aperturas psicoanalíticas

aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis

Número 004 2000

Conceptos relacionales en psicoanálisis: una integración

Autor: Levinton, Nora - Mitchell, S.A.

Palabras clave

Agresividad, Angustia, depresión, Identificacion, Masoquismo, Matriz relacional, Mitchell, Modelo del conflicto relacional, Modelo pulsional, Modelo relacional, S., sexualidad, Sistemas motivacionales, Tecnica del narcisi.

  • Libro: Conceptos relacionales en psicoanálisis: Una integración (1993) Stephen A. Mitchell. Siglo XXI Editores, México D.F.

Introducción

El libro plantea que los interrogantes más urgentes de la teoría y la práctica contemporáneas del psicoanálisis giran en torno a la relación que guardan entre sí las numerosas escuelas y tradiciones psicoanalíticas. En la búsqueda de una respuesta, Mitchell afirma que hay dos estrategias habituales frente a la diversidad y heterogeneidad de las escuelas: una consiste en adoptar sólo una teoría (clásica, neoclásica o contemporánea) que representa alguna de las ortodoxias reconocidas y que excluye a las otras, lo que provee de continuidad y precisión, aunque resta riqueza; la segunda está representada por el eclecticismo que supone que puede creerse en diferentes teorías y aplicarlas bien a diferentes pacientes o al mismo paciente en diferentes momentos de su proceso. En este caso, la ventaja estaría dada en lo abarcativo del intento y su riesgo en la falta de rigor conceptual.

La propuesta del autor es una tercera vía a la que se caracteriza como de integración selectiva,  que valora todas las aportaciones con un sentido crítico considerando los aspectos que las hacen compatibles con las demás y los  que resultan excluyentes.  El objetivo es dar cuenta de en qué casos clínicos  es conveniente aplicar una determinada teoría.

Por lo tanto, señala las dos perspectivas fundamentales del psicoanálisis contemporáneo: una es la teoría freudiana de las pulsiones y la otra incluye a la escuela inglesa de las relaciones objetales, al psicoanálisis interpersonal y a la psicología del self, bajo la denominación de lo que Greenberg y Mitchell han llamado modelo relacional que, a pesar de diferir en muchos aspectos importantes, contiene elementos comunes que han cambiado la naturaleza de la investigación psicoanalítica.

Para introducirnos en las discrepancias entre el modelo pulsional y el interpersonal, Mitchell especifica las diferencias esenciales que los caracterizan. El modelo pulsional es el de una mente habitada por “urgentes deseos sexuales y agresivos que pugnan por expresarse... La mente está compuesta de complejos y elegantes acomodos entre la expresión de los impulsos y las defensas que los controlan y canalizan. La búsqueda analítica clásica implica el descubrimiento de los impulsos infantiles instintivos y la posterior renuncia a ellos. Durante sus primeros cincuenta años, esta perspectiva dominó la generación y el desarrollo de las ideas psicoanalíticas” (pág.13).

En el llamado modelo relacional, serán las relaciones con los demás y no las pulsiones la materia prima de la vida mental. “No nos describen como un conglomerado de impulsos de origen físico sino como si estuviéramos conformados por una matriz de relaciones con los demás, en la cual estuviéramos inscritos de manera inevitable, luchando simultáneamente por conservar nuestros lazos con los demás y por diferenciarnos de ellos. Según este punto de vista, la unidad básica de estudio no es el individuo como entidad separada cuyos deseos chocan con la realidad exterior, sino un campo de interacciones dentro del cual surge el individuo y pugna por relacionarse y expresarse. El deseo siempre se experimenta en el contexto de la relación, y este contexto define su significado. La mente está compuesta de configuraciones relacionales. La persona sólo es inteligible dentro de la trama de sus relaciones pasadas y presentes. La búsqueda analítica implica el descubrimiento, la participación, la observación y la transformación de estas relaciones y de sus representaciones internas ” (pág.14).

Mitchell comenta que muchos autores contemporáneos conservan el término “pulsión” (o instinto) pero alteran el significado para poder utilizarlo dentro del modelo relacional, lo cual contribuye a crear confusiones para poder identificar qué es lo que se conserva y qué se ha cambiado del concepto freudiano.

Para el autor, la distinción fundamental de la teoría pulsional clásica es que describe a la mente como fundamentalmente monádica: desde dentro pujan presiones endógenas. En cambio, en la teoría del modelo relacional, la mente es diádica e interactiva y por encima de todo busca contacto con otras mentes; acorde al modelo de estas interacciones se organizarán las estructuras psíquicas.

Para el modelo relacional “…las experiencias y los acontecimientos corporales son capacidades evocadas que derivan su significado de la manera en que se configuran en la interacción con los demás” (pág.15).
Se destaca que, tanto el modelo pulsional como el relacional, tienen en cuenta la biología, la cultura, el cuerpo y el medio social pero en lo que difieren es en la interacción entre estos factores. Si el modelo pulsional privilegia que las presiones instintivas conforman a los factores sociales, en el relacional la biología y los procesos interpersonales constituyen ciclos perpetuos de interacción mutua.

“El cuerpo contiene procesos mentales que se efectúan en un contexto social, el cuál a su vez define los significados subjetivos de las partes y los procesos corporales que vuelven a moldear la vida mental” (pág.16).
Mitchell propone el empleo de la expresión “matriz relacional” para superar la dicotomía entre lo interpersonal y lo intrapsíquico, confiriéndole a la realidad psicológica la capacidad de abarcar ambos terrenos, así como la mente puede operar con motivaciones referidas a la autoregulación y a la regulación del campo de las relaciones.

Considera el autor que aquellas líneas del modelo relacional más afines a la teoría pulsional, como la psicología freudiana del yo y la psicología del self, incluso cuando abandonan el concepto de pulsión, mantienen un aspecto de la perspectiva monádica de la mente: destacan la dimensión del “self” de la matriz relacional,  que deriva de la interacción pero una vez establecido  opera con mayor o menor independencia de las interacciones con los otros. Por lo tanto el énfasis estará puesto en: la organización del self, las funciones del yo, la regulación homeostática de los afectos, las necesidades de desarrollo y el self nuclear o verdadero. Es esta una versión del modelo relacional que prioriza las interacciones pasadas sobre las propiedades interactivas presentes de la mente, que dará lugar al concepto de detención del desarrollo de la acción terapéutica del psicoanálisis.

Mantiene que uno de los propósitos del libro es establecer una perspectiva panorámica de los problemas de la teoría y la técnica y ofrecer esa tercera opción del modelo relacional y de conflicto, en que “los antagonistas de los conflictos psicodinámicos medulares son las configuraciones de relaciones, las inevitables pasiones conflictivas que surgen en cualquier relación y las exigencias contrarias, por fuerza incompatibles, de las diferentes relaciones e identificaciones significativas” (pág.22).

El libro divide cada parte en dos capítulos, el primero se define como más bien teórico y el segundo más clínico. La parte I presenta diferentes estrategias y opciones del modelo relacional para poner de manifiesto a la relación intersubjetiva como unidad psicológica primitiva de la vida emocional.

En la parte II se plantean las limitaciones del modelo pulsional freudiano respecto a la naturaleza de la sexualidad como clave de la teoría clásica de la mente  y  la III se refiere al infantilismo como el papel significativo de los conceptos del desarrollo temprano en la teoría y práctica del psicoanálisis.
Las dos últimas están dedicadas una a la cuestión del narcisismo y la otra a la continuidad y el cambio respectivamente, refiriéndose al complejo asunto de la naturaleza del cambio analítico introduciendo la controversia entre determinismo y libre albedrío.

Parte I

Los límites

1. La matriz relacional

El capítulo se inicia con una referencia al cambio de paradigma producido en los últimos decenios en la evolución de las ciencias naturales, que ha afectado al psicoanálisis en cuanto a la redefinición de la mente como “modelo de transacciones y estructuras internas derivadas de un campo interactivo e interpersonal ”(pág. 29).

Por lo tanto, se incluye al modelo relacional como una de las teorías sociales de la mente junto a la teoría interpersonal, y a la de las relaciones objetales, formando parte de un movimiento más amplio de disciplinas, la antropología entre ellas, en la que el cambio aludido conduciría a plantearse que “la mente por su propio origen y por su naturaleza, es un producto social” (pág.30). Cambio también operado en el campo lingüístico en que se cree que la experiencia se estructura mediante el lenguaje, condición inevitable y esencialmente social e interactiva.

Mitchell  destaca la importancia que tienen las experiencias preverbales en el proceso de desarrollo y en el futuro de las relaciones adultas. Habría una matriz semiótica en la cual las dimensiones preverbal y no verbal de la experiencia se expresarán dentro de un sistema de significados lingüísticos conformados socialmente. De modo que el significado se derivaría de la matriz relacional.

Apunta a que dentro de este  modelo relacional los partidarios de una postura más radical cuestionan la idea misma de que la mente individual pueda constituir una unidad de estudio significativa, ya que al estar en interacción con los demás desde los primeros días su experiencia estará conformada por estas interacciones.  Cita a Stern quién lo ilustra como “de hecho, gracias a la memoria rara vez estamos solos, ni siquiera (o tal vez especialmente) durante los primeros seis meses de nuestra vida... Así pues, la idea del yo-con otro como realidad subjetiva es casi universal” (pág.32).

Como referencia privilegiada para ubicar el tema del epígrafe titulado: "la naturaleza intrínseca de las relaciones" hace referencia a Bowlby y ubica al apego como necesidad biológica fundamental en sí (no derivada de otras necesidades biológicas) inscrita en la especie humana. De modo que… “la necesidad de madre es la necesidad más urgente e importante del infante, es la condición para satisfacer todas sus demás necesidades” (pág.34).

También Lichtenberg ratificará la “capacidad preadaptativa” para la interacción directa con la madre, de modo que las pruebas parecen confirmar de manera muy consistente que no es que el bebé se vuelva social mediante el aprendizaje o adaptación a la realidad sino que está programado para ser social. “La relación no es un recurso con otro fin (reducir la tensión, sentir placer o seguridad); la naturaleza misma del bebé lo empuja a relacionarse. Además, parece que la relación en sí constituye una gratificación (pág.37).
Se retoma así el lema de Fairbairn: se busca primariamente al objeto y no sólo placer libidinal sexual, y la perspectiva de Sullivan sobre la base relacional de la estructura humana. Sus  observaciones sobre la lealtad de los niños maltratados hacia los padres maltratadores, lo llevó a plantear que la principal necesidad del niño no era la consecución del placer o la gratificación sino el poder establecer una fuerte relación con otra persona. El motivo básico de la experiencia humana sería  la búsqueda y conservación de un fuerte vínculo emocional con otra persona.

Mitchell menciona lo espinoso del tema y la controvertida conceptualización freudiana de la “compulsión a la repetición” para explicar la tendencia a repetir experiencias dolorosas o a establecer relaciones autodestructivas, y la dificultad para articular la premisa hedónica del principio de placer con la repetición sistemática de los conflictos tempranos. Plantea abiertamente que ni la formulación de la “adhesividad de la libido” a las primeras relaciones objetales ni el “más allá del principio de placer” llegan a ser explicaciones convincentes, por lo que reconoce un aporte valioso en la aproximación de Fairbairn de que la verdadera prioridad motivacional es la de ingresar en la comunidad humana y establecer fuertes lazos con los demás.
También destaca el concepto de reparación de Melanie Klein (1935, 1940), planteado como anhelo de consolar y rectificar, que describe la pugna entre la envidia por un lado y la gratitud por el otro,  enfoque que realza el factor de las fuerzas constitucionales y de la fantasía. Para el autor,  al trasladar la descripción de esta dinámica  a la matriz interactiva del marco metapsicológico de Fairbairn que  incluye la consideración del carácter de los padres y las transacciones reales, se podría interpretar la necesidad de reparación como reacción ante los verdaderos sufrimientos del otro. Y hacer extensiva esta dialéctica entre  la fuerte necesidad de  establecer y proteger vínculos íntimos con otros y los esfuerzos por escapar de los peligros que estos suponen, representados por el sentimiento de vulnerabilidad y la amenaza de la desilusión. El apartado finaliza con la consideración acerca de que para algunos teóricos del modelo relacional el establecimiento y la conservación del sentido de la identidad es la  motivación fundamental.

El niño aprende a conocerse a través del reconocimiento proveniente especialmente de la mirada y las palabras de su madre. El sentido del self sería un momento de culminación del desarrollo, logrado a través de la búsqueda de la estabilidad y en la continua interrelación con los demás. Se citan los autores que más han trabajado este tema: Winnicott y su propuesta de que la adquisición de un fuerte sentimiento del self es el principal logro del desarrollo temprano normal;  y Kohut (1971) con su perspectiva del desarrollo del self a partir de las relaciones con el objeto, siendo las funciones parentales de especularización y de proveer de una imago parental idealizada esenciales para la constitución de un self cohesivo.

En  el modelo propuesto por Mitchell los esquemas repetitivos de experiencia humana se derivan de una tendencia general a conservar la continuidad, las conexiones y la familiaridad del mundo personal e interactivo. La definición de las configuraciones relacionales básicas tienen tres dimensiones: el self, el otro y el espacio entre ambos. Y es este espacio en el que harán énfasis los teóricos del psicoanálisis interpersonal, destacando las transacciones reales entre el analizando y los demás, intentando recabar que sucedió realmente en las primeras relaciones familiares y registrando las percepciones del “aquí y ahora” de la relación analítica.

Quienes  destacan lo intencional de las relaciones, profundizan en el polo objetal del campo relacional, para estudiar el modo en que diferentes clases de identificaciones y vínculos con otras personas son utilizados como enlace y aglutinamiento del mundo personal.

Y los teóricos que subrayan las relaciones por implicación destacan el polo del self del campo relacional. Winnicott se centra en la fragmentación del sentido del self y en la presencia ( o ausencia ) del sentido de autenticidad y realidad y Kohut en la necesidad primordial de self  de conservar su continuidad y cohesión y los complejos procesos psíquicos que lo posibilitan.

En el dilema de priorizar uno u otro aspecto, Mitchell apunta:  “Marcar las prioridades al sentido del self, a los vínculos objetales o a los patrones de interacción, es como tratar de decidir si lo que le conserva la forma al cuerpo son la piel, los huesos o los músculos...Desde este punto de vista, los seres humanos simultáneamente regulan al self y al campo relacional. Nos interesa tanto crear como conservar un sentido del self relativamente estable y coherente a partir del flujo continuo de la percepcion y el afecto, y crear y mantener contactos seguros y que nos sostengan con los otros tanto en la realidad como en forma de presencias internas. La dialéctica entre la autodefinición y la conexión con los demás es compleja e intrincada, y a veces destaca la primera y a veces la segunda. Los procesos reguladores del self y los reguladores del campo de relaciones a veces armonizan entre sí y a veces entran en pugna, constituyendo la base de fuertes conflictos. Lo intrapsíquico y lo interpersonal son terrenos que se trasminan de continuo, y cada uno tiene su propia serie de procesos, mecanismos e intereses”(págs. 49-50).

2. “Las pulsiones” y la matriz relacional

El punto 2 propone revisar el momento en que surge el concepto de pulsión en la teoría psicoanalítica para poder entender tanto su alcance explicativo como sus limitaciones, y así examinar cómo fue tratada la cuestión por las diferentes escuelas psicoanalíticas. Se retoma la consideración de la seducción infantil (previa a 1897) por parte de los adultos como etiología medular de la neurosis. Inicialmente en esa teoría, desde afuera, una seducción externa introducía simientes patógenas que desencadenaban la neurosis, lo  que permitiría a Freud acuñar la famosa frase “los neuróticos sufren de reminiscencias”.

Poco tiempo después hubo una radical rectificación sobre este punto cuando Freud afirmó que las seducciones no habían sucedido en realidad sino que eran producto de la fantasía de sus pacientes. Los motivos del  abandono de esta hipótesis son comentados en el apartado “De la seducción a las pulsiones”,  planteándose  como un tema controvertido.  Allí se mencionan varias posibilidades: que el descubrimiento en  Freud de su propio complejo de Edipo en una serie de sueños (posteriores a la muerte de su padre acaecida en 1896) lo llevaran a pensar que los relatos de sus pacientes no se refirieran a episodios reales sino a deseos similares a los suyos (Ellenberger, 1970); que este cambio de criterio pudiera atribuirse  a  factores más defensivos ligados a su reticencia a aceptar secretos e hipocresías de su propio padre (Levenson, 1983); o que fuese una modalidad vergonzosa  de ocultamiento sobre la actuación de los padres de la clase alta vienesa y de las instituciones médicas (Mason, 1984).

Pero, para Mitchell la importancia del cambio no radica en los motivos sino en el impacto que produjo a posteriori sobre la historia de las ideas psicoanalíticas, ya que las consecuencias supusieron que si el material patógeno no se implantaba en la mente infantil a través de seducciones externas,  precoces debía provenir “desde adentro”. De modo que, a partir de ese momento Freud propone que el psiquismo infantil contiene dentro de sí fuertes pasiones sexuales de naturaleza inevitablemente conflictiva lo cual la transforma en un complejo  y dramático entramado. Pero, además como tan lúcidamente queda señalado:  “La teoría de la sexualidad infantil también produjo una interpretación muy diferente a la cuestión de los límites  y  la motivación.  La teoría de la seducción había colocado al  individuo, por lo menos al neurótico, en un contexto social. No se podía comprender la psicopatología observando sólo al individuo: para estudiar las ideas y los afectos patógenos había que conocer las influencias sociales externas, los escenarios interpersonales de donde surgen. Al abandonarse  la teoría de la seducción infantil,  las demás personas y el contexto cultural  pasan a un segundo plano. La mente del individuo ha producido su propia fragmentación y sus dificultades. Lo importante no son las otras personas, sino las fantasías del paciente acerca de los demás, y éstas fantasías brotan de la mente del propio individuo. Lo que en la realidad sucede pierde importancia frente a lo que el paciente cree que sucedió, lo que desea que haya sucedido, etc. La mente del individuo crea su propio mundo con el material de la experiencia, pero la composición de ese mundo está fijada de antemano. La experiencia y los acontecimientos reales no carecen de importancia, pero  se utilizan para construir los anhelos, temores y dramas inevitables que constituyen extensiones de la naturaleza del niño” (pág. 57).
Como consecuencia se establecen dos conjuntos de conceptos dicotómicos asociados a los términos intrapsíquico  e interpersonal, fantasía versus percepción, realidad psíquica vs. mundo exterior, y teoría pulsional vs. teoría de las influencias ambientales.

Por lo tanto, el modelo pulsional se instituye a partir de 1910  y eleva a la pulsión como constituyente básico y materia prima de la vida mental: tensiones corporales con representaciones psíquicas originadas en alguna fuente determinada que ejercen presión sobre la mente que intenta liberarse de esas tensiones. Se trata de reducir el displacer generado por la excitación para obtener placer:  la mente se estructura de acuerdo con la necesidad de controlar y regular los modos de gratificación pulsional, y  las defensas son creadas a modo de derivados cuyo propósito es lograr vías de inhibición y sublimación. Todo  (sueños, síntomas neuróticos, perversiones sexuales,  e incluso los estados de ánimo) se origina en estos componentes pulsionales y la psicopatología clínica se basará en el rastreo de los deseos infantiles para  su interpretación.

En “La encrucijada de Freud” Mitchell se dedicará a rastrear  minuciosamente el desarrollo freudiano  que lo conduce desde la teoría pulsional hacia la idea de la  identificación como mecanismo fundante, perspectiva que dará lugar,  posteriormente, al enfoque propio del modelo relacional. Plantea que “Duelo y melancolía” es el momento  de resquebrajamiento  en la construcción de la teoría, ya que resta claridad a la congruencia del modelo pulsional de la identificación como consecuencia de una pérdida objetal, y sugiere que  si Freud otorgaba tanta importancia clínica a las identificaciones, debería haber creado un marco metapsicológico distinto para incluirlas.

Su crítica, rigurosa y respetuosa, plantea complejos cuestionamientos a la teoría psicoanalítica clásica, especialmente a la confusión que se establece a partir de 1921 con el planteo de que en la fase primitiva oral del sujeto, al comienzo de nuestra vida no puede distinguirse entre investidura de objeto e identificación, lo que según Mitchell es una afirmación que “nos llena de confusión metapsicológica y oscurece el más básico de los sistemas motivacionales” (pág.63).

Insistiendo sobre este punto, comenta que en el tercer capítulo de “El yo y el ello”(1923) se aborda el problema básico de los orígenes psicodinámicos y la categoría metapsicológica de las identificaciones con una sorprendente imperfección conceptual, a diferencia de la gran mayoría de los escritos de Freud. Serían indicios de las dudas que Freud pudiera haber tenido entre darle a las identificaciones tempranas un lugar fundamental en el desarrollo y la motivación o sujetarlas “a las vacilaciones de la explicación de la teoría pulsional e interpretarse como viscisitudes instintivas”(pág.63).  Es decir, sugiere la posibilidad de que las identificaciones representen algún tipo de  relación objetal primera que constituye un factor motivacional básico, pero finalmente  retorna al planteo de 1917 que establece que el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas. De todos modos, para Mitchell se mantiene la oscilación en la formulación freudiana al señalar en un párrafo que pueda haber “simultaneidad de investidura de objeto e identificación” y en el siguiente que aquí podría encontrarse el trasfondo de la transformación de libido objetal en narcisista, posibilitando la sublimación.

Para Mitchell la ambigüedad se mantiene  respecto a la categoría metapsicológica de las  identificaciones tempranas, y en esa “identificación directa e inmediata y  más temprana que cualquier investidura de objeto”(p.31[33]) encuentra una premisa del modelo relacional bajo la forma de una relación objetal primaria. Pero, apunta a que Freud privilegia como las identificaciones más importantes para la formación del carácter las que resultan del complejo de Edipo, aplicando nuevamente el modelo pulsional donde las identificaciones surgen como consecuencia del abandono de las catexias libidinales dirigidas a los padres como objetos. El superyó surgiría en el proceso de renuncia de los deseos edípicos y se alía con el yo para defenderse de esos deseos. Luego Freud ampliará  sus observaciones incluyendo la religión, la moral y “el sentido social”.

Como corolario de su crítica a la primacía de la teoría pulsional, agrega:  “Lo asombroso de la conclusión de este tercer capítulo es el apremio de Freud por regresar a la explicación de las identificaciones como catexias objetales abandonadas. Al  explicar los sentimientos sociales como formaciones de reaccciones, parece haber dejado atrás definitivamente su anterior sugerencia de que existen identificaciones primarias previas o simultáneas a las catexias objetales. ¿No serán estas identificaciones una base mucho más económica conceptualmente para los apegos objetales y los sentimientos sociales? Pero está claro que Freud no eligió esa posibilidad metapsicológica ni trató de integrarla a la teoría pulsional; deja el cabo suelto de las identificaciones primarias, que son oscuras  en lo metapsicológico, y termina explicando las identificaciones posteriores como consecuencia de las catexias objetales abandonadas. La importancia clínica de las identificaciones ha sido explicada mediante los principios de la teoría pulsional…”(pág.65-66).

Sostiene por lo tanto, que  la compleja historia de las ideas psicoanalíticas puede verse como una serie de estrategias para tratar este dilema conceptual con que Freud luchaba en 1923: la discordancia  entre los datos clínicos, en los que abunda la información referente a las relaciones con los demás, y el marco conceptual que relega estas relaciones a un papel secundario. Cada una de las principales escuelas psicoanalíticas contemporáneas representaría diferentes intentos de resolver este dilema.

La estrategia en la  que se enmarca Mitchell como fundamento de este libro es la de la  perspectiva meramente relacional sin combinatoria con el modelo pulsional, pero hace referencia a la correlación entre las luchas intestinas dentro del  mundo psicoanalítico respecto de la teoría pulsional, y el dilema humano universal de articular los pensamientos actuales con las ideas tradicionales. Así alude al tinte religioso que adquiere el tratamiento  que se hace del legado de Freud como si fuera un texto sagrado, interrogando sobre la posibilidad de impugnar algo del documento original sin correr el riesgo de dejar de ser "un verdadero creyente".

Cita a Loewald como un ejemplo paradigmático de reconocida  interpretación imaginativa, dada su lectura  no literal sino una  utilización del texto freudiano para producir nuevos significados. Pero, en cambio, critica a los autores que no aceptan que  aunque hacen una interpretación libre, leen  a  Freud atribuyéndole el sentido que les resulte conveniente para avalar su propia posición.  Esto promueve una importante confusión al borrarse las diferencias esenciales de las premisas conceptuales lo que torna imposible el análisis de las consecuencias de estas diferencias.

Sobre la combinación de los modelos, Mitchell apunta al interés de seguir planteando interrogantes sobre cómo utilizan los analistas el marco de un modelo en especial, la evaluación que pudiera hacerse de la utilización de un modelo único o de una forma alternativa, o si al emplear conceptos de diferentes autores se sigue el modelo original o se modifican sus significados para acomodarlos de forma congruente con el propio modelo; todos ellas cuestiones de enorme relevancia y como sostiene el autor, poco estudiados en nuestro campo.

Llegados a este punto Mitchell concluye diciendo que su estrategia para este libro será la de integrar las principales pautas de las teorías psicoanalíticas  del modelo relacional en una perspectiva más amplia, en la cual se omitirá el concepto de pulsión. Aclarando que  tratar de ubicar lo innato en el modelo relacional es imposible ya que significaría la traspolación de un término propio de un paradigma para incluírlo en otro.
 “Para los teóricos  relacionales, todos los significados se producen en la relación y por ello nada es innato de la misma manera que en el modelo pulsional. Incluso se cree que los acontecimientos corporales más elementales, como el hambre, la defecación y el orgasmo, se experimentan mediante las texturas simbólicas de la matriz relacional y en ese contexto se interpretan. Así pues, en un sentido amplio, el propio establecimiento de la matriz relacional es innato, y quizás es mejor definir el desarrollo  humano como "el despliegue continuo de una naturaleza social determinada de manera intrínseca"”(Stern,1985,p.234)(pág.78)

Parte II

3. La sexualidad

Siguiendo con la  línea propuesta, el apartado 3 estará dedicado al análisis de la estrecha relación entre la interpretación freudiana de la naturaleza de la sexualidad y su psicopatología y el concepto de pulsión basado en los principios biológicos del siglo XIX.

El 4 tratará sobre cómo la interpretación de la sexualidad queda determinada por el concepto de pulsión y los cambios que se producen al trasladarla al marco de la matriz relacional. Para el modelo integrado la sexualidad es considerada un terreno donde los conflictos relacionales se forman y desarrollan hasta su fin.
Freud es descrito como un representante de su época, caracterizada como la “edad de la energía”; por lo tanto, su esquema de un aparato psíquico como un sistema hidráulico de presiones, canales, diques, flujos, soportes y desviaciones es una ilustración de las ideas predominantes en el siglo XIX. Paralelamente, las investigaciones sobre fisiología cerebral destacaban el descubrimiento de la conducción de impulsos eléctricos a través de las células nerviosas.

Así pues,  los primeros intentos freudianos para explicar la psicopatología ya tienen en cuenta estas referencias y privilegian como función esencial del sistema nervioso el control de la excitación  para evitar el fallo en la regulación de la energía cuya consecuencia sería  la neurosis,   comparada con un estado de intoxicación en términos de sobrecarga que el sistema no puede tramitar.

En la teoría de la seducción infantil la sexualidad era pensada dentro del contexto de las primeras relaciones con otras personas significativas, el origen de la excitación sexual patógena se atribuía a las “impresiones externas, seducciones sexuales en la niñez temprana” que no habían producido el impacto traumático en el momento real del episodio (ya que el niño estaba preservado por su ingenuidad y desconocimiento del significado), que adquirirían el verdadero efecto patógeno con el despertar sexual de la pubertad cuando los recuerdos de la seducción recuperaban su carácter perturbador de sobreexcitación.

A partir de 1897, se produce el cambio radical: Freud resuelve que el material que traían sus pacientes sobre recuerdos de seducciones no tenía que ser necesariamente verídico y  se inclina por una teoría donde la pulsión es la energía motivacional que habilita al aparato psíquico, conteniendo la fuerza y los principios mediante los cuales la mente se despliega y estructura. El centro de gravedad de la teoría se desplaza de las interacciones con los otros, a las pulsiones innatas, que contienen significados codificados a priori. Siguiendo el modelo del acto reflejo de la  función del sistema nervioso, pero ahora el estímulo que pone en marcha al proceso, pasa de ser una impresión externa, a una interna, la pulsión.

El autor  señala el paralelismo entre la teoría clínica de la sexualidad y la metapsicología que la comprende con la teoría darwiniana de la evolución de la especie. Primero la sexualidad y, a partir de 1920, la agresividad nos vinculan a nuestro pasado animal.

En "El cambio de modelos" al abordar la cuestión de la sexualidad retoma las preguntas básicas sobre el tema: ¿por qué la sexualidad tiene tanta importancia motivacional y por qué se vuelve tan problemática? propone un recorrido por distintas escuelas y autores para tratar de responderlas de acuerdo a sus respectivos enfoques, para llegar a la propuesta del modelo relacional en que la sexualidad “proporciona otras alternativas para establecer y conservar las configuraciones relacionales(pág.114).
Mitchell alude en “La teoría del sexo sin pulsión”  a la dificultad de darle importancia motivacional y estructural a la sexualidad al quedar desligada del concepto de pulsión y que en el intento de búsqueda de una explicación  sobre su incidencia en el desarrollo de la personalidad y en la psicopatología.  Hay dos modalidades de respuesta: los que se centran en la dimensión objetal de la matriz relacional y los que se centran en el self. A pesar de que ambos grupos describen la misma matriz relacional en el cual el self se estructura a través de las interacciones con los demás, en un caso se destaca el vínculo con el otro (cómo se establece y conserva); y  los del segundo grupo enfatizan la continuidad del self y la conservación de la identidad.

Su propia formulación es que lo fundamental es establecer  y conservar la relación,  y acaso la sexualidad sea el medio más fuerte en el que la intimidad y el contacto emocional se buscan,  estableciendo un  intercambio mutuo de intenso placer y respuesta emocional.

Parte  III : El infantilismo

Otro tema importante que aborda el libro son los cambios que se  fueron gestando  en la teoría en relación al tema del desarrollo, la cuestión de la detención del mismo, el conflicto,  y los factores generadores de psicopatología.

Desde el enfoque relacional, la importancia de comprender el pasado reside en que así se obtienen las claves para descifrar cómo y porque el presente se configura de una manera determinada.  Las primeras experiencias  no serían restos estructurales que permanecen fijos sino que su relevancia está dada por constituir la primera representación de esquemas de relaciones familiares que se repetirán, una y otra vez,  bajo  diferentes formas  en las sucesivas  fases del desarrollo.

Parte IV: El narcisismo

El papel del narcisismo en la teoría freudiana, pensado como un estudio de la ilusión y de su relación con el amor a uno mismo, es enfocado extensa y minuciosamente, tanto en la evolución de la conceptualización como en el abordaje técnico sugerido por las distintas escuelas, describiendo los aportes de Winnicott  y Kohut en el sentido de proponer  el proceso analítico no como una situación   de abstinencia   sino destinado a la satisfacción de experiencias decisivas para el desarrollo que en su día los padres pudieran no haber cumplido eficazmente.

Se contrapone así, radicalmente, con el planteo de  Kernberg que define las configuraciones narcisistas como defensas regresivas ante la frustración, la agresión y el desengaño por lo que habría que someterlas al análisis “objetivo” desmontándolas.

Siguiendo su propuesta relacional, para Mitchell habría que considerar las ilusiones narcisistas no solamente como una solución defensiva ante una amenaza psíquica interna ni como la expresión de la vida mental infantil, sino como una forma de interacción y participación con los demás.

Así el apartado “Un delicado equilibrio: el juego clínico de la ilusión” se extiende sobre las diferencias en el tratamiento técnico del narcisismo, sobre cuál puede ser la respuesta más útil por parte del analista, si se participa o no de las ilusiones narcisistas, aunque, al mismo tiempo, se cuestiona la naturaleza y el propósito de esa búsqueda de reafirmación, y toda la amplia gama de posibilidades que el autor despliega en un meticuloso examen sobre el tema.

Se evalúan los alcances y  riesgos de las distintas intervenciones concluyéndose que aunque no sea habitual reconocerlo el  método adecuado surgirá del ensayo y error en que se ponen a prueba distintas intervenciones: la perplejidad, la broma, el análisis, la refutación intelectual, etc., hasta descubrir cuál de las actitudes  llevan a una mayor comprensión y capacidad de transformación.

Parte V: La continuidad y el cambio

El último capítulo trata de los problemas clínicos más importantes resumidos en dos preguntas: ¿por qué la gente se aferra tanto a su patología? y ¿cómo logra el proceso analítico que cambie?

La primera pregunta se relaciona directamente con la cuestión del libre albedrío y de la voluntad; menciona la paradoja  freudiana que por una parte postula que la meta del psicoanálisis es “procurar al  yo del enfermo la libertad de decidir en un sentido o en otro ”(1923,p.50n[51n], lo cual parece difícil de conciliar con el principio del determinismo psíquico, doctrina que ha sido blanco  tradicional de una  serie de críticas, sobre las que se abunda,  con la mención especial a Sartre  y el existencialismo.

La exposición de argumentos y refutaciones  podría resumirse en que mientras  para una psicología  existencialista el analizando juega un papel determinante en la creación, conservación y tratamiento de su patología; para los partidarios del principio del determinismo psíquico todo está predeterminado. La escuela de la psicología del yo  sostiene una posición que, tratando de conciliar, ambas hipótesis ubica a la voluntad como esfuerzo puesto en movimiento por las elecciones de los pacientes, en una esfera sin conflictos.  Postura que Mitchell califica de arbitraria considerando que deja más cabos sueltos que soluciones.
Farber (de la escuela interpersonal) propone que toda actividad humana  está constituida tanto por las motivaciones inconscientes como por la voluntad, y que sería necesario considerar que mucho de lo que ocurre en el proceso analítico se refiere a cierta organización de las decisiones conscientes voluntarias.

La  concepción de Mitchell, al referirse a la cuestión de “La voluntad y el significado” es que “La creación de un mundo de significados subjetivos es un proceso interactivo en las cuales las piezas de la experiencia se eligen, se reforman y se organizan en esquemas (pág.293)…De la misma manera, el self se crea a partir de significados que se asignan a la experiencia; uno no puede empezar a comprender una vida y una persona sin valorar tanto estas experiencias como las posibilidades y limitaciones que significa”(pág.295). El énfasis está puesto en que además de las motivaciones inconscientes está la voluntad creativa de cada sujeto.  Recalca que si el trabajo clínico no lo  toma en cuenta, se convertirá en un ejercicio  intelectual de explicación y racionalización, y no facilitará al analizando hacerse cargo de sus elecciones pasadas y presentes, claras y conscientes, y de las enturbiadas por el autoengaño y la confusión. La voluntad consciente de cambio desempeñaría un papel esencial en la búsqueda analítica, incluso para operar sobre la represión y recuperar el contenido inconsciente.

El último punto,“El telar de Penélope: la psicopatología y el proceso analítico”recrea esta poética imagen para describir como tejemos un mundo de relaciones, orientamos nuestras vidas en determinada dirección tratando de llegar a un punto, intentando definirnos de alguna manera, mientras que, al mismo tiempo, inconscientemente obstaculizamos la consecución de nuestros objetivos, y tropezamos con las dificultades que supuestamente tratamos de evitar. La estasis  sería la demostración de nuestra lealtad a lo conocido.
Para este enfoque nuestra personalidad se compone de una urdimbre que enlaza hebras que representan conflictos inevitables surgidos del contacto e identificación con las primeras figuras significativas. Los síntomas neuróticos  no serían manifestaciones de conflictos entre deseos y defensas sino hebras sueltas, que no logran integrarse armónicamente y que se expresan  inadecuada e indirectamente.

Por lo tanto en el modelo del conflicto relacional se destaca que son las alteraciones durante  el transcurso de las  primeras relaciones del bebé  con quienes lo cuidan, las que distorsionan seriamente las relaciones subsiguientes, no en términos de detención del desarrollo sino en la modalidad bajo la cual el niño construye su mundo interpersonal de relaciones objetales.

De modo que se focalizará el mecanismo principal del cambio analítico en una alteración de la estructura básica  del mundo de relaciones del paciente, centrada en tres puntos fundamentales de las dimensiones de la matriz relacional: la  organización de la personalidad, los lazos objetales, y los esquemas transaccionales.
Se consideran esenciales tanto el contenido de la información como el tono afectivo con que es transmitido, y se describe a la interpretación como un acontecimiento relacional complejo que muestra algo muy importante sobre la ubicación del analista respecto del paciente; se trata de un analista que elige y no sólo una vez sino a lo largo  de todo el proceso.

Como epílogo valga la  imagen que propone Mitchell: lo que el tratamiento intenta cambiar son los pobladores del mundo que habita el paciente.

Como comentario personal creo que el libro contiene las claves fundamentales para entender el  enfoque del modelo relacional, en sus vertientes teórica y clínica. Es un recorrido exhaustivo sobre los conceptos de la teoría psicoanalítica que promovieron controversias y generaron el surgimiento de diferentes líneas y al mismo tiempo una toma de posición arriesgada y sin ambiguedades en la crítica al papel de la pulsión en la formulación freudiana. Por lo tanto su lectura supone considerar una perspectiva diferente, planteada con rigurosa coherencia sobre un posicionamiento epistemológico que privilegia la matriz relacional como gérmen del desarrollo para el  funcionamiento psíquico.

Y más aún, invita a reflexionar sobre la forma en que elegimos situarnos respecto a nuestra propia práctica, si aceptamos una versión del psicoanálisis que mantiene y preserva las tesis doctrinales sin ningún cuestionamiento, si intentamos una acomodación que articula diferentes enfoques aunque no hayamos encontrado una síntesis adecuada…o si nos planteamos la necesidad de ir revisando nuestro criterio en la medida en que nos surgen dudas e interrogantes.

Ubicados en este tercer caso, el libro de Mitchell proporciona un estímulo importante para considerar seriamente dónde nos posicionamos respecto de los temas abordados: el lugar otorgado a la sexualidad, la diversidad de registros en que puede ser pensado el narcisismo, la complejidad del libre albedrío como atributo del paciente, etc.

El libro suscita un ejercicio de confrontación con las propias creencias a la manera en que el autor lo realiza, sin caer en el dogmatismo de la exclusión cuando la reflexión nos lleva a planteos novedosos que no han sido necesariamente consensuados.

De modo que la tarea pendiente sería poder profundizar en la línea propuesta por Mitchell y determinar qué aspectos permiten una articulación orgánica con el enfoque modular-transformacional y cuáles entran en colisión.

 

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