aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 016 2004 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

Una propuesta modesta: (re)definir la fantasía inconsciente

Autor: Erreich, Anne

Palabras clave

Fantasia inconsciente, Fantasia y formacion de compromiso, Fantasia y cognicion ingenua, Fantasia y realidad, Fantasia y pensamiento desiderativo, Fantasia y trauma, Fantasia y apego, Situacion extraña.


"A modest proposal: (Re)defining unconscious fantasy" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Quarterly, LXXII, p. 541-574. Copyright 2002 de Analytic Press, Inc. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc. 

Traducción: Marta González Baz
Supervisión: Mª Elena Boda

La autora sostiene que la fantasía inconsciente, definida adecuadamente, representa necesariamente la intersección tridimensional del pensamiento desiderativo (fantasía), la percepción verídica del entorno (realidad) y la cognición ingenua de la infancia. Se propone que, aunque la teoría del apego se desarrolló para intentar captar la realidad absoluta de la experiencia diádica, esa experiencia está inextricablemente entrelazada con los otros dos componentes, los deseos y la cognición ingenua y, más aún, que la conducta de los niños en el paradigma del apego sólo puede explicarse planteando la existencia de fantasías inconscientes subyacentes. Al hacer estas afirmaciones, la autora también encara el desarrollo de las fantasías inconscientes y su relación con las formaciones de compromiso y con el trauma.

Introducción

Al leer el ensayo de Freud de 1915 “El inconsciente”, llama inmediatamente la atención un párrafo en particular. Lo llamativo de este párrafo es la transparencia del dilema intelectual que Freud está encarando y su esfuerzo obvio por clasificar algo que no comprende plenamente. Se percibe su reconocimiento de que había llegado a algo que cuestionaba el anterior modelo de la mente y la conciencia incipiente de que debería hacerse algo para acomodar los nuevos datos. Una se siente empática con su voluntad de admitir el problema, aun cuando eso signifique abandonar un modelo anterior y apreciado. He aquí una mente atrapada en un dilema intelectual:

Entre los derivados de los impulsos instintivos del Inconsciente, del tipo que hemos descrito, existen algunos que reúnen en sí mismos caracteres de tipo opuesto. Por una parte, están muy organizados, libres de contradicción interna, han hecho uso de cada una de las adquisiciones del sistema Consciente y difícilmente se distinguirían, en nuestra opinión, de las formaciones de ese sistema. Por otra parte, son inconscientes e incapaces de hacerse conscientes. De modo que cualitativamente pertenecen al sistema Preconsciente, pero de hecho pertenecen al Inconsciente. De esa naturaleza son las fantasías de las personas normales, así como las de las neuróticas, que hemos reconocido como estadios preliminares en la formación de los sueños y de los síntomas y que, a pesar de su alto grado de organización, permanecen reprimidas y por tanto no pueden hacerse conscientes. [Freud, 1915, pp. 190-191]

En la historia del pensamiento de Freud, estas reflexiones implicaron finalmente cambios importantes en su pensamiento sobre la organización mental, especialmente el rechazo de la noción de que la accesibilidad a la consciencia es un criterio suficiente por el cual distinguir los sistemas psíquicos.  El posterior cambio de la teoría tópica a la estructural también evolucionó a partir de los cambios en sus pensamientos sobre la naturaleza del trauma: es decir, una vez abandonada la teoría de la seducción basada en la realidad, Freud optó por un modelo más universal de la dominancia de las fantasías inconscientes como determinante de la realidad psíquica. Finalmente, la naturaleza de la vida de fantasía del paciente se convirtió en el interés central del trabajo psicoanalítico.

Fantasía inconsciente: su relación con la formación de compromiso

Hay una cuestión que ensombrece cualquier discusión sobre la fantasía inconsciente, si bien su resolución excede el alcance de este artículo, y que es la relación entre la fantasía inconsciente y la formación de compromiso. Brenner (1994, 2002), quien ha escrito tan convincentemente sobre la formación de compromiso, no ha encarado esta cuestión. A continuación, este artículo ilustrará repetidamente una hipótesis relativa a esta relación, demostrando algunas de las consecuencias que la siguen, al tiempo que reconoce la existencia de otras hipótesis.

Parece posible desmitificar la noción de fantasía inconsciente y ubicarla con seguridad dentro de un modelo cognitivo de la mente. Cualquier modelo mental debe ser capaz de explicar las variedades del contenido mental (p. ej. el simbólico y el proposicional), las funciones mentales que operan sobre ese contenido o lo manipulan (p. ej. las operaciones defensivas), y los medios por los que ese contenido se representa en la mente. Los analistas generalmente no han hecho estas distinciones, lo que da lugar a numerosos problemas, incluyendo la falta de certeza sobre la relación entre las formaciones de compromiso y las fantasías inconscientes.

Una de las hipótesis acerca de estas construcciones podría ser tratarlas como variantes notacionales, es decir concluir que tienen idénticos referentes. Esta opinión es ilustrada por Boesky (1988): “Una fantasía es en sí misma una formación de compromiso que manifiesta influencias que atribuimos teóricamente al yo, al ello y al superyó” (p. 305). Arlow (2002) adopta una posición similar, llegando  a acuñar el término fantasía de compromiso (p. 1142): “Las fantasías son formaciones de compromiso que pueden ser adaptativas y beneficiosas o formaciones de compromiso fracasadas desadaptativas y dolorosas” (p. 1143).

Una variante de esta posición, que propone que las fantasías inconscientes y las formaciones de compromiso pueden existir en diferentes niveles del análisis –agrupándose las estructuras de orden inferior en estructuras de orden superior- es la que propone Smith (2003 b), es decir que las “fantasías inconscientes organizan y reúnen muchas formaciones de compromiso en escenarios o guiones y son formaciones de compromiso de mayor orden en sí mismas y de sí mismas”. Una opinión similar ha sido la articulada por Abend (1998):

Las fantasías inconscientes, entonces, pueden considerarse como escenarios que incorporan estas formaciones de compromiso y cuya influencia puede detectarse en la conducta y la producción de los pacientes… Se considera que las fantasías inconscientes dan expresión a formaciones de compromiso que reflejan la presencia activa continua de importantes conflictos instintivos que se originan en la vida mental de la infancia.

En estas propuestas, las fantasías inconscientes y las formaciones de compromiso son tratadas como estructuras mentales, a pesar de que en ocasiones los analistas hablen y escriban sobre la formación de compromiso como un proceso mental. Smith (1997) ofrece un ejemplo en el cual la formación de compromiso es formulada como una estructura mental y como una función mental: “Si cada porción de contenido mental es formación de compromiso… entonces la formación de compromiso también debe ser continua. Parece una formación de compromiso distinta cuando la observamos y le damos nombre, pero la actividad es continua…” (p. 15).

Una hipótesis alternativa y más especulativa podría ser que las formaciones de compromiso representan operaciones mentales (p. ej. volver activo lo pasivo) sobre cualquier contenido mental conflictivo, mientras que las fantasías inconscientes son estructuras mentales que representan el contenido específico resultante (p. ej. “soy la víctima en lugar del agresor”). Según esta perspectiva, la formación de compromiso se hipotetiza como una operación mental que tiene como resultado una estructura mental denominada fantasía inconsciente. Esta distinción está íntimamente relacionada con la diferencia entre la operación mental de elevar un número al cuadrado y la representación mental del contenido específico de que el cuadrado de 3 es 9. Aunque excede el propósito de este artículo el resolver la relación entre las fantasías inconscientes y las formaciones de compromiso, la distinción propuesta entre los procesos mentales y las estructuras mentales se utilizará como una especie de hipótesis de funcionamiento a lo largo del artículo.

La fantasía inconsciente: una construcción indispensable en la teoría psicoanalítica

La noción de fantasía inconsciente es una construcción hipotética, muy similar a la construcción hipotética de pulsión agresiva. Aunque podemos tener pruebas claras de actuación de la fantasía o de conducta agresiva, la noción de fantasía inconsciente o pulsión agresiva es una construcción inferida. Las construcciones hipotéticas funcionan para organizar datos que de otro modo permanecerían sin explicar. Así, a pesar de importantes diferencias de definición, las fantasías inconscientes se han convertido en algo crucial para el trabajo analítico puesto que proporcionan un vehículo para la representación mental de aquellos aspectos de la vida psíquica que el psicoanálisis encara: afectos, deseos, defensas, nuestra relación general con nosotros mismos y con los demás.

Las fantasías inconscientes parecen estar frecuentemente codificadas de un modo proposicional, aunque sería posible un formato combinado proposicional y simbólico (1). Es decir según emergen en la situación clínica, las fantasías inconscientes toman la forma de afirmaciones de creencias más o menos inconscientes sobre el self y los otros y la naturaleza de las relaciones de objeto y de los acontecimientos de la relación de objeto del mundo. Puesto que con frecuencia representan configuraciones de deseo/prohibición o deseo/demanda, tienden a tomar la forma condicional “si… entonces…”, por ejemplo: “Si gano a papá jugando al tenis, entonces se sentirá más débil que yo y yo me sentiré culpable, así que voy a perder”. O: “si me quedo cerca de mi madre, me sentiré seguro, de modo que voy a seguirla a dondequiera que vaya”. O, en un intento más primitivo de comprender los acontecimientos del mundo relacionados con el objeto: “Quiero saber cómo mami y papi hicieron a  mi hermano pequeño, pero ellos no me lo van a enseñar. Pero si vivió en la tripa de mami, ha debido llegar allí porque mami se tragó una semilla de papi y ha debido salir por su culete, que es como entran y salen otras cosas de las tripitas”.

La teoría psicoanalítica tradicional no ha tenido un concepto más adecuado para representar el contenido mental que la fantasía inconsciente. En sus últimas contribuciones, Bowlby (1973) propuso la noción de modelos internos de trabajo y, más recientemente, Stern (1986) ha sugerido el término RIGs (Representaciones de Interacciones que se han Generalizado) para representar el contenido mental, aunque, en ambos casos, se suponía que sus conceptualizaciones representaban sólo los aspectos verídicos de las relaciones de objeto, una cuestión que se afrontará con mayor detalle más adelante.

Desde el comienzo, el trabajo analítico se ha dirigido a los fenómenos mentales, especialmente a aquellos que subyacen a los síntomas y la conducta neuróticos. Por citar el título de un libro de Erdelyi (1985), el psicoanálisis fue “La Psicología Cognitiva de Freud”, si bien explicaba los afectos y la motivación. Freud siempre estuvo preocupado por construir un modelo mejor de la mente y, para él y para la mayoría de los analistas a partir de entonces, las fantasías inconscientes han proporcionado los componentes básicos para los aspectos únicos a la par que universales de la personalidad. En el pensamiento de Freud, las fantasías inconscientes comprenden guiones o narrativas, en las que el paciente está presente como observador o como participante. En sus “Formulaciones sobre los dos principios de funcionamiento mental” (1911), habla de fantasía inconsciente como una actividad que satisface los deseos y que surge como respuesta a un deseo instintivo frustrado. Así, la fantasía emerge como una satisfacción narrativa y alucinatoria de un deseo o de instintos infantiles sexuales o agresivos frustrados.

Como autor de la psicología del yo, Arlow (1969) elaboró la opinión de Freud demostrando cómo las pulsiones encuentran una descarga mediante su intrusión en la experiencia consciente ordinaria en forma de fantasías inconscientes. Arlow propuso que las fantasías se organizan en torno a constelaciones de deseos instintivos, con múltiples ediciones de cada fantasía, representando cada una de ellas el intento del yo por integrar los deseos instintivos, las demandas morales y las consideraciones de la realidad en varios estadios del desarrollo. (Nótese que la definición de Arlow toma en cuenta implícitamente el papel de la cognición ingenua y la percepción verídica, en comparación con el énfasis casi absoluto que Freud ponía en el aspecto desiderativo de las fantasías). La formulación de Arlow parece definir la relación entre la fantasía inconsciente y la teoría estructural tripartita de la mente como sigue: ello, yo y superyó, así como las consideraciones de la realidad, interactúan para producir configuraciones de deseo/defensa que se representan bajo la forma de fantasías inconscientes. Es decir que los componentes del modelo estructural proporcionan el contenido para el conflicto mental, mientras que la fantasía inconsciente proporciona el vehículo para su representación mental. Esta opinión concuerda con la conceptualización de fantasía inconsciente que hemos propuesto más arriba.

Más recientemente, Brenner (1994, 2002) ha propuesto que pasamos por alto la estructura tripartita con sus correspondientes aspectos interestructurales. De hecho, Brenner ha sostenido que todo contenido mental está compuesto por formaciones de compromiso, obviando la necesidad de los tres componentes icónicos del modelo estructural. (Para una revisión más detallada de la posición de Brenner, ver Smith, 2003 a). Aunque Brenner no señala aquí las fantasías inconscientes, mi hipótesis de trabajo es que las formaciones de compromiso pueden representar operaciones defensivas sobre el contenido mental conflictivo, mientras que las fantasías inconscientes pueden proporcionar el vehículo para su representación.

Gray (1994) y Busch (1995) han ofrecido la elaboración alternativa de la psicología del yo. Centrándose en el análisis de la resistencia, los momentos defensivos en el enfoque del proceso de atención detallada, ambos autores proponen una técnica que, afirman, promueve el desvelamiento de las fantasías inconscientes que movilizan la actividad defensiva.

Al igual que los psicólogos del yo, los kleinianos designaron la fantasía inconsciente como el medio de representación mental del contenido psíquico. Una importante divergencia entre Klein (1952) y Freud es que para este último, la unidad básica del sistema Inconsciente es el deseo instintivo, y los sueños y fantasías son derivados disfrazados. Para Klein, las fantasías inconscientes son el contenido inconsciente principal; subyacen a los sueños y a los síntomas en lugar de ser paralelos a los mismos. Isaacs (1952) intentó subsanar esta diferencia proponiendo que las fantasías inconscientes eran representantes psíquicos del instinto.

Klein consiguió ampliar el papel de la fantasía inconsciente en comparación con la definición más limitada que hizo Freud, que se centraba en la frustración instintiva. Klein sostuvo que la actividad de la fantasía inconsciente es continua; de hecho, es análoga al contenido de la mente inconsciente, aunque sin frustración por la realidad externa. Nótese el paralelismo con la afirmación de Brenner (1994, 2002) de que todo contenido mental se compone de formaciones de compromiso. Una vez más, estas dos posiciones podrían converger en la hipótesis de que las formaciones de compromiso son operaciones defensivas sobre el contenido mental que se representa mediante fantasías inconscientes.

Klein propuso que la fantasía inconsciente comprendía un complejo mundo interno de representaciones del self y el objeto en relación con un otro, generadas y continuamente modificadas mediante los procesos de proyección e introyección. Esta posición se ilustra de forma importante en el trabajo de kleinianos contemporáneos como Feldman (1993), Joseph (1989) y Spillius (2001). En la línea de Arlow (1969), tanto Klein (1952) como Isaacs (1952) suponían un interjuego constante entre la realidad y la fantasía inconsciente, de modo tal que la percepción de la realidad está influenciada por las fantasías preexistentes que, a su vez, son modificadas para tener en cuenta la experiencia de los acontecimientos reales (Spillius, 2001).

Kernberg (2001) y Schafer (1999) han apuntado recientemente un acercamiento significativo  entre la psicología del yo contemporánea y el pensamiento kleiniano, heredado tal vez de la congruencia entre las posiciones de Klein y de Arlow apuntadas más arriba. La importancia de la fantasía inconsciente es incluso más obvia para autores como los Sandler (1998), quienes han hecho esta integración. Citando a Kernberg (2001):

La crítica implícita [de los Sandler] a la tradición de la psicología del yo de interpretar derivados pulsionales “puros” en el contexto del análisis de las defensas contra ellos, hacía hincapié en que la fantasía inconsciente incluye no solamente derivados de pulsiones libidinales y agresivas, sino deseos concretos de relaciones gratificantes entre el self y los objetos significativos. [p. 524]

Así, es difícil imaginar una teoría analítica que pueda prescindir de la construcción de la fantasía inconsciente, observación reiterada por Inderbitzin y Levy (1990) y Levy e Inderbitzin (2001).

Las fantasías inconscientes en relación con la realidad (percepción verídica) y con la fantasía (pensamiento desiderativo)

La relación de la fantasía y la realidad siempre ha preocupado a la teoría psicoanalítica. Laplanche y Pontalis (1967) apuntaron que, para Freud, la noción de fantasía se yuxtaponía a la noción de realidad, es decir que eran entidades distintas tanto en la teoría como de hecho. Citando a Laplanche y Pontalis:

Si esta discusión se realiza dentro de un eje de referencia psicoanalítico importante, esto nos lleva a definir la fantasía como una producción puramente ilusoria que no puede sostenerse cuando se confronta con una aprehensión correcta de la realidad… Freud establece el mundo interno, que tiende a la satisfacción por medio de la ilusión, contra un mundo externo que impone gradualmente el principio de realidad sobre el sujeto mediante el sistema perceptual [p. 315]. (2)

Así, Freud comenzó por ubicar la neurogénesis en los acontecimientos de la realidad, pero finalmente se vio forzado a reconocer su error: que lo que él suponía escenas patogénicas infantiles recuperadas durante el análisis –es decir la realidad material- era de hecho realidad psíquica, y que estos dos tipos de realidad son distintos y no deberían confundirse.

Más recientemente, Meissner (2000) se ha pronunciado en otro sentido: la realidad psíquica es equivalente a la realidad subjetiva, es decir a la experiencia consciente y al conocimiento, que está influenciado por la motivación inconsciente y por la experiencia objetiva. Así, en una posición más cercana a la de los kleinianos y opuesta a la de Freud, Meissner afirma que la realidad psíquica no se opone a la realidad, sino que ésta es parte de la primera, dado que la realidad puede conocerse sólo subjetivamente. Levy e Inderbitzin (2001) han hecho una observación similar. Según esta perspectiva, es imposible alcanzar la percepción verídica ni en la teoría ni de hecho, una posición que también representa la noción de Brenner (1994, 2002) de que toda mentalización consiste en formaciones de compromiso. En cualquier caso, este interjuego entre la imaginación total y la percepción verídica y cómo representar dicha interacción, está en el corazón de los debates actuales sobre la fantasía inconsciente y su relación con términos como los modelos internos de trabajo de Bowlby (1973), las RIGs y los “esquemas de estar con” de Stern (1985) y los guiones relacionales de Trevarthen (1993).

La dimensión de la fantasía representa los descubrimientos de Freud relativos a lo que era único, idiosincrásico e impulsado por la fantasía o el deseo en el funcionamiento mental y la conducta de un individuo. Esta dimensión de la fantasía es ejemplificada por la caracterización tópica de lo inconsciente como lleno de deseos infantiles y ajeno a los principios de la realidad. La dimensión de la fantasía también es evidente en todos los informes de casos de Freud, estando incluido en su método para la interpretación de los sueños y especialmente en sus suposiciones sobre la capacidad de los individuos para decodificar acontecimientos traumáticos en la representación somática, las puestas en acto y el carácter sintomáticos, en otras palabras en todo el universo de representación simbólica de la experiencia individual. Esta dimensión impulsada por la fantasía se elaboró más relevantemente en el trabajo del psicoanálisis kleiniano, con el énfasis en la fantasía inconsciente y en sus elaboraciones personales. 

La teorización psicoanalítica relativa a la dimensión de la realidad ha implicado el intento de explicar la percepción del individuo, su adaptación y preadaptación a la realidad, incluyendo la realidad interpersonal, además del conflicto dinámico impulsado por la fantasía. Este componente de realidad fue desmitificado cuando Freud cambió de la teoría de la seducción a la teoría de la fantasía y el conflicto (Marcus, 1999). En el trabajo de Freud, la dimensión de realidad es representada por la teoría de la seducción, por su trabajo en el “Proyecto para una psicología científica” (1895),  y por su noción de los instintos del yo o instintos de autoconservación. Esta dimensión también es evidente en su explicación del aparato perceptual en “La interpretación de los sueños” (1900), en su descripción de la importancia de las identificaciones y en el énfasis de las funciones del yo que resultaron cuando la teoría estructural reemplazó al modelo tópico.

Esta dimensión de percepción y adaptación a la realidad fue, por supuesto, más plenamente codificada en la psicología del yo de Hartmann, Loewenstein, Kris, Rapaport y otros. El término de Hartmann (1958) autonomía del yo representaba la proposición de que los precursores del yo son aparatos innatos, por ejemplo “la percepción, la intención, la comprensión del objeto, el pensamiento, el lenguaje, los fenómenos de recuerdo,… el desarrollo motor… y… los procesos de maduración y aprendizaje implícitos en todos los anteriores” (p. 8). La importancia de la percepción verídica, en comparación con el pensamiento desiderativo y la cognición ingenua, es más explícita en los escritos de Hartmann, demostrada en su propuesta de que “gran parte del psicoanálisis puede describirse como una teoría de autodecepciones y juicios equivocados sobre el mundo externo” (p. 64). Hartmann sostenía que los aparatos mentales del yo no derivan de las pulsiones, sino que están presentes de forma innata por derecho propio, son prerrequisitos de las pulsiones y el desarrollo del objeto y siguen su propio curso de desarrollo. De hecho, la afirmación de que el infante estaba preadaptado al entorno medio esperable representó un abandono importante de la noción de Freud de que el infante se vuelve hacia la realidad a su pesar como resultado del fracaso de los deseos alucinatorios para proporcionar gratificación.

El objetivo de los psicólogos del yo, que Freud compartía, era ubicar el psicoanálisis en el contexto de una psicología general que se extendiera más allá de la motivación y la neurogénesis. Hartmann y sus colegas, sin embargo, entendían que las funciones del yo autónomo desempeñaban un papel necesario pero no suficiente en la experiencia que un individuo tiene del entorno (Weiner, 1966). Aunque se pensaba que algunas áreas del funcionamiento del yo estaban potencialmente libres de conflicto, las influencias inconscientes planteaban de hecho una amenaza constante, aunque podían ser acotadas en la teoría. Como hemos señalado más arriba, Brenner (1994, 2002, también descrito en Wallerstein, 2002), Meissner (2000) y Levy e Inderbitzin (2001) no están de acuerdo con esta posición, y sostienen que la percepción verídica de la realidad libre de conflicto es imposible tanto en la teoría como en la práctica.

Desde Freud, ha habido diferentes escuelas de psicoanálisis parcialmente caracterizadas por la elección de enfatizar ya sea la dimensión de “fantasía” o la dimensión de “realidad” de la teoría, en donde ambos campos parecen asumir tácitamente cierto papel en la cognición ingenua. Por ejemplo, los kleinianos han fomentado el papel de la fantasía en la vida mental, mientras que los modelos de la psicología del yo, la psicología del self y varios modelos relacionales han enfatizado la dimensión de “realidad”. De hecho, muchos psicoanalistas se resistieron en principio a las formulaciones de la psicología del yo sobre la base de que la propia teoría surgía en respuesta a la ansiedad generada, incluso en los analistas, por los impulsos primitivos del ello (Gill, 1994). Estas diferencias en el énfasis han dado lugar a una divergencia importante entre estas escuelas.

Si bien es cierto que la dimensión de fantasía representa la única contribución del psicoanálisis a la comprensión del funcionamiento mental y la conducta, es igualmente cierto que la percepción verídica del entorno y el papel de la cognición ingenua representan vínculos inevitables que los modelos psicoanalíticos deben establecer con lo que se conoce en la psicología evolutiva académica y la neurociencia  cognitiva acerca del funcionamiento mental normativo y el desarrollo del niño. Cualquier intento de una psicología motivacional exhaustiva debe ser capaz de abarcar las tres dimensiones del amplio, aunque incompleto, modelo de Freud.

La fantasía inconsciente en relación con la cognición ingenua

Aunque el trabajo de Freud demuestra que comprendió que el conocimiento que los niños tienen del mundo era limitado e ingenuo, y que esto estaba indisolublemente unido a las neurosis infantiles, la investigación relativa a aspectos importantes de la epistemología infantil se ha ampliado enormemente desde la época de Freud. Los psicoanalistas están más familiarizados con el trabajo de Piaget (1963) que explica las características de las fases operativas sensoriomotora, preoperacional, operacional concreta y operacional formal del desarrollo intelectual, pero además de este trabajo, se ha producido una literatura académica sustancial y más actualizada sobre el desarrollo de la percepción, la memoria, el razonamiento y el lenguaje que ha contribuido a nuestro conocimiento del procesamiento por parte del niño de la información ambiental de acuerdo a normas adecuadas a la edad. Esta literatura podría potencialmente dar cuenta de nuestra explicación del papel de la cognición ingenua en la formación de la fantasía inconsciente.

El principio más frecuentemente citado que figura en las explicaciones que los analistas de niños y adultos dan sobre las fantasías inconscientes es probablemente la naturaleza egocéntrica del pensamiento preoperacional, que lleva al niño a creer que es especialmente responsable de los acontecimientos traumáticos, como el divorcio parental, el ser dado en adopción, el causar daño a los hermanos o los padres y otros traumas diversos. Pero como demuestran las fantasías inconscientes de impregnación oral y nacimiento anal, también hay otras formas activas de cognición ingenua que influyen en la generación de fantasías inconscientes: en este caso, el conocimiento limitado por parte de los niños de la anatomía y la obstetricia y el no haber tenido experiencia con un microscopio electrónico.

A pesar de la clara influencia de la cognición ingenua en las fantasías de los niños, los aspectos universales del desarrollo cognitivo, demostrados empíricamente incluso transculturalmente, hacen probable que una afirmación atribuida por Spillius (2001) a los kleinianos modernos no sea correcta. Estos kleinianos, afirma ella, consideran que las fantasías inconscientes son cruciales para el desarrollo del pensamiento lógico, puesto que proporcionan hipótesis para ser probadas frente a la realidad externa (p. 368). Es más probable que la influencia ubicua de las fantasías inconscientes, imbuidas como están por la cognición ingenua y el pensamiento desiderativo, sea crucial para el desarrollo del pensamiento ilógico en lugar de para el pensamiento lógico, y la adquisición de una lógica hipotético-deductiva requiere acotar esta influencia.

El trabajo de Piaget (1963) demuestra que el pensamiento preoperacional es ilógico a causa del egocentrismo del niño y de su incapacidad para llevar a cabo la operación de reversibilidad. El pensar con lógica es, claramente, una habilidad adquirida, y el pensamiento desiderativo y la cognición ingenua que componen las fantasías inconscientes interfieren con esa adquisición y por tanto no pueden constituir una base para la misma. Como hemos apuntando antes, el desarrollo de la percepción, el razonamiento, la memoria y el lenguaje demuestra una secuencia evolutiva normativa, incluso transculturalmente bajo condiciones diferentes de maternaje. No obstante, el desarrollo normativo es también claramente vulnerable a los lapsus y distorsiones cognitivos determinados por el conflicto.

El desarrollo de las fantasías inconscientes

Retomando mi argumento principal, las fantasías inconscientes, propiamente dichas, son estructuras mentales que se originan en la intersección de los deseos del infante a menudo poco realistas, su percepción verídica de los acontecimientos y su cognición ingenua. (Puesto que estos tres elementos están inextricablemente entrelazados cuando se representan en forma de fantasías inconscientes, el argumento supone la creencia de que la percepción verídica es imposible en la práctica, aunque podría ser aislada en la teoría, una opinión acorde con la posición de los psicólogos del yo). Freud no propuso modelo alguno para el desarrollo de las fantasías inconscientes, aparte de su creencia de que la capacidad de fantasear era una función del yo que no existía antes de la emergencia de un yo capaz de diferenciar entre la realidad y la fantasía (Sandler y Nagera, 1963). Freud también creía que ciertas fantasías podían haber comenzado como sueños diurnos conscientes o teorías y sólo después fueron reprimidas. A pesar del énfasis de los primeros psicólogos del yo en la observación y el desarrollo de los infantes, ellos tampoco encararon explícitamente esta cuestión. Arlow (1969) alude a la existencia de múltiples ediciones de fantasías que derivan de distintos estadios de desarrollo, pero no ofrece un modelo evolutivo de cómo ocurriría esto. Klein intentó resolver el problema del desarrollo de las fantasías simplemente afirmando que la fantasía estaba presente en cierta forma rudimentaria desde el momento del nacimiento (Spillius, 2001).

Cualquier modelo de desarrollo de las fantasías inconscientes debe encarar la cuestión de si existe alguna prueba a partir de la investigación cognitiva o en infantes de que los niños pequeños sean capaces de tales construcciones mentales y, si no es así, cuándo hacen su aparición las aptitudes necesarias. La atribución a los infantes de complejas construcciones mentales o fantasías por parte de los kleinianos, de Stern mediante las RIGs (1985), de los teóricos del apego mediante los modelos internos de trabajo y de Slap y Saykin (1983) mediante los esquemas, entre otros, ha dado lugar a una enérgica protesta por parte de algunos sectores.

Brenner (2000, p. 610) ha sostenido recientemente que la observación directa de niños es “no analítica”; por tanto, uno no puede atribuirles ninguna fantasía. Esta afirmación ignora el hecho de que los analistas no tienen otra cosa sino datos de observación manifiestos provenientes de adultos o de niños: acción, inacción, conducta verbal o silencio. Como analistas, nunca afirmaríamos que los significados inconscientes de estos datos manifiestos son en cierto modo evidentes. De hecho, la mayor parte de nuestra formación técnica está orientada a ofrecernos principios para hacer inferencias a partir de datos manifiestos, que a menudo dan como resultado hipótesis que suscitan un gran desacuerdo entre colegas. Meissner (2000) hace la misma observación, afirmando que lo que él sabe de un paciente se extiende “sólo a la conducta del paciente, física y verbal; el resto sería una inferencia” (p. 1126). Estos mismos principios de elaboración de inferencias pueden, bajo las circunstancias apropiadas, aplicarse a los datos de observación de niños para obtener hipótesis sobre la mentalización inconsciente, una cuestión que afrontaremos más adelante en relación con la teoría del apego.

Es interesante recordar que el modelo de Mahler (Mahler, Pine y Bergman, 1975) de separación-individuación, al igual que la teoría del apego, se obtuvo casi exclusivamente a partir de grabaciones en vídeo de díadas materno-infantiles y, por tanto, dependía totalmente de las inferencias clínicas que se derivaban de las conductas diádicas. La teoría de Mahler, sin embargo, no suscitó la ira de la comunidad analítica como lo ha hecho la teoría del apego. Una no puede evitar sacar la conclusión de que la disensión no es tanto acerca de los medios para obtener hipótesis teóricas en la investigación sobre el apego –es decir inferencias clínicas basadas en observaciones de la conducta diádica- como acerca de las afirmaciones que se realizaron a partir de dichas observaciones, que pueden necesitar revisiones según las creencias psicoanalíticas de siempre.

Brenner (2000, 2002) ha sostenido que los elementos atribuidos a la fantasía infantil son imposibles sin el lenguaje, y concretamente sin las relaciones sintácticas. Él sugiere los doce meses como la edad media para la adquisición de esas habilidades. Las afirmaciones de Brenner son problemáticas por su equiparación del lenguaje con las expresiones verbales. Parece no ser consciente del enorme cuerpo de pruebas de la psicolingüística evolutiva, algunas de las cuales han sido resumidas por Stern (1985), que demuestra en qué medida los precursores lingüísticos, por ejemplo la discriminación de los límites de un fonema y la adquisición de fonemas suprasegmentales se adquieren afanosamente desde el momento del nacimiento. Es más, generalmente se entiende que mucha de la capacidad para la adquisición del lenguaje humano es, de hecho, parte innata de nuestra herencia genética, y que la tarea del infante es principalmente determinar en qué comunidad concreta de lenguaje ha nacido, y qué reglas lingüísticas se aplican en la misma (Erreich, 1994; Erreich y cols., 1980). Incluso desde la perspectiva del sentido común, parece obvio que la comprensión del lenguaje hablado por parte de los infantes precede a su producción de lenguaje, lo que nos lleva a la conclusión de que los infantes con menos de doce meses tienen representaciones mentales para los elementos lingüísticos. Uno sospecha que Brenner está preocupado por la atribución a los infantes de ideas sobre la desarticulación, la envidia y el ser atacados que derivan de las especulaciones kleinianas. Pero hay otras nociones –distinguir lo interno de lo externo, mantener la proximidad con la madre, restaurar la seguridad y la integridad, la conciencia de los deseos de los otros- que pueden ser de un orden totalmente diferente. Seguramente deben tener un valor evolutivo para la supervivencia de las especies y no son necesariamente dependientes del lenguaje.

De hecho, Lyons-Ruth (1998) y Stern y cols. (1998) han sostenido que los patrones de apego son presimbólicos, lo que significa que preceden a las capacidades verbales y simbólicas del infante, que los objetos internalizados de la teoría del apego se traducen en realidad en procedimientos internalizados para estar con los otros. Coherente con esta afirmación es su propuesta de que estos patrones representan un conocimiento procedimental más que declarativo, una propuesta que contradice directamente la afirmación previamente apuntada de Brenner de que las construcciones mentales atribuidas a los infantes son imposibles sin las representaciones lingüísticas.

Continuando esta línea de opinión, la psicología académica ha considerado que el lenguaje y el pensamiento son dos sistemas independientes (Fodor, 1983). Así, es bastante posible que la existencia de fantasías en los infantes sea compatible con la ausencia de expresiones multipalabras. La cuestión de un modelo para el desarrollo de las fantasías inconscientes es sólo una de las muchas áreas en las que la aportación de la investigación académica tiene una importancia crucial, como se ilustrará más adelante en este trabajo.

La relación entre las fantasías inconscientes y el trauma.

A pesar del papel ubicuo de la fantasía inconsciente en el funcionamiento mental, los acontecimientos traumáticos parecen tener un impacto muy significativo en su formación. Dada la propuesta de que las fantasías inconscientes siempre están presentes y emergen por la intersección del pensamiento desiderativo, la percepción verídica del entorno y la cognición ingenua, parece lógicamente necesario que cualquier acontecimiento traumático se experimente a través de la lente de cada uno de estos elementos según participen en las fantasías preexistentes y que, además, dé lugar a nuevas explicaciones de fantasía inconsciente de dicho acontecimiento. Puesto que las fantasías que principalmente interesan a los psicoanalistas surgen durante la infancia en un momento en que la cognición es necesariamente ingenua, la percepción de los acontecimientos del entorno puede ser fácilmente distorsionada en lugar de verídica. Esta última posibilidad es más o menos cierta, pero no totalmente cierta, como se mostrará en la discusión sobre el paradigma del apego que expongo a continuación.

En cualquier caso, una situación en la que la percepción que el niño pequeño tiene del entorno siempre estuviera empañada por la cognición ingenua y los pensamientos desiderativos sería desastrosa evolutivamente para el infante indefenso, y no está respaldada por la investigación actual en infantes, la cual, por el contrario, demuestra la extraordinaria capacidad del infante para la discriminación perceptual exacta bajo diversas circunstancias (Stern, 1985). No obstante, aunque la percepción de un acontecimiento puede ser verídica, la atribución de significado personal a ese acontecimiento puede derivar totalmente del pensamiento desiderativo (o atemorizante) y de la cognición ingenua. Por ejemplo, una niña puede percibir con precisión que la madre la deja para ir a trabajar todos los días, pero puede sentir subjetivamente ese acontecimiento como un abandono traumático debido al insuficiente amor de la madre por la niña, es decir la fantasía inconsciente de “si mi madre me quisiera más, no me abandonaría”. El hecho de que la madre pueda necesitar trabajar para asegurar el bienestar de la familia no está incluido en la cognición ingenua. Ahora hemos vuelto a la proposición de partida de que, aunque los tres elementos que contribuyen a la formación de la fantasía inconsciente pueden estar diferenciados en la teoría, rara vez pueden estarlo en la práctica.

Sin embargo, estos componentes se solapan en lugar de ser entidades idénticas y, tanto Freud como Klein fomentaron una explicación de la generación de fantasías inconscientes que enfatizaba las fuentes endógenas (el pensamiento desiderativo y, en menor medida, la cognición ingenua), con un relativo abandono de la percepción exacta de los acontecimientos del entorno. Las formulaciones freudianas y kleinianas tienden a centrarse en aspectos idiosincrásicos, aparentemente irracionales, de las fantasías inconscientes, aspectos que resultan ser totalmente racionales dadas las capacidades de cognición ingenua de los niños muy pequeños, como demuestran las fantasías inconscientes de fecundación oral y nacimiento anal. Este mismo abandono de los factores exógenos en la neurogénesis fue el que dio lugar a la investigación mediante la observación de niños relativa a los sucesos reales dentro de la díada materna. Este trabajo ha ampliado nuestra comprensión de la importante distinción entre el trauma diferenciado y el trauma acumulativo.

Los primeros trabajos de Freud con pacientes lo llevaron al descubrimiento de un trauma diferenciado en sus vidas. En sus casos clásicos, aprendemos sobre pacientes que sufrieron seducciones sexuales, la expulsión del dormitorio parental, el nacimiento de un hermano o una enfermedad importante, pacientes que soportaron experiencias de escena primaria, o que presenciaron relaciones sexuales ilícitas que otros mantuvieron. El trabajo de Freud se centró en el papel que desempeñaban estos traumas diferenciados en el sufrimiento de sus pacientes. Por ejemplo, en el caso de El Hombre de las Ratas, Freud (1909) propone que la capacidad de su paciente para el placer sexual se ve interferida por los recuerdos reprimidos de haber sido castigado por su padre a causa de su conducta masturbatoria, y el Hombre de las Ratas confirma que su madre le ha contado algún acontecimiento de ese tipo, aunque él no lo recuerda. Freud también propone que el castigo de las ratas está conectado con el erotismo anal de su paciente, que fue suscitado por la irritación de las lombrices.

En el caso de El Hombre de los Lobos, Freud (1918) propone una relación entre, por una parte, el famoso sueño de su paciente y su enfermedad actual y, por otra, el haber presenciado la copulación de sus padres cuando tenía aproximadamente dieciocho meses, lo que dio lugar al posterior deseo prohibido de verse sexualmente satisfecho por su padre y el consiguiente temor de castración. Sin embargo, a partir de los casos clínicos de Freud, aprendemos muy poco sobre las experiencias cotidianas de estos pacientes en cuanto a su parentalización por parte de cada uno de los padres, la creación de relacionalidad a partir de la cual se establecerán las relaciones con los otros amados y necesitados. No sabemos nada sobre sus experiencias de entonamiento y empatía fallidos, los traumas acumulativos de la vida cotidiana (Khan, 1963).

No es sorprendente que tal análisis tan detallado de la interacción diádica temprana no estuviera disponible para Freud, y que las cuestiones relativas al trauma acumulativo, es decir el fracaso frecuente o intermitente en el entonamiento y la empatía, acudieran al primer plano sólo con la llegada del equipo de videocámara, que permitió entonces su estudio sistemático. Según se hizo posible y conveniente grabar y reproducir la conducta del infante y la interacción diádica durante la década de los 60 y los 70 (Brody y Siegel, 1992; Stern, 1985), se hizo natural que el foco de nuestra exploración del trauma cambiara de los acontecimientos diferenciados que el paciente pudiese recordar (o que otros miembros de la familia le hubieran contado) hacia una consideración de fallas interaccionales y problemas técnicos más sutiles que contribuían en tal medida a la construcción de las psiques de los pacientes adultos que no podían ser recordados como acontecimientos diferenciados, aunque el analista podía sentirlos como un tipo concreto de relacionalidad en la transferencia (Stern y cols., 1998). Por tanto, en la teoría del apego, “lo que es ‘reprimido’ o excluido defensivamente… no es el recuerdo de una experiencia traumática en concreto, sino más bien un patronaje atencional y conductual alternativo” (Main, 1993, p. 234).

Aunque estos dos tipos de trauma han sido combinados con frecuencia en la literatura psicoanalítica (Eagle, 1996), el foco de la teoría del apego sobre los efectos del trauma acumulativo es complementario del foco casi exclusivo de Freud sobre los efectos del trauma diferenciado. Como apuntan Fonagy y cols. (1995) “la conducta del niño en la Situación Extraña puede ser entonces una función directa de la experiencia acumulativa del niño sobre la conducta materna en respuesta al estrés” (p. 248).  Más adelante se demostrará que la supuesta experiencia verídica de tal trauma acumulativo por parte del niño, al igual que la experiencia del trauma agudo, también se ve influenciada por los otros dos componentes que comprenden las fantasías inconscientes, la cognición ingenua y el pensamiento desiderativo (3). Finalmente, como saben todos los analistas, todo trauma agudo es experimentado contra el telón de fondo de la historia de trauma acumulativo de ese niño o adulto, que ha favorecido la capacidad de recuperación (resiliencia) del carácter o ha contribuido a una vulnerabilidad mayor a la media ante los acontecimientos traumáticos. De hecho, Eagle (1996) cita una investigación que demuestra que es probable que el trauma acumulativo, medido por el estatus del apego, determine la medida en que el trauma agudo dará como resultado la angustia y el trastorno de personalidad en los adultos.

La teoría del apego: una breve perspectiva general del paradigma básico

Lo que se ha echado de menos en las nociones freudianas y kleinianas de la fantasía inconsciente ha sido una explicación teórica de cómo el niño puede representar aspectos verídicos del mundo interpersonal, la representación de acontecimientos exógenos. Bowlby (1973) ofreció la construcción de modelos internos de trabajo para referirse a aquellas estructuras mentales que codifican con precisión experiencias tempranas repetidas con otros significativos; así, constituyen una plantilla para las expectativas del niño en cuanto a las interacciones con nuevos objetos. Bowlby sostuvo que estas representaciones mentales son difíciles de modificar puesto que permanecen fuera de la conciencia, es decir, que son inconscientes.

Bowlby, junto con teóricos psicoanalíticos posteriores, suponía que era posible la percepción verídica de acontecimientos externos, tanto en la teoría como en la práctica. Los modelos psicoanalíticos tales como la teoría de las relaciones objetales y la psicología del self se apoyan en la capacidad del niño pequeño para representar de forma verídica las interacciones diádicas, por ejemplo las fallas reales de empatía materna durante el desarrollo. Pero sólo la teoría del apego ha concretado un modelo evolutivo de cómo se establecen y se codifican mentalmente dichos patrones, y también ha proporcionado pruebas empíricas de las diferencias individuales en las relaciones objetales diádicas (Ainsworth y Bell, 1970) y de la transmisión transgeneracional de dichos patrones (Main, 1993).

La teoría del apego pretendía ser un modelo que captase la percepción verídica por parte del infante del entorno interpersonal real y su adaptación al mismo, aislando la dimensión motivada por los deseos que a menudo caracteriza las teorías psicoanalíticas sobre relaciones objetales. Stern (1985) así como otros autores (Lyons-Ruth, 1998; Slap y Saykin, 1983; Stern y cols., 1998; Trevarthen, 1993), ha intentado explicar la consolidación y representación de estas experiencias, utilizando diferentes conjuntos de terminología (4). Sin embargo, se demostrará que, aunque el modelo de apego proporciona la mejor explicación de este aspecto de la experiencia del infante en la teoría, la percepción verídica del entorno interpersonal probablemente sea imposible en la práctica, debido a la influencia ubicua de la cognición ingenua y del pensamiento desiderativo.

Bowlby razonaba que el lazo de apego de un niño con su madre tiene funciones biológicas y evolutivas de aseguramiento de la supervivencia del infante y, por tanto, probablemente estaba codificado genéticamente. Definía el apego como el lazo del niño con el objeto materno, que toma la forma de conductas variadas en las que el objetivo es la proximidad a ese objeto materno. Bowlby también sostuvo que el apego era un instinto social, como el emparejarse y tener hijos, pero que era independiente de sistemas como la ingesta de comida, una afirmación posteriormente demostrada de forma empírica por Harlow (1961) mediante una serie de estudios con crías de monos. Bowlby también propuso que el vínculo de apego se organizaba entre los seis y los doce meses, proporcionando a partir de entonces la fundamentación para las relaciones objetales del niño, concretamente la respuesta del niño ante la separación y la pérdida del objeto.

Bowlby imaginaba una especie de tensión dinámica tanto en la madre como en el niño con respecto a sus necesidades de apego y sus conductas, una tensión entre conductas que favorece la proximidad en la díada y conductas que favorecen la exploración autónoma y el dominio del entorno por parte del niño. Esta danza diádica delicadamente sintonizada es claramente evidente, desde las situaciones de cuidado temprano a la etapa de juego y posterior.

Ainsworth (Ainsworth y Bell, 1970; Ainsworth, Bell y Stayton, 1971; Ainsworth y cols., 1978) se propuso estudiar cómo la conducta exploratoria de los niños se veía afectada por la presencia o la ausencia de su figura de apego mediante lo que llegó a conocerse como la Situación Extraña. La versión esquemática de este paradigma es que una madre, su infante de 12 meses y un experimentador permanecen juntos en una habitación de juegos durante un rato; entonces la madre se marcha y deja al infante con el experimentador. Tras unos minutos, la madre regresa a la habitación.

Basándose en las formulaciones de Bowlby, Ainsworth hubiera esperado que todos los infantes utilizaran a la madre como base segura para la exploración mientras ésta estaba presente y que demostraran conductas de apego durante la reunión con ella tras su ausencia. Sin embargo, los hallazgos de Ainsworth sobre la Situación Extraña grabados en video indicaron claramente que lo que Bowlby había propuesto como un lazo universal de apego tenía una dimensión de diferencia individual. Como se vio, no sólo había diferencias individuales en la búsqueda de proximidad, sino que éstas se relacionaban con las diferencias previamente observadas en los estilos parentales en el hogar familiar.

Ainsworth y sus colegas describieron tres importantes patrones de apego en su muestra original. El patrón “seguro” (66%) designaba a los infantes que utilizaban a su madre como base segura para la exploración autónoma, mostraban ansiedad ante su ausencia y la acogían cálidamente a su vuelta para volver a la exploración. Las observaciones de Ainsworth en el hogar (Ainsworth, Bell y Stayton, 1971; Ainsworth y cols., 1978) indicaban que las madres de estos niños eran sensibles a sus demandas y necesidades.

El siguiente patrón más común, “evitativo” (25 %) designaba a los infantes que exploraban los juguetes sin mostrar demasiado interés en sus madres aun cuando ellas estuvieran presentes, parecían mínimamente angustiados por su partida y la rechazaban o la ignoraban a su vuelta. Este patrón de laboratorio se asociaba con las observaciones en el hogar del rechazo de estas madres a la conducta de apego de sus infantes, a menudo empujándolos para alejarlos.

El tercer patrón, “ambivalente” (10 %) designaba a los niños a quienes les parecía difícil separarse de sus madres para jugar, y que se veían extremadamente agitados por su partida, pero a pesar de buscar el contacto con sus madres durante la reunión, parecían incapaces de ser consolados. Las observaciones domiciliarias previas de estas díadas indicaban que las madres eran impredecibles en sus respuestas y rechazaban la autonomía de sus hijos.

Una investigación posterior (Main y Solomon, 1986, 1990) identificó un cuarto patrón de apego, el “desorganizado/desorientado”. Estos niños solían tener historias de maltrato por parte de sus padres (Lyons-Ruth y col., 1991), una situación que sitúa a los infantes en una paradoja sin solución en términos de utilizar a la madre como una base segura en situaciones que provocan ansiedad.

Eagle (1995) ha defendido que la teoría de apego es un tipo de teoría de relaciones objetales, en la que las relaciones objetales prototípicas se han representado mediante la noción de modelos internos de trabajo, y que la teoría del apego cambia la supuesta causa de la patogénesis del énfasis en los factores endógenos al énfasis en el papel de la “pretendida falla ambiental”, es decir de la frustración de los deseos instintivos a la percepción verídica de la falla ambiental.

La prueba de la fantasía inconsciente subyacente a la conducta de los niños en el paradigma del apego

Es cierto que los rumores sobre la muerte del psicoanálisis son muy exagerados. Aun así, uno puede estar agradecido de que exista cierta evidencia empírica de la existencia e importancia de la conducta defensiva al principio de la vida. Recordemos que los niños clasificados dentro de la categoría de apego evitativo en la Situación Extraña aparecen separados de sus madres cuando éstas están presentes, no protestan cuando las madres abandonan la habitación y las ignoran o rechazan cuando regresan. Kagan (1984) ha sostenido que estos niños son simplemente precozmente independientes debido a factores temperamentales. Sin embargo, cuando estos mismos niños eran equipados con monitorización cardiaca, se hallaba un incremento significativo en sus pulsaciones cuando sus madres abandonaban la habitación y cuando regresaban (Sroufe y col., 1977). Esta investigación ha sido reproducida monitorizando los niveles de cortisol (Spangler y Grossmann, 1993). Al contrario que Kagan, los investigadores del apego y los psicoanalistas propondrían una explicación de deseo/defensa para estos hallazgos: estos niños con apego evitativo, teniendo en cuenta su historia domiciliaria previa de rechazo materno, demuestran una conducta defensiva en respuesta a su expectativa de la indisponibilidad o el rechazo maternos. Ocultan su ansiedad y necesidad de otros y, con el tiempo, pueden conseguir ocultarse a sí mismos esos sentimientos, tal vez con acompañamiento de síntomas somáticos.

Eagle (1996) cita un apoyo a esta hipótesis mediante una investigación que indica que los adultos con apego evitativo muestran una conducta desdeñosa hacia las necesidades de apego, y tienden a ser compulsivamente autárquicos. La naturaleza defensiva de las actitudes desdeñosas hacia sus propias necesidades de dependencia se demuestra por el hallazgo de que cuando se los enfrenta a temas de apego, estos adultos muestran una excitación fisiológica elevada al tiempo que niegan cualquier afecto negativo.

La conducta de los niños con apego evitativo proporciona una prueba contundente de la actividad defensiva organizada en los niños de 12 meses, que indica que las capacidades mentales que subyacen a la formación de defensas están presentes desde los primeros momentos de la vida, incluso antes del año de edad. Esta prueba toma la siguiente forma: como apunta Lyons-Ruth (1991) los niños con apego evitativo demuestran patrones de incremento de los latidos cardiacos de forma similar a los otros dos grupos en los que los niños se muestran abiertamente angustiados. La diferencia es que los niños con apego seguro y ambivalente reflejan su angustia: su conducta es congruente con su estado emocional; mientras que la conducta de los niños con apego evitativo no es congruente con su estado emocional: ellos fingen, ocultando sus verdaderos sentimientos. Las observaciones domiciliarias grabadas en video de este grupo de niños sugieren que hacen esto porque sus madres son francamente rechazantes, especialmente cuando se las enfrenta a las necesidades de sus hijos.

Otra prueba más de que estos niños con apego evitativo no son simplemente tan sólo precozmente independientes procede de los estudios longitudinales desde la edad más temprana de los niños en adelante. Por ejemplo, Sroufe, Fox y Pancake (1983) hallaron que cuando la muestra original de niños del trabajo de Ainsworth fue observada a los seis años en las clases de primaria, los niños con apego seguro, que a los doce meses necesitaban la presencia de sus madres para explorar tranquilamente, se habían convertido, a los seis años, en independientes, autónomos, con buena relación con sus profesores y compañeros y requerían mucha menos reorientación por parte del profesor que el grupo original con apego evitativo. Los miembros de este último grupo, aunque a los doce meses parecían autónomos, ahora dependían enormemente de la orientación del profesor, tenían dificultades para relacionarse con el profesorado y con sus compañeros y, por lo general, carecían de autonomía. Como concluyen Lyons-Ruth (1991) “los datos longitudinales indican que la relación asertiva describe la conducta adaptativa en la infancia mejor que la autonomía” (p. 12).

Un analista podría explicar estos hallazgos con un lenguaje diferente, sugiriendo que los niños con apego seguro, que podían contar con la presencia protectora de la madre en un período crítico del desarrollo, pudieron internalizar esa experiencia como un objeto seguro prototípico cuya presencia internalizada favorece la autonomía del niño.

Una vez demostrada la conducta defensiva a esta edad, surge la cuestión obvia: ¿conducta defensiva frente a qué peligro? La respuesta a esta pregunta parece señalar la presencia de la fantasía inconsciente en estos infantes de 12 meses. Seguramente lo que motiva la conducta de todos los niños de las cuatro categorías de apego es un deseo de sentirse seguros mediante la proximidad a la madre cuando se encuentran solos en un ambiente extraño. Los niños con apego evitativo son más interesantes precisamente porque no actúan simplemente según su deseo. Teniendo en cuenta las interacciones con la madre previamente observadas en sus casas, han percibido verídicamente que, si actuaran este deseo de proximidad, probablemente serían dolorosamente rechazados.

Del deseo de proximidad y de la expectativa verídica de rechazo nace una formación de compromiso: los niños con apego evitativo actúan como si no necesitaran a la madre o la rechazaran como ellos esperan ser rechazados por ésta. El componente final que falta en este escenario (aunque es fácil inferirlo dado nuestro conocimiento de la cognición egocéntrica de los infantes en toda mentalización preoperacional) es la convicción de los infantes de que es a causa de un fallo en ellos por lo que la madre los rechaza de forma regular; una conclusión incorrecta, pero que encontramos normalmente en el análisis de adultos que fueron rechazados o incluso dados en adopción en su infancia y, por supuesto, en el trabajo similar con niños. Como apunta Eagle (1996), la noción de Bowlby de un modelo interno de trabajo consta de dos partes: un modelo de funcionamiento de la figura de apego, incluyendo la disponibilidad esperada de la misma y:

un modelo complementario de funcionamiento del self, un factor clave de lo que es una representación de lo aceptable o inaceptable que uno es a los ojos de la figura de apego. Por ejemplo, es probable que un niño rechazado por la figura de apego desarrolle un modelo complementario de funcionamiento del self como antipático e indigno de aceptación y amor [p. 110]

Este conjunto de acontecimientos mentales –el deseo de proximidad, la expectativa verídica de rechazo, la conducta defensiva resultante y la creencia consiguiente de que su propio self defectuoso es la causa final- nos permite afirmar que existe prueba de la actividad de la fantasía inconsciente en niños tan pequeños como de doce meses de edad. El notar posteriormente que su conducta constituye una formación de compromiso apoya esta conclusión, si uno recuerda la hipótesis de trabajo de que la fantasía inconsciente es simplemente un vehículo para la representación de todas las formaciones de compromiso.

Este punto de vista, sorprendentemente, no es tan diferente de la explicación que ofrece Brenner (2002) de los mecanismos mentales implicados en el conflicto y la formación de compromiso. Brenner sostiene que “desde los primeros momentos de la vida en que pueden observarse tales deseos, éstos están anclados a la realidad. Nunca… ignoran la realidad externa tal como es percibida y comprendida por el individuo en el momento vital en cuestión” (p. 401, las cursivas son mías). Si bien Brenner sostiene que estos elementos representan el contenido de las formaciones de compromiso, también representan los tres elementos cuya intersección en las fantasías inconscientes se ha propuesto previamente: los deseos, la percepción verídica de la realidad y la cognición ingenua. Reiterando: se ha propuesto que esta aparente coincidencia sucede porque las formaciones de compromiso son las operaciones defensivas sobre el contenido mental, que se representa entonces mediante la fantasía inconsciente.

Las principales discrepancias entre la explicación de Brenner (2002) y la propuesta aquí son la edad en la que aparecen estas capacidades mentales, el contenido que representan y la propuesta de este artículo en cuanto a la relación entre las formaciones de compromiso y las fantasías inconscientes. Brenner insiste en que las formaciones de compromiso hacen su aparición más o menos a los tres años (aun cuando admite que las expresiones verbales aparecen aproximadamente a los doce meses), y, es más, que su contenido se relaciona finalmente con deseos sexuales y agresivos prohibidos: “Aunque puedan no ser inmediatamente obvios, los deseos sexuales y agresivos –y los conflictos y formaciones de compromiso asociados con ellos- son tan determinantes de los denominados conflictos y síntomas preedípicos como lo son de cualquier otro” (2002, pp. 412-413). Así, mediante el análisis adecuado, se mostrará que la depresión de una mujer adulta cuya madre no estuvo disponible emocionalmente durante los dos primeros años de vida representa la creencia de la paciente de que la madre no la amaba a causa de sus “malos” impulsos sexuales o asesinos. Brenner sostiene que “el modo en que la mente funciona al final de la infancia y en la vida adulta representa los conflictos y las formaciones de compromiso de los segundos tres años de vida, influenciados y modelados también por todo lo sucedido durante los primeros tres años de vida” (p. 412, las cursivas son mías).

Obviamente, la investigación en infantes, incluida la investigación sobre el apego, está encaminada a averiguar más sobre “todo lo sucedido durante los primeros tres años de vida”. Se podría  alegar convincentemente, incluso dados los parámetros lingüísticos propios de Brenner que (1) los niños de 12 meses con apego evitativo tienen formaciones de compromiso simples, representadas como fantasías inconscientes, comprendiendo aspectos desiderativos, consideraciones de la realidad y cognición ingenua; (2) estas fantasías se relacionan con el deseo de los infantes de cosas como el contacto táctil, un sentimiento de seguridad, la experiencia de control e invulnerabilidad corporal, y el deseo de entonamiento por parte de la madre; y (3) durante los segundos tres años de vida, estos deseos son recubiertos por los deseos más claramente sexuales y agresivos que Brenner enfatiza, de acuerdo con la conceptualización de Arlow (1996) del desarrollo de fantasías inconscientes.

De hecho, la noción de fantasía inconsciente parece necesaria para explicar el trabajo de Mahler y col. (1975) con relación a las representaciones mentales tempranas positivas y negativas de la madre que, al final de un proceso exitoso de separación-individuación, se integran en un objeto total. Seguramente, estos niños menores de tres años tienen estructuras mentales que representan la bondad o maldad de la madre como influenciada por el pensamiento desiderativo, la cognición ingenua y la percepción verídica, y la posterior integración de estos aspectos positivos y negativos tiene como resultado una fantasía inconsciente más compleja en relación con la madre. La fantasía inconsciente es simplemente una estructura representacional para el contenido mental con un componente motivacional, y parecen existir cada vez más pruebas de que la capacidad para generar tales estructuras mentales surge a una edad más temprana de lo que los analistas creían.

Esto no debería sorprendernos. La literatura de la psicología evolutiva de los últimos treinta años ha seguido confirmando y reconfirmando la opinión prevalente de que los infantes son mucho más inteligentes de lo que imaginábamos, y ciertamente lo son respecto al mundo material. Contrariamente a lo que opinaban Freud y Klein, el infante está muy orientado a la realidad, adquiere afanosamente conocimiento procedimental y declarativo, organiza el mundo de acuerdo a propiedades amodales y transmodales como son el lugar, la direccionalidad, la intensidad, el ritmo y la intencionalidad (Eagle, 2001; Gergely, 1992). Dada la dependencia mucho más prolongada del infante humano hacia un cuidador que lo críe, en comparación con otras especies, es incluso más importante desde un punto de vista evolutivo que esta sabiduría se dirija también al mundo interpersonal, comprometiendo al infante en la abstracción de patrones esperables e invariables en las relaciones con los otros.

Conclusión

No es mezquino por parte de una ciencia conservar múltiples términos que se solapan significativamente o que son variantes notacionales con referentes prácticamente idénticos. Este artículo ha defendido que la teoría psicoanalítica requiere una construcción mental que represente la intersección del pensamiento desiderativo, la percepción verídica del entorno y la cognición ingenua. Parece que términos como fantasía inconsciente, modelos internos de trabajo, RIGs, y esquemas han enfatizado uno o dos de estos elementos a costa del tercero.

Mi preferencia sería conservar el término fantasía inconsciente y ser claro en cuanto a que éste se define como una afirmación de una creencia más o menos inconsciente que resulta de la intersección de estos tres componentes, con la complicación añadida de las diferencias temperamentales. Nuestra literatura e intercambios entre diferentes escuelas sugieren que la mayoría de los analistas piensan en el término de esta forma, aun cuando no hayan sido explícitos en su conceptualización, e incluso aunque yo espero algún desacuerdo por parte de los investigadores del apego que, a pesar de mis argumentos, continuarán afirmando que ellos captan la percepción verídica pura, neta, de las interacciones ambientales.

Parece probable que los freudianos, los kleinianos y los teóricos del apego estén de acuerdo en que el psicoanálisis existe dentro de un marco de trabajo evolutivo en el cual son primordiales la supervivencia, la exploración, la adaptación e incluso el dominio del entorno natural y social. Todos estos modelos requieren formulaciones psicoanalíticas que tengan en cuenta la naturaleza y la capacidad intrínsecas a las especies humanas de generar deseos a menudo poco realistas; de desarrollarse en un entorno imperfecto que, no obstante, debe ser procesado, organizado y al que deben adaptarse mientras que es codificado en la memoria; y de lograr todo esto al tiempo que están constreñidas por las capacidades cognitivas limitadas de la infancia. Claramente, las tres dimensiones deben abarcarse en cualquier intento serio de una psicología motivacional comprensiva.

NOTAS

(1) La representación de conocimiento procedimental es un problema que permanece sin resolver, aunque uno pueda imaginar que ese conocimiento podría representarse mediante modos proposicionales y simbólicos: las imágenes de los sueños ilustran regularmente la representación plástica del conocimiento procedimental, y esta información puede articularse verbalmente en el transcurso de la interpretación del sueño (ver nota al pie 4, p. 561, para una elaboración más detallada de este punto).

(2) Nótese que en la frase una aprehensión correcta de la realidad, Laplanche y Pontalis fusionan la percepción verídica del entorno con la cognición ingenua. No dudan en entender que la comprensión de la realidad por parte de los niños no es idéntica a la de los adultos, pero parecen indiferentes a los detalles específicos de esas diferencias.

(3) Aunque excede el alcance de este artículo, debe señalarse que la experiencia de realidad que el niño tiene, es decir su percepción verídica, también está significativamente influida por factores constitucionales-temperamentales, de tal modo que infantes con diferentes temperamentos experimentarán de forma distinta el mismo acontecimiento ambiental (Eagle, 1995).

(4) Stern y cols. (1998) hacen varias afirmaciones cuestionables a este respecto. Reconocen que el hecho de si el conocimiento declarativo y el procedimental “son, en realidad, dos fenómenos mentales distintos, es algo a determinar”; no obstante, el modo en que ellos los consideran por separado implica que los autores creen que estas dos formas de conocimiento son separables en la práctica, no sólo en la teoría. Así, continúan equiparando el conocimiento declarativo con el conocimiento verbal, consciente o de fácil acceso a la consciencia, al tiempo que describen el conocimiento procedimental como no simbólico e inconsciente, como si estos dos modos tuvieran una procedencia diferente en la mentalización real. A pesar de que el examen detallado de su propuesta excede el propósito de este artículo, su afirmación parece extraña puesto que muchas de las demostraciones de las capacidades discriminatorias de los infantes han dependido de su capacidad para distinguir a la madre de los otros, o a las personas de los objetos inanimados, requiriendo ambas distinciones conocimiento declarativo y procedimental.

Así, la afirmación de que “el conocimiento procedimental de las relaciones… es implícito, operando en… la experiencia verbal consciente… exterior, representado de forma no simbólica en lo que denominaremos ‘conocimiento relacional implícito’… es decir como ‘estar con’ alguien…” (p. 905) no computa. Desde el momento en que existe una “relación”, un “alguien”, existe conocimiento declarativo. “Alguien” no es “cualquiera” y el conocimiento relacional procedimental no es comparable al tipo de memoria muscular que le permite a uno montar en bicicleta. Aunque parece correcto defender que la mayor parte, si no todo, del conocimiento procedimental se pone en acto de forma consciente, estas “formas de estar con” alguien pueden, ciertamente, ser verbales y conscientes. Uno tiene la impresión de que una apreciación más completa del contenido y el potencial de las fantasías inconscientes por parte de estos autores podría haber alterado en cierto modo sus formulaciones sobre el conocimiento relacional implícito y su relación con la epistemología infantil.

 

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