aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 008 2001 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas 8

Hecho clínico-hecho social

Autor: Vinocur de Fischbein, Susana

Palabras clave

Co-construccion, Creacion de objeto transicional, Hecho clinico, Hecho social, Realidad material (social), Realidad psiquica.


“Only the genius finds what he is not looking for, the rest of us have to be content with re-discovering the discovered for ourselves”
Alienation in perversions.
M. Masud R. Khan
Introducción
El título de este trabajo presupone una antinomia entre el campo privado de lo clínico y el campo público de lo social respecto de lo que sería categorizable como un hecho relevante a la práctica psicoanalítica. El psicoanálisis, al igual que otras ciencias, posee un método que le es propio y singular, adecuado a sus metas. Precisamente, una de las más importantes contribuciones del psicoanálisis ha consistido en hacer evidente que tanto una teoría científica acerca de hechos empíricos como una descripción de hechos psíquicos están sujetas a los efectos del inconsciente. De ahí que el psicoanalista en el contexto de la sesión tiene presente su doble función de “observador científico” (con todo el matiz de “objetividad” que tal función conlleva) y de “operador clínico” (con el todo el matiz inherente a la subjetividad puesta en juego en su quehacer).
Desde este vértice desearía desarrollar algunas reflexiones en torno al proceso de abordaje de un “hecho social” y su transformación, vía un movimiento paradojal de pensamiento, en “material analizable”. Comprendemos que un “hecho social” muchas veces va más allá de situaciones críticas originadas por la actualidad que les toca vivir tanto al paciente como al analista, inmersos en y sujetos ambos a un entorno en el que ciertas situaciones sociales simultáneamente vivenciadas (y por lo tanto, compartidas) no pueden sino ejercer impacto sobre ellos, aunque su manifestación paradójicamente sólo emerja en ocasiones a la manera de un comentario marginal o, negativamente, por omisión.
 
Los hechos son los hechos
La enunciación de simples y obvias tautologías carecería de sentido, es decir, no tendría en principio ninguna significación comunicativa. Sin embargo, puede transmitir mucho. “Los hechos son los hechos” es una de esas tautologías que nos llevan a inferir que si algo que existe es considerado “un hecho”, lo observemos desde donde lo observemos, éste será un hecho objetivo, algo muy distinto de la “idea de hechos”, de una “ilusión” o de una “apariencia de hechos”, o bien que es necesario aceptarlos tal como son, sin falsearlos o tergiversarlos. Podríamos fácilmente acordar que algo es un “hecho” cuando se ha cumplido efectivamente y que su “realidad” es innegable (Ferrater Mora, 1951)).[i]
Realidad psíquica, realidad social, una perspectiva psicoanalítica
La inclusión del término “realidad” ineludiblemente nos lleva a definir otra antinomia que habitualmente se presenta como propia del psicoanálisis: la atinente a la realidad psíquica versus lo que categorizaría como una clase de realidad material: la realidad social. Sin embargo, esta oposición o contradicción encierra la condición de complementariedad en tanto no hay posibilidad de constitución de una realidad psíquica sin la contribución y el interjuego de elementos provenientes de la realidad material.
Sabemos que la historia de la noción de realidad psíquica se remonta al forzado abandono de la teoría de la seducción y marca el inicio del valor de las fantasías, que aun cuando no se sustenten en sucesos reales, llegan a adquirir el mismo efecto patógeno que Freud en un comienzo les adjudicara a las “reminiscencias”. La realidad psíquica, intrínsicamente ligada a los procesos inconscientes, que involucran vivencias, experiencias, afectos, representaciones, fantasías, pensamientos, deseos, no sólo no toma aparentemente en cuenta a la realidad material sino que la sustituye con una resistencia y consistencia comparables a las de aquélla. En este sentido, las fantasías primordiales y sus derivados (mitos, sueños, síntomas) constituyen el paradigma de los contenidos mentales pertenecientes al dominio de “realidad psíquica”.
Sin embargo, ni Freud ni sus sucesores se encerraron en teorizaciones que ignorasen el peso de la realidad factual y social en la estructuración del psiquismo subjetivo. De hecho, en “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), Freud introdujo las polaridades que remiten a las relaciones involucradas entre el sujeto y las exterioridades que le significan su cuerpo y el mundo cualificándolas de real, económica y biológica sucesivamente: sujeto (yo)-objeto (mundo exterior), placer- displacer, activo-pasivo. Más tarde, en “El yo y el ello” (1923), afirmó que el aparato psíquico es el espacio que surge de los intercambios entre interior y exterior, espacio en el que las instancias yo -ello se diferencian, modifican y/ o alteran por el mutuo influjo de lo externo (a través de la percepción-conciencia) y lo interno (fuerza de lo pulsional).
Precisamente, apoyándose sobre las polaridades anteriormente mencionadas, J. Puget y col. (1993) propusieron una cuarta polaridad: yo-Otros. Ésta, denominada social, surge de la necesidad de reconocer que “la estructura social en la que estamos inmersos [...] imprime un sello propio a las representaciones mentales correspondientes a los vínculos que establece el sujeto con el conjunto de los semejantes que integran la comunidad”. Se fundaría así otro espacio psíquico que, más allá de lo intra-subjetivo y lo inter-subjetivo, alojaría a las representaciones correspondientes a lo trans-subjetivo, es decir, los vínculos entre el yo y el mundo cultural.
Previamente Piera Aulagnier, autora también comprometida en el análisis de la realidad social, nos había señalado al discurso efectivo de la madre como portador de significación”. La madre sería para esta autora “portavoz de un orden exterior cuyas leyes y exigencias ese discurso enuncia” (Aulagnier, 1975). Desde los inicios de la vida psíquica los enunciados maternos, transmisores del deseo de los padres adquirirían fuerza perlocutiva en la atribución de significados, en la designación de vivencias, en la catectización de los valores propuestos por la cultura. De este modo, en el afuera próximo al sujeto, la microsociedad familiar que lo rodea cobraría el valor de un delegado metonímico de la sociedad en su conjunto, y como tal devendría objeto de la percepción e investimiento libidinal de aquél.
Estas afirmaciones de ningún modo implican que la función del padre como introductor del mundo social y cultural quede relegada, sino más bien prologada y sostenida por la madre. Su propio poder se escucha a través del doble código que se inscribe, no sólo por el precepto: “Deberías ser así (como tu padre)”, precepto que adquiere fuerza por la identificación; sino por la prohibición: “No puedes ser así (como tu padre), es decir, no puedes hacer todo lo que él hace; algunas cosas son su prerrogativa” (Freud, 1923); prohibición que deviene eficaz por la amenaza de castración. (Mi traducción).(Mi bastardilla). (Vinocur de Fischbein, 1998).
Comprobamos así que el orden cultural se registra en el psiquismo del sujeto a la vez en forma singular y compartida, como hijo y como miembro de la sociedad. El orden social contribuye, desde esta última perspectiva, a modelar el ideal del yo, cuya función se torna esencial para moderar tanto la intensidad de las emociones y de los pensamientos constitutivos de las valoraciones intrapsíquicas, así como las concordancias y los desacuerdos que se plasman en la interacción de los sujetos y que contribuyen a la constitución de la autoestima y del sentimiento de sí. El ideal del yo se instaura como la vía preferencial de acceso de las representaciones culturales al psiquismo subjetivo, determinando inconscientemente las actitudes y conductas individuales. Ciertas corrientes antropológicas actuales sostienen que las así llamadas “representaciones públicas” (Sperber, 1996) tejen una red representacional del orden social, en la que se despliegan los enunciados culturales, desde los conocimientos científicos hasta las creencias y mitos compartidos. Desde nuestro enfoque no nos sería posible pensar psicoanalíticamente en esta red, postulada por dichas teorías, sin un sostén en una apoyatura narcisista y en los diversos grados de diferenciación entre el yo y su ideal, que a su vez hará posible el doble enlace de la identificación y del posicionamiento del objeto en el lugar del ideal del yo, como “actos psíquicos” que garantizan a los sujetos su pertenencia a y su permanencia en el conjunto social. (Freud, 1914, 1921).
La existencia de una realidad exterior social, sustentadora de valores e instituciones y productora de acontecimientos no nos es ignorada, ni nos es indiferente. Nos involucra tanto como a nuestros pacientes. Sabemos que junto a la necesidad de cierta represión de lo pulsional en beneficio de lo cultural, como una exigencia universal, se encuentran las exigencias particulares relativas a la preservación de medios sociales específicos, las que no el sujeto sino un sujeto dado debe aceptar. La gradación desde una total aceptación hasta un total rechazo de esas exigencias inevitablemente subyace a la escucha analítica. El sujeto-analista no deja de ser “sujeto-social” (Aulagnier, 1979), cuyas opiniones (conscientes) y valoraciones (inconscientes) forjan sus juicios (y prejuicios) acerca de las imposiciones de la realidad social. Su evaluación “de lo que de ellas es necesario, útil o excesivo” (Puget, 1995), y aún más, perjudicial, añadiría, intervendrá en su funcionamiento como analista.
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¿Qué es entonces un hecho social para la sociología?
Antes de ocuparnos del hecho clínico en el campo del psicoanálisis y con el propósito de marcar las diferencias conceptuales entre una teorización psicoanalítica de lo social y su intrincación en lo psíquico subjetivo, tal como se consideró anteriormente, y una teoría que deja de lado estos elementos, revisaré brevemente qué se entiende por hecho en el campo social. A este fin he recurrido a la visión ya clásica de Durkheim.
Precisamente, este autor, al intentar delinear una ciencia de lo social, con un objeto de estudio propio, cuyo dominio no se confundiera con el de la biología o con el de la psicología, y reconociendo que el término “hecho social” se utiliza sin precisión al designar a casi todos los fenómenos que ocurren en la sociedad, se preocupó por definirlo. Describe así una serie de hechos que no sólo preceden al individuo como miembro de la sociedad, sino que existen por fuera de su propia conciencia y ya sea que los “utilice” o no, tienen lugar en la sociedad en que vive y se le imponen. Pueden ser éstos desde creencias o dogmas religiosos, hasta reglas legales o morales, desde hábitos de culto, hasta modos de vestirse, desde el sistema monetario hasta el sistema de pensamiento imperante en su sociedad. Ésta es una categoría de hechos que consiste en maneras de actuar, pensar y sentir, fijas o no, investidas de un poder coercitivo externo al individuo, en virtud del cual ejerce un control sobre él. Aclara Durkheim que consisten de representaciones y acciones, que no pueden confundirse ni con los fenómenos orgánicos ni con los psíquicos que, por otra parte, no tienen existencia sino en y por la conciencia del individuo. Constituyen una nueva especie de hechos y al no tener al individuo como sustrato sino a la totalidad de la sociedad política o a cualquiera de los grupos parciales que la conforman, sólo a ellos debe asignárseles la denominación de sociales y pertenecen al campo propio de la sociología.
Para Durkheim, “lo que constituye hechos sociales son las creencias, tendencias y prácticas del grupo tomado colectivamente”, no así los pensamientos que se encuentran en la conciencia (¿equivaldrá a lo psíquico?) de cada sujeto; ni los movimientos de éste, aunque fuesen repetidos por todos ellos, devienen por este motivo hechos sociales. Las formas que estos estados colectivos asumen una vez que se refractan a través de los sujetos son elementos de una clase diferente. Lo que irrefutablemente demuestra esta dualidad de clase es que ambas categorías de hechos frecuentemente se manifiestan disociadas entre sí. Le preocupa probar que los hechos sociales existen separadamente de sus efectos individuales. Y aún cuando esta disociación no sea inmediatamente observable, serán los dispositivos metodológicos los que permitan hacerla, preferentemente los métodos estadísticos. (Por ejemplo, ciertas corrientes de opinión, cuya intensidad es variable según el momento y país de que se trate, nos pueden impulsar hacia el casamiento o el suicidio. Estas corrientes son llanamente hechos sociales, ya que las circunstancias subjetivas que podrían intervenir en la producción del fenómeno es posible que se cancelen entre sí (nuestro interrogante sería: ¿por su diversidad o singularidad, quizás?) y consecuentemente no contribuir a determinar la naturaleza de éste. Los fenómenos sociales expresan un cierto estado de la mente colectiva y sus manifestaciones privadas no lo son en sentido estricto ya que dependen, según este autor, de la constitución orgánica y psíquica del sujeto. Sin embargo, también contienen algo de social ya que parcialmente reproducen el modelo colectivo. Al depender de ambos dominios simultáneamente podrían denominarse socio-psíquicos. Por otra parte, la sociología no se disocia totalmente de la naturaleza de las partes elementales que constituyen la sociedad, de lo que concierne al substrato de la vida colectiva.
En síntesis: Un hecho social es cualquier manera de actuar, incluso de ser, que haya sido consolidada, es decir, que sea general sobre la totalidad de una sociedad dada, mientras tenga una existencia propia, independientemente de sus manifestaciones individuales, capaz de ejercer un poder de coerción externa sobre los sujetos; poder, a su vez, reconocible debido a la existencia de alguna sanción pre-determinada, o a través de la resistencia que el hecho opone a cualquier acción individual que lo amenace.
Hasta aquí una conceptualización sociológica de “hecho social”.
La acepción filosófica de “hecho”
La filosofía se ha ocupado desde diferentes ángulos de la noción de “hecho” (Ferrater Mora, 1951). Una historia filosófica de ésta noción sería no sólo larga sino además complicada. Seleccionaremos, por lo tanto, y muy brevemente, aquellos datos pertinentes a nuestra perspectiva psicoanalítica, ya que estas teorías subyacen más o menos inconscientemente a nuestras lecturas clínicas y conceptualizaciones metapsicológicas. La referencia a un hecho puede ser, según los casos, a un hecho (fenómeno o proceso) natural, o a uno humano (una situación determinada). Se puede destacar en él tanto su realidad hic et nunc como la idea de un proceso temporal. A veces se ha considerado el hecho como el resultado de un hacer, otras como el principio de lo verdadero. Desde el positivismo clásico (Comte), no cabe duda que se ha enfatizado que solamente los “hechos brutos” o los “hechos generales” (complejos o prolongaciones de hechos brutos) son realidades “positivas”, objeto de conocimiento efectivo. Desde la vertiente opuesta de la fenomenología se ha destacado la diferenciación y simultáneamente la inseparabilidad de “hecho” y “esencia”. Para Husserl todo hecho es contingente, o sea que podría ser “esencialmente” algo distinto de lo que es.
Nos atañe también la consideración acerca de las diversas clasificaciones de los hechos: en hechos físicos, psíquicos, sociales, históricos; o naturales y culturales, algunas veces éstos últimos son interpretados como históricos. Se ha debatido extensivamente acerca de si esta clasificación está bien fundada ya que, por ejemplo, las características de ser “únicos”, “irrepetibles “ e “irreversibles” adjudicadas a los históricos, ¿podrían también aplicarse a hechos físicos? En cuanto a los históricos, también es relevante a nuestra perspectiva su caracterización en niveles: describibles, narrables y plenamente historiables.
Por último, una clasificación más abarcativa que pretende comprender en general todos los tipos de hechos es la propuesta por M. Scheler (1958). De acuerdo a este autor hay tres clases fundamentales de hechos: 1) Los hechos “fenomenológicos”, hechos primarios u originarios, anteriores a toda interpretación o construcción. Son hechos puros, cuyo contenido son los fenómenos, no las apariencias, aprehendidos por medio de la intuición fenomenológica, “independientes de las funciones sensibles por las cuales o en las cuales son dados”. Éstos a su vez se dividen entre los puramente “lógicos” o de la esfera formal y los “materiales”, que son como universales concretos. 2) Los hechos dados en la concepción natural del mundo, los “hechos del sentido común” que aparecen a la percepción ordinaria, y 3) Los “hechos científicos”, tratados por las ciencias, resultado de “construcciones “ que pueden interpretarse de diversos modos.
“En el bosque”
Un cuento del escritor japonés R. Akutagawa, inmortalizado a través de la película Rashomon, nos permite a modo de viñeta clínica ejemplificar cómo le es posible a nuestra percepción organizar y dar forma de “hechos”, de “sucesos reales en tiempo y espacio”, según define el diccionario, a los datos recolectados por nuestra sensorialidad y filtrados por nuestras experiencias inconscientes y concientes. Es decir, habría aquí una categorización realizada desde un mundo básicamente subjetivo, fundado desde los procesos de resignificación.
He aquí la historia: Un cadáver es encontrado en un bosque al pie de una montaña. ¿Se trata de un asesinato, de un duelo o un suicidio? Las diferentes versiones a modo de declaraciones al oficial investigador surgen de labios del leñador que encuentra el cadáver, del monje budista que se había cruzado con la pareja del que sería el muerto y su mujer, en el camino el día anterior, de la suegra del muerto que busca a su hija desaparecida tras el “asesinato”, del soplón que captura al bandido, supuesto asesino del hombre y violador de la mujer, del bandolero que apelando a la avaricia del hombre con una historia de tesoros enterrados guía a la pareja hasta la espesura del bosque, viola y seduce a su mujer, pero al ser también seducido por ella decide matar a su contrincante en un duelo frontal; de la confesión de la mujer que no toleró el extraño resplandor de los ojos de su marido tras la violación y decide matarlo y matarse, y finalmente del espíritu del hombre-muerto-asesinado, quien al tiempo que rescata la actitud del bandolero frente a la traición de la mujer seducida por las palabras de su violador, acusa a ésta de haber malentendido su mirada. Entonces, tras la partida del bandido y la huída de su mujer decide suicidarse.
Cada una de las versiones de la historia agrega detalles al “hecho crudo” o “bruto”, original de una muerte. Los relatos de los sucesivos personajes, especialmente los tres últimos, los de los protagonistas, van expresando emociones y pasiones encontradas que se superponen como capas de cebolla y construyen sentidos subjetivos que nos permiten reinterpretar a posteriori los hechos de la historia. El climax se desencadena por el deseo y el odio (deseo del bandido por la mujer, deseo del marido por el tesoro y luego el odio del marido hacia su mujer que cede ante el bandido, deseo de la mujer seducida por el bandido), deseo y odio que provocan palabras y miradas de los actores: palabras seductoras del bandido, miradas del marido malentendidas por la mujer, palabras y miradas de la mujer, malinterpretadas por el marido. Deseos, palabras y miradas, fundamentos de interpretaciones subjetivas que destacan o suprimen elementos de la percepción identificando y/ o constituyendo hechos según su significatividad para cada uno de los protagonistas. ¿Cómo conciliar la fidelidad de un registro de la realidad exterior con la coexistencia de las pasiones, podríamos decir del mundo pulsional, que implica un designio vinculado a la búsqueda de un objeto apto para su satisfacción? ¿Cuál es la categoría entonces a la que pertenecen estos hechos: al mundo de lo físico, al mundo de lo psíquico? ¿Se encuentran estos mundos totalmente divorciados?
Este relato nos arroja de lleno en una de las dificultades básicas, una paradoja a resolver: está por un lado el “hecho en sí”, elemento del mundo externo, que aparentemente se le impone al observador como un dato sensorial evidente, la evidencia de lo visto: nadie duda y no se ha desmentido que haya un cadáver. Pero, como ya hemos visto, los sucesivos relatos subjetivos, las palabras oídas, elementos sensoriales provenientes del mundo interno, permiten construir teorías que dan razón de ese hecho y de allí surgirán diversas interpretaciones de éste: ¿Se trata de un duelo, de un asesinato o de un suicidio?
Esta historia da cuenta, una vez más, de que no hay observación, y consecuentemente no hay hecho, que esté por fuera del marco teórico dentro del cual se lo percibe. La observación recorta lo material de modo tal que el hecho se define en función de una preconcepción teórica ya dada aunque no siempre explicitada. Los datos se transforman en hechos cuando se sitúan y resignifican en un contexto pertinente. La conceptualización constituye un segundo tiempo, el tiempo del a posteriori, en el que se reflexiona sobre lo observado, los datos recogidos y reconocidos por el alcance y los límites subjetivos de la percepción y luego considerados como hechos a partir de un proceso de pensamiento.
Una acotación más concerniente al tema de las diferencias en las versiones que nos brinda “En el bosque”. En principio, que una observación en cualquier campo sea creíble es una cuestión de convención social. Cualquiera de las versiones: la del bandido, la de la mujer o la del espíritu del marido son plausibles. Los tiempos cambian, nuestras teorías y todo aquello que dábamos por sentado puede que cambie también. Aunque lo plausible cambie también por el influjo de la cambiante teoría sobre nuestra observación, y los hechos, tanto los del “sentido común tal como aparecen a la percepción ordinaria”, como los “hechos científicos” sean resultados de construcciones diversamente interpretables, eso no significa en absoluto que toda construcción sea válida.
Otra breve ejemplificación que concierne precisamente a la posibilidad de categorizar un hecho desde un modelo teórico-ideológico. Unos pocos meses atrás, pudimos leer en los diarios acerca de cómo se puede intentar crear o abolir hechos: partiendo de una definición puramente ideológica, determinar cuáles son o no son hechos realmente sucedidos, y en este caso particular, lisa y llanamente denegar la existencia de hechos sucedidos. Un historiador revisionista, David Irving, quiso hacer valer esta clase de relativismo cultural para abolir el hecho del Holocausto. En su libro,“La guerra de Hitler”, Irving cuenta la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva de aquél. Hitler, según este investigador, nunca había ordenado el Holocausto y, de hecho ni sabía qué estaba ocurriendo. En 1988, Irving comenzó a aseverar abiertamente que el Holocausto jamás había ocurrido. A su vez una historiadora especializada, Déborah Lipstadt, publicó en 1995 el primer libro en el que analizaba las tendencias y argumentos utilizados por Irving y otros en su pretensión de demostrar “científicamente” la existencia de una “gran mentira judía”. En 1999, Irving le inició un juicio a Lipstadt en Londres, por calumnias. La historiadora se vio por lo tanto obligada a demostrar, a través de un trabajo técnico de 450 páginas y de un panel de notables que testificaron a su favor, que Irving mentía al negar la existencia del Holocausto.
Un intento de articulación
La necesidad de definir de algún modo la entidad hecho clínico psicoanalítico involucra relevantemente no sólo nuestra clínica cotidiana (como su mismo nombre lo indica) con los pacientes sino además nuestra personal posición teórica apuntalada frecuentemente en forma implícita, y sin un exhaustivo rigor epistemológico, en alguna de las nociones filosóficas anteriormente consideradas. La variada y rica literatura al respecto muestra la existencia de acentuadas divergencias: desde la postura hermenéutica más extrema hasta la radicalmente empirista.
La primera afirmará que no hay hechos en sí, y por lo tanto no los habrá clínicos tampoco, sino que es función del psicoanalista construir un todo coherente, buscando las verdades del sujeto mediante la interpretación, la construcción y la reconstrucción, verdades concebidas como relatos o narrativas que crean y organizan las historias de vida. Las narrativas no constituirían meras versiones sobre la realidad, sino que por medio del compartido trabajo dialógico de interpretación y construcción llevado a cabo por el paciente junto al analista, abrirían el acceso a una resignificada verdad histórica, cuya verosimilitud tendría eficacia terapéutica (Viderman, 1970), (Spence, 1982, 1994), (Schafer, 1980, 1994).
Es decir, esta posición se fundamentaría no sólo en una consideración de los hechos tal como los abordaría un historiador: describibles, narrables, plenamente historiables (Ricoeur, 1975), sino además como el resultado de construcciones interpretables de diferentes modos. En este punto el analista deviene enteramente dependiente de la teoría que sustenta.
La segunda, enfatizará que la emergencia de hechos en la situación clínica es más dependiente de la capacidad intuitiva y observacional del analista que de las teorías (Ahumada, 1994). El hecho clínico remitiría así a un conjunto especial de conductas en la situación terapéutica de la cual es un evento (Issaharoff, 1996). Esta posición está obviamente más emparentada con la perspectiva positivista, los hechos como fenómenos o procesos temporales, dotados de una realidad hic et nunc.
No es el objetivo de este trabajo plantear un rastreo de las diferentes perspectivas concernientes a las conceptualizaciones de los hechos en la clínica, sino subrayar que el psicoanálisis es una disciplina cuya teorización es abarcativa de hechos de diferente y muy especial naturaleza. El psicoanálisis no sólo recolecta hechos tan observables como los que designamos como formaciones del inconsciente (sueños, síntomas, lapsus, actos fallidos, actings out), y yendo más allá, lo que queda por fuera de lo representacional (pasajes al acto), sino que además ha descubierto categorías que estructuran nuestra percepción y experiencia del mundo (O´Shaugnessy, 1994). Categorías tales como las que se derivan de las fantasías originarias, de las teorías sexuales infantiles, del Complejo de Edipo, o del accionar de las Pulsiones de Vida y Muerte, Principios de Placer y de Realidad, Compulsión de Repetición, que se añaden a las ya descritas por Kant como categorías de la mente: espacio, tiempo y causalidad, a través de las cuales nos aproximamos a lo que asumimos como la realidad objetiva.
Posiblemente la asociación de las palabras clínico y hecho facilite el malentendido de que el hecho clínico concierna primordialmente al dominio de la realidad material, debido a que la primera se vincula a la clínica médica[ii], situación que conduce a considerar a la segunda en sus sentido de “suceso real en el tiempo y espacio”. Pero en nuestro ejercicio clínico, en el contexto de la situación analítica, el dominio de la realidad es como bien sabemos la escena de la realidad psíquica, campo de la intersubjetividad, situación que no implica ni la no existencia de la observación ni la dominante ausencia de objetividad.
Ahí donde desde la sociología se impone una disyunción o escisión (subjetivo/ social; externo/ interno), desde el psicoanálisis se intenta no obstante establecer una conjunción que da cuenta de la complementariedad antes mencionada. Es en este punto en el que el concepto de paradoja[iii], que integra no sólo contrarios sino lo simultáneo en tiempo y espacio, al adquirir riqueza metafórica en su traslación y utilización psicoanalítica a través de las ideas de Winnicott y otros (Searles, Racamier, Anzieu), nos abre un campo fértil para intentar dicha conjunción[iv].
Específicamente, la propuesta de Winnicott, tal como la expresa en “Juego y realidad” (Winnicott, 1971), coloca a la paradoja como eje de los fenómenos de la transicionalidad:
“Creo que ahora está generalmente reconocido que a lo que me refiero en esta parte de mi trabajo no es la tela ni el osito que usa el bebé-no tanto el objeto usado como el uso del objeto. Llamo la atención sobre la paradoja involucrada en el uso del pequeño de lo que he denominado el objeto transicional. Mi contribución es solicitar que se acepte y tolere una paradoja, y que se respete que no se haya resuelto. Por la huída a un funcionamiento intelectual escindido es posible resolver la paradoja, pero el precio es la pérdida del valor de la paradoja misma.”
“Esta paradoja, una vez aceptada y tolerada, cobra valor para todo ser humano que no sólo está vivo y vive en este mundo sino que es susceptible de enriquecerse infinitamente por la explotación del lazo cultural con el pasado y con el futuro”. (p.xii) (Mi traducción, mi bastardilla)
La experiencia analítica en sí misma da origen a paradojas. La inclusión de la idea de realidad psíquica, aparentementecontraria a una realidad material, pero cuya virtualidad no deja sin embargo de producir efectos sobre esta última (otro aspecto de la complementariedad), sirve a la incorporación y transformación, como nuevos contenidos de un continente psíquico (Bion, 1963), de los hechos que le pertenecen. La “tolerancia de la paradoja”, consistiría en aceptar que el trabajo del análisis constituye una experiencia intermedia que se despliega en una zona transicional, zona que actúa como bisagra entre la realidad externa y el mundo interno, permitiendo una continuidad entre ambos. En el devenir de un tratamiento, el “hecho social” se abriría lugar incorporándose al psiquismo como un hecho nuevo que se integra y cambia sentidos.
Como analistas, por obra de la transferencia, también ocupamos un espacio transicional en el que estamos y no estamos, en el que somos y dejamos de ser, en el que adquirimos suprema importancia y nos volvemos intangibles, en el que los objetos no son ni totalmente internos ni totalmente externos. Nuestra función, respecto de los hechos sociales, sería no sólo la de proveer el ambiente facilitador (campo dinámico intersubjetivo) sino además, frente a la presencia de un objeto concreto (hecho real-social), propiciar la “creación de un nuevo objeto transicional” (su transformación en hecho clínico) a través de un trabajo fundamentado sobre el interjuego transferencial-contratransferencial, “creación” que sin duda no hubiera sido posible si ese “objeto novedoso” no hubiera ya estado allí de alguna forma.
Una viñeta clínica
Para finalizar querría exponer una viñeta clínica de un paciente joven, homosexual HIV positivo. La condición de HIV-SIDA constituye una de las más duras realidades del mundo en la última década, constituyendo la eficacia mortífera de esta enfermedad un desafío para el saber de la medicina contemporánea y no menos para el del psicoanálisis. Su calidad de epidemia, o más bien de pandemia, hace que no dudemos en ubicarla genéricamente como un hecho social, según la anterior definición (sociológica), pero...¿qué ocurre en la consulta singular del paciente afectado, sobre todo cuando nosotros los analistas también estamos con frecuencia bajo el influjo de los mismos prejuicios que los otros miembros de la sociedad, bajo los efectos de un discurso social muy efectivo en su condena? ¿Qué ocurre, además, cuando no podemos denegar que es probable que el futuro real de estos pacientes incluya fases de enfermedad, deterioro y finalmente la muerte causada indirectamente por el virus?
Fernando solicitó una consulta unos meses después de enterarse que era HIV positivo. Tenía 30 años pero por su aspecto y modo de hablar semejaba un adolescente: atractivo, de mediana estatura y delgado. El conocimiento de su HIV positivo había producido la definitiva ruptura, tras cíclicos períodos de crisis, en su relación de pareja anterior (ya que sospechaba que su partenaire había sido el causante de su contagio) y también la interrupción de una terapia, precisamente a partir de la cual había decidido hacerse los análisis.
Había recientemente iniciado una nueva relación de pareja con un joven profesional intelectual de su edad, con quien se había ido a vivir apenas dos semanas después de conocerse. He remarcado lo de joven profesional e intelectual porque la vida de F. estaba marcada por inicios de proyectos constantemente interrumpidos: tres carreras universitarias abandonadas a medio camino; tres relaciones de pareja estables con hombres mayores que él, cada una de las cuales se había prolongado con esfuerzo por varios años, alternando en algunos casos con relaciones pasajeras; sucesivos y variados trabajos, ninguno de los cuales había logrado satisfacerlo. Ahora, a su desorientación se sumaba el hecho, casi asumido con certeza, de que el proyecto de su vida misma también corría el serio riesgo de interrumpirse abrupta y dolorosamente, peligro subrayado por la muerte de su más íntimo amigo. Su motivo de consulta, sin embargo, adquirió una peculiar opacidad: se sentía a la deriva y venía en “busca de un equilibrio”, un equilibrio que ignoraba en qué consistía pero que suponía precario y sobre el que se podía inferir que inconscientemente remitía a “un sentido para su vida”.
Único hijo de una madre apenas 16 años mayor que él, fue criado prácticamente por su abuela, mujer enérgica que aún en la actualidad comanda el hogar formado por una tía soltera, deficiente mental, su madre y el segundo marido de su madre. Su abuelo había fallecido hacía pocos años y su padre había abandonado ese hogar en su niñez, formando un nuevo matrimonio en un pueblo vecino al suyo. F. tenía 3 hermanastros, hijos de ese matrimonio de su padre. Hacía muchos años que no mantenía contacto con ellos. Su relación con el padre había pasado de ser mala a inexistente. Su homosexualidad había sido aceptada con naturalidad y sin discusión por su madre y su abuela desde la temprana adolescencia, es decir, seguía siendo su niño mimado.
Los datos del pasado de F. podrían fácilmente invitarnos a formular rápidas hipótesis en torno a la falla narcisista de su identidad, su constelación edípica, el desenvolvimiento de su sexualidad y los riesgos a los que por ella se expuso, llevándonos a poner en marcha un dispositivo de tratamiento “clásico”, por así decirlo, en el que la construcción y reconstrucción de su historia de vida exhibiría sentidos más dependientes de nuestras atribuciones que de las de F. Este abordaje fue considerado prematuro e incluso iatrogénico, dadas las condiciones actuales de su vida.
Junto con el inicio de su actual relación afectiva, promotora además de que consultara, había sido contratado por una empresa en la que retomaba una actividad anterior, desvalorizada por él en cierta medida por las circunstancias en que la había ejercido (como asistente de un partenaire anterior), pero que en este nuevo contexto podía depararle mejores condiciones económicas y un “futuro” con posibilidades de progreso y profesionalización. Esta empresa le requería continuos viajes al interior y exterior del país, viajes no siempre planificados con suficiente antelación y demandantes, junto con la actividad que desplegaba, de un muy buen estado físico.
Los primeros meses de tratamiento estuvieron signados por el imperio de su realidad fáctica enfrentada desde una modalidad operatoria de funcionamiento mental (en el sentido de Marty), casi sin posibilidad de significación: los detalles de sus visitas a los médicos, los diferentes exámenes clínicos y las tensiones concomitantes a sus resultados, con especial énfasis sobre los valores numéricos de éstos. Por otra parte estaban además las frecuentes rupturas al encuadre, debido a los horarios cambiantes en que debía verlo y las sesiones que debía reponer para mantener una mínima regularidad, ya que su trabajo le exigía, además de los viajes, variados horarios, que no habían sido cabalmente explicitados al inicio del proceso. ¿Pero era un proceso?
Pienso que durante varios meses fui meramente un acompañamiento, sin ocupar un lugar que pudiera exceder el de una persona lejana y permisiva en la transferencia, cuando no me convertía súbitamente en el padre intolerante y falto de comprensión. Esta situación no era fácilmente interpretable, ya que los datos que brindaba en forma cumulativa no llegaban a configurar un relato que connotara más que esbozos y fragmentos de un mundo fantasmático. Estaba allí sólo para ayudarle a pensar su actualidad (en el doble sentido de presente y real), cómo organizarse en su trabajo, cómo administrar sus esfuerzos y mantener su interés en defender sus intervalos de descanso y su derecho a ser provisto de suficiente medicación sin que hubiera intromisiones invasoras de su privacidad por parte de sus superiores y del personal administrativo de la empresa, intentando simultáneamente mantener un delicado equilibrio entre una considerable flexibilidad para los horarios y frecuencia de las sesiones, por un lado, y una muy gradual aceptación de nuestro vínculo, que involucraba su necesidad de un espacio para pensarse, por el otro. Hubo en un comienzo amenazas de interrupción, así como de ruptura con su partenaire. Las primeras se suscitaron por la perentoriedad que en algunas ocasiones le atribuía a las condiciones de su trabajo, que en mi opinión era sustituto de los cortos plazos que temía para su vida. Su respuesta a algún señalamiento respecto de que estaba defensivamente presto a quitarle el espacio y el tiempo a lo mental frente a cualquier dificultad concreta era terminante: “El trabajo me da de comer”. Las segundas, de ruptura con su pareja, eran provocadas por situaciones conflictivas respecto de la distribución de responsabilidades domésticas, que también sentía que le exigían una correspondencia relacional inédita en su vida anterior.
El análisis de una serie de incidentes en los que un compañero de trabajo transgredía las pautas, situación que le planteó la disyuntiva de si callar o denunciar una actitud que lo perjudicaba tanto a él como a los otros, junto con otros problemas laborales que se presentaron en el grupo, abrió la posibilidad de introducir la conflictiva edípica, enlazando su ubicación en aquél con su intento de hacerse y defender un espacio propio, como en una suerte de familia cuya configuración respondía de algún modo a la de la suya, en cuanto a que el equipo estaba coordinado por una mujer de quien, por añadidura, no era precisamente hijo ni nieto único, sino que estaba rodeado de “hermanitos”.
Fue a partir de que pudo esclarecer qué tipo de vínculos entablaba que comenzó a investir genuinamente su trabajo, a fantasear un futuro posible para él, no masoquistamente sujeto al devenir de sus parejas; a ambicionar un ascenso, prometido a largo plazo, por su dedicación y buen desempeño tanto en relación a su jefa como con los integrantes de su equipo; a experimentar consecuentemente cuestiones a veces de rivalidad y otras de solidaridad con ellos. Es decir, los acontecimientos externos le demandaron una modificación en su economía libidinal narcisista y el establecimiento de un espacio para una gradualmente reconocida “realidad psíquica”. Comenzó a cuidar sus sesiones y a encontrar sentido a su accionar, quedando reducidas al mínimo ciertas actitudes impulsivas que le podrían acarrear riesgos. Fueron entonces también posibles las interpretaciones sobre el valor simbólico de su hacer y su pensar, de los objetos de su presente, evocadores de su pasado, interpretaciones sólo válidas a partir de adquirir existencia plena el interjuego transferencial-contratransferencial.
Es el establecimiento de un campo intersubjetivo dinámico (Baranger, 1994) el que señala la posibilidad de un proceso analítico, en el que una crónica descriptiva de la actualidad del paciente puede transformarse en “material clínico”, relato contenedor de “hechos clínicos”, interpretables en relación a un pasado que comienza a significarse en el presente y a incluir la dimensión temporal del futuro.
Resumen
El título de este trabajo presupone una antinomia entre el campo privado de lo clínico y el campo público de lo social respecto de lo que sería categorizable como un hecho relevante a la práctica psicoanalítica. Se intenta desarrollar algunas reflexiones en torno al proceso de abordaje de un “hecho social” y su transformación, vía un movimiento paradojal de pensamiento, en “material analizable”. En términos generales hay consenso en considerar algo como un “hecho” cuando se ha cumplido efectivamente y que su “realidad” es innegable. A través del cuento “En el bosque” del autor japonés Akutagawa, en el que se inspirara la película Rashomon, se intentará dar cuenta de cómo los así llamados “hechos reales” que conforman una situación dada admiten ser percibidos e interpretados de variadas formas según los diferentes personajes.
La inclusión del término “realidad” ineludiblemente lleva a definir otra antinomia propia del psicoanálisis: la atinente a la realidad psíquica versus lo que se categorizaría como una clase de realidad material: la realidad social. La existencia de una realidad exterior social, sustentadora de valores e instituciones y productora de acontecimientos involucra al analista tanto como a sus pacientes. El sujeto-analista no deja de ser un “sujeto-social”, cuyas opiniones (conscientes) y valoraciones (inconscientes) forjan sus juicios (y prejuicios) acerca de las imposiciones de la realidad social.
Se considera brevemente qué es un “hecho” en filosofía y un “hecho social” para la sociología, previo a recorrer algunas posturas psicoanalíticas en torno al concepto de “hecho clínico”.
Ahí donde desde la sociología se impone una disyunción o escisión (subjetivo/ social; externo/ interno), desde el psicoanálisis se intenta no obstante establecer una conjunción a través de la noción de paradoja. La función analítica, respecto de los hechos sociales, sería no sólo la de proveer el ambiente facilitador, sino además, frente a la presencia del hecho real-social como objeto concreto, propiciar la “creación del objeto transicional” (su transformación en hecho clínico).
Se expone una viñeta de un paciente joven, homosexual HIV positivo.
     Resumo
      O título deste trabalho pressupõe uma antinomia entre o campo privado do clínico e o campo público do social em relação ao que sería categorizável como um acontecimento relevante para a prática psicanalítica. Tenta-se desenvolver algumas reflexões em torno do processo de abordagem de um “acontecimento social” e sua transformação, via um movimento paradoxal de pensamento, em “material analisável”. Em termos gerais há consenso em considerar algo como um “acontecimento” quando efetivamente sucede e sua “realidade” é inegável. Através do conto “No bosque” do autor japonés Akutagawa, no qual está inspirado o filme Rashomon, se tentará fundamentar de que modo os assim denominados “acontecimentos reais” que dão forma a uma situação dada admitem ser percebidos e interpretados de várias formas conforme os diferentes personagens.
      A inclusão do termo “realidade” conduz inevitavelmente a definir outra antinomia própria da psicanálise: a que é atinente à realidade psíquica por oposição à que se categorizaría como uma classe de realidade material: a realidade social. A existencia de uma realidade exterior social, sustentadora de valores e instituições e produtora de acontecimentos envolve tanto o analista quanto os seus pacientes. O sujeito–analista não deixa de ser um “sujeito–social”, cujas opiniões (conscientes) e valorizações (inconscientes) forjam seus conceitos (e preconceitos) sobre as imposições da realidade social.
        Se considera brevemente o que é um “acontecimento” em filosofia e um “acontecimento social” para a sociologia, prévia observação de algumas posturas psicanalíticas em torno do conceito de “acontecimento clínico”
      Nesse lugar onde a partir da sociologia se impõe uma disjunção ou cisão (subjetivo/social; externo/interno), a partir da psicanálise se tenta não obstante estabelecer uma conjunção através da noção de paradoxo. A função analítica, em relação aos acontecimentos sociais, sería não somente a de fornecer o ambiente facilitador, mas também, perante a presença do acontecimento real–social como objeto concreto, propiciar a “criação do objeto transicional” (sua transformação em acontecimento clínico).
       Se expõe um recorte de sessão de um paciente jovem, homossexual HIV positivo
 
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