación de la relación de apego mediante confusiones semánticas o sintácticas en sus narraciones relacionadas con traumas en la infancia o una pérdida reciente. Nuevamente, nosotros revisaremos esta tarde  este grupo clínicamente muy importante.

    Tres estudios longitudinales mayores (Hamilton, 1994; Main, 1997; Waters, Merrick, Albersheim, Treboux y Crowell, 1995) han mostrado una correspondencia del 68-75% entre las clasificaciones de apego en la infancia y las clasificaciones de apego en la vida adulta. Este es un nivel notable de consistencia entre las conductas observadas en la infancia y las que resultan en la vida adulta. Obviamente, tales diferencias individuales pudieran muy bien ser mantenidas tanto por ambientes  que se hayan mantenido invariables así como también por patrones establecidos en el primer año de vida.

    Las relaciones de apego juegan un papel clave en la transmisión transgeneracional de la deprivación. Los adultos seguros tienen 3 ó 4 veces más probabilidad de tener niños que están apegados con seguridad a ellos (van IJzendoorn, 1995). Esto es verdad aún cuando el apego parental es evaluado antes del nacimiento del niño (Benoit y Parker, 1994; Fonagy, Steele y Steele, 1991b; Radojevic, 1992; Steele, Steele y Fonagy, 1996; Ward y Carlson, 1995). Los patrones de apego de los padres predicen variancia en adición a las medidas de temperamento o a factores contextuales tales como acontecimientos vitales, apoyo social y psicopatología (Steele, Steele y Fonagy, en preparación) ¿Cómo es mediatizada tal transmisión transgeneracional? La genética podría aparecer como proveyendo una explicación obvia. Los hallazgos preliminares de un estudio en curso en nuestro laboratorio sobre gemelos no ha producido evidencia de niveles diferentes de concordancia de la clasificación de apego entre gemelos idénticos y no idénticos (Fearon, 1998). Los teóricos del apego han supuesto que los adultos con apego seguro son más sensibles a las necesidades de sus niños por lo cual promueven la expectativa en los infantes de que la desregulación será rápidamente y efectivamente enfrentada (Belsky, Rosenberger y Crnic, 1995; De Wolff y van IJzendoorn, 1997). Pero resulta frustrante el hecho que las medidas estandard de sensibilidad del cuidador/a no parecen explicar de una manera completa las buenas persistencias transgeneracionales en las clasificaciones del apego (van IJzendoorn, 1995).

Apego y capacidad de mentalizar: el cambio desde una interpretación teleológica hacia una mentalística de las relaciones de apego en el desarrollo

    Tenemos que explorar un otro aspecto de los determinantes del apego. Mary Main e Inge Bretherton, independientemente, llamaron la atención sobre lo que el filósofo Dennett denominó "actitud intencional". Dennett (1987) enfatizó que los seres humanos tratan de entenderse los unos a los otros en términos de estados mentales: pensamientos y sentimientos, creencias y deseos, con la finalidad de otorgar sentido y, aún de mayor importancia, de anticipar las acciones de los demás. Si el niño es capaz de atribuir a la actitud aparentemente rechazante de una madre que no responde como que es debida a su tristeza por una  pérdida en vez de  sentirse simplemente  impotente frente a esa actitud, el niño está protegido de la confusión y de una visión negativa de sí mismo. El sello distintivo de una actitud intencional es el reconocimiento por parte del niño, alrededor de los 3 a 4 años, de que la conducta puede estar basada en una creencia erónea. Los psicólogos del desarrollo han diseñado numerosos tests acerca de la calidad de la comprensión de las falsas creencias y tienden a referirse a esta capacidad como "una teoría de la mente". Nosotros preferimos la expresión  capacidad de mentalizar o función reflexiva que denota la comprensión de la conducta de uno mismo y de los otros en términos de estados mentales.

    Say, un niño de tres años, ve a su amigo Maxi esconder un trozo de chocolate en un caja al mismo tiempo que Maxi dice que él saldrá pero volverá para comerlo más tarde (Perner, 1991). Después de que Maxi sale, el niño ve al experimentador cambiar el chocolate a un cesto. Se le pregunta al niño: "¿Dónde buscará Maxi el chocolate cuando él vuelva?". El niño de tres años tiende a predecir que Maxi mirará en el cesto donde el chocolate está en realidad más que en la caja donde él lo dejó. Los niños de cuatro y cinco años son ya capaces de predecir la conducta de Maxi sobre la base de lo que se esperaría que serían las creencias de Maxi, es decir, que el chocolate estará donde él lo dejó. Se dice que el niño de cuatro años tiene una "teoría de la mente", lo cual está indicado por su habilidad de atribuir falsas creencias (Wimmer y Perner, 1983). Adopta una actitud intencional y razona en términos de las creencias que pueden ser atribuidas a Maxi. El niño de tres años, sin embargo, basa su predicción en su propia representación de la realidad y no en el estado mental del otro.

    Una forma de interpretar este hallazgo es que las expectativas de un niño de tres años están basadas en un modelo no mentalista de la conducta, "teleológico", más que en un modelo intencional mental (Gergely y Csibra, 1997). Dentro de este modelo teleológico simple, la conducta de los objetos humanos es interpretada en términos de los resultados visibles y no de deseos inferidos, y en términos de restricciones de la realidad física más que ser atribuidos a las creeencias acerca de la realidad. El niño de tres años en la tarea de la que Maxi es partícipe basa su predicción en un supuesto de una acción racional, suponiendo que el otro hará lo que sea más racional para conseguir la futura meta (comer el chocolate), dado el actual estado de la realidad externa (que el chocolate está en el cesto).

    En realidad, la capacidad para discriminar entre acciones racionales y no racionales ha sido demostrada como teniendo lugar a una edad tan temprana como los 9 meses (Gergely, Nadasdy, Csibra y Biro, 1995). Se les mostró a infantes una imagen animada por ordenador en el cual un pequeño círculo repetidamente saltaba sobre una pared y hacia contacto con un círculo mayor del otro lado. Con la repetición de estas presentaciones, los infantes se "habituaron", perdieron interés en lo que se les mostraba. Entonces, al infante se le presentan una o dos  nuevas imágenes animadas. En ambos casos la pared es removida: en un caso, el pequeño círculo ahora se aproxima al mayor directamente (en línea recta); en el otro, realiza exactamente la misma aproximación mediante un salto como en la primera experiencia. Los infantes muestran sorpresa en este último caso pero no en el primero (cuando el círculo primero se acerca en línea recta) indicando que ellos esperaban que el círculo actuase "racionalmente", es decir, que se aproximase a su objetivo mediante el camino más corto disponible. Nosotros argumentamos que la interpretación teleológica del niño pequeño con respecto a la acción se transforma en una de tipo "mentalizante" durante el segundo y tercer año de edad. Hacia los 18 meses (pero no todavía a los 14) los niños muestran una comprensión mental del deseo (Meltzoff, 1995; Repacholi y Gonpik, 1997), siendo ya capaces de comprender que las acciones de la otra persona pueden ser impulsadas por deseos diferentes a los del propio niño. En este estadío, el niño pequeño llega a ser capaz de inferir las intenciones del otro cuando la persona usa nuevas palabras para denominar objetos no familiares para el niño (Baldwin y Moses, 1996; Tomasello, Strosberg y Akhtar, 1996). Durante el segundo año los niños ya hablan acerca de estados de deseo de sí y del otro, y en el tercer año la conversación acerca de creencias también emerge. Una habilidad mentalizante acabada, tal como se demuestra por la capacidad de atribuir falsas creencias en las tareas de teoría de la mente, es alcanzada hacia el final del tercer año (Perner, 1991).

     La adquisición de una "teoría de la mente" está lejos de alcanzar el punto final de este proceso de desarrollo. En verdad, se podría argumentar que la función reflexiva nunca es alcanzada totalmente. En momentos de alta activación emocional, en el contexto de relaciones íntimas, encontramos difícil el construir representaciones exactas del mundo mental del otro.Razonamos acerca de la conducta de aquellos cercanos a nosotros sobre la base de lo que parece obvio, de lo que es visible, de lo físico más que del mundo mental. Si usamos estados mentales, éstos tienden a ser estereotipados, distorsionados, o confusos, demasiado fragmentarios e inexactos. Nosotros hemos intentado operacionalizar diferencias individuales en las capacidades de los adultos para mentalizar. Nuestra operacionalización fue relativamente simple, basada en la presencia de descripciones inequívocas de estados mentales (p.ej., falsas creencias) en las narraciones. Para puntuar alto en estas evaluaciones las  narraciones de apego tenían que mostrar la percatación  de estados mentales, manifestar esfuerzos explícitos para desentrañar las razones internas detrás de la conducta, mostrar la percatación  que los pensamientos del niño y sentimientos son probablemente diferentes de los del adulto, y reflejar una sensibilidad a los estados mentales del entrevistador (Fonagy, Target, Steele y Steele, 1998). La medida se correlaciona de manera insignificante con el cociente Intelectual y con el nivel educacional. Nosotros teníamos curiosidad por saber si la medida de las observaciones reflexivas acerca de los estados mentales de sí mismo y de los otros en las narraciones del AAI (Entrevista de Apego del Adulto) podrían predecir  la seguridad del infante. Las puntuaciones de la capacidad reflexiva hechas antes del nacimiento del niño predecían fuertemente el apego seguro del niño en su segundo año de vida. Tanto los padres como madres que obtenían altas puntuaciones en esta capacidad reflexiva tenían tres o cuatro veces más probabilidad de tener niños conapego seguro comparados con los padres cuya capacidad reflexiva era pobre (Fonagy, Steele, Moran, Steele y Higgitt, 1991a).

    La capacidad de entender los estados mentales que yace por detrás de la conducta de los padres puede ser particularmente importante cuando el niño es expuesto a experiencias desfavorables, en extremo, de abuso o trauma. Nosotros dividimos nuestra muestra entre aquellos que sí habían informado de deprivación significativa (hacinamiento, enfermedad mental) y aquellos que no. Nuestra predicción fue que las madres en el grupo deprivado (separaciones en la infancia) tendrían más posibilidad de tener niños con apego seguro si su puntuación en la función reflexiva era alta. Todas las madres en el grupo deprivado con altas puntuaciones en su capacidad reflexiva tenían niños que poseían un apego seguro con ellas, mientras que sólo 1 de 17 madres deprivadas con bajo puntaje lo tenían. Nuestros hallazgos implican que este ciclo de desventaja puede ser interrumpido si el cuidador/a, ha adquirido una capacidad de reflexionar productivamente sobre la experiencia mental (Fonagy, Steele, Steele, Higgitt y Target, 1994).
 

Mentalizar  y el desarrollo del self

    No solamente los padres con capacidad reflexiva promueven con más probabildiad un  apego seguro en el niño, particularmente si sus propias experiencias de infancia fueron adversas, sino que también el apego seguro puede ser un elemento facilitador clave de la capacidad reflexiva (Fonagy et al., 1995a). En nuestro estudio longitudinal de 92 niños, la proporción de niños con apego seguro era doble en el grupo que superó la tarea de falsa creencia, comparado con el grupo que fracasó. La función reflexiva de la madre estaba también asociada con el éxito del niño. El 80% de los niños cuyas madres estaban por encima de la media en la función reflexiva pasaron la prueba mientras que sólo el 56% de aquellos cuyas madres estaban por debajo lo hicieron. La función reflexiva del cuidador/a predijó la seguridad en el apego, la cual, a su vez, predijó la adquisición precoz de una teoría de la mente. El apego al padre también parecía contribuir a este logro en el desarrollo. En un test de habilidades de la capacidad de mentalizar de segundo orden, en el que al niño se le requiere predecir la conducta de una persona sobre la base de las creencias de esa persona acerca de las falsas creencias de un tercero, aquellos que tenían apego seguro con ambos padres fueron más capaces de tener éxito mientras que aquellos que no tuvieron apego seguro con ninguno de los padres fueron menos capaces de lograrlo.

    Estos resultados sugieren que la capacidad de los padres para observar la mente de los niños facilita la comprensión general que los niños tienen de las mentes a través de la mediación del apego seguro. Un cuidador/a reflexivo incrementa la probabilidad del apego seguro del niño, el cual, a su vez, facilita el desarrollo de la capacidad de mentalizar. Nosotros suponemos que una relación de apego seguro provee un contexto también seguro para que el niño explore  la mente del cuidador/a, y de esta manera conozca más acerca de las mentes. El filósofo Hegel (1807) sugirió que es solamente a través de la exploración de la mente del otro que el niño desarrolla una completa captación de la naturaleza de los estados mentales. La capacidad reflexiva en el niño es facilitada por el apego seguro. El proceso es intersubjetivo: el niño consigue conocer la mente del cuidador/a de acuerdo a cómo  el cuidador/a intenta comprender y contener el estado mental del niño.

    Al dilucidar este proceso  quisiera sugerir tres componentes críticos. Estos son: (1) el papel de la especularización (mirroring), (2) el cambio hacia la interpretación de la conducta del cuidador/a en términos intencionales más que teleológicos, y (3) la integración de una forma primitiva dual de realidad psíquica en una representación mentalizante única de la mente.

1. El papel de la especularización

    Las representaciones de segundo orden (o simbólicas) de estados mentales, desde nuestra perspectiva, se desarrollan en el contexto de relaciones de apego. El concepto del niño de las emociones es alcanzado mediante la introspección (Gergely y Watson, 1996; Target y Fonagy, 1996). La ansiedad para el niño, por ejemplo, está asociada con una mezcla confusa de experiencias fisiológicas, conductas e imágenes visuales. Una vez que éstas devienen en simbólicamente ligadas, la experiencia correspondiente en un nivel simbólico secundario o mentalizado será una experiencia de temor o de ansiedad. Este proceso de ligazón simbólica es esencial para que el niño sea capaz de nombrar la experiencia como correspondiente a una emoción específica. Este conocimiento no es inherente. Supongamos que el self constitucional o  físico del niño se encuentre en un estado de activación. Asociado con esto hay señales (expresiones no verbales, faciales, así como vocales). El cuidador/a resuena con estas señales e idealmente se refleja en su experiencia interna y genera una expresión apropiada como respuesta. Tales despliegues especularizantes son innatos y no conscientemente generados por el  cuidador/a (Meltzoff, 1993). La representación que tiene  la madre del afecto del infante es representada por el niño, y "mapeada" sobre el estado constitucional del self del niño (Rogers y Pennington, 1991). La discrepancia entre la experiencia original del niño y la internalización de la representación especularizante del cuidador/a es útil en la medida en que permite que esta representación de alguna manera modificada  (es simultáneamente la misma y, sin embargo, no es la misma) se convierta en una representación de orden superior de la propia experiencia del niño.

    Dentro de este modelo especularizante esperaríamos que fracase si esta demasiado próximo a la experiencia del niño o demasiada alejado de la misma. Si la especularización es demasiado exacta, la percepción en sí misma se puede convertir en una fuente de temor y pierde su potencial simbólico. Si no esta disponible, o esta contaminada con la preocupación de la madre, el proceso de desarrollo del self está profundamente comprometido. Podemos suponer que los individuos para quienes los síntomas de ansiedad significan catástrofe (p.ej., ataque al corazón, muerte inminente) tienen representaciones de segundo orden de sus estados emocionales que no pueden ser limitados en intensidad a través de la simbolización, quizás porque la especularización por parte del cuidador/a primario exageraba las emociones del infante.

    Reconocemos que este es un modelo especulativo, pero es pasible de ser puesto empíricamente a prueba. Podría ayudar a responder a la espinosa pregunta de por qué los individuos con trastorno de pánico atribuyen inmenso significado a desequilibrios biológicos de grado relativamente moderado. Lo que se sugiere aquí es que la representación secundaria del afecto, o representación simbólica,  en estos casos contiene demasiado de la experiencia primaria; por lo tanto, en vez de que el hecho de nombrar la experiencia tenga el potencial de atenuarla, tiende a estimular y exacerbar los síntomas del estado afectivo, los que a su vez acentúan la expresión secundaria, en un ciclo de pánico que se realimenta. En un estudio reciente (Fonagy et al., 1995b) hemos confirmado que las madres que calman más efectivamente a sus angustiados niños de 8 meses después de que éstos reciben una inyección son las que reflejan la emoción del niño, pero esta especularización está mezclada con otros afectos (sonríen, interrogan, hacen despliegues gestuales burlones, y cosas por el estilo). Al desplegar tal "afecto complejo" (Fonagy y Fonagy, 1987) ellas aseguran que el infante reconozca sus emociones como análogas, pero no isomórficas, con lo cual su experiencia y, por tanto, el proceso de formación de símbolo puede comenzar. De esta manera el "mapeado" representacional entre el afecto del self y las emociones de los otros, el intercambio de afecto entre el niño pequeño y el cuidador/a, proveen una especial fuente de información para el niño acerca de sus estados internos.

    El niño que busca una manera de manejar su malestar identifica, en la respuesta del cuidador/a, una representación de su estado mental que él puede internalizar y usar como una estrategia de orden superior de regulación afectiva. El cuidador/a seguro calma al combinar una especularización con un despliegue emocional incompatible con el afecto del niño (por lo tanto, quizás implicando ya capacidad de afrontar la situación). Esta formulación de sensibilidad tiene mucho en común con la noción del psicoanalista británico Wilfred Bion (1962) sobre la capacidad de la madre para "contener" mentalmente al estado afectivo intolerable para el niño y de  responder en términos de cuidado físico de una manera que reconoce el estado mental del niño pero que sirve para modular sentimientos inmanejables. El hallazgo que la claridad y coherencia de la representación que la madre tiene del niño actúa de mediadora entre su estatus de apego y su conducta es ciertamente consistente con este modelo (Slade, Belsky, Aber y Phelps, en prensa).

    Nosotros sugerimos que el significado o el sentimiento de afecto se desarrolla a partir de la representación integrada del afecto en el self y en el otro. La combinación de la representación de la experiencia del self y de la representación de la reacción del cuidador/a transforma el modo teleológico de la mente por parte del niño, y en última instancia le faculta para interpretar y para comprender las demostraciones afectivas en los otros, así como a alcanzar la regulación y control de sus propias emociones. El "mapeado" emocional de las muestras de emoción y de la experiencia del self es visto aquí como un ejemplo prototípico de sensibilidad por parte del cuidador/a quien, como trataremos de demostrar, constituirá probablemente un importante componente en el desarrollo de la capacidad de mentalizar. La función reflexiva del cuidador/a estimula al niño para comenzar a organizar una experiencia del self de acuerdo a grupos de respuestas que, eventualmente, vendrán a ser etiquetadas verbalmente como emociones específicas (o deseos). La respuesta altamente contingente es el medio mediante el cual este mapeado tiene lugar. A las experiencias afectivas del niño se les da significado adicional al quedar asociadas con un conjunto de restricciones de la realidad dentro de la interacción padres-infantes (conduciendo a creencias rudimentarias acerca de las causas y consecuencias de su estado emocional).

2. Parentalización reflexiva y el cambio desde modelos mentales teleológicos a modelos intencionales

    Nosotros adoptamos el punto de vista que la adquisición de la capacidad de mentalizar es parte de un proceso intersubjetivo entre el infante y el cuidador/a (véase Gopnik, 1993, para una elaboración altamente elegante de un tal modelo). Desde nuestro punto de vista, el cuidador/a facilita la creación de modelos mentalizantes a través de procesos lingüísticos y casi lingüísticos, primariamente a través de comportarse con el niño de una manera que  conduce a éste a ver eventualmente que su conducta puede ser entendida mejor al suponer que él tiene ideas y sentimientos que determinan sus acciones, y las reacciones de los otros con respecto a él, lo que puede entonces ser generalizado a otros seres vivientes. El cuidador/a se aproxima al niño que llora con una pregunta en su mente: "¿Quieres un cambio de pañal?" , "¿Necesitas una caricia?". El cuidador/a sensible de manera improbable encarará la situación teleológicamente, sin tener a la persona en mente, de modo que es poco probable que se diga a sí mismo: "¿Estas mojado alrededor de tu culito?", o "¿Has estado solo demasiado tiempo?" El cuidador/a sensible puede cubrir el hiato entre focalizarse en la realidad física y la atención dirigida hacia el interior, lo que es suficiente para que el niño identifique contigencias entre experiencia interna y externa. Por fin, el niño llega a la conclusión que la reacción del cuidador/a hacia él puede ser entendida como racional dado el supuesto de un estado interno de creencia o de deseo dentro de él. Inconscientemente, y de manera profunda, el cuidador/a adscribe un estado mental al niño con su conducta, trata al niño como un agente mental, lo que es percibido por el niño y usado en la transformación de los modelos teleológicos y, entonces, en el desarrollo de un sentimiento nuclear de mismidad mental. Nosotros suponemos que esto es, en gran medida, un proceso cotidiano que ocurre rutinariamente a todo lo largo de la vida, sobre el que no se reflexiona y, por lo tanto, es raramente modificado. Los cuidadores, sin embargo, difieren en sus formas de llevar a cabo esta natural función humana. Algunos pueden estar particularmente alerta a las tempranas indicaciones de intencionalidad; otros, pueden necesitar indicaciones más intensas antes de percibir el estado mental del niño y modificar su conducta de acuerdo a este estado mental. Otros, como hemos descrito en el contexto de la temprana infancia, pueden sistemáticamente percibir erróneamente los estados mentales del niño, con la consiguiente deformación del sentimiento del niño de sí mismo.

    La capacidad de los padres de observar los cambios, momento a momento, en el estado mental del niño, por tanto, está en la raíz del cuidado sensible, lo que es visto por los teóricos del apego como la piedra angular del apego seguro (p.ej. Ainsworth y col., 1978; Grossmann, Grossmann, Spangler, Suess y Unzner, 1985; Isabella y Belsky, 1991). El apego seguro provee, a su vez, la base psico-social para adquirir una comprensión de la mente. El niño con apego seguro se siente tranquilo, seguro, al hacer atribuciones de estados mentales para dar cuenta de la conducta de su cuidador/a. En cambio, el niño con apego evitativo se escapa en alguna medidad del estado mental del otro; mientras que el niño con apego resistente se centra en su propio estado mental de malestar con exclusión de intercambios intersubjetivos estrechos. Los niños con apego desorganizado pueden representar una categoría especial: hipervigilantes de la conducta del cuidador, ellos usan todos los indicadores disponibles para predecir, y pueden ser agudamente sensibles a los estados intencionales; pueden, por tanto, estar más preparados para construir una explicación en términos mentales de la conducta del cuidador/a. Nosotros argumentaremos (véase más abajo) que en tales niños la capacidad de mentalizar puede ser evidente pero no tiene el rol central y efectivo en la organización del self que caracteriza a los niños con apego seguro.

   Creemos que lo más importante para el desarrollo de una organización mentalizante del self es que la exploración del estado mental del cuidador/a sensible capacite al niño para encontrar en su mente una imagen de sí mismo como motivada por creencias, sentimientos e intenciones; en otras palabras, como un ser que mentaliza. Hay considerable evidencia que apoya el punto de vista de que el apego seguro incrementa el desarrollo de la seguridad interna, de la autovalía y de la autonomía (p.e. Londerville y Main, 1981). Los niños con apego desorganizado, aún en el caso que  adquieran la capacidad de mentalizar, fallan en integrar ésta con su organización del self. Puede haber un número de razones ligadas para esto: a)  el cuidador del niño con apego desorganizado es menos confiablemente contingente en responder al estado del self del infante y, sobre todo, muestra sistemáticas distorsiones en su percepción y reflexión acerca de este estado; b) el estado mental del cuidador/a evoca intensa ansiedad ya sea a través de conductas atemorizantes que sugieren malevolencia hacia el niño, o de conductas que sugieren temor, que puede incluir el temor que el cuidador/a tiene del niño; c) el niño necesita usar recursos desproporcionados para entender la conducta parental a expensas de lo que sería reflexionar sobre sus estados del self. Estos factores se combinan, quizás,  para hacer que los niños con apego desorganizados se conviertan en agudos lectores de la mente del cuidador/a en determinadas circunstancias, pero (nosotros sugerimos) pobres lectores de sus propios estados mentales.

3. El cambio desde la realidad psíquica dual a la singular (única)

    En dos trabajos anteriores hemos usado tanto la evidencia clínica como la proveniente de la investigación para mostrar que la experiencia normal de la realidad psíquica no es una propiedad inherente de la mente sino, más bien, un logro evolutivo (Fonagy y Target, 1996; Target y Fonagy, 1996). Es la consecuencia de una exitosa integración de dos modos diferentes de diferenciar entre lo interno y lo externo. Consideramos al l desarrollo del niño como cambiando normalmente desde una experiencia de la realidad psíquica en la cual los estados mentales no son considerados como representaciones, a una visión crecientemente compleja del mundo interno, la que tiene como sello la capacidad para mentalizar, para pensar flexiblemente acerca de los pensamientos y sentimientos en los otros y en uno mismo. Inicialmente, la experiencia del niño de la mente es como si fuera un aparato de grabación, con correspondencia exacta entre estado interno y realidad externa. Nosotros usamos el término "equivalencia psíquica" para denotar este modo de funcionamiento, para enfatizar que para un niño pequeño los acontecimientos mentales son equivalentes en término de poder, causalidad e implicaciones, a los acontecimientos en el mundo físico. Equiparar lo interno a lo externo es, inevitablemente un proceso a doble vía. No solamente se sentirá el niño pequeño compelido a equiparar la apariencia con la realidad (lo que parece, es lo que es) sino que también las representaciones internas distorsionadas por la fantasía serán proyectadas sobre la realidad externa de una manera no modulada por la comprensión de que la experiencia del mundo externo pudiera estar siendo equivocadamente construida de esta manera.

    Quizás porque puede ser aterrorizante que los pensamientos y sentimientos sean experienciados como concretamente "reales", el niño desarrolla una forma alternativa de construir estado mentales. En la "modalidad de simulación" (Trad.: "hacer como si",) el niño experiencia los sentimientos e ideas como totalmente representacionales, o simbólicos, como no teniendo ninguna implicación para el mundo exterior. Aún cuando el niño de 2 años de edad sepa que su simulación de ser un policía no es real, no es porque él comprenda que  está siendo un "policía simulado" sino, más bien, porque el modo de realidad psíquica que prevalece en ese momento presupone una estricta separación con respecto a la realidad (Gopnik y Slaughter, 1991). Por lo tanto, su juego por sí mismo no forma un puente entre la realidad interna y externa. Solamente gradualmente, y a través de la estrecha participación de otra mente que puede simultáneamente mantener juntas la simulación del niño y las perspectivas reales, esta integración de dos modalidades da lugar a una realidad psíquica en que las ideas y sentimientos son conocidas como internas, aunque en estrecha relación con lo que está afuera (Dunn, 1996).

    Normalmente el niño entonces integra estas modalidades alternativas para llegar a la capacidad de mentalizar, o modalidad reflexiva, en la cual los estados mentales pueden ser vividos como representaciones. La realidad interna y la externa pueden entonces ser vistas como relacionadas,  aunque  son aceptadas como que difieren de maneras importantes, y no tienen entonces que ser igualadas o disociadas una de la otra (p.ej. Gopnik, 1993). La capacidad de mentalizar pasa a existir a través de la experiencia del niño de que se ha reflexiona sobre sus estados mentales, por ejemplo, a través del juego seguro con un padre/madre o con un niño mayor. De una manera juguetona, el cuidador/a otorga a las ideas y sentimientos del niño (cuando él está "solamente haciendo como sí") un vínculo con la realidad a través de indicar la existencia de una perspectiva alternativa, la que existe por fuera de la mente del niño. El padre/madre o niño mayor también muestra que la realidad puede ser distorsionada actuando sobre ella de una manera juguetona, y a través de esta actividad lúdica una experiencia mental simulada pero real puede ser introducida.

    El desarrollo del niño y la percepción de los estados mentales propios y de los  otros depende, por lo tanto, de su observación del mundo mental de su cuidador/a. Él es capaz de percibir estados mentales cuando el cuidador/a está en una modalidad, compartida con el niño, de juego de de hacer como si (por tanto la asociación entre la modalidad de "hacer como" y la primitiva capacidad de mentalizar), y muchas interacciones comunes (tales como el cuidado físico y el calmar, o conversaciones con compañeritos) también implicarán tal actividad mental compartida. Esto es lo que hace que sean inherentemente intersubjetivas las concepciones que se tengan sobre estados mentales tales como el pensar; la experiencia compartida es parte de la estricta lógica de las concepciones sobre los estados mentales.

    Para anticipar de alguna manera el tema que abordaré esta tarde, en niños traumatizados, las emociones intensas y conflictos conducen a una falla parcial de esta integración, de modo que los aspectos de la "modalidad de simulación" ("hacer como") de funcionamiento se convierten en parte de una modalidad psíquica equivalente a vivir la realidad. Esto puede ser debido a que cuando el maltrato ha tenido lugar dentro de la familia, la atmósfera tiende a ser incompatible con que el cuidador "juege con" los más oprimentes aspectos de los pensamientos del niño; éstos son a menudo perturbadores e inaceptables para el adulto, de manera semejante a como lo son para el niño. La rígida, controladora conducta del niño preescolar con una historia de apego desorganizado es, por lo tanto, vista como surgiendo a partir de una falla por parte del niño para moverse más allá del modo de equivalencia psíquica en relación a ideas o sentimientos específicos, de manera que él siente a éstos con la intensidad que pudiera esperarse que ellos tuvieran si fueran acontecimientos externos que estuvieran ocurriendo.

    En la relación insegura, serán las defensas del cuidador aquello que tenderá a ser internalizado, y el malestar del niño es repetidamente evitado. De aún mayor importancia,  el proceso del desarrollo del self ha sido comprometido. Las relaciones inseguras padres-niños pueden ser consideradas como que establecen las bases para subsecuentes distorsiones de la personalidad de dos maneras. Estas corresponden a los dos modos de vivir la realidad psíquica. La madre puede hacerse eco del estado del niño sin modulación,  como  en la modalidad de equivalencia psíquica, concretizando o entrando en pánico ante la perturbación del niño. O, ella puede evitar reflexionar sobre el afecto del niño a través de un proceso similar a la disociación,  que  coloca efectivamente a la madre en una "modalidad de como sí"  no relacionada con la realidad externa, incluyendo al niño. La madre puede entonces ignorar el malestar del niño, o traducir a éste como si fuera enfermedad, cansancio, etc.. Ambas condiciones despojan a la comunicación del niño del potencial de tener un sentido que él pueda reconocer y utilizar. Puede también conducir a un intercambio entre la madre y el niño en que se interpretan los sentimientos en términos físicos, de modo que el estado físico es la cosa "real". Lynne Murray (1997), en su trabajo con madres afectadas de depresión puerperal,  ha ofrecido algunas vívidas ilustraciones de tales madres que ofrecen una realidad alternativa marcada por la exageración asociada con afirmaciones no respaldas por la realidad, no relacionadas con la experiencia del infante. Los observadores psicoanalíticos de este tipo de interacción identificarían rápidamente la operación de negación masiva e, incluso, de defensa maníaca. El infante no ha sido capaz de encontrar una versión reconocible de sus estados mentales en la mente de la otra persona, y la oportunidad de adquirir una representación simbólica de estos estados se ha perdido, y un patrón de apego desorganizado es lo que puede derivar a continuación.

Conclusión

    En resumen, el niño con apego seguro percibe en la actitud reflexiva de su cuidador/a una imagen de sí mismo como deseante y con creencias. Ve que el cuidador/a lo representa a él como un ser intencional, y esta representación es internalizada para formar el self.  El "Yo pienso, por lo tanto yo soy" no constituirá el  modelo psicológico del nacimiento del self. Quizá se acerque más a la realidad el  "Ella piensa de mí como pensando y, por lo tanto, yo existo como un pensador". Si la capacidad reflexiva del cuidador/a le ha permitido a él/ella describir adecuadamente la actitud intencional del niño, entonces éste tendrá la oportunidad de "encontrarse a sí mismo en el otro" como un ser con capacidad de mentalizar. En el núcleo de nuestros "selves" está la representación de cómo nosotros fuimos vistos. Nuestra capacidad reflexiva es, por tanto, una adquisición transgeneracional. Nosotros pensamos de los otros en términos de deseos y creencias porque, y en la medida en que, nosotros fuimos pensados como seres intencionales. Solamente siguiendo este proceso de internalización puede el desarrollo de la percatación de los estados mentales en nosotros ser generalizado a otros, incluyendo al cuidador/a.

    La teoría de la función reflexiva transgeneracional tiene estos componentes: 1.-Suponemos que la internalización de las representaciones de segundo orden de los estados internos depende de la reflexión sensible por parte del cuidador/a y ofrece los ladrillos con lo cuales un modelo interno reflexivo  con el que se trabaja es construido. 2.- El gradual cambio desde una actitud teleológica hacia una  intencional está intrínsicamente ligado a la experiencia de seguridad del niño en la exploración de la mente del cuidador/a para descubrir los sentimientos y pensamientos que pudieran dar cuenta de su conducta. Es innecesario decir que esta es más fácil y más segura en el contexto de una relación de apego seguro. 3.- El cuidador/a hace una contribución adicional importante, quizás de manera aún más significativa en una etapa ulterior. De manea prototípica, mientras está involucrado en un juego de "hacer como si" con el niño, el cuidador/a implica simultáneamente al mundo interno del niño mientras retiene una perspectiva basada en la realidad externa. Esto es análogo a las discusiones psicoanalíticas sobre el impacto cognitivo de la tríada edípica, en que la realidad compartida de dos personas es bruscamente experienciada desde el punto de vista del tercero. La implicación parental en el mundo interno del niñó lleva a éste más allá de la concepción de sus mentes como una replica del mundo externo.

    Estos tres componentes (la representación de segundo orden del afecto, la representación intencional del cuidador/a  y, por último, la representación intencional del self) equipan al niño para enfrentar a una realidad social algunas veces inadecuadamente dura. Yo continuaré argumentando que el establecimiento sólido de una función reflexiva tiene un efecto protector y, por contraste, su estatus relativamente frágil señala una vulnerabilidad para traumas ulteriores. Considero que el apego seguro y la función reflexiva son construcciones que se solapan, y la vulnerabilidad asociada con el apego inseguro subyace primariamente a la desconfianza del niño para concebir al mundo en términos de realidad psíquica más que en términos de realidad física. Producido un trauma de suficiente intensidad, incluso un vínculo seguro puede derrumbarse a veces, y en ausencia de presiones psicosociales la función reflexiva puede ofrecer sólo una ventaja evolutiva marginal. Para comprender el trastorno severo de personalidad, como  espero veremos (Trad.:se refiere al trabajo que aparecerá en el No. 4 de Aperturas Psicoanalíticas), es importante que  estemos entonados con la capacidad de nuestros pacientes usar el  lenguaje de los estados mentales tanto para la organización del self así como para la comprensión social.

Ver "Apegos Patológicos y Acción Terapéutica" continuación de este trabajo del mismo autor.

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* Copywright: Peter Fonagy, PhD, FBA

 

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