aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 016 2004 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

El psicoanálisis: una teoría sin género. Masculinidad/feminidad en la obra de Sigmund Freud. La revisión de Jean Laplanche

Autor: San Miguel, Mª Teresa

Palabras clave

Complejo de castracion, Complejo de edipo, Feminidad, Identidad de genero, Identidad femenina, Identidad masculina, Identificacion, Fantasias infantiles, Feminidad cargada de significados negativos, género, Laplanche y la seduccion originaria, Masculinida.


(*) Este trabajo es un resumen de la Tesis Doctoral presentada en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid (28 de octubre de 2002).

Cuestiones preliminares

1. Estado de la cuestión

El planteamiento freudiano acerca del origen de la diferencia entre los sexos y la construcción de la masculinidad/feminidad en los seres humanos ha sido objeto de controversia en el psicoanálisis a lo largo del siglo XX, más exactamente a partir de los años veinte, en los que Freud (1923) teoriza la fase fálica y su preeminencia para la comprensión de la identidad sexual de niños y niñas. Ahora bien, una de las dificultades que Freud nos lega es la de haber tomado el sexo biológico como fundamento para la identidad masculina o femenina.

La revisión de dicha polémica en el campo del psicoanálisis ha sido realizada por la doctora Emilce Dio Bleichmar en su obra La sexualidad femenina. De la niña a la mujer (1997). Como bien muestra en su recorrido, diferentes escuelas del psicoanálisis se han enzarzado en discusiones sobre el conocimiento más o menos temprano de la niña sobre sus genitales, con el fin de establecer si hay o no una feminidad primaria. El debate comienza todavía en vida de Freud, sostenido por representantes de la escuela inglesa (E. Jones, M. Klein) y una autora americana, Karen Horney, a propósito de la existencia de una primitiva identidad femenina, pero siempre ligada al sexo biológico.

En Francia, Jacques Lacan, habría operado un cambio de rumbo, al hacer una lectura más simbólica y menos biológica de lo fálico en la teoría psicoanalítica, pero sosteniendo la preeminencia del falo como significante de la identidad. El problema es que, en la obra de Lacan, el binomio fálico-castrado se mantenía en pie y, por tanto, la feminidad quedaba signada como aquello que no se puede inscribir simbólicamente. Pese a la complejidad de muchos de los análisis de Lacan, de los que no podemos ocuparnos aquí, es preciso señalar que su teoría sobre lo masculino y femenino vuelve a erigirse sobre un símbolo, el falo, que siempre va a tener un referente anatómico.

Sin entrar a fondo en estos debates, magistralmente tratados en la obra de Dio Bleichmar, lo que nos interesa retener de ellos es la permanente insistencia en hacer girar la identidad masculina o femenina sobre la problemática, biológica o simbólica, de los órganos sexuales. En otros términos, la incapacidad para discriminar sexualidad e identidad. La posibilidad de pensar en una identidad relacionada con los ideales del yo, que va a sufrir desgarros y articulaciones con la identidad sexual, se nos presenta como imprescindible para entrar en este debate del psicoanálisis, en el que siempre persiste la inquietud acerca de la sexualidad femenina, reconvertida en inquietud por la feminidad.

A finales de la década de los sesenta, Stoller (1968), apoyándose en los trabajos de Money (1982), introduce en el psicoanálisis el concepto de “núcleo de la identidad de género”, para dar cuenta de una primera identificación masculina/femenina, la cual es previa en el desarrollo infantil al descubrimiento de la diferencia entre los sexos. Con este término, el autor nos plantea una primera identificación de la niña con la madre que lleva el cuño indiscutible de lo femenino y que no sufrirá alteración en cuanto identidad, aunque sí posibles problemas de orden sexual.

El concepto de género tuvo una enorme resonancia, sobre todo fuera del psicoanálisis: en el pensamiento feminista. La sociología, la antropología y las ciencias sociales en general, lo incorporaron desde el feminismo y acabaron haciendo de él un concepto central para la interpretación de todas las cuestiones relacionadas con las mujeres. Su rápida imposición como categoría de pensamiento en estas áreas ha hecho que con frecuencia se olviden sus orígenes, y que el género se identifique como un concepto creado por el feminismo. El éxito del termino, detrás del cual se esconde a veces una cierta confusión sobre los contenidos conceptuales, ha hecho que pasara a formar parte, en estas dos últimas décadas, del lenguaje político; y, desde ahí, incluso, se ha trasladado al lenguaje común.

Sin embargo, dentro del campo del psicoanálisis, curiosamente, no ha tenido la repercusión esperada, antes bien, ha tendido a ser rechazado como proveniente del campo social y, por tanto, ajeno a lo psicológico.

Ahora bien, queda pendiente el trabajo de anclar el género en el psicoanálisis, lo que implica hacer una revisión de toda la teoría psicoanalítica de la sexualidad femenina. Esta tarea, precisamente, es la que ha enfrentado Dio Bleichmar a lo largo de su obra, y especialmente en la ya mencionada (1997).

Aunque la doctora Dio Bleichmar suscriba lo manifestado por Stoller, en el sentido de que hay una primera identificación masculina o femenina, mantiene la necesidad de pensar la articulación entre sexualidad y género a través de lo que se ha denominado “sistema sexo-género”. Con este fin, señala algunas diferencias en las formas de “sexualizar” a los niños y las niñas, con claras consecuencias en la constitución de los ideales del yo, así como en el lugar que ocupa la sexualidad adulta y las relaciones amorosas en hombres y mujeres.

Como bien destaca la autora, muchas de las críticas a la teoría de Freud sobre la construcción de lo masculino y lo femenino en la infancia han recaído en los mismos supuestos “biologistas” del maestro. Así, la controversia sobre el conocimiento temprano, o no, de la vagina por parte de la niña, presupone que es en los órganos genitales en los que se asienta la identidad sexual, dejando en un segundo lugar, u obviando, el lugar de los otros, adultos, en la conformación de las representaciones acerca del propio sexo. A esto se añade la redundancia en una supuesta dotación constitucional de masculinidad o feminidad -presente en los trabajos de Freud-, pero que una autora como Melanie Klein lleva a un grado total de determinismo en la configuración de la identidad sexual.

Para terminar, cabe plantearse una pregunta: ¿La elucidación de las relaciones entre sexo y género, concepto que remite necesariamente a contenidos culturales, es un trabajo que compete realizar al psicoanálisis? Pensamos que sí, y que no se trata entonces de una mera denuncia de los contenidos “androcéntricos” de la teoría, al modo de la realizada sobre todo por autoras feministas –empresa, por otra parte, que no se ha de desdeñar-, sino de intentar sostener que la teoría psicoanalítica no puede desconocer el hecho de que existe una ordenación entre los sexos claramente jerarquizada y socialmente determinada, que esa ordenación preexiste a la conformación de las identidades individuales y también a cualquier reflexión científica que pretenda dar cuenta de dicho proceso.

2. Una propuesta de investigación

Esta tesis se estructura en dos partes. La primera está dedicada a la revisión de las concepciones freudianas sobre lo masculino/femenino, cuestión que recorre su obra y que nos obliga a un periplo muy amplio. La segunda parte está dedicada a la obra de Jean Laplanche, centrada sobre todo en una re-lectura de Freud, que pretende librar al psicoanálisis de algunos errores de su fundador para asentarlo sobre nuevos fundamentos.

Obviamente, las revisiones de la obra freudiana en la segunda mitad del siglo XX son amplias y encontramos una larga nómina de autores y escuelas en el psicoanálisis que han emprendido esta tarea. Ahora bien, esta investigación no pretende elaborar una panorámica del pensamiento psicoanalítico, ni un diagnóstico sobre los debates que lo recorren, sino que pretende detenerse específicamente en una cuestión: la necesidad de discriminar, también de articular, entre el concepto de identidad, masculina o femenina, y el concepto de sexo, y ello a través de la revisión exclusiva de la obra de dos autores.

Parece obligado referirse, en primer lugar, a la obra de Freud, no sólo porque él funda el psicoanálisis e inaugura una teoría sobre el inconsciente y un método para acercarse a él, sino porque el psicoanálisis ha hecho, del recurso al pensamiento freudiano, su seña de identidad; y, de sus teorías, una auténtica “cosmovisión”.

Más explicaciones requiere justificar la elección de Jean Laplanche como autor de la única obra que, después de Freud, merece la atención de esta investigación. Una obra, por otra parte, amplia y compleja que ha ido evolucionando desde la década de los sesenta hasta la actualidad, y cuya relevancia queda testificada por el impacto que ha tenido en el campo del psicoanálisis y el interés que ha suscitado entre tantos y tan prestigiosos psicoanalistas. Su Vocabulaire, escrito en colaboración con Pontalis, se ha convertido en obra de referencia obligada en nuestro campo. Por otra parte, sus cursos dictados en la Universidad de Paris VII, y reconocidos en 1975 como requisito para acceder a un Doctorado de Tercer Ciclo, suponen una cierta primicia en una enseñanza reglada del psicoanálisis dentro de la Universidad y ha dado sus frutos bajo la forma de obras que han saltado los muros del ámbito académico.

Nos interesa la obra de Jean Laplanche no sólo por sus sobrados méritos, sino por la tarea que ha realizado sobre la obra freudiana, tratando de expurgarla del peso del biologismo y de la consideración freudiana del psiquismo como auto-engendrado. Laplanche emprende esta revisión, por otra parte, dejando a cubierto la especificidad de la teoría psicoanalítica, su autonomía respecto a otras disciplinas.

Además, Laplanche ha trabajado los textos de Freud con un esmero y una disciplina que nos parecen ejemplares. Dado que nuestras referencias a la obra de Freud se hacen sobre el texto traducido al castellano (Amorrortu editores) del original alemán, los problemas que el autor francés ha encontrado en su propia traducción de la obra freudiana al francés, así como su revisión crítica de las traducciones inglesas, son un complemento imprescindible para nuestro trabajo sobre la obra de Freud. A todo lo anterior se puede añadir que el reconocimiento que ha merecido el Vocabulaire de la Psychanalyse demuestra a las claras el sistemático estudio de Laplanche y su alejamiento de sectarismos estrechos tan poco fecundos en el trabajo intelectual.

Finalmente, y antes de adentrarnos en explicaciones más precisas, Laplanche tiene el mérito de haber criticado lo que él mismo ha denominado “falsos asentamientos de la teoría psicoanalítica”. Su revisión de conceptos tan capitales para el psicoanálisis como los de pulsión, inconsciente, narcisismo o relación de objeto, despojándolos de su carga biológica y de los supuestos endogenistas, permiten re-centrar el objeto del psicoanálisis: lo inconciente, como fundado por el otro. Esta es, desde nuestra perspectiva, la gran aportación de Laplanche, y la que permite replantear desde otra óptica el problema de la identidad sexual en la teoría del psicoanálisis.

2.1. Un recorrido por la obra de Freud

El tema de la diferencia entre los hombres y las mujeres, de la huidiza y compleja definición de lo masculino y lo femenino, es recurrente a lo largo de toda la obra de Freud. Antes de adentrarnos en ella, es preciso señalar que el concepto de masculino/femenino es previo a Freud, y que el autor toma como punto de partida dicha división tal y como era entendida tanto por la biología como en el ámbito social.

El tema es complejo, como lo fue para el propio autor, pues estamos tratando con categorías polisémicas, cuyos significados remiten a disciplinas científicas distintas: la biología, las ciencias sociales y la psicología, sin olvidar el lenguaje vulgar. El propósito de Freud no era otro que dilucidar la aportación que el psicoanálisis podía hacer a las teorías generadas en estos campos. Se trata, entonces, en nuestra investigación, de rastrear en el texto freudiano una suerte de especificidad psicoanalítica para el concepto de masculinidad/ feminidad.

El primer acercamiento de Freud a dicho concepto lo hará de la mano de las ideas de su amigo el médico berlinés W. Fliess, el cual sostenía que en el cuerpo de todos los seres humanos se encuentran componentes de ambos sexos, al tiempo que pretendía probar la existencia de ciclos masculinos y femeninos, cuyo estudio permitiría prever acontecimientos, enfermedades y hasta el número de años que una persona habría de vivir. Freud en parte recoge y en parte transforma la teoría de la “bisexualidad” de su amigo y confidente, pero es esencialmente con este bagaje con el que enfrenta su conocida obra Tres ensayos de teoría sexual (1905).

Desde que Freud bautiza como “teoría sexual infantil” los intentos de los niños por descifrar el significado de la sexualidad de los adultos, de la diferencia entre los sexos y del embarazo y el parto, no dejará de rastrear el papel de tales fantasías en la evolución de la sexualidad infantil y en la conformación del aparato psíquico. Pero la importancia otorgada a dichas fantasías y su empeño en considerar que tienen un núcleo de verdad conducirán la reflexión freudiana por falsos derroteros, al quedar solapadas teoría infantil y teoría psicoanalítica. Cuando Freud plantee que en la infancia se atraviesa por una fase (fálica), en la que niños y niñas sólo reconocen la existencia del genital masculino, será el denominado “enigma” de la diferencia entre los sexos el que vaya ocupando un lugar central para comprender no sólo los avatares de la sexualidad masculina y femenina, sino los destinos de la identidad, masculina o femenina, de los sujetos.

El concepto de bisexualidad y el de fase fálica -y sus consecuencias (1924b, 1925) sobre los dos grandes complejos: castración y Edipo- son aspectos centrales de la teoría freudiana sobre la masculinidad/feminidad, y muestran la capital importancia que Freud otorga a las diferencias anatómicas entre los sexos. Pero hay otros conceptos que, o bien derivan de ellos -como el par actividad/pasividad-, o son una extensión a otros campos de lo que Freud teoriza en torno a la sexualidad de niños y niñas.

Si nos centramos en los dominios científicos a los que Freud recurre en su intento de encontrar una sólida base para sus descubrimientos y conjeturas sobre la diferencia entre los sexos, encontramos, por un lado, su recurso a la biología -más específicamente la anatomía y la fisiología-; y, por el otro, las teorías evolucionistas, cuya influencia sobre disciplinas tan variadas como la antropología –en su tiempo denominada etnografía-, la filología, la medicina o la naciente psicología fue realmente espectacular.

La mención a la biología es permanente a lo largo del discurrir freudiano sobre la sexualidad y la constitución de la masculinidad/feminidad. Freud considera que sólo la biología puede dar cuenta cabalmente de qué es lo masculino y lo femenino. En palabras del autor, “la anatomía es el destino”.

Tanto las teorías anatómicas y fisiológicas sobre las diferencias entre los sexos, como un cierto evolucionismo aplicado a la historia de la especie humana, son los dos recursos esenciales que Freud usa en sus intentos de sostener su teoría sobre la fase fálica y el complejo de castración, que irán convirtiéndose en auténticos núcleos del devenir de la identidad sexual y una diferente constitución del psiquismo de hombres y mujeres.

El Capítulo 1 de esta tesis se centra en el concepto de bisexualidad, que para Freud implica la presencia en todo ser humano de caracteres sexuales somáticos y psicológicos, tanto masculinos como femeninos. Más allá de lo discutible que este planteamiento pueda ser desde el punto de vista biológico, Freud va a sostener hasta el final de su vida que se cuenta con una dotación constitucional de masculinidad y feminidad originaria, y va a otorgar un peso importante a la mezcla de esos caracteres en el desarrollo libidinal y en la conformación definitiva de lo masculino y lo femenino en la pubertad.

En el Capítulo 2, se presentan las relaciones complejas, y en ocasiones contradictorias, entre el par actividad/pasividad y el de masculinidad/feminidad. Aunque Freud mostró en algunos momentos resistencia a identificar activo con masculino y pasivo con femenino, nunca dejó de considerar que las llamadas “metas activas” o “metas pasivas” de la pulsión sexual eran la base de las características psicológicas propias de la masculinidad y la feminidad respectivamente. Esta relación se expresa en el otro par que Freud introduce –sujeto/objeto-, en el que vuelve de nuevo a quedar relacionado el primer termino con lo masculino y el segundo con lo femenino.

La diferencia entre hombres y mujeres con respecto a los dos tipos de elección de objeto que Freud distingue, y a los que denomina “por apuntalamiento” y “narcisista”, añade una discriminación respecto a los conflictos enfrentados por los sujetos de ambos sexos, suponiendo a los sujetos femeninos una mayor inclinación al narcisismo, que compartirían con los homosexuales, tanto si pertenecen estos al sexo masculino como al femenino. Sobre esta cuestión trata el Capítulo 3.

En el Capítulo 4 se presenta la teoría freudiana sobre aquella fase de la evolución de la libido que denominó “fase fálica”, y en la cual tanto los niños como las niñas sólo reconocerían un genital: el masculino. Las consecuencias de este postulado para la constitución definitiva de la masculinidad/feminidad son importantes, ya que la denominada “envidia del pene” en la niña se erige como origen y causa de homosexualidad femenina y del complejo de masculinidad en la mujer. En cualquier caso, marca los avatares de una feminidad fundada en la búsqueda del padre y en la transmutación del deseo de pene en deseo de hijo. Con respecto al varón, será la denominada “angustia de castración” la que caracterice el temor sobre su genital, como consecuencia de sus deseos incestuosos, y lo que le llevará a renunciar a estos últimos.

Para las niñas, sin embargo, la falta de pene es lo que las empuja a dirigirse hacia el padre, con la esperanza de recibirlo de él. Pero, dado que para la niña no hay amenaza a su integridad corporal, la prohibición del incesto no se establece con la misma rotundidad que para el varón, lo que supone una distinta conformación del super-yo en la mujer, que sería más débil al no haber renunciado a sus deseos edípicos.

Por otra parte, Freud va a teorizar una forma específica de masoquismo al que denomina “masoquismo femenino”. Con tal denominación, hace referencia a que el sujeto, sea hombre o mujer, se encuentra en la posición característica de la feminidad: estar castrada, padecer el coito y el parto. Corresponde al Capítulo 5 la exposición de este tema.

El Capítulo 6 está dedicado a las ideas de Freud acerca del origen de la sociedad, la religión y la moral, que son presentadas por primera vez en su ensayo de 1913 Tótem y tabú. Esta cuestión interesa a nuestra investigación porque Freud elabora un relato de la prehistoria de la humanidad que otorga un particular lugar a hombres y mujeres, aún más, una posición asimétrica también en el orden social. Freud adscribe un origen masculino a la constitución de los sentimientos sociales, éticos y religiosos, lo que se complementa con sus ideas, en el plano individual, sobre la diferente conformación del super-yo considerado como más débil en el caso de las mujeres.

Estas concepciones atraviesan toda la obra freudiana, aun si corresponden a épocas diferentes. Como ha puesto de manifiesto Bercherie (1988), en la obra de Freud se pueden distinguir varios modelos que Freud nunca sintetizó. Una consecuencia de esto ha sido una cierta riqueza en los debates entre sus continuadores y la posibilidad de contar con marcos de referencia heterogéneos para poder pensar la clínica. Pero también ha traído aparejada la posibilidad de invocar el pensamiento freudiano -con la legitimidad que ello otorga- como si éste fuera homogéneo, o como si el modelo elegido fuera más psicoanalítico que los otros.

Este trabajo se propone seguir la trayectoria del fundador del psicoanálisis, señalando los cambios y giros de su pensamiento, y las contradicciones a las que estos conducen en algunos temas, lo que nos obliga a un estudio sistemático del conjunto de la obra freudiana. Ahora bien, tal y como puntualiza Laplanche al referirse a su propio análisis de la obra freudiana, no es interés de esta investigación recurrir a la biografía de Freud, o a la interpretación de determinados acontecimientos de su vida, como base explicativa de sus posturas teóricas. No se trata de hacer una especie de estudio psicoanalítico del autor, sino de estudiar su obra.

El objetivo central de dicho estudio es demostrar que la teoría freudiana sobre la diferencia entre los sexos merece ser revisada, y que el concepto de género puede aportar luz sobre algunas de las carencias, las falacias o las contradicciones de dicha concepción. Se trata de ver cómo las formas psíquicas, fantasías o creencias, con las que los niños se representan los dos sexos guardan una continuidad con los mitos sociales, pero no el sentido en que lo pensaba Freud –que consideraba las producciones simbólico-culturales como expresiones de la fantasía inconsciente, y de ahí la correspondencia y continuidad entre los dos ámbitos-, sino como materiales de origen cultural introyectados.

Consideramos que la teoría freudiana contiene, de forma exhaustiva, una relación de dichas fantasías, tan persistentes e invariables como para que Freud las colocara en el núcleo del inconsciente y creyera que hablaba de los sexos (o de su diferencia), cuando en realidad hablaba de género. A lo señalado por Laplanche, en el sentido de que los grandes complejos del psicoanálisis son en realidad parte de esa mito-simbólica que se le presenta a los niños para ligar la angustia, habría que añadir que, no sólo en los mencionados complejos, sino en todos los conceptos a los que Freud recurre para marcar la diferencia entre los sexos, se encuentra el eco de esa mito-simbólica.

A diferencia de lo que pensaba Freud, las fantasías sexuales infantiles no forman parte del patrimonio genético de la humanidad, ni se gestaron en un pasado remoto. Sin embargo, podemos retener de los postulados freudianos que cuando los niños se interrogan sobre la sexualidad de los padres o la diferencia genital entre ellos, lo hacen desde guiones ya elaborados y puestos a su disposición por los adultos significativos, cauces previos y establecidos por donde circulará la fantasía infantil.

Más específicamente, los objetivos de esta primera parte de la investigación sobre el pensamiento de Freud serían dos:

a) Presentación de las ideas de Freud sobre la diferencia entre los sexos y los contenidos que adscribe a lo masculino y lo femenino, así como los fundamentos científicos de su teoría. Dos campos van a ser fundamentales: la biología y las teorías evolucionistas.

b) En segundo lugar, se irá mostrando cómo la confusión entre sexo y género conduce a Freud a dos deslizamientos teóricos importantes:

Un particular sesgo que se manifiesta en una redundante identificación de lo masculino como modelo para lo específicamente humano, y/o la consideración de ser superior o más evolucionado. De forma complementaria, la ubicación de lo femenino como simple reverso de lo masculino y/o situado en el plano de lo inferior, más cercano a la patología -o encarnándola, como en el llamado “masoquismo femenino”-, y a lo primitivo.

La consideración de que la identidad se instituye a partir de la fase fálica y el complejo de Edipo, en otras palabras, a raíz de que los niños y las niñas se interrogan sobre el enigma de la diferencia entre los sexos. Ignorar la importancia de una primera identidad, de género, impedirá a Freud distinguir entre identidad sexual y elección de objeto.

2. 2.    Laplanche: los nuevos fundamentos para el psicoanálisis

Como ya se ha visto, Freud busca fundamento a sus ideas en una serie de ciencias, sobre todo la biología y los estudios sobre la prehistoria de la especia humana. Al apoyarse en estas bases, su teoría sobre la constitución del aparato psíquico y la sexualidad infantil tienen un fuerte componente “biologista” pues pretende que es la conformación anatómica o funcional la que dirige muchos procesos psíquicos. Además, el peso otorgado a la herencia, en la que él llega a anclar la transmisión de las fantasías infantiles sobre los orígenes, conduce su reflexión por una falsa vía -al decir de Laplanche- pues nos presenta un modelo de desarrollo psíquico profundamente endógeno, es decir, que parte del propio sujeto, y donde el papel de los otros no tiene un lugar primordial en la fundación del inconsciente.

Tanto la relación del psicoanálisis con las otras ciencias como la crítica al mencionado “endogenismo” de la teoría freudiana, constituyen dos centros de atención para la revisión que Laplanche realiza de la metapsicología freudiana. Según el autor francés, el hecho de apoyarse en otras ciencias, como la biología, habría extraviado a Freud en su itinerario, conduciéndole por falsas vías en sus descubrimientos, a la hora de cercar el objeto de estudio de ese nuevo campo de saber que Freud intenta construir.

Entre las obras de Laplanche, el texto de 1987 Nuevos fundamentos para el psicoanálisis tiene, sin duda, el papel de “manifiesto”. Como el mismo título indica, estaría encaminado a dotar de una nueva base teórica al psicoanálisis. Al recusar el asentamiento de éste último tanto en la biología como en la mecánica, la lingüística o la prehistoria de la especie, Laplanche insiste en considerar la implantación de la sexualidad en el niño por parte de los adultos que cuidan de él, como el verdadero origen de la sexualidad infantil.

Laplanche rescata la primitiva teoría freudiana de la seducción sexual y le otorga otra dimensión, en el sentido que una cierta seducción -que él denomina originaria- sería el proceso a través del cual el niño se ve enfrentado con una serie de mensajes de índole sexual, desconocidos para él y para el propio adulto que los emite. Parte de estos mensajes será simbolizada, pero siempre quedará un resto no “metabolizable”, indescifrable, que sería lo que constituiría el inconsciente.

Esta concepción del origen del psiquismo y de la sexualidad infantil como implantada por el otro supone cuestionar aquellos conceptos que son centrales en la teoría psicoanalítica, ya que no sólo el origen de la sexualidad infantil y del inconsciente proviene del otro, sino también las vías de simbolización que le son propuestas al niño para calmar su angustia y enfrentar lo que Freud denomina los “enigmas” de la infancia, es decir, aquellos que atañen al origen de la diferencia entre los sexos, la sexualidad entre los padres, y de la propia concepción y nacimiento, frente a los cuales los niños elaboran las llamadas “teorías sexuales infantiles”. El problema es el estatuto otorgado a tales teorías, pues para Freud ocuparían un lugar nuclear de lo inconsciente, e incluso -como se trata en la primera parte de esta tesis- va a concebirlas como herencia filogenética.

Según Laplanche, lo que Freud y gran parte de los psicoanalistas consideran como núcleo del inconsciente -la castración y el complejo de Edipo- ha de ser cuestionado, ya que, en tanto que mitos, no son originarios del inconsciente, sino formas culturales que los adultos presentan a los niños para que éstos puedan simbolizar los mensajes sexuales que provienen del mundo adulto y que son indescifrables para los niños.

Laplanche coloca, pues, en otro plano la reflexión freudiana sobre cómo enfrentan los niños y las niñas la diferencia entre los sexos y los grandes complejos, castración y Edipo, que se derivan de las fantasías infantiles asociadas a dicho enigma, hasta el punto de considerar que tales códigos culturales no son objeto específico del psicoanálisis.

De forma consecuente, Laplanche no está particularmente interesado en señalar el sesgo que toman las ideas de Freud sobre lo masculino y lo femenino, que adscriben al primer término una valoración superior o de modelo de lo específicamente humano, y que interesan por distintos motivos a nuestra investigación.

Sin embargo, la revisión de la teoría freudiana por parte de Laplanche despeja el campo teórico de las orientaciones más biologistas de la doctrina freudiana y permite centrar en el encuentro entre el recién nacido y las figuras que cuidan de él la instauración de la pulsión sexual,

El recorrido de Laplanche por la teoría freudiana es tan pertinente a nuestro trabajo porque muchas de las características que Freud adscribe a la feminidad (pasividad, elección narcisista de objeto, masculinidad originaria, masoquismo) quedan re-definidas en la teoría de Laplanche. Su revisión, merecedora de todo elogio, persigue acotar el objeto del psicoanálisis centrado en el estudio de un inconsciente de origen pulsional; esos restos “des-significados” de los mensajes enigmáticos que el sujeto infantil trató de traducir sin conseguirlo plenamente. De ahí que relegue al plano de la auto-teorización sobre sí mismo tanto las teorías sexuales infantiles como los grandes complejos del psicoanálisis, castración y Edipo. Este plano sería cultural, una vía simbólica para representarse los mensajes sexuales del mundo adulto.

Es necesario puntualizar que para Laplanche la oposición masculino-femenino no es objeto específico del psicoanálisis, pues tal oposición no tiene contenido pulsional, sexual, hasta que los niños no enfrentan la diferencia entre los sexos. De hecho, critica (Laplanche, 1988: 43, nota 12) la noción de “género” aplicada al psicoanálisis, tal y como fue propuesta originariamente por Robert Stoller.

El Capítulo 7, primero de la esta segunda parte dedicada a Laplanche, se ocupa específicamente de la obra del psicoanalista francés. Una obra que se ha desarrollado, en sus términos, bajo la forma de sucesivas vueltas de una misma espiral, y que por lo tanto requiere de una cierta reconstrucción.

El resto de los capítulos se destinan a revisar, a la luz de la teoría de la seducción originaria, la mayoría de los conceptos freudianos que se examinan en la primera parte. Así, en el Capítulo 8, veremos el significado propuesto por Laplanche para el concepto de actividad-pasividad. En el Capítulo 9, las precisiones acerca de los dos tipos de elección de objeto que Freud teoriza.

El Capítulo 10 se ocupa de la oposición fálico-castrado y el complejo de castración. Es éste el capítulo más largo, lo cual es congruente con la extensión que Freud dio al complejo de castración y al complejo de Edipo como “complejos nucleares”, y también por ser éste un campo donde Laplanche ha introducido cambios radicales que afectan a lo que se podrían denominar las señas de identidad del psicoanálisis. Finalmente, el Capítulo 11 contiene la revisión que hace Laplanche sobre el sadismo y el masoquismo.

Ahora bien, aun coincidiendo en gran medida con casi todos los postulados de Laplanche, y valorando su esfuerzo por re-fundar el psicoanálisis sobre bases más firmes, encontramos en su obra varios problemas que se van enunciando a lo largo de este recorrido. Así, sin negar la necesidad de discriminar los dos planos que Laplanche nos presenta –implantación de la sexualidad y mito-simbólica sobre los sexos-, varios problemas quedarían, a nuestro entender, pendientes. En primer lugar, que no se puede desdeñar el peso de lo simbólico en la constitución de la identidad sexual, así como en cualquier discurso o teoría sobre la sexualidad, y el psicoanálisis es una de ellas.

En segundo lugar, el desarrollo teórico de Laplanche sobre la obra de Freud silencia, en buena medida, lo que podría considerarse otro “extravío” [1] de Freud: aquél que insiste en plantear lo masculino como base de ambos sexos, prototipo de lo característico del ser humano, ya se trate del plano individual como de la organización social y la cultura.

Una pregunta que a nuestro entender queda en pie es la de los motivos que condujeron a Freud a relacionar insistentemente lo femenino con lo infantil, lo menos evolucionado, inferior o lindando con la patología. Si los sistemas simbólicos han demostrado su poder en la teoría psicoanalítica, y siguen haciéndolo, incluso en aquellos desarrollos que parten de la teoría de la seducción originaria, es hora de incluirlos de alguna forma en la reflexión sobre los orígenes de la sexualidad infantil.

Es objetivo de esta segunda parte demostrar que, al relegar a un lugar secundario el plano mito-simbólico, considerando que no es objeto específico del psicoanálisis, Laplanche deja intacto el orden existente, o cuanto menos “desenfocado”, y no puede en consecuencia sopesar sus efectos. Por otra parte, su teoría de la seducción originaria es una piedra fundamental del edificio psicoanalítico pero no suficiente para enfrentar cómo se constituye en los seres humanos la identidad de género, ni para rastrear los efectos de una teoría sobre sí que le es propuesta al recién nacido y que encierra prioridad para un sexo y mutilación para otro.

De la misma manera, y precisamente porque reconocemos la maestría de Laplanche, hemos intentado “hacer trabajar a Laplanche”. Hacer trabajar la obra de Laplanche supone, como él mismo hizo con Freud, reconocer las aportaciones esenciales de su pensamiento, pero también intentar obtener respuestas a las preguntas que él no ha respondido.

Laplanche recoge, en una de sus últimas conferencias (1997), una inquietud acerca del empecinamiento de generaciones de psicoanalistas y de diferentes escuelas por continuar colocando, en el centro de la teoría psicoanalítica, lo que es de claro origen social, así como en seleccionar, de entre los numerosos mitos con los que la humanidad ha simbolizado la diferencia entre los sexos, uno sólo de esos mitos: la castración.

Nos atreveremos a tomar esa inquietud como pregunta y a ensayar un atisbo de respuesta. Si lo denunciado por el autor francés es efectivamente así, ello es debido a que ese mito, la castración, no es uno más entre otros mitos, sino aquél que coloca en una asimétrica posición al sexo masculino y al femenino. La representación del sexo femenino como carente, como lo otro, es la que prevalece en la historia de la humanidad. Si bien es cierto que los seres humanos han producido otras interpretaciones sobre lo femenino, es igualmente comprobable que éstas son secundarias y tienen una presencia infinitamente menor en nuestra tradición cultural. El poder de esta mito-simbólica, que instaura una auténtica asimetría entre los sexos, ha ejercido una gran influencia en la obra de Freud, así como en la de muchos psicoanalistas que le siguieron.

No se trata de cambiar un mito por otro, sino de establecer que el proceso denominado “auto-teorización” por parte de Laplanche, es más bien la apropiación por parte de un yo en proceso de constituirse de una teoría ajena que en ocasiones encubre violencia y denigración hacia lo femenino.

Coincidimos con Laplanche en que las teorías sexuales infantiles, que el psicoanálisis ha estudiado de manera preferente, son algunos entre otros tantos mitos de la humanidad. Ahora bien, no consideramos que la función del mito sea sólo calmar la angustia. El propio autor critica que la castración haya sido convertida en el alfa y el omega de la teoría psicoanalítica. Esta denuncia está bien fundamentada por Laplanche, y coincidimos plenamente con él.

Sin embargo, consideramos que han de explorarse los motivos que llevaron a Freud a este peculiar tratamiento de la castración. La respuesta no creemos que pueda obtenerse desde el interior de la perspectiva analítica y su énfasis en el inconsciente, ya que se trata de indagar la fidelidad teórica a un sistema simbólico que demuestra su poder a través de generaciones de psicoanalistas. Si Freud se vio arrastrado, y tantos psicoanalistas tras él, es urgente plantearse la inclusión en la teoría psicoanalítica de una reflexión sobre los efectos que ese sistema que Laplanche denomina “mito-simbólico” ha tenido, y sigue teniendo, sobre la constitución de las representaciones sobre los sexos, tan estables en el plano teórico como en los sujetos infantiles.

No son sólo los mensajes enigmáticos los que incumben al psicoanálisis, sino las vías de representación sobre los sexos propuestas a los sujetos. El hecho de que no deban confundirse ambos planos, magistralmente discriminados por Laplanche, no puede llevarnos a ignorar los efectos del segundo de ellos, máxime cuando demostraremos que es recurrente en el pensamiento freudiano, pero también en algunos momentos teóricos del, por otra parte incontestablemente lúcido, psicoanalista Jean Laplanche.

Cada vuelta sobre la teoría freudiana (y hoy por hoy el psicoanálisis sigue haciendo de la mención a los textos freudianos una de sus señas de identidad) corre el peligro de repetir ese deslizamiento teórico del pensamiento de Freud que pretende encarnar en la anatomía la constitución de la masculinidad-feminidad, cuando es únicamente el otro el que puede dar cuenta de esta adscripción que a partir de una edad marcará de manera inexorable la convicción de los sujetos de ser varón o mujer.

 

Algunas tesis fundamentales

1.         La obra de Freud: una teoría sexual que elude el género

La consideración de que la teoría psicoanalítica debe dar cabida a la noción de género y, más estrictamente, a la articulación sexo-género (Dio Bleichmar, 1997) ha guiado esta investigación. Se ha querido demostrar la fecundidad que entraña poder distinguir entre identidad masculina/femenina y diferencia entre los sexos. Estos planos aparecen superpuestos en la obra de Freud, de ahí que atribuya los extendidos malestares de la sexualidad de las mujeres a un trastorno de la feminidad, considere masculina a la niña por determinados juegos sexuales en los que no se ven involucrados los genitales internos, o plantee el acceso a la masculinidad o a la feminidad en un tiempo posterior al descubrimiento de la diferencia entre los sexos y de la elección de objeto.

El mismo Freud (1905) tuvo la lucidez de plantear la necesidad de discriminar entre sexo biológico, caracteres masculinos/femeninos y elección de objeto hetero u homosexual. Sin embargo, el hecho de querer fundar la identidad en la anatomía le arrastró a considerar que el sexo es el fundamento de la masculinidad/feminidad; y los caracteres de dicho sexo, la base para comprender las particularidades de la sexualidad de hombres y mujeres.

Ahora bien, es imprescindible invertir esta proposición para colocar en el origen al “otro”, que es quien asigna un sexo y un género; y en el origen del “yo”, una identificación en masculino o en femenino, que es previa a que ese yo acceda a la representación sobre los dos sexos.

Es el “género”, pues, el que nos permite dar cuenta de una primera identificación del infans con los ideales masculinos o femeninos, con una figura omnipotente e idealizada que le denomina niña o niño, que responde a la voz mamá o papá. He aquí el género en el corazón mismo de lo que Freud denomina “identificación primaria”, y cuya impronta persistirá, pese a los embates que implica el descubrimiento de la diferencia entre los sexos.

Ahora bien, es en el reino del “sexo”, aquél que Freud erige en fundamento científico de las “teorías sexuales infantiles” y en el que se cree a resguardo de cualquier interferencia ideológica, es allí precisamente donde nos encontramos con el género. Pues todo el conjunto de características, símbolos, contenidos adjudicados al hombre y a la mujer en la relación sexual, las interdicciones sobre los placeres, todo lo que en la escritura freudiana aparece bajo el epígrafe de “sexo” pertenece a lo que debería denominarse género.

Este desplazamiento freudiano –y también post-freudiano- desde el género hasta el sexo se encuentra, en nuestra opinión, en todo el recorrido que Freud hace a través la sexualidad infantil, y en lo que él denominó los grandes “enigmas” de la niñez, por ende, de la humanidad. Esta operación intelectual, que consiste en hacer recaer sobre el sexo biológico las características de orden social, se explica por la reedición de una experiencia infantil en la cuál los contenidos adscritos al sexo aparecen como encarnados en él; y ello, no bajo la forma de discurso manifiesto o consciente, sino a través de un canal más complejo y rico: lo que acertadamente Laplanche ha denominado la mito-simbólica.

Esta operación, inmensa metáfora sexual, que pretende dar fundamento biológico o esencial a lo instituido socialmente, invade todos los ámbitos de nuestra experiencia, nos atrapa, se filtra en nuestras teorías. Sólo amparados por la discriminación conceptual entre sexo y género hemos podido encarar la lectura de la obra freudiana, sin que la protesta fútil o el rechazo airado de una teoría que hace del sexo femenino el correlato de la falta, de la carencia, hayan impedido proseguir esta indagación.

En suma, hemos recorrido la obra de Freud con un instrumento conceptual que nos ha permitido desbrozar las confusiones entre identidad masculina/femenina, acceso a la diferencia entre los sexos y posición o rol sexual. Por otra parte, -y ésta era una de nuestras hipótesis- ha sido interés de esta investigación señalar que, en la obra de Freud, la asimetría entre los sexos es el resultado, en primer lugar, de la carencia de un recurso intelectual muy importante: que el sexo es, parcialmente, una construcción de origen social. En segundo lugar, de que Freud se encuentra atrapado por un mecanismo que opera en los orígenes de la construcción de los significados sexuales, en la infancia, y que se perpetúa a lo largo de toda la vida. Nuestra conclusión es que se precisan ambos planteamientos para “comprender” el extravío freudiano.

Freud se va a hacer eco de este gran poder de los sistemas simbólicos que él “escucha” sin fin en el relato de los pacientes, en los mitos tradicionales, en los sueños. Esta consideración sesgada sobre los sexos masculino y femenino, de origen social, se encuentra en todos y cada uno de los conceptos a los que Freud recurre para caracterizar uno y otro sexo: esa serie de pares antitéticos (actividad/pasividad, elección de objeto por apuntalamiento/elección narcisista de objeto, fálico/castrado, sadismo/masoquismo) que encierran una diferente valoración entre el primer término y el segundo, positivo y negativo, respectivamente.

A las oposiciones mencionadas, podría añadirse la incuestionable superioridad atribuida a los hombres en ese paso de lo primitivo a la civilización. Tanto en el plano de los supuestos ancestros, donde la hazaña de los varones funda la sociedad y la moral, como en el plano individual, donde Freud afirmará que únicamente los varones pueden acceder a la constitución de una instancia moral (super-yo) consistente, la asimetría entre los sexos es enfatizada sin cesar. La enumeración de formulaciones freudianas que insisten en esta asimetría sustancial puede resultar abrumadora:

La bisexualidad somática como doble sexo anatómico es atribuida únicamente a los órganos genitales femeninos

El deseo de ser varón, tanto en la formulación de la bisexualidad psíquica como en los posibles destinos de la fase fálica (complejo de masculinidad), es propio de las mujeres.

La naturaleza de la libido es masculina.

El tipo de elección de objeto más evolucionado -por apuntalamiento- es considerado peculiar de los hombres, mientras el más cercano a lo primitivo y a la patología -narcisista- es considerado propio de las mujeres.

Al enfrentar la diferencia entre los sexos, niñas y niños sólo reconocen un genital: el masculino.

Las mujeres tienen una menor capacidad de sublimar los impulsos sexuales que los hombres.

Sólo los varones tienen acceso a una buena resolución del complejo de Edipo, de ahí que éstos tengan una conformación del super-yo acorde con las exigencias de la ley y la moral.

La envidia, los celos y un menor sentido de la justicia son características propias de la feminidad.

La caracterización de las mujeres como castradas, y como objetos que sufren el coito y el parto, son la base de un masoquismo específicamente femenino, sin contrapartida en los varones

Los orígenes de la sociedad y la ley se fundan en un pacto entre hombres. Las mujeres, cuyos intereses están ligados a la familia y a la vida sexual, se oponen a la cultura y a las instituciones sociales.

La posición de sujeto es relacionada con lo masculino y la de objeto con lo femenino.

Ahora bien, nosotros, como psicoanalistas, no podemos atribuir este conjunto de concepciones al mero hecho de que Freud esté influido por contenidos sociales. Sabemos que reproduce, en su itinerario, algo del itinerario infantil. Es la prueba indirecta de que Freud no sólo confunde lo originario del inconsciente con las teorías propuestas al recién nacido (Laplanche), sino que tiende a naturalizar -en su caso apoyado en la biología, otros lo harán en la estructura- una representación jerárquica entre los sexos que se soporta sobre múltiples “rocas”: anatomía, pseudo-anatomía popular que antaño fue medicina (Laqueur, 1994), ausencia de nominación en el lenguaje para los genitales femeninos, encuentro sexual bajo la lógica dominador-dominado. En resumen, una multitud de concepciones que reproducen y respaldan el código infantil sobre dos sexos “diferentes”.

Se puede coincidir plenamente con Laplanche en el ordenamiento que ha de introducirse dentro de la teoría psicoanalítica entre la implantación de la sexualidad (concomitante con esos restos que van a fundar el inconsciente) y la simbolización de los mensajes sexuales enigmáticos de los adultos. Ahora bien, la consideración, por parte de Laplanche, de que los mitos y los símbolos sobre el sexo masculino y el sexo femenino son meros organizadores, cauce para la angustia infantil, deja sin explicación el desigual valor atribuido a los sexos. Consideramos, sin embargo, que es necesario incluir este aspecto en la teoría psicoanalítica, en un doble sentido: porque nos permite dar cuenta del falocentrismo de la teoría freudiana y para poder perseguir sus efectos sobre los sujetos

2.         Laplanche: sexualidad y orden simbólico

Laplanche se apoya en las teorías del Lévi-Strauss (1968) para sostener que los mitos son códigos, según la conocida fórmula del antropólogo que resulta de proyectar sobre lo real el paradigma de la lengua. Según Laplanche, el ser humano tiene una capacidad innata para simbolizar, pero no lo hace en el vacío sino que los códigos le son suministrados por los otros. La función de dichos códigos –entre los que resultan fundamentales la castración y el Edipo- es permitir que el niño pueda traducir, más o menos bien, los mensajes sexuales de los adultos, y así calmar la angustia infantil provocada por la sexualidad inconsciente. Pero esta mito-simbólica, afirma Laplanche, no es sexual, y su función es enmascarar, contener y reprimir lo sexual (1998a).

No se puede negar que cualquier forma de representación simbólica es un cauce para la angustia de los seres humanos. La posibilidad de que una imagen, un objeto o un relato encarnen un malestar del que nada sabemos, pero que sin duda sufrimos, es una constante en el funcionamiento de nuestro aparato psíquico. Ahora bien, en el caso de la representación de los sexos, su mito-simbólica, lo que la teoría freudiana y buena parte del psicoanálisis ha denominado “complejo de castración”, nos aparece bajo la forma de un par antitético: fálico/castrado. Esta oposición es llevada por Laplanche a un terreno neutral, sinónimo de una mera oposición presencia-ausencia. El complejo de castración introduciría, así, al sujeto humano en una lógica binaria, una lógica de la contradicción (Laplanche, 1989: 46). La pregunta a plantear es por qué esa presencia-ausencia se establece a partir del genital masculino.

Estudios sobre la evolución infantil en los tres primeros años de vida (Del Valle, Sanz Rueda, 1991) establecen que, efectivamente, los niños construyen con pares de opuestos el mundo que les rodea. Ahora bien, como han demostrado autores de diversas áreas sociales (Bourdieu, 2000; Heritier, 1992), los juegos de oposiciones como arriba-abajo, activo-pasivo, alto-bajo, que aparecen como ordenamientos del espacio, oposiciones naturales, tienden a sexualizarse en mayor o menor grado y a establecer una relación de jerarquía entre lo masculino y lo femenino.

No es difícil, efectivamente, seguir el sesgo de género en categorías filosóficas que supuestamente serían universales (Posada Kuvissa, 1992) pero que se distribuyen desigualmente entre hombres y mujeres.

En suma, no se puede negar que esa “lógica binaria” a la que Laplanche pretende reconducir el par fálico/castrado no es una mera oposición, un mero esquema organizador, sino el establecimiento de un orden jerárquico. La categoría del pene como “el” órgano sexual, y la subsiguiente clasificación de los sujetos como poseedores o desposeídos de pene, implica que la cultura ha erigido sobre una parte de los genitales masculinos la representación del sexo y el símbolo de lo valorado socialmente. No estamos, por tanto, en presencia de una mera lógica binaria, transmitida como un presupuesto implícito en la comunicación verbal, sino en el circuito de un código inflexible que hace, del orden de los sexos, un orden de la desigualdad.

2. 1.    Origen de la sexualidad y mito-simbólica sobre los sexos.

A lo largo de nuestro recorrido por los textos freudianos y por la propuesta de Laplanche de re-fundar la metapsicología psicoanalítica, se pone de manifiesto la importancia capital de los sistemas simbólicos y míticos en la representación de los sujetos sobre su identidad sexual.

Laplanche propone como objeto de la teoría psicoanalítica el estudio del inconsciente. Un inconsciente con carácter pulsional, sexual, y originado en esa parte que los niños no pueden traducir de los mensajes del adulto. Esos restos, des-significados, son como una “espina clavada”, que es la imagen que Freud propuso para representar la pulsión y que Laplanche rescata, alejándola de cualquier fundamento biológico. El origen de la pulsión son los cuidados al recién nacido que se recubren de contenidos sexuales inconscientes por parte de los adultos que cuidan de él.

La pulsión se instaura, pues, mucho antes de que el niño acceda a la madurez sexual, antes de que pueda establecer qué es lo sexual. En palabras del autor, la pulsión se instaura en un proceso de sexualización que va a comandar lo que en otras especies está más sometido a los montajes adaptativos. Lo cual no implica desconocer que estos montajes no tengan un lugar también para los humanos, sino, más sencillamente, que el campo del psicoanálisis no puede ocuparse de ellos.

Se puede aceptar la posición de Laplanche de que son los “mensajes enigmáticos” de los adultos los que fuerzan al niño y a la niña a simbolizar. Pero, precisamente porque las vías para esta simbolización les son propuestas por los adultos, portavoces de la cultura al tiempo que portadores de inconsciente, volvemos a encontrarnos con la determinación cultural de aquellas construcciones psíquicas encaminadas a la representación de los dos sexos. Sacar fuera del ámbito del psicoanálisis esta “implantación” de códigos sexuales –si se nos admite el uso fuera de contexto de la terminología laplanchiana- puede dejar librada la teoría psicoanalítica a la reproducción de los estereotipos sociales y las asimetrías entre los sexos.

2. 2.    El yugo de la mito-simbólica.

Se ha visto en la primera parte de este trabajo cómo, en la teoría freudiana, el sesgo androcéntrico es omnipresente. Hasta el punto de que todos los conceptos que Freud construye para dar cuenta de la diferencia entre los sexos se encuentran escorados hacia la consideración de lo masculino como lo superior, más evolucionado o prototipo de lo humano.

Laplanche intenta sustraerse a la influencia que determinados prejuicios y estereotipos sociales ejercieron sobre la obra freudiana. Hemos presentado, en la segunda parte de esta tesis, la revisión que Laplanche hace de conceptos básicos como los de actividad/pasividad, apuntalamiento y narcisismo, fálico/castrado o sadismo/masoquismo, a la luz de su teoría sobre la seducción originaria.

Ahora bien, aun cuando mantengamos el acuerdo con Laplanche en muchas de sus re-definiciones, el hecho de desconocer el peso de lo que hemos denominado “orden simbólico” le empuja a sostener determinados enunciados, en los que precisamente se aprecia la marca de esa simbólica de la que él quiere desembarazarse por considerarla ajena al objeto específico del psicoanálisis.

Así, cuando comienza a formular su teoría de la seducción sexual (1987a), ésta queda referida casi exclusivamente a la madre. Incluso cuando en sus últimas publicaciones no emplee el calificativo de “madre perversa”, y se refiera a los “adultos” que cuidan del niño, Laplanche no aporta ninguna especificidad a la seducción sexual por parte del padre, y las referencias a éste último son insignificantes en comparación con las que destina a la madre.

El hecho de que a lo largo de la historia de la humanidad las mujeres hayan tenido el protagonismo casi exclusivo en la crianza de los hijos no debería llevarnos naturalizar lo que es, en gran medida, un rol social. Una vez más, el desconocimiento de que lo real ha sido “construido” socialmente –una noción central para el pensamiento crítico en cualquier ámbito- produce el mismo efecto: legitimar lo real, lo empíricamente existente, a fuerza de considerarlo necesario.

Por otra parte, la relación entre feminidad y seducción ha tenido una resonancia muy amplia en la teoría psicoanalítica. Laplanche no toma en consideración que las raíces de esta atribución a la mujer son de índole social y están incluso datadas históricamente (Lipovetsky, 1999). Se podría considerar que “la mujer seductora” es un mito, una construcción cultural que atribuye a los encantos del cuerpo femenino, y por extensión a la mujer, un poder de atracción sobre los hombres casi ilimitado. Es imprescindible incluir este nivel mítico para evitar confundir seducción originaria con la hiper-sexualización del cuerpo de la mujer (Dio Bleichmar, 1997) que acaba convirtiendo a la madre en seductora por antonomasia.

Otro lugar en el que la influencia de los sistemas simbólicos aparece con toda su fuerza es en la revisión de Laplanche sobre el concepto freudiano de masoquismo femenino. Laplanche no renuncia a encontrar una base psicoanalítica para la relación entre estos términos, masoquismo y feminidad, que Freud estableció en su obra (1924a; 1933). Así, Laplanche (1992g) avala la explicación de J. André (1994), según la cual hay una continuidad entre, de un lado, la posición pasiva del infans frente a la intrusión de los mensajes sexuales del adulto y, del otro, la feminidad definida como ser-penetrada. Este sería el motivo por el que, siguiendo a Freud, la feminidad es “repudiada” por ambos sexos.

La asimilación entre una posición originaria (infantil), caracterizada por ser pasiva-masoquista, y la posición de la mujer (u otro) en el encuentro sexual, no debe su fundamento a una continuidad entre “ser obturado por el adulto y ser-penetrada por el pene”, consideración ésta que nos haría recaer en un cierto “fisiologismo” sexual. Antes bien, dicha asimilación está inscrita en un código que reparte entre las posiciones masculina y femenina, en el encuentro sexual, los mismos contenidos desiguales que en cualquier otra representación de los sexos.

Es cierto que este código opera en la infancia, y a partir de ella a lo largo de toda nuestra vida, justamente cuando niño y niña comienzan a enfrentar la “diferencia entre los sexos”. Ahora bien, la equiparación entre las posiciones del niño y del sexo femenino, como sujetos obturados-penetrados, es precisamente lo que hay que explicar. Y sólo puede explicarse si entre ambas posiciones hay una relación preestablecida, de la cual el niño y la niña no son autores. Es posible pensar la posición del niño como “originariamente dada”, pero imposible concebir así la de la mujer, si no es, por supuesto, en el orden desigual de los sexos.

No dudamos que esa sexualidad originaria, traumática, que se instaura en el encuentro adulto-niño precisa ser simbolizada. Pero las vías para su representación no son aleatorias, por eso vuelven a distribuir entre las posiciones masculina y femenina, independientemente del sexo de quién ocupe esta posición, la asimetría adulto-niño.

En suma, a pesar de que Laplanche pretende recortar los dominios del psicoanálisis y limitar su objeto de estudio a lo originario, a ese inconsciente pulsional, y alejar así la mito-simbólica, ésta se infiltra una y otra vez en sus formulaciones teóricas. Cabe pensar, entonces, que más vale sentar a nuestra mesa a este invitado no deseado, otorgándole el asiento que le corresponde, que expulsarlo una y otra vez por la puerta de atrás para que vuelva siempre por la principal. El concepto de género, en tanto que adjudicación de contenidos preestablecidos a un cuerpo sexuado, permite examinar con cautela permanente esa naturalización del sexo o de los contenidos, de otro orden, adscritos al sexo.

2.3.     Seducción originaria y diferencia entre los sexos

Laplanche da a la seducción sexual un lugar central en la teoría sobre la fundación del inconsciente, y relega a un lugar secundario lo que distintas escuelas psicoanalíticas han denominado, siguiendo a Freud, los grandes enigmas de la infancia. De manera que, según Laplanche, se debería distinguir entre “sexualización” y “sexuación” (1992c: 261, nota 9).
Con el primer término, el autor hace alusión a la implantación de la sexualidad en la cría humana, a través de los cuidados implicados en la crianza, cuyos restos fundarán el inconsciente. Laplanche reserva el término de “sexuación” para un momento secundario respecto a un inconsciente que funda la represión. Cuando plantee que la castración -al igual que el resto de las teorías sexuales infantiles- forma parte de los mitos y símbolos que los adultos proponen al recién nacido para representarse la diferencia entre los sexos, sólo los contenidos del inconsciente serán objeto específico del psicoanálisis como teoría y como cura.
Ahora bien, dos temas, a nuestro entender, quedarían por dilucidar. En primer lugar, si es posible pensar la seducción originaria independientemente del sexo adscrito -que en general coincide con el sexo biológico, pero no siempre- del infante, esto es, si se dirige al niño o a la niña. En segundo lugar, si podemos evitar tomar en consideración los efectos sobre el yo de una teoría que torna inferior lo femenino o lo presenta como lo masculino ausente.
Con respecto al primer punto, nuestra posición es que no puede separarse tan tajantemente sexualización y sexuación. Si bien es cierto que tanto los niños como las niñas reciben cuidados en los que se infiltra lo erógeno, mensajes opacos para el propio adulto pues forman parte de su inconsciente, sólo se atribuye a la niña la condición de objeto-sexual que inviste el cuerpo femenino

Como se aprecia en el propio trabajo de Laplanche (1992e: 408) sobre el artículo de Freud Pegan a un niño, el mensaje del padre que Laplanche traduce a palabras no puede ser interpretado de la misma manera por la niña o el niño. Tal y como se ha mostrado en el capítulo once de nuestra tesis, la lectura del inconsciente del padre que hace Laplanche no es intercambiable con la de un posible mensaje materno. Pero, además, no es sólo en el padre y la madre donde se representa esa asimetría, sino en toda una serie de producciones culturales en las que la posición masculina se tiñe de dominación, triunfo y placer; y la femenina, de sumisión, derrota y placer incierto que no excluye el dolor.

El infante humano, varón o niña, está en una posición pasiva, y masoquista -podría decirse con Laplanche. Ahora bien, esta primitiva posición originaria con respecto a la implantación de la sexualidad por el otro, a la intrusión del adulto, va a simbolizarse de forma dicotómica, de manera que la asimetría adulto-niño(a) se reproduce en la representación del sexo masculino-sexo femenino.

Cabe afirmar, entonces, que el proceso que Laplanche ha denominado “sexuación” se hace eco de la “sexualización”, hasta el punto de que la asimetría originaria adulto-niño se reproduce en el encuentro sexual. No sólo las fantasías infantiles son reiterativas en la adscripción de violencia a la posición del padre en el encuentro sexual, sino que un conjunto de representaciones culturales insiste en colocar la figura masculina, o los atributos genitales del hombre, como soportes de una capacidad de agresividad e incluso de violencia que no tiene parangón con las mujeres.

Como ha mostrado E. Dio Bleichmar (1997), hay aspectos diferenciados entre los significados sexuales que se otorgan al cuerpo de la niña y del niño por parte de los adultos que cuidan de ellos. La mirada del padre, u otros adultos varones, adjudica a la niña un encanto, una capacidad de seducción “específica” que tendrá claras consecuencias sobre la estructuración del deseo masculino y femenino. El goce ligado a mirar-ser mirado, lo que el psicoanálisis ha denominado el par voyeurismo-exhibicionismo, no se reparte por igual entre los sexos. La búsqueda activa de situaciones en las que poder contemplar el cuerpo desnudo de las mujeres es un rasgo claramente adjudicado al sexo masculino, de la misma forma que el ofrecerse a la contemplación por parte de los varones, es considerado propio de la feminidad (1997: p. 376).

Cuáles son los efectos de estos códigos sobre los sexos es una pregunta que corresponde hacernos a los psicoanalistas. Las respuestas pueden ayudarnos entender, por fin, ese enigma de la sexualidad de las mujeres que tanto inquietaba a Freud (1931, 1933) y que le llevó a teorizar el “repudio de la feminidad” para ambos sexos.

2. 4.    Narcisismo e identidad sexual.

Otra cuestión que, a nuestro entender, Laplanche deja pendiente se refiere a los efectos que esas vías simbólicas propuestas al recién nacido para representarse la diferencia entre los sexos tienen sobre el “yo” y los ideales del yo. La insistencia de Laplanche en hacer de la sexualidad el único foco de la teoría psicoanalítica le conduce a considerar el narcisismo como mera ligazón de lo pulsional, y el yo como precipitado de funciones corporales perceptivas que proveen tanto una imagen del propio cuerpo como del otro (1998b).

Si bien coincidimos con Laplanche en la necesidad de discriminar entre objeto parcial (propio del autoerotismo) y objeto total, nos parece que su teoría no hace explícitas las condiciones necesarias para que el niño pueda tener acceso a esa representación totalizada del objeto, que es correlativa al de representación del “yo”.

Anclar este proceso en funciones perceptivas, de origen biológico, o en una capacidad de simbolización, de la que nada nos especifica, resulta claramente insuficiente. Se echa en falta aquí esa “prioridad del otro” (Laplanche, 1996) que el autor tanto ha enfatizado para poder dar cuenta del origen de la sexualidad; y que, sin embargo, está ausente en la constitución del narcisismo.

Este es, a nuestro entender, el obstáculo que encuentra la teoría de Laplanche para poder dar cuenta del concepto de identificación primaria. Situar el narcisismo en el campo de la sexualidad, como mera ligazón de la pulsión, implica desdeñar una faceta del narcisismo que es básica: su función valorativa (Bleichmar, 1983).

Laplanche, al igual que en su revisión de la teoría freudiana, se alinea así con esa corriente del psicoanálisis francés, deudora de Lacan, que con tanto ahínco combatió las concepciones de la denominada “psicología del yo”. Nada extraño, por otra parte, en el contexto de esa cruzada contra el yo que organizó el pensamiento francés en el pasado siglo. Fue Lacan quien primero utilizó la crítica (1997: 471; 1998: 631) contra algunos de sus representantes más conspicuos (Hartmann, Kriss, Loewenstein), e incluso hizo gala de una mordacidad demoledora (Lacan, 1997: 404; 1998: 579-81) para referirse a ellos.

Sin embargo, el hecho de que se desdeñe un concepto de yo como mero instrumento de adaptación a la realidad, cuyo estudio no incumbe al psicoanálisis, no puede conducir a éste último a ignorar el proceso de constitución del yo y de sus ideales (Bleichmar, H. 1997). Si una teoría del yo, en sentido psicoanalítico, nos incumbe, no podemos ignorar los efectos narcisistas de esa adscripción a un sexo-género, que opera desde el origen. Una primera identidad masculina o femenina, crisol de los ideales del yo, se ha de articular con la pertenencia a uno u otro sexo y los placeres e interdicciones para uno u otro no son equivalentes.

En consecuencia, la lógica fálica, el complejo de castración, o la lógica binaria, traducen no sólo los mensajes enigmáticos, sino su ordenación en una escala jerarquizada para el yo, pues es el yo el que toma a su cargo su pertenencia a uno u otro sexo. El orden narcisista, en el sentido de valor superior, está presente desde el origen en la mirada del adulto, en el espejo que propone al niño o la niña, en el nombre, o la ausencia de nombre, de los atributos de uno y de otra.

No podemos dejar de lado la importante cuestión del lenguaje como “nominador” del cuerpo y de sus sensaciones. No se trata de trivializar esta cuestión como si de aspectos “lenguajeros”, en expresión lacaniana, se tratara. La ausencia de denominación para los genitales femeninos, la prolongada tradición médica de equiparación lingüística con los de los varones, han de tener un efecto en la representación de las mujeres de su cuerpo como sexual. Hemos visto a lo largo de nuestro trabajo con los textos freudianos la larga lista de desatinos y errores sobre el cuerpo femenino. Contracciones del clítoris, orgasmo producido por la mera potencia sexual del pene del varón, sensaciones vaginales a partir del paso de las heces por el recto, distinción entre dos tipos de orgasmo, en fin, la lista sería interminable.

Si bien coincidimos con Laplanche en que, en cierto sentido, los mitos no son objeto específico del psicoanálisis, esa amputación del mito que el afilado bisturí de Laplanche hace del cuerpo del psicoanálisis no debería evitar que escuchemos el lamento de un yo atrapado no sólo por las formaciones del inconsciente, sino también por una teoría sobre los sexos que denigra el sexo femenino, y que el yo ha hecho suya sin saber que es ajena.

3.         Sexo y género: un reto para el psicoanálisis

La propuesta de Laplanche acerca de que el objeto específico del psicoanálisis son los “mensajes enigmáticos” que se infiltran a través de los cuidados que los adultos dispensan al infans, es crucial, pero también ha de ser completada. El papel de las vías simbólicas propuestas al niño y la niña debe tener su espacio en la teoría, pues no produce representaciones neutrales, sino marcadamente valorativas, tanto de los sexos como de las características atribuidas a éstos.

La consideración del peso de lo simbólico en cualquier teoría que enfrente la constitución de los significados sexuales adscritos a lo masculino y lo femenino nos parece insoslayable. Si bien resulta esclarecedora la distinción entre mensaje enigmático y vías simbólicas para la representación del sexo, el psicoanálisis no puede ignorar los efectos que tiene la mito-simbólica sobre el psiquismo. Entre otras cosas, porque, si no, resulta incomprensible que Freud, y con él generaciones de psicoanalistas que llegan hasta nuestros días, coloquen un mito, un símbolo, como origen del inconsciente, piedra angular de su teoría y de su interpretación.

El reconocimiento que nos merece la obra la obra de Laplanche, hasta el punto de haberla convertido en objeto esencial de nuestra investigación, se apoya en la valoración positiva de una serie de tesis centrales que asumimos como propias:

La teoría psicoanalítica sobre el complejo de castración es un mito psicoanalítico.

La diferencia entre los sexos no se establece de forma universal como fantasía de castración.

Estas fantasías no son originarias del niño o la niña, sino que es el universo cultural el que propone las vías para simbolizar las diferencias genitales.

Sin embargo, queremos avanzar un paso más allá de Laplanche y sostener las siguientes propuestas:

En primer lugar, es imprescindible una noción de “identificación primaria” de género, que opera como una primera distinción masculino/femenino con un claro contenido narcisista. Sin esta discriminación es incomprensible la teoría freudiana sobre la elección de objeto homo o heterosexual, así como su concepto de identificación secundaria.

En segundo lugar, si bien coincidimos con Laplanche en su teoría sobre la seducción originaria, la condición de objeto sexual que recae de forma específica sobre el cuerpo femenino va a tener consecuencias en la sexualidad femenina.

En tercer lugar, si el psicoanálisis ha recortado una única versión de la diferencia entre los sexos -fase fálica y complejo de castración- del conjunto de las producidas por el universo cultural, ello se debe a que tal versión es la que prevalece en la tradición cultural de la humanidad.

En suma, el otro adulto no sólo aporta al niño “mensajes enigmáticos”, sino un código para ordenar los sexos que va a tener efectos en la representación simbólica del propio sexo y en la estima psíquica otorgada a éste y a sus placeres.

El papel desempeñado por la mito-simbólica no ha de ser desdeñado, ya que dichos símbolos signan los caracteres anatómicos, los ligan -como si de una segunda naturaleza se tratara- con contenidos placenteros, de valoración, poder o violencia, que reflejan las relaciones entre hombres y mujeres, tornando opaco el origen social y haciendo emerger de los cuerpos aquello que tiene un origen bien distinto.

Preeminencia de la representación, pues, sobre la mera percepción; una anatomía fantástica que prevalece sobre la ciencia anatómica. Pero no cualquier fantasía –y la oposición fálico/castrado es una de ellas-, no cualquier mito-simbólica, sino aquélla que a lo largo de la historia de la humanidad se ha construido para dar cuenta de las relaciones desiguales entre hombres y mujeres, para velar su origen y permitir así su reproducción.

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NOTAS

(1) Laplanche denomina “extravío biologizante” al curso que toma la reflexión de Freud sobre la sexualidad cuando éste último abandona la teoría de la seducción. Según Laplanche, este abandono supone el retorno a un concepto de sexualidad como proceso endógeno. El extravío biologizante de la sexualidad en Freud es el título bajo el cual el autor publica el seminario impartido en la universidad París VII, en el curso 1992-3.

(2) En las citas y referencias a la obra de Freud incluidas en el texto figura la fecha de la publicación original, y no, como es habitual, la de la obra consultada. En congruencia, en esta bibliografía, se cita en primer lugar la fecha del original con el fin de facilitar su localización. Se han mantenido los corchetes, como en el resto de las referencias a originales, para distinguir ésta de la fecha de publicación de la obra consultada.

 

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