aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 029 2008 Revista de Psicoanálisis en Internet

Conocerse directamente y a través de los otros

Autor: LaFarge, Lucy

Palabras clave

Autoconocimiento, Especularizacion, Internalizacion, Self unipersonal/self bipersonal, Trastorno narcisista..


"On knowing oneself directly and through others" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Quarterly, LXXVII, p. 167-198. Copyright 2008 The Psychoanalytic Quarterly. Traducido y publicado con autorización de The Psychoanalytic Quarterly.

Traducción: Marta González Baz

Revisión: Raquel Morató

Para ciertos pacientes, la experiencia del self carece de solidez y convicción. Estos pacientes parecen ser incapaces de conocerse directamente y se vuelven hacia los otros, de su entorno y de su fantasía, para descubrir o confirmar una visión de sí mismos. La autora sostiene que podemos llegar a comprender el sentimiento del self en sombras que tienen estos pacientes mirando el autoconocimiento directo y el conocimiento de uno mismo que se adquiere a través de los otros como dos guiones. Un detallado material clínico del análisis de una mujer que acudió a análisis sintiéndose ensombrecida e insustancial ilustra el valor de la atención a ambos guiones y a la relación cambiante entre ambos.

Hay un determinado grupo de pacientes para quienes la experiencia del self parece carecer de solidez y convicción. Estos pacientes se quejan de sentirse ensombrecidos, poco auténticos o irreales. A menudo acuden a los otros de su entorno para descubrir o confirmar una visión de ellos mismos, y cuando están solos pueden acudir a figuras internas que sirven al mismo propósito verse como su madre, o su padre, o su esposo/a los vería. Si estos pacientes van de una figura especularizante y definitoria a otra, sus identidades pueden parecernos, incluso a ellos mismos, bastante discontinuas. Si hallan un ancla estable en un único otro especularizante, sus identidades serán aparentemente más estables y continuas pero su experiencia del self continuará siendo hueca en cierto modo.

¿Cómo podemos entender el cuadro que estos pacientes presentan? Claramente, existe una cierta experiencia normal del self –una experiencia del self no mediada por la presencia de otra persona- que para ellos está disminuida o ausente o, cuanto menos, a nosotros nos resulta difícil de discernir. Uno podría decir, usando la idea de los guiones, que estos pacientes huyen de un guión en el que el autoconocimiento está disponible directamente para el self y en su lugar se aferran a un segundo guión, en el que el autoconocimiento se adquiere mediante la observación de los otros.

Cuando seguimos esta línea de pensamiento, podemos ver que plantea muchas cuestiones: la más obvia sería ¿por qué estos pacientes operan de este modo? ¿Cuál es la atracción de ser conocido de un modo bipersonal, mediante la mente de otra persona? ¿Qué es lo que impide conocerse de un modo unipersonal, es decir, conocerse directamente? Y, más sutilmente, ¿cómo operan estos dos guiones, cada uno con su diferente tipo de autoconocimiento, en pacientes que no encajan en este grupo, pacientes cuyo modo de autoconocimiento no llama generalmente nuestra atención?

Claramente, este grupo más amplio de pacientes, aquellos que se sienten más auténticos y recurren menos a los otros para encontrar quién son, están más cómodos con el guión unipersonal y pasan más tiempo conociéndose directamente. Pero ¿qué ha sucedido, en ellos, con el guión bipersonal? ¿Sigue presente? Y, si es así, ¿cómo entran en relación los dos guiones?

El grupo de pacientes que se siente ensombrecido e irreal pertenece a la amplia categoría de los trastornos narcisistas. La comprensión psicoanalítica ha enfocado su dependencia de la figura de un otro definitorio desde numerosas perspectivas. Deutsch (1942), tal vez la primera en identificar este grupo, captó la cualidad ensombrecida de su experiencia del self con la adecuada etiqueta de “como si”, pero no pudo conceptualizar claramente su psicopatología, ni abordarla clínicamente usando los modelos teóricos de su época (Bass, 2007; Goldberg, 2007; Kite, 2007; Smith, 2007).

Con los grandes avances en la comprensión psicoanalítica del narcisismo que han tenido lugar desde la época de Deutsch, la dependencia de estos pacientes de los otros para determinar y mantener un sentimiento de self ha sido considerada desde gran cantidad de perspectivas teóricas. Aunque sería imposible unificar las mil características del self, y del objeto del que depende, puesto que están definidas en muchos marcos de referencia dispares, haré un amplio esbozo de cómo se ha comprendido este fenómeno.

A menudo dichos pacientes se ven como acudiendo a un otro especularizante –en la realidad externa o interna- puesto que no han conseguido internalizar la capacidad de la experiencia del self unipersonal más directa. No han recibido el reconocimiento necesario de la “madre suficientemente buena” (Winnicott, 1960), del objetoself especularizante (Kohut, 1971), ni de un objeto contenedor efectivo (Bion, 1957, 1959); ni han tenido la experiencia suficiente con un objeto que al mismo tiempo esté sintonizado con la experiencia de estos pacientes y la reconozca como distinta de la suya propia (Fonagy y col., 2002). En estos modelos, el objeto especularizante no ha sido internalizado como parte del self observador –y por tanto no puede permitirse una fundamentación sólida para el tipo de autoconocimiento sólido no mediado- porque se ha sentido insuficientemente sintonizado (Kohut, 1971), ajeno al self (Fonagy y col., 2002; Winnicott, 1960) o escindido (Britton, 1998).

El objeto especularizante, definitorio, al que acuden estos pacientes para un conocimiento bipersonal se ha considerado a menudo como uno externo, un sustituto buscado en la realidad externa para reemplazar a la internalización perdida (Fonagy y col., 2002; Kohut, 1971). Alternativamente, desde otra perspectiva muy diferente, el objeto especularizante del que dependen estos pacientes se ha considerado uno internalizado, un objeto contenedor patológico que puede servir a numerosas funciones dentro del mundo interno del paciente. Este objeto contenedor puede estar escindido (Britton, 1998); aquí la presencia de un aspecto idealizado del objeto especularizante garantiza una visión idealizada del self reflejado y previene una visión catastrófica del self a través de los ojos de un objeto sádico o no reconocedor. El objeto contenedor especularizante internalizado a menudo también está bastante distorsionado, y está muy individualizado en su forma y función (LaFarge, 2004). (En estas versiones, el objeto externo al cual acude el paciente en busca de especularización es el representante de un objeto internalizado y las experiencias del self mediadas, bipersonales, pueden tener lugar en la fantasía sin la presencia de un objeto externo especularizante).

En este artículo, adoptaré un enfoque un poco diferente, desarrollando la proposición que ya he introducido: que puede ser útil considerar el tipo de experiencia del self unipersonal, no mediada y el tipo de experiencia del self bipersonal, en el que el autoconocimiento se produce mediante la actividad de un otro especularizante definitorio como guiones diferentes. Desde esta perspectiva, cada modo de experienciar el self –el modo unipersonal y el bipersonal- se representa en la fantasía por una serie de historias. Estas historias pueden ser conscientes o inconscientes. Describen los diferentes modos en que una persona cree que opera cada tipo de experiencia del self, y los significados y consecuencias asociadas a ella. Al igual que otros guiones, los guiones acerca de conocerse uno mismo están muy individualizados y se basan en diferentes aspectos de la historia de una persona tanto con objetos como sola y, al igual que otros guiones, sirven al propósito del deseo y la defensa; no son representaciones directas de la experiencia histórica.

Un enfoque del conocimiento unipersonal y bipersonal como diferentes guiones subraya cómo estos dos modos de conocerse pueden ser entendidos e interpretados en términos de deseo y defensa por cualquier individuo, así como la historia evolutiva única por la cual ha surgido cada guión. También llama nuestra atención sobre cómo estos dos modos de experienciar el self se relacionan entre sí, el modo en que, en cualquier individuo, pueden estar entrelazados o separados.

Puesto que este es un enfoque clínico y sus datos son los datos de la situación analítica, no ofrece amplias respuestas a cuestiones evolutivas relativas a los orígenes de los dos tipos de experiencia del self y su relación con la internalización deficiente y patológica. Sin embargo, sí sugiere algunas hipótesis interesantes, y volveré a ellas en mi discusión final. Desde la perspectiva del analista clínico, esta ausencia de certeza sobre los orígenes evolutivos tiene ventajas, en cualquier caso, en tanto nos permite escuchar libremente ambos tipos de experiencia del self sin privilegiar una u otra ni hacerlas encajar dentro de un marco fijo.

En la situación clínica, creo, estamos más acostumbrados a escuchar el tipo de experiencia del self bipersonal. El autoconocimiento bipersonal se aviva más fácilmente en la transferencia, con el analista situado de buen grado en el papel del otro especularizante. En dos trabajos anteriores, he explorado este modo bipersonal de conocerse y el modo en que se representa en fantasías que cobran vida en la transferencia y contratransferencia en el análisis de pacientes narcisistas (LaFarge, 2004, 2006). Aquí pretendo demostrar la utilidad de prestar también atención al tipo más reticente, unipersonal, de experiencia del self.

Fijándome en profundidad en el análisis de una mujer que acudió en busca de tratamiento porque se sentía ensombrecida e irreal y que acudía continuamente a los otros en busca de confirmación tanto en el mundo externo como en la fantasía, espero mostrar los significados que otorgaba a las experiencias unipersonal y bipersonal de autoconocimiento y el efecto que tuvo el interpretarlos en el cambio analítico. Para esta mujer, la Sra. P,  los guiones del conocimiento uni y bipersonal estaban muy divididos y cada uno se usaba defensivamente contra el otro.

En las primeras semanas del análisis, ambos guiones estaban presentes en las asociaciones de la Sra. P, y parecía cambiar defensivamente entre uno y otro. Sin embargo, estableció rápidamente un paradigma transferencial organizado en torno a una fantasía de que llegaría a conocerse exclusivamente a través de mí. Las experiencias de autoconocimiento directo y las fantasías asociadas con ellas se desvanecían y aparecían sólo en vislumbres. Mediante nuestro trabajo analítico, se hicieron más claros los significados de ambos modos de autoconocimiento y la Sra. P fue más capaz de sostener el tipo unipersonal.

Sería erróneo, sin embargo, ver el análisis simplemente como un movimiento de un conocimiento bipersonal a otro unipersonal. Según el análisis siguió progresando, la Sra. P  se dio cuenta de una experiencia del self plena y auténtica implicaba mantener operativos ambos tipos de experiencia del self y, también, hacer que los dos tipos entablaran una relación más estrecha entre sí. Consideraré también las razones de esto.

La Sra. P[1]

La Sra. P vino a verme con la queja de que se sentía ensombrecida y poco auténtica. A menudo, decía, sus sentimientos estaban como amortiguados y no sabía realmente cómo se sentía. En el sentido más amplio, la Sra. P sentía que no se conocía y temía que no existiera un self sólido en ella al cual conocer. Estaba preocupada de que hubiera lagunas en su conocimiento de sí misma y su historia; y aunque podía describirse a sí misma y a sus padres de forma evocadora, con agudeza y con detalles, de modo que sentí que podía imaginármelos fácilmente, ella creía que de algún modo fundamental su conocimiento no captaba lo más importante de ellos. Al mismo tiempo, se daba totalmente cuenta de las visiones que otras personas tenían de ella y las respuestas que le daban, y sentía que había construido su propia identidad sobre la imagen de lo que sus padres deseaban para ella, aun cuando esos deseos eran en cierto modo contradictorios. Así, se había esforzado por ser a la vez tranquila y socialmente exitosa, obediente y autónoma.

La Sra. P era una mujer casada, treintañera, la primera vez que vino a verme. Su matrimonio parecía funcionar bien, aunque la Sra. P a menudo estaba preocupada por su capacidad para darse a los demás.  Tuvo su primer hijo durante el curso de la terapia y el segundo al tercer año de análisis. La Sra. P estaba muy bien establecida profesionalmente y había tenido un éxito considerable, pero sentía que tenía dificultad en reivindicar su valor en el trabajo.

La Sra. P había sido hija única. De sus padres, sólo diré que su padre había estado muy inseguro sobre su propia identidad; y que el conocimiento que su madre tenía de su historia temprana, que había sido traumática, estaba lleno de lagunas.

Según iba conociendo a la Sra. P, a menudo percibía que su sentimiento de self estaba en gran medida construido de piezas de cómo ella sentía que la veían otras personas importantes. Cuando intentaba, como ella decía, “conocerse desde dentro”, decía que se sentía insustancial; sus sentimientos no permanecían mucho tiempo con ella ni se sentía plenamente conectada con sus pensamientos, y realmente no sabía, con convicción, cómo se sentía ni quién era.

En los términos que he utilizado, la Sra. P era incapaz de mantener un sentimiento sólido y continuo de sí misma, ni directamente ni a través de la mediación de sus objetos internos. Cuando intentaba conocerse directamente, era incapaz de agarrarse a un sentimiento firme de cómo se sentía, o de que veía o conocía. Cuando se veía a sí misma, en la fantasía, a través de los ojos de sus padres, su sentimiento de sí misma estaba fragmentado y lo sentía desconectado de sus autopercepciones más directas pero poco firmes.

Durante varios años de psicoterapia a dos sesiones semanales, la Sra. P y yo buscamos las razones para que se sintiera tan etérea y el tipo de sentimientos y fantasías que podía haber ocultos tras su sentimiento crónico de ser irreal. Creo que en este periodo de nuestro trabajo juntas, que a la Sra. P le pareció muy útil, lo que logramos fue fortalecer la idea de que la Sra. P podía llegar a conocerse directamente de un modo más estable, que había una Sra. P que podía mirarse a través de sus propios ojos y una Sra. P que estaba allí para que se la conociera, aunque ninguna de las dos la conocía bien.

En el cuarto año de terapia, un acontecimiento de la realidad externa cristalizó este sentimiento del self en desarrollo de la Sra. P y la condujo a decidir comenzar psicoanálisis: el padre de la Sra. P murió y, tras su muerte, la Sra. P se dio cuenta de que se le habían ocultado hechos importantes de su pasado. Se sintió conmocionada por la información que salió a la luz. ¿Quién había sido realmente su padre, se preguntaba, y quién era ella? Su propio sentimiento de inautenticidad ahora se veía conectado con lagunas en el conocimiento de su historia y, también, con los secretos de su padre. Tras la muerte de su padre, sintió más curiosidad y una mayor autoridad. El cambio al análisis reflejaba su deseo de profundizar, de saber más acerca de su mundo interno y de las realidades históricas que lo habían modelado.

Ahora describiré el modo en que los dos guiones que he propuesto –el guión de conocerse directamente y el de conocerse a través de los otros- se desplegaron en al análisis de la Sra. P, el modo en que trabajamos con estos guiones y cómo nuestro trabajo pareció ayudar a la Sra. P a establecer un sentimiento del self que ella sentía más sólido y auténtico[2]. Me centraré en dos momentos en el análisis de la Sra. P: en primer lugar describiré el momento al comienzo del análisis cuando emergió en la transferencia una fantasía centrada en torno al autoconocimiento; una fantasía en la cual la Sra. P podía llegar a conocerse sólo a través de mi y no tenía acceso en absoluto al autoconocimiento directo. Luego me referiré al momento hacia el final del cuarto año de análisis en que el guión de que la Sra. P se conociera directamente se hizo más dominante y entró en conflicto activo con su fantasía de ser conocida sólo a través de mí[3].

El comienzo del análisis de la Sra. P: la cristalización de una fantasía de adquirir autoconocimiento sólo a través de los otros

Con el cambio de la Sra. P al diván, sus preocupaciones sobre sentirse irreal y sobre conocerse y verse en las respuestas de los otros, dio lugar rápidamente a una serie de pensamientos y fantasías sobre los diferentes modos en que podía llegar a conocerse mediante el análisis. ¿Cómo sería llegar a conocerse conmigo?, ¿Quién haría el conocimiento?

La Sra. P habló de darse totalmente a mí. Necesitaba ser escuchada y conocida por mí, dijo, para saber que existía. Sin embargo, cuando tenía mi atención, se sentía asfixiada y a menudo mi atención le parecía falsa, como si la hubiera perseguido con demasiada intensidad o se hubiera adaptado a lo que ella pensaba que yo podía escuchar. Cuando imaginaba simplemente tener sus propios pensamientos o pensar en voz alta en mi presencia, eso le parecía reconfortante, pero también la asustaba. Sola, podía verse enredada en el sentimiento. Pero entonces, si recurría a mi voz, como a las voces de sus padres, que todavía escuchaba en sus pensamientos, mi visión de ella podía ser intolerablemente crítica.

Durante varias semanas, la Sra. P osciló entre diferentes fantasías sobre el modo en que podía llegar a conocerse en el análisis sin comprometer ninguna de ellas en la transferencia ni en la contratransferencia. Cada conjunto de fantasías parecía ubicar a la Sra. P en una situación de peligro y conflicto, y sus rápidos cambios de un conjunto de fantasías al siguiente tenía la apariencia de una huida en la que encontrara sólo un aplazamiento temporal de la angustia. Gradualmente, las fantasías se hicieron más elaboradas, y vi que eran de tres tipos diferentes.

En un tipo de fantasía, la Sra. P obtenía el conocimiento. Se imaginaba sola con sus pensamientos. Deseaba, decía, poder desarrollar sus propios pensamientos y sentimientos en el espacio tranquilo del análisis donde yo estaba presente. Hacer esto, parecía que podía permitirle hallar un estado pacífico en el que se sentiría más auténtica y sólida. Pero este tipo de conocimiento solitario le parecía terriblemente inestable a la Sra. P. Frente a sentimientos poderosos, sabía por experiencia que sería arrasada y se sentiría agitada y caótica. La Sra. P usaba la imagen del océano para describir este estado. El mar en calma podía oscurecerse y volverse terrorífico y, antes que se diera cuenta, estaría en una “tormenta perfecta”, amenazada por las altísimas olas y, aún más, por los veinte pies de espuma que había en su cima, donde uno no podía salvarse nadando. Esto era desorientador y peligroso. En opinión de la Sra. P, era un estado insólito que le resultaba imposible expresar.

La preocupación de la Sra. P por la fragilidad de su capacidad para pensar comprendía su angustia por los contenidos específicos de los pensamientos que podían emerger si se permitía pensar libremente[4]. Para la Sra. P era duro, como lo es para todos, tolerar los deseos y fantasías que comenzaban a emerger con el comienzo del análisis –sus duras críticas a los padres, por ejemplo, o su preferencia culpable por su padre- pero para la Sra. P, tales deseos planteaban la preocupación añadida de sentimientos que podían amenazar su capacidad para pensar.

Y, para la Sra. P, las fantasías de pensar en mi presencia dieron lugar fácilmente, para la Sra. P, a un sentimiento de sí misma como no escuchada, y sentimientos asociados de ser irreal o, incluso, inexistente. No podía mantener una idea de mí como cercana mientras ella pensaba, el estado que Winnicott (1958) describe como el de estar solo en presencia de la madre.

Las fantasías en las que yo estaba obteniendo el conocimiento y la Sra. P se descubría a través de mí establecieron una conexión más segura entre nosotras, pero presentaban también sus peligros. En una versión de estas fantasías, la Sra. P me veía como una mujer que comprendía todo lo que ella decía. Se sentía escuchada por mí y segura de existir. Por esta razón, le aliviaba el pensamiento de que yo tomara notas durante la sesión, según dijo.

En este conjunto de fantasías, la Sra. P sentía que yo la transformaría mediante mi escucha en algo que me pareciera mejor. Me conectaba con la Mary Poppins reaseguradora, alguien que transformaría la persona a su cargo mediante la habilidad y la magia. Se convertiría exactamente en lo que yo deseara y, en la descripción de este proceso por parte de la Sra. P, en el producto final habría poco de la original Sra. P. Ya no sería una niña tímida que no podía satisfacer a sus padres, ni una mujer con un pasado triste. El pasado y los padres, las causas de lo trágico, serían arrasados y ella podría ser forjada en nuevo molde. Tal como decía la Sra. P, estaba “completamente sujeta a interpretación”.

Aunque el producto final reflejaría mi visión más que la de la Sra. P, ésta decía que veía el resultado como feliz. Esta fantasía le resultaba reaseguradora, pero era inestable, amenazada por la experiencia reiterada de sentimientos y           hechos inmutables que evidentemente yo no podía transformar, así como por los numerosos deseos de la Sra. P que permanecían insatisfechos.

En una segunda versión, el que yo llegase a conocer a la Sra. P tomaba la forma de una aventura sexual malograda. A mí me daba el papel de un hombre mayor, un psíquico loco, que leía su mente y abusaba sexualmente de ella. De nuevo, la Sra. P se rendía completamente a mí. La Sra. P asociaba el psíquico con su padre. Sentía que no necesitaba sentir culpa por sus deseos sexuales puesto que en la fantasía era muy pasiva. Yo era la única que tenía el control completo. En esta fantasía, al contrario que en la de Mary Poppins, yo era una persona separada de ella y mis poderes eran menos mágicos y fantásticos. Sin embargo, esta fantasía nos vinculaba con menos seguridad, y la fantasía sexual entretejida con la fantasía de autodescubrimiento era peligrosa y culpable y pedía más medidas defensivas.

En estas primeras sesiones, me llamó la atención la urgencia con la que la Sra. P se aproximaba al análisis. Aunque hablaba de ansiedad porque yo pudiera llegar a conocerla más profundamente, la Sra. P, con su reconocimiento abierto de intensos sentimientos y poderosos deseos hacia mí, se entregó efectivamente a mí desde el principio. Y aunque verbalizaba temores de ser incapaz de pensar o sentir, la Sra. P hablaba con fluidez y evocativamente. Era brillante en las asociaciones libres, recurriendo a metáforas, imágenes visuales y asociaciones con libros y películas que me ayudaban a entender sus sentimientos. Me sentía capaz de asociar libremente durante las sesiones y de permanecer en buen contacto emocional con la Sra. P a pesar de sus rápidos cambios. Cuando hablaba, era para reformular lo que ella decía o para aclarar los conflictos que describía; y la Sra. P tendía a usar mis intervenciones para reflexionar sobre sus asociaciones o profundizar en ellas.

Al final de varias semanas, las fantasías cambiantes de la Sra. P sobre los modos en que podía llegar a conocerse en el análisis fueron seguidas por una fantasía transferencial más estable en la cual ella llegaba a conocerse sólo a través de mí. Describiré en detalle las sesiones en que esto ocurrió.

La Sra. P llegó unos minutos tarde a la primera de estas sesiones. Contó un sueño, que describió como “casi una caricatura de un sueño que una le contaría a su analista”:

Estaba andando con su hijo por un camino. En una orilla había el borde de un acantilado, en la otra un empinado descenso hacia el océano. Su hijo iba delante metiéndole prisa y la Sra. P se dio cuenta de repente del riesgo que entrañaba la situación. Recogió al niño, retrocedió y preguntó si había otro camino. Le dijeron que sí, una tubería o tubo amarillo de millas de longitud, como un tobogán. Le preocupaba coger demasiada velocidad al deslizarse por él, pero había un tren que recorría el tubo y lo cogieron. A lo largo del camino, podían ver por las ventanas del tren escenas en miniatura como dioramas.

La Sra. P asoció con el sueño: claramente, tenía que ver con el análisis, dijo; el tren, como el tratamiento, le ofrecía una vía alternativa para avanzar, menos directa pero más segura. La vista desde el acantilado le recordaba el pueblo costero al que había viajado tras la muerte de su padre.

La Sra. P se detuvo. De repente, dijo, estaba teniendo un sentimiento de Alicia en el País de las Maravillas. Las cosas eran a la vez familiares y extrañas. Por un momento, no había sido capaz de pensar. Había perdido el rastro de los pronombres; no sabía si la figura central del sueño era ella o su hijo. Era difícil de describir. Guardó silencio un minuto, luego dijo que estaba editando sus pensamientos tan rápidamente que no podía quedarse con ellos.

Le dije que algunos de sus pensamientos debían parecer peligrosos de tener o de contarme. Contestó que si conectaba el sueño con el análisis se sentía angustiada. Intentó fijarse en los detalles del sueño, pero encontró que no podía pensar claramente. Se sentía tonta, estupefacta, drogada. Cuando pensaba ahora en el tobogán o túnel, le recordaba el túnel en el que entraba el metro cuando venía a mi consulta. ¡Pero la imagen era tan vívida! La perturbaba descubrir una parte de sí misma fuera de su control.

Pensó de nuevo en el tobogán y le recordó la historia de Temple Grandin, una mujer autista que había ideado mataderos humanos para animales. Estos toboganes habían sido parte de los mataderos, un modo de calmar a los animales mientras viajaban hacia la muerte.

Con este pensamiento, terminó la sesión y yo me quedé bastante agitada. Sentí que la Sra. P me había dibujado de forma diferente a como había hecho hasta ahora, de un modo perturbador que no terminaba con el fin de la sesión. Cuando presentó el sueño, me sentí involucrada como solía pasarme con ella, interesada y capaz de asociar libremente; pero con el repentino sentimiento de desorientación e incomprensión de la Sra. P, mis pensamientos y sentimientos se habían interrumpido y me sentí perturbada de un modo que, como le pasaba a la Sra. P, me resultaba difícil articular.

Luego, con su asociación a Temple Grandin, la Sra. P había comenzad de nuevo a asociar libremente y yo comencé a sentirme involucrada como antes, capaz de asociar libremente e imaginar, pero el mundo que ahora imaginaba había sido adelantado por un sentimiento de maldad y horror. En este nuevo mundo, pensé cuando reflexionaba después sobre la sesión, yo tenía un doble papel: cerca de la conciencia de la Sra. P, yo era una figura calmante y contendora, alguien que clausuraba su visión de la inquietante realidad de un mundo asesino en el exterior. Sin embargo, alejado de su conciencia, yo también estaba, de un modo menos definido, conectado con el mundo peligroso de fuera del tobogán, la persona que presidía el matadero/análisis, tal vez –o incluso podría ser, en una versión deshumanizada de mí misma y el análisis, el propio matadero- un mecanismo no sentido designado para cortar en pedazos a la Sra. P.

Al día siguiente, la Sra. P volvió al tema del sueño y al estado alterado que había tenido. Sentía que se había cerrado tal como hacía cuando se encontraba demasiado enfadada o demasiado triste. Dijo que en su vida, ella era como Temple Grandin, cerrándose al mundo como podía, buscando espacios estrechos y cerrados en los que poder sentirse segura. El análisis era atemorizante porque no había rinconcitos. Según había comenzado a permitirse pensar y sentirse más en el análisis, dijo, había sentido cosas terribles, malas y tristes. El sueño representaba una solución al peligro de estos sentimientos: ahora, yo sería Temple Grandin. Abriría su cabeza y miraría dentro todos sus pensamientos y sentimientos; luego le diría que todo estaba bien, que todo terminaría felizmente. Nada cambiaría, pero el decírselo sería reasegurador y ella estaría satisfecha con eso.

Pero esto no ayudaría realmente, protesté yo. ¡Estaba llevando a la Sra. P por un camino donde había terror por todos lados, y el peligro acechaba! Todo lo que estaba haciendo era ayudarla a no ser consciente del peligro, no ayudarla a que las cosas resultasen de otro modo. Y si la estaba conduciendo al matadero, ¡no sólo estaba reasegurándola, sino también poniéndola en peligro y traicionándola al mismo tiempo!

La Sra. P no estaba de acuerdo. Dijo que esto era un antídoto para su sufrimiento, una buena solución. Cuando volvió al día siguiente para su sesión, su ánimo estaba más tranquilo, y por primera vez había estado deseando venir. Ahora estaba segura de que el análisis sería de ayuda.

Con estas sesiones, la Sra. P dejó un estado mental muy fluido, en el que cambiaba rápidamente entre diferentes fantasías sobre conocerse directamente y a través de mí, y entró en un estado estable, organizado en torno a la imagen de Temple Grandin, en el que ella llegaría a conocerse exclusivamente a través de mí. El guión en el que la Sra. P llegaría a conocerse directamente fue eclipsado y no reapareció, excepto en breves vislumbres, durante varios años. ¿Cómo sucedió esto?

Creo que el sueño de Temple Grandin marcó la apertura de una falla en la vida mental de la Sra. P entre los dos guiones sobre el autoconocimiento que ya he descrito. Previamente, ambos guiones habían mantenido una cierta comunicación entre sí. Ahora, la Sra. P los separó, y comenzó a utilizar el guión bipersonal según el cual ella llegaba a conocerse a través de mí para prevenir el otro, el guión unipersonal. El sueño describía los dos guiones y la entrada de la Sra. P en el guión bipersonal. Entonces, en la sesión del sueño y en la siguiente, la Sra. P vivió el sueño y me dibujó también dentro del mismo.

En el sueño los guiones unipersonal y bipersonal están representados, respectivamente, por las experiencias de la Sra. P fuera del tubo/tobogán y sus experiencias dentro de él. El camino externo al tubo era, en palabras de la Sra. P, un camino “directo”. Para describir este paisaje exterior, recurre a la imaginería oceánica que había utilizado antes para describir la experiencia de pensar por sí misma. El acantilado y el mar de abajo eran atemorizantes y peligrosos, y el paisaje estaba marcado como triste y solitario por asociación con la muerte de su padre. Había una gran vista, pero no había terreno firme debajo de la Sra. P, ningún lugar seguro donde estar. La imagen era de total ausencia de contención, de estar a merced del viento, las olas y el vacío.

Por el contrario, la imagen del tubo rígido, y de Temple Grandin, que lo proporcionó, reflejaba una fantasía en la cual la Sra. P llegaba a conocerse sólo a través de ser conocida por otro. En palabras de la Sra. P, era una ruta “indirecta”, que identificó con el análisis. Al entrar en el tubo, la Sra. P perdió el acceso directo al mundo externo. Ahora sabía sólo lo que Grandin le permitía. La visión de la Sra. P del mundo más amplio era reemplazada por dioramas artificiales en miniatura mostrados dentro del túnel. La imagen era de una figura rígida, patológica, contenedora que encerraba de forma segura a la Sra. P y bloqueaba la conciencia de peligro y dolor, pero sólo era escasamente capaz de modificarlos.

Cuando la fantasía de Temple Grandin se hizo vívida entre nosotras, la Sra. P se identificó con diferentes piezas de la misma y proyectó otras partes en mí, y yo sentí esto en la contratransferencia. Con su sentimiento de Alicia en el País de las Maravillas, la Sra. P entró en un estado mental donde no podía pensar y me colocó en la posición de pensar por ella. La cualidad abrupta y dramática de su cambio, que perturbó mi propia capacidad para pensar, me convirtió en una figura contenedora de tipo Temple Grandin: yo era capaz de tomar el sentimiento de perturbación de la Sra. P y conectarlo con su sentimiento de estar en peligro, pero no era capaz de agarrarme al cuadro más amplio –hacer conexiones entre la parte de la realidad psíquica la Sra. P de dentro del tobogán y la parte de fuera- y no podía ayudar a la Sra. P a comenzar a entender su situación total ni modificarla.

En la segunda sesión, cuando la Sra. P fue en cierto modo más reflexiva y yo había recuperado mi capacidad analítica, la Sra. P continuó identificándome con Temple Grandin, pero yo fui capaz de alejarme un poco de esta identificación y unir en mi mente las partes de la realidad de la Sra. P de dentro y de fuera del tubo. En esta sesión, mientras que la Sra. P me identificó explícitamente con Grandin en sus asociaciones, creo que ella mismo también se identificó con ella en sus acciones, ofreciéndome un reaseguramiento vacío con la esperanza de que fuera suficiente.

Estas primeras sesiones, con su vívida imaginería de Temple Grandin y su mundo, pusieron en juego un grupo perdurable de transferencias que irían a dominar el análisis de la Sra. P. Durante mucho tiempo. Durante los años siguientes, la Sra. P adoptó fundamentalmente la posición de que su viaje de autodescubrimiento estaría definido y enmarcado por mis lecturas de ella. Según analizamos la serie de figuras especularizantes que yo llegué a representar para la Sra. P, estas figuras sufrieron una evolución desigual pero perceptible. En primer lugar, yo era vista como una especie de contenedor patológico al estilo de Temple Grandin, la cual parecía reforzar la propia negación por parte de la Sra. P de sus sentimientos y las fantasías y experiencias que los ocasionaron. Un tiempo después, yo era vista como una especie de contenedor más efectivo, que podía tolerar y dar voz a sentimientos y fantasías dolorosos y ayudar a hacerlos soportables. Más tarde aún, se me daba con frecuencia el papel de un observador que simplemente pusiera el sello de la realidad en los sentimientos y pensamientos elaborados que la propia Sra. P expresaba.

En paralelo con este último cambio, el contenido del material que la Sra. P me trajo se desarrolló enormemente y llegó a reflejar una versión conflictiva más compleja de la Sra. P y de su historia. Sin embargo, siguió siendo importante para ella ver las versiones finales de las historias y sentimientos que emergían como producciones mías en lugar de suyas.

Durante esta prolongada fase del análisis, nuestro trabajo se centró con más frecuencia en los distintos modos en que la Sra. P me usaba para definir su experiencia del self y la serie de figuras imaginarias y definitorias que llegué a representar. En la contratransferencia, a menudo me identificaba inconsciente con estas figuras imaginarias y definitorias (LaFarge, 2004), y para mí era importante reflexionar sobre el tipo de conocimiento que estaba haciendo para la Sra. P y la fantasía subyacente sobre el conocerla que pudiéramos estar poniendo en juego.

También era importante para el desarrollo del análisis que yo mantuviera en mi mente la idea de la Sra. P llegando a conocerse directamente y que continuase preguntándome a mí misma, así como a la Sra. P, por qué este guión estaba ausente. De no haberlo hecho, creo que me hubiera comprometido todos estos años en una puesta en acto prolongada y en último lugar inmovilizante con la Sra. P, en la que haríamos realidad su fantasía subyacente de que podía conocerse sólo a través de mí –como ejemplo de una multitud de diferentes figuras imaginarias- y evitaríamos un segundo conjunto de fantasías, escindido, en el que ella llegaría a conocerse más directamente. Por decirlo de otro modo, si hubiera focalizado mis interpretaciones exclusivamente en cada figura imaginaria sucesiva que aparecía en la transferencia y en cómo esta figura funcionaba en relación con la Sra. P, habría pasado por alto la cuestión obvia de por qué, si la Sra. P me atribuía en algunos momentos distintas partes del proceso de conocerse y mantenía estas mismas partes dentro de sí misma en otros momentos –es decir, si cada aspecto del proceso de conocerse era algo que ya había demostrado ser capaz de llevar a cabo, ¿por qué continuaba creyendo que yo debería realizar el conocimiento en su nombre?

El cuarto año de análisis: la reemergencia del autoconocimiento unipersonal

Ahora me fijaré en la época, al final del cuarto año de análisis, en que el guión según el cual la Sra. P era capaz de conocerse directamente comenzó a reaparecer y entró en colisión con el guión en el que se conocía sólo a través de mí.

Hacia el final del cuarto año, la Sra. P comenzó a hablar a veces de su propio deseo de ser una presencia, de ser capaz de saber lo que quería y de presionar a los otros con sus reivindicaciones. Quería tener “un sentimiento de sí misma de dentro a fuera” y comenzó a conseguirlo en ocasiones. Poco a poco, comenzó a tomar forma un conflicto conmigo: la Sra. P sentía que el sentimiento de sí misma dependía de mi presencia y reconocimiento –y, en realidad, se sentía incapaz de aferrarse al nuevo sentimiento de sí misma cuando el análisis se interrumpía incluso durante poco tiempo- pero, al mismo tiempo, sentía que yo respondía negativamente a su nueva experiencia de self. Le parecía que cuando ella se definiese más, yo me opondría no sólo a los contenidos de su self recién definido sino también al mismo acto de autodefinirse, lo que sería una terrible rebelión contra mi autoridad para definirla.

Por razones que manifiestamente tenían que ver con acuerdos prácticos, a veces teníamos sesiones telefónicas. Durante este periodo, las sesiones telefónicas se habían hecho más frecuentes. La Sra. P decía que podía aferrarse mejor a un sentimiento de sí misma conmigo por teléfono que en persona. Describiré en más detalle una serie de sesiones donde el conflicto entre nosotras se hizo más intenso y pareció haber un cambio en el centro de gravedad de la Sra. P hacia una experiencia interna continuada del self.

La primera de estas sesiones tuvo lugar por teléfono: la Sra. P había llamado por la mañana y me había dicho que su hijo pequeño estaba enfermo y no podía venir a verme; me llamaría más tarde a la hora de nuestra sesión. Llamó a nuestra hora normal y comenzó la sesión hablando de presiones en el trabajo. Me sentí algo desorientada, puesto que esperaba que me hubiera hablado de su hijo, y mi sentimiento de desorientación se incrementó cuando me di cuenta de la Sra. P me llamaba desde su oficina. Ahora comenzó a hablar de su hijo, y cuando lo hizo tuve un sentimiento de angustia e incluso de terror. Su hijo había estado muy enfermo. Habló de una fiebre alta, de que había estado “débil y no respondía a los estímulos”. La descripción que hizo de lo que había ocurrido estaba muy poco clara. Le pedí detalles, y me dijo que su hijo estaba mucho mejor tras ir al médico. Sin embargo, no me sentí reasegurada. En cambio, su tono de calma me dejó aún más ansiosa.

La Sra. P volvió a hablar de todas sus otras ansiedades en casa y en el trabajo: “Siento que tengo muchas cosas por hacer”, dijo. “Me siento como si no tuviera núcleo. Me viene una imagen: es como si fuera un muñeco de pan de jengibre y sólo soy pedazos separados, sin un centro que sea yo”.

Le dije que me preguntaba si, mientras estaba hablando de no tener núcleo, de ser un muñeco de pan de jengibre, estaba usando esa idea, las diferentes preocupaciones que describía, e incluso la sesión como tal, para alejarse de los poderosos sentimientos que tenía en relación con la enfermedad de su hijo. Al mismo tiempo, le dije, pensaba que, aunque algunos de los sentimientos pudieran ser míos, me estaba haciendo sentir los sentimientos tan potentes que ella estaba evitando.

La Sra. P emitió un sonido inarticulado, un grito de angustia, y dijo: “¡Tengo que irme a casa ahora!” y colgó el teléfono. Me quedé con un sentimiento horroroso, de inquietud, una mezcla de ansiedad por el niño y por lo que yo había dicho. Sentí que había dicho algo necesario, y al mismo tiempo que era algo que la Sra. P no podía tolerar escuchar y por primera vez en nuestro trabajo juntas sentí miedo de que la Sra. P desapareciese y no volviera a verla.

Me llamó al día siguiente para decir que tendríamos sesión telefónica. Había estado en casa con su hijo. Estaba mucho mejor, pero le seguía pareciendo más importante estar con él que ir al trabajo.

Había tenido una poderosa reacción a la sesión del día anterior, dijo. “sentí que me estaba diciendo que era importante cuidarme. Fue un sentimiento poderoso. Luego volvió la imagen del muñeco de pan de jengibre sin núcleo, sólo en pedazos. Me siento como si no fuera yo, como si todo lo mío estuviera en relación con otras personas y lo que quieren, o cómo me ven”.

Le pregunté si mi preocupación ayer por su hijo le había parecido eso, si irse a casa le había parecido responder a mi deseo.

“No –dijo la Sra. P-. Me pareció algo mío, pero fue como si sólo fuera capaz de darme cuenta de ello cuando Vd. lo vio, no por mí misma. No podía sentirlo. Es como si un núcleo de sentimiento –lo que más siento y quiero- esté perdido dentro de mí hasta que Vd. lo ve. Y entonces lo siento de golpe”.

“Lo vemos de modos distintos”, continuó la Sra. P. “Vd. siente que yo tengo un self, que existe un núcleo que no estoy sintiendo, pero que le traigo a Vd. Yo no estoy segura. A veces creo –me temo- que no tengo núcleo, no tengo self en absoluto. A veces creo que hay algo que no conseguí cuando era niña y que ahora no lo tengo para darlo. Tal vez realmente algo del tipo madre-hija, que no recibí ese tipo de amor –estoy hablando de amor en realidad- y que no lo tengo para dárselo a mis hijos, y cuando se me dice que lo dé, salgo corriendo”.

Incluso mientras la Sra. P debatía sobre si poseía un núcleo de bondad, o un núcleo del tipo que fuera, la dirección de su indagación comenzó a cambiar. Si tenía un núcleo, por qué renunciaba a él, se preguntó. Sus pensamientos se dirigieron a las dolorosas peleas con su padre, y cómo ella borraba sus sentimientos para perdonarlo como él quería.  ¿Y cuáles eran estos sentimientos a los que ella había renunciado? Su propio enfado y la destructividad que no deseaba sentir, y sin embargo estos habían sido tan poderosos que ella había destruido los recuerdos de su padre tras su muerte.

Esta sesión marcó un cambio para la Sra. P hacia un sentimiento más fuerte de tener un mundo interno, un núcleo. En otra sesión telefónica, me habló de un nuevo sentimiento: su experiencia estaba menos compartimentada y sabía que lo principal era lo que ella estaba sintiendo. En una discusión con su madre, se había dado cuenta de una nueva sensación, una atracción para abandonar su propia opinión y unirse a su madre. Fue un sentimiento doloroso, una especie de temor, pero también un sentimiento de espacio y elección. Podía elegir aferrarse a su opinión, y así lo hizo.

Este conjunto de sentimientos –una especie de autenticidad- era de lo que había carecido, dijo, la primera vez que vino a verme hace tanto años, y ahora se daba cuenta de que los tenía. Parecía, sin embargo, que a pesar de de que los sentimientos hubieran surgido de nuestro trabajo juntas, le resultaba más fácil tenerlos por teléfono. No estaba segura de por qué, pero en persona conmigo le era difícil.

A la siguiente sesión, la última que ilustraré, la Sra. P volvió a verme a mi consultorio. En la primera parte de la sesión, describió vívidamente un acontecimiento que había sucedido de camino a mi oficina: mientras estaba sentada en el metro, un chico que le pareció extraño y desconectado de la realidad había gritado fuertemente en su cara desde muy cerca. La madre del chico había respondido sin palabras cogiéndolo y lanzándolo contra la pared del tren.

Mientras escuchaba, me sentí perturbada por el incidente que la Sra. P describía, pero no agitada en mi capacidad para pensar y asociar libremente.

La Sra. P dijo que se había sentido agitada por el encuentro. Había estropeado el agradable e integrado sentimiento que había tenido y que quería traerme.

Le dije que aunque el acontecimiento había ocurrido realmente, también parecía una metáfora de sus angustias por el encuentro que tendríamos si me traía su nuevo sentimiento del self, más integrado.

La Sra. P estuvo de acuerdo. El incidente no había parecido tan importante mientras estaba pasando, dijo. Había empezado a preocuparla mientras caminaba del tren a mi oficina… lo difícil que era defenderse de uno mismo, poner en contacto el punto de vista propio con el de los otros. Podía haber un choque airado –pensó en su jefe o en su padre- pero lo que le vino a la mente fue una imagen que la entristeció: una vez había leído que antaño, los holandeses, cuando la gente había muerto, colgaban velos sobre las cosas que el muerto había amado de modo que éste no las echara tan intensamente de menos mientras abandonaba el mundo mortal. En cierto sentido, el incidente violento que había contado, e incluso la falta de luz que sentía a veces, se parecía a un velo que arrojase sobre el sentimiento de pérdida que había tenido cuando se sintió más ella misma. Tal vez tener su propia historia significaba para ella perder a sus padres. “Para ser amada –reflexionaba- tuve que ceñirme a su historia sobre mí”.

Creo que en la sesión donde me habló de su hijo enfermo, la Sra. P me nombró sucesora del dolor y la angustia por el estado de su hijo y su respuesta ante ello, y luego el doloroso sentimiento de desatención que temía poder encontrar si me traía su angustia (y que temía que encontrara su hijo cuando le trajera a ella su angustia). Proyectando sobre mí estos sentimientos, se libraba de ellos y me los daba para que los contuviera y los modificara. Además, creo, se dio cuenta de un modo poderoso de la fantasía de conocerse a través de mí, una fantasía que, por otra parte, estaba haciéndose menos dominante para ella.

En las sesiones siguientes, cuando la Sra. P interiorizó las angustias que había proyectado sobre mí, creo que tuvo un nuevo sentimiento de propiedad de sus sentimientos, de que su experiencia interna estaba en el centro de sí misma y que las otras experiencias existían en relación con ella. El sentimiento de la Sra. P de conocerse a través de mí pasó ahora a un segundo plano y fuimos capaces de una nueva visión de los peligros que había evitado. Estos peligros eran, en primer lugar, una violenta colisión entre la vida emocional interna que deseaba hacer conocer a los demás y la experiencia que los demás tenían de ella, y, luego, más profundamente, de la pérdida de un vínculo con esos otros –sus padres y yo- que, según sentía ella, necesitábamos tenerla encerrada dentro de nuestro propio mundo de fantasía, actriz de nuestras historias más que de la suya propia.

Discusión

En el material clínico presentado, he intentado mostrar cómo la búsqueda analítica de autoconocimiento por parte de la Sra. P estaba modelada por fantasías acerca de los procesos de conocerse y de ser conocida a través de los otros. Al comienzo del análisis, la Sra. P creía que conocerse directamente sería extraordinariamente peligroso. Pensar por sí misma suponía el peligro de un tipo de soledad insoportable en la cual sus objetos e incluso su propio self desaparecerían, y la amenazaba con la pérdida de su capacidad para pensar, una capacidad que ella sentía como frágil y fácilmente arrasada por fuertes sentimientos. Recurrir a la fantasía de que se conocería sólo a través de mí la protegía de los peligros de conocerse directamente. Las fantasías de ser conocida a través de mí ofrecían a la Sra. P una conexión segura conmigo, garantizando que no me perdería y permitiéndole usarme para manejar sus pensamientos y sentimientos.

Durante varios años, el foco principal de nuestro trabajo analítico fue los distintos modos en que la Sra. P me utilizaba a mí para conocerse a sí misma, así como la necesidad de conocerse sólo de este modo indirecto. Al principio, en el papel de Temple Grandin, le serví principalmente como pantalla y filtro para que ampliara su autoconocimiento, apuntalando su negación de los afectos dolorosos y fantasías peligrosas. Más tarde serví como contenedor, ayudándola a tolerar y manejar sentimientos y fantasías mientras ampliaba su experiencia del self. Más tarde aún, la Sra. P pareció manejar bien sus sentimientos y fantasías, pero me utilizaba, en la fantasía, para estamparle a éstos el sello de la realidad.

Si el principal motor del trabajo analítico durante este período de cuatro años fue mi interpretación de los sucesivos roles que se me asignaban como la que imaginaba y conocía la experiencia de la Sra. P, otra importante línea de indagación fue mi continuo cuestionamiento de la firme creencia de la Sra. P de que necesariamente yo debía participar en, o presidir, su conocimiento de sí mismas, y que el autoconocimiento directo le era imposible.

Tras varios años de trabajo, la Sra. P comenzó a desear de nuevo conocerse más directamente, y empezaron a aparecer fantasías sobre el autoconocimiento unipersonal más directo. La segunda pieza de material clínico que he presentado muestra dos de estas fantasías emergentes: la Sra. P creía ahora que su propio autoconocimiento directo la haría entrar en un violento conflicto con sus objetos importantes o que se vería amenazada con la retirada y pérdida de éstos.

En los meses siguientes a las últimas sesiones que he descrito, según el guión de conocerse a sí misma directamente se hizo más dominante para ella, otros significados de su huída del autoconocimiento directo se hicieron también más claros. Las fantasías de conocerse a través de mí habían imbuido los deseos y sentimientos de enojo, pérdida y sexualidad prohibida que ya habían emergido en el análisis de la Sra. P con un sentimiento continuado de ser etérea y de irrealidad. La fantasía de conocerse de un modo derivativo, mediante mi conocimiento de ella, había operado para la Sra. P como una especie de oscurecimiento de sus afectos y sensaciones. Ahora estos deseos y sentimientos se hacían más reales y aterrorizantes. En los términos de su fantasía de Temple Grandin, el cambio del conocimiento bipersonal al unipersonal había conducido a la Sra. P al mundo real al final del tobogán; este mundo aterrorizante estaba por conocer y dominar.

El trabajo analítico  que he descrito se centra en la desaparición del guión de autoconocimiento directo y su reaparición de forma más fortalecida tras un prolongado periodo durante el cual fue dominante el guión del conocimiento bipersonal, de llegar a conocerse a través de otro. ¿Cómo entender la reemergencia y fortalecimiento del guión de autoconocimiento directo? Una vez más, recurriré a marcos de referencias dispares puesto que se relacionan con un fenómeno clínico específico.

La mayor capacidad de la Sra. P para tolerar el autoconocimiento directo puede verse en parte como resultado de un proceso de internalización. Desde esta perspectiva, mi interpretación de formas desviadas de contención abrió el camino a la internalización por parte de la Sra. P del modo más seguro de contención que yo le ofrecía (Bion, 1957, 1959). Esta mejor experiencia de contención apoyó luego su capacidad de conocerse más plena y firmemente. Es decir, el mejor tipo de conocimiento bipersonal que yo le ofrecía fue en último lugar absorbido por la Sra. P y se convirtió en parte de su propia capacidad para el conocimiento unipersonal directo.  Esta comprensión de la acción terapéutica del análisis también encaja con la descripción de Fonagy del fortalecimiento de la función reflexiva mediante el trabajo psicoanalítico y, como describe Fonagy (Fonagy y col., 2002), este desarrollo se vio favorecido por mi propia visión de la Sra. P como sujeto agente y pensador.

Sin embargo, varios aspectos del análisis de la Sra. P abren la posibilidad de una relación más compleja entre los guiones uni y bipersonal de la experiencia del self. Ambos guiones estaban bien elaborados para la Sra. P en la fantasía y la sucesión de imaginadores cuyos papeles asumí en la transferencia servían como funciones defensivas en su economía psíquica. Aunque la descripción que la Sra. P hizo del autoconocimiento unipersonal directo al principio del análisis podría entenderse como la representación de un estado de deficiencia –en el que el pensamiento estaba simplemente abrumado por deseos y afectos peligrosos- la imaginería que utilizó también tuvo otros significados importantes. Más tarde, cuando el guión unipersonal hizo su reaparición fortalecido, la creencia de la Sra. P de que estaba en conflicto directo con el guión bipersonal también fue bien elaborada en la fantasía; vinculada con su historia con los objetos tempranos, este conflicto no le parecía nuevo –el resultado de una capacidad recientemente desarrollada- sino uno viejo y familiar que ahora era centro de atención. Así, sería imposible decir con certeza cuánto de la huida de la Sra. P al conocimiento bipersonal reflejaba una solución para un fracaso evolutivo y cuánto era una solución regresiva a estos conflictos.

La idea de que el guión del autoconocimiento bipersonal, indirecto, es una organización de la fantasía que opera para evitar los peligros de una organización de la fantasía alternativa –la del conocimiento unipersonal directo- encaja con los conceptos kleinianos. La proyección que la Sra. P realizaba en mí de partes de su aparato mental es claramente un fenómeno de la posición esquizo-paranoide, y el duelo que sentía cuando abandonaba la fantasía de unión conmigo (una fantasía que este modo de operar garantizaba) refleja un cambio a la posición depresiva (Steiner, 2005).

También es instructivo, usando el modelo kleiniano, ver el guión bipersonal como una organización patológica (Steiner, 1993) que servía para evitar los peligros de la posición esquizo-paranoide (el matadero de Temple Grandin) y la posición depresiva (las casas de duelo de los holandeses). En este modelo, nuestro trabajo analítico ayudó a la Sra. P a renunciar a su refugio psíquico y a abandonar los peligros de naturaleza principalmente paranoide-esquizoide  para acercarse a los peligros de la posición depresiva.

El que el movimiento hacia la posición depresiva estuviera acompañado por un marcado fortalecimiento de su capacidad para el autoconocimiento directo encaja bien con el modelo de Britton (1998) de secuencia evolutiva mediante el cual el infante adquiere la capacidad de autoobservarse. Britton describe una línea de desarrollo en la cual la internalización por parte del infante de la contención materna le permite tolerar los reconocimientos, vinculados a la posición depresiva, de que la madre es un ser separado de él y el vínculo de ésta con el padre; la aceptación de la presencia del padre, a su vez, crea una tercera posición con la cual el infante puede identificarse y desde la cual puede observarse. La conceptualización de Britton nos ayuda a comprender también que diferentes tipos de autoconocimiento –en la interpretación de Britton, el autoconocimiento asociado con la contención, es decir, con mirar desde dentro, y el autoconocimiento asociado con la autoobservación, con ver el self desde fuera- pueden unirse en la realidad psíquica o pueden permanecer separados.

Otras perspectivas nos ayudan a comprender aspectos del autoconocimiento uni y bipersonal que destacan con menos claridad en el modelo kleiniano. Aunque el movimiento del análisis fue claramente hacia una mayor capacidad para el pensamiento unipersonal, y este movimiento correspondió con un movimiento hacia la posición depresiva, los guiones uni y bipersonal parecen haber operado desde el principio del análisis de la Sra. P como dos líneas de fantasía diferentes, cada una con sus cualidades y operando independientemente de la otra. Además, tanto los guiones uni como bipersonal contenían fantasías y experiencias que van desde lo primitivo a lo complejo.

Así, aunque el pensamiento bipersonal de la Sra. P estaba enmarcado por una fantasía de vínculo indisoluble conmigo (una fantasía esquizo-paranoide), muchas de las experiencias que llegó a conocer dentro de este marco eran complejas y tenían una cualidad de objeto total y posición depresiva. De forma similar, aunque sus experiencias del autoconocimiento directo estaban enmarcadas por una fantasía de tener una mente separada, muchas de las experiencias y fantasías que llegó a conocer de este modo tenían una cualidad primitiva, esquizo-paranoide.

El concepto de Winnicott (1960) de self privado o verdadero nos ayuda a comprender cómo los guiones uni y bipersonal funcionan como sistemas separados de experiencia del self. El self privado surge de experiencias de ser conocido por los objetos pero, una vez establecido, permanece en cierto modo apartado de ellos, anclando tanto importantes modos de conocimiento como una corriente central de experiencia del self.

La idea de Winnicott de un self privado también capta el sentimiento de que el autoconocimiento unipersonal, directo, implica experiencias que en último lugar no son conocibles para los otros. Los objetos tempranos dan forma a la experiencia del self, pero esa forma nunca puede ser totalmente idéntica a las sensaciones y afectos que enmarca (Aulagnier, 1975). Parece posible que en su forma plenamente desarrollada, la experiencia del self unipersonal, directa, implique una nueva integración, que una el autoconocimiento basado en la contención y el basado en la identificación con la tercera posición, y que una a éstos con el autoconocimiento fundamentado sobre experiencias proprioceptivas y afectivas que excedan a la influencia modeladora de los otros. Esta experiencia del self plenamente integrada puede ser considerada como un aspecto de la identidad del yo integrada descrita por Kernberg (2006).

El material que he presentado se centra en la restauración de la capacidad de la Sra. P para el pensamiento unipersonal, pero es importante reconocer que el resultado del trabajo analítico no fue una supremacía exclusiva del pensamiento unipersonal, sino más bien una capacidad de oscilar entre el pensamiento unipersonal y el bipersonal. En los años de análisis que siguieron a los que he descrito, el trabajo analítico de la Sra. P a menudo implicaba la reconexión de su propia experiencia del self directa con cómo sentía que otras personas podían verla o conocerla. Parecía especialmente importante para ella vincular el desarrollo de su propio sentimiento de self con cómo había emergido dentro de la matriz de las experiencias de ella que tenían sus padres.

Un ejemplo importante de este proceso de reconexión tuvo lugar en el sexto año de análisis, cuando la Sra. P se asustó por su reacción cuando yo le pedí considerar un aumento de mis honorarios. Esta no era la primera vez en el análisis que había surgido el reconsiderar los honorarios, pero esta vez la Sra. P tuvo un sentimiento de incertidumbre acerca de quién era yo y lo que quería. Observó que yo llevaba al análisis todo un mundo propio que era diferente del suyo[5]. Ahora, por primera vez desde que habíamos comenzado el análisis, sacó a relucir las piezas de la historia paterna que, descubiertas tras la muerte de éste, habían dado lugar a que cambiara al diván. Su padre había sufrido una serie de terribles pérdidas antes de que ella naciera. La Sra. P se preguntaba ahora cómo le habían hecho sentir dichas pérdidas cuando estaba con ella. ¿La utilizó para olvidarlas? ¿Era ella un recordatorio de lo que se había ido?

Mirando hacia atrás, recordaba ciertos estados emocionales entre ambos, una especie de tristeza cuando ella y su padre estaban juntos y un sentimiento de vacío cuando él estaba presente físicamente pero distante de ella emocionalmente. Sentía que había interiorizado estos sentimientos, que los había convertido en una parte de quien ella sentía que era: una persona triste, vacía. Ahora veía que se habían originado en los  sentimientos de su padre hacia ella y en los significados que ella le había otorgado a él en función de su historia, significados de los que nunca habían sido capaces de hablar. Momentos de reconexión como éste dieron a la Sra. P un sentimiento de mayor profundidad y facilidad emocional, sentimientos que describió como una especie de “flujo” y “unidad” que no había conocido antes.

El concepto de Loewald (1962) de grados de internalización nos ayuda a pensar en los orígenes de los guiones uni y bipersonal de experiencia del self y en las relaciones cambiantes entre los dos guiones que podemos observar en el análisis de la Sra. P. Loewald describe una serie de identificaciones edificadas a partir de las experiencias tempranas con el self y el otro. Se considera que algunas de estas identificaciones, especialmente aquellas que surgen de una época en que el self y el otro no están bien diferenciados, están en el núcleo del yo y son experiencias del self inalterables. Y que otras identificaciones, a menudo las posteriores, residen en la periferia del yo o dentro del superyó y son vividas como objetos separados del self. Ninguno de estos sistemas es estático; bajo la influencia de la experiencia en la realidad externa, y del deseo y la defensa, las identificaciones se acercan al núcleo del yo y comienzan a ser vividas como parte del self, o, por el contrario, se alejan del núcleo del yo y son vividas como objetos separados del self.

Desde esta perspectiva, podemos conectar el guión unipersonal con identificaciones dentro del núcleo del yo, y el guión bipersonal con identificaciones hacia la periferia. La huída de la Sra. P del guión unipersonal y su confianza en el bipersonal podría ser rastreada hasta una perturbación de las sucesivas capas de internalizaciones y de las relaciones entre ellas. Para la Sra. P, gran cantidad de identificaciones –especialmente aquellas conectadas con experiencias de dolor y enfado- tenían que ser mantenidas a cierta distancia del núcleo del yo y las identificaciones en el núcleo del yo, estaban defensivamente escindidas de las de la periferia. Puede pensarse, entonces que el fortalecimiento y la reemergencia del guión unipersonal que resultó de nuestro trabajo analítico refleja la capacidad fortalecida de la Sra. P para incluir experiencias como parte del núcleo del yo –su mayor tolerancia de afectos y fantasías dolorosos- y la consecuente disminución de su necesidad de mantener alejadas las identificaciones nucleares y las periféricas.

La reconexión de los guiones uni y bipersonal por parte de la Sra. P y el más fácil intercambio que llegó a existir entre ambos guiones refleja, creo, una restauración de un estado más normal de la cuestión. La experiencia directa del self surge para todos nosotros de experiencias con los objetos, y continúa a lo largo de nuestra vida en equilibrio dinámico con cómo llegamos a conocernos a través de los otros. Algunas experiencias de nosotros mismos a través de los otros se internalizan como parte de nuestra experiencia nuclear del self y permanecen allí. Otras son ordenadas –rehistoriadas-  y rastreadas hasta sus orígenes en nuestros objetos, como la Sra. P rastreó sus experiencias con su padre. Y otras experiencias de nuestros selfs a través de los otros permanecen, para bien o para mal, siempre en la periferia. Las cualidades cambiantes de la experiencia del self, y nuestra ubicación de la misma en el núcleo o la periferia están influenciadas por las experiencias históricas con los objetos. Pero, también, es modelada y remodelada una y otra vez para servir a los propósitos del deseo y la defensa.

Con la Sra. P, he puesto un ejemplo de una paciente para quien el conocimiento bipersonal se usaba para evitar el unipersonal. También es interesante tomar en consideración a aquellos pacientes para quienes el conocimiento unipersonal ocupa el escenario central. La dominancia transitoria del conocimiento unipersonal en el paciente, que puede evocar en el analista un sentimiento de “otredad” o de ser testigo, puede marcar la emergencia de la capacidad creciente del paciente para contener y reflexionar sobre sus pensamientos y, en relación con esto, el reconocimiento por parte del analista de que el mundo del paciente es, en último lugar, un mundo privado (Poland, 2000). El uso crónico del conocimiento unipersonal por parte de un paciente evoca en el analista un sentimiento de distancia mutuamente respetuosa, bastante diferente de la distancia desvalorizante del paciente narcisista. Este estado estable de pensamiento en paralelo tiene, sin embargo, una función defensiva que es necesario explorar. A menudo refleja la creencia inconsciente del paciente de que le ha costado mucho lograr la capacidad para el conocimiento unipersonal y que los deseos y ansiedades que acompañan al conocimiento bipersonal la perturbarán demasiado si son admitidos en la conciencia.

Como analistas, a menudo hemos visto el conocimiento unipersonal como una función del yo que puede verse afectada por la fantasía o el conflicto, en lugar de verlo como algo que está incorporado en una matriz de fantasía. El conocimiento unipersonal implica una fantasía, una representación del self como pensador y contenedor del propio mundo interno. Esta fantasía del self está modelada por identificaciones con otros pensadores y por experiencias y deseos que rodean el pensamiento y el sentimiento. El conocimiento del self imaginado puede entrar en colisión, en la fantasía, con el de otros, o puede sentirse aislado, débil o d d esolado.

También, creo, nos hemos precipitado al aceptar el cambio al conocimiento bipersonal que se produce en muchos análisis como una simple apertura en la transferencia de fantasías que siempre fueron bipersonales por naturaleza. El conocimiento unipersonal en la situación analítica ha sido, tradicionalmente, terreno del analista, quien oscila entre la identificación y el pensamiento (Beres y Arlow, 1974), o entre la experiencia desorganizada y la organización en torno al hecho seleccionado (Bion, 1962b), o busca  reencontrar una posición neutral mientras se ve empujado en distintas direcciones por su contratransferenica. Contribuciones analíticas recientes han llamado nuestra atención a la naturaleza bipersonal intratable del propio pensamiento del analista, su inevitable sensibilidad a los deseos y afectos del paciente (Hoffman, 1998; Smith, 2000), y la interpenetración del pensamiento del analista con el del paciente (Schafer, 2000).

Este artículo puede considerarse un intento de llamar la atención sobre la corriente de conocimiento unipersonal que se halla presente en el paciente, para comprender las cualidades de dicha corriente de experiencia, el modo en que es representada en la fantasía, y su relación con los tipos de conocimiento bipersonal que tan a menudo llaman nuestra atención.

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