aperturas psicoanalíticas

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revista internacional de psicoanálisis

Último Número 075 2024

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Las escuelas psicoanalíticas como metaforizaciones de lo inconsciente

The psychoanalytic schools as metaphorizations of the unconscious

Autor: Uscanga-Castillo, Alejandra

Para citar este artículo

Uscanga-Castillo, A. (2024). Las escuelas psicoanalíticas como metaforizaciones de lo inconsciente. Aperturas Psicoanalíticas (75), artículo e4. https://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001250

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https://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001250


Resumen

¿Qué distingue a la práctica psicoanalítica? ¿Cuál es su especificidad? Estas preguntas son recurrentes en nuestras reflexiones y lo seguirán siendo al tratarse de una disciplina dinámica. Este escrito propone que encasillar el psicoanálisis en una sola teoría es hacer un lecho de Procusto para los analizandos. Se plantea que las diferentes escuelas psicoanalíticas representan diversas metaforizaciones de lo inconsciente, que es incognoscible por otra vía que no sea este arduo trabajo de metaforización a través de sus formaciones. Asimismo se propone que las nociones de inconsciente y transferencia, con el trabajo teórico-práctico que su manejo produce, son los ejes centrales para encuadrar y sostener la práctica psicoanalítica en general, respetando las diversas teorizaciones psicoanalíticas y, sobre todo, las singularidades de cada proceso.

Abstract

What distinguishes the psychoanalytic practice? Which is its specificity? These questions are common ground in our reflections and they will be emerging constantly since psychoanalysis is a dynamic discipline. This paper suggests that the different psychoanalytical schools are actually diverse groups of metaphors of the unconscious, that is by its own unknowable except for its metaphorical manifestations. Furthermore, it proposes that the notion of unconscious and of transference are the capital axes that allow us to frame and hold the psychoanalytical practice in general, meanwhile we respect the different schools and, specially, the singularity of every process.


Palabras clave

inconsciente, metaforización, psicoanálisis, teoría psicoanalítica, transferencia.

Keywords

psychoanalytical theory, psychoanalysis, metaphorization, transference, unconscious.


En la Antigüedad, vivían seis ciegos que competían para ver quién era más sabio. Un día, discutiendo acerca de la forma exacta de un elefante, no se ponían de acuerdo y como ninguno lo había tocado, decidieron salir a la búsqueda de un ejemplar. Emprendieron la marcha. No habían andado mucho cuando se dieron cuenta que estaban al lado de un gran elefante. Finalmente podrían resolver el dilema.

El primero se abalanzó. Sin embargo las prisas hicieron que tropezara y chocara de frente con el costado del animal. El elefante  –exclamó– es como una pared de barro secada al sol.

El segundo avanzó con las manos extendidas. Tocó dos objetos largos y puntiagudos ¡La forma de este animal es exactamente como la de una lanza...sin duda es así!

Entonces avanzó el tercer ciego. El elefante, algo curioso, se giró y le envolvió con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y notando su forma dijo: Escuchen, este elefante es como una larga serpiente.

Era el turno del cuarto sabio. Se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal. El sabio agarró la cola, no tuvo dudas y exclamó ¡Lo tengo, es igual a una vieja cuerda!

El quinto se encontró con la oreja del animal y dijo: Ninguno de ustedes ha atinado. El elefante es más bien como un gran abanico plano.

El sexto sabio se encaminó hacia el animal encorvado. Pasó por debajo y tropezó con una de sus patas: ¡Escuchen! Lo estoy tocando y aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.

Todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera del elefante, y creían que los demás estaban equivocados.

Los seis ciegos y el elefante. Relato tradicional de la India, fecha y autor desconocidos-

 

 

¿Qué distingue a la práctica psicoanalítica? ¿Cuál es la especificidad del psicoanálisis? ¿Es algo que ya tenemos por sabido o que sigue en construcción? ¿Con qué argumentos afirmamos que algo es psicoanálisis y que algo otro, no lo es? Todas estas preguntas han dado la vuelta históricamente desde los inicios del psicoanálisis, han resurgido en las diversas comunidades psicoanalíticas y, como era de esperar, emergen en la actualidad en los diversos grupos de practicantes que nos reunimos para dialogar sobre nuestra disciplina. Esta es una discusión que no es nueva, desde los inicios ha habido intentos por definir sus límites, identificar lo que le es propio y lo que es ajeno. Es evidente que una frontera debe haber, no todo es psicoanálisis, pero también es evidente que un límite tajante y absoluto tampoco es posible –y tal vez no es deseable. El ser humano es por naturaleza multifacético y pretender que quede encasillado en una teoría homogénea que explique su devenir subjetivo y su estructuración psíquica es hacer un lecho de Procusto, que lleva a hacer de ciertas teorías (que se vuelven dogma) un lecho (cama) donde el analizando tiene que caber sin importar su singularidad. El riesgo de este actuar es muy importante, ya que tiene una consecuencia no solo en las discusiones teoríco-clínicas entre colegas, sino que puede trascender (y esto es lo grave) a los espacios clínicos, en donde se piensa a un analizando no desde su singularidad sino desde la teoría de moda o el dogma en el que nos hemos formado. Eso se ha advertido muchas veces, sin embargo, seguimos escuchando en las discusiones airadas afirmaciones que esgrimen con mucha facilidad la determinación de lo que es y no es psicoanálisis.

Los psicoanalistas somos sujetos, es decir, estamos cruzados por la dimensión inconsciente, a pesar de haber pasado años en el diván. El psicoanálisis no inmuniza contra lo inconsciente, más bien solo permite que quedemos advertidos y estemos más atentos a la emergencia de eso inconsciente en nuestro acontecer cotidiano y en nuestro quehacer clínico. Así, nuestras preferencias teóricas están inevitablemente influenciadas por nuestra subjetividad, por nuestras experiencias vivenciales, por nuestros prejuicios, por los procesos inconscientes que nos cruzan por más que pretendamos neutralizarlos. Sostengo, incluso, que en la medida que podamos aceptar estos elementos subjetivos que se ponen en juego en nuestra escucha (es decir, que no hay una escucha neutra, que es imposible escuchar en un vacío conceptual y axiológico) tendremos más oportunidad de no imponer irreflexivamente esto a través de nuestras intervenciones. De este modo, en cierto sentido, todos somos sabios ciegos como los del relato tradicional de la India ¿Puede un sabio ciego, un psicoanalista, tocar todo el elefante, conocerlo todo? Parece que no. Todos tenemos una concepción del mundo (Hernández-Hernández, 2010) o esquema conceptual referencial operativo (ECRO) (Pichon-Rivière, 1975) entendidos como el conjunto de ideas, pensamientos, sentimientos e intuiciones conscientes pero sobre todo inconscientes, que nos llevan a explicar de determinada manera los fenómenos a los que nos enfrentamos. La elección de una teoría que nos de sentido en nuestra práctica clínica, estará en gran medida determinada por esta concepción del mundo, que es previa a nuestro contacto con el psicoanálisis y que estará siempre en la base de nuestros juicios sobre la realidad a la que nos enfrentamos. Esto tendría que llevarnos a cuestionar si la teoría a la que nos asimos es objetiva, es única, es total, es el psicoanálisis. Tubert-Oklander y Hernández de Tubert (2004) hablan, siguiendo a Bion (1970), sobre lo difícil que es la transmisión del psicoanálisis, debido a que es una experiencia emocional única, que, por lo tanto, adquiere carácter de idiosincrática. La única forma de transmitirla es vivirla, de modo que la comprensión que cada uno de nosotros tenga del psicoanálisis será muy particular. Esto trae como consecuencia conflictos a la hora de compartir nuestras ideas con los otros. Lo anterior podría traer como indeseable consecuencia una visión subjetivista extrema en donde, a partir de la experiencia personal única, todo tendría que valer. Estoy lejos de simpatizar con esta idea, que al final es igual de totalizadora y esterilizante que cerrar el psicoanálisis a un solo cuerpo teórico que lo defina. En lugar de los dos extremos (solo esto es psicoanálisis vs, a partir de la experiencia singular, todo es psicoanálisis), propongo que las hipótesis que alcancemos a elaborar, a jerarquizar y a utilizar, estarán en relación con una verdad contextual, analógica a la que nos enfrentamos; verdad que no es absoluta, pero que da suficiente certeza dentro del contexto para trabajar (Beuchot, 2005 y 2008) y que tendrá que corresponder, principalmente, a la experiencia del analizando.

Carlo Strenger (1997) utiliza como metáfora los erizos y los zorros para tratar de comprender cómo se mueve la teorización en psicoanálisis, aludiendo de forma inevitable a la subjetividad colocada en esta función cognitiva. Es, a mi parecer, una simplificación del problema, no obstante, ilustra de forma clara dos formas de concebir la teoría y la práctica (una visión similar puede encontrarse en el libro de Tubert-Oklander y Hernández de Tubert, 2004). Los erizos, limitados, pasivos, acostumbrados a una sola manera de hacer las cosas, tienden a afirmar que el psicoanálisis es uno, una teoría y una técnica. Hay quienes afirmarán que nadie en la actualidad sostendría esta visión, no obstante, aún se hace presente en las recomendaciones técnicas y comentarios académicos. Por otro lado tenemos a los zorros, inquietos y cuestionadores, siempre probarán nuevas formas de hacer las cosas. Los psicoanalistas zorros son los encargados de la innovación de la teoría y de la práctica (Strenger, 1997). El mismo autor habla de la necesidad de que en el psicoanálisis haya más zorros, no obstante mantiene la importancia de los erizos como los continuadores de la tradición: inevitable paradoja en la que el psicoanálisis, como el ser humano, siempre se moverá. El psicoanálisis, como disciplina dedicada a la exploración de la experiencia emocional del ser humano, no podía escapar de su naturaleza paradojal. Todos necesitamos tradiciones y un firme soporte en el pasado y en nuestra cultura, para sentirnos seguros y así, alcanzar el desconocido y nuevo territorio de la creación, de la novedad. Esto es así tanto para el ser humano, como para nosotros como psicoanalistas y para el psicoanálisis en general. 

Cuestionando la forma en que estas dos visiones del mundo pueden equilibrarse una a la otra, Strenger (1997) propone un pluralismo crítico (distinto del eclecticismo totalizador) dentro del cual se pueda leer las teorías, reconocer los puntos de coincidencia, aceptar los puntos en donde no pueden coincidir y, haciendo un examen crítico, acceder a un cuerpo de conocimientos lo suficientemente sólido y flexible para desempeñarnos en la clínica. Necesitamos tener flexibilidad (como zorros) sin perder ciertos lineamientos (como erizos) que nos permitan funcionar.

Strenger (1997), como decimos, propone el pluralismo crítico, pero ¿cómo llegamos a este? Mauricio Beuchot (2005, 2008), filósofo mexicano, ha desarrollado la hermenéutica analógica. Pretende situarse entre el equivocismo (múltiples voces) y el univocismo (única voz), siendo un punto intermedio, tendente a valorar más la diferencia. De este modo, puede haber más de una interpretación válida, estas interpretaciones estarán jerárquicamente organizadas a partir de la pertinencia dentro de un contexto (continente), promoviendo vías intermedias e integradoras de explicación (hipótesis). Propone un relativismo con límites, en donde haya algunas nociones (pocas) universales, que proporcionan jerarquía y gradación.

Aunque las interpretaciones sean potencialmente infinitas, la mente humana es finita, por lo que su posibilidad de conocer se reduce al segmento de lo finito enmarcado por su contexto y elaborado en el diálogo interpretativo entre los intérpretes (analista y analizando). Hay que recordar para esto la ampliación de la noción de texto, desarrollada por Gadamer y Ricoeur, quienes proponen que texto es toda actividad humana que tiene como finalidad comunicar (Beuchot, 2005, 2008). Tomando una sesión analítica como ejemplo, el diálogo entre paciente y analista es una secuencia de textos que son intermitentemente interpretados por ambos miembros de la díada, aunque, por supuesto, sean interpretados desde distintos lugares, con distintas herramientas y con una asimetría funcional que implica una responsabilidad particular para el analista. El analista interpreta el material ofrecido por el paciente, pero el paciente también interpreta las respuestas del analista a sus comunicaciones. El escenario se vuelve más complejo cuando recordamos que la comunicación no solo incluye el estrato verbal, sino toda la dimensión inconsciente que transita entre analista-analizando de manera inevitable desde el inicio de la sesión. La sesión analítica, la experiencia de vida del practicante, la experiencia de vida del analizando (incluyendo para ambos pertenencias socioculturales e institucionales, así como la teoría del sufrimiento emocional y la consecuente elección de una técnica por parte del practicante) es el contexto en el cual una multiplicidad de interpretaciones (a las que podemos considerar como hipótesis) sobre el diálogo analítico (que sería el texto a interpretar) se organizarán jerárquicamente (dependiendo de su pertinencia en el contexto particular de esa sesión analítica), permitiendo a la dupla analítica (pero principalmente al analizando) determinar cuáles de estas hipótesis se acercan más a la verdad analógica, que es limitada, contextual, pero suficiente para permitir la comprensión y el trabajo conjunto que da sentido a la experiencia analítica y, en especial, a la experiencia del analizando (Beuchot, 2008). Es esta la misma noción que considero debería aplicarse en el ejercicio de la teorización psicoanalítica, vista como ejercicio dialéctico con otros profesionistas del área.

A partir de lo anterior, queda claro que necesitamos algunas nociones universales que nos den sustento y nos permitan el acto interpretativo, sin cerrar el campo de reflexión y obturar la libertad de pensamiento analítico ¿cuáles serían éstas en psicoanálisis? Propongo que estas nociones son lo inconsciente y la transferencia.

Lo inconsciente

Considero que el aporte fundamental de Freud (1900/1986, 1905/1986 y 1915b/1986) fue el señalamiento de la existencia de lo inconsciente, así como la brillante articulación de un sistema teórico clínico para dar cuenta de esto y conceptualizarlo. Así, representaciones inconscientes determinan los síntomas, la conducta en general y la forma de vinculación afectiva con los otros. Debido al propio dinamismo y a las características de lo inconsciente (que está conformado mediante la represión), estas representaciones no son observables por sí mismas, sino que se manifiestan a través de sus formaciones: lapsus, chistes, actos fallidos, sueños, síntomas, clisés de relación. En el sentido descriptivo (como adjetivo), inconsciente se refiere al conjunto de contenidos que no están presentes en el campo actual de la consciencia. En el sentido tópico, refiere a uno de los sistemas definidos por Freud en su primera teoría del aparato psíquico, primera tópica (Laplanche y Pontalis, 1996). El término fue usado por primera vez en Inglaterra en 1751, entró a la lengua alemana con el Romanticismo, designando un conjunto de imágenes mentales, fuente de pasiones cuyo contenido escapaba a la consciencia. El psicoanálisis le da el lugar de una “otra escena”, un lugar desconocido para la conciencia (Roudinesco y Plon, 1998).

La interrelación entre ambos significados (el sentido tópico y el sentido descriptivo) es variada, dependiendo del momento teórico en el que Freud se encontraba y no la discutiré ahora. Esta definición me sirve únicamente para señalar que la noción de lo inconsciente, sea que lo tomemos como adjetivo o como sistema, parece estar presente en el pensamiento de todo psicoanalista. Aquí habrá quién diga que ha oído afirmar a teóricos que no trabajan con la noción del inconsciente. Puedo decir que, al menos en el acercamiento que yo he tenido con estos teóricos, a lo que están haciendo alusión es a la noción del inconsciente como estructura/caja/contenedor dentro del ser humano (Tubert-Oklander, 2013). Así, hay psicoanalistas que parten de la idea de que lo inconsciente (como adjetivo, como elementos que salen de nuestros campos de conciencia, como procesos dinámicos, complejos y fluidos con su organización y lógica propios) no está contenido por el psiquismo individual, sino que son procesos que nos trascienden y que nos conectan con los otros de forma íntima. Dejan la noción del inconsciente como un apartado dentro de la psique individual que guarda contenidos pulsionales y se acercan a la idea de lo inconsciente como procesos que nos trascienden y que nos conectan con los demás, que están siempre activos y que hacen que la vinculación sea fundamental en nuestra estructuración mental: algunos se refieren a esto como la matriz relacional (Foulkes, 1975; Mitchell, 1993; Stern, 2007; Stolorow y Atwood, 2004; Tubert-Oklander, 2013). 

Hay otros teóricos que se acercan a la noción del inconsciente como estructura, ya sea por ella misma (como la primera tópica freudiana) o asignando estas características al ello de la segunda tópica. Los teóricos que se identifican como ortodoxos o clásicos tienden a esta orientación. De este modo, dentro de las múltiples significaciones que tiene el término de lo inconsciente ¿hablamos de lo inconsciente según la propuesta inicial de Freud, o los aportes posteriores de Klein, Bion o Winnicott, los postkleinianos, los intersubjetivistas o la escuela francesa? Esto trae una serie de incomprensiones y malentendidos cuando se discute la clínica asumiendo que todos estamos hablando de un término tan fundamental de nuestra disciplina desde el mismo lugar, con el mismo sentido. Parece haber un solo lugar común: la noción de que como seres humanos nos enfrentamos a procesos y/o contenidos mentales que salen del ámbito de la consciencia y que tienen su muy particular dinámica –son entonces inconscientes–, de los que no podemos dar cuenta mas que a través de un trabajo analítico y que nos influyen de una forma que desconocemos, a menos que hagamos este trabajo analítico.

A partir de esta idea central, se desprende que los contenidos inconscientes no emergen a la conciencia de forma directa, la noción de represión vendrá a fortalecer esta idea, planteando que los contenidos inconscientes resultan de una u otra forma amenazantes para la conciencia, por lo que son reprimidos y solo emergerán haciendo una negociación, formación de compromiso, que tiene que sobreponerse a la censura, misma que en el tratamiento se mediatizará a través de la resistencia (Freud, 1912b/1986, 1913/1986, 1915a/1986 y 1926[1925]/1986). De este modo, las representaciones inconscientes emergen por medio de una transformación[1], ¿podríamos pensar que se metaforizan? La metáfora, dice Beristáin (1995), está fundada en una relación de semejanza entre los significados que de ella participan. Se puede describir como el resultado de un proceso que se pone en marcha cuando se utiliza un término en un contexto que no le corresponde, de donde viene la síntesis de los semas (unidades mínimas de significado) actualizados en su relación, mientras que ambos semas conservan de forma sintetizada su independencia conceptual. Asimismo, la metáfora se ha considerado un instrumento cognoscitivo por el que asociamos nuestra experiencia y nuestro saber, estando en el origen del pensamiento. ¿Podríamos pensar que los contextos inconsciente-consciente son los dos contextos diversos donde se requiere la metáfora para lograr la asociación entre la experiencia y el saber? Si es así, cuando un paciente llega a análisis, su discurso es una primera metáfora. Pero hay un analista que escucha y aquí entra un segundo elemento fundamental: la escucha analítica. El analista no escucha cualquier cosa, aunque al mismo tiempo sí lo haga. Esa es la paradoja de la atención libre flotante, base de la escucha analítica y complemento de la regla fundamental, la asociación libre (Freud, 1912b/1986 y 1913/1986). Esta tensión dialéctica entre atención y libre flotante, es lo que indica que pese a que el analista esté manifiestamente escuchando todo sin poner atención a nada en particular, en un sentido latente está atendiendo a algo: la emergencia de lo inconsciente. Freud señala incluso que el analista “debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor” (Freud, 1912b/1986, pág. 115). De ahí deriva una ineludible responsabilidad de su escucha, ya que si el analizando pudiera escuchar eso que dice sin saber que lo dice, no necesitaría análisis. Entonces, lo que el practicante decida señalar usando su agudeza (Lacan, 1957-1958/1999) (por medio de una pregunta, de un comentario, de un acto, de un chiste o de una interpretación) tendrá que ver con su escucha analítica, misma que se ha ido desarrollando a lo largo de su constante formación y que está, propongo, inevitablemente marcada por su subjetividad. Pero el analizando dice algo manifiesto y el practicante, a través de su escucha analítica, señala algo que apunta a lo inconsciente. Estamos en el terreno del código y el mensaje (Lacan, 1957-1958/1999), del lenguaje convencional y lo que significa para cada uno de nosotros hablar de lo que hablamos. Cuando el analista señala esto latente, ¿no está haciendo una segunda metaforización? Ahora es el diálogo entre analizando y analista en sesión, en donde se plasman los dos contextos (inconsciente-consciente, experiencia-saber) que se sintetizan para dar un sentido nuevo, conservando parte de su singularidad.

Pero si la traducción fuera tan sencilla nos ahorraríamos muchos problemas. Freud (1915b/1986) hablará de la multideterminación dinámica de lo inconsciente. En este sentido, me parece fundamental señalar que esa persona que acude a nosotros tiene un dolor, un sufrimiento, una incomodidad que lo mueve a buscar análisis. No obstante, ese algo que le pasa al paciente está conformado por una diversidad de elementos en constante interrelación dinámica y, por lo tanto, puede abordarse desde diversos caminos. Estos diversos caminos también están influenciados por una escucha singular del material, que incluye también un marco conceptual particular desde el que cada practicante escucha. Este marco conceptual no solo incluye las experiencias individuales, sino además un marco teórico referencial al que cada uno recurre, inevitablemente, para dar cuenta de su escucha. ¿Podríamos pensar que cada una de las elaboraciones teóricas (escuelas) son lenguajes metafóricos que atienden a diferentes elementos de lo multideterminado de la formación de lo inconsciente; y que al mismo tiempo refieren, de una forma u otra, a esa otra escena? (Recordemos a los sabios ciegos tocando al elefante).

La transferencia      

Todas estos entramados dinámicos inconscientes se ponen en acto en el proceso psicoanalítico mediante las diversas formaciones de lo inconsciente, pero de forma fundamental se manifiestan a través de la transferencia. En esta se sintetiza lo diacrónico y lo sincrónico, manifestándose el decir del presente en el presente del decir (Lacan, 1957-1958/1999), lo histórico y lo actual. La transferencia es el proceso por medio del cual se actualizan deseos inconscientes sobre ciertos objetos, dentro de determinada relación, y de modo especial, dentro de la relación analítica. Trata de una repetición de prototipos infantiles vividos con marcada actualidad (Laplanche y Pontalis, 1996). Freud (1912a/1986) habla de las disposiciones innatas más los influjos recibidos de la infancia, los cuales adquieren su especificidad en el ejercicio de la vida amorosa, dando como resultado un clisé (o varios) que se repite en la trayectoria de la vida (en la media en que las circunstancias exteriores y los objetos de amor asequibles lo permitan) y que tomará su consabido papel durante la cura analítica. Todas las corrientes psicoanalíticas consideran la transferencia esencial para el proceso, pero se dan múltiples divergencias en cuanto a su lugar en la cura, su manejo por parte del analista, el momento y los medios para su elaboración (Roudinesco y Plon, 1998).

El fenómeno de la transferencia es, en cierto sentido, consecuencia de aceptar la noción de lo inconsciente. Al enfrentarnos a procesos, afectos o contenidos que salen de nuestra consciencia y por lo tanto de nuestra comprensión directa y sobre todo de nuestro control, también nos acercamos a la idea de que esos procesos, afectos o contenidos influyen en la forma en que nos contactamos con el mundo y nos vinculamos con otros seres humanos, sin que demos cuenta de ello. Esto nos conduce a esperar de los demás respuestas que serían consecuentes con las características inconscientes que, de forma inadvertida, hemos colocado, vía la transferencia, en determinada relación. Estas características se conforman mediante introyección en los primeros años de vida, momento en que aprendemos y aprehendemos la forma en que el mundo funciona y nos relacionamos con él, también momento en el que nos depositaron todo un torrente de elementos, provenientes de nuestros cuidadores primarios, que se relacionan con nosotros a partir de sus propias disposiciones inconscientes y que realizan depositaciones inconscientes en relación a sus deseos, expectativas, temores, conflictos, etc.; no obstante, estos clisés vinculares también se ven modificados constantemente por el contacto con relaciones actuales (de no ser así la cura analítica no tendría razón de ser) (Freud, 1912a/1986 y Tubert-Oklander, 2013). Freud, (1912a/1986) es claro al describir cómo algunas de las mociones pulsionales recorren el pleno desarrollo psíquico; ese sector está volcado hacia la realidad objetiva en su búsqueda y está disponible para la parte consciente. Otra parte de estas mociones pulsionales, sin embargo, se ha detenido en su desarrollo, se encuentra apartada de la consciencia y de la realidad objetiva, y solo pudo desplegarse en la fantasía o ha permanecido en lo inconsciente. De este modo, cuando la necesidad de amor de alguien no se encuentra completamente satisfecha, la persona se volcará con sus representaciones-expectativa hacia los diversos objetos que aparezcan, habiendo en este proceso participación de ambas porciones de la libido (de la cociente y de la inconsciente). Es este fenómeno con el que nos enfrentamos en el proceso analítico, por lo que es entendible que esta expectativa se vuelque hacia el analista. Freud (1915[1914]/1986) habla de la transferencia como reediciones de rasgos antiguos, lo que lleva a la repetición de rasgos infantiles. Esto sería así para toda manifestación transferencial, del cual el amor es un fenómeno esencial, tanto dentro como fuera de la cura analítica. Es decir, que no hay ningún amor (o, para ser más extensos, ningún vínculo afectivo) que no repita modelos infantiles. No obstante, la transferencia tiene su lugar central en la clínica psicoanalítica por el carácter informativo que conlleva. Las únicas diferencias serían que el vínculo transferencial tiene menor libertad que el que se presenta en la vida (considerado normal), que permite discernir con más claridad su dependencia de los modelos infantiles, y que se muestra menos flexible y modificable.

El analizando anudará al analista con alguno de sus clisés preexistentes, es decir, que insertará al analista en una de sus series psíquicas (Freud, 1912a/1986 y 1915[1914]/1986). Este es un punto nodal de las diversas teorizaciones psicoanalíticas, en las que hay coincidencia en que las particularidades de la transferencia con el analista se entienden si se atiende no solo a las representaciones-expectativa conscientes, sino a las inconscientes que la han producido y que deben ser trabajadas para que estas mociones reprimidas devengan conscientes y puedan trabajarse. Freud (1915[1914]/1986) afirma que el sacar a la luz estas mociones podrá prestar una contribución al restablecimiento del analizando, extraído por el análisis de las mismas. Es fundamental señalar que el análisis se enfrenta con el fenómeno de la transferencia de forma espontánea y no porque se exhorte a los pacientes a desarrollarla. También habrá que recordar que ante la emergencia de la transferencia, por difícil que se torne el proceso, no es adecuado solicitarle al paciente que la sofoque para proseguir el tratamiento sin obstáculos, ya que es necesario que los complejos reprimidos sean llamados y se jueguen en el terreno de la transferencia para que puedan ser analizados. Así, es fundamental sostener los clisés trasnferenciales como algo que se atraviesa en la cura (y no como la realidad) y que deben ser reorientados hacia sus orígenes inconscientes. Retomando la definición de transferencia como el proceso por medio del cual se actualizan deseos inconscientes y prototipos (de relación) infantiles, viviéndolos con una marcada actualidad (Laplanche y Pontalis, 1996), podemos ver que esta noción teórica, central para la comprensión de la teoría y la clínica psicoanalítica, incluye tanto aspectos de contenido (deseos inconscientes actualizados) como de proceso (prototipos de relación infantil).

También dentro de esta segunda noción universal hay diversas opiniones. Hay quienes consideran la dupla transferencia-contratransferencia esencial (Heimman, 1950; Racker, 1990; Tubert-Oklander, 2013); hay quienes opinan que la transferencia solo es una y que va de paciente al analista y viceversa (Stern, 2007) y, como pionero de esta idea, Lacan (1960-1961/2003) fundamentándose en la noción de deseo y sobre todo del deseo del analista; hay quienes la piensan como la más fuerte resistencia (Freud, 1912a/1986 y 1915[1914]/1986) o como la fuente por excelencia de comunicación del paciente (Bion, 1996). El manejo de la misma también trae diferencias: se interpreta desde el inicio o se espera a que se haya establecido formalmente, sólo se interpreta la negativa o también la positiva, se comparten afectos del analista para clarificar la intrincada relación afectiva, o simplemente se habla del paciente, etc. (Etchegoyen, 2002; Ferenczi, 1932/1997; Greenson, 1976; Heimman, 1950; Little, 1957 y 2017; Racker, 1990). Dentro de toda esta multiplicidad de posturas, nuevamente lo que hay en común es el reconocimiento de que procesos inconscientes, afectivos y que reflejan deseos, conflictos y patrones de relación primarios, se repiten en la actualidad con otra persona, en especial con la persona del analista, y analizar esta repetición traerá luz sobre los procesos o contenidos inconscientes, que a su vez ampliará el conocimiento que tengamos de nosotros mismos y del vínculo. De este modo, ya sea porque la consideremos resistencia, porque la veamos como la forma de comunicación por excelencia, porque implique los deseos inconscientes del paciente o porque implique, en la dupla con la contratransferencia, el involucramiento del analista en la cura, todas las escuelas psicoanalíticas consideran, como afirmaba Freud, que “…todos los conflictos tienen que librarse en definitiva en el terreno de la transferencia.” (Freud, 1912a/1986, pág. 102).

Conclusión   

Mientras las nociones de lo inconsciente y de la transferencia, como pilares generales, caractericen nuestro quehacer en el consultorio, podemos considerar que estamos tocando el gran cuerpo del psicoanálisis. Las diversas teorías que se empleen para dar cuenta de eso que sucede (teorías que caracterizan escuelas, prácticas y que también provocan escisiones violentas), corresponderían a las necesarias e ineludibles metaforizaciones que pueden hacerse de aquello (la otra escena) que está en un contexto extraño, desconocido para nosotros y que necesitamos metaforizar, tratando de integrar nuestra experiencia con nuestro saber. Por lo tanto, mientras tengamos las nociones de inconsciente y transferencia como nociones generales, seguramente la visión que tendremos de los fenómenos clínicos y la explicación que les demos, serán elaboradas desde diferentes lugares, con diferentes perspectivas, utilizando metáforas diversas, pero estaremos –como los sabios ciegos– tratando de describir el mismo cuerpo. El riesgo está en comportarnos como los ciegos del relato y asumir que lo que yo haya vivenciado como psicoanálisis es la verdad, sin considerar que, pese a que yo no pueda tocar ciertas partes, hay otros sabios ciegos describiendo desde su contexto, una verdad analógica (Beuchot, 2005 y 2008) que, junto con la mía, contribuirá (si nos damos la oportunidad) a complejizar y complementar la noción que tengamos no sólo del psicoanálisis, sino del ser humano y sus procesos de subjetivación y estructuración psíquica.

Agrego que cualquier metáfora, cualquier teoría, puede dogmatizarse y/o banalizarse; cualquier teoría puede ser impuesta, forzada para obturar la escucha analítica. Tal vez esta dogmatización tiene que ver con que es muy difícil que las teorías y conceptos (es decir, el lenguaje metafórico que usamos para dar cuenta de lo inconsciente) se independicen del ideal de la comunidad a la que se quiere pertenecer.

El reto, me parece, estaría entonces en tener estos referentes teóricos como una necesidad al servicio de dar cuenta de lo inconsciente (que de otra forma es inaprensible) tratando de alejarse de la utilización de una teoría para satisfacer la demanda emanada del deseo de aceptación y pertenencia a una comunidad particular.  Es decir, usemos los referentes teóricos como metáforas, que dan cuenta de fenómenos que pertenecen a otro contexto inaprensible de otro modo, sin dogmatizarlas al punto de establecerlas como única metáfora posible y requisito de pertenencia. 

Esto es lo que me lleva a proponer que el psicoanálisis tiene un gran cuerpo teórico-práctico (aunque conserve elementos fundamentales), conformado por múltiples escuelas (grupos de metáforas) usadas para entender la experiencia humana y la experiencia analítica, y que posibilitan diversas prácticas clínicas. Tan riesgoso es cerrar el abanico a un solo grupo de metáforas, como es riesgoso aplicar el principio de “todo se vale”. La orientación está en la referencia a los elementos fundamentales que son el reconocimiento de lo inconsciente, de la transferencia y el uso del dispositivo analítico (derivado de las nociones anteriores) conformado por la asociación libre y la atención libre flotante. En este sentido, termino evocando una definición de Freud sobre el psicoanálisis que me parece creativa y que apertura el panorama: “Cualquier línea de investigación que admita estos dos hechos [la resistencia y la transferencia] y los tome como punto de partida de su trabajo tiene derecho a llamarse psicoanálisis, aunque llegue a resultados diversos a los míos.” (Freud, 1914/1986, pág. 16, corchetes de la autora).

 

[1] Freud, en una carta a Fliess del 6 de diciembre de 1896 empieza a plantear esta idea, hablando de las diversas transcripciones que requiere el material inconsciente para hacerse consciente.

Referencias

Beristáin, H. (1995). Diccionario de retórica y poética. Porrúa.

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