aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 016 2004 Revista Internacional de Psicoanálisis Aperturas

El giro hacia una orientación relacional en psicoanálisis [Fosshage, J., 2003]

Autor: Levinton, Nora

Palabras clave

Fosshage, J., Beebe, B., Lachmann, F., Accion terapeutica, Campo intersubjetivo, Co-construccion, Objeto del self, Participacion del analista, Patron de interaccion, Psicoanalisis interpersonal, Psicoanalisis intersubjetivista, P.


Artículos: Fosshage, J. (2003) “Contextualizando la psicología del self y el psicoanálisis relacional. Influencia bi-direccional y síntesis propuestas”. Contemp. Psychoanal., 39, 3, 411-448; Beebe, B. y Lachmann, F. (2003) El giro relacional en psicoanálisis. Una perspectiva de sistemas diádicos a partir de la investigación en infantes. Contemp. Psychoanal., 39, 3, 379-410.

El común denominador que parece vincular ambos artículos es la insistente búsqueda en torno a la “denominación de origen” del psicoanálisis relacional. A través de un minucioso recorrido cronológico van puntuando los hitos que favorecieron el surgimiento de esta corriente, nombrando a los autores que hicieron aportes significativos y describiendo en detalle los conceptos relevantes y la evolución que fueron siguiendo.

La propuesta inicial de los autores Beebe y Lachman es que el “giro relacional” en psicoanálisis es el eje neurálgico de los esfuerzos actuales -realizados entre otros por Aron, Mitchell, Harris, Ghent, o Benjamin- para articular la expansión del concepto de interacción. Ellos ilustran claramente los diferentes campos dentro de los que se fue avanzando en la dirección de las perspectivas de sistemas: por una parte, la investigación con infantes centrada en la interacción cara a cara de la díada madre-bebé, especialmente interesada en el estudio de la regulación interactiva no se había ocupado específicamente del tema de la autorregulación hasta la última década); y por otra, el psicoanálisis, originalmente afanado en la comprensión de la organización de los estados internos, o tampoco le había otorgado un lugar relevante a la interacción en la díada.

Sin embargo, Beebe y Lachmann apuntan a que se ha producido actualmente en sendos campos un cambio teórico de los procesos internos hacia lo relacional observable por ejemplo en autores como Miller, Overton, y Ghent. De modo que plantean la “perspectiva de sistemas diádicos” como su contribución particular, subrayando la “co-construcción “ como el mejor punto de vista para examinar cómo los sistemas diádicos pueden re-organizar tanto los procesos internos como los relacionales y, recíprocamente, cómo los cambios en la autorregulación en cada uno de los participantes puede alterar el proceso interactivo (Beebe y Lachman, 1998). En su opinión una inclinación excesiva hacia una visión interactiva de la organización de la experiencia, descuida el desarrollo de un sentimiento de individualidad, agencia y de un self propio diferenciado del de la díada.

Señalan asimismo que otro de los factores esenciales en esta perspectiva es la integración del modo “implícito” (procedimental –emocional) [aquello que sabemos o hacemos automáticamente sin la experiencia consciente de hacerlas y recordarlas (y citan a Clyman, Grigsby y Hartlaub, Squire y Cohen, Lyons-Ruth, Pally, Rustin y Seaker) del procesamiento con el modo “explícito” (acerca del cual se refieren a Beebe y Lachmann y Lyons-Ruth): cosas que pueden ser traídas a la conciencia como un recuerdo simbólicamente organizado y acontecimientos, tales como hechos y conceptos (“semántico”) o de historia personal (“episódico”). Se admite así la importancia de las reacciones emocionales que pueden provocarse sin ser concientes de ello, admitiendo que algunos aspectos muy valiosos de la comunicación cara a cara tienen lugar a un nivel implícito.

Influencias

Al considerar las perspectivas históricas, Beebe y Lachman incluyen las influencias recibidas de la teoría interpersonal de Sullivan, Winnicott, Bowlby, Fairbairn, Ferenczi, Lewin, y Spitz, a quienes reconocen el mérito de haber establecido el marco apropiado para incorporar el punto de vista de los sistemas relacionales.

Y así como el psicoanálisis se hacía eco del enfoque relacional, en otras áreas de investigación también surgían voces que apuntaban a esa dirección entre dos organizaciones en curso... Entre ellos Piaget y Werner en el desarrollo de niños y la teoría evolutiva, especialmente en su visión interaccionalista del desarrollo proponiendo desde un modelo constructivista la no existencia de suceso alguno puramente sensorial independiente de quien lo percibe, o Von Bertalanffy en biología teórica describiendo las propiedades fundamentales de un sistema como la organización y la actividad primaria donde cada componente aporta su autorregulación activa. También incluyen a Sander en los ’60 como otra figura representativa de la investigación con niños que enfatizaba el concepto de sincronización desde la perspectiva de la regulación bidireccional que facilita la mutua modificación. Y a Jaffe y Feldstein, quienes influidos por Sullivan enfocaron los patrones temporales de intercambio en la “protoconversación” entre madre y bebé como una sincronización dialógica de comunicación de estados de ánimo.

Los autores comentan que en los años ’70 el clima intelectual surgido a partir de la perspectiva de los sistemas relacionales dio lugar a dos estilos de investigación con infantes. En primer lugar, la investigación empírica del intercambio cara a cara entre la madre y el bebé, documentando los menores detalles donde se evidencia el desplazamiento del foco de atención de la influencia parental sobre el niño hacia un enfoque bidireccional que encara el proceso de afectación recíproco entre ambos; y, en segundo término, la investigación que dio lugar a la teoría del apego, con Bowlby, Ainsworth, Sroufe y Main, autores que transformaron la teoría del apego en una de las áreas teóricas y empíricas más influyentes del desarrollo infantil y adulto.

El recorrido hasta aquí descrito propició el surgimiento de muchos estilos de psicoanálisis relacional, cuyas influencias pueden remontarse a Ferenczi, Winnicott, Sullivan, Anna Freud y Balint en la década de los 30, Margaret Mahler en los 50, Jacobson, Loewald y Racker en los 60, Kohut en los 70 y Gill, Hoffman, Modell, Stolorow, Lachmann, Greenberg y Mitchell en los años 80, autores cuyo reconocimiento de las influencias mutuas entre analista y analizando fueron subrayando las limitaciones del enfoque unipersonal e intrapsíquico exclusivamente, favoreciendo así el surgimiento de metáforas como “campo”, ”matriz” y “contexto”.

Pero, señalan los autores, el verdadero impulso de este enfoque surge con la sinergia generada ya en la última década por las dos tradiciones (la investigación sobre el desarrollo de infantes y el psicoanálisis) dando lugar a uno de los intercambios interdisciplinarios más fértiles en la historia del psicoanálisis y estableciendo un profundo diálogo intelectual con figuras como Sander, Stern, Stechler y Kaplan, Emde, Schwaber, Demos, Lichtenberg, Beebe, Lachmann, Tronick, Lyons-Ruth, Fonagy, Target y Seligman, autores a quienes en los 90 se les unió el equipo de Fonagy y Target y, al final de la década, el Boston Study Group on Change.

El planteo de Beebe y Lachmann en torno a cómo se ha visto concernido el psicoanálisis por la perspectiva de sistemas diádicos, es que el giro relacional no debe limitarse a la problemática en torno a la dicotomía, sino en poder pensarlo como un cambio que afecta a todo el contexto en el que los analistas desempeñan su tarea. Esto incluiría limitaciones y facilitaciones para la tarea analítica, o sea “permite al analista ser más humano, pero también le requiere ser más responsable: reconocer el poder de cada gesto no verbal o verbal, ser más consciente de los patrones de autorregulación y del “ajuste” diádico” (pág. 389).

Por último, los autores inciden nuevamente en el criterio de que la interacción y la experiencia se co-construyen, desde dos niveles:

1) en primer lugar la co-construcción se refiere a la idea de que la interacción es bidireccional. Por lo tanto, cada persona “se coordina” con o “influye en“ la otra momento a momento, y esta influencia se define por las probabilidades de que la conducta de cada persona pueda ser anticipada de modo significativo por la del otro, sin que esto implique igualdad, causalidad ni simetría o mutualidad (positiva). Tanto el paciente como el analista pueden coordinarse con el ritmo del otro, su afecto, su excitación, su nivel de actividad. Y cada uno puede sentir si la conducta del otro está coordinada en el tiempo o no, registro que se produce fuera de la conciencia y se hace más evidente cuando falla. Al trasladar el modelo bidireccional de interacción al psicoanálisis, destacan como importantes cuatro vectores de experiencia: la experiencia del paciente (con conciencia o sin ella) de ser “influido por” (coordinado con) el analista, así como de influir en éste (sentir que el analista se coordina con el paciente); y, recíprocamente, la experiencia del analista (con conciencia o sin ella) de ser influido por (coordinado con) el paciente, así como de influir en éste (sentir la coordinación del paciente).

2) en segundo lugar, la co-construcción gira en torno a la influencia mutua entre la regulación y interactiva y la autorregulación, viéndose los patrones de interacción afectados críticamente por el grado de autorregulación de ambos. Para Lachman, no hay ningún momento que pueda considerarse exclusivamente como transferencia o proyección del paciente, ni tampoco como puramente las contratransferencias o identificaciones proyectivas del analista. Es más, en cada momento subsiste el potencial de (re)organizar o no las expectativas de intimidad, confianza, mutualidad, de reparación, y de confirmar (o no) antiguas expectativas.

La perspectiva de la co-construcción modifica la comprensión habitual de la subjetividad del analista ya que la experiencia subjetiva de cada participante es un proceso emergente de patrones de autorregulación y regulación interactiva abierto a la transformación.

Asimismo, los autores ratifican en su enfoque de los sistemas diádicos el modo representacional simbólico o explícito con el modo no simbólico, implícito. A nivel simbólico, las representaciones de los otros en relación con el self (consciente-inconsciente) guían la regulación de la conducta social. Sin embargo,un segmento importante tiene lugar fuera de la conciencia, organizada en un marco temporal de fracciones de segundo, mediante las secuencias de percepción y acción (Beebe y Lachmann mencionan a Newston), aunque bajo ciertas circunstancias pueden ser traídas a la conciencia. El sistema de coordinación percepción-acción es un modo crucial mediante el cual paciente y analista se comprenden entre sí. Según Slavin, cada uno de ellos puede entender, cuestionar y “deconstruir” el nivel simbólico mediante elaboraciones, alteraciones o discrepancias en el nivel de percepción-acción. Las dimensiones implícitas de la interacción pueden mejorar o perturbar la estructura de la relacionalidad, impactando en cuestiones dinámicas psicoanalíticas más familiares, por ejemplo: la seguridad, la eficacia, la autoestima, la separación y el acercamiento, las fronteras, la autodefinición, la intimidad, la soledad en presencia del otro/a o el reconocimiento mutuo.

La comprensión del modo implícito ofrece, según Beebe y Lachmann, enormes implicaciones para el psicoanálisis ya que las expectativas que regulan la relación íntima pueden reorganizarse en el ámbito implícito sin alcanzar necesariamente la conciencia, lo cual, efectivamente, constituiría un aporte de extraordinaria relevancia al reconocerse que relativamente poco del ámbito implícito se traslada al campo simbólico y que lo implícito es más dominante y potencialmente más organizativo (ver, por ejemplo, los trabajos de Lyons-Ruth). Este reconocimiento supondría que la acción terapéutica podría llegar a producirse incluso sin ni siquiera traducirse en palabras (a este respecto, Beebe y Lachmann mencionan a Clyman, Grigsby y Hartlaub, Bucci, Pally, Knoublauch, Sorter, Lyons-Ruth, Schore, Stern y col., así como trabajos propios anteriores)

Como un ejercicio de brillante ejemplificación, los autores se proponen comparar las diferencias que podrían señalarse entre el abordaje del caso Burton (tratado por Beatrice Beebe) desde este enfoque y el expuesto por ellos en 1983 y sugieren una revisión que lo haga evidente bajo el epígrafe:

Revisando el caso Burton. ¿Cómo ha transformado la perspectiva de sistemas diádicos nuestro trabajo psicoanalítico?

Beebe y Lachmann sostienen que la teoría que siguieron en el tratamiento de Burton se centraba en la consolidación del self. Consideraban su patología como resultado de la fusión de deseos con las consiguientes dificultades respecto a la separación. Suponían que su sentido del self se consolidaba en tres dimensiones (1) la diferenciación self-objeto, (2) la capaciadad de tolerar afectos positivos y negativos y (3) la experiencia de continuidad en el tiempo (ingrediente esencial de la constancia del self y el objeto). Mientras que el término “diferenciación” se utilizaba para referirse al proceso mediante el cual se distinguían el self y el objeto, “separación” se utilizaba respecto la capacidad de mantener esta distinción. La separación tenía como resultado una disminución en la necesidad imperativa de la presencia real del objeto. También enfatizaban la necesidad de un sentido del self consolidado como prerrequisito para la emergencia del conflicto psicológico.

Al reconceptualizar este caso desde una perspectiva de sistemas diádicos, los autores describen los cambios que se han producido en su forma de procesar y cómo ésta ha modificado la comprensión del tratamiento de Burton. Las dimensiones del intercambio terapéutico, que previamente permanecían en un segundo plano, están ahora en primera línea como aspectos críticos de la acción terapéutica, transformando la comprensión de la organización psicológica, alterando sus conceptos de desarrollo, representación, internalización y de relación entre la repetición y la transformación.

Se centran en algunas críticas concernientes a su pensamiento anterior: (1) la preocupación central por la formación de estructura y el déficit estructural que reflejaban una visión unipersonal de la organización psicológica; (2) el modelo de desarrollo centrado en la separación; (3) el énfasis en la repetición de apegos arcaicos que negaba las transformaciones de estos apegos; (4) la importancia de la narrativa y la interpretación verbales que negaba la acción terapéutica del continuo intercambio no verbal; (5) el uso de un modelo unidireccional que enfatizaba la influencia del terapeuta sobre el paciente, negando la influencia de éste sobre el terapeuta.

En su actualización, los autores prefieren sustituir el concepto de estructura psíquica por el de “patrones de experiencia” que están en proceso, es decir, organizaciones que pueden transformarse. De hecho, han cambiado el término original “estructura de interacción” a “patrón de interacción” para evitar las implicaciones estáticas del concepto de estructura. Los patrones de experiencia se organizan inicialmente en la infancia como expectativas de secuencias de intercambios recíprocos, en los cuales cada participante influye sobre el otro momento a momento, y se asocian a estilos autorreguladores. Esta influencia recíproca, o “bidireccional” en la que cada participante contribuye al continuo intercambio es a lo que denominan “co-construcción”.

La diferencia impuesta por el concepto de expectativas en la comprensión del tratamiento de Burton se refiere a que, tradicionalmente, las expectativas se han incluido entre los factores “no específicos” o “no interpretativos” del psicoanálisis. En cambio, ellos consideran que la no confirmación de expectativas traumáticas conlleva una acción terapéutica específica. Así, mientras Burton esperaba crítica, burla, abuso, abandono, explosiones y sobreestimulación sexual además de un suministro inmediato de nutrición (drogas, alcohol), el hecho de que su terapeuta no satisfaciera ninguna de estas expectativas no sólo proporcionó un “entorno de seguridad” (Sandler, 1960) sino que también “alteró el sistema“(Telen y Smith. 1994), posibilitando otras interacciones.

El concepto de expectativas cambia el foco del proceso mediante el cual los patrones de interacción se organizan en la historia del paciente y en la relación dentro del tratamiento.

En retrospectiva, los autores se cuestionan cómo se reorganizaron los patrones de experiencia, cómo cambiaron sus expectativas de autorregulación y de regulación interactiva y cómo funcionan realmente las “internalizaciones” con las que trabajaron en la formulación original. Su opinión es que la internalización procede mano a mano con la organización de representaciones (patrones de expectativas) y que, tanto en el desarrollo como en el tratamiento, ambos participantes construyen conjuntamente modos diádicos de regulación, que incluyen patrones de autorregulación y de regulación interactiva. Así, en el caso de Burton, las interacciones en el tratamiento analítico alteraron gradualmente la naturaleza de sus procesos autorreguladores, por lo que sugieren que se fue estableciendo una compleja y fascinante pauta de trastorno (disruption) y reparación.

Al reconceptualizar el caso de Burton, Beebe y Lachmann consideran que su modelo evolutivo ha cambiado del modelo de separación-individuación al de apego-individuación y citan la crítica de Lyons-Ruth sobre la descripción que Mahler y cols. hacían de la ambivalencia y acerca del contacto como algo normativo para el periodo de acercamiento, sosteniendo, en su lugar, que dicha ambivalencia o evitación del contacto era una señal de apego inseguro y sugiriendo la necesidad de reformular los dos primeros años de vida como un proceso de apego-individuación en lugar de hacerlo como un proceso de apego-separación.

Los autores reflexionan sobre la cuestión de que había dirigido continuamente su atención al apego de Burton hacia la analista. Influenciados por Kohut. Estaban pendientes de los momentos en los que el lazo se veía amenazado o afectado, intentando repararlo. El apego de Burton hacia la analista estaba continua y profundamente amenazado por el reclamo omnipresente del suicidio. De lo que se desprendía que, en la historia temprana de Burton, su capacidad de recurrir a sus padres en momentos de estrés estaba perjudicada tanto por la falta de disponibilidad y por la agresión de sus progenitores como por la magnitud del terror y la rabia de Burton. En su lugar, se había dirigido a las drogas, las peleas y los riesgos físicos extremos. En el tratamiento, fueron necesarios varios años para que tanto Burton como la analista sintieran el apego como algo “seguro”.

Pese a que la teoría utilizada en 1983 ilustra un modelo unipersonal, Beebe y Lachman plantean que el tratamiento, sin embargo, utilizó en realidad tanto el modelo unipersonal como el bipersonal, aunque la perspectiva interactiva no estaba articulada en aquel momento. En retrospectiva, por lo tanto, el tratamiento de Burton ya contenía implícitamente aspectos de la actual perspectiva de sistemas. El trabajo finaliza destacando que tanto la regulación propia como la interactiva tienen una importancia fundamental en la conceptualización del giro relacional desde el punto de vista de los sistemas diádicos.

Fossgage comienza su trabajo planteando que éste es la respuesta a la invitación a un symposium sobre el impacto que el psicoanálisis relacional ha tenido en otras perspectivas psicoanalíticas y en la suya propia, la Psicología del Self. Y lo inicia invirtiendo la propuesta, o sea formulando la cuestión de la influencia de la Psicología del Self en el psicoanálisis relacional, con lo cual marca la línea que seguirá en su artículo. De modo que es un extenso comentario sobre la influencia de la psicología del self (Kohut) en el psicoanálisis relacional, definido como el conjunto de teorías contemporáneas surgidas bajo el común denominador de apartarse radicalmente del modelo pulsional, para acentuar las relaciones con los otros como pilar nuclear de la vida mental. Recalca que en la misma época pero independientemente Atwood y Stolorow definieron la intersubjetividad como el proceso de cambios recíprocos producidos en el campo de intersección de dos o más subjetividades y que para ambos el campo de la intersubjetividad y el relacional serían conceptos equivalentes que registran la influencia de la inserción del individuo en una matriz intersubjetiva o relacional. En contraposición al modelo pulsional clásico que acentúa lo constitucional (pulsional) y lo intrapsíquico los modelos relacional e intersubjetivo sostienen que el desarrollo psicológico normal y patológico, la transferencia y la acción terapéutica emergen y se ven afectados por los sistemas relacionales interactivos (pág 412) (Beebe y Lachmann mencionan a Fosshage, Greenberg, y su propio trabajo junto con Jaffe). Apunta también al cambio de paradigma de la ciencia positivista a la relativista y del objetivismo al constructivismo, es decir a una reconceptualización de la teoría del campo aplicada a las ciencias en general según la cual el observador y el observado interactúan influyéndose mutuamente, como opción de la que han participado activamente un grupo considerable de teóricos.

El autor plantea que el término “psicoanálisis relacional” ha llegado a utilizarse con dos significados diferentes: en primer lugar, tal como lo acuñaron por primera vez Greenberg y Mitchell, se usa ampliamente para referirse a un grupo de enfoques psicoanalíticos que son esencialmente relacionales: el psicoanálisis interpersonal, las relaciones objetales, la psicología del self, la teoría de la intersubjetividad e integraciones variadas. En segundo término, a partir de la publicación en 1988 del libro de Mitchell Conceptos Relacionales en Psicoanálisis, la expresión psicoanálisis Relacional  se utiliza de modo más limitado y, en cierto modo, erróneamente para referirse a las contribuciones teóricas y clínicas que surgieron de un grupo relativamente cohesivo de psicoanalistas principalmente americanos, especialmente influenciados por la teoría de relaciones objetales, la interpersonal y la feminista. También en algunos casos, como el de Aron o Ghent, por la psicología del self. Entre los autores fundacionales figuran Stephen Mitchell, Jay Greenberg, Neil Altman, Lewis Aron, Jessica Benjamín, Philip Bromberg, Jody Davies, Muriel Dimen, Emmanuel Ghent, Adrienne Harris, Irwin Hoffman, Stuart Pizer, Charles Spezzano y Donnel.

Pero el verdadero meollo del trabajo se inicia en el debatido cuestionamiento acerca de si la Psicología del self responde o no al paradigma relacional o es mixto dadas las primeras formulaciones de Kohut todavía muy marcadas por los factores constitucionales y el modelo pulsional. Fosshage apunta a que Kohut basó inicialmente sus formulaciones del self y objeto del self en la tradición clásica, pero fue evolucionando hasta llegar en su último libro ¿Cómo cura el análisis? al desarrollo de una teoría global del self. Por su parte, inicialmente tanto Kohut como los psicólogos del self se resistían a incluirse en el modelo bipersonal o relacional por considerar al psicoanálisis interpersonal como una forma de psicología social focalizada únicamente en los aspectos aparentes de las interacciones. Y desde su posición, los psicoanalistas relacionales han tendido a considerar la psicología del self, especialmente en su vertiente clásica como un modelo “mixto” centrándose en tres factores:1)la ya mencionada presencia de conceptualizaciones ligadas al modelo pulsional en las teorización de la primera época, 2) su énfasis en los factores constitucionales, y 3) en su concepto de objetoself entendido como la derivación de una capacidad funcional del otro en lugar de una relación diádica o reflexiva con un otro separado.

Esta cuestión queda zanjada por el autor planteando que en su opinión, la teoría de Kohut más evolucionada puede considerarse como un modelo relacional, y aclara que todos los modelos relacionales plantean factores constitucionales que varían en términos de grado y contenido. Para Kohut el esfuerzo del self “por hacer realidad su programa nuclear” es un modelo de autorrealización motivacional que está en el núcleo de los factores constitucionales. Asimismo el desarrollo y el mantenimiento del self tienen lugar dentro de una “matriz self-objeto” que sitúa al individuo directamente en un campo relacional, señalando una dimensión concreta de la experiencia de self/relacional. “Las relaciones self-objeto del self” en la esfera psicológica se comparan al oxígeno en la esfera biológica (Kohut, 1984, p. 47), convirtiendo a un tipo (o dimensión) de relaciones en algo crucial para el desarrollo normal y patológico, la transferencia y la acción terapéutica.”(Pág.414).

Mientras tanto, los teóricos relacionales americanos aun reconociendo la importancia de la biología, como en el caso de Mitchell, mantienen una descripción de los factores constitucionales más limitada, centrándose en los esfuerzos fundamentales por lograr el apego (motivación de apego) y en el requisito evolutivo por sentir al “otro” como una persona separada de uno mismo planteado por Benjamin.

Como lo anticipamos en el comentario inicial, Fosshage se decanta por una exhaustiva exploración sobre la historia de la conceptualización en torno al tema de las relaciones objeto del self y para ello describe cómo, desde una perspectiva contemporánea, éstas implican a personas separadas. A pesar de lo cual, refiriéndose a Hoffman, sostiene que el concepto de transferencia de objeto del self de Kohut no es un modelo “social” o bipersonal puesto que se basa en la carencia de self y de diferenciación de objeto. Apreciación fundada en la división inicial de Kohut entre las dimensiones narcisista y de relaciones objetales del desarrollo y, además, en la suposición de Hoffman de que todo lazo entre el self y el objeto implica una fusión arcaica, es decir, la carencia de diferenciación entre el self y el objeto. Según Fosshage, en 1977, Kohut estaba evitando la división entre el desarrollo narcisista y de relación objetal, aún más, no solamente planteaba una fusión arcaica al comienzo del desarrollo, sino que daba por supuesta la diferenciación entre el self y el objeto en todas las demás experiencias selfobjetales, convirtiéndolas, para utilizar un criterio de Hoffman, en un modelo relacional (o del self con otro).

Los psicólogos del self contemporáneos generalmente han aceptado la proposición de Stern de que la diferenciación entre el self y el objeto existe en el momento del nacimiento, haciendo que el concepto de Kohut de “fusión arcaica” primaria no sea viable para retratar un estado psicológico temprano.

Fosshage señala que actualmente, dentro de la psicología del self contemporánea, hallamos una gama variada de líneas, algunas con un énfasis relacional más singular y otras que, además, intentan identificar factores integrados. Por ejemplo, Atwood y Stolorow que con el concepto de “campo intersubjetivo” incluyen todas las dimensiones de la experiencia subjetiva en contraste con el foco más singular de Kohut sobre la configuración de objeto del self. Siguiendo el continuo naturaleza-cuidado (nature-nurture) estos autores se asemejan a Mitchell en el énfasis puesto sobre el campo intersubjetivo o relacional. O también cita el trabajo (conjuntamente reseñado) de Beebe y Lachmann aplicando los hallazgos de la investigación en infantes para informar sobre el desarrollo de las “estructuras de interacción” dentro de un marco de trabajo de sistemas diádicos, a Bacal con un modelo de sistemas de interacción, centrado en la “especificidad de la experiencia objeto del self en la relacionalidad terapéutica”, a Shane, Shane y Gales y sus dimensiones “transformadoras del self” y de “intercambio personal” (lo que Stern denomina “relacionalidad intersubjetiva”) de la experiencia relacional, a Lichtenberg quien, junto con Lachmann y Fosshage mismo, plantea los factores constitucionales bajo la forma de cinco necesidades con patrones innatos de respuesta que emergen en la experiencia relacional y son modelados contextualmente dentro de la misma para convertirse así en sistemas motivacionales funcionales o disfuncionales.

Fosshage recalca que como consecuencia de utilizar el término “psicoanálisis relacional” para incluir una serie de teorías relacionales, la psicología del self clásica, con su énfasis en la matriz objeto del self, contribuyó al cambio paradigmático hacia la teoría relacional. No obstante, al mantenerse la denominación de “Psicoanálisis relacional” en un sentido mas estricto para referirse a los teóricos relacionales americanos, se estimuló la contrastación con las teorías contemporáneas de la psicología del self, y es en este último contexto, donde se hace posible la especulación sobre las influencias recíprocas en formulaciones a las que se llega de forma independiente. Señala así dos criterios diferentes: cuando el psicoanálisis relacional se usa como epígrafe amplio, los autores relacionales admiten la psicología del self, especialmente sus desarrollos contemporáneos como un modelo relacional y sin embargo, cuando se contrastan ambas (Psic. del self y teoría Relacional), los autores difieren entre ellos pero tienden a ser críticos en su evaluación de la psicología del self.

Entre dichos autores, Aron y Black integraron aspectos de la psicología del self en su pensamiento relacional, pero, Mitchell e, incluso de forma más acusada, Bromberg han planteado sus claras diferencias y críticas, algunas basadas en las primeras teorías de Kohut y otras, a juicio de Fosshage, en claros malentendidos. En los últimos años, las posiciones se fueron acercando y en 1997 Mitchell observó importantes elementos en común entre la teoría interpersonal contemporánea, las relaciones objetales y la psicología del self como “el énfasis en la experiencia subjetiva del paciente, el cultivo de la creatividad implícita en la propia individualidad del paciente y en su experiencia única, y el papel del analista como instrumento para la expansión de la experiencia de self del paciente” (p. 96).

El autor aclara que en consideración a todas estas complejidades este artículo se centrará en tres puntos fundamentales de convergencia y divergencia entre los psicólogos del self y los teóricos relacionales:

1)                las perspectivas de experiencia de la escucha

2)                el concepto del self y

3)                la acción terapeútica, centrándose en las teorías del cambio y la participación del analista

Fosshage nos advierte antes de comenzar con su análisis sobre como cada uno de nosotros se orienta y desarrolla una teoría y una práctica que concuerda con nuestra experiencia subjetiva, razón por la cual es difícil disponer de “sensibilidad” hacia los enfoques psicoanalíticos que ejercen los demás. Por ello, considera que “llegar” a otro enfoque requiere una lectura extensa y vivirlo y respirarlo en una comunidad en la que tenga lugar una gran comunicación, ya que cada enfoque alberga una amplia gama de diferencias en la teoría y en la práctica, creando más confusión. Por lo tanto, parece inevitable que los malentendidos desde el “exterior” por no mencionar los del “interior”, sean frecuentes.

Según el autor, un estudio comparativo de las teorías psicoanalíticas requiere comprender los contextos particulares de cada uno de los teóricos y lo sintetiza puntualizando que para Kohut, el psicoanálisis clásico, especialmente la teoría pulsional, la psicología del yo y la técnica clásica, sirvieron como punto de partida para todos sus escritos. Las formulaciones iniciales de Kohut sobre el narcisismo se basaban en la pulsión y la energía, pero ya en La Restauración del Self fue articulando una teoría más revolucionaria, más plenamente desarrollada de la psicología del self: evitando la estructura pulsional y convirtiendo el desarrollo y el mantenimiento del self en el principal modelo evolutivo y motivacional.

En el sentido inverso, siguiendo con Relaciones Objetales en la Teoría Psicoanalítica de Greenberg y Mitchell, a quien reconoce como uno de los principales arquitectos del psicoanálisis relacional, tendió un puente entre las tradiciones interpersonal y de relaciones objetales al formular su modelo relacional, publicando su siguiente libro Conceptos Relacionales en Psicoanálisis, en 1988, y continuando con el desarrollo de su modelo y sus exploraciones clínicas en Hope and Dread, Influencia y Autonomía, Relacionalidad y su libro póstumo ¿Puede durar el amor?

Stolorow y Atwood, y posteriormente Brandchaft y, más recientemente, Orange, fueron elaborando su teoría de la intersubjetividad más o menos en el mismo período en el que Mitchell su enfoque relacional. Estos autores también contribuyeron a los desarrollos contemporáneos en la psicología del self, con Faces in a Cloud, de Stolorow y Atwood, y establecieron un precedente para su primer libro sobre la teoría de la intersubjetividad, Estructuras de Subjetividad, seguido de Tratamiento Psicoanalítico: un Enfoque Intersubjetivo (junto con Brandchaft), Contextos del Ser, y Trabajando Intersubjetivamente: contextualismo en la práctica psicoanalítica (junto con Orange).

Las perspectivas de escucha

Tal como lo había anticipado, el autor retorna sobre el cambio paradigmático acaecido durante los últimos cincuenta años dentro del psicoanálisis desde el positivismo al relativismo. A consecuencia del cual, sugiere que ya no podemos considerar que el psicoanálisis observa “objetivamente”, sino pensar que los analistas perciben, modelan y organizan sus percepciones de forma variable.

Por lo tanto se plantea la cuestión de si podemos o no describir el psicoanálisis utilizando experiencialmente (no epistemológicamente) diferentes perspectivas de escucha, dado que todas van a estar mediadas por la experiencia y la subjetividad del analista.

El modo empático de observación

Fosshage plantea que Kohut, al formular el modo empático de observación, desafiaba directamente la práctica estándar de la escucha psicoanalítica que animaba al analista a pasar por alto factores cruciales de la experiencia del paciente a favor del supuesto conocimiento objetivo de los significados latentes e inconscientes.

Pero también afirma que mantuvo un residuo de objetivismo en su término “modo de observación” (que Lichtenberg redefinió más adelante como “modo de percepción) en su afirmación repetida de que tal empatía “es en esencia neutral y objetiva”. Por ello, tanto los relacionalistas como Mitchell, o Hoffman, como los intersubjetivistas (p. ej. Stolorow, Atwood y Orange) habían puesto objeciones, con razón, a las descripciones que implicaban que la escucha empática del analista no está condicionada por su subjetividad.

Posteriormente quedó establecido como uno de los cuatro principios del psicoanálisis relacional, que describe Greenberg sobre el cual existe un amplio consenso respecto al mito de la objetividad. En opinión de Fosshage, un punto de convergencia entre los tres grupos de teóricos.

Fosshage insiste, sin embargo, en que los críticos Relacionales han continuado centrándose en los remanentes originales de objetivismo en Kohut a pesar de las posteriores aclaraciones de los psicólogos del self contemporáneos, como por ejemplo Lichtenberg o Fosshage. En el caso de Mitchell, atribuyéndole una perspectiva constructivista al analista interpersonal contemporáneo en la conciencia de éste de que “la comprensión del punto de vista del paciente por parte del analista siempre está condicionada por el punto de vista de éste”. Por el contrario, describe el papel del psicólogo del self en “ubicar y ayudar al paciente a expresar su propia experiencia implicando una suspensión de la propia experiencia subjetiva del analista y un esfuerzo por escuchar y empatizar desde lo que el analista entiende que es el ‘punto de vista del paciente’”. Por ello Mitchell atribuye un legado objetivista a la perspectiva de los psicólogos del self, puesto que “la suspensión de la propia experiencia subjetiva del analista” es, desde una perspectiva constructivista, imposible -todas las percepciones están filtradas por la subjetividad del analista. El autor aclara que los psicólogos del self (como todos los analistas que utilizan el modo empático) no suspenden su experiencia subjetiva sino que la utilizan activamente, mediante procesos de resonancia afectiva e introspección indirecta, cuando escuchan y preguntan empáticamente. Incluso en una nota al pie recalca que los críticos han censurado frecuentemente que los psicólogos del self no utilicen su contratransferencia a raíz del malentendido fundamental de que escuchar y sentir desde una perspectiva empática no pasa por la subjetividad del analista. E insiste en que ya en 1992 él aludía a la relatividad de la posición empática puesto que lo que oímos siempre está modelado de forma variable por el analista definiendo este comentario como un punto de vista que puede considerarse constructivista.

Tal como queda evidenciado en todo el artículo, en este punto el autor vuelve a enzarzarse en una abigarrada disquisición en este caso sobre los constructivistas, y sus contribuciones, para rescatar una vez más el aporte de relacionalistas como Aron, Hoffman, Mitchell, Renik o Stern; de intersubjetivistas como Stolorow, Atwood y Orange; y de psicólogos del self contemporáneos como es el caso de Fosshage, Lichtenberg, Lachmann; Slavin y Kriegman, al posterior desarrollo de una perspectiva constructivista.

El autor termina sugiriendo que los analistas oscilan entre la posición de escucha empática y la que él denomina de escucha centrada en el otro. La perspectiva centrada en el otro se refiere al intento del analista por sentir al analizando como “un otro” que puede parecer hostil, controlador, amoroso o atractivo, pero que está siendo captado desde una posición ventajosa por el analista en relación con el analizando al ofrecer información sobre él y su modalidad de interacción. Fosshage lo articula con las contratransferencias concordantes y complementarias de Racker que podrían considerarse experiencias del analista que emanan de las perspectivas empática y centrada en el otro respectivamente.

La ventaja del modo empático es que facilita que el analista capte cómo el analizando siente su mundo y, al comunicarlo, valida implícitamente esa experiencia. En el caso del modo centrado en el otro la información derivada puede ilustrar cómo se pueden sentir los otros en relación al analizando y a los patrones de interacción de éste. Además, puede brindar importante material sobre la ruptura de viejos patrones y sobre el establecimiento de puntos de apoyo para nuevas formas de relación.

De igual manera la desventaja de la escucha centrada en el otro es que la experiencia del analista, al comunicarse, puede ser demasiado distante de la del analizando como para que éste se la apropie de forma significativa. Y el inconveniente de utilizar el modo empático exclusivamente para proporcionar un foco interpretativo es que priva al analizando de retroalimentación directa sobre cómo otros pueden sentirlo, reforzando potencialmente un mundo solipsista.

A partir de lo expuesto, Fosshage introduce una tercera perspectiva a la que la denomina del self del analista, es decir, la experiencia del self del analista. Lo propone de la siguiente forma:

 La articulación que un terapeuta hace de su propia perspectiva puede ser terapéutica en multitud de situaciones clínicas. Por ejemplo, mientras que un analizando puede estar paralizado por los sentimientos negativos sobre sí mismo, el analista, además de comprender empáticamente los sentimientos negativos del analizando sobre sí mismo y sus orígenes evolutivos, puede percibir al analizando de modo muy diferente. Siguiendo la exploración de las autopercepciones negativas del analizando y sus orígenes, un analista puede en alguna ocasión yuxtaponer su propia experiencia subjetiva del analizando directamente para iluminar las percepciones negativas del analizando así como para proporcionar aportaciones de contraste que den lugar al establecimiento gradual de nuevas percepciones. En otra situación clínica, un analizando puede estar centrado en la subjetividad del analista, las reacciones de éste ante el analizando o ante una interacción entre ambos. Puede ser crucial para el analista compartir su experiencia subjetiva para facilitar la exploración de quién está aportando qué a las percepciones del analizando así como para profundizar el encuentro relacional (ver Fosshage, 1997, para una ilustración clínica). Durante los momentos de relacionalidad intersubjetiva, la yuxtaposición de la experiencia subjetiva de cada uno puede resaltar las diferencias y semejanzas entre dos subjetividades, lo cual favorece el crecimiento (Benjamín, 1990; Bromberg, 1998). (pág.424)

En el epígrafe “Receptividad empática” el autor vuelve a polemizar con algunos teóricos relacionales como es el caso de Bromberg por confundir el modo empático de percepción que para Kohut era un modo de incluir una “actividad de recogida de información” con la consiguiente respuesta del analista, aunque reconociendo que el mismo Kohut pudo haber contribuido a esta confusión. La controversia es tanto sobre si la posición es de plena receptividad empática, como por si puede considerarse esta actitud de por si terapéutica e incluso si limita al analista. Se incluyen otras críticas a esta modalidad como una técnica rígida y mecánica que limita un posible compromiso auténtico.

Frente a dichas críticas, Fosshage reivindica una vez más que Kohut se anticipó al reconocer la importancia de la “presencia” del analista y su profunda implicación emocional.

Respecto al concepto de self, también, según Fosshage difieren los psicólogos del self y los teóricos relacionales en su conceptualización. Los psicólogos del self (excepto tal vez aquellos que están más influenciados por Winnicott y Guntrip), ponen un mayor énfasis en la participación de los factores constitucionales en el desarrollo. En su afán de dilucidar influencias y controversias para comenzar planteando que para Kohut el núcleo del desarrollo psicológico individual radica en comprender el propio “programa intrínseco de acción” dentro de la matriz “self-objeto”. Se refiere a los circuitos innatos, algunos de los cuales son universales como la especularización y la idealización que inciden en cada proceso personal. Combinando aspectos uni y bipersonales, Kohut describe cómo las “potencialidades innatas del bebé” y las “expectativas del objeto del self convergen”, formando posiblemente “el punto de origen del self primario y rudimentario del bebé”.

 De este modo Kohut expone una dirección evolutiva general intrínseca a cada individuo y describe las posibilidades de múltiples vías evolutivas. Por ello será criticado por los relacionalistas, quienes encuentran su programa evolutivo demasiado pre-determinado y, por lo tanto, poco sujeto al modelamiento relacional. Pero mientras que Kohut consideraba a los objetos del self como esenciales para el desarrollo (comparando su importancia a la de oxígeno en la esfera biológica), su definición respecto a ser útiles a unos fines específicos, descrita por Fosshage como una reliquia de la psicología del yo, no llegó a transmitir a los relacionalistas que los objetos del self también podían ser, o ser experimentados como personas independientes, participativas. En síntesis, para los críticos relacionales dentro de la psicología del self el analista es considerado únicamente como un desencadenante de la experiencia de objeto del self, minimizando, contrariamente a lo que su perspectiva propugna, la participación del mismo y la inclusión de su subjetividad.

También en este punto, Fosshage insistirá en recalcar que Kohut fue incorporando la participación emocional del analista. Más tarde, Lichtenberg redefinirá “objeto del self” para referirse fenomenológicamente a la experiencia vitalizante de crecimiento del self, así como Lichtenberg, Lachmann y el propio Fosshage han ampliado las fuentes de la experiencia del objeto del self para incluir, además del apego, otras motivaciones –por ejemplo, la capacidad exploradora-asertiva y la regulación de las actividades psicológicas- en las que las relaciones pueden estar o no en el primer plano de la experiencia.

El resultado actual es que los psicólogos del self –él se refiere a Bacal y Thompson- contemporáneos consideran al analizando y al analista como cocreadores de la experiencia de objeto del self.

Para el autor, tanto Mitchell  como otros teóricos relacionales han pretendido captar la fluidez de la experiencia del self y tienden a considerar los factores relativos a los circuitos biológicos innatos demasiado estáticos y divorciados de la influencia moldeadora de la experiencia relacional siempre cambiante. Diferencias que quedarán reflejadas en la conceptualización de los psicólogos del self de un self nuclear y múltiples estados del self y en contraposición en el concepto de los relacionalistas de “múltiples selfs”, como es el caso de Mitchell, o Bromberg, 1994). Mientras que el “self nuclear y los múltiples estados del self” enfatizan la continuidad así como la variabilidad de la experiencia del self, los “múltiples selfs” acentúan la variedad de la experiencia del self dentro de diferentes contextos relacionales (ver Contemporary Psychoanalysis, vol. 32 no. 4). Mientras que Lichtenberg, Lachmann y Fosshage, proponen conservar el concepto de un sentimiento cohesivo del self (la experiencia de continuidad de la identidad a lo largo del tiempo) también reconocen haberse sumado a la variabilidad de la experiencia del self mediante su descripción de cinco sistemas motivacionales. En cualquier caso los psicólogos del self clásicos conservan el concepto de self, entretanto que los contemporáneos, influenciados tal vez por los intersubjetivistas y los relacionalistas, tienden a evitar los espinosos problemas en torno a los circuitos biológicos innatos y retoman un término, el “sentimiento de self” con base fenomenológica.

Fosshage da cuenta de otros debates relativos a los factores constitucionales, por ejemplo, el de los relacionalistas, en línea con las sensibilidades postmodernas, que pretenden evitar las “esencias” que, según Teicholz, se suponen en los seres humanos en general y, por tanto, no están dispuestos a aceptar la proposición de Kohut de necesidades de objeto del selfs preestablecidas.

De igual modo objeta que en el esfuerzo para desligar al psicoanálisis de la teoría pulsional, los teóricos relacionales e intersubjetivos, en su visión de la centralidad de la experiencia relacional han infravalorado los factores genéticos que actualmente, a la luz de la investigación genética, neurocientífica y de otras disciplinas requieren ser reconsiderados.

Las diferencias en torno a las teorías motivacionales se centran en que mientras los psicólogos del self enfatizan los esfuerzos por crecer, desarrollarse; los teóricos relacionales no remarcan especialmente el factor motivacional. La influencia de la teoría de las relaciones objetales los orienta a que la suposición implícita en su trabajo sea la del esfuerzo por apegarse a los objetos. Y cita a Mitchell, cuando propone

Todos los motivos personales tienen una larga historia relacional. Si el self siempre está inserto en contextos relacionales, sean éstos reales o internos, entonces todos los motivos importantes han aparecido y cobrado vida y forma en presencia de otros significativos y mediante las reacciones de éstos. [p. 134 (pág. 432)

Dentro de la psicología del self, Lichtenberg ofrece una síntesis de las pruebas obtenidas en la investigación de “inclinaciones” motivacionales genéticamente determinadas. Lichtenberg y, posteriormente, Lachmann y el propio Fosshage han intentado delinear cómo estas cinco necesidades o inclinaciones derivadas de los circuitos biológicos y los patrones innatos de respuesta se transforman mediante la experiencia relacional en sistemas motivacionales funcionales o disfuncionales.

Sobre dicha cuestión se genera un considerable debate. Los aspectos con base genética que reciben mayor respaldo empírico en la investigación son las motivaciones (por ejemplo en los trabajos de Stern, Emde, Lichtenberg o Greenberg); el temperamento (en el caso de Thomas & Chess); las capacidades de autoorganización y autorreparación (resiliencia) (como sucede en Waddington, Anthony, Tolpin, Lichtenberg, o Fajardo); las capacidades cognitivo-emocionales (Siegel); las capacidades reguladoras propias e interactivas (Sander, Beebe & Lachmann); las conductas sociales innatas (Pinker, Slavin y Kriegman) y los talentos (Kohut). Incluso cita en una nota al pie a Chomsky y su conceptualización sobre la “estructura lingüística profunda” como capacidad biológica innata para el lenguaje, a Stern cuando sugiere que los infantes están preparados para discriminar y poder formar distintos esquemas del self y del otro desde los primeros meses de vida”; el concepto de arquetipos de Jung o el de Ogden de estructuras psicológicas profundas que también se refieren a patrones preestablecidos de experiencia organizativa.

Otro de los temas es el de Acción terapéutica y Teoría del cambio. Fosshage muestra nuevamente las diferencias entre Kohut y los relacionalistas, señalando cómo éste consideraba que la patología era la consecuencia fundamentalmente de una frustración relacional de los esfuerzos evolutivos por “realizar el programa nuclear de su self”. Debido a estas insuficiencias en los objetos del self, los analizandos inician sus análisis con anhelos insatisfechos de las experiencias de objeto del self que necesitan y, al mismo tiempo, con expectativas negativas basadas, según Orstein, en las fallas del pasado, “temiendo... la repetición del pasado”.

Por su parte los relacionales como Mitchell, Hoffman, Bromberg, o Stern, consideran que el analizando utiliza los patrones restrictivos de relación que se establecieron en su experiencia pasada y que las nuevas formas de relación sólo emergerán tras la resolución de los viejos patrones.

Y finalmente, para Fosshage, es posible llegar a una aproximación entre los psicólogos del self contemporáneos, los intersubjetivistas y los teóricos relacionales sobre el valor de la elaboración de los enactments repetitivos junto con la ampliación de la conciencia como el medio privilegiado para el cambio terapéutico (Lichtenberg y cols.). Lo que los psicólogos del self contemporáneos consideran como trabajar con la dimensión repetitiva de la experiencia. Se trata de una integración de las teorías de relaciones objetales y neokleinianas, enfatizando los procesos proyectivos-introyectivos y los objetos internos, enlazado con las percepciones negativas del self y del otro y las expectativas negativas (patrones de organización) basadas en la propia experiencia.

También autores de los tres grupos, como Fosshage, Harris, Mitchell o Lachmann, coincidirían al consideran la agresión como reactiva, al servicio de funciones reguladoras propias e interactivas. Mientras que Kohut, al contemplarla como un producto defectuoso relacionado con un sentimiento alterado del self, minimizaba su importancia, posteriormente los psicólogos del self como Lichtenberg y Stolorow han reconocido su repercusión y su función reguladora.

Al comentar la cuestión de la participación del analista, el autor comenta que

el linaje de los psicoanalistas que se han centrado en la experiencia relacional, en contraste con el insight, como algo central para el cambio terapéutico, ha favorecido la consideración que hacen autores como Balint, Ferenczi, Suttie o Winnicott de que el analista participa más plenamente en el encuentro analítico.

Nombra así la “sensibilidad óptima” y la “especificidad de la experiencia de objeto del self en la relacionalidad terapéutica” de Bacal, la “comprensión emocional” de Orange, los “enactments facilitadores necesarios” de Lazar, los “compromisos disciplinados espontáneos” de Lichtenberg, Lachmann y Fosshage, las dimensiones “transformadoras del self” y “de intercambio personal” de la relacionalidad y la expresividad del analista de Shane, Shane y Gales, la descripción de la necesidad de cambio del analista de Slavin y Kriegman y el uso de Fosshage de la “experiencia que el analista tiene del paciente” (contratransferencia) y la “receptividad facilitadora” se encuentran entre los intentos de los psicólogos del self contemporáneos por ampliar la conceptualización de la complejidad de la interacción analítica y de la participación del analista.

También incluye a otros autores que han continuado ampliando la autorevelación de la subjetividad del analista en el encuentro analítico: Ehrenberg, un interpersonalista, que describe “el borde íntimo”, Renik otro relacionalista, quien describe la nueva posición del analista como “haciéndose real” o Aron invitando al analizando a ser curioso acerca de la subjetividad del analista. Cita asimismo a Benjamin quien promueve la expresión de la subjetividad del analista, como una distinta e independiente de la propia lo que favorece el crecimiento. Pero no pasa inadvertido la contingencia singular de la situación: Greenberg previene que los analistas relacionales han enfatizado en sus viñetas clínicas “la asunción de riesgos del analista, al comprometerse con los pacientes de un modo muy personal lo que rompe el marco analítico tradicional”. Para Fosshage, estas viñetas clínicas que ilustran encuentros de alta carga personal dentro del análisis, entre las que incluye las suyas propias, han sido necesarias para que pudieran liberarse de la rigidez técnica y de las restricciones del rol. Agregando en una nota al pie, en mi opinión, acertadísima, que cree que esto favoreció el hecho de que cada vez aparecieran mayor número de informaciones sobre interacciones en el contexto analítico, que previamente habían sido silenciadas: 

«En mi opinión, los teóricos de todos los enfoques relacionales, así como algunos analistas clásicos contemporáneos […], contribuyen a la conciencia cada vez mayor de la complejidad de la interacción y la expansión de la participación del analista. Reconociendo que todo lo que hagamos verbalmente o no, consciente o inconscientemente, es una comunicación y revela algo sobre nosotros, ahora nos enfrentamos conscientemente a qué autorrevelar, qué comunicar en un esfuerzo por facilitar el desarrollo de un analizando […]. Podemos elegir, por ejemplo, revelar el amor hacia un paciente […] o los sentimientos de “contratransferencia erótica” […] para profundizar y ampliar el compromiso analítico. En el campo no verbal, estamos reafirmando los significados y el valor comunicativo del contacto físico -el apretón de manos, tomar la mano, el abrazo- del que nunca se había hablado con anterioridad […]

Ninguna de nuestras respuestas o comunicaciones pueden ser “prescriptivas” […], mecánicas o carentes de afecto, dañando el compromiso “auténtico”. Aunque es una materia mucho más compleja, sospecho que la mayoría de analistas relacionales consideran la autenticidad, anclada en la experiencia afectiva, como central para el trabajo […]. Las “pautas” analíticas han reemplazado a las prescripciones técnicas generales»

El último epígrafe está referido a las Necesidades de apego y formas de relacionalidad: una síntesis y Fosshage comienza planteándolas no como una sino varias, es decir diferentes necesidades de apego y formas de relacionalidad.

Por ello, hace referencia a que los psicólogos del self, Shane, Shane y Gales y él mismo junto con sus coautores Lichtenberg y Lachmann han intentado delinear estas diferentes formas de relacionalidad que requieren diferentes tipos de acción del analista tanto en relación a las perspectivas de escucha como a las respuestas.

Basándose en su investigación, los teóricos del apego (p. ej. Main) se han centrado en la necesidad de un sentimiento de seguridad sustentado en el apego íntimo a un cuidador. Describiendo así la ya conocida importancia fundamental de que las necesidades de apego seguro se hayan visto satisfechas puntualiza el papel que desempeñan especialmente en los momentos en que se siente peligro, abandono o pérdida.

Fosshage nos vuelve a recordar que en el desarrollo del self, Kohut  ya había descrito las necesidades de “objeto del self” de reconocimiento y afirmación (especularización” por parte de otro admirado y protector (idealizante) y de un sentimiento de semejanza esencial (gemelaridad)”. Estas necesidades de objeto del self (lo que Stern denomina el “otro autorregulador”) y sus correspondientes formas de relacionalidad implicarían el uso de otra persona para el desarrollo y la regulación de un sentimiento de self y tal como ha sido descrito pasan al primer plano en los momentos de autoexpansión o de estrés y vulnerabilidad.

Describe también otro tipo de experiencia de apego: el que implica la necesidad de sentir la subjetividad del otro en relación con la propia, un reconocimiento mutuo de uno a otro, el del diálogo entre dos personas –lo que Stern denominó como “relacionalidad intersubjetiva”. Benjamin ha elaborado más ampliamente el concepto de relacionalidad intersubjetiva y la ha elegido como núcleo de su teoría del desarrollo y la acción terapéutica, proponiendo que el reconocimiento de la subjetividad de otra persona favorece el crecimiento. Benjamin, Aron, Renik y otros autores relacionales, han teorizado sobre la relacionalidad intersubjetiva que posteriormente ha sido integrada por algunos psicólogos del self contemporáneos (p. ej. Shane, Shane y Gales, Fosshage, o Lichtenberg, Lachmann & Fosshage).

Menciona otra experiencia de apego descrita por él mismo como “relacionalidad cuidadora” referida a la necesidad de focalizar en el otro y cita como ejemplos, la de las figuras parentales sobre un niño y su cuidado, de un profesor sobre un alumno, de un analista sobre un analizando. Y continúa proponiendo el requisito de identificar las necesidades de apego y la forma de relacionalidad que está jugándose en cada momento dentro de la sesión psicoanalítica, y como impacta la participación del analista, modelando la forma de respuesta. Plantea que en momentos en que la seguridad, la regulación del afecto y las necesidades de objeto del self estén en primer plano, la subjetividad del analista será importante en la medida en que pueda utilizarse para los propósitos evolutivos (de desarrollo) y autorreguladores. Pero otros aspectos también pueden ser sentidos como intrusivos y dañinos para la seguridad necesitada y para el contacto selfobjetal. Cuando el analista y el analizando son incapaces de co-crear las experiencias relacionales y de objeto del self necesarias, el foco analítico cambia a la comprensión de las contribuciones de cada uno a la interacción. Si el foco está situado en la relacionalidad del objeto del self, entonces el modo empático de escucha es el mejor; puesto que la investigación empática transmite el interés del analista, el reconocimiento y la validación implícita (no la confirmación) de la realidad del paciente que contribuye a la co-creación de la experiencia de objeto del self especularizante que se necesita. De la misma manera si la relacionalidad intersubjetiva se halla en primer plano, un analista también debe tener acceso a su experiencia del analizando como un otro en la relación con él –la perspectiva centrada en el otro- para ser capaz de interactuar de modo facilitador. Para el autor, las necesidades prioritarias de diferentes formas de relacionalidad cambian, en ocasiones rápidamente, otras veces gradualmente, para lo que es preciso que los analistas estén disponibles con flexibilidad para la participación terapéutica.

Comentarios finales

Fosshage alude a que su estudio contextualizado de las influencias, convergencias y divergencias entre la psicología del self clásica y contemporánea y el psicoanálisis relacional, él se ha centrado en las cuestiones de las perspectivas de escucha, el concepto de self y la acción terapéutica. La acción terapéutica, desde las teorías de cambio psicoanalítico, participación del analista y diferentes formas de relacionalidad.

Reitera que la psicología del self clásica precedió al psicoanálisis relacional americano y, que contribuyó al cambio en los paradigmas del objetivismo al constructivismo y de la teoría pulsional e intrapsíquica a la teoría del campo relacional. También que a pesar de que tanto la psicología del self contemporánea, la intersubjetividad y el psicoanálisis relacional son las que han contribuido a los cambios producidos, existen diferencias significativas. Si bien esas diferencias son estimulantes y promueven más reflexión y articulación, para el autor el marco de trabajo de las diferentes perspectivas de escucha y de diferentes formas de relacionalidad es un intento de captar alguna de las diferencias y de establecer una base para una síntesis útil.

 
CONCLUSIONES

Dada la importancia del “giro relacional” por su influencia en la actualización de cuestiones fundamentales de la teoría psicoanalítica, entre ellos, los cambios promovidos respecto de la técnica, básicamente en cuanto a la desacralización de la mítica neutralidad del analista, ambos artículos resultan muy atractivos. Abordan este tema puntualizando los innovaciones y ubicando cronológicamente momentos de ruptura en las perspectivas a las que hacen referencia especialmente: la psicología del self y la teoría relacional, argumentando rigurosamente sobre la profunda dificultad de incluirnos como psicoanalistas “humanos, activos,  y falibles”. Por lo que su lectura nos invita a una estimulante reflexión sobre los alcances de legitimar la participación del analista, acerca del “¿cuándo y cuánto se favorece la autorrevelación?” Nos confronta con el desafío de esta co-construcción que deja al descubierto nuestros puntos ciegos, sin la cobertura del silencio aséptico, o el reduccionismo a la resistencias del paciente. Del mismo modo, como sugerían Beebe y Lachmann, requiere que seamos más responsables… lo cual implica lograr un cierto consenso sobre cual es el límite de la “receptividad, la empatía, o el modo de escucha centrado en el otro”. Los artículos tratan con seriedad de interesarnos en transmitir el progreso de los  desarrollos,  y de no pasar por alto (o caer en la ingenuidad) lo  difícil que es lograr acuerdos entre los miembros de una misma institución, y, por lo tanto, la utopía  en que  se convierte cuando varían los códigos en función de diferentes enfoques. Sin olvidar la incidencia que tiene en las creencias teóricas de un psicoanalista, sus identificaciones personales y lealtades político-institucionales.

Subyace una línea de trabajo académico, de búsqueda documentada de recorrido por la historia del psicoanálisis anglosajón (especialmente el americano;[citando a Jay Frankel sería “cierto segmento del mundo psicoanalítico de Nueva York”]), en la misma tónica que al otro lado del Atlántico, los franceses parecieran ignorar esta literatura; pero el tema de negar a “los otros” nos llevaría por otros desfiladeros. Tal como su autor lo sugiere, es una síntesis útil que sirve para entender cómo se llegó al momento actual y al “estado de la cuestión” en el que  Fosshage reparte el juego entre los que reconoce como interlocutores válidos.

Otro de los puntos medulares es el que refleja como ha incidido en las controversias “intra” <perspectiva> psicología del yo o relacional, la necesidad de reformular la compleja relación entre la pulsión y/o los así llamados factores constitucionales en su articulación con la intersubjetividad. Sabemos que ya Mitchell en un notable esfuerzo de cuestionamiento al criterio de la sexualidad como motor fundamental del psiquismo, lo había intentado en un capítulo de Conceptos Relacionales en Psicoanálisis (1988), La teoría del sexo sin pulsión, con un resultado poco satisfactorio. Justamente por la dificultad de eludir todas las implicancias de prescindir de la pulsión.

En su artículo Fosshage se revela abiertamente interesado en mediar entre ambas perspectivas, en aclarar malentendidos, atribuyéndolos en algunos casos a la dificultad de Kohut para transmitir con mayor claridad determinados conceptos, junto a su tardía “reconversión” o, en otros, a un error en la comprensión por parte de los relacionalistas. Pero es evidente su necesidad de confirmar en qué medida la psicología del self precede al psicoanálisis relacional americano, contribuyó al cambio de paradigma del objetivismo al constructivismo y de la teoría pulsional intrapsíquica a lo relacional.

Pero se hace difícil creer que Fosshage sólo intente describir la evolución de una teoría en términos de ideas, de valorar exclusivamente el progreso del conocimiento. Queda excesivamente reflejado el interés por las marcas registradas, por los nombres y no por los conceptos, por la fecha en la que “uno de los nuestros” lo nombró por primera vez… Y sin caer en la ingenuidad de creer que no es legítimo reconocer autorías, el riesgo es que se subvierta el criterio y que “el árbol no nos deje ver el bosque”. La recurrencia a “nosotros lo dijimos primero” convierte una cuestión atractiva teórica y clínicamente en un tema políticamente aburrido.

Hemos aprendido a privilegiar que la bibliografía apunte a profundizar en el desarrollo de ideas, que nos estimule a pensar sobre lo que leemos, que ponga en cuestión lo que creemos que sabemos. En el marco en el que surge esta reseña, las rencillas interpersonales e interinstitucionales, aun sabiéndolas inevitables, no forman parte de nuestro patrimonio teórico o grupal. De ahí que, siendo nuestro referente el Enfoque Modular Transformacional, lo planteado en los artículos en el año 2003 no nos sea especialmente novedoso. Como una brevísima ilustración, y privilegiando el interés sobre la teorización acerca de la técnica, el tema  de la participación del analista, podría ejemplificarse con la frase final del artículo de Hugo Bleichmar, Fundamentos y aplicaciones del enfoque Modular-Transformacional,  publicado en Aperturas nº1 en abril de 1999:

Si la emocionalidad del analista es una forma siempre presente de intervención, que debe ser estudiada en sus efectos junto a las otras formas de intervención terapéutica, si constituye parte de las acciones sobre el inconsciente del paciente, entonces el analista no puede permitirse el ser emocionalmente igual con todos los pacientes, es decir, dejarse arrastrar monocordemente por su caracterología personal o por la caracterología preconizada por la escuela de pertenencia acerca de cuál es la identidad ideal. Caracterologías individuales o "doctrinarias" de rol profesional que le llevan, en no pocas ocasiones, a reforzar la patología del paciente. Pensemos en dos extremos: el analista vital, hiperafectivo, expansivo, y el analista distante, frío, intelectualizado. A su vez ubiquemos dos tipos de pacientes: el maníaco y el esquizoide con bloqueo afectivo. Pensemos ahora en las posibles combinaciones entre esos analistas y esos pacientes. Alguna de las parejas formadas implicarán para el paciente más de lo mismo, iatrogenia. En consecuencia, resulta imprescindible la modulación afectiva del terapeuta de acuerdo al tipo de paciente y el momento del tratamiento.” (Bleichmar, H., 1999)

También la visión de los sistemas diádicos ha sido trabajada e incorporada a nuestra perspectiva en el artículo de Emilce Dio BleichmarLo intrapsíquico y lo intersubjetivo. Metodología de la psicoterapia de la relación padres-hijos/as desde el enfoque modular-transformacional”, cuando propone:

la ampliación de la metodología tradicional en clínica infanto-juvenil de manera de poder dar cuenta del contexto intersubjetivo que permite la emergencia de los distintos sistemas motivacionales y dimensiones del psiquismo. Pensamos que esta perspectiva puede contribuir a una extensión del conocimiento que el psicoanálisis ha aportado del mundo intrapsíquico del niño/a, así como también entender las motivaciones parentales y comenzar a trabajar su inclusión en los procesos de cambio” (Dio Bleichmar, 2000)

 O Esteban Ortiz en un  reciente artículo publicado en Aperturas Psicoanalíticas nº 15, Noviembre del 2003, sobre El diálogo colaborativo y el cambio psíquico, quien plantea una lúcida  propuesta al señalar puntos paralelos entre la investigación sobre la infancia y la actitud terapeútica que defienden algunos autores psicoanalíticos contemporáneos. Así, señala, precisando cuidadosamente en cada ítem sus consideraciones sobre:

estructuración activa del diálogo

búsqueda activa de reparación de los malentendidos

dirección activa del diálogo hacia nuevas formas de comunicación

atenta evaluación de las iniciativas

de lo impersonal y neutro a presente y subjetivo

las auto-revelaciones

respuestas mesuradas a preguntas frecuentes

aceptar que ciertas percepciones o sensaciones son plausibles

admitir la realidad de sus impresiones sobre mí

la auto-revelación de otros sentimientos

admitir la irritación y la antipatía que produce el paciente

compartir los callejones sin salida

los riesgos (posibles) de la espontaneidad y la autorrevelación del terapeuta

Llevamos varios años leyendo artículos que tratan “variaciones sobre estos temas”. La línea editorial de Aperturas Psicoanalíticas se distingue, en el deseo de dar cabida a distintas orientaciones en psicoanálisis, por haber publicado una amplia muestra de trabajos en que la perspectiva intersubjetiva es ya sea propugnada o incorporada como parte de enfoques integrativos.

Donna M.Orange, George E. Atwood y Robert D. Stolorow "Working Intersubjectively: Contextualism in Psychoanalytic Practice" (1997), Hillsdale, NJ: The Analytic Press (104 páginas). Autor de la reseña: Ramón Riera i Alibés (Aperturas Psicoanalíticas, No. 3 Noviembre 1999).

Karlen Lyons-Ruth: El inconsciente bipersonal: el diálogo intersubjetivo, la representación relacional actuada y la emergencia de nuevas formas de organización relacional.  (Aperturas Psicoanalíticas, No. 4 Marzo 2000).

Stephen A. Mitchell (1993): Conceptos relacionales en psicoanálisis: Una integración Siglo XXI Editores, México D.F. Autora de la reseña: Nora Levinton (Aperturas Psicoanalíticas, No. 4 marzo 2000).

Stephen Seligman: Integrando la teoría kleiniana y la investigación intersubjetiva del infante: observando la identificación proyectiva. (Aperturas Psicoanalíticas, No 4 Abril 2000).

J.B Frankel (1998). Diferencias entre dos corrientes psicoanalíticas: la interpersonal y la relacional. Are Interpersonal and Relational Psychoanalysis the same? Contemporary Psychoanalysis, Vol. 34, p. 485-500. Autora de la reseña: Dora Deprati (Aperturas Psicoanalíticas, No. 5 Julio 2000)

David Power: Intentando algo nuevo: El esfuerzo y la práctica en el cambio psicoanalítico. (Aperturas Psicoanalíticas, No.7 marzo 2001).

Ramón Riera: Transformaciones en mi práctica psicoanalítica (Un trayecto personal con el soporte de la teoría intersubjetiva y de la psicología del self) (Aperturas, No. 8 Julio 2001).

Hugo Bleichmar: El cambio terapeútico a la luz de los conocimientos terapeúticos actuales Aperturas Psicoanalíticas No. 9, Noviembre 2001.

Stephen Mitchell (2000). Relationality. From Attachment to Intersubjectivity. Relational Perspective Book Series. Volume 20. The Analytic Press, Inc., Hillsdale, New Jersey. 173 páginas. Autora de la reseña: Nora Levinton (Aperturas Psicoanalíticas No. 9, Noviembre 2001).

Stephen A. Mitchell (1997): Influencia y Autonomía en Psicoanálisis, The Analitic Press: Hillsdale, NJ. Autor de la reseña: Ariel Liberman (Aperturas Psicoanalíticas, No. 9 Noviembre 2001).

Owen Renik: Los riesgos de la neutralidad. (Aperturas Psicoanalíticas, No. 10 marzo 2002).

Raquel Vidal: Los espacios psíquicos: intra, inter y transubjetivo. Ejemplificación mediante un tratamiento de pareja (Aperturas Psicoanalíticas, No. 10 Marzo 2002).

Miguel Alejo Spivacow: La perspectiva intersubjetiva y sus destinos:la terapia psicoanalítica de pareja (Aperturas Psicoanalíticas, No. 11 Julio 2002).

Jeremy D. Safran. Tratamiento psicoanalítico relacional breve. (Aperturas Psicoanalíticas, No. 12 Noviembre 2002)

Morris N. Eagle, David L. Wolitzky, Jerome C. Wakefield El conocimiento y la autoridad del analista: una crítica a la “nueva perspectiva” en psicoanálisis (Aperturas Psicoanalíticas, No. 13 Marzo 2003).

Steven Stern: El self como una estructura relacional. Un diálogo con la teoría del self múltiple (Aperturas Psicoanalíticas, No. 13 Marzo 2003).

Paul Wachtel: La comunicación terapéutica. Principios y práctica eficaz, Desclée De Brouwer, Bilbao, 1996). Autor de la reseña: Ariel Liberman (Aperturas Psicoanalíticas, No.14 julio 2003).

Drew Westen: El lenguaje del discurso psicoanalítico. (Aperturas Psicoanalíticas, No 14 julio 2003).

En síntesis, haber ido transitando por este listado de diferentes autores y aportes fue introduciéndonos  en conceptos y desarrollos que promovieran  a su vez nuevas concordancias y discrepancias.

 

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