aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Número 041 2012

Reflexiones sobre la adolescencia y las funciones parentales en la realidad contemporánea

Autor: Araujo Monteiro, Roberta - Gomes Gonçalves, Thomás - da Luz Refosco, Lisia - Medeiros Kother Macedo, Mónica

Palabras clave

psicoanálisis, adolescencia, Generacion y, identidad, Padres, Subjetivacion..


La reflexión sobre las marcas de la cultura en la constitución subjetiva del sujeto es tema de discusión en las más diversas áreas donde la condición humana es foco de estudio e interés. Interesa especialmente al Psicoanálisis por el valor que le atribuye a la singularidad de los procesos intrapsíquicos, y por la constante dedicación a esa temática en la búsqueda de una comprensión consistente y provechosa de los efectos oriundos de las transformaciones sociales, políticas y culturales en los campos intra e intersubjetivos.

Resumen

De las contribuciones del Psicoanálisis, se propone una reflexión acerca de las exigencias de la escena contemporánea y del ejercicio de las funciones parentales en el proceso de construcción de la identidad en la adolescencia. Se presenta una visión sobre la adolescencia, la que se considera como una etapa de intensos cambios, tanto en el campo psíquico, como en el biológico. La adolescencia es abordada como una etapa de vida en la cual ocurren una serie de acontecimientos, tales como reasignaciones de identificación, surgimiento de intensas exigencias pulsionales, enfrentamiento con la complejidad de demandas para acceder al mundo adulto y reedición de antiguos conflictos edípicos. El estudio aborda la influencia y la resonancia de características del contexto social y de la cultura actual – la fragilidad de las ligaciones, la cultura del rendimiento, el placer inmediato y la ilusión de un ideal de perfección y completitud – en las configuraciones familiares y en las relaciones establecidas entre los padres y el adolescente. Al evidenciar el debilitamiento de las funciones parentales en la familia contemporánea se aborda la ligazón entre la configuración de las exigencias actuales y el papel de los padres, como figuras de autoridad y agentes de cuidado, así como los padecimientos adolescentes.

 

La complejidad del proceso de constitución del psiquismo conlleva a considerar que éste sucede a partir de la calidad del encuentro con el otro. Bleichmar (2005) considera que la necesidad del ser humano de humanizarse en la cultura hace que la presencia del semejante sea inherente a su propia constitución. Se trata de un encuentro inaugural sobre varios aspectos, ya que las marcas derivadas de ellos traen despliegues y efectos distintos en las etapas de la vida, entre ellas la adolescencia.

En la adolescencia, según Rother Hornstein (2006), el centro de las experiencias son las relativas al propio Yo, incluyendo el desafío de asumir un papel más activo en relación a su vida. En ese momento, el joven se depara con nuevas conquistas y con posibilidades de invertir en el futuro; por otro lado, se enfrenta a la necesidad de hacerse cargo de intensas demandas psíquicas, biológicas y sociales que ocasionarán transformaciones, tanto en su mundo intrapsíquico, como en sus procesos interrelacionales. De este modo, el mundo pulsional se enfrenta a nuevos desafíos y posibilidades, evidenciando en que medida están atadas las vicisitudes de sus inversiones a las condiciones de elaboración y metabolización de las intensidades psíquicas.

Considerando que no se puede comprender al adolescente si se lo aísla del contexto en que vive, es fundamental situarlo ante las demandas contemporáneas, retomando así elementos importantes con referencia al proceso de construcción de sí mismo. En ese proceso es esencial abordar la relevancia de las funciones parentales, vistas igualmente bajo el efecto de demandas propias del escenario contemporáneo.

El impacto de la contemporaneidad en la vivencia del adolescente

Hornstein (2008) afirma que sólo es posible comprender al sujeto si se lo considera “inmerso en el entorno histórico-social, entramando prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideologías y prohibiciones” (p. 17). Entonces, reflexionar sobre elementos referentes a la adolescencia significa reafirmar su implicación con los escenarios social, biológico y psíquico. De esa forma, se asocian y se interpretan los efectos de la dimensión social y psíquica en el encuentro entre marcas de un momento ya vivido y las expectativas de un momento futuro.

El tiempo actual se puede definir a partir de conceptos como cultura del narcisismo, sociedad del espectáculo y tiempos líquidos – formulaciones de Lasch (1983), Debord (1997) y Bauman (2000), respectivamente, – las cuales están intrínsecamente vinculadas con la idea de centramiento del Yo y del predominio de la superficialidad y la fluidez de los lazos afectivos. Maia (2005) entiende que las relaciones se transforman en formas de alcanzar el placer inmediato y, cuando hay alguna amenaza de padecimiento, el otro es rápidamente desechado. Dockhorn y Macedo (2008) argumentan que, en una sociedad organizada por el consumo, se exige estar siempre listo para aprovechar integralmente los “bienes” y para desarrollar nuevos deseos ante las incesantes seducciones que son presentadas como indispensables.

En este actual contexto social surge una nueva designación del modo de ser adolescente: Generación Y o Generación Internet. Esta designación pretende caracterizar a la generación que nació entre enero de 1977 y diciembre de 1997, tiempo en el que se han experimentado cambios significativos en el mundo, tales como la escalada de la computadora, el surgimiento de Internet y de otras tecnologías digitales. Tapscott (2009) considera a dicha generación como la primera inmersa en bits. Sus padres pertenecen a la llamada Generación “Baby Boom”, los nacidos entre enero de 1946 y diciembre de 1964, es decir después de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto en el cual se esperaba que los hombres que estaban en guerra pudieran volver a casa y constituir una familia. En la misma época, la economía mundial ganaba impulso y se fortalecía, dando confianza a las familias para decidirse a tener hijos. Según Tapscott (2009), las diferencias entre los “Baby Boomers” – denominada Generación Televisión – y sus hijos – la generación Internet (Generación Y) – pasan por la priorización de la libertad, o sea, la generación Y coloca como prioridad la libertad de elección y de expresión. A los jóvenes de esta generación les gusta personalizar su entorno, desde su computadora, el ring tone de su teléfono celular, su apodo, las fuentes de noticias, al igual que otras cosas.

El autor también señala que la Generación Internet se constituye de jóvenes que sobresalen por la colaboración y las relaciones, es decir envían mensajes en las redes sociales, formando una cadena de influencia en línea, juegan videojuegos con múltiples usuarios de varias partes del mundo. La Generación Y está compuesta por jóvenes innovadores, que buscan nuevas formas de colaboración, de diversión, aprendizaje y trabajo. Es una generación que necesita velocidad, pues cada mensaje instantáneo exige una respuesta instantánea. Este escenario provoca consecuencias que tanto pueden significar una amplitud de posibilidades, especialmente debido al mayor acceso a informaciones, conocimiento, tecnologías – que llegan a favorecer y promover nuevos procesos de subjetivación -, como también pueden resultar en sujetos que no toleran frustraciones, tienden a la inmediatez y a la búsqueda incesante del placer pleno.      

En esta línea de razonamiento, paradójicamente, en una época en que la felicidad es una constante exigencia para el sujeto, Kehl (2009) señala la depresión como un síntoma social. La autora destaca la influencia de estas especificidades del escenario actual en la elaboración de subjetividades y de padecimientos, afirmando que la sociedad contemporánea se caracteriza por la temporalidad acelerada, por el imperativo del gozo a cualquier costo, por la pérdida del valor de la experiencia y de la tradición, y por la debilidad de referencias de identificación. Acerca de la cuestión de la estructuración del aparato psíquico, la autora refiere que uno de los efectos derivados de la velocidad que caracteriza la época actual es el empobrecimiento de la imaginación y la presencia de sentimientos de vacío. 

En este escenario de profundas transformaciones también es importante reflexionar sobre la estructura familiar de las últimas décadas. De acuerdo con Birman (2007), a partir de 1950 se ha desencadenado en el mundo occidental un radical proceso de alteraciones en la familia moderna, y se han perdido algunas referencias fundamentales. El ascenso del movimiento feminista, la ingreso de la mujer en el mercado de trabajo, el declive del poder patriarcal y el surgimiento de familias compuestas son ejemplos de acontecimientos que han promovido nuevas configuraciones familiares. Del mismo modo, como destaca Kehl (2009), aun frente a los grandes cambios en las fuerzas que estructuran el campo social no se puede ignorar la importancia de la singularidad de un proceso de construcción psíquica. Por ende, no se puede hacer una lectura apresurada y lineal en que se le atribuya apenas a la cultura la fuerza de elaboración de un sujeto psíquico. Se trata de reflexionar sobre la calidad de la producción psíquica ante las demandas que dejan poco lugar para la capacidad de experimentar y significar el “ser” a costa del “tener”.

Al tomar como referencia esa imagen social construida para el sujeto, Maia (2005) resalta el hecho de que los afectos humanos perdieron su lugar en el mundo contemporáneo. El ideario post-moderno no incluye sentir angustia o tristeza, y cualquier indicio de éstas se torna una amenaza que debe ser combatida por medio de dispositivos capaces de neutralizarlas, sean antidepresivos u otras drogas diversas. Todas esas características apuntan hacia una sociedad en la cual la ausencia de padecimientos o de faltas, parece ser una realidad posible y donde la completitud ilusoria saluda como una condición posible de ser alcanzada. Paradójicamente, Edler (2008) resalta que es precisamente la carencia la que lleva al sujeto a actuar en búsqueda de algo, lamentando lo incompleto y revitalizándolo, conduciéndolo a un movimiento incesante. Por ello, si el otro no puede ser pensado o deseado desde una dimensión que reconozca su propia incompletitud, se dificulta el proceso de construcción del acceso genuino a la alteridad.

Al reflexionar sobre la problemática de la alteridad, pertinente a la contemporaneidad, con relación a la adolescencia se deben considerar otros posibles resultados. Al abordar el tema, Bauman (2007) considera que en la globalización negativa los individuos son abandonados a su propia suerte, lo que trae como resultado el nuevo individualismo, el debilitamiento de los vínculos humanos y el agotamiento de la solidaridad. Ese escenario trae, asimismo, importantes consecuencias en el movimiento que le permite al adolescente alternar entre investiduras y desinvestiduras, factor relevante en la promoción de sus proyectos; el no alcanzar las metas o ideales contemporáneos puede asociarse rápidamente a ideas de fracaso e incapacidad. Pero, si la completitud es garantía de felicidad, ¿cuál es el lugar de la incompletitud? En esa dinámica, el vacío y el tedio rodean la vida del adolescente, denunciando el riesgo de las frágiles y cisuradas investiduras y fundamentos emocionales resultantes de esos tiempos de frenética prisa y consumo.

Los desafíos de la contemporaneidad traen, por lo tanto, repercusiones en el proceso de subjetivación adolescente. Muchas veces la desmesura de lo que lo invade expone la precariedad de sus posibilidades de enfrentamiento. Se profundiza así en el terreno de la intersubjetividad, en el cual el adolescente fundamenta, construye y cuenta la historia de sus identificaciones y de los recursos psíquicos de que dispone en la travesía del mundo infantil hacia el mundo adulto.

Funciones parentales y la problemática adolescente

La intersubjetividad tiene un lugar central en la construcción del psiquismo, porque posibilita la singularidad de cada historia humana. En el proceso de historización se viabiliza el acceso del sujeto a la temporalidad y a su proyecto de identificación, bien ejemplificado en lo que Rother Hornstein (2006) refiere sobre el encuentro entre madre e hijo. En dicho encuentro, la madre coteja al niño con un discurso y va impregnándolo de sentidos que abarcan la forma en que sus genitores piensan, desean y hablan de él, incluyéndolo en sus historias, también marcadas por su cultura. Esto nos conduce al trabajo psíquico, necesario en la adolescencia, de resignificación del conflicto edípico. Las demandas pulsionales de esta etapa reactivan la experiencia edípica, como una segunda oportunidad para procesar psíquicamente cuestiones oriundas de esa vivencia infantil, especialmente las relacionadas con la construcción de la identidad y con las modalidades de inversiones del sujeto en la relación con el otro.

Los acuerdos familiares contemporáneos denuncian el empobrecimiento sufrido por la autoridad paterna, que ha conducido al debilitamiento de la figura del padre (Roudinesco, 2000). Silva (2010) refiere también que las reivindicaciones por la igualdad de poderes realizadas por la mujer han llevado a profundas transformaciones en el orden familiar, incluyendo las relaciones conyugales y parentales.

Las funciones parentales, en la adolescencia, están marcadas por la interdicción edípica y por ello deben ser ejercidas en otra modalidad. Se entiende que el exceso de la presencia o la ausencia de los padres, así como la calidad con que estos ejercen sus funciones tiene vital importancia para el adolescente. Al hacer alusión a la vivencia de satisfacción, descrita por Freud (1895/1977) en Proyecto para una psicología científica, se afirma que la demanda adolescente exige una acción específica de los progenitores. Se trata de saber identificar la necesidad adolescente para no confundir libertad con abandono.

Desde el nacimiento, el sujeto es permeado por los enunciados de identificación ofrecidos por los padres, que van componiendo la noción de sí mismo y del mundo en que vive. En la actualidad, como conceptúa Bauman (2003), se vive en tiempos líquidos que revelan la fragilidad de los vínculos humanos, marcados por la inseguridad y la ambivalencia de sentimientos frente al otro. Eso trae importantes efectos en la actual configuración familiar, pues se cuestionan puntos fundamentales en la crianza de los hijos; ya que un niño, dada su condición de fragilidad y dependencia, necesita contar con la disponibilidad e investidura del adulto. Se sabe que la dependencia de cuidados de la infancia adquiere otras formas en el transcurso de la vida, exigiéndole al adulto la capacidad de “descifrar” las múltiples demandas provenientes de la condición de desamparo del niño. Las funciones parentales se ven a merced de una diversidad de solicitudes cuyo fundamento está en los recursos de inversión afectiva. Como bien señala Rother Hornstein (2006, p. 73), “la adolescencia también pone a prueba la capacidad de transformación de los padres”. Por lo tanto, es a partir de las representaciones conscientes e inconscientes, tanto del hijo, como de quien ejerce las funciones parentales, que surge la posibilidad de instituir y estimular el deseo. Relacionando esa cuestión a los tiempos líquidos, se percibe que concebir un hijo, ocupar una función de otro narcisizante fundamental en el proceso de construcción psíquica del niño, así como involucrarse en su educación y en el proceso de formación de su identidad, demanda un compromiso amplio e irrevocable de los padres, un compromiso que va en el sentido inverso de la modalidad contemporánea de vida líquida y de escasa investidura en el otro.

El reflejo de ese contexto marcado por las características del escenario contemporáneo también se puede ver, como destaca Birman (2006), en las exigencias de alta performance impuestas a niños y adolescentes. Eso conlleva a que prevalezca una intensa rivalidad en detrimento de la alteridad, con la soledad como presencia constante en las vidas de esos jóvenes. Jóvenes que son confrontados con la casi ausencia de límites, cuya laxitud de los interdichos tiene un efecto crucial en su proceso de estructuración psíquica. La familia nuclear tradicional, formada por padre, madre e hijos, deja de ser mayoría en la sociedad contemporánea. El autor entiende que la economía de los cuidados en el ámbito familiar fue muy afectada, señalando la precariedad de inversiones en los niños y en los adolescentes, lo que incide directamente sobre las nuevas formas de subjetivación.

En sus textos sobre la cultura, Freud (1913,1929/1974) establece interesantes relaciones entre los efectos que advienen de características culturales y el proceso de la constitución del sujeto, lo que contribuye para comprender estas nuevas modalidades de ser de los tiempos actuales. Permeados por ella, los padres son quienes primero le presentan la cultura al niño, durante su constitución. Así, los efectos de este encuentro inaugural necesariamente van a tener ese colorido propio de la cultura en la cual están inseridos. Por otro lado, la singularidad de este encuentro dará una forma única y peculiar al destino del sujeto frente a las demandas de su vida.

Dentro de este razonamiento se puede observar que, si por un lado la civilización es la responsable por establecer “diques culturales” que le permiten al sujeto vivir en sociedad, en el ámbito individual son los padres las piezas fundamentales, en términos de estructuración psíquica, para constituir los diques que le darán al Yo las primeras condiciones necesarias para postergar la satisfacción (Freud, 1929). En ambos los casos, están presentes las herramientas de regulación que ofrecen un “freno” a los impulsos, viabilizando la convivencia entre los pares.

En “Tótem y Tabú”, Freud (1913/1974) presenta una interesante metáfora para reflexionar sobre el complejo de Edipo desde una nueva perspectiva. En el texto, esta conflictiva es comparada a un sistema de gobierno en que el ministro – madre – deberá ser el mediador que facilita el acceso del sujeto – bebé – al gobernador – padre. Cuando esa mediación se imposibilita, al sujeto también se le imposibilita el acceso a la identificación con este gobernante, fundamental para su crecimiento. Llevando ese modelo hacia una lectura de la contemporaneidad, se puede pensar que en una cultura en la cual no se quiere perder el lugar soberano, en vez de viabilizar el crecimiento y futura adquisición de nuevos lugares propios al sujeto, el gobernante tiene la necesidad regresiva de mantenerse en el lugar de “Tótem”, presentándose como incuestionable, completo y ejerciendo un apoderamiento narcisista del otro. Igualmente, el ministro – madre – también puede utilizar su rol de mediador para mantenerse en un lugar narcisísticamente aumentado dejando el sujeto – bebé – paralizado en términos de circulación psíquica. Así pueden presentarse dificultades no solamente en el acceso al gobernante – padre - como también, en la forma que ese gobernante marca su lugar de poder, poniéndose o no como un objeto de identificación para el sujeto – bebé. Se puede constatar una inversión de roles y funciones, tan característica de la contemporaneidad, en la cual el bebé que ocupa su lugar totémico, en el sentido de ser quien detenta el poder, deja a los padres hacer de todo para que esa ilusión de completitud permanezca perpetua.

Al concordar con estas propuestas, Kehl (2009) destaca que actualmente muchos padres se sienten frágiles con respecto a sus propios ideales y, por lo tanto, depositan en sus hijos toda la expectativa y el anhelo de tener reconocimiento a través del rendimiento de sus hijos. La fragilidad del padre imaginario contribuye para que surjan crisis depresivas en los adolescentes, así como se agrave el estado de desánimo frente a la vida de aquellos estructuralmente deprimidos. De acuerdo con la autora,

los niños ocupan un lugar ambiguo en la cultura: como ideal del gozo (perdido) de sus padres, pero también, paradójicamente, como investidura en el ‘mercado de futuros’. Esta forma de doble vínculo en que el niño está inserido hace que los padres busquen, al mismo tiempo, satisfacerlo plenamente (como si eso fuese posible) para maximizar su felicidad, y estimularlo al máximo para desarrollar muy temprano el potencial que deberá garantizar una buena colocación en la tensa disputa del mercado de trabajo. ¿Cómo recibe el bebé esas prácticas educativas y amorosas? Como exceso de demanda. (Kehl, 2009, p. 276)  

Como efecto de las actuales configuraciones familiares, se evidencian padecimientos oriundos de la falta de soporte del lugar parental de autoridad y de responsabilidad en la crianza de los hijos. Se constata la indisponibilidad de muchos padres para cuidar amorosamente a sus hijos, al no abrir espacios en sus vidas para dar cabida a sus hijos y, por otro lado, se observan hijos sobre-investidos narcísisticamente, representando la única esperanza de recuperación narcisista de los padres (Kehl, 2001). Esa posición mantiene a los padres desautorizados en el ejercicio de sus funciones, en la medida en que se someten a hacer todo lo que se les solicita; así, se rompen las barreras de una asimetría necesaria para el genuino cuidado del otro. Ese hecho acarrea consecuencias significativas en la carencia de las funciones parentales. En ambas situaciones, sea en la indisponibilidad o en la desautorización de las funciones parentales, la imposibilidad de reconocer las diferencias trae repercusiones significativas en la forma en que los jóvenes se posicionarán ante las exigencias de sus vidas, en la medida en que se preserva la asimetría entre padres e hijos, también se da espacio a la inscripción de la falta del deseo como posibilidad frente a la incompletitud.

Consideraciones finales

Abordar la adolescencia exige que se amplíe la mirada con el fin de contemplar temáticas referentes a la experiencia en el escenario biológico, social y psíquico. Así, a la complejidad propia de esa edad de la vida, se le suman aspectos esenciales de la contemporaneidad que ejercen innegable influencia en el proceso de constitución del sujeto en los días de hoy.

En tiempos en los cuales lo efímero, la fragmentación, la frágil o ausente demarcación de espacios imponen sus efectos en el proceso de construcción psíquica y en la producción de subjetividades corresponde cuestionar la relación existente entre la adolescencia y el ejercicio contemporáneo de las funciones parentales. Al considerar que en los primeros tiempos se puede recibir un legado cuya función de fundación posibilitará un posterior cuestionamiento, se entiende que en el caso de la adolescencia, el amparo y el cuidado recibidos, por medio del ejercicio de las funciones parentales, viabiliza que en un segundo tiempo el joven pueda experimentar nuevas inversiones y condiciones. Por lo tanto, la calidad del primer encuentro es fundador de condiciones que serán exigidas al adolescente ante intensidades de reediciones y conflictivas con las que se depare en ese tiempo de transición al mundo adulto. Ante las significativas demandas contemporáneas de auto-centramiento y performance, la constante reflexión sobre la necesidad del sujeto de vivir la condición de ser objeto amoroso se vuelve un ejercicio que no puede menospreciarse, como una condición esencial para la producción de su condición humana. La mayor libertad que la adolescencia puede posibilitar es que el joven construya, en el presente, una reserva de capital pulsional que le permita invertir en el futuro, a partir de un existir ético y autónomo.

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