aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 028 2008 Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Vergüenza insoportable, escisión y perdón en la resolución del ser vengativo

Autor: Lansky, Melvin R.

Palabras clave

Escision, Estado vengativo de la mente, Perdon, Rabia, Vengatividad, Vergüenza insoportable, Vergüenza no reconocida o evitada, Vergüenza señal o anticipatoria.


"Unbearable shame, splitting, and forgiveness in the resolution of vengefulness" fue publicado originariamente en Journal of the American Psychoanalytic Association, vol. 55, No. 2, p. 2007. Copyright 2007, American Psychoanalytic Association. Traducido y publicado con autorización de la revista

Traducción: Marta González Baz
Revisión: Raquel Morató

El estado vengativo de la mente, el componente psicológico consciente de escenarios de “vengatividad” [en inglés “vengefullness’], se considera aquí una fijación instigada y sostenida por el funcionamiento de dinámicas de vergüenza o culpas, que en casos extremos transforman un estado de vergüenza desorganizado prodrómico en un estado mental vengativo incesante. Ese estado de la mente, puesto que vilipendia al que ofende y desconecta la relación vengador-ofensor de las demás relaciones del vengador con aquellos dentro del orden moral y social, es una manifestación de escisión. Se discuten los ciclos vergüenza-ira, descritos e investigados por Lewis y sus seguidores: la vergüenza no reconocida o evitada desencadena la rabia, de la cual el afán de venganza es un ejemplo. La elaboración psicoanalítica de los insights de Lewis incluye la elaboración de las fantasías inconscientes de vergüenza mediante las cuales la vergüenza anticipada se vuelve insoportable. El desencadenamiento de la rabia por la vergüenza no reconocida es una indicación de escisión subyacente. Se presenta material clínico para ilustrar la conexión entre la rabia vengativa y la vergüenza subyacente y la resolución de la escisión una vez que la vergüenza subyacente se reconoce y se vuelve soportable. La elaboración del estado mental vengativo implica la resolución de la escisión, a menudo mediante una identificación que incrementa la soportabilidad de la vergüenza subyacente. El perdón se considera como la elaboración de esa escisión y como un aspecto importante en la elaboración de la vengatividad.

La vengatividad, en su sentido más amplio –donde se encuentra que los elementos de “ajustar cuentas” son parte de la dinámica consciente o inconsciente de actos y fantasías hostiles- se ve en la práctica clínica con mucha más frecuencia de lo que suele apreciarse. En realidad, muchas de las dinámicas conscientes que incluyen hostilidad acaban formando parte de aquello a lo que podríamos referirnos como escenarios o narrativas de vengatividad y actos claramente agresivos o antisociales como el sadismo y la violencia doméstica. La envidia también puede considerarse como una variante de la vengatividad, puesto que los estados mentales envidiosos aspiran, consciente o inconscientemente, a igualar un marcador derribando al otro envidiado, a quien se ve en comparación como más amado que uno mismo. El masoquismo, el rencor, las actividades suicidas y autosaboteadoras y muchos ejemplos de impotencia y frigidez se revelan con frecuencia en la situación analítica como síntomas incrustados en escenarios o narrativas de “cambiar las tornas” o “ajustar cuentas”.

A pesar de la prevalencia general de las dinámicas vengativas en nuestro trabajo clínico, la atención psicoanalítica a la vengatividad ha sido escasa. Fue en 2004 cuando se presentó el primer panel sobre vengatividad en una reunión de la Asociación Psicoanalítica Americana (Beattie, 2005). Curiosamente, aparecen pocas exploraciones de la vengatividad en la literatura psicoanalítica. Horney (1948) apunta al “valor del afán de venganza” para reorganizar los estados mentales desorganizados, indefensos y deprimidos. Searles (1956) apunta la función de la vengatividad en el mantenimiento de un lazo con el traidor, enfatizando el apego continuado del vengador con el supuesto traidor objeto de actos vengativos. Socarides (1966) destaca la deprivación oral y la rabia en el trasfondo de personas crónicamente vengativas. Castelnuovo-Tedesco (1974) en su discusión del “complejo de Monte Cristo” apunta el elemento de robo sancionado en actos de venganza. Arlow (1980), usando la película Blow Up (N. deT: en español se distribuyó como “Deseo de una mañana de verano”) `como telón de fondo, discute sobre la humillación y la venganza como respuestas a la vergüenza y la rabia que acompañan a la conciencia de la escena primaria. Steiner (1996) también señala la situación edípica en su discusión de la vengatividad. Más recientemente, Irwin Rosen (ver su artículo en este número) ha contribuido a una visión general abarcativa, concienzuda y equilibrada –un paseo entre el gentío, como él lo llama- a través de todo el tema, basándose en fuentes clínicas, etológicas y literarios. Es la única perspectiva general de este tipo en la literatura psicoanalítica. Mi propio trabajo sobre el perdón y la cualidad de imperdonable destaca las fantasías de vergüenza como instigadoras de la vengatividad y los estados vengativos de la mente (Lansky, 2005). LaFarge (2006) en una contribución muy razonada comienza con un ejemplo clínico que muestra una escisión en la constelación transferencia-contratransferencia imaginador-imaginado en la cual una peculiar escasa profundidad emocional en lo que parecía un análisis que transcurría plácidamente podía contrastarse con una constelación más caótica y sádica que aparecía cuando el paciente engañaba al analista con una historia fabricada sobre una catástrofe legal inmanente, una puesta en acto que parecía, en retrospectiva, ser una inversión de una fantasía de transferencia sádica imaginador-imaginado que previamente había sido apartada de la conciencia psicoanalítica. LaFarge sostiene que esta escisión y el fenómeno de la inversión de una constelación transferencia-contratransferencia imaginador-imaginado sirven como un importante paradigma para nuestra comprensión del deseo de venganza.

En este artículo me baso en material clínico que ilustra algunos aspectos de las dinámicas observadas en la elaboración de la vengatividad. Destaca el lugar central del estado vengativo de la mente. Ese estado mental es el aspecto psicológico consciente más conspicuo de la vengatividad, uno que, a causa de su ego-sintonicidad y ventajas defensivas, plantea unos problemas formidables para la elaboración de los estados obsesivos circundantes que mantienen cautivo al vengador.

No estoy sugiriendo que el estado mental vengativo sea, per se, una entidad clínica determinada, sino sólo apuntando que el estado mental en sí mismo es el componente psicológico consciente de una dinámica psicológica firmemente afianzada, una fijación que en su forma auténtica no suele estar sujeta a una indagación estrictamente psicoanalítica. No solemos ver en el consultorio analítico a terroristas, personas que ejercen violencia doméstica o a personas vengativas frente a una traición sexual o un divorcio mientras su vengatividad tiene pleno dominio.

Me parece crucial lo que podría considerarse la tarea psicoanalítica aplicada de comprender y explicar que consideramos los estados vengativos de la mente no en aislamiento o estudiados sólo por criterios de exploración estrictamente clínica psicoanalítica, sino dentro de un contexto que nos ayude a entender qué es lo que provoca ese estado mental, qué lo desencadena o lo instiga, cómo la secuencia del suceso instigador y el estado mental instigado sirven a funciones defensivas, y cómo la formación de compromiso, la fijación que estoy llamando estado vengativo de la mente, se cristaliza, se fija y, en los casos más dramáticos, hace caso omiso a las consecuencias. Consideraré el estado mental vengativo, por tanto, como una manifestación de una fijación subyacente y espero explicar algo de su historia natural y de las dinámicas inconscientes que explican la tenacidad de la fijación y de las que favorecen su elaboración.

Este enfoque de historia natural es, forzosamente, unidimensional y esquemático de un modo no del todo de acuerdo con la explicación estrictamente psicoanalítica de los fenómenos clínicos. Cualquier enfoque explicativo de este tipo deja mucho que sigue siendo misterioso y desconocido. Pero dicha excursión en líneas de pensamiento decididamente explicativas, por diferente que sea de la indagación puramente psicoanalítica, parece un proyecto justificable para cualquier empresa psicoanalítica aplicada que pretenda incrementar nuestra comprensión, no sólo de los problemas prácticos del mundo político de hoy, sino también de los problemas que se desarrollan en cierto modo entre bambalinas en el marco clínico (p. ej. los divorcios vengativos o la violencia doméstica).

La vengatividad real es ego-sintónica hasta el punto de que las personas claramente vengativas no suelen acudir a tratamiento por su vengatividad o por el estado mental vengativo per se. Esta dificultad para acceder a los datos estrictamente psicoanalíticos explica tal vez por qué ha costado tanto (tal vez requería el ímpetu de la necesidad de comprender los ataques terroristas del 11 de Septiembre de 2001) reconocer la necesidad de estudiar la historia natural, los aspectos específicos, de los procesos que instigan los actos destructivos y, en realidad, la necesidad de que el psicoanalista sea imperturbablemente un naturalista y un hermenéutico. Más abajo apuntaré que en el proceso de elaboración el paciente, que cada vez se observa más a sí mismo, se convierte también en un naturalista en la observación de sus estados mentales y de los desencadenantes y consecuencias de dichos estados mentales.

Encontrarnos con el estado mental vengativo de otra persona por fuerza nos golpea. Los estados mentales vengativos –en la medida en que se solidifican, cristalizan y se acompañan por un sentimiento de certeza impermeable a la influencia, y no son simplemente momentos fugaces- rara vez se encuentran en esta forma verdadera dentro del consultorio a menos que la persona vengativa haya sido coaccionada allí. En ese estado mental, uno se siente poderoso en lugar de débil, y nos da la impresión de ser omnipotente e impermeable, atrapado en una preocupación por la culpa del que ofende, vilipendiando a esa persona por el daño atribuido a la traición o la injusticia y evidenciando un intento inquebrantable de esforzarse incansablemente por lo que la persona vengativa siente como justicia. Ese estado mental vengativo es, sobre todo, intolerante y moralista, a menudo hasta el punto de la inconsciencia social y moral. El estado mental vengativo está, por así decir, suspendido en el tiempo. El vengador parece estar detenido temporalmente en el momento de la traición por el supuesto ofensor. Estos atributos del estado mental vengativo, como ha señalado Horney (1948), ofrecen ventajas defensivas –justificación moral, firmeza de propósito y certeza incuestionada- cuando realizan la inversión de estados mentales desorganizados, humillados e inciertos. El estado mental obsesivamente vengativo distrae de muchos tipos de conciencia que producen vergüenza. Estas ventajas defensivas, sin embargo, son costosas. La certeza que se cristaliza en el sentimiento de haber sido agraviado, de ser receptor de injusticia, de ser dañado por esa injusticia, y de tener derecho a la justicia, parece estar en la mente de la persona vengativa y anular las consideraciones prácticas, legales y éticas acerca de hacer daño, no sólo al supuesto ofensor o traidor, sino a toda la comunidad y a sus criterios, a niños y, en realidad, a la propia persona vengativa como sucede en el caso de los terroristas suicidas.

El estado mental vengativo, obsesionado como es por la injusticia, la traición o la culpa, supone una autodefinición para la persona vengativa, que se define en términos de la ofensa injusta y de la presunción de que ha sido irreparablemente dañado/a por la supuesta ofensa.  Esta autodefinición y la obsesión con la culpa del otro apuntan –si bien lo dejan en cierto modo sin explicitar- al sentimiento de apocamiento, humillación y vergüenza de la persona vengativa. Dentro del mundo psicológico del estado mental vengativo, el mundo se reduce a un universo de dos partes, el vengador y el ofensor, independientemente de las consecuencias de esta visión simplificada. Es importante dinámicamente que este reconocimiento de la vergüenza se insinúe pero no se haga totalmente explícito, puesto que un foco demasiado claro en el daño al self provoca una cantidad molesta de vergüenza. La vergüenza de la persona vengativa puede provenir de varias fuentes, incluyendo el daño ocasionado por la supuesta ofensa, pero incluyendo también la conciencia de la persona vengativa a cierto nivel de estar en cierto modo incompleta sin el ofensor: ser dependiente del ofensor o estar apegada emocionalmente a él, o incluso ser cómplice en la traición del ofensor. La vergüenza puede surgir también cuando se piensa que la ofensa lo expone a uno como apocado, insignificante, indefenso o despreciable.

Para las descripciones más completas y vívidas del estado mental vengativo, podemos recurrir a grandes obras literarias sobre venganza, entre otras Medea de Eurípides, Moby Dick, Cousin Bette de Balzac, La Ilíada, Electra de Sófocles, o Ricardo III y Otelo de Shakespeare.

Considerados dinámicamente, los estados mentales vengativos pueden verse como el resultado de procesos instigados por el daño narcisista (Arlow, 1980). Es decir, una experiencia de vergüenza, o la anticipación de una experiencia de lo que se considera, consciente o inconscientemente, como una vergüenza insoportable, desencadena los procesos. Ese daño narcisista resulta en una percepción de amenaza, se experimente ésta consciente o inconscientemente, a la continuidad de la integridad, aplomo o autorrespeto de la futura persona vengativa.

El estado mental que sigue al daño narcisista se caracteriza por un estado perturbado, digamos prodrómico, en el que son prominentes los sentimientos conscientes de indefensión y vergüenza ante los otros. La persona narcisísticamente dañada está inicialmente desorganizada y fragmentada. Llena de dudas sobre sí misma, sintiéndose indefensa y avergonzada aunque aún conectada al orden social más amplio, la persona está sufriendo un doloroso proceso de desconexión.

Es este estado mental prodrómico fracasado, humillado y lleno de vergüenza, o su anticipación, el que instiga el estado mental vengativo duradero. Ese estado, a su vez, se defiende contra la conciencia del estado prodrómico precedente o la oculta, lo que es dramáticamente discordante con los criterios de autorrespeto dictados por el ideal del yo de la persona vengativa. Es en este sentido que el conflicto de vergüenza desencadena o instiga la rabia y el estado mental vengativo consecuente que hace inteligible y confiere un estatus de narrativa coherente a esa rabia y a los actos vengativos subsiguientes. La elaboración, por tanto, debe tener en cuenta que el estado mental vengativo defiende contra la emergencia o reemergencia de una experiencia de vergüenza mortificante.

Escisión

Es importante considerar el estado mental vengativo en el contexto de la escisión (Freud, 1940; Klein, 1946; LaFarge, 2006). Estoy usando el término escisión en lo que a mí me parece ser el espíritu –si bien no la letra- del sentido freudiano original de escisión del yo más que en las nociones más kleinianas que focalizan fenomenológicamente en la escisión del objeto. La noción de escisión del yo de Freud apunta a la situación clínica en la cual dos relaciones contradictorias con la realidad externa coexisten sin influirse entre sí. Uno tiene en cuenta la realidad social y moral, mientras que el otro, en mi adaptación de la noción freudiana básica, se convierte en dominado, bajo la influencia del malestar psicológico anticipado, por fantasías inconscientes de venganza. (El énfasis de Freud está en el peligro afectivo de la ansiedad de castración; el mío, en el de la vergüenza insoportable; no es necesariamente una diferencia incompatible, puesto que la angustia de castración incluye un fuerte componente de vergüenza y puesto que la vergüenza insoportable puede incluir una importante ansiedad de castración).

Al defenderse contra la experiencia de vergüenza mortificante, la persona vengativa consolida un estado mental en el cual el vínculo vengativo con el ofensor se convierte en una escisión de la corriente principal de las obligaciones del vengador en el orden moral y social. Mediante el proceso de escisión, se vilipendia la parte ofensora, se convierte en un agente del mal deshumanizado y unidimensional. El estado mental vengativo se suspende en el tiempo en el momento de la reacción del vengador a la injusticia o traición original y no está abierto a la influencia en el presente. Como sucede en la escisión severa, las discrepancias entre las dos actitudes del yo no se resuelven mediante la formación de compromiso, al menos no mientras perdura la escisión, Un aspecto cardinal de los estados caracterizados por la escisión extrema es el hecho de que las personas en dichos estados carecen de cualquier capacidad para la curiosidad acerca de su estado mental. (En el consultorio, esto plantea una importante dificultad en el tratamiento). La discrepancia entre el mundo del estado mental vengativo y el mundo consciente de las otras relaciones con el orden moral y social no suele presentarse ante la conciencia de la persona vengativa como algo que necesita resolución [1].

En el lenguaje kleiniano (Klein, 1946; Hinshelwood, 1989, pp. 417-419), dicho desencadenamiento del estado mental vengativo se mencionaría como una escisión y una regresión de la posición depresiva a la paranoide-esquizoide. Estoy de acuerdo con la descripción fenomenológica y la importancia de la distinción entre las posiciones depresiva y paranoide-esquizoide, pero en mi opinión la teoría kleiniana carece de una concepción matizada del afecto señal y por tanto no consigue tener en cuenta la anticipación inconsciente de la vergüenza abrumadora y la aniquilación o el ostracismo social; en su lugar, emplea una noción deficiente de angustia que se ocupa de los supuestos contenidos de la angustia pero no de las dinámicas de la angustia señal, pasando por alto, por tanto, consideraciones sobre la adaptación intrapsíquica, esquivando la necesidad de comprender los motivos subyacentes para la agresividad, y obviando la importancia de las dinámicas inconscientes de la vergüenza (incluyendo la vergüenza señal).

Mis propios estudios (Lansky, 1996, 2001, 2003, 2004, 2005) me han conducido a la convicción de que la anticipación de la vergüenza insoportable a menudo es el factor decisivo que desencadena el despliegue de la escisión. La apreciación del rol de las dinámicas de la vergüenza, concretamente en situaciones clínicas que implican el daño narcisista, la interrupción, y la reparación, es crucial para una comprensión de estados mentales tales como la envidia, el rencor, la culpa, el resentimiento, la animosidad, el odio y, en la investigación presente, la vengatividad. Cada uno de estos estados mentales implica cierto grado de escisión y de culpa de un otro resentido por el daño causado o por la injusticia infligida. Me ha impresionado la centralidad de las dinámicas inconscientes y ocultas de la vergüenza en estos fenómenos clínicos y la medida en que la vergüenza anticipatoria (señal) vinculada a la noción de implicación continuada con el ofensor o traidor se considera soportable o no. La insoportabilidad de la vergüenza anticipada plantea un problema intrapsíquico que para la persona vengativa parece solucionable sólo mediante la escisión. Este es, en mi opinión, el centro dinámico que sostiene en su lugar la fijación, el centro que debe ser abordado y elaborado para modificar el estado mental vengativo y revertir los efectos de la escisión.

La vengatividad es una de las varias fijaciones hostiles que implican una obsesión abarcartiva con la culpa del otro y una reivindicación de injusticia o traición. Considero los estados mentales fijados, las atribuciones y las afirmaciones de injusticia por parte de la persona dañada dirigidas a un ofensor supuestamente cruel moralmente como un tipo de  “imperdonabilidad” (Lansky, 2001); el abandonar el estado mental fijado que resulta de la escisión, junto con la demanda de justicia y la preocupación primordial por el self en tanto dañado, es el perdón. Como argumentaré, el perdón se entiende psicoanalíticamente como la resolución de la escisión. Esta formulación difiere significativamente de las definiciones usuales de perdón morales o religiosas.

La escisión, instigada por el conflicto de vergüenza (es decir, la anticipación de la vergüenza insoportable debida a la conciencia de una discrepancia masiva entre la visión que uno tiene de sí mismo y el ideal del yo, el sentimiento que uno tiene de las condiciones para el autorrespeto y la autoaprobación ante uno mismo y los demás) deriva, a menudo rápidamente, en rabia. Esta íntima relación entre la rabia (de la cual la vengatividad es una variedad) y la vergüenza antecedente, justifica un desvío en la próxima sección, donde considero el ciclo vergüenza-rabia, una noción no psicoanalítica respaldada por importante investigación clínica de orientación psicoanalítica. Después, presentaré material clínico focalizando especialmente en la relación entre la vengatividad y la vergüenza antecedente no reconocida.

El ciclo vergüenza-rabia como una manifestación de la escisión

Ciclos vergüenza-rabia

Con la publicación de El análisis del self, de Heinz Kohut, y Vergüenza y culpa en la neurosis, de Helen Block Lewis, ambos en 1971, la importancia de la vergüenza emergió en los círculos psicoanalíticos tras muchas décadas de abandono. Mientras que las contribuciones de Kohut eran ampliamente reconocidas, el trabajo de Lewis ha pasado desgraciadamente desapercibido en la comunidad psicoanalítica. Lewis, usando sofisticados instrumentos de investigación para codificar las emociones, estudió transcripciones de sesiones de psicoterapia en las cuales podían demostrarse los estallidos de enfado y las interrupciones o puntos muertos en el tratamiento. Codificando los estados afectivos manifiestos en estas transacciones, Lewis demostró sin ambigüedad y decisivamente que, un número sorprendentemente alto de casos en los cuales el tratamiento se interrumpió, llegó a punto muerto o se perturbó, el fenómeno clínico problemático se produjo debido a una experiencia de vergüenza –generalmente no una experiencia consciente, sino una que en sus palabras se “había pasado por alto” o “no había sido reconocida”. El trabajo de Lewis, con su sofisticación clínica y su elegante metodología de investigación, es de enorme importancia clínica y teórica. Su conclusión, verificable consistentemente en situaciones clínicas, es que la vergüenza, cuando no se reconoce, se transforma rápida e inconscientemente en rabia (ver Scheff y Retzinger, 1997).

El trabajo de Lewis fue ampliado por sus colaboradores, los sociólogos Thomas Scheff y Suzanne Retzinger. Scheff elaboró la noción de vergüenza como un regulador de un vínculo social (1990) y amplió  los insights de Lewis sobre los problemas del punto muerto terapéutico en las sesiones de psicoterapia (1987) y la escalada del conflicto. Esto último se consideró que perpetuaba el conflicto internacional, como un bando militar victorioso, humillando a los vencidos, desencadena no sólo la vergüenza, sino también la venganza, en el perdedor. Un ejemplo pertinente se produjo cuando los franceses tomaron represalias por su humillación en la guerra franco-prusiana imponiendo condiciones humillantes a Alemania en el Tratado de Versalles, desencadenando así una respuesta vengativa por parte del Tercer Reich unas décadas más tarde (Scheff, 1993). Retzinger (1987, 1991), usando técnicas aún más refinadas que las de Lewis, estudió la escalada del conflicto en las disputas maritales, disputas en las que la vergüenza no reconocida instiga el ataque verbal rabioso en una esposa que, “cambiando las tornas” en una situación vergonzante, devolvió la vergüenza a quien la avergonzaba, desencadenando así un contraataque de avergonzamiento rabioso y una escalada en el conflicto marital. El importante trabajo de estos dos sociólogos, sin embargo, no explora la noción de vergüenza como tal en toda su complejidad psicológica, de un modo que distinguiría el afecto claro de los resultados de la actividad defensiva y la formación de compromiso en anticipación de la perturbación del afecto abierto.

El innovador trabajo de Lewis plantea importantes cuestiones para la exploración psicoanalítica y para la comprensión psicológica en profundidad: ¿cuál es la naturaleza del desencadenamiento, generalmente rápido, de la rabia por la vergüenza? ¿Por qué no se reconoce o se pasa por alto la vergüenza que desencadena dicha rabia? ¿Cómo es la conexión entre la vergüenza que no puede ser experienciada y discutida abiertamente, el vínculo crucialmente importante con el sentimiento y la acción agresivos? Estas cuestiones nos llevan más allá de la sociología de los ciclos vergüenza-rabia hasta la comprensión psicoanalítica de su fenomenología.

Elaboración psicoanalítica del ciclo vergüenza-rabia

Mi propio trabajo, fuertemente influenciado por el de Lewis, Scheff y Retzinger y por el de mis colegas psicoanalíticos Wurmser (1981, 2000), Morrison (1989) y Kilborne (2002) ha mostrado que la vergüenza en los ciclos vergüenza-rabia incluye el instigador inconsciente o efecto desencadenante de dinámicas inconscientes de vergüenza, no sólo la experiencia del afecto manifiesto. La vergüenza no reconocida o pasada por alto de Lewis puede considerarse como vergüenza inconsciente o la evocación de una vergüenza señal o angustia señal que anticipe un conflicto con el ideal del yo generando la experiencia de una vergüenza de rechazo insoportable, ostracismo o relegación a un estatus despreciable.  Visto así, la vergüenza no reconocida o pasada por alto es el resultado de la anticipación inconsciente de lo que ha sido juzgado, bajo la influencia de las fantasías inconscientes de vergüenza, como insoportable. Reformulando psicoanalíticamente los insights de Lewis, veo la vergüenza no reconocida como instigadora de la escisión. Cuando se siente soportable, la vergüenza puede vivirse conscientemente y está considerablemente más dispuesta para ser elaborada.

Dándonos cuenta de que no es simplemente la fuerza del afecto como tal lo que hace a la vergüenza no reconocible o insoportable, afrontamos la cuestión ¿Qué explica la insoportabilidad de la vergüenza de modo que se vuelva no reconocible? Los factores que explican el juicio inconsciente de insoportabilidad incluyen los daños anunciados por la perspectiva de la vergüenza (la vergüenza como señal que anuncia el peligro de la deshonra o el rechazo) y las fantasías de vergüenza por las cuales se procesa inconscientemente la anticipación de la vergüenza. Aquí expongo algunos ejemplos de la fantasía de vergüenza (para más detalles, ver Lansky, 2005).

  1. El sentimiento de que la vergüenza propia es el resultado de intentos deliberados por parte de otros malevolentes de degradarlo o burlarse de uno. Mediante esta fantasía, la vergüenza se vive como una humillación y se convierte en vergüenza paranoide. Los insights poéticos y dramáticos en experiencias de vergüenza, como deliberadamente impuestos por otros humillantes, se encuentran en Ajax y en Filoctetes de Sófocoles (Lansky, 1996) y en Medea de Eurípides (Lansky, 2005).
  2. La convicción de que el sentimiento propio de disminución o indefensión o vergüenza en comparación con el otro puede ser obviado poniendo esa vergüenza en la supuesta fuente de la misma. Esto se acompaña de la fantasía de que la vergüenza se ha reubicado realmente en esa persona, una fantasía de identificación proyectiva (Lansky, 2005). Nótese que estoy modificando esta noción kleiniana para tener en cuenta que la identificación proyectiva sirve para manejar el conflicto de una persona en la fantasía induciendo un estado de vergüenza en la supuesta fuente de dicha vergüenza, y por la suposición fantaseada de que la persona avergonzada, con ello, está liberándolo/a de la vergüenza. En el caso de los estados mentales vengativos, la fantasía acompañante –que un acto de venganza pondrá la vergüenza de la persona vengativa en el ofensor- es un ejemplo de fantasía de vergüenza que implica la identificación proyectiva.
  3. La fantasía omnipotente de que los actos vengativos pueden ser llevados a cabo con impunidad (aun cuando dichos actos de hecho se demuestren fatales para la persona vengativa o para aquellos cercanos a ella). Dicha omnipotencia fantaseada es posible sólo cuando la escisión severa desconecta el estado mental vengativo de la corriente principal de conciencia que tiene en cuenta las consecuencias.
  4. El sentimiento de que la vergüenza o su perspectiva puede sentirse (acertada o erróneamente) en sí misma como una señal de rechazo interno o aniquilación social. La anticipación del ostracismo completo, el rechazo social, o la relegación a un estatus despreciable es otro factor en el juicio consciente o inconsciente de que la vergüenza anticipada será insoportable. Así, la vergüenza, mediante el trabajo de la angustia anticipatoria consciente o inconsciente, puede ser procesada como precursora  de la angustia catastrófica ante la perspectiva de la deshonra o el ostracismo (Leo Rangell, comunicación personal).
  5. Las vinculaciones inconscientes con el pasado, que hacen que un predicamento contemporáneo que provoque vergüenza parezca insoportable e inevitable.
  6. Las identificaciones, hechas conscientemente, con personas cuyas reacciones a la disminución por el fracaso, el rechazo, la injusticia o la traición –real o imaginada- transmiten la noción de que la vergüenza resultante es insoportable.

El lector sin duda se da cuenta en este punto de que he supuesto que la rabia en los ciclos vergüenza-rabia en general, y en la vengatividad en particular, es de hecho un ejemplo de rabia narcisista (Kohut, 1972) o furia humillada. Mi propio trabajo y el de Wurmser y Morrison elabora esta noción de vergüenza como “compañera encubierta del narcisismo” (Wurmser, 1981) o “parte inferior” del narcisismo” (Morrison, 1989). De un modo similar, el conflicto de vergüenza es el compañero encubierto de la parte inferior de la rabia narcisista. La elaboración del ciclo vergüenza-rabia pavimenta el camino hacia una comprensión del impacto del estado mental desorganizado, lleno de vergüenza  al que me he referido como el estado prodrómico en la instigación de la forma específica de rabia narcisista a la que llamamos vengatividad y del estado mental vengativo. Esta elaboración enfatiza la propensión ubicua de la psique a responder poderosamente a los trastornos del equilibrio narcisista, y a priorizar defensivamente el mantenimiento de ese equilibrio en respuesta a los conflictos de vergüenza incipientes.

Viñeta clínica

El siguiente material clínico ilustra (1) la relación de la vergüenza subyacente con la rabia y el estado mental vengativo; (2) la disminución de la obsesión de ese estado mental y de la intensidad de la rabia del paciente una vez que la vergüenza comenzó a considerarse soportable; y (2) el despliegue del insight del paciente en el hecho de que había tenido experiencias de vergüenza durante la infancia desplazadas a la situación adulta en la cual se puso en evidencia la vengatividad.

Un profesor universitario casado acudió a tratamiento a causa de su severa reacción al entorno académico en el cual trabajaba y de una reciente experiencia devastadora en su vida profesional. Era sociólogo. Un manuscrito de la extensión de un libro, en el cual había trabajado durante años, un trabajo que sintetizaba los aspectos estadísticos y descriptivos de su campo usando formulaciones matemáticas muy complejas, había sido rechazado sumariamente por los editores, dejándolo humillado y furioso con su campo y con sus colegas.

Un análisis anterior había resultado exitoso al ayudarlo a atravesar un divorcio y emprender una nueva relación que finalmente se convirtió en un segundo matrimonio satisfactorio. Puesto que su analista había cambiado de área, había acudido a otro terapeuta en busca de ayuda cuando se sintió mal por su situación académica. No obstante, este terapeuta le pareció incapaz de comprender los matices de la vida académica, de modo que no pudo ayudarlo a comprender su devastación y su ataque al sistema académico “con una venganza”. Sintiendo que la comprensión del mundo académico en el que trabajaba era esencial en un terapeuta para poder ayudarlo, consultó a un analista del que él sabía que estaba familiarizado con la vida universitaria.

En lo que demostró ser una psicoterapia psicoanalítica fructífera, fue capaz de explorar su rabia y su vengatividad contra “la academia”. Su vengatividad consistió en una posición abiertamente despectiva y desafiante hacia la academia durante muchos años. Había tenido grandes esperanzas de que el éxito de su libro le trajese la fama, la gloria y un ascenso que él anhelaba.  Cuando el libro fue rechazado, sus ánimos cayeron en picado.  Se sintió deprimido y humillado pero, sobre todo, rabioso y vengativo hacia el sistema académico.

Previamente, había idealizado la vida de la mente, la investigación y la academia. En la adolescencia había abandonado la religión judía ortodoxa de sus antepasados para hacer su propia religión privada de lo académico y la investigación, para terminar siempre decepcionado. En las sesiones iniciales fulminó sesión tras sesión, lanzando improperios despectivos contra la corrupción del sistema y haciendo declaraciones de rabia y desafío rencoroso.

De hecho, él tenía puesto asegurado en una importante institución y había recibido un importante reconocimiento por su trabajo. En un encuentro internacional celebrado poco antes de comenzar la terapia, tuvo lugar un simposio que repasaba su anterior trabajo teórico. Aunque el simposio fue un importante reconocimiento de sus contribuciones, su rabia contra el sistema era tal que rechazó acudir. Habitualmente había rechazado ser cordial y visitar a académicos con los que no estaba de acuerdo si sentía que recibían un reconocimiento no merecido o que lo recibían simplemente porque eran buenos políticos.

No resultó sorprendente que estas fulminaciones vengativas tuvieran un efecto corrosivo en su carrera. Nunca alcanzó las alturas académicas proporcionales a su promesa inicial. Rara vez solicitó becas de investigación y había publicado muy poco en los últimos años, poniendo todas sus esperanzas en la posibilidad de que su libro diera un vuelco a todo el campo. El libro estaba escrito con una actitud decididamente despectiva hacia lo que él consideraba los errores del día, y esta actitud puede haber tenido algo que ver con haber sido rechazado sumariamente, sin sugerencias de modificaciones ni de nuevas presentaciones.

Pasó sesión tras sesión en una furia vengativa. Lleno de sentimiento de injusticia por parte del sistema académico, estaba determinado a vengarse de él. Sin embargo, no había pensando en dejar la universidad. La resistencia de este vínculo (Searles, 1956) era llamativa dada su vengatividad, su rencor y su rabia. Los intentos del terapeuta por señalarle delicadamente el coste que le suponían sus actitudes beligerantes y vengativas chocaban con una furia aún mayor por la corrupción de la academia, aunque admitía que un número importante de sus colegas con éxito se comportaban con lo que él consideraba una integridad adecuada.

Este estado mental vengativo coexistía con una relación bastante diferente con la enseñanza y con los estudiantes y sus necesidades. Aún en presencia de su furia general hacia el sistema, se tomaba muy en serio la enseñanza y su relación con los estudiantes, a menudo dedicando excesivas horas a preparar las clases y escribiendo elaboradas cartas de recomendación. A pesar de esta dedicación a los estudiantes, su desafío y ataques al sistema habían dado como resultado el que fuera obviado en las promociones y que sus colegas rechazaran colaborar con él. Afirmó que no le importaba cosechar el tener que cooperar con el sistema, aunque había estado seriamente deprimido cuando el libro fue rechazado y su depresión se había incrementado puesto que continuaba su guerra abierta contra el sistema.

Según progresaba la terapia, comenzó a ver su depresión más y más claramente como relacionada con la discrepancia entre sus aspiraciones para sí mismo, no simplemente las demandas de un sistema corrupto, y sus logros (poco impresionantes dado su enorme potencial). Es decir, se dio cuenta de su vergüenza, una parte cada vez mayor de la cual era reactiva a su sentimiento de estatus profesional mermado.

Durante más de un año, un período repleto de detalles de sus logros y decepciones académicos, fue más capaz de reconocer su profunda herida y el hecho de que se sentía rebajado y avergonzado y sentía decepción cuando se comparaba con las altas expectativas que él y sus mentores y colegas tuvieron en su día hacia él. Su vergüenza se hizo explícita, su vulnerabilidad fue directamente reconocida. Se sentía tan avergonzado de sí mismo y de sus decepcionantes logros que rechazó acudir a un servicio funerario en homenaje a la vida y el trabajo de un hombre que había sido el más importante de sus mentores. Sus cálidos sentimientos hacia ese hombre habían perdurado durante varias décadas desde que terminó el doctorado, pero no podía soportar encontrarse con la mirada de colegas más exitosos que habían tenido ese mismo mentor. Su actitud se hizo menos desafiante y vengativa, pero más abiertamente avergonzada y herida, puesto que él sentía sus expresiones de vergüenza como inteligibles, como reconocidas, y recibidas con compasión. De acuerdo con esto, su vergüenza, aunque dolorosa, ya no era insoportable y reprimida y se convirtió en un instigador menos inevitable de la rabia vengativa.

Tras varios meses de manejar explícitamente su vergüenza, fue capaz de recordar una situación reiterada de su infancia tan dolorosa para él que nunca había hablado antes de ella, ni siquiera en el análisis. Su padre, un hombre lejano, deprimido y devotamente religioso que se consideraba un fracasado, nunca fue capaz de reconocer los importantísimos logros académicos del paciente. Un hermano menor, de ninguna manera tan exitoso académicamente como el paciente, había llegado a ser solista de un coro, y era el orgullo y la alegría de su padre. El paciente se daba cuenta del doloroso escozor y humillación de no ganar el amor y la aprobación de su padre, que habían ido a parar a su hermano menor, que las merecía menos. En un momento dado, habló de películas que había visto recientemente y que le habían conmovido – The Great Santini, Field of Dreams, Friday Night Lights- todas ellas con escenas altamente emocionales que describían los intentos de hijos por acercarse más a sus padres. Por primera vez, lloró incontrolablemente en las sesiones. Ahora podría afrontar, aunque con un tremendo dolor, su profundo anhelo del afecto y aprobación paternos y el sufrimiento de ser obviado en favor de su hermano pequeño.

Tras muchos meses explorando esta situación de la infancia y el dolor que conllevaba, el analista aventuró una comparación de los sentimientos del paciente acerca de la corrupción del mundo académico con su sentimiento de injusticia por el hecho de que su padre no lo amase y le reconociese su potencial académico. En ese momento, el paciente comenzó a mirar sus dolorosos recuerdos de la infancia con una conciencia incipiente de que estas escenas humillantes tempranas habían sido desplazadas a su situación actual, dando lugar a sus juicios sobre la injusticia, el daño y la corrupción. Se hizo especialmente consciente de su vergüenza y humillación durante la infancia, apuntando que no había hablado sobre la vergüenza en sus dos tratamientos anteriores. Se hizo más observador de las experiencias de vergüenza en su vida actual y más capaz de reconocerlas y tolerarlas. Se hizo cada vez más experto en observar sus estados mentales, fueran vulnerable y humillado, vengativo y omnipotente o, cada vez más, triste y anhelante. En el centro de este proceso de elaboración estaba la modificación de la insoportabilidad de su vergüenza, aunque fuera inconsciente. Comenzó a ver que la vergüenza era una consecuencia comprensible y aceptable de los reveses que había sufrido en su búsqueda del amor y aprobación paternos.

Entre episodios de rabia vengativa, desarrolló un sentimiento explícito creciente de d distonía hacia estos estados rabiosos. Cada vez se daba más cuenta de los cambios en su estado mental lo suficiente como para observar que los estados mentales omnipotentes y vengativos coexistían con los vulnerables, humillados e indefensos, y para vivir estos estados mentales coexistentes como intentos de organizarse enojadamente y por tanto de tratar con la indefensión y la vergüenza que tenía cuando se sentía no reconocido, rebajado y rechazado.

Según iba captando más y más la medida en que su humillación durante la situación de la infancia era paralela a su daño y su furia en su carrera adulta, se fue haciendo menos distante con sus colegas y más receptivo a la cooperación y colaboración. Se encargó de proyectos de investigación que le parecían íntegros con colegas a los cuales consideraba honestos. Con la percatación de que sus angustias sociales partían en gran medida de su rabia proyectada (por su rechazo fuera de control de aquellos de quien estaba seguro que lo habían rechazado), comenzó a acudir a conferencias y a construir una red de colegas que se mostró productiva y satisfactoria.

Este paciente continuó teniendo una personalidad depresiva y sintiendo estados mentales vengativos transitorios, pero eran estados mentales fragmentarios y congruentes con su humor, a los que había llegado a considerar con curiosidad como señales para explorar su reciente experiencia de decepciones y los daños narcisistas que podían haberlas ocasionado.

Esta breve viñeta presenta una visión parcial de la elaboración de este hombre de un conflicto de vergüenza obviado o inconsciente que desencadenaba su vengatividad. Esta viñeta no pretende justificar aquí todo mi punto de vista, pero me permite enfatizar ciertos aspectos que merece la pena apuntar acerca de los estados mentales vengativos y de su elaboración. En primer lugar, el ofensor o traidor que es objeto de un estado mental vengativo (en la mente de mi paciente “la academia”) se usa a menudo como objeto de desplazamiento de la fuente primaria (su padre, y tal vez su madre como asistente cómplice) de los sentimientos de disminución y vergüenza que tan básicos son para la vengatividad. En segundo lugar, este paciente llegó, con el tiempo, a tolerar sus sentimientos de vergüenza frente a unos logros profesionales decepcionantes, fue capaz de recuperar un pedazo importante de su historia de infancia de la que se había desplazado la situación actual, y pudo entonces tolerar el afecto de la infancia hasta entonces insoportable asociado con esos recuerdos tempranos, todo lo cual fue importante para que el tratamiento se moviese en una dirección favorable y para resolver la escisión y el retraimiento omnipotente que eran los aspectos más importantes y costosos de su estado vengativo. En tercer lugar, se volvió más capaz de adoptar una posición de curiosidad hacia el estado mental vengativo que había justificado durante tanto tiempo como una afirmación de injusticia. Llegó a apreciar ese estado mental como material para el escrutinio terapéutico, y a darse cuenta de que era venenoso para él: su depresión crónica había sido amplificada por sus aspiraciones fallidas, su rabioso retraimiento y la ansiedad atroz causada por su agresividad social vengativa. Es decir, se dio cuenta de que su vengatividad no sólo era maña sino también autosaboteadora. Lo había privado de las muchas recompensas de trabajo exitoso y así había hecho su carrera aún más deprimente, frustrante e irritante.

Le llevó mucho tiempo adquirir una comprensión de su padre ya muerto, un inmigrante de la Europa del este de quien llegó a comprender que había estado crónicamente deprimido y decepcionado con sus propios logros profesionales; entonces fue capaz de perdonarlo. Cuando llegó a esta comprensión, pudo darse cuenta de que los defectos de su padre eran los que eran, y que aunque le hubieran provocado daño y vergüenza y fueran en parte responsables de la tendencia depresiva de su carácter, reflejaban sólo las limitaciones de su padre, no su propia valía. Uno podría especular que había internalizado mediante identificación alguno de los estados mentales llenos de vergüenza de su padre en cuanto a su fracaso profesional. El paciente fue capaz de llorar la pérdida de lo que podía ser haber sido amado por su padre del modo que anhelaba.

Sólo entonces fue capaz de lamentar el coste de su incapacidad para enfrentarse a sus colegas en el servicio funerario de su mentor. Finalmente fue capaz de interrumpir, al menos en gran parte, sus vehementes y negativas reclamaciones de justicia y sus fulminaciones infructuosas y vegativas contra el sistema académico. Comenzó a reconocer que había sido razonablemente tratado en muchas áreas. Se hizo más productivo, se implicó más con sus colegas y su departamento y consideró reescribir su libro de un modo menos hostil con los colegas con los que no estaba de acuerdo y más comprensible para su público. Sintiendo ahora menos necesidad de pasar largas horas preparando las clases y escribiendo cartas de recomendación, comenzó a ver que el excesivo tiempo dedicado a estas actividades estaba, a nivel inconsciente, en sintonía con su salvaje vengatividad hacia “el sistema”. Seguía disgustado y resentido con el sistema de revisión por pares, pero no con la vengatividad que lo había asolado durante tanto tiempo. En resumen, era considerablemente más productivo y estaba más implicado con su profesión, de un modo que le parecía satisfactorio, aunque su opinión negativa básica sobre el mundo académico seguía inalterada. Un elemento del proceso de elaboración fue, probablemente, un cambio en las identificaciones del paciente; fue de una identificación con el sentimiento de decepción profesional de su padre, de fracaso y depresión, a lo que yo infiero que era una identificación con la supuesta actitud del terapeuta  hacia la injusticia del sistema de revisión por pares. El paciente había anunciado al principio del tratamiento su necesidad de un terapeuta conocedor de los funcionamientos de la academia. En retrospectiva, podía considerase que buscaba una identificación con alguien que pudiese reconocer los defectos e injusticias en el sistema sin estar abrumado por el dolor, la rabia y el retraimiento. Dicha identificación es un componente importante de la elaboración, que permite el perdonarse a sí mismo modificando una identificación que se había añadido a la anticipación de la vergüenza como insoportable (Lansky, 2001, 2003).

El proceso de elaboración  y la resolución de la escisión no dieron como resultado que el paciente exonerase ni a su padre ni a la academia. Continuó manteniendo la misma mala opinión sobre ambos. La resolución de la escisión apunta a la elaboración del paciente de los apuntalamientos de un estado mental costoso, constrictivo  y triste.  La elaboración de los estados mentales vengativos del paciente se centró en la elaboración del conflicto de vergüenza organizando en torno a la suposición inconsciente de que la vergüenza resultante de su experiencia de traición –una señal, en su mente, de no ser aceptable ni digno de amor- era insoportable. El estado mental vengativo, desencadenado como estaba por lo que al principio era una vergüenza prácticamente no reconocida, era una manifestación de escisión.

Habría provocado un grave cortocircuito en el proceso de elaboración limitar el foco de tratamiento y los criterios para la elaboración a criterios resultantes de una concepción de las dinámicas de la rabia destructora, la culpa y la necesidad de duelo y reparación. Fue necesario prestar una atención sostenida a las dinámicas de la vergüenza oculta, las fantasías inconscientes en virtud de las cuales la vergüenza era sentida como insoportable y el papel de la vergüenza no reconocida en la instigación de la escisión y el sostén del estado mental vengativo.

Una perspectiva psicoanalítica sobre el perdón

Como tema, el perdón ha aparecido sólo recientemente en el escenario psicoanalítico; actualmente es objeto de atención psicoanalítica significativa (Lansky, 2001, 2003, 2005; Akhtar, 2002; Smith, 2002; Cavell, 2003; Gottlieb, 2004; Siassi, 2004; Schafer, 2005a, b; Horwitz, 2005; Sprengnether, 2005). El perdón implica el abandonar no sólo la definición de uno mismo como agraviado o traicionado y la obsesión por la reivindicación de justicia que debe ser efectuada si se va a elaborar el estado mental vengativo. El abandonar estas definiciones del self y afirmaciones y el vilipendio del ofensor es a lo que me estoy refiriendo como perdón, no a la reunión amorosa con el ofensor. Esto es perdón en el sentido débil, como el perdón de una deuda, que en realidad se adeudaba, pero que es imposible o demasiado costoso saldar. Dejar el estado mental omnipotente escindido, la definición de uno mismo como alguien dañado y traicionado, la incesante obsesión por la reivindicación de justicia y el vilipendio del traidor: este es el tipo de  perdón que forma parte de la elaboración de la vengatividad. Este abandono o perdón, un aspecto crucial del proceso de elaboración es, creo yo, una indicación de la resolución de la escisión; un cambio significativo en la organización defensiva en la persona con un estado mental obsesionadamente vengativo.

En el material ilustrativo, la capacidad del paciente para perdonar parecía implicar  una modificación de la insoportabilidad de la vergüenza cuando se reconoció y se comprendió que dicha vergüenza derivaba de una situación infantil que fue revivida y lamentada.

Como clínicos, creo que estaríamos de acuerdo en que el pasar por a   lto de forma continuada una rabia vengativa, digamos, hacia un esposo o ex esposo, o hacia una figura parental, o hacia una situación laboral, negaría nuestra consideración de un análisis como completo, no sólo porque uno debería, según cierto principio moralista o terapéutico, perdonar y olvidar y abstenerse de castigar, sino a causa de los costes intrapsíquicos de la definición continuada de uno mismo como traicionado, del mantenimiento de la escisión, de continuar actuando como congelado en el lugar y el momento de la traición, y de continuar con la obsesión de demandar justicia.

En el lenguaje de las relaciones objetales externas, esta resolución de la escisión permite al autorrespeto coexistir con cierto tipo de cooperación con el traidor o con la comunidad global que incluye al traidor. Esto es equivalente a perdonar en el sentido débil al que me refería, una elaboración de la escisión subyacente de modo que se haga posible para la persona anteriormente vengativa reinsertarse en una comunidad que incluye al supuesto ofensor, no necesariamente de un modo amoroso, ni siquiera amistoso. Esta aceptación, digamos, el autoperdón, lo que permite abandonar las constricciones de una definición de uno mismo como agraviado, la obsesión por la injusticia y la culpa y vilipendio del otro, y la fantasía inconsciente de que el castigo cancelará en cierto modo o revertirá el daño hecho y la vergüenza infligida. Es el abandono de un estado mental omnipotente en favor de una mayor tolerancia de la vergüenza por la disminución propia frente a los propios estándares, el ser menos de lo que se podría haber sido, y, en ciertos casos, la propia complicidad con el ofensor o la dependencia del mismo.

La elaboración de la escisión es, por tanto, una preparación, un precursor, para el trabajo duradero de lamentar lo que podía haber sido o lo que se ha perdido. Uno se lamenta no sólo por objetos o relaciones, sino también por las propias suposiciones que uno tuvo sobre el mundo y el lugar que uno ocupaba en el mismo, y llega a la aceptación de uno mismo y su lugar en el mundo como más contingente, provisional y prescindible de lo que había esperado y pensado. Dicho lamento incluye una importante modificación del ideal del yo (Lansky, 2003) y un incremento en la aceptación y la tolerancia de la propia vergüenza.

Esta formulación psicodinámica del perdón aclara la noción psicoanalítica del perdón de modo que no se confunda con el concepto moralista o religioso del perdón como un acto puramente consciente, volitivo, de abandonar una reivindicación, una rencilla o un resentimiento contra un ofensor. El perdón en el sentimiento profundo psicológico empleado aquí se centra en la noción de que la vergüenza subyacente, sentida previamente como insoportable, ha sido inconscientemente reevaluada y ahora se siente como soportable.

El perdón, en el sentido consciente, volitivo, del término, es un indicador importante de la resolución de la escisión y por tanto un marcador de la elaboración de los estados mentales vengativos. Pero esto no implica que sea el modo de elaborar a un nivel psicológico profundo, sino que es el resultado de  dicha elaboración, un tema enfatizado por Smith (2002). A un nivel más profundo que el de la reparación social consciente e intencional, la capacidad para perdonar depende de la resolución de la escisión. Esa capacidad está íntimamente relacionada con la capacidad de soportar la vergüenza resultante del daño narcisista ocasionado por lo que uno siente como injusticia o traición.

 

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[1] La desconexión y la escisión manifestadas por el estado mental vengativo, en mi opinión, ejemplifica las perspectivas finales de Freud sobre el conflicto (1940), en las cuales las fuerzas del apego o el vínculo (Eros) se alinean en contra de las del desapego o desvinculación (Thanatos). En el estado mental vengativo, el trastorno y la escisión han hecho psicológicamente imposible la reparación. Considero esto como la culminación del esfuerzo entre las fuerzas inconscientes que empujan hacia la desconexión, la desvinculación, el retraimiento o la destrucción (Thanatos) y las que empujan hacia la cooperación y la vinculación con el orden social (Eros). De estos dos instintos, Freud (1940) escribió: “hemos decidido asumir la existencia de sólo dos instintos básicos, Eros y el instinto destructivo… El objetivo del primero de estos dos instintos básicos es establecer unidades mayores y así preservarlas, en resumen unirlas; el objetivo del segundo es, por el contrario, deshacer conexiones y destruir cosas” (p. 148).

No evoco estas fuerzas de unión y desunión como cimientos explicativos. Me interesa sólo la fenomenología de lo observable conectada con lo que podemos inferir que es la decisión inconsciente de apegarse o permanecer vinculado al orden moral o de desapegarse o desvincularse de él. No pretendo usar los términos Eros y Thanatos como si no requieran elaboración y explicación de sus mecanismos subyacentes. Por tanto no estoy  recurriendo a mi línea de pensamiento sobre fuerzas instintivas primarias. Estoy usando esta distinción para señalar el hecho, tan significativo, de que la anticipación de una vergüenza insoportable a menudo inclina la balanza en favor de fuerzas de desvinculación (en las cuales se incluyen estados mentales vengativos escindidos) en detrimento de las fuerzas de vinculación.